Fernando Alfón acaba de enviar al Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, la siguiente reseña en la que se ocupa de Nuestra expresión (2017), el reciente volumen seleccionado, prologado y anotado de José Luis Moure (foto; ver otra reseña, esta vez de Oscar Conde, en la entrada de este blog del 17 de agosto pasado).
Lengua y emancipación III
La
legendaria Editorial Universitaria de Buenos Aires publicó este añouna
antología de textos en torno a la identidad de la lengua de los argentinos, Nuestra expresión (2017), seleccionada,
prologada y anotada por José Luis Moure, actual presidente de la Academia
Argentina de Letras y miembro correspondiente de la Real Academia Española. Por
el carácter polémico de casi todos los textos que recoge, el libro se inscribe
en una vastísima tradición querellante que arranca con Juan Cruz Varela en 1828
y tuvo su auge un siglo más tarde, el mismo año en que Borges publicó El idioma de los argentinos. Sorprende entonces
que, en el cordial prólogo que Moure le acomoda, enfatice que «nada podría ser
más ajeno a la intención de este libro que revivir animosidades y enconos
anacrónicos».
A esos enconos y animosidades —forma
reductora de aludir una sociología crítica del lenguaje— ya les había compuesto
un epitafio el filólogo platense Arturo Costa Álvarez en Nuestra lengua (1922), un volumen precursor de Nuestra expresión. La razón, ahora, por la que Moure los considera
anacrónicos —sigo siempre en el «Prólogo»— es que «Argentina ha superado
doscientos años de vida independiente y no necesita reexaminar su condición de
tal». ¿Qué nos quiso decir con esto de que ya no necesitamos reexaminar nuestra
independencia? ¿Que declarada, allá por 1816, ya podemos despreocuparnos de
ella? ¿Que es inútil seguir pensando la lengua como un terreno de disputas?
¿Que libros como los que él ahora publica son, en el fondo, anacrónicos? Quizá nos
quiso decir algo más modesto: que podemos despreocuparnos por las tropelías de
la Real Academia Española, porque ya escarmentó.¿Estamos nosotros, entonces,
como Juan María Gutiérrez al rechazar el diploma de correspondiente, recelosos
de una amenaza perimida; renegando contra una Real agiornada, que solo quiere echarnos
una mano?
Si seguimos la última edición del Diccionario de la lengua española, un
colombiano no se enterará que en Buenos Aires tenemos abrochadoras, aguinaldos y pochoclos;
que un mazo también es la baraja;
un micro, un bondi; y que también acá
un zurdo, además, es alguien de ideas
políticas de izquierda. Tampoco un chileno se enterará que en México el
borracho del barrio es el teropocho;el
haragán, el baquetón; o que apá no es solo una interjección «para
estimular al caballo», sino la simple forma popular de decir papá. Ahora bien, todos sabremos,desde
el Río Bravo hasta el Cabo de Hornos, qué significa mileurista, aunque jamás la hayamos pronunciado. ¿Porqué este jovencito
neologismo ya está estampado en un diccionario «panhispánico», burlándose del purgatorio
donde envejecen centenares de voces americanas? Pues por la sencilla razón de
que mileurista fue pronunciado en
España. Luego cayó simpático a los académicos, que ganan por sus servicios lexicográficos un
poco más que mil euros al mes.
Son picardías, lo sé, con las que se
entretiene el Pleno durante las sesiones de los jueves; pero traslade usted,
lector, este inofensivo pecadillo al mercado de la traducción, a la enseñanza
del español en el mundo, al negocio de las comunicaciones. Ahí la broma se
materializa en contante y sonante. La hegemonía que ostenta la Real para dictar
la norma se traduce en una situación de privilegio para la industria cultural española
que tenga a la lengua como su mayor mercancía. El Diccionario es el mascarón de proa de un enorme barco cuya
tripulación son las empresas ibéricas. El Instituto Cervantes, que ha
demostrado habilidad con los números y los mapas: ¿ha estudiado empíricamente
el factor de aislamiento lingüístico que implica el dominio de la Real sobre
las naciones americanas?Es imposible que un libro editado en Colombia llegue a
Argentina o Uruguay;o uno,traducido en Paraguay o Bolivia, llegue a Venezuela.
Lo que tienen en común todos estos países, es que están inundados de libros
traducidos, prologados, anotados y editados en España. La «unidad de la lengua»
es el eslogan en el que se festeja la desunión que se acrecienta con cada españolada.
Una es elDiccionario de americanismos, que«traduce
al español» las voces corrientes de este lado del Atlántico. Otra es la Asociación
de Academias de la Lengua Española, cuya casi totalidad son americanas, pero
radicó su máximo órgano de gobierno en la calle Felipe IV, número 4, de Madrid,
justo el mismo domicilio de la sede oficial de la RAE. Nos toman por virreinatos,
pero el amable nombre bajo el cual lo administran se llama panhispanismo.
Moure tiene razón al sugerir que
nuestra querella soberanista ya lleva casi dos siglos y nos tiene a todos muy
fatigados. También entretenidos, porque en medio de las hostilidades se gestó
una nueva acepción para el verbo raer:
«hacer pasar por universal lo local y viceversa». Si la Real le acomodara a su
obra paradigmática el justísimo nombre de Diccionario
de la lengua española de España, dejaría de raer y ya estaríamos en mejores
condiciones para no necesitar reexaminar nuestra independencia. América dejó de
raer cuando presentó el Diccionario del
español de México (DEM), el Diccionario
integral del español de Argentina (DIEA), el Diccionario del español del Uruguay (DEU). Ninguno de estos repertorios
se esconde detrás de ninguna totalidad, para venderse urbi et orbi; les basta con servir a sus compatriotas. Ninguno de
ellos pone en peligro la unidad de la lengua, ni agita enconos ni animosidades.
Son atisbos de lexicografía soberana para entendernos un poco mejor, cuanto
menos, al interior de cada nación. Son los demorados frutos de la querella que
recopila, profusa y acertadamente, Nuestra
expresión. Prueba del valor de la antología es la joya que agrega al final,
el ensayo-pregunta del poeta Enrique Banchs, en torno a unas «Averiguaciones
sobre la autoridad en el idioma».
No hay comentarios:
Publicar un comentario