Artífices de una nueva vida literaria
Reescriben, recrean obras de arte en un idioma nuevo, interpretan, transmiten el sentimiento y la musicalidad de los originales. Lo hacen con un gran conocimiento, con algo de imaginación, otro poco de intuición, bastante sabiduría y mucha sensibilidad. Son los traductores literarios, artífices de nuevas vidas para los libros y el conducto para que la literatura pueda traspasar barreras idiomáticas y llegar a casi todos los rincones del mundo.
Joaquín Fernández-Valdés, Celia Filipetto, Victoria Alonso y Rosa Martínez-Alfaro son cuatro de los traductores al español más prestigiosos. Tiene en común un amor por las letras y las lenguas que les viene de muy lejos. Fernández-Valdés tenía claro desde que empezó sus estudios de Filología Eslava que “quería traducir a los grandes escritores de la literatura rusa”. “Por algún motivo el imaginario literario ruso me resultaba muy cercano y mi sueño era trasladar ese mundo a mi idioma”, explica a La Vanguardia .
Ahora, ese sueño se ha cumplido aunque con grandes dosis de esfuerzo y tiempo. León Tolstói tardó seis años en escribir Guerra y Paz. Fernández-Valdés ha dedicado “cuatro años de trabajo incesante” a traducirla al español para la editorial Alba. “Es una obra que plantea grandes dificultades: por la extensión, 1.700 páginas, por la ingente cantidad de personajes, más de 550, y de escenarios.
Y por el estilo de Tolstói que contiene gran variedad de registros lingüísticos, desde el ruso afrancesado de la nobleza hasta el lenguaje críptico y lleno de proverbios del pueblo, la abundancia de vocabulario específico de la Europa del siglo XIX (armamento, grados militares, uniformes...), y por todo el plano histórico y filosófico, que constituye una parte fundamental de la novela”, explica Fernández-Valdés, que domina cuatro idiomas, y que también está orgulloso de trabajos como la traducción de El pájaro de fuego y otros cuentos rusos de Aleksandr Afánasiev (Libros del Zorro Rojo).
Precariedad e Inteligencia Artificial
La traducción literaria es muy vocacional, pero como cualquier oficio, aunque se ejerza con deleite, tiene también sus dificultades. Estos profesionales afrontan el problema de la precariedad económica al que ahora se ha sumado la amenaza de la Inteligencia Artificial (IA). “Tengo la sensación de que nos encargan trajes de Armani a precios de Zara”, señala Filipetto y es que “tal y como están las tarifas, estancadas desde 2008, es imposible vivir exclusivamente de la traducción de libros. Llevamos cobrando lo mismo desde hace ¡15 años!”, lamenta Alonso. Son algo más optimistas respecto a la IA porque aún no es capaz de “transmitir emociones, sutilezas y connotaciones culturales como nosotros”, indica Martínez-Alfaro y porque “hay un plano imaginativo, intuitivo y vital, incluso cierta imperfección humana, que una máquina no podrá producir hasta que no tenga alma”, concluye Fernández-Valdés.
Cuando aún estaba en secundaria, Celia Filipetto ya empezó a traducir. Domina castellano, catalán, inglés, italiano y el dialecto véneto de sus padres. Arrancó con textos de “todo tipo” para diversas empresas y una “evolución natural” le llevó al sector editorial. Fueron los cuentos de Dorothy Parker, que tradujo para la desaparecida editorial Versal, los que le abrieron la puerta. Ahora, gracias al trabajo de Filipetto los libros súper ventas de Elena Ferrante, que edita Lumen, han llegado a los lectores españoles.
“Le debo mucho a Ferrante. He conocido a otros traductores de esta autora y coincidimos en que al no estar ella presente, los traductores hemos obtenido un mayor protagonismo. La prosa de Ferrante está al servicio de contar la historia, incluso en detrimento de la belleza de la frase, lo importante es que no da tregua al lector para que siga leyendo. Es uno de los rasgos que procuré mantener en la traducción”, señala Filipetto.
Victoria Alonso fue siempre una gran lectora y en la adolescencia tuvo un flechazo con la lengua inglesa lo que le llevó al inevitable camino de la traducción. Dice Alonso que “chapurrea unos cuantos idiomas” y domina el inglés y el castellano lo que la ha convertido en la traductora de estrellas de la literatura como Arthur Miller o Margaret Atwood.
La escritora canadiense “es una narradora con un humor endiablado y un estilo ágil, muy rico léxicamente, que combina cultismos y coloquialismos a partes iguales”, dice Alonso, para quien “reflejar su ritmo y su ironía con naturalidad obliga a ir por la calle y por la lectura aguzando mucho la vista y el oído para captar esos giros y expresiones más cercanos a la oralidad que a lo escrito”.
Miller es harina de otro costal, porque “traducir a los clásicos siempre conlleva cierto temor al aparato crítico y académico” y porque “las acotaciones teatrales no siempre aclaran sus tonos y sus silencios lo que obliga a dar más rienda suelta a la libre interpretación, que a veces es fuente de inseguridad”.
Sostiene Rosa Martínez Alfaro que “un traductor debe tener un buen conocimiento de la lengua que traduce y de la de llegada, muchas vivencias y emociones que solo se sienten si se experimentan”. Ella, que domina castellano, catalán, portugués y francés, ha vivido en Mozambique y traduce al angoleño José Eduardo Agualusa y al mozambiqueño Mia Couto con sobrado conocimiento sobre África.
Pero pese a ese saber también se enfrenta a retos porque “intentar reflejar un mundo geográfica y culturalmente lejano requiere la domesticación del texto pero sin borrar su especificidad” y porque hay que intentar “no caer en laexotización , evitando escribir términos como ‘poblado’ o ‘tribu’”.
“La traducción de la obra de Mia Couto precisa de un enfoque cuidadoso, una sensibilidad cultural y una creatividad lingüística para capturar la esencia poética, las sutilezas y la riqueza cultural de sus obras”, señala. Y agrega que el desafío de la literatura de Agualusa pasa por “el humor y los juegos de palabras que a menudo dependen de la sonoridad, el doble sentido y las asociaciones culturales específicas”.
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