La bajada de la nota que Luciano
Sáliche publicó
en Infobae el 14 de junio pasado dice:
“La Feria de Editores concluyó su 6ª edición superando
sus expectativas, con gran concurrencia del público. En paralelo, varios
escritores iniciaron un debate en las redes sociales: ¿hay desigualdad en la
relación entre editor y autor, aun dentro de las editoriales independientes?
Opiniones cruzadas, discusión en marcha”.
Disparos al corazón de la edición independiente:
un debate sobre políticas culturales que faltan
Sábado de
junio por la tarde. Hay sol, pero hace frío. A pocas cuadras de Chacarita,
sobre la calle Santos Dumont, una cola larga de personas llega hasta la
esquina. Se trata de la VI Feria de Editores, que
duró todo el fin de semana pasado y agrupó a más de 140 editoriales
pequeñas y medianas de Argentina, Chile, Ecuador, Venezuela, Uruguay, Perú
y Brasil. Pero detrás de esa fachada de abundancia, resistencia y organización
hay una evidencia: nadie gana dinero en este rubro, o bien se gana muy
poco. Hay una idea de amor al arte fuertemente
instalada que hace que lo recaudado alcance apenas para sostener lo invertido, reproduciéndose
así las condiciones de precariedad que, muchas veces, confunden la buena fe con
la estafa. Sobre este asunto, en las redes sociales circularon algunos
cuestionamientos que dieron pie al debate. Más allá de la desigualdad de
calibre de las editoriales, ¿hay una desigualdad en la relación entre
editor y autor, incluso dentro de las editoriales independientes? ¿Por qué no
hay una regulación formal que establezca, como sí la hay en otras ramas del
arte, condiciones y derechos para todas las partes?
Tres días antes de que comience la
Feria, la primera piedra la lanzó Julián López. “Queridas editoriales
independientes, ser independientes no habilita a manejos poco claros y
abusivos. No se enojen, las quiero a todas, pero tenemos que hablar”, escribió
en su cuenta de Facebook el autor de Una
muchacha muy bella. Con esa
sutil ironía desató una oleada de comentarios, por ejemplo, el de Claudia
Piñeiro –autora de la recién salida Las
maldiciones–, que aseguró que “de
alguna manera habría que poner en valor que se debe pagar anticipo aunque seas
una editorial independiente y se debe liquidar correctamente con periodicidad
razonable en un país de alta inflación. ¿Por qué naturalizamos que al autor no
se le pague o se le pague último pero a los otros involucrados en la producción
de un libro sí? (…) Es como que le pidas a un empleado que espere a cobrar el
sueldo porque antes tenés que pagar el alquiler. No me parece que la variable
de ajuste sea el autor”. La discusión ya estaba en marcha.
“Creo que el
pedido de pago de derechos a las editoriales pequeñas de parte de los autores
es una hipocresía”. El que habla es Hernán Vanoli, autor de libros como Cataratas y Pinamar, y co-autor del reciente ¿Qué
quiere la clase media? También es editor
en Momofuku, editorial que estuvo en la Feria. Como muchos, observó el debate
por las redes sociales con paciencia y pasividad. Ahora, en diálogo con Infobae, explica su posición: “Cuando
un autor publica un libro tiene derecho a pedir un contrato, a firmarlo, y
tiene herramientas para hacerlo cumplir, sea la editorial del tamaño que sea.
Cuanto más pequeña es, más desprotegida se encuentra frente a los autores y a
los reclamos. Por eso, si un escritor se queja de que una editorial pequeña no
le paga, yo le preguntaría primero qué contrato firmó. Si no firmó contrato, ya
estamos en el ámbito de la buena fe, y en las microculturas sin retribuciones
simbólicas ni materiales de envergadura, como el de la edición mal llamada
'independiente', es obvio que la buena fe va a ser escasa, y que van a primar
los abusos. Todos sabemos que Interzona paga mal y ha hecho firmar contratos
irrisorios a los autores de Factotum, que la librería de Mansalva no paga las
pequeñas editoriales, que la librería del Conti tampoco, etc.”.
“Con China
Editora estamos dentro de las editoriales que no cobran a los autores por
publicar sus libros. Eso significa que asumimos el riesgo económico de invertir
en su obra. El mayor costo es el de la imprenta”, cuenta Caterina Gostiza, que
además, con su editorial, forma un conglomerado llamado La Coop: una forma de
colectivizar y aunar fuerzas. En diálogo con Infobae, explica los principales gastos y costos del
proceso de publicación: “También está el costo de la distribución (20% del
precio de venta al público), la librería (40%), el diseñador, el corrector, la
prensa. En nuestro caso, salvo la impresión de los libros, hacemos todo
nosotros. No tercerizamos nada. En parte porque nos interesa tener ese vínculo
con las librerías y los periodistas, y también por una cuestión económica. Entonces, es mucha la inversión y alto el riesgo
económico que se corre cuando uno decide incorporar un nuevo título al
catálogo. Eso no quiere decir que el autor tenga que hacerse cargo de las
decisiones de la editorial. Cuando un editor apuesta por un libro y un autor,
es porque ya hizo las cuentas y decide hacer la inversión. Por lo tanto, la
editorial se compromete también con el autor”.
Fernando Pérez
Morales de la editorial Notanpuán tiene una posición equilibrista, podría
decirse. “Es una discusión donde todas las partes tienen razón, los escritores
quieren cobrar anticipo y que se les pague en tiempo y forma, los editores
independientes en su gran mayoría no pueden pagar anticipos y doy fe que es así,
en mi caso también es cierto que trabajo con autores jóvenes y con primeras
novelas o primer libro de cuentos y en ese caso la apuesta tiene que ser
compartida. El editor se la está jugando por un autor nuevo, desconocido y no
es fácil instalar en el mercado a nuevos escritores. Tampoco ayuda que las
multinacionales, apenas un nuevo autor de editorial independiente se instala,
vengan a llevárselo con sus hermosos anticipos”, le dice a Infobae.
Damián Ríos, editor de Blatt &
Ríos, también hizo su aporte en las redes: “No me parece un mal acuerdo recibir
libros por regalías, sobre todo en editoriales pequeñas o micro (…) Y, como
publicar en una editorial grande o gigantesca no me cambió para nada la vida,
más bien al contrario, los libros desaparecieron de las mesas y de las
librerías a los pocos meses, prefiero seguir publicando en editoriales chicas
que me den libros y que se pongan el libro encima y lo muevan. Respecto de
otras décadas, la situación para los autores ha mejorado mucho. Pregunten a
cualquier escritor que haya publicado en los ochenta, por ejemplo, o en
cualquier otra (…) Se trata de hacer un acuerdo de entrada. Si podés escribir
un buen cuento o un buen poema, podés discutir un acuerdo verbal o escrito, y
hacerlo cumplir. Si te estafan, vas a otra editorial o hacés otra cosa. Ahora,
si el autor está desesperado por editar, claro, hay gente que se aprovecha. Yo
creo que falta profesionalización de parte de las editoriales y también de
parte de los autores (…) No se trata de buena voluntad: preguntás cuántos
libros van a hacer, en cuántas librerías van a distribuir, cómo van a hacer con
las regalías, si va a tener prensa; esos son los aspectos básicos de cualquier
acuerdo. Lo que pasa es que es más lindo hablar de la tapa y de los lindos textos
que de estas cosas. Pero hay que acordarse de que en una edición el texto más
importante es el contrato.”
Repensar la desigualdad en todas
sus formas
Quizás pocos usuarios sepan que, además de las fotos de
gatitos, flyers de optimismo vacío y
largos textos enojados en mayúsculas, Facebook también sirve para debatir.
¿Utilizar las redes sociales para generar una discusión que haga posible
transformar la realidad? Así parece. “Si abres el paraguas y hablas
derechamente de industria editorial, el 95% de los escritores estamos
desprotegidos, porque en el mejor de los casos te sientas a negociar con una
trasnacional que, claro, te paga, pero al mismo tiempo ante cualquier
diferencia tiene abogados, contadores, un equipo de prensa que ningún escritor
tiene. Pero no sólo eso en la industria, en el gran mercado eres un número más”,
le espetó el escritor chileno Gonzalo León a López.
Selva Almada también fue tajante
con su posición e insistió con la necesidad de debatir el asunto. “Me llamó la
atención –escribió la autora de El
viento que arrasa, Ladrilleros, Chicas muertas y El desapego es una manera de querernos debajo del post de López– cómo en los
comentarios parecía que nadie sabía de qué hablabas cuando todos los que
estamos cerca de la escritura y su circulación sabemos perfectamente de qué hay
que hablar: de cómo bajo el aura de lo independiente no se firman contratos o
se firman contratos leoninos que el autor no puede discutir; de cómo la mayoría
de las editoriales independientes no pagan regalías a sus autores; de cómo los
autores no saben cuántos de sus libros se venden ni dónde están distribuidos ni
cuántos se mandan a prensa o se regalan o lo que sea… de cómo da la impresión
de que los autores deberíamos estar agradecidos de que alguien nos edite y
callarnos la boca porque con eso alcanza. Etcétera.”
Ese posteo y todo el submundo de
comentarios que allí se originó fue apenas un comienzo. Gabriela Cabezón Cámara
marcó su posición con un texto publicado en su página de Facebook: “Amamos a
las editoriales medianas y pequeñas, yo no tengo ni una queja de la mediana con
la que trabajé todos estos años, hablo de Eterna Cadencia, y soy fan de muchas
pequeñas y micro editoriales. Pero chicos, ¿por qué piensan que pueden pagarle
al imprentero y al autor no? Pregunto posta, sin ánimos de pelear sino de
pensar un poco (…) No tiene por qué ser tabú, ¿verdad?, podemos hablar de todo.
Y ver qué hacemos como colectivo. Hay tremenda crisis, es difícil para todos.
Pongámonos de acuerdo y salgamos a pelearla.”
Por otro lado, los números de la economía literaria no
cierran: se produjo una caída de la demanda privada de libros en un 12%. Este
dato, otorgado por un estudio reciente de la Cámara
Argentina del Libro, forma parte
del interrogante que dejan abierto estos otros: las grandes editoriales
representan apenas el 10%, sin embargo durante 2016 publicaron el 56% de los
títulos. Esto habla, no sólo de una diferencia de producción que es necesario
que todo el sector se ponga a repensar, también una situación desfavorable para
los editores y autores de pocas tiradas.
Cómo nos relacionamos comercialmente
Las paradojas de nuestra época son varias. Entre ellas, la
súper producción de un sector desigual. La Feria de Editores forma parte de una
respuesta a este escenario complicado. ¿Cómo organizar todas estas ganas y
voluntades sin que el Estado se ponga al frente de los reclamos y establezca
políticas públicas? ¿Hay posibilidades de generar un sindicato de escritores y
editores capaz de defender los derechos de los autores? “Debería existir un
organismo serio que medie (pagos, diferencias, etc.) entre el autor y el
editor. Simple. Si tenés una duda como autor, te acercás al lugar donde oficie
el organismo y hacés todas las preguntas necesarias y, en caso de problemas,
que tengan equipo legal a disposición. La posición del autor es débil aún
frente a la editorial más pequeña del mundo”, comentó Luis Mey, autor de La pregunta de mi madre.
“Estoy de acuerdo en que es una discusión que hay que darla
si o si. Una editorial independiente necesita unos 50 títulos para empezar a
girar y lograr un punto de equilibrio; mientras tanto es ponerla y ponerla. Hoy
la nueva literatura la encontrás en un 90% en las editoriales
independientes y eso se debería valorar”, dice Pérez Morales; mientras que
Gostisa comenta: “Es cierto que muchas editoriales pequeñas y medianas no pagan
adelanto, no llevan las cuentas de cuántos libros venden, en dónde están sus
libros, cuántos ejemplares fueron destinados a prensa, no pagan regalías, etc.
Y por ser tan desorganizados no pueden brindarle esos datos al autor. Pero es al autor al que más hay que cuidar en
este proceso. Si no valoramos su trabajo, si no le pagamos lo que le
corresponde, ni le damos el detalle de dónde están sus libros, cómo se están
vendiendo, no solo perdemos su confianza, y es muy probable que nunca más
quiera publicar en nuestro sello, sino que además bajamos la calidad de nuestra
editorial”.
¿Cuál es
entonces el rol del editor en este sentido? Para Vanoli, que insiste en dejar
de lado los planteos abstractos, “sí deberían existir mecanismos para que, si
no pagan, tengan que suspender la venta de los libros cuyo contrato firmaron,
eso me parece básico. También tendría que haber mecanismos de auditoría para
las distribuidoras y para las librerías. También debería haber un gobierno con
políticas culturales serias. Todo eso no existe. Por eso empezar haciendo
hincapié en las miserias de los miserables me parece una forma conventillera e
hipócrita de iniciar un debate. Y si además no se dan nombres, una forma
cobarde y oportunista.”
En las redes
sociales siguió la ebullición. Posteos, comentarios, declamaciones, respuestas,
ironías. ¿Va hacia algún lado esta discusión? Julián López continuó asegurando
que “tenemos que hablar del lugar de los autores, de la producción de
escritura, de la circulación y de los modos (…) Pertenezco a la escena
independiente con pasión y con conflicto, atravesado de preguntas, de
inconsistencias, de todo lo que en general compartimos. Que el debate se abra,
se haga costumbre y que nos fortalezca más allá de lo personal y en buenos
términos”.
Es necesario
que así sea. ¿Para qué serviría (justamente) la literatura si no es para pensar
y debatir los modos, incluso los comerciales, en que nos relacionamos?
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