Sobre el voseo en traducción (2)
Preguntaba
en mi último
trujamán si quizás, en los pliegues de nuestro argentino
inconsciente colectivo, el uso del voseo no seguirá siendo visto como algo no
normativo. En 1925 Borges escandalizó con la traducción de un pequeño fragmento
del Ulises en el que introdujo el voseo; en el contexto de la
disputa por una «lengua nacional», aquel gesto era de una audacia sin
precedentes.1 Sin
embargo, el propio Borges no regresó jamás al voseo en su labor posterior como
traductor. Cortázar hizo gala del voseo en su narrativa, pero no en sus
traducciones. Sabemos que apenas en 1982 (¿coletazo de la Guerra de Malvinas?)
la Academia Argentina de Letras «bendijo» el uso del voseo, «siempre y cuando
se conserve dentro de los límites que impone el buen gusto, esto es, huir tanto
de la afectación cuanto del vulgarismo».2 Así
pues, la tradición no le juega a favor a esta forma.
Hoy
pareciera haber una línea divisoria en el uso del voseo en literatura: los
escritores argentinos pueden —y deben— vosear, de lo contrario suenan raros; una
historia narrada por una joven de, pongamos, treinta y cuatro años, que
transcurre en Buenos Aires, con personajes netamente porteños, no funciona con
el «tú». Por su parte, una obra traducida, ambientada en Roma, Estambul o
Helsinki, y poblada de personajes autóctonos, pide el «tú». (Digo «en
literatura», pero no sé si no cabría decir lo mismo respecto al cine; una
película con Ricardo Darín haciendo de «chanta» porteño no se sostendría si
hablara de «tú», pero sería interesante ver qué ocurriría —porque entiendo que
casi nunca ocurre— si en Argentina se doblara o subtitulara con voseo: ¿los
espectadores sentiríamos algo extraño si oyéramos o leyéramos a Robert De Niro
diciendo: «Poné el dinero sobre la mesa, agarrá la bolsa y andate»?).3
En un
taller de traducción del que estoy a cargo se presentó la siguiente situación:
trabajando sobre un cuento ruso de finales del siglo xix una alumna usó el «vos» y otra
el «tú», sin ninguna instrucción ni recomendación previas. Los argumentos en
cada caso son más que atendibles; por el voseo: «si así es como hablamos», «es
lo más natural», «me sale así», «me suena raro el tú»; por el tuteo: «me suena
más literario», «el vos me hace ruido, no queda bien, es muy
coloquial», etc.Esto en un ejercicio de traducción, no en una negociación
con una editorial, lo que abona mi hipótesis de que detrás de este fenómeno hay
algo más que una mera cuestión comercial.
Bien
mirados, estos argumentos, al igual que los que señala Juan Sasturain para el
mundo del doblaje en el cine,
parecieran atañer a la función mimética del arte. Si este debe «reflejar» o
«reproducir» la realidad, entonces dos franceses tomando una copa de vino en
Marsella no pueden tratarse de «vos» como lo harían dos argentinos tomando mate
en La Rambla de Mar del Plata, ya que sería algo inverosímil (tan inverosímil,
claro, como que lo hicieran de «tú» cual dos limeños bebiendo pisco de cara al
Pacífico). Ahora bien, si se acepta que el arte crea una realidad, que es un
discurso dotado de esa facultad, es decir, si no le pidiéramos que fuera fidedigno,
sino que nos remontara a otros mundos posibles, también tendríamos un problema:
el «vos» acercaría peligrosamente aquel mundo ficcional a nuestro mundo
cotidiano (el «usted», por algún conjuro, no lo hace).
Como
vemos, no se trata de argumentos, sino de efectos, emociones y convenciones.
De eso
irá la siguiente entrega.
Notas:
·
(1) Para un valioso análisis, puede
consultarse «Borges y la traducción de las
últimas páginas del Ulysses de Joyce», de Dora
Battistón, Carmen Trouvé y Aldo Reda.
·
(2) Puede consultarse aquí el
artículo «El voseo en la Argentina», publicado en el Boletín de la Academia Argentina de
Letras de 1982 (pp. 290-295), y seguir la
argumentación que se ofrece para su aceptación.
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