“Editar es negociar; nunca imponer”
–El trabajo con los textos, antes de la publicación, es un aspecto esencial para ti como editora y para Laurel como editorial.
–Sí. Creo que es uno de los aportes específicos que yo puedo hacer. Para ser una buena editora se necesitan destrezas de distinto tipo, y varias de esas destrezas yo no las tengo, así que me concentro en las que sí tengo. Laurel es una editorial muy nueva, pero yo tengo en las espaldas décadas de trabajar textos de temas variados, desde astronomía a periodismo, economía y literatura, casi siempre de modo muy anónimo, casi siempre con buena recepción, así que llegó el momento de usar esa experiencia y convertirla en los motores de un proyecto editorial que es muy modesto en escala, al ser una editorial “de fin de semana” o part-time, y que no puede crecer mucho, porque esa destreza que pretendo tener es intensiva en tiempo y difícil de delegar.
Además me gusta mucho esa fase, la edición del material, que comienza con consejos y peticiones generales a la autora o autor, y que sigue con el análisis frase por frase, y no termina sino varias rondas después. En paralelo también pensamos si el orden o la estructura son los mejores posibles, y si hay dudas, probamos otros.
–¿Qué tan extenso y demandante es este proceso?
–Es habitual que intervenga bastante los textos, y para eso me gusta contar con la confianza de mi contraparte. Antes me irritaba que no me concedieran esa confianza y tuve varios desacuerdos y hasta peleas por esa razón, pero ya aprendí que no es culpa suya, en absoluto; que mi molestia está fuera de lugar y que es mi problema hacer que confíen en mí.
Trabajo los cambios con todo el cuidado y la concentración que puedo y devuelvo a sus autores el material editado completo, no por partes –por supuesto en calidad de propuesta–, que entonces pasamos a discutir, a veces caso por caso, coma por coma. Puede ocurrir que la novela ahora comience con una escena que originalmente estaba a la mitad o no existía, o que haya escrito un párrafo nuevo completo, o que proponga eliminar un cuento de una antología o un personaje que es muy querido por la autora porque es la trasposición de una persona real. Esto es una negociación –te dejo pasar esto, pero esto no; escríbeme un párrafo más aquí; si no te gusta lo saco, pero entonces saquemos esto también–, pero nunca una imposición. Yo tengo que convencer o persuadir, dar seguridad, insistir. Eso también se aprende y creo que lo hago mejor que antes.
Es lo que trato de hacer, y lo hago de una manera tan intencionada que lo estoy destacando como una característica de Laurel, pero eso no significa que tenga éxito siempre. A veces todo sale mal. A veces estoy equivocada y en la “negociación” me convencen a mí y entonces revierto el proceso. Y me parece bien porque esto no es una competencia.
–Hay muchas editoriales que no profundizan mucho en el texto, que no son tan minuciosas en sus procesos editoriales. Para ti, sin embargo, es algo primordial...
–Nunca me preguntan por estas cosas, así que quiero aprovechar para decir que, aunque creo que mi trabajo es bueno, todas esas operaciones para mí son rutinarias, parte del trabajo, proposiciones reemplazables por otras, y no las veo como una disminución o atentado contra la propuesta artística o el proyecto literario del otro. Esa idea de la obra intocable o de la autoría total me parece absurda o irreal, como si no se pudiera admirar el trabajo de un director de fotografía sin desmerecer al director de la película. Hay asuntos psicológicos ahí que son complicados también, pero no me voy a meter en eso.
Por otra parte, casi la mitad de nuestro catálogo hasta ahora son reediciones de obras que salieron en otros países o en el pasado, y a veces hay poco que editar. Parece una contradicción, pero la razón es nuevamente que Laurel es una editorial “de fin de semana”. Yo trabajo en una universidad, tengo varios otros trabajos como free lance, y el tiempo que le puedo dedicar a Laurel, así como el tiempo de mis socios Paula, Pablo y Carlos, y de nuestra asistente Carolina, es muy limitado. Por eso, por publicar libros “ya hechos”, leí a alguien despreciándonos porque “Laurel no edita”. Bueno, la ignorancia es atrevida.
–Esta relación editorial tan cercana que tienes con el texto es uno de los muchos procesos invisibles que hay detrás de un libro. Es una relación mucho más hacia el texto que hacia el autor, ¿no crees? ¿Cuál es tu filosofía personal al respecto?
–Es cierto que no tengo una relación tan cercana o íntima con los autores como la tienen quizás editores más jóvenes. La veo como una relación profesional entre adultos, y siento un compromiso con la obra antes que con la persona. Aunque normalmente me encariño con ambas.
La palabra filosofía me queda muy grande para lo que en realidad es una mera racionalización a posteriori. Yo no estudié edición ni literatura, así que la idea de que los textos hay que editarlos me viene del periodismo, donde a nadie le extraña que pasen por un montón de manos y el estilo está condicionado –bueno, estaba– a una cantidad de espacio, que es lo que manda. Además, mis años como editora novata los pasé trabajando en colecciones científicas y de ensayo traducido, por lo que la búsqueda de la exactitud y el despliegue racional de los argumentos y causalidades es algo que tengo muy practicado. En la edición científica un dato malo o una afirmación errada no se pueden dejar pasar. En cualquier área, en realidad. En la edición de traducciones se aprende a escuchar nuestra lengua, su cadencia y su infinito vocabulario, y a detectar construcciones clonadas y traducciones mentirosas o incompletas por pereza. Por último, yo al menos aprendí que esta parte del trabajo era central, no sabría hacerlo de otra forma. O más bien sí sabría pero me parece sin asunto, muy aburrido.
–¿Cómo decidiste que no querías publicar literatura comercial?
–Yo quisiera que mis libros se vendieran mucho y fueran muy comerciales, solo que no lo logro. Pero no es una decisión difícil: ya que voy a invertir mis propios ahorros y los de mis cercanos en una empresa con retornos extremadamente inciertos, quiero pasarlo bien en el proceso, y la literatura que solemos calificar como comercial no me hace pasarlo bien porque es muy mala.
–¿Cómo seleccionas los textos con los que vas a trabajar durante meses?
–La prospección la tengo muy poco profesionalizada y es una de las fases del trabajo que hacen mucho mejor mis compañeros editores y editoras más jóvenes. Dada mi falta de tiempo, descanso en recomendaciones de amigas escritoras y agentes, manuscritos que nos llegan y lecturas personales del pasado. También encuentro cosas en concursos literarios en que soy jurado –de hecho, acepto por esa razón.
He leído mucho en mi vida, y con eso suplo en parte la falta de estudios formales de literatura. La otra parte no sé de dónde viene, pero, al leer un manuscrito que no es perfecto pero tiene potencial, lo veo. Es como la amiga arquitecta que te acompaña a ver una casa para comprar o arrendar: tú no ves nada bueno en ese lugar horrible porque está oscuro o tapado de muebles feos, pero ella ve el potencial y te dice que si tiras esta pared de aquí te queda un espacio iluminado y genial, o que en este patio duro te caben dos limoneros para colgar una hamaca: yo tengo que hacer ese esfuerzo de imaginación también, y lograr transmitirlo.
–¿Cuál podría ser el título representativo de Laurel?
–Quizás El Museo de la Bruma, del poeta y editor chileno Galo Ghigliotto. Es una novela larga, de 304 páginas, compleja, exigente en la forma y desasosegante para cierta lectoría que necesita saber en todo momento qué es verdad y qué es ficción. Se estructura como una seguidilla de fichas de un museo del horror de la Patagonia, divididas en varios salones y con algunas claves de lectura. Ganó un premio a la edición y el premio a la mejor novela publicada en 2019 del Ministerio de Cultura de Chile, pero no la cito por eso, sino porque me parece representativa de Laurel en dos sentidos: primero, el catálogo tiene una tendencia hacia obras difíciles de clasificar, y eso suele verse en las reseñas, que parten discutiendo ¿pero esto qué es?, y lo segundo es lo que hemos estado hablando. Galo llegó con esta novela increíble, pero con ciertas dudas sobre su disposición y otros asuntos, que resolvimos en la mejor de las ondas, mandándonos de ida y vuelta listas con el orden de las entradas o yo pidiéndole que escribiera fragmentos nuevos, cosa que hizo de manera excelente.
–¿Cómo te relacionas con las tendencias y los temas de actualidad; cómo les respondes?
–Me relaciono como ciudadana informada pero también consciente de que no podemos abarcar todo. Si entiendo de otro modo tu pregunta, estoy bien consciente de ciertas tendencias o incluso modas escriturales y temáticas en la narrativa actual latinoamericana, por ejemplo, pero no las rehúyo ni las persigo en cuanto tales. No las busco intencionadamente porque me gusta la variedad, y no las rehúyo porque pienso de este modo: somos los propios escritores, editores y críticos quienes nos aburrimos rápido de una tendencia o moda por su repetición, pero es porque lo leemos todo, o muchísimo. Sin embargo el público lector quizá conoce dos o tres títulos parecidos y ya le estamos diciendo que murió la novela, etcétera. Yo esperaría que el cansancio con un género o estilo viniera de ellos, no de un circuito endogámico que se juega su prestigio profesional en la crítica, pero no siempre está entendiendo o interesado en las masas lectoras.
–¿A qué público apunta el catálogo de Laurel?
–La respuesta está lejos del ideal (nos gustaría que fuera todo el mundo), pero cerca de lo real. Antes, un pequeño diagnóstico muy a grandes rasgos. Creo que localmente el circuito letrado está bien servido. Hay muchas editoriales literarias pequeñas, pero con hermosos catálogos y una sensibilidad que procede de la formación de sus editores: poetas, narradores, egresados de Letras. Llamo aquí “circuito letrado” al que produce y consume regularmente poesía, ensayo literario, diarios de escritores, libros de crítica, compilaciones de cartas, libros que se estudian en la carrera. Nosotros no hacemos eso, porque ya hay gente que lo hace muy bien.
Lo que hemos ido configurando es la aspiración de atraer otro público, uno que estaba un poco abandonado en la escena local, sintiéndose perdido, sin guía tras el cierre de los espacios culturales en la prensa diaria, o capturado por el bestseller de calidad o los ránkings de libros más vendidos, por decir algo, y son las personas que no tienen conexiones con el circuito letrado, que tienen profesiones no relacionadas, pero que aman leer y están bien dispuestas hacia lo difícil, a ir más allá de la novela de moda. Me parece que a ese público le podemos entregar lecturas de calidad, ser una especie de puente entre mundos que no se tocan demasiado. La idea es construir algo muy difícil pero no imposible: que lleguen a confiar en la editorial hasta el punto de probar lecturas de las que no tienen ninguna referencia.
Pensando en ese mismo público, estamos por lanzar la primera colección de Laurel, una de ensayo académico, con libros de historia, política, estética o ciencia que requieren un trabajo de edición fuerte y centrado en el público, y que creo que puede ser un aporte al debate público tan necesario en estos tiempos (y siempre).
–¿Qué te ha dado la edición que de otra forma no hubiera sido posible?
–No tener que levantarme temprano. Conocer profesiones y áreas del pensamiento muy diversas. Tener vislumbres de cómo funciona la mente creativa en literatura. Pasar el día en un entorno más bien calmo y silencioso. Esto último es un privilegio muy escaso y lo aprecio mucho.
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