viernes, 1 de abril de 2022

"Una cierta ajenidad, la misma que sentimos cuando hablamos o leemos en una lengua que no es la nuestra"

El narrador Gustavo Nielsen, en el marco de una nota sobre editores y traductores que publicó en La Agenda (https://laagenda.buenosaires.gob.ar/contenido/12064-el-arte-de-ganar), realizó una entrevista con el Administrador de este blog. En su versión completa fue luego publicada en el blog Milanesa con papas (ver al final de esta página).

El Club de la Traducción

–¿Qué opina de la creación de nuevas editoriales en la Argentina?
–La noticia de la creación de una nueva editorial siempre es, a priori, bienvenida. Sin embargo, en el caso de los traductores, hay muchas variables que considerar. La primera es el valor que cada editorial le asigna a nuestro trabajo. Lamentablemente, solemos ser uno de los eslabones más débiles, porque los argumentos que suelen esgrimir los editores para decir que no pueden pagar más, no son los mismos que los que emplean cuando tienen que negociar con las empresas que les venden el papel, con las distribuidoras y con las librerías. Curiosamente, pareciera que no advierten que, sin traductores, los libros traducidos no existen. Dicho esto, me gustaría señalar que Argentina es el país que menos le paga a los traductores en toda la lengua castellana, que mientras que en Chile se paga 10 a 12 dólares la página traducida, en México 12 a 15 y, relativamente lo mismo en España, acá, donde se paga por millar de palabras (vale decir, por cada dos páginas y media) el traductor gana unos 4,5 dólares por página. Sin embargo, el valor de los libros argentinos está en la media de los valores internacionales. Alguien, entonces, se queda con la plata de los traductores.

–¿Y qué opina de las traducciones al español que hoy circulan en el mercado?
–Hay de todo. Cada país obedece a un funcionamiento editorial ligado a su historia. Hoy en día, si se me permite la comparación, la española es una industria editorial que, salvando las distancias, podría compararse con Hollywood: produce industrialmente y crea muchísimos puestos de trabajo. Lo hace, fundamentalmente, porque los dos grupos que manejan el mercado de la lengua (Penguin Random House y Planeta) no se limitan a los libros. Los libros, para decirlo mal y pronto, son una herramienta para la desgravación impositiva de bancos, constructoras y otros negocios, incluida la comunicación. Además de esa inyección económica están los subsidios de la Unión Europea y de las distintas autonomías regionales. Y gracias a eso tienen el 70% del mercado. Eso implica la posibilidad de imponer en toda Hispanoamérica sus productos y su variante lingüística, que es la que fija la Real Academia y la que promueve el Instituto Cervantes, junto con sus aliados de Teléfonica de España, el Banco BBVA y otras instituciones similares. Luego, el remanente de lo que no se vende en España lo exportan a sus filiales latinoamericanas y lo venden con dumping, compitiendo deslealmente con las pequeñas industrias editoriales de Argentina, México, Chile y Colombia, para mencionar los principales países editores de este subcontinente, que, siguiendo con el ejemplo anterior, bien podrían compararse con las cinematografías regionales del resto del mundo. En consecuencia, si hablamos de “mercado”, vale la pena tener en mente todos estos datos. Sólo así podemos pensar en lo que circula. Salvo en los casos de aquellas traducciones realizadas antes de que los dos grupos españoles transformaran a nuestras editoriales en sellos vacíos de contenido, todo lo que producen se traduce en España y eso es lo que leemos los lectores de esta parte del mundo.

–¿Castellano neutro para Latinoamérica o castellanos locales (mejicano, argentino, chileno, etc)?
–La traducción, como todo, tiene que ver con las modas. No conozco casos de quejas de lectores argentinos sobre las traducciones realizadas en otras partes de Hispanoamérica. Sí conozco muchas quejas sobre las traducciones realizadas en España, y, en España, sobre las traducciones realizadas en América. Aquí, creo, hay una razón de fondo: no hablamos el mismo castellano. No se trata del vocabulario. Nadie se queja si una palta argentina o chilena se convierte en aguacate mexicano. El problema es la prosodia, la forma en que la lengua entra por el oído. Alfonso Reyes y Borges, en su momento, hicieron todo lo posible por sintetizar la lengua y se cargaron el refranero español, tan presente, con sus fórmulas muertas, en el discurso ibérico. Y eso se nota a simple vista cuando leemos de uno u otro lado del Atlántico. Entiendo que durante mucho tiempo, nosotros le dimos de leer a España, cuando tuvo sus cuarenta años de dictadura. Después, se la cobraron y pretenden hoy hacer lo mismo con nosotros. Noto una cierta tendencia, sobre todo en los jóvenes, a usar variantes locales en la traducción de obras traducidas en Latinoamérica. Eso, creo, tiene sus problemas. Leí un Joyce “voseado” y mi sensación, en todo momento, fue que Dublín no es ni Caballito ni Balvanera: uno necesita un cierto extrañamiento cuando se trata de un texto traducido. Si no, terminamos, como ahora hacen en España, llamando a Madame Bovary, la hija de un chacarero normando, La Señora Bovary, lo que la convierte en una comadre de Pontevedra. El problema, claro, es más largo y exigiría mayores precisiones. La idea de neutralidad, al menos como se entiende hoy en día, es forzada. Pero no hay que olvidar que leímos durante décadas sin pensar en neutralidades y localismos. Cada libro exige un tratamiento particular.

–En ficción: ¿hay ejemplos felices de traducciones locales al argentino? ¿Hay editores que se hayan jactado de haberlo hecho? Nombres y años, por favor.
–Borges fue un traductor idiosincrático. Puso en el imaginario Condado de Yoknapatawpha, de Faulkner, tranqueras y caranchos. Lo hizo en un momento en que claramente buscaba fijar posición respecto del castellano que se consideraba “bueno” en España. Ricardo Piglia, en la época en que dirigía la editorial Tiempo Contemporáneo, hacía hablar a sus gangsters en porteño y, más adelante, hizo a traducir a Hemingway con voceo. Por lo que dije antes, no estoy seguro del valor de esas tentativas. Un texto traducido no es un original puro, sino otro texto que, de alguna manera, por muy bien repuesto que esté en la lengua de llegada, debe permitirle al lector una cierta ajenidad, la misma que sentimos cuando hablamos o leemos en una lengua que no es la nuestra.

–Hoy Anagrama reimprime directamente las traducciones ibéricas para Latinoamérica. ¿Se pueden cambiar estas reglas de juego?
–Anagrama no es la medida de nada. Y, para mí, Herralde no es un gran editor. Simplemente fue un tipo sagaz, atento a las modas creadas en otros lugares, pero no necesariamente a la buena literatura. Trabajó mucho en connivencia con Christian Bourgois de Francia y Feltrinelli de Italia. Curiosamente, las tres casas publican a los mismos autores y crean algo así como un fenómeno basado en falsos ecos. En ese catálogo sólo impera la variante lingüística madrileña (ni siquiera la española, ya que Andalucía, por ejemplo, también es España, y se habla y escribe distinto que en Castilla). Hubo múltiples polémicas sobre esas traducciones. Hubo incluso mea culpa de parte de algunos traductores peninsulares cuando fueron confrontados por lectores latinoamericanos. Pero insisto, ese sello, por lo general, vende espejitos de colores que periodistas incultos consideran joyas. Hay, como en todo, excepciones, tanto en los títulos como en los traductores.

–Personalmente odio las traducciones muy españolizadas, llenas de tics del estilo “hacer el morro”. ¿Odiarán los españoles las traducciones latinoamericanas locales de la misma manera?
–La crítica española siempre habla de “las malas traducciones sudamericanas”. No es una buena propaganda, ¿no? Las encuestas de mejores traducciones de Babelia, ese órgano de propaganda del pasquín El País, de Madrid, nunca incluye traducciones clásicas hispanoamericanas en sus rankings anuales. Nada de esto tiene que ver con la literatura. Sí, con un serio complejo de inferioridad que todavía les queda a los españoles respecto de los países que les dieron de comer y de leer, y también, con el mercado porque la lengua es una commodity que los gobiernos de Hispanoamérica todavía no advierten. Dicho de otro modo, considerando que en España se habla catalán, gallego, asturiano, vasco y otras lenguas, menos del 40% de la población habla castellano, al que, sin embargo, llaman “español”. De los casi 500 millones de hablantes actuales de nuestra lengua, la gran mayoría viene de México, Estados Unidos y Argentina. España viene en cuarto lugar. Y pretenden legislar sobre la lengua y decirnos en qué variante tenemos que leer.

–Agregue usted lo que quiera decir.
–Entiendo que dije bastante. Lo que hay que retener es que no se traduce en abstracto, sino en un contexto determinado por muy variadas razones. Una de ellas es el mercado. Y si éste responde a lo que podría interpretarse como un monopolio, no tiene sentido en discutir variantes, neutralidades o prosodias. Los españoles impusieron la cuestión de comprar derechos “para la lengua”, lo que hace que, si uno quiere traducir, por ejemplo, a Perec, tiene que esperar que el editor español que lo tradujo antes, esté distraído cuando expiran sus derechos de explotación. Pasa. Pero también ocurre que para un editor argentino, gastar 2 mil o 3 mil euros en la compra de un derecho de autor, a lo que debe sumarse el valor de la traducción y los costos industriales de un libro, hace que toda la operación sea inviable. Hay mucho trabajo para hacer explicándoles a agentes y autores que la variante local de España pasa mal por Latinoamérica. Deberían contemplar la división del mercado como para que cada cual pudiera leer con la comodidad que se merece. No es algo que se soluciona ni a la fuerza ni por decreto. Es un trabajo lento que editores y traductores deben hacer conjuntamente. Claro, siempre y cuando los editores estimen que la labor del traductor es la de un aliado y que importa más que el valor de una bobina de papel.”


Nota: esta nota fue publicada originariamente en el blog  https://milanesaconpapas.blogspot.com/2022/03/el-club-de-la-traduccion-reportaje.html

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