lunes, 12 de marzo de 2018

Ulises, de James Joyce: Argentina 3, España 2


En los últimos días de diciembre de 2017, la filial argentina de la editorial Edhasa publicó en dos volúmenes una nueva versión de Ulises, de James Joyce, esta vez en traducción de Rolando Costa Picazo. Se trata de la quinta traducción de la obra y la tercera argentina, luego de las de José Salas Subirat y de Marcelo Zabaloy. A propósito de esta edición, Juan Arabia publicó el pasado 28 de enero en el suplemento cultural del diario Perfil, de Buenos Aires, la siguiente nota, que incluye una serie de respuestas del traductor a propósito de sus decisiones y notas.

“La mirada de Ulises”

A casi 100 años de la publicación de los primeros capítulos por entrega del Ulises de James Joyce (Dublín, 1882 - Zúrich, 1941) en The Little Review, marzo de 1918, y luego publicado íntegramente hacia 1922 por Sylvia Beach en París, una nueva y definitiva edición traducida, prologada y anotada por Rolando Costa Picazo se publica en nuestro país bajo el sello de Edhasa.

Declarada ilegible por muchos lectores y críticos, probablemente una de las obras más largas y herméticas de la historia, desde su aparición concilió claros adeptos y detractores. Alabada y defendida por los máximos creadores de la literatura moderna (Ezra Pound, T. S. Eliot, Ernest Hemingway y Hart Crane, entre otros), sin embargo encontró escisiones en el mismo campo literario. D. H. Lawrence, por ejemplo, opinó que se trataba de una obra “repugnante”. Virginia Wolf se refirió a Ulises como un libro “vulgar”, “analfabeto”. Fue denunciado por “obsceno” y “pornográfico”, además, por el secretario de la Sociedad para la Erradicación del Vicio de Nueva York, y los editores no sólo tuvieron que pagar una multa, sino que hacia 1919 se confiscaron y quemaron los números de The Little Review. Hubo más oposiciones y juicios, abogados y tribunales, y la ira de muchos creció en paralelo con la expansión de una obra que aún hoy abre nuevos horizontes y cavernas alternativas de sentido.

El mismo Joyce, exiliado voluntariamente de su patria, advertía en sus cartas respecto a esta obra: “Quiero dar un cuadro tan completo de Dublín que si algún día la ciudad desapareciera de repente de la tierra, podría ser reconstruida de mi libro”; “dar a la gente alguna especie de goce espiritual al convertir el pan de la vida diaria en algo que tenga una vida artística propia, para su elevación mental, moral y espiritual”.

Con una estructura paralela a la de la Odisea de Homero, Ulises es el relato de un día, el 16 de junio de 1904, en la vida de los tres personajes principales (Stephen Dedalus, Leopold Bloom, y el monólogo final de la esposa de este último, Molly) cuya jornada transcurre en un continuo deambular por las calles y las tabernas de Dublín.

Con sus vivencias, monólogos interiores y reflexiones íntimas, Joyce compone un universo muy particular, en el que el lenguaje, fragmentado y distorsionado (algunos críticos se refieren al “flujo de conciencia” o “corriente de la conciencia”, como más tarde denominó el norteamericano Alfred Kazin) refleja la inmediatez del proceso del pensamiento humano y la realidad exterior. Todo esto, junto a un poderoso humanismo y una extraordinaria capacidad de descripción, donde sólo la emoción perdura y le da a la obra una viva sensación de realidad.

En diálogo con Perfil, el traductor y editor crítico de esta reciente publicación, Rolando Costa Picazo (Santa Fe, 1931), profesor consulto de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y miembro de número de la Academia Argentina de Letras, advierte: “Joyce es un escritor difícil porque su vida es difícil. Si bien sólo los primeros capítulos son comprensibles, capítulos en los que aparece su verdadero héroe [Stephen], mi propósito con esta traducción es hacer su obra inteligible”. Joyce invirtió diez años de su vida en Ulises, “mientras pasaba de una borrachera a la otra y se acostaba con cualquiera. No tenía dinero y estaba dando unas clases horribles. Él sufrió muchísimo”.

Sin embargo, y pese a que muchos críticos consideran que los personajes representan disímiles partes del mismo autor (muchas veces se ha dicho que el personaje de Stephen ya incluido en 1916 en A Portrait of the Artist as a Young Man era su alter ego), Costa Picazo afirma que “no hay autobiografía. Esto es únicamente algo que a él se le ocurre, y que ya pasaba en el libro Dubliners”.

En Dubliners (1914) el mismo Joyce mostraba ya su extraordinario talento para la descripción y la indagación psicológica de sus personajes. Nada mejor que ir al fondo del ser, y su existencia, y por tanto intentar capturar mediante la sangre de sus seres y la ciudad (Dublín) la avidez de sus olas. En Ulises, de este modo, la literatura dinamita todos sus costados, y por tanto todas las experiencias posibles de escritura.

En Textos Cautivos, Borges advertía que, si bien a primera vista parecía un libro caótico, lo importante del Ulises de Joyce era “la incomparable y delicada música de su prosa”. Algo muy próximo a lo establecido por el crítico alemán E. R. Curtius, que decía al respecto: “Debemos leer Ulises como una partitura musical, y así podría imprimirse. Para entender realmente Ulises tendríamos que tener conciencia de todas las frases de la obra”. Costa Picazo, por su parte, no duda en afirmar que “Ulises es una obra de poesía, no de narrativa”, algo que manifiesta las relaciones complejas que aún existen entre los lectores y críticos de esta obra.

Con la traducción de más de cien obras del inglés al español, entre las que se destacan los inmensos volúmenes de Cuentos Completos de Edgar Allan Poe, Ezra Pound: Primeros poemas, 1908-1920 y Moby-Dick de Herman Melville, entre muchos otros, Rolando Costa Picazo confiesa: “Esta traducción me destrozó. Aunque siempre pude avanzar, porque era como tocar una partitura musical. Una cosa llevaba a la otra”. Si bien Costa Picazo ya había preparado muchos fragmentos de esta obra para dar en sus clases universitarias, le llevó dos años completar esta traducción en su integridad. La edición escogida fue la de Ulysses. The Corrected Text, editada por Hans Walter Gabler con Wolfhard Stepe y Claus Melchior, y que incluye y reproduce el plan o guía que Stuart Gilbert publicó en su libro James Joyce´s Ulysses (1930).

Para ayuda del lector, además, esta nueva edición incluye una serie abundante de notas, 6381 en total, de las que Costa Picazo comenta: “Las notas fueron muy difíciles porque se movían a medida que las pasaba. Era el mismo espíritu de Joyce el que parecía intervenir en el proceso de edición. Más de una vez pensé: ‘Bueno, esto yo no lo puedo hacer”. Otra de las dificultades que encontró, aunque ya de naturaleza propiamente subjetiva: “Con el avance de los capítulos muchas veces me encontré quejándome, y preguntándome por qué Joyce hacía eso con los personajes”.

En contra de las formas artísticas de su época y de los valores cristianos predominantes, Ulises se rebela en su propensión de expandir los límites más vulgares y conocidos de la experiencia. Se ríe del nacionalismo irlandés, de la corona inglesa, del aire enrarecido de la academia, de poetas como Tennyson y Mallarmé. Porque, y de la misma forma que T.S. Eliot y Ezra Pound, Joyce se encarga por medio de su obra de forjar una tradición selectiva, releerla y actualizarla, mediante el constante diálogo de sus personajes con poetas y pensadores (desde los clásicos griegos, pasando por Dante, Shakespeare, Cavalcanti, Blake, Gautier, entre muchos otros). Era el mismo Pound quien creía -autor que tanto esmero puso para que Ulises fuera publicado- que la mejor forma de crítica literaria se daba en el acto creativo.

Épica burlesca y pesimista, “Joyce se está burlando de todos, todo el tiempo. Si bien él siente determinado cariño por el personaje de Stephen, el verdadero héroe de la historia  [Bloom] es un tonto”, concluye Costa Picazo.

Es probable que Joyce se siga burlando de los lectores, y que sigan surgiendo preguntas respecto al drama o a la tragedia del Ulises, sus relaciones con la épica de Homero, las correspondencias entre sus personajes. Un libro con tantas alusiones, juegos retóricos, citas e interpretaciones, lo primero que hace es enrarecer aún más el denso aire que corre en las academias y que respiran los críticos y los reseñadores. En 1941, y en motivo del fallecimiento de Joyce, Leopoldo Marechal ya había advertido que la variación de estilos, la continua mudanza de recursos y el libre juego de los vocablos en el Ulises terminaban por hacernos perder la visión de la escena, de los personajes y de la obra misma: “No se ha detenido ahí, ciertamente, porque hay un demonio de la letra y es un demonio temible. A juzgar, por sus últimos trabajos, el demonio de la letra venció a Joyce definitivamente”.

Y es que nos enfrentamos, finalmente, con un discurso poético que no busca significar sino ser, y donde abunda sobre todo eso que no se puede reducir a una explicación y que es el verdadero núcleo duro de la poesía: “La gente no sabe lo peligrosas que pueden ser las canciones de amor (…). Los movimientos que producen revoluciones en el mundo nacen de los sueños y visiones en el corazón de un campesino en la ladera de un cerro. Para ellos la tierra no es un suelo explotable, sino la madre viva. El aire enrarecido de la academia y el ruedo producen la novela de seis chelines, la canción del music hall. Francia produce la mejor flor de la corrupción de Mallarmé, pero la vida deseable se revela solo a los pobres de corazón, la vida de los feacios de Homero”.

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