En los últimos
días de diciembre de 2017, la filial argentina de la editorial Edhasa publicó
en dos volúmenes una nueva versión de Ulises,
de James Joyce, esta vez en
traducción de Rolando Costa Picazo.
Se trata de la quinta traducción de la obra y la tercera argentina, luego de
las de José Salas Subirat y de Marcelo Zabaloy. A propósito de esta
edición, Juan Arabia publicó el
pasado 28 de enero en el suplemento cultural del diario Perfil, de Buenos Aires, la siguiente nota, que incluye una serie
de respuestas del traductor a propósito de sus decisiones y notas.
“La mirada de Ulises”
A casi 100 años de
la publicación de los primeros capítulos por entrega del Ulises de James
Joyce (Dublín, 1882 - Zúrich, 1941) en The
Little Review, marzo de 1918, y luego publicado íntegramente hacia 1922 por
Sylvia Beach en París, una nueva y definitiva edición traducida, prologada y
anotada por Rolando Costa Picazo se publica en nuestro país bajo el sello de
Edhasa.
Declarada ilegible
por muchos lectores y críticos, probablemente una de las obras más largas y
herméticas de la historia, desde su aparición concilió claros adeptos y
detractores. Alabada y defendida por los máximos creadores de la literatura
moderna (Ezra Pound, T. S. Eliot, Ernest Hemingway y Hart Crane, entre otros),
sin embargo encontró escisiones en el mismo campo literario. D. H. Lawrence,
por ejemplo, opinó que se trataba de una obra “repugnante”. Virginia Wolf se
refirió a Ulises como un libro “vulgar”, “analfabeto”. Fue denunciado
por “obsceno” y “pornográfico”, además, por el secretario de la Sociedad para
la Erradicación del Vicio de Nueva York, y los editores no sólo tuvieron que
pagar una multa, sino que hacia 1919 se confiscaron y quemaron los números de The
Little Review. Hubo más oposiciones y juicios, abogados y tribunales, y la
ira de muchos creció en paralelo con la expansión de una obra que aún hoy abre
nuevos horizontes y cavernas alternativas de sentido.
El mismo Joyce,
exiliado voluntariamente de su patria, advertía en sus cartas respecto a esta
obra: “Quiero dar un cuadro tan completo de Dublín que si algún día la ciudad
desapareciera de repente de la tierra, podría ser reconstruida de mi libro”;
“dar a la gente alguna especie de goce espiritual al convertir el pan de la
vida diaria en algo que tenga una vida artística propia, para su elevación
mental, moral y espiritual”.
Con una estructura
paralela a la de la Odisea de Homero, Ulises es el relato de un
día, el 16 de junio de 1904, en la vida de los tres personajes principales
(Stephen Dedalus, Leopold Bloom, y el monólogo final de la esposa de este
último, Molly) cuya jornada transcurre en un continuo deambular por las calles
y las tabernas de Dublín.
Con sus vivencias,
monólogos interiores y reflexiones íntimas, Joyce compone un universo muy
particular, en el que el lenguaje, fragmentado y distorsionado (algunos
críticos se refieren al “flujo de conciencia” o “corriente de la conciencia”,
como más tarde denominó el norteamericano Alfred Kazin) refleja la inmediatez
del proceso del pensamiento humano y la realidad exterior. Todo esto, junto a
un poderoso humanismo y una extraordinaria capacidad de descripción, donde sólo
la emoción perdura y le da a la obra una viva sensación de realidad.
En diálogo con Perfil, el traductor y editor crítico de
esta reciente publicación, Rolando Costa Picazo (Santa Fe, 1931), profesor
consulto de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires
y miembro de número de la Academia Argentina de Letras, advierte: “Joyce es un
escritor difícil porque su vida es difícil. Si bien sólo los primeros capítulos
son comprensibles, capítulos en los que aparece su verdadero héroe [Stephen],
mi propósito con esta traducción es hacer su obra inteligible”. Joyce
invirtió diez años de su vida en Ulises, “mientras pasaba de una
borrachera a la otra y se acostaba con cualquiera. No tenía dinero y estaba
dando unas clases horribles. Él sufrió muchísimo”.
Sin embargo, y
pese a que muchos críticos consideran que los personajes representan disímiles
partes del mismo autor (muchas veces se ha dicho que el personaje de Stephen ya
incluido en 1916 en A Portrait of the Artist as a Young Man era su alter
ego), Costa Picazo afirma que “no hay autobiografía. Esto es únicamente
algo que a él se le ocurre, y que ya pasaba en el libro Dubliners”.
En Dubliners (1914)
el mismo Joyce mostraba ya su extraordinario talento para la descripción y la
indagación psicológica de sus personajes. Nada mejor que ir al fondo del ser, y
su existencia, y por tanto intentar capturar mediante la sangre de sus seres y
la ciudad (Dublín) la avidez de sus olas. En Ulises, de este modo, la
literatura dinamita todos sus costados, y por tanto todas las experiencias
posibles de escritura.
En Textos
Cautivos, Borges advertía que, si bien a primera vista parecía un libro
caótico, lo importante del Ulises de Joyce era “la incomparable y
delicada música de su prosa”. Algo muy próximo a lo establecido por el crítico
alemán E. R. Curtius, que decía al respecto: “Debemos leer Ulises como
una partitura musical, y así podría imprimirse. Para entender realmente
Ulises tendríamos que tener conciencia de todas las frases de la obra”.
Costa Picazo, por su parte, no duda en afirmar que “Ulises es una obra
de poesía, no de narrativa”, algo que manifiesta las relaciones complejas que
aún existen entre los lectores y críticos de esta obra.
Con la traducción
de más de cien obras del inglés al español, entre las que se destacan los
inmensos volúmenes de Cuentos Completos de Edgar Allan Poe, Ezra Pound:
Primeros poemas, 1908-1920 y Moby-Dick de Herman Melville,
entre muchos otros, Rolando Costa Picazo confiesa: “Esta traducción me
destrozó. Aunque siempre pude avanzar, porque era como tocar una partitura
musical. Una cosa llevaba a la otra”. Si bien Costa Picazo ya había preparado
muchos fragmentos de esta obra para dar en sus clases universitarias, le llevó
dos años completar esta traducción en su integridad. La edición escogida fue la
de Ulysses. The Corrected Text, editada por Hans Walter Gabler con
Wolfhard Stepe y Claus Melchior, y que incluye y reproduce el plan o guía que
Stuart Gilbert publicó en su libro James Joyce´s Ulysses (1930).
Para ayuda del
lector, además, esta nueva edición incluye una serie abundante de notas, 6381
en total, de las que Costa Picazo comenta: “Las notas fueron muy difíciles
porque se movían a medida que las pasaba. Era el mismo espíritu de Joyce el que
parecía intervenir en el proceso de edición. Más de una vez pensé: ‘Bueno,
esto yo no lo puedo hacer’”. Otra de las dificultades que
encontró, aunque ya de naturaleza propiamente subjetiva: “Con el avance de los
capítulos muchas veces me encontré quejándome, y preguntándome por qué Joyce
hacía eso con los personajes”.
En contra de las
formas artísticas de su época y de los valores cristianos predominantes, Ulises
se rebela en su propensión de expandir los límites más vulgares y conocidos de
la experiencia. Se ríe del nacionalismo irlandés, de la corona inglesa, del
aire enrarecido de la academia, de poetas como Tennyson y Mallarmé. Porque, y
de la misma forma que T.S. Eliot y Ezra Pound, Joyce se encarga por medio de su
obra de forjar una tradición selectiva, releerla y actualizarla,
mediante el constante diálogo de sus personajes con poetas y pensadores
(desde los clásicos griegos, pasando por Dante, Shakespeare, Cavalcanti, Blake,
Gautier, entre muchos otros). Era el mismo Pound quien creía -autor que tanto
esmero puso para que Ulises fuera publicado- que la mejor forma de
crítica literaria se daba en el acto creativo.
Épica burlesca y
pesimista, “Joyce se está burlando de todos, todo el tiempo. Si bien él siente
determinado cariño por el personaje de Stephen, el verdadero héroe de la
historia [Bloom] es un tonto”, concluye
Costa Picazo.
Es probable que
Joyce se siga burlando de los lectores, y que sigan surgiendo preguntas
respecto al drama o a la tragedia del Ulises, sus relaciones con la
épica de Homero, las correspondencias entre sus personajes. Un libro con tantas
alusiones, juegos retóricos, citas e interpretaciones, lo primero que hace es
enrarecer aún más el denso aire que corre en las academias y que respiran los
críticos y los reseñadores. En 1941, y en motivo del fallecimiento de Joyce,
Leopoldo Marechal ya había advertido que la variación de estilos, la continua
mudanza de recursos y el libre juego de los vocablos en el Ulises
terminaban por hacernos perder la visión de la escena, de los personajes y de
la obra misma: “No se ha detenido ahí, ciertamente, porque hay un ‘demonio
de la letra’ y es un demonio temible. A
juzgar, por sus últimos trabajos, el demonio de la letra venció a Joyce
definitivamente”.
Y es que nos
enfrentamos, finalmente, con un discurso poético que no busca significar sino
ser, y donde abunda sobre todo eso que no se puede reducir a una explicación y
que es el verdadero núcleo duro de la poesía: “La gente no sabe lo peligrosas
que pueden ser las canciones de amor (…). Los movimientos que producen
revoluciones en el mundo nacen de los sueños y visiones en el corazón de un
campesino en la ladera de un cerro. Para ellos la tierra no es un suelo
explotable, sino la madre viva. El aire enrarecido de la academia y el ruedo
producen la novela de seis chelines, la canción del music hall. Francia produce
la mejor flor de la corrupción de Mallarmé, pero la vida deseable se revela
solo a los pobres de corazón, la vida de los feacios de Homero”.
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