Más
allá de la desmedida promoción de buenos autores como John Banville y, más acá
en el tiempo, Colm Toibin, la literatura irlandesa de la segunda mitad del
siglo XX y los primeros años del siglo XXI tuvo dos grandes narradores,
unánimemente reconocidos por sus pares de lengua inglesa y, más
específicamente, por los escritores de su propio país: John McGahern (1934-2006) y William
Trevor (1928-2016). Y aunque sus nombres encabezan las frecuentes encuestas
que los diarios británicos organizan periódicamente, y sus lectores se
multiplican en el mundo anglófono, para la lengua castellana son apenas dos
presencias discretas, mal conocidas, si no directamente ignoradas.
Andrés Hax |
La
reciente publicación por parte de la editorial Edhasa de Argentina, de una
selección de cuentos de William Trevor, fue la excusa para que el Administrador
de este blog, entrevistara a Andrés Hax,
su traductor, además de un excelente periodista que, cuando Ñ era una buena revista, formó parte de
su redacción.
–¿Cómo llegaste
a William Trevor? ¿Lo –conocías antes de que te ofrecieran traducirlo?
–Yo nací y me crié en los Estados Unidos y, de
joven, cuando empecé a recorrer librerías Trevor estaba por todos lados. Es un
escritor muy difundido y leído allá. Sumado a esto, publicaba en The New Yorker, lo cual le dio un público
de nivel nacional. Yo lo conocí en un un maravilloso volumen de 1261 páginas y
docenas de cuentos, que era su mayor recopilación hasta ese momento. Viviría y escribiría mucho
más. Recuerdo que me intrigó mucho una cita en la contratapa de Madison Smart Bell que decía sobre el tomo:
“Esto es un manual para cualquier persona que pretenda escribir cuentos y un
tesoro para los quienes aman leerlos”.
–Dada la inmensa
cantidad de cuentos que escribió, ¿cómo procediste a elegir los que están en la
antología?
–Trevor, en general tiene tres áreas o locaciones sobre
las que escribe: la Irlanda rural y Dublín, Londres u otras ciudades inglesas
y, por último, Italia (siempre retratando turistas ingleses a ese país). Para
comenzar quise equilibrar esos escenarios. Otro criterio fue mezclar cuentos
relativamente cortos con otros mucho más largos. Leí varias de sus novelas
también, para entrar en el ritmo de su prosa. También diría que en el orden de
los cuentos quise crear un flujo que funcionara como novela polifónica. Aunque
eso no creo que se detecte, fue como un juego mío que influyó en la selección y
traducción de los cuentos.
–¿Cuáles fueron
los mayores problemas que te planteó la traducción?
–Yo considero que Trevor es un escritor muy claro
sin complicaciones en cuanto a su sintáxis. Diría que no tiene una prosa
compleja. Es claro y directo. Está mucho más cerca de Dublineses que de Ulises,
para poner un ejemplo. Lo que me complicó en el primer borrador de la
traducción fueron los coloquialismos irlandeses. Primero decidí traducirlos al porteño,
pero pronto me di cuenta de que eso sonaba falso. Y el mayor problema, aunque
fue un problema placentero, fue elegir entre la masiva cantidad de cuentos. Diría
que, al traducirlo, tuve la sensación de estar escribiendo cuentos yo mismo y
vi claramente en ese ejercicio que la aparente simplicidad de Trevor es
engañosa. A nivel psicológico es muy complejo: las emociones de sus personajes,
los paisajes, su tristeza.
–¿A qué atribuís
que Trevor no sea más conocido en castellano?
–No lo entiendo. Es reconocido casi unánimemente
como uno de los grandes cuentistas del siglo XX (aunque escribió mucho en
nuestro siglo también). O sea que, por el lado del prestigio crítico, no hay dudas.
Es un autor que se presta muy bien a la relectura. Como dije, sus cuentos
aparentemente simples son, de una manera inefable, muy complejos. Espero que
este volumen que acaba de salir despierte algún interés en Trevor y lleve a
muchas más traducciones de su literatura.
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