Como ya fue dicho muchas veces en este blog, una feria de libros es, en primer lugar, un hecho comercial. Quien lo dude puede comprobar en el diccionario que la palabra “feria”, en su acepción más amable, significa “Instalación en la que se exhiben cada cierto tiempo productos de un determinado ramo industrial o comercial para su promoción y venta”. Por alguna razón, cuando lo que se venden son libros, discos u otros productos afines, se las suele calificar de “hecho cultural”, tal es el respeto que nuestra sociedad todavía guarda por los bienes simbólicos, sin pensar que, más allá de lo que se venda, una feria es siempre una fiera. A priori, no hay nada vergonzante en ello, por eso, a veces sorprende que se carguen las tintas en el valor cultural que tiene la exposición y venta masiva de libros, circunstancia que a lo largo de todo el año sucede en las librerías.
La cosa es apenas un poco más compleja cuando se habla de exposición y venta de libros de editoriales “independientes”. Más allá de que el término englobe muchas cosas distintas (y no todas santas), el valor que tiene una feria como la FED es amontonar en un mismo sitio la producción de muchos sellos medianos y pequeños que, por la desleal competencia de las multinacionales, no siempre pueden verse en las librerías. Sin embargo, los buenos lectores no sólo saben que esos libros existen, sino también que pueden comprarse todo el año en muchos otros lugares que no son la FED.
La diferencia, en todo caso, es que en la FED son los editores los que venden directamente al público, aconsejándolos sobre sus catálogos y promocionando sus libros directamente, sin la mediación de los libreros. Los editores, a su vez, se benefician por la venta directa, que los exime de pagar el 35, 40 o 45% que exigen las librerías sobre el precio de tapa, razón por la cual tienen un margen mayor de ganancia y la posibilidad de ofrecer un descuento más interesante que el mísero 10% que algunas librerías (no todas) les otorgan a los compradores que paguen al contado.
Dicho todo esto, que sólo busca poner las cosas en su lugar y no exagerar sobre los hechos comerciales próximos a la cultura, lo que sigue es la crónica que Daniel Gigena publicó el pasado 3 de octubre en el diario La Nación, de Buenos Aires, comentando lo ocurrido en la última edición de la FED, que acaba de concluir.
Éxito total. La Feria de Editores superó los
récords de público y ventas del “prepandémico” 2019
Después del susto que provocó la lluvia del sábado al mediodía, que determinó que la 10ª Feria de Editores comenzara y terminara una hora después ese día, Filas de tres cuadras de lectores esperaban con ansiedad ingresar al evento y con un aforo de quinientas personas que reunió a 210 editoriales al aire libre frente al Parque de la Estación. “La euforia por el reencuentro en un evento presencial después de la pandemia se reflejó en la venta de libros”, resumió el editor Alejandro Winograd, con stand en la esquina de Perón y Anchorena. “Los libros cara a cara”, agregó.
Su colega de Maten al Mensajero, Santiago Kahn, dijo a La Nación que las ventas de ejemplares en esta edición habían superado las del prepandémico 2019. En el stand del sello Oblsohka, la editora y escritora Silvia Itkin contó que durante la pandemia su catálogo se había quintuplicado y que eso se reflejaba en las ventas. Las narraciones de Marcos Crotto Vila, Flor Canosa y Flavio Lo Presti estuvieron entre las más solicitadas en ese puesto. La mayoría de los editores coincidieron en que esta edición había sido mejor que la de 2019, que se hizo en las instalaciones del Centro Cultural Konex. No obstante disminuyó la cantidad de sellos participantes: de 260 cayó a 210.
La FED no tuvo nada que envidiarle al BocaRiver presencial y, a diferencia del superclásico, en este encuentro ganaron todos: editores, libreros y lectores. Un total de 16.300 personas de todas las edades (con mayoría juvenil) pasó por la feria. Esta cifra de asistentes también superó la marca de 2019. Según los organizadores, la concurrencia fue creciendo desde el día de la apertura: el viernes fueron 3200 personas; el sábado, 5300, y el domingo, 7800.
Los descuentos a las librerías aliadas de la FED (que el viernes compraron ejemplares a mitad de precio) y las promociones empujaron las ventas hacia arriba. En los stands de Mardulce, Sigilo, Miluno, Fiordo, Conejos, Entropía, Marciana, Aurelia Rivera y Rosa Iceberg, las novedades ensayos de Victoria Ocampo y cuentos de Willa Cather, novelas de la mexicana Clyo Mendoza y Santiago La Rosa (coeditor de Chai con Soledad Urquia), escritos de Tununa Mercado y del historiador alemán Aby Warburg, cuentos de Tomás Downey, la nueva novela de Graciela Batticuore, la novela de la artista sanjuanina Ansilta Grizas, la nouvelle de la montevideana Fernanda Trías, un ensayo de Adrián Melo sobre el músico brasileño Cazuza y el inolvidable Federico Moura y una bitácora de escritura de Gabriela Bejerman, respectivamente fueron algunos de los títulos más requeridos. Algunas editoriales, como Mandacaru (especializada en libros de afrodescendientes, mujeres y trans de lengua portuguesa y que está a cargo de académicas y activistas de la Argentina y Brasil) y Hexágono (de narrativa y poesía argentina dirigido por dos jóvenes editoras), debutaron en la décima edición de la FED con sus catálogos. Con el Parque de la Estación y el canto de los pájaros de fondo (hasta que arrancaron los ensayos de las murgas), los editores conversaron con los lectores.
“Estamos emocionados por la visita de más de dieciséis mil lectoras y lectores que charlaron sobre libros durante horas con pequeñas editoriales dijo Víctor Malumián, ‘alma páter’ de la FED. Es una alegría ver el interés por los miles de catálogos que nuclean editoriales y librerías de todo el país”. La cordobesa DocumentA/Escénicas (con El Periférico de Objetos. Un testimonio y la novela Maratonista ciego, de Emilio García Wehbi), las platenses EME y Mil Botellas, la cordobesa Caballo Negro, la rosarina Danke y la litoraleña Neutrinos estuvieron en la FED. En el stand del Ministerio de Cultura porteño y la librería virtual Salvaje Federal, hubo en honor a su nombre catálogos de quince sellos de provincias. Allí los best sellers fueron dos “rescates”: Vida, obra y milagros de Marcelo Fox (Borde Perdido), de Matías H. Raia y Agustín Conde de Boeck, y Mi hogar de niebla (Eduner), de Ana Teresa Fabani.
Este fin de semana, por la calle Perón circularon varios escritores: Elsa Osorio, Daniel Guebel, Sergio Bizzio, Oche Califa, Gonzalo Heredia, César Aira, Paula Pérez Alonso, Claudia Aboaf, Ana Ojeda, Yamil Dora, Selva Almada, Luisa Valenzuela, Alejandro Guyot (músico que debuta en la literatura con Sangre), Olivia Gallo, Andi Nachon, Silvia Castro, Alejandro Caravario, Gonzalo Garcés, Dolores Reyes y Silvia Hopenhayn (las dos últimas firmaron varios ejemplares de sus novelas Cometierra y Vengo a buscar las herramientas al final de una charla conjunta en el anfiteatro del Parque de la Estación), mientras otros, como Vera Giaconi, José María Brindisi, Mariano Blatt y Laura Ponce, entre otros, atendían puestos. La FED no solo habilita reencuentros inesperados al aire libre y entre libros, sino que además permite que escritores reconocidos recomienden la lectura de los más jóvenes.
Un género exitoso en el marco de la exitosa feria fue la poesía. “La gente vino directamente a buscar las novedades”, contó a este diario Pablo Gabo Moreno, poeta y editor a cargo del sello Caleta Olivia. Libros de Flor Monfort, Fabián Casas, Rafael Otegui y el rapsoda de Hurlingham, Carlos Battilana, encontraron este fin de semana su lugar en bibliotecas de lectores intensos. Marcos Gras, de Santos Locos, explicó que en parte esto se debía a los “precios cuidados” de los libros de poesía; en su stand, títulos de los millennials Tamara Grosso y Gustavo Yuste encabezaron las ventas. También en los puestos de La Mariposa y la Iguana, Mágicas Naranjas, Sudestada (con la colección Poesía Sudversiva dirigida por el chaqueño Juan Solá), Años Luz y Espacio Hudson, sello que necesita apoyo para su reconstrucción luego del incendio sufrido a inicios de este año, los libros de poesía salieron como pan caliente. Las editoriales de literatura infantil no se quedaron atrás: niños y adultos hacían fila en los stands de Pípala, Limonero, Iamiqué, Pequeño Editor y Arte a Babor, entre otros.
Una de las actividades más emotivas de esta edición también estuvo mecida por la mano leve de la poesía y la no tan leve del viento sureño. Fue el homenaje a la escritora Tamara Kamenszain, que murió a finales de julio pasado, organizado por sus tres casas editoriales: Adriana Hidalgo, Ampersand y Eterna Cadencia. En una mesa moderada por la escritora Tamara Tenenbaum (que contó que Kamenszain, semanas antes de morir, la había convocado para presentar Chicas en tiempos suspendidos), la ensayista Florencia Garramuño leyó un texto sobre los dos últimos libros de la autora; la escritora Mercedes Halfon, uno propio sobre la relación de Kamenszain con las nuevas generaciones de poetas feministas, y el crítico cultural Daniel Molina, que contó anécdotas divertidas y vitales de la autora de La novela de la poesía. Los cuatro participantes, amigos de la homenajeada, compartieron recuerdos e impresiones sobre su obra, convertida desde este año en un legado que genera, como destacó Molina, “placer y duda”.
En suma, un eufórico encuentro de la izquierda festiva
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