Publicado en Cultura InfoBAE el pasado 1 de
noviembre, el siguiente artículo escrito por el Administrador da cuenta de la
vida y la obra del poeta y editor argentino José Luis Mangieri a
diez años de su fallecimiento. En los tiempos que corren, su figura luminosa
sigue siendo un ejemplo, aun cuando no siempre los jóvenes editores estén
atentos a lo que significa la verdadera independencia editorial.
Qué diría Mangieri
“Con
José Luis Mangieri se va un pedazo luminoso de la historia y la cultura de este
país. Después de 52 años de amistad, ¿quién puede abrir la boca? Solamente el
dolor”. Tales fueron las palabras de Juan Gelman, pocos días después de la
muerte de su histórico editor, hace exactamente diez años.
Los testimonios podrían
multiplicarse infinitamente. De hecho, Es
rigurosamente cierto, de Karina Barrozo y Hernán Casabella –publicado en su
momento por Libros del Rojas– es un intento de autobiografía y memoria plural
de Mangieri, “un porteño pícaro”, como lo definiera Jorge Aulicino, que en
cuarenta años de editor y tres editoriales –La Rosa Blindada, Ediciones Caldén,
Libros de Tierra Firme– llegó a publicar a más de mil autores, cruzando a
escritores, poetas y pensadores con artistas plásticos y músicos, a gente de
izquierda y no tanto, a viejos y a jóvenes, logrando en ese tránsito que unos y
otros se conocieran mutuamente y participaran en otros proyectos comunes. Ricardo Piglia, en el
libro citado, había escrito: “Creo que, primero que nada,
habría que señalar esa capacidad de organizar, italiana digo yo, italiana en el
sentido de gramsciana, de lo que Gramsci llamaba la organización material de la
cultura, porque la cultura necesita redes y José Luis se ha pasado la vida
construyendo esas redes. Me acuerdo muy bien no solamente de la Rosa Blindada,
sino de los libros que José Luis publicaba, el tipo de iniciativa, de
originalidad que tuvo en el momento de publicar esos libros, que se vendían de
a cuatro, en pequeñas ediciones. Entonces conservo esa idea primera de alguien
capaz de organizar y de trabajar sobre la construcción de redes y circulaciones
múltiples que, desde hace muchos años, ha terminado por constituirse en una
referencia central de la poesía en la Argentina. Creo que mucho de lo que se
dice de la poesía en la Argentina está ligado al tipo de trabajo que ha hecho
José Luis, básicamente con la colección ‘Todos Bailan’”. A este respecto, el
poeta D.G. Helder, dijo de Mangieri que su pasión “sutura las heridas de la
historia argentina”. Por todas estas razones, siendo consejal metropolitana, Teresa
Anchorena consiguió que lo nombraran ciudadano ilustre de la ciudad de Buenos
Aires. En los fundamentos de la designación se lee: “"Tejió una compleja trama de
relaciones, que comprende a no menos de cinco generaciones de escritores,
artistas y lectores argentinos. Hizo todo eso sin contar con estructura alguna
y, en más de una oportunidad, hipotecando su casa”. Así, muchos de sus autores
lo recuerdan con su invariable bolsito repleto de originales, atendiendo en su
“oficina”, una pizzería en la esquina de Oro y Santa Fe, a la que llegaba
invariablemente desde Floresta en el colectivo 34. Solía decir en público que
cuando una editorial se convierte en una “empresa editorial”, forzosamente la
parte de empresa empieza a pesar más que la meramente editorial y de ese modo
desvirtúa su razón de ser. Acaso una idea a la que le deberían prestar más
atención muchas editoriales de las llamadas “independientes”.
Nacido el 14 de diciembre de
1924 en un conventillo de Parque Patricios –que lo haría hincha empedernido de
Huracán–, fue hijo de un obrero municipal anarquista y de una profesora de
corte y confección. Como eran otras épocas, hizo sus estudios primarios y
secundarios, y logró entrar a la Universidad de Buenos Aires, donde hizo tres
años de Odontología. Después, interrumpió todo y se fue a vivir por un tiempo a
Bariloche. A su vuelta, en 1953, se afilió al Partido Comunista, donde
desarrolló una intensa actividad en el ámbito cultural, trabajando como coordinador
de la revista del Instituto
Argentino-Soviético. Luego, en 1959, fue expulsado del PC con Juan
Gelman, Andrés Rivera, Juan Carlos Portantiero, José Aricó y otros jóvenes
artistas e intelectuales, que acusaron el impacto de la revolución cubana y que
empezaban a resultarles incómodos a los jerarcas pro-soviéticos de entonces.
Con su amigo Carlos Alberto
Brocatto, en 1962, Mangieri creó Ediciones
Horizonte, que posteriormente, en homenaje al libro del poeta Raúl
González Tuñón –una de las pocas voces que dentro del PC se había mostrado
solidario con los disidentes–, tomó el
nombre definitivo de La Rosa Blindada. El resto forma parte de la
historia mítica: las ediciones de varios miles de libros de poesía –entre ellos
los del propio Tuñón, Hugo Acevedo, Juan Gelman, Javier Villafañe, Néstor Mux, Héctor
Negro, Laura Devetach, Eduardo Romano, el poeta turco Attila József, Bertold Brecht–, vendidos en paquetes de a cuatro; la
publicación de libros de Antonio
Gramsci, Vo Nguyen Giap, Ho Chi Minh, Mao Zedong, Ernesto Guevara, Regis Debray,
Roger Gaurady, y John William Cooke; la
revista del mismo nombre de la editorial, donde firman artículos, los pintores Carlos
Gorriarena, Enrique Aguirrezabala, Luis Felipe
Noé, el psicoanalista Antonio Caparrós (padre de Martín Caparrós, compañero de
primaria de los hijos de Mangieri), la escritora y traductora Estela Canto, el
historiador León Pomer, el filósofo León Rozitcher, el sociólogo Juan José
Sebreli, etc. (hoy existen un volumen que reunía un estudio y antología
dedicados tanto a la revista como a la editorial, responsabilidad de Néstor
Kohan que se publicó como La Rosa
Blindada, una pasión de los una pasión de los '60, y una edición facsimilar
publicada por la Biblioteca Nacional, cuando todavía era dirigida por Horacio
González); la edición de discos, entre los que alternaban los del Cuarteto
Cedrón con los de Vittorio Gassman, Carlos Puebla, Bola de Nieve, canciones de
la Guerra Civil española o Yves Montand (Mangieri
solía recordar, lleno de pudor, uno en el que sus propios poemas eran recitados
por Héctor Alterio); el viaje a China, junto con Andrés Rivera, y luego a
París, donde ya se preparaba el Mayo de 1968; la imprenta de una manzana en la
calle Ulrico Schmidl en Liniers; los allanamientos policiales; el robo de sus
bibliotecas; la actividad en el Sindicato de Prensa; la cercanía con el E.R.P.;
la pérdida de la imprenta, de varias bibliotecas, el silencio obligado, el
exilio interior en casa de la célebre Tía Raquela, “obrera fosforera”, según la
definía el propio Mangieri.
De
la época de la dictadura, hay una anécdota que Beatriz Sarlo contó durante el
homenaje que en 2004 le realizara el Centro Cultural “Ricardo Rojas”, con la
presencia del entonces rector de la Universidad de Buenos Aires, Jaime Jaim
Etcheverry. Según ese relato que ya forma parte de la picaresca de Mangieri,
estando en la clandestinidad, se arriesgó a visitar a su madre ya mayor, que
vivía en el caserón familiar de la calle Mercedes, en Floresta. Lo hizo con tal
suerte que llegó en el mismo momento en que el ejército estaba realizando un
procedimiento en la casa, con el objeto de apresarlo. Tocó el timbre, vio a su
madre que abrió la puerta sin decir palabra, rodeada de militares, y Mangieri
dijo: “Señora, soy el electricista. Veo que está ocupada. ¿Le parece que pase
en otro momento?”. “Sí, venga más tarde”, fue la respuesta de la madre, que no
en vano había criado a ese hijo. Y así Mangieri se salvó de un destino
probablemente fatal.
Durante
los primeros años de la democracia, Mangieri se acercó a los que por entonces
eran los nuevos poetas. Estableció sólidos vínculos con Víctor Redondo y la
gente de la revista y editorial Último
Reino y también con Javier Cófreces y la Danza del Ratón (que después, ya como editorial sería Ediciones en
Danza). Otro tanto sucedería algo después con Diario de Poesía y, posteriormente, con los jóvenes reunidos
alrededor de la revista 18 Whiskies.
A su vez, fundó Libros de Tierra Firme, su última editorial. Allí publicó,
nuevamente a González Tuñón y a Gelman (y hay que decir que éste le debe a
Mangieri, varios de sus libros del exilio –para cuya publicación el editor
hipotecó su casa en dos ocasiones–, y haber seguido en circulación entre los
jóvenes, mucho antes de que la lo considerara para su catálogo la editorial
Planeta). Pero la nueva lista de publicados incluía ahora a Raúl Gustavo Aguirre, Leopoldo Marechal, Francisco
Madariaga, Joaquín O. Giannuzzi, Leonidas Lamborghini, Juana Bignozzi, Luisa
Futoransky, Arnaldo Calveyra, Alberto Szpunberg, Diana Bellessi, Jorge
Aulicino, Alberto Laiseca, Daniel Freidemberg, Jorge García Sabal, Mirta
Rosenberg, Irene Gruss, Leopoldo Castilla, Víctor Redondo, Javier Cófreces, Jonio
González, Daniel Samoilovich, Martín Prieto, D.G. Helder, Osvaldo Aguirre,
Pablo Chacón y Fabián Casas, entre muchísimos otros. Y hubo asimismo nuevas
colecciones de poesía traducida: antologías de poesía francesa contemporánea,
de poesía irlandesa, catalana, colombiana y libros de autores como Henri Deluy
e Yves Di Manno. A sus tareas, Mangieri sumaba no sólo los
frecuentes envíos de polenta y ginebra al exilio francés de Gelman, sino
también acordarse del cumpleaños de la mamá de Szpunberg y llevarle un ramo de
flores en nombre del hijo, o inventar unos derechos de autor que casi no existían
para ayudar a Laiseca.
Famoso
por sus muletillas –“Es rigurosamente cierto”, “Hay que ser modesto por necesidad”,
“Hay que leer a los jóvenes que vienen del rock y de la droga”– y por sus
increíbles y complicadas bromas (ver video del cumpleaños del poeta jujeño Andrés
Fidalgo), iba y venía, incansable, relacionando gente insospechada de toda
relación, como, por ejemplo, las veces en que les llevaba los libros de Gelman
a Horacio Armani y María Esther Vázquez y estos lo invitaban a tomar el té. O
cuando le presentaba a su gran amigo Néstor Groppa, el poeta porteño radicado
en Jujuy, a los poetas más jóvenes; o cuando en el bar La Paz o la antigua
Liber/Arte –otras de sus “oficinas al paso”– se juntaba a discutir sobre
política con su amigo David Viñas o José Aricó, sin olvidar, claro, a algún
referente sindical de La Fraternidad y, después de 2001, de las asambleas
barriales. Por otra parte, su casa hacía las veces de hotel para más de un
amigo. De hecho, en sus primeros viajes a Buenos Aires allí solía recalar el Tata
Cedrón, quien termino amigo del peluquero de la mitad de cuadra, otro de los “Pilgrim fathers del barrio”, según la
curiosa denominación que Mangieri se aplicaba y le aplicaba a los viejos
vecinos. Él, para sus amigos, fue alternativamente “el loco”, “el gringo”, “la
bruja”, “Luisito” y, al decir de los más jóvenes, “Cowley”, el jefe en la serie
inglesa “Los profesionales”, que se emitía entre 1977 y 1983.
Ya muy enfermo, gracias a los esfuerzos de
los Javier Cófreces y Silvia Camerotto, Mangieri, que tantos libros hizo, vio
finalmente publicados sus conmovedores poemas completos, con los que tantos
años amenazó. Con un hilo de voz, preguntó por la tirada y el precio de tapa.
Unos días más tarde, se murió. Entonces Beatriz Sarlo habló con Horacio
González, y fue velado en la Biblioteca Nacional. Hubo allí un desfile
increíble de intelectuales, artistas, escritores, políticos y politólogos,
organizaciones por los derechos humanos –con las cuales Mangieri colaboró de
todos los modos posibles– y también gente de a pie, vecinos, curiosos. Dos días después de su muerte, me tocó
escribir una columna sobre él en otro medio. En esa oportunidad dije: “Hablando frente a académicos u obreros ferroviarios;
en un comité de escritores o en la asamblea vecinal de Floresta, fue siempre el
mismo: su decencia, su don de gente y su sentido del humor resultaban
igualmente visibles para todos. Por eso Fabián Casas, uno de los jóvenes poetas
a quien José Luis más quiso, ante el espectáculo de su energía decía que
Mangieri era ‘Highlander, el inmortal’. Sin embargo, por increíble que parezca,
se murió. La pérdida que deja para la cultura argentina es enorme. El cráter en
la ciudad, gigantesco.”
Ya
pasaron diez años desde esa fecha y todavía José Luis Mangieri sigue siendo una
referencia mayúscula para quienes lo conocieron. A tal punto que, frente a
determinados escándalos e injusticias que a diario nos propone la realidad
argentina, uno tiende a preguntarse qué diría.
linda nota!
ResponderEliminar