Hace unos meses, la poeta y traductora Laura Wittner publicó un libro donde, de manera fragmentaria, reflexiona sobre su trabajo. Recibió una gran atención de público y lectores y, pese a su timidez y renuencia, también participó en algunas entrevistas. Ésta fue realizada por Milena Henrich, para la agencia TELAM, que la publicó en su plataforma el pasado 17 de marzo. En la bajada se lee: “Se vive y se traduce se titula el último libro de la autora, en el que ensambla una escritura fragmentaria sobre la traducción literaria. ‘Traducir es meterse dentro de alguien. Hacerle un lugar, también, para que se meta dentro nuestro’, escribe en una de las anotaciones del material editado por Entropía”.
“Todo es jugar con palabritas. Buscarlas, escucharlas, pesarlas y ordenarlas”
Se vive y se traduce se titula el último libro de Laura Wittner, en el que ensambla una escritura fragmentaria sobre la traducción literaria y piensa en la vida mientras se traduce, o sobre la traducción mientras se vive, porque la traducción –ese mecanismo de traspaso que eligió como oficio y combina con su escritura poética– se empapa del encuentro y la entrega con un otro, una entrega que exige libertad y arbitrariedad, incluso sacrificio, dolor y un procedimiento continuo de buscar “palabritas” y texturas en el deseo y el trabajo de acceder a la intimidad de un lenguaje que es ajeno pero que también deviene propio.
“Traducir es meterse dentro de alguien. Hacerle un lugar, también, para que se meta dentro nuestro”, escribe Wittner en una de las anotaciones que se aúnan en este libro editado por Entropía en la colección apostillas. Mucho antes dice “traducir es pensar en una”, más tarde anotará “traducir es ir pegado a la espalda de alguien”. En otro momento: “Traducir es hermoso. / Traducir es horrible./ Traducir es desesperante”. Como la vida, la traducción no es una proeza utópica y no está ajena a las condiciones materiales, a la tristeza por la enfermedad terminal de un padre –a quien la autora dedica el libro–, al entusiasmo que genera la fascinación de un texto, al dolor del cuerpo, al tiempo –o a la falta–, al diálogo con otros, al trabajo colectivo que supone la pregunta por la traducción. Su amigo, también traductor y poeta, Ezequiel Zaidenwerg, dice en la contratapa de este volumen que estos textos son también “relatos para una teoría, vivida intensamente pero enunciada al paso, sobre la ambigua y amorosa ciencia de traducir, que es siempre una gimnasia colectiva”.
Además de traducir, Laura Wittner (Buenos Aires, 1967) escribe. Es autora de los libros de poesía Lugares donde una no está y Traducción de la ruta y para infancias publicó Mi tortugo y Justo antes de dormir, entre otros. En éste, su último libro, ensaya esas teorías como dice Zaidenwerg, que son reflexiones sobre el oficio, como cuando asegura, por ejemplo, que la traducción literaria es un quehacer artístico o exige con la misma dosis de esperanza exclamativa que resignación que para traducir antes hay que viajar al encuentro con ese paisaje que a otro embebió. Dice Wittner, además, que hay en la traducción cierta intuición, “nuestra única, mínima red”, ese reconocimiento que tiene cada traductor cuando sabe que un idioma no puede ser trasvasado a otro.
–Se vive y se traduce trabaja a partir de lo fragmentario y lo hace en distintos tiempos como si fueran ideas, textos, que venís escribiendo hace mucho. ¿Estos procedimientos te acompañan siempre o fueron pensados para integrar un texto así?
–El procedimiento me acompaña desde siempre. Anoto mucho y pienso anotando; no solamente cuando traduzco. De los fragmentos incluidos en el libro, al menos un tercio fueron escritos en distintos momentos de los últimos veinticinco años, sin que se me hubiera ocurrido la idea de engarzarlos. En archivos de Word que pasaron de computadora en computadora, en papelitos doblados en cuatro, en cuadernos viejos, en mi blog abandonado, en Twitter. Después un día se me ocurrió que podía rastrearlos y juntarlos, y lo fui haciendo muy de a poco: imprimí, recorté y pegué con plasticola los fragmentos viejos en un cuaderno, y a partir de ahí las anotaciones las hice en ese mismo cuaderno de tapa naranja, así como fueron surgiendo. Finalmente algún verano releí el cuaderno y me pregunté si, aumentadas y editadas, esas notas podrían interesarle o gustarle a alguien. Los parrafitos nuevos ya surgieron desde esta conciencia, con un poco más de sistema. Cuando Entropía aceptó publicarlo trabajamos la versión final junto con los editores.
–La traducción parece suponer muchas veces un ejercicio de entrega y apropiación, un posicionamiento ¿se puede traducir desde el desencanto? Cuando tenés la posibilidad de elegir, ¿soporta el cuerpo dolorido trabajar tantas horas del día en un texto con el que no surgen conversaciones interesantes?
–Es una pregunta muy acertada que yo misma me hice a menudo. Supongo que se podría intentar una respuesta de más sacrificio y humildad, o de cierto éxtasis ante la mera tarea de maniobrar entre idiomas, pero la verdad, para mí, es ésta: cuando era joven lo soportaba. Ahora ya no.
–Decís que “la traducción es siempre el nudo de un problema” ¿traducir es animarse a habitar las tensiones?
–Sí, es animarse y es meterse de cabeza en ese nudo y en esas tensiones: tocar, girar, tironear. Y después también distanciarse a ver si todo ese frufrú que produjimos tiene sentido, e incluso si entendimos bien el texto original en primera instancia. Desde muy cerca se puede ver mal, desde muy lejos se puede ver mal: ¡lo sabemos muy bien quienes tenemos miopía más presbicia y usamos anteojos de media distancia!
–Por ese doble movimiento en simultáneo de lectura y escritura, la traducción parece ser el camino, la posibilidad, de acceder a la intimidad del lenguaje. ¿Existe tal cosa?
–¿Si existe la intimidad del lenguaje? Me gustaría creer que sí. Lo único que me entusiasma es la intimidad, y supongo que en el caso del lenguaje cada cual puede inventarse la suya. Traducir me parece, sin duda, un buen acceso. Dos idiomas, un par más que seguramente se cruzan en el camino, leer, escribir y volver a leer... es íntimo, ¿no? Es casi promiscuo. En el mejor de los sentidos, claro.
–Y ¿cómo lo vinculás con la poesía, género que desplegás también?
–Todo es jugar con palabritas. Buscarlas, escucharlas, pesarlas y ordenarlas. Si estoy traduciendo parto de una colección de palabras ya dada por otra persona, pero claro; en otro idioma. Así que de todos modos tengo que meter mano e imponer mi manera, disimulando un poco la imposición. Es una especie de consigna: a ver qué hacés con esto. Pero las dinámicas son muy parecidas. Es muy cercana la intención y las reglas del juego son bastante cercanas también. Creo. Bueno, creo y descreo, según el día.
–En este libro, hay una defensa de la traducción literaria como quehacer artístico y la idea de que traducir es entrelazarse con muchas otras voces ¿la traducción transforma lo individual en una conversación de sensibilidades distintas en la medida que también es meterse adentro de alguien, como decís, y entonces deja de ser un acto individual para devenir en un encuentro comunitario?
–A mí me parece que sí. La traducción es una tarea muy solitaria en la práctica cotidiana: una persona que traduce una novela pasa horas, días, meses, años sentada sola frente a su monitor. Pero en realidad esa escena fue fundada y está rodeada por toda clase de lazos sociales, intelectuales y lingüísticos: el autor o la autora del texto a traducir, la editora o el editor en el idioma original y en el idioma de llegada, otras posibles versiones de ese mismo texto, la opinión de los colegas sobre alguna duda, o sobre algún procedimiento en particular que el texto exija o proponga, el diálogo con la autora o el autor, si están disponibles y, fundamentalmente, el diálogo con todo lo que fue traducido antes y está siendo traducido en ese momento, es decir la formación de ecos en el espacio exterior e interior del intercambio entre idiomas.
–¿Hay traducciones más fáciles que otras? ¿Se puede usar una valoración así para definir el procedimiento y búsqueda que supone el trabajo de la traducción?
–En mi experiencia ninguna traducción es fácil: cada una presenta un tipo distinto de dificultad, y lo que sí puede pasar es que quien traduce tenga más paciencia o más talento para cierto tipo de dificultad, o tenga una predilección por un tipo de dificultad por sobre otras. Si el texto es sencillísimo lo difícil es mantener ese mismo registro de sencillez; si es rimado hay que reinventar la rima; si está escrito con métrica regular (o irregular) hay que decidir qué hacer con eso, pensar cómo reproducir la música; si está repleto de referencias y citas hay que pasarse el año gugleando.
–En los últimos años muchos sellos independientes eligen a escritores y escritoras para traducir ¿hay un cambio en el abordaje de la traducción de lo literario al incorporar un doble ejercicio de resignificación con una traducción minuciosa, cuidada?
–Siempre hubo escritores que tradujeron, y también hubo y hay excelentes traductores que no eran/no son escritores. Tal vez la novedad en la última década, o más bien diría en las últimas dos décadas, es que algunas editoriales más chicas, de las llamadas independientes, decidieron publicar sus propias traducciones y eso, en algunos casos, las llevó a pensar la traducción: qué tipo de traducción quiero para mi editorial, con qué tipo de traductora o de traductor me gustaría trabajar, y sobre todo: ¿cuánto puedo pagar?
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