Claudia Bernaldo de Quirós
–¿Qué sentido tienen los agentes literarios?
–Un agente literario es la persona que defiende los derechos del autor o autora. Es la persona encargada de lograr que el autor edite el mejor texto posible, en la mejor editorial posible y con las mejores condiciones posibles.
El compromiso mío frente a un autor, es como digo, mover sus textos entre las editoriales más interesantes y hacer todas las gestiones necesarias para que se publique.
Nos encargamos de toda la gestión que implica una publicación: discutir los términos del contrato, vigilar el cumplimiento de lo acordado.
Y cuando el libro ya está editado revisamos las liquidaciones, los compromisos.
En suma, un agente brinda al autor su conocimiento literario, su conocimiento del mercado editorial, sus contactos, su conocimiento jurídico para los contratos, administrativos para las liquidaciones y su cariño para establecer una relación de respeto y de confianza.
En cuanto a si es importante tener o no tener un agente es una decisión personal. Yo creo que sirven/servimos para proteger los derechos del autor y para conseguir mejoras en los contratos (los autores suelen firmar sin pensar mucho en el futuro o aceptar condiciones francamente leoninas) para interesar a más editoriales, para desentenderte de los asuntos administrativos y dedicarte a escribir, para ser traducido.... En suma, para conseguir mayor proyección.
Esta es una agencia mediana. Le doy mucha importancia al vínculo con los autores, y a los textos. Si me enamoro de un texto ya pueden caer rayos y centellas que conseguiré que se publique.
Me gusta arriesgar y no necesito grandes curriculums sino que los textos me interesen.
No me desaliento fácilmente, sé que esto es una carrera de fondo y no un sprint y soy muy trabajadora e insistente... Por eso pido paciencia y confianza en mi trabajo.
Me importa mucho lograr establecer un equipo de trabajo con el autor basado en la confianza y en el reconocimiento de que todos tiramos del mismo carro.
Me gusta estar informada de las cuestiones de prensa y promoción de los autores y de los libros , ya viste que somos muy activos en FB, en Instagram, en Twiter...
Como dije, concibo este trabajo y la relación entre autor/agente como la de un equipo que ambos tiramos para el mismo lado. No tomo ninguna decisión con la que el autor no esté de acuerdo , parece obvio, pero lo aclaro. Procuro siempre brindar los pros y los contras de las cosas, los riesgos o aciertos que asumimos antes de tomar una decisión.
Y para eso trazo/trazamos un camino a seguir. Juntos, en equipo.
–¿Qué sentido tienen los agentes literarios?
–En verdad, no creo que pueda aportar desde mi lugar, porque son temáticas que me escapan: no soy autor, desconozco el negocio editorial más allá de mi contacto directo con editores, solo una vez en mi vida hablé con un agente literario (un alemán que representa a un escritor ruso contemporáneo), tampoco frecuento ferias del libro donde se dan esas instancias de negociación de derechos autorales.
–Considerando que a los autores les corresponde entre el 10% y el 8% del precio de tapa de los libros que publican, y a los traductores entre el 4% y el 1%, cómo se justifica que a las librerías les toque entre el 40% y el 35% y a las distribuidoras entre el 30% y el 25%, reservándose el resto a las editoriales. ¿Se puede sostener esa proporción? ¿Por qué sí o por qué no?
–En cuanto al 10% de regalías, no sé cómo se llegó a esa suma.
–¿Qué pasa con las traducciones cuando los autores cambian de editorial y se decide usar una traducción nueva?
–Lo de la traducción “abandonada”, por así decir, es una buena pregunta; supongo que, como indica Ariel Magnus, mucho derecho uno no tiene al pataleo si en su momento cobró el dinero que le corresponde. Suponete que yo traduzco a un autor ruso vivo y, 6 años después, una editorial española arregla otra traducción del mismo libro. Si yo cobré en su momento, no sé incluso si tengo derecho a algún reclamo. Sí me sorprendería lo opuesto: que me ofrecieran traducir un libro que se publicó hace 6 años en otra parte; ahí creo que trataría de indagar por qué han desechado la traducción precedente de un colega (yo cuento con una ventaja: el mundo de la traducción ruso-español es muy pequeño y medio que nos conocemos todos a ambos lados del charco; no sería difícil escribir al o a la colega y preguntar qué ha pasado). Pero, como ves, te hablo desde supuestos.
–Considerando que a los autores les corresponde entre el 10% y el 8% del precio de tapa de los libros que publican, y a los traductores entre el 4% y el 1%, cómo se justifica que a las librerías les toque entre el 40% y el 35% y a las distribuidoras entre el 30% y el 25%, reservándose el resto a las editoriales. ¿Se puede sostener esa proporción? ¿Por qué sí o por qué no?
–Para mí los porcentajes son un misterio. La única explicación que me dieron en su momento tenía más pinta de justificación a posteriori que de verdadero origen de los números, y la olvidé enseguida. Si alguien tiene una convincente, me encantaría oírla.
–¿Qué pasa con las traducciones cuando los autores cambian de editorial y se decide usar una traducción nueva?
–Me ocurrió que me ofrecieran libros traducidos hacía relativamente poco, por ejemplo. Y es curioso: cada vez que yo le decía al editor que bien podría tratar de conseguir los derechos de esa traducción en vez de hacer una nueva (y a lo sumo revisarla o localizarla con permiso o colaboración del traductor), me decía que ni lo había intentado ni la había leído, pero que de todas formas “sabía” que sería más engorroso que hacerla de cero. No puedo ni confirmar ni refutar la intuición esa.
Otra experiencia que sí tuve fue traducir a un autor que se manejaba exclusivamente con la agente a la hora de responder consultas de traducción, nunca de manera personal. Pero como al final no contestó a la única consulta que le hice (ya sea porque la agente nunca le pasó la consulta a él, o la respuesta a mí, o porque simplemente él no quiso contestar), no creo que este sea un ejemplo que sume demasiado al debate, salvo quizá para ilustrar cómo un agente puede para aislar todavía más al autor del resto de la cadena de producción de un libro. En este caso, por lo que sé, el aislamiento era deseado por el autor mismo, más que un efecto secundario.
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