Silvia Ramírez
Gelbes,
es Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés. En
una columna del diario Perfil,
correspondiente al 22 de septiembre pasado, plantea un uso lingüístico
actualmente en uso en Buenos Aires, que seguramente le plantearía más de un
problema a quien quisiera traducirlo. Lo hace en estos términos.
Ponele
La
conversación normal es, entre otras varias caracterizaciones, una negociación.
Como bien decía el maestro Paul Grice, entre dos –o más– individuos que se unen
en un diálogo se da una especie de acuerdo tácito de respeto a ciertas
restricciones conversacionales. Sin que quienes dialogan lo pacten
explícitamente, la conversación se va desarrollando de manera tal que cada cual
contribuye a ella para que evolucione en una cierta dirección. Si bien existen
excepciones, este es en términos generales el principio que rige la mayor parte
de las charlas espontáneas. Esa negociación, entonces –como digo–, tiene un
componente bastante universal, que se refiere a la cooperación individual al
diálogo. Más aún, en la teoría griceana, hasta los casos de quiebre aparente de
esa cooperación pueden ser analizados como normativos. Por ejemplo: alguien
dice más de lo que habría que decir, o menos; alguien se expresa de manera
vaga, o por el contrario da demasiados detalles; alguien dice algo que es a
todas vistas mentira; o alguien dice algo que no tiene que ver con el tema de
la charla. Cuando quien habla comete estas “transgresiones” de manera evidente
como para que el interlocutor lo advierta, dice Grice, se está insinuando algo
y se espera que esa insinuación sea interpretada.
A
esta condición de la condición humana habría que restarle el componente
personal. Todos conocemos a quien habla de más o de menos, se va por las ramas
o exagera con los detalles sin siquiera darse cuenta. Y, claro está, a quien
nos miente de manera flagrante, pero nos quiere hacer creer que dice la verdad.
Estos no cuentan al hablar de insinuaciones.
Lo
que sí cuenta en el asunto es el componente social de los usos locales. Cada
grupo y cada región tienen sus modos exclusivos de proponer la cooperación
cuando conversan. Es decir, los guiños característicos que se entienden dentro
de esa especie de cofradía constituida por la pertenencia a una cierta
comunidad. Cualquiera que haya viajado a otra región hispanohablante sabe que
existen giros que se le escapan y que le suenan a gestos “cómplices” que lo
dejan fuera.
Es
de esto último de lo que quiero ocuparme. En esa acción colaborativa que vengo
delineando para hablar de la negociación que implica todo diálogo, las
expresiones o locuciones locales que contribuyen a la negociación conversacional
suelen ser originales y divertidas. Especialmente, cuando todavía no están
extendidas. Especialmente, cuando resultan novedosas.
Desde
hace un tiempo ha empezado a surgir en la charla cotidiana una expresión con un
sentido no previsto en el diccionario: “ponele”. Aunque difícil de traducir en
una palabra a otro idioma y acompañada siempre por una determinada entonación y
una especie de asentimiento con la cabeza, “ponele” es una respuesta afirmativa
que concede transitoriamente la verdad o la justeza de lo que acaba de ser
dicho. Algo así como una complicidad por la que se insinúa “vos y yo sabemos
que esto no es (exactamente) así, pero vamos a aceptarlo por el momento:
suspendamos la obligación de ser precisos”.
“¿Así
que estudiás Medicina? Sos médico”, “Ponele”. “¿Fuiste con tus viejos al Colón?
Te gusta la ópera”, “Ponele”. “El pibe con el que saliste anoche ¿es lindo?”,
“Ponele”. “¿Tenés buen promedio en la carrera?”, “Ponele”.
Con
un significado que se aleja del “ponele” tradicional (“ponele sabor a tu vida”,
“ponele menos sal al caldo”), “ponele” es una nueva marca de “distinción” en la
conversación de los porteños –que siempre nos sentimos orgullosos de cómo
hablamos–. Una señal de actualidad (¿juventud?) discursiva.
Y es una forma más (quizás esto sea lo más
interesante) de evidenciar de qué manera económica negociamos los significados
en nuestro diálogo. Un modo de decir “acuerdo, pero no del todo”. O de ceder
terreno… ¿pero no cederlo? Ponele.
Me parece que no es exactamente así. El ponele existió y cayó en desuso. Tenía el sentido que menciona Ramírez Gelbes: "no es así exactamente, pero digamos que sí". Por ejemplo: "-Me dijeron que eras muy mujeriego... -Ponele." También servía para indicar que algo que se preguntaba no era relevante: "-¿El abrigo del tipo era gris? -Ponele..." El uso "moderno" es paródico, y vale como afirmación: "-Vos eras de hacerte la rata en el colegio. -Ponele" o "-Me dijeron que te curtiste a la profe...-Ponele". Es un código de jóvenes y juventones. A veces equivale a un simple "está bien, tomo nota". "-Deberías recortarte esa barba. -Ponele". Al menos, así lo veo yo, diría Nimo.
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