Sobre el voseo en traducción (III)
El
uso del voseo en la literatura argentina estuvo ligado, claro, a la
conformación de una identidad lingüística y literaria. Como señaló Ernesto
Sábato en El escritor y sus fantasmas (1964):
El joven
escritor de Buenos Aires se encuentra, apenas comienza a escribir, con un gran
problema vinculado a todo esto que acabo de examinar; algo mucho más importante
que el mero problema de nuestra propia modalidad lexicográfica (tema que ni
siquiera merece ser discutido): el problema del voseo. El voseo está hecho
sangre y carne en nuestro pueblo, y no sólo en las capas inferiores de la
sociedad […], sino en la casi totalidad de nuestro pueblo. ¿Cómo no emplearlo
en nuestras novelas o en nuestro teatro? El autor de ficciones no debe
sacrificar jamás la verdad profunda de su circunstancia, y el lenguaje que debe
emplear es el lenguaje en que su gente ha nacido, ha sufrido, ha gritado en
momentos de desesperación o de muerte, ha dicho las palabras supremas de
amistad o de amor, ha mezclado con sus risas o sus lágrimas, con sus
desventuras y sus esperanzas.
En traducción, sin embargo, y
por lo que uno colige cuando conversa con editores, el no uso de este pronombre
personal está naturalizado; una minoría, no obstante, lo problematiza y lo
siente como una concesión, como un sacrificio impuesto por las reglas del
mercado y la costumbre. Hay unos pocos, por cierto, que sí emprenden
traducciones voseantes.
¿Es una pérdida o una ganancia
que los argentinos leamos traducciones con «tú»?
Si de lo que se trata es de
afirmar el «ser nacional», el «tú» debería ser visto como una sumisión a formas
ajenas, como un lastre dictado por una tradición de la que convendría
deshacerse.
Si, como decíamos en el anterior trujamán, al arte le pedimos
fidelidad a lo «real», entonces el «vos» debería ser la forma escogida, ya que
«así es como hablamos» y el «tú» suena artificial y afectado en la comunicación
cotidiana.
Ahora bien, el problema es que
esa «realidad» excede los intercambios cotidianos o, para decirlo con más
pompa, está constituida por «juegos de lenguaje» (Wittgenstein). En esa
realidad en la que vive el lector argentino, los personajes de novelas europeas
se tratan de «tú», no de «vos», y esa es la expectativa cuando se lee un libro
o se mira una película. Aquí lo «inverosímil» queda invertido: lo normal/real
es la convención del arte y no el habla de la calle. Vale decir, el argentino
que se encuentra con una novia una hora antes del comienzo de una película
hablará con ella, por supuesto, de «vos»; mirarán juntos una película con «tú»
y luego la comentarán hablando entre ellos de «vos». Es un continuum de
realidad, de juegos de lenguaje; lo disruptivo sería que la novia lo tratara de
«tú» o que Schwarzenegger dijera: «¡Eh, vos, vení acá!». Por tanto, la realidad
lingüística de los argentinos incluye dos pronombres para la segunda persona
del singular allí donde la mayoría de los hispanohablantes cuenta con uno. Por
caso: para el lector español o venezolano, Raskólnikov y Sonia Marmeládova
hablan entre sí como lo harían dos compatriotas, con un muy natural «tú»; para
los argentinos, hablan en una lengua «otra», ficcional, literaria. Podría
pensarse que el «tú», en nuestras tierras, contribuye a acentuar el efecto de
extrañamiento propio del buen arte.
Llegados aquí, esta
especificidad de la lengua de traducción —que no de la literaria— nos
permitiría plantear una pregunta de mayor calado: ¿es cierto que Argentina es
un país estrictamente voseante? ¿El uso pasivo del «tú» en literatura y cine no
vendría a socavar esa idea?
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