Gabriela Cabezón Cámara |
Libros digitales: ni libres
ni gratis
Hace
dos días, en Biblioteca Virtual, grupo de Facebook creado por la poeta Selva
Dipasquale donde más de 15 mil participantes comparten libros digitales,
Gabriela Cabezón Cámara publicó: “Hola querides. Me parecen muy lindas sus
buenas intenciones pero les pido que no circulen mis libros. Les voy a dar un
ejemplo de para qué sirven las regalías que tenemos por los libros. El año
pasado me enfermé cuatro meses y no pude dar los talleres. Por ende, no tuve
ingresos. Si no hubiera sido por las regalías de Las aventuras de la China
Iron, que me llevó tres años de muchísimo trabajo, habría tenido que pedir
limosnas. Ustedes pueden pensar que yo tengo que pedir limosna si me enfermo.
Yo no”.
La
recomendación generó comentarios, casi debate sobre los derechos de autor. El
texto de Cabezón Cámara está en sintonía con la campaña respecto de la
circulación de obras en formato digital por parte del colectivo Unión Argentina
de Escritoras y Escritores (en Twitter: @uniondeescritor).
Como
si estuviera mirando de reojo el futuro, el pasado lunes, el medio
independiente español El Salto
publicó un artículo de Brigitte Vasallo titulado: “¿Quién genera la cultura
gratuita?”. Allí se lee: “Cultura gratis para que todas tengamos acceso a la
cultura. El argumento, sin embargo, tiene trampa (…) La trampa es que, para
hacerlo, revienta la producción, expulsando de ella a las pequeñas productoras
locales. (…) Otra trampa, sin embargo, en el debate, es la confusión entre
cultura e industria cultural. La gratuidad tiene consecuencias en el acceso a
la cultura. No en su consumo, pero sí en su producción. Lejos de liberar los
productos culturales, los discursos, deja su creación en manos de quien se la
puede permitir. Libera el consumo, pero secuestra la producción, se la entrega
de manera descarnada al capital, convirtiéndola en un lujo que solo algunos se
pueden permitir”. Y a modo de cierre, Vasallo abre el abismo: “Así que tenemos
un debate de fondo: ¿queremos que todos los productos culturales que nos
alimentan provengan de la burguesía? ¿Queremos un arte cuya única experiencia
de opresión de clase sea inventada, o un arte que solo responda a los intereses
del amo y se vea obligada a silenciar las cuestiones que realmente apuntan al
amo?”.
Según
Fernando Soto, abogado de María Kodama, “el derecho de propiedad intelectual es
un derecho humano, de protección por todos los organismos internacionales de
DD.HH. Está muy bien que los autores protejan su obra y se opongan a la
publicación sin autorización. Ahora bien, ello abarca a todos los autores,
incluyendo a Borges. Nadie tiene derecho a publicar la obra de otro sin su
autorización. Tampoco la de Borges, por supuesto”. La ironía: varios escritores
hoy preocupados por el resguardo de sus libros digitalizados hace unos años
defendieron a Pablo Katchadjian, demandado por reproducir sin autorización el
cuento "El Aleph".
Para
Pablo Farrés, autor de El punto idiota, entre otras novelas, el escritor
enfrenta una ética respecto de su obra: “No puedo imaginar que el tipo que
trabaja en una fábrica de chizitos defienda al patrón que lo somete atrapando
ladrones de chizitos en el supermercado del barrio. El tipo que produce el
chizito y cobra un salario (que no le alcanza ni para comprar chizitos) diría:
‘No es un tema mío ir a cazar ladrones de chizitos, al fin y al cabo no son
míos; son los dueños del supermercado y de la fábrica –y los aparatos
ideológicos y represivos a su disposición– los que deberían preocuparse’. En
fin, si mis derechos sobre el chizito producido ya fueron vendidos como mi alma
al diablo, ¿por qué voy ahora a defender los derechos del diablo? Claro que
todo el mundo tiene derecho a quejarse cuando se siente robado, el punto es
contra quién está dirigida la queja –quién es el que de verdad te roba cuando
te están pagando un mísero 10% del valor de venta de tu libro y encima de todo
se arroga el lugar de definir qué es literatura imponiendo sus criterios
comerciales como criterios de producción literaria–. Yo mismo trabajo en una
fábrica de chizitos y no me alcanza para comprar todos los chizitos que
necesito para vivir, por lo que –tengo que confesarlo– me he convertido en un
conspicuo, orgulloso y acérrimo ladrón de chizitos digitales; no puedo vivir
sin chizitos digitales, mi organismo no resiste ningún otro alimento, y si no
existieran internet, el PDF o el e-book, creo que moriría de inanición”. Libros
ni libres ni gratis, entonces.
Cuando
termine este encierro, ¿existirá alguna librería donde comprarlos? ¿Quedarán
lectores con capacidad de compra?
LAMENTABLE OPINIÓN DE PABLO FARRÉS. NO ESTÁ DEFENDIENDO A LA EDITORIAL QUE LO PUBLICA, SEA CAPITALISTA O NO...ESTÁ DEFENDIENDO A LOS DERECCHOS INTELECTUALES DE QUIÉN CERA. UN SILOGISMO DE LOS CHIZITOS...LAMENTABLE
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