Hace un rato leo en un muro de FB un poema de Wallace Stevens, “El lugar de los solitarios”, donde el poeta habla, precisamente, “del movimiento del pensar”. Si uno busca el primer verso, en Google, en la primera entrada, repito, en la primera entrada, aparece el mismo poema reproducido en el blog Eterna Cadencia, en el cual se explica que el traductor ha sido Gervasio Ferro y el texto se ha extraído de un libro titulado Del modo de dirigirse a las nubes y otros poemas, publicado en 2013 por la editorial Serapis, de Rosario, Argentina. Pues bien, como el perspicaz lector habrá adivinado, el nombre del traductor, a pesar de lo sencillo que resulta encontrarlo, ni se menciona en el citado muro de FB. Lo más curioso, y perdón si peco de ingenuo, es que quien colgó el poema se había mostrado de acuerdo con una opinión mía, expresada hace unos días en este mismo medio, a propósito, precisamente, de quienes reproducen poemas ignorando por completo el trabajo de quien los tradujo. De igual modo se habían manifestado varios de quienes daban a conocer su gusto por el citado poema de Stevens con emotivos signos de admiración y corazones por demás conmovedores. Vuelvo, inevitablemente, al poema en cuestión: ¿qué creen que leen cuando dicen que leen? ¿En que consiste el movimiento de su pensar? ¿Imaginan que lo que leen traducido de una lengua que quizá desconocen es fruto de una suerte de milagro, no del esfuerzo y el amor hacia la poesía? Leen sin correr el mínimo riesgo, ni siquiera el de dedicar un minuto a buscar el nombre de quien hace posible esa lectura.
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