viernes, 9 de noviembre de 2018

A diez años de la muerte de José Luis Mangieri


Publicado en Cultura InfoBAE el pasado 1 de noviembre, el siguiente artículo escrito por el Administrador da cuenta de la vida y la obra del poeta y editor argentino José Luis Mangieri a diez años de su fallecimiento. En los tiempos que corren, su figura luminosa sigue siendo un ejemplo, aun cuando no siempre los jóvenes editores estén atentos a lo que significa la verdadera independencia editorial.

Qué diría Mangieri

“Con José Luis Mangieri se va un pedazo luminoso de la historia y la cultura de este país. Después de 52 años de amistad, ¿quién puede abrir la boca? Solamente el dolor”. Tales fueron las palabras de Juan Gelman, pocos días después de la muerte de su histórico editor, hace exactamente diez años.
                                        
Los testimonios podrían multiplicarse infinitamente. De hecho, Es rigurosamente cierto, de Karina Barrozo y Hernán Casabella –publicado en su momento por Libros del Rojas– es un intento de autobiografía y memoria plural de Mangieri, “un porteño pícaro”, como lo definiera Jorge Aulicino, que en cuarenta años de editor y tres editoriales –La Rosa Blindada, Ediciones Caldén, Libros de Tierra Firme– llegó a publicar a más de mil autores, cruzando a escritores, poetas y pensadores con artistas plásticos y músicos, a gente de izquierda y no tanto, a viejos y a jóvenes, logrando en ese tránsito que unos y otros se conocieran mutuamente y participaran en otros proyectos comunes. Ricardo Piglia, en el libro citado, había escrito: “Creo que, primero que nada, habría que señalar esa capacidad de organizar, italiana digo yo, italiana en el sentido de gramsciana, de lo que Gramsci llamaba la organización material de la cultura, porque la cultura necesita redes y José Luis se ha pasado la vida construyendo esas redes. Me acuerdo muy bien no solamente de la Rosa Blindada, sino de los libros que José Luis publicaba, el tipo de iniciativa, de originalidad que tuvo en el momento de publicar esos libros, que se vendían de a cuatro, en pequeñas ediciones. Entonces conservo esa idea primera de alguien capaz de organizar y de trabajar sobre la construcción de redes y circulaciones múltiples que, desde hace muchos años, ha terminado por constituirse en una referencia central de la poesía en la Argentina. Creo que mucho de lo que se dice de la poesía en la Argentina está ligado al tipo de trabajo que ha hecho José Luis, básicamente con la colección ‘Todos Bailan’”. A este respecto, el poeta D.G. Helder, dijo de Mangieri que su pasión “sutura las heridas de la historia argentina”. Por todas estas razones, siendo consejal metropolitana, Teresa Anchorena consiguió que lo nombraran ciudadano ilustre de la ciudad de Buenos Aires. En los fundamentos de la designación se lee: “"Tejió una compleja trama de relaciones, que comprende a no menos de cinco generaciones de escritores, artistas y lectores argentinos. Hizo todo eso sin contar con estructura alguna y, en más de una oportunidad, hipotecando su casa”. Así, muchos de sus autores lo recuerdan con su invariable bolsito repleto de originales, atendiendo en su “oficina”, una pizzería en la esquina de Oro y Santa Fe, a la que llegaba invariablemente desde Floresta en el colectivo 34. Solía decir en público que cuando una editorial se convierte en una “empresa editorial”, forzosamente la parte de empresa empieza a pesar más que la meramente editorial y de ese modo desvirtúa su razón de ser. Acaso una idea a la que le deberían prestar más atención muchas editoriales de las llamadas “independientes”. 

Nacido el 14 de diciembre de 1924 en un conventillo de Parque Patricios –que lo haría hincha empedernido de Huracán–, fue hijo de un obrero municipal anarquista y de una profesora de corte y confección. Como eran otras épocas, hizo sus estudios primarios y secundarios, y logró entrar a la Universidad de Buenos Aires, donde hizo tres años de Odontología. Después, interrumpió todo y se fue a vivir por un tiempo a Bariloche. A su vuelta, en 1953, se afilió al Partido Comunista, donde desarrolló una intensa actividad en el ámbito cultural, trabajando como coordinador de la revista del Instituto Argentino-Soviético. Luego, en 1959, fue expulsado del PC con Juan Gelman, Andrés Rivera, Juan Carlos Portantiero, José Aricó y otros jóvenes artistas e intelectuales, que acusaron el impacto de la revolución cubana y que empezaban a resultarles incómodos a los jerarcas pro-soviéticos de entonces.

Con su amigo Carlos Alberto Brocatto, en 1962, Mangieri creó Ediciones Horizonte, que posteriormente, en homenaje al libro del poeta Raúl González Tuñón –una de las pocas voces que dentro del PC se había mostrado solidario con los disidentes–,  tomó el nombre definitivo de La Rosa Blindada. El resto forma parte de la historia mítica: las ediciones de varios miles de libros de poesía –entre ellos los del propio Tuñón, Hugo Acevedo, Juan Gelman, Javier Villafañe, Néstor Mux, Héctor Negro, Laura Devetach, Eduardo Romano, el poeta turco Attila József,  Bertold Brecht–, vendidos en paquetes de a cuatro; la publicación de libros de Antonio Gramsci, Vo Nguyen Giap, Ho Chi Minh, Mao Zedong, Ernesto Guevara, Regis Debray, Roger Gaurady,  y John William Cooke; la revista del mismo nombre de la editorial, donde firman artículos, los pintores Carlos Gorriarena, Enrique Aguirrezabala, Luis Felipe Noé, el psicoanalista Antonio Caparrós (padre de Martín Caparrós, compañero de primaria de los hijos de Mangieri), la escritora y traductora Estela Canto, el historiador León Pomer, el filósofo León Rozitcher, el sociólogo Juan José Sebreli, etc. (hoy existen un volumen que reunía un estudio y antología dedicados tanto a la revista como a la editorial, responsabilidad de Néstor Kohan que se publicó como La Rosa Blindada, una pasión de los una pasión de los '60, y una edición facsimilar publicada por la Biblioteca Nacional, cuando todavía era dirigida por Horacio González); la edición de discos, entre los que alternaban los del Cuarteto Cedrón con los de Vittorio Gassman, Carlos Puebla, Bola de Nieve, canciones de la Guerra Civil española o Yves Montand (Mangieri solía recordar, lleno de pudor, uno en el que sus propios poemas eran recitados por Héctor Alterio); el viaje a China, junto con Andrés Rivera, y luego a París, donde ya se preparaba el Mayo de 1968; la imprenta de una manzana en la calle Ulrico Schmidl en Liniers; los allanamientos policiales; el robo de sus bibliotecas; la actividad en el Sindicato de Prensa; la cercanía con el E.R.P.; la pérdida de la imprenta, de varias bibliotecas, el silencio obligado, el exilio interior en casa de la célebre Tía Raquela, “obrera fosforera”, según la definía el propio Mangieri.

De la época de la dictadura, hay una anécdota que Beatriz Sarlo contó durante el homenaje que en 2004 le realizara el Centro Cultural “Ricardo Rojas”, con la presencia del entonces rector de la Universidad de Buenos Aires, Jaime Jaim Etcheverry. Según ese relato que ya forma parte de la picaresca de Mangieri, estando en la clandestinidad, se arriesgó a visitar a su madre ya mayor, que vivía en el caserón familiar de la calle Mercedes, en Floresta. Lo hizo con tal suerte que llegó en el mismo momento en que el ejército estaba realizando un procedimiento en la casa, con el objeto de apresarlo. Tocó el timbre, vio a su madre que abrió la puerta sin decir palabra, rodeada de militares, y Mangieri dijo: “Señora, soy el electricista. Veo que está ocupada. ¿Le parece que pase en otro momento?”. “Sí, venga más tarde”, fue la respuesta de la madre, que no en vano había criado a ese hijo. Y así Mangieri se salvó de un destino probablemente fatal.

Durante los primeros años de la democracia, Mangieri se acercó a los que por entonces eran los nuevos poetas. Estableció sólidos vínculos con Víctor Redondo y la gente de la revista y editorial Último Reino y también con Javier Cófreces y la Danza del Ratón (que después, ya como editorial sería Ediciones en Danza). Otro tanto sucedería algo después con Diario de Poesía y, posteriormente, con los jóvenes reunidos alrededor de la revista 18 Whiskies. A su vez, fundó Libros de Tierra Firme, su última editorial. Allí publicó, nuevamente a González Tuñón y a Gelman (y hay que decir que éste le debe a Mangieri, varios de sus libros del exilio –para cuya publicación el editor hipotecó su casa en dos ocasiones–, y haber seguido en circulación entre los jóvenes, mucho antes de que la lo considerara para su catálogo la editorial Planeta). Pero la nueva lista de publicados incluía ahora a Raúl Gustavo Aguirre, Leopoldo Marechal, Francisco Madariaga, Joaquín O. Giannuzzi, Leonidas Lamborghini, Juana Bignozzi, Luisa Futoransky, Arnaldo Calveyra, Alberto Szpunberg, Diana Bellessi, Jorge Aulicino, Alberto Laiseca, Daniel Freidemberg, Jorge García Sabal, Mirta Rosenberg, Irene Gruss, Leopoldo Castilla, Víctor Redondo, Javier Cófreces, Jonio González, Daniel Samoilovich, Martín Prieto, D.G. Helder, Osvaldo Aguirre, Pablo Chacón y Fabián Casas, entre muchísimos otros. Y hubo asimismo nuevas colecciones de poesía traducida: antologías de poesía francesa contemporánea, de poesía irlandesa, catalana, colombiana y libros de autores como Henri Deluy e Yves Di Manno. A sus tareas, Mangieri sumaba no sólo los frecuentes envíos de polenta y ginebra al exilio francés de Gelman, sino también acordarse del cumpleaños de la mamá de Szpunberg y llevarle un ramo de flores en nombre del hijo, o inventar unos derechos de autor que casi no existían para ayudar a Laiseca.

Famoso por sus muletillas –“Es rigurosamente cierto”, “Hay que ser modesto por necesidad”, “Hay que leer a los jóvenes que vienen del rock y de la droga”– y por sus increíbles y complicadas bromas (ver video del cumpleaños del poeta jujeño Andrés Fidalgo), iba y venía, incansable, relacionando gente insospechada de toda relación, como, por ejemplo, las veces en que les llevaba los libros de Gelman a Horacio Armani y María Esther Vázquez y estos lo invitaban a tomar el té. O cuando le presentaba a su gran amigo Néstor Groppa, el poeta porteño radicado en Jujuy, a los poetas más jóvenes; o cuando en el bar La Paz o la antigua Liber/Arte –otras de sus “oficinas al paso”– se juntaba a discutir sobre política con su amigo David Viñas o José Aricó, sin olvidar, claro, a algún referente sindical de La Fraternidad y, después de 2001, de las asambleas barriales. Por otra parte, su casa hacía las veces de hotel para más de un amigo. De hecho, en sus primeros viajes a Buenos Aires allí solía recalar el Tata Cedrón, quien termino amigo del peluquero de la mitad de cuadra, otro de los “Pilgrim fathers del barrio”, según la curiosa denominación que Mangieri se aplicaba y le aplicaba a los viejos vecinos. Él, para sus amigos, fue alternativamente “el loco”, “el gringo”, “la bruja”, “Luisito” y, al decir de los más jóvenes, “Cowley”, el jefe en la serie inglesa “Los profesionales”, que se emitía entre 1977 y 1983.

Ya muy enfermo, gracias a los esfuerzos de los Javier Cófreces y Silvia Camerotto, Mangieri, que tantos libros hizo, vio finalmente publicados sus conmovedores poemas completos, con los que tantos años amenazó. Con un hilo de voz, preguntó por la tirada y el precio de tapa. Unos días más tarde, se murió. Entonces Beatriz Sarlo habló con Horacio González, y fue velado en la Biblioteca Nacional. Hubo allí un desfile increíble de intelectuales, artistas, escritores, políticos y politólogos, organizaciones por los derechos humanos –con las cuales Mangieri colaboró de todos los modos posibles– y también gente de a pie, vecinos, curiosos.  Dos días después de su muerte, me tocó escribir una columna sobre él en otro medio. En esa oportunidad dije: “Hablando frente a académicos u obreros ferroviarios; en un comité de escritores o en la asamblea vecinal de Floresta, fue siempre el mismo: su decencia, su don de gente y su sentido del humor resultaban igualmente visibles para todos. Por eso Fabián Casas, uno de los jóvenes poetas a quien José Luis más quiso, ante el espectáculo de su energía decía que Mangieri era ‘Highlander, el inmortal’. Sin embargo, por increíble que parezca, se murió. La pérdida que deja para la cultura argentina es enorme. El cráter en la ciudad, gigantesco.”

Ya pasaron diez años desde esa fecha y todavía José Luis Mangieri sigue siendo una referencia mayúscula para quienes lo conocieron. A tal punto que, frente a determinados escándalos e injusticias que a diario nos propone la realidad argentina, uno tiende a preguntarse qué diría.

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