Publicada pasado 27 de agosto por La Jornada Semanal, de México, la presente nota de Vilma Fuentes se ocupa de comentar el posible desalojo de las márgenes del Sena de los bouquinistas de París en razón de los juegos olímpicos que tendrán como escenario esa ciudad en 2024.
Los Juegos Olímpicos de París 2024: bouquinistas en peligro
Si no bastara con el temor al terrorismo, la amenaza que se cierne sobre los bouquinistas de París conduce a preguntar, lejos de cualquier irónica superstición, si obtener la sede de los Juegos Olímpicos es de buena o mala suerte para un país. Para mi generación, la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas se halla indisolublemente ligada a las Olimpiadas de 1968. Ofrecer una imagen pacífica y democrática, floreciente y atractiva para el turismo, presentar el mejor perfil posible de la nación a los visitantes, se convirtió en una idea fija en la cabeza de las autoridades de la época. El temor a los atentados terroristas tomó los visos de la paranoia que hizo del gobierno, supuesto perseguido, el perseguidor. Por otro lado, era indispensable evitar a toda costa la difusión internacional de manifestaciones estudiantiles de protesta contra la situación social en México. La ropa sucia se lava en casa, parecía ser el principio de la estrategia política del entonces presidente, Gustavo Díaz Ordaz, quien creyó poder ocultar el desorden con una matanza en casa.
Los sucesos ocurridos en México en 1968 no son los únicos estallidos de violencia, terrorismo o represión, que han acompañado los Juegos Olímpicos. Múnich, 1972, cuando se produjo la matanza de deportistas de Israel por la banda de Septiembre Negro. El estallido de una bomba en Atlanta, 1996. Matanza en Londres, 2005, cuando Inglaterra obtiene la sede…
Ganar la sede olímpica significa ingreso de capitales, pero también gastos onerosos para construir las instalaciones necesarias a los juegos y las habitaciones para recibir a jugadores y equipos. Muchas veces el desembolso es superior a las ganancias. Algunos Estados quedan, incluso, endeudados durante años y, desde los sangrientos hechos de 1972, la mayor parte del presupuesto olímpico es consumido por la seguridad. En efecto, el polo de atracción mundial que son los Juegos Olímpicos, su difusión planetaria gracias a los medios de comunicación, hacen de ellos el blanco ideal para el terrorismo. De ahí la inquietud que roe a organizadores y sedes, comités y gobiernos.
En un clima de descontento popular, donde las manifestaciones se suceden desde los “chalecos amarillos”, el temor de un acto terrorista durante las Olimpiadas que tendrán lugar en París, del 26 julio al 11 de agosto de 2024, movilizará fuerzas armadas, a las cuales se suman 45 mil voluntarios, se realizará la videovigilancia algorítmica, instalación de cámaras experimentales, despliegue de drones, Inteligencia Artificial.
Como si todo esto no fuera suficiente, el prefecto de París decidió tomar una espectacular iniciativa contra cualquier asomo de atentado. Así, los bouquinistas recibieron hace unos días una circular para informarles que deberán cerrar sus cajas verdes y desaparecer del panorama del Sena durante los Juegos Olímpicos. La alcaldía, para tratar de calmar su indignación, promete otro espacio donde abrir sus cajones de libros. Al parecer, el Prefecto imagina una bomba escondida entre los libros de ocasión, algunos incunables, afiches y revistas que exponen los libertarios bouquinistas en las cajas verdes situadas sobre los parapetos de las ramblas del Sena.
Esta decisión provocó de inmediato una protesta generalizada de bouquinistas y habitantes de la capital francesa. Acto de censura precisamente contra el oficio que nace de la lucha contra la censura: los primeros vendedores ambulantes fueron perseguidos por las autoridades pues, gracias a su vagabundeo, les era posible escapar a la vigilancia y vender los libros censurados.
La historia de los bouquinistas ha sido una larga lucha para encontrar su lugar en París. El término boucquain, derivado del flamenco boeckjin (pequeño libro) aparece desde 1459, pero bouquinista no aparecerá sino en la edición de 1762 del Diccionario de la Academia Francesa, con la definición siguiente: “Quien compra o vende viejos libros, bouquins.” Después de ser perseguidos y censurados, bajo Napoleón I adquieren un estatuto semejante al de otros comerciantes, pero guardan entre ellos un aire de familia que les permite reconocerse.
“Los bouquinistas, estos bravos marchantes del espíritu que viven sin cesar afuera, la blusa al viento, son tan bien cincelados por el aire, las lluvias, las heladas, la nieves, las brumas y el gran sol, que terminan por parecerse a las viejas estatuas de las catedrales. Todos son mis amigos, y no paso frente a sus cajas sin sacar un libro que me faltaba hasta entonces, sin que yo tuviera la menor sospecha”, escribe Anatole France.
Como la Torre Eiffel o Notre-Dame, los bouquinistas forman parte de la fisonomía de París. En nombre de la seguridad, ¿se va desfigurar su aspecto? ¿Se recurrirá otra vez, en la historia de las Olimpiadas, a la violencia?
En el escudo de los bouquinistas: la lagartija que busca el sol para vivir al aire libre, la espada que es aspiración a la nobleza del libro. Parte del patrimonio cultural francés desde 2019, los bouquinistas son también parte del noble y radioso espíritu
de París.
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