La poeta, ensayista y traductora Diana Bellessi (Zavalla, Pcia. de Santa Fe, 1946) estudió Filosofía en la Universidad Nacional del Litoral. Ha publicado: Destino y propagaciones (Guayaquil, Casa de la Cultura,1970), Crucero ecuatorial (Buenos Aires, Sirirí, l981), Tributo del mudo (Buenos Aires, Sirirí, 1982) –ambos libros han sido reeditados en un solo volumen por Libros de Tierra Firme en 1994–, Danzante de doble máscara (Buenos Aires, Ultimo Reino, 1985); Eroica (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme/Ultimo Reino, 1988); Buena travesía, buena ventura pequeña Uli (Buenos Aires, Nusud, l991), El jardín (Rosario-Buenos Aires, Bajo la Luna Nueva, l993, reeditado en l994); Colibrí, ¡lanza relámpagos! (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, l996); The twins, the dream –libro a dos voces con Ursula K. Le Guin– (Houston, Arte Público Press, University of Houston, 1996); Sur (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1998); Gemelas del sueño –con U. K. Le Guin– (Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1998); Leyenda (Barcelona, Nuevas Ediciones de Bolsillo, 2002); Antología poética (Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, 2002); Mate cocido (Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 2002); La edad dorada (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2003), La rebelión del instante (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2005), Persecución del sueño (Santiago de Chile, Lom, 2006), Variaciones de la luz (Buenos Aires, Bajo la luna, 2006) y el monumental volumen Tener lo que se tiene (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2009), que reúne la totalidad de la poesía publicada por la autora hasta la actualidad. Durante dos años coordinó talleres de escritura en las cárceles de Buenos Aires, experiencia encarnada en el libro Paloma de contrabando (Buenos Aires, Torres Agüero, 1988). Asimismo, publicó un libro de reflexiones, Lo propio y lo ajeno (Buenos Aires, Feminaria, 1996; reeditado en versión ampliada, Santiago de Chile, Lom, 2006). A la fecha tradujo los poemas incluidos en Contéstame, baila mi danza (selección y traducción de poetas norteamericanas contemporáneas, Último Reino, Buenos Aires, 1984), luego reeditado en versión ampliada como Diez poetas norteamericanas (Caracas, Editorial Angria, 1995); y Desnuda y aguda la dulzura de la vida, de Sophía de Mello Breyner (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2002).
1) ¿En qué reconoce una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
–Cuando me olvido que es una traducción y la sombra atrás, del texto original, desaparece; cuando no pienso en el idioma sino en lo que el autor me dice; cuando no pienso en el autor sino en eso que se dice. Cuando no imagino lo que se pierde, irremediablemente, en toda traducción, y el objeto nada, rápido y sutil, en las aguas del anochecer como los gansos de Clarita sobre el río San Antonio. Cuando lo que leo me hace feliz, aún escrito por dos escritores, el autor y su traductor.
2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–¿Otras especies del castellano? ¿Cuál sería el castellano originario? ¿El que se habla en Castilla? ¿El que alguna vez se habló en Castilla? Un idioma se hace durante siglos, de voz en voz y en lugares distantes; adoro la aparición de arcaísmos y el lunfa regional más reciente usados en contigüidad, cuando encuentran su estilo, su música. La traducción debe apoyar su oído en esa música, en ese estilo que se intenta revivir, como a Lázaro o a Talita Kumi, en otra lengua. Aunque he traducido bastante, no me considero una traductora, sino una lectora apasionada, sobre todo de poesía, a veces escrita en otras lenguas, y allí aprendí a ser menos sorda, a reconocer un tono y una manera, la puerta abierta a la prosodia en otros idiomas y en el propio.
3) ¿Quiénes, en su opinión, han sido buenos traductores en tu país? ¿De qué obras?
–Enrique Pezzoni, por Moby Dick de Melville, y por El bosque de la noche y los cuentos de Djuna Barnes. Alberto Girri, por su traducción de poetas norteamericanos, que fue una donación, un regalo en mi vida. Murena traduciendo a Walter Benjamin en los ensayos escogidos. Entre los contemporáneos a Mirta Rosenberg, y su constante traducción de poesía, Jorge Aulicino por Pasolini y otros, Zaidenwerg y Crotto por la traducción de “Mass for the Day of St. Thomas Didymus” de Denise Levertov. Y acabo de leer unos cuentos preciosos de la irlandesa Claire Keegan, traducidos por Jorge Fondebrider.
El poeta y ensayista mexicano Pedro Serrano (Montreal, 1957) estudió Letras Hispánicas en la UNAM y Letras Inglesas en la Universidad de Londres. Actualmente es profesor en la UNAM, en cuyo seno dirige la versión digital del Periódico de Poesía. Fue fundador de la revista de literatura Cartapacios, jefe de redacción de la revista México en el Arte, y es miembro fundador de la revista Fractal. Ha hecho crítica cultural, literaria y dancística. Publicó los libros de poemas El miedo (1986), Ignorancia (1994) , Turba (2005), Desplazamientos (2006, que reune poemas de los tres libros, anteriores), Nueces (2009). En 2000 publicó con Carlos López Beltrán La generación del cordero. Antología de la poesía actual en las Islas Británicas y No tire piedras a este letrero de Matthew Sweeney, Rey Juan, de William Shakespeare (2003). También en 2000 se estrenó en Francia y México la ópera Les marimbas del éxil, con libreto suyo y música de Luc Le Masne.
1) ¿En qué reconoce una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
–En su movimiento en la otra lengua, en su capacidad de ser paladeada, en su destreza para entrar a terrenos extraños y salir de ellos con bien, en su capacidad para activar la lectura, para responder por sí misma, y dentro del texto, a las posibles incomodidades, extrañezas, desvíos o excesos de fidelidad que puede tener. Una buena traducción es un texto en sí en la otra lengua de llegada.
2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–No, si se justifica. Lo que incomoda al lector al leer una palabra que no está en su registro es que lo saca de la ficción de estar leyendo a un autor y le recuerda que lee una traducción. Esto es insoluble, a menos que se hagan adaptaciones regionales. El problema no es ese, aunque ese es un aspecto sumamente intrigante de la traducción. Lo que me enoja es que el traductor (o el revisor) no se haya tomado el trabajo de pensar que está traduciendo a una lengua, y no a su propio dialecto, y que esa lengua presenta variantes y equivalencias paralelas a la otra. Por ejemplo, cuando Tomás Segovia traduce en Hamlet "patán" por "clown", está tomando una decisión que nos puede gustar o no, pero cuyos registros de equivalencia y cronología en español están perfectamente justificados. Por el contrario, cuando Ramón de España traduce, en la biografía de V. S. Naipaul hecha por Patrick French"siluro" por "catfish", está pasando por alto que el pez al que se refiere Naipaul habita en el Caribe, y que a ese pez, en esa región, se le llama "bagre". La decisión de Segovia me puede extrañar, pero la de España me enfada. El traductor es el primero que tiene que saber que hay muchas maneras de traducir. Es injustificable que no lo sepa. Es injustificable que alguien piense que su regionalismo es universal. Otra cosa es si regresa a él después de sopesar otras posibilidades.
3) ¿Quiénes, en su opinión, han sido buenos traductores en su país? ¿De qué obras?
–Tomás Segovia: su Hamlet es un paradigma de decisiones muy pensadas y el resultado de una vida dedicada a la traducción y a la escritura de poesía. Rubén Bonifaz Nuño: su Eneida está traducida a un español intratable, pero por eso mismo, si el lector logra atravesar los sargazos de la extrañeza se va a encontrar en un mundo que es a la vez latino y español, arcaico y suyo, inimaginable y cierto. Antonio Alatorre: su traducción de Literaturas Europeas y Edad Media Latina de Ernst Robert Curtius (hecha en colaboración con Margit Frenk) es un ejemplo de erudición, exactitud y tersura. Esther Seligson: sus traducciones de Cioran son un placer de intensa lectura y fina ironía. Las traducciones de Sergio Pitol del polaco y el ruso, entre otros (Gombrowikz y Chejov, por ejemplo) son ejemplo de curiosidad, pulso y apuesta intelectual. Entre las más recientres, están las traducciones de Francisco Segovia del poeta griego Yorgos Seferis (en colaboración con Selma Ancira), las de Fabio Morábito de Eugenio Montale, las de José Luis Rivas de Saint John Perse y las de Pura López Colomé de Seamus Heaney. Hernán Bravo Varela es un poeta y traductor joven a quien, antes de conocerlo, supe de él por una excelente traducción que hizo de Philip Larkin. Carmen Leñero, Julio Trujillo, Tedi López Mills, Jaime Moreno Villarreal y Carlos López Beltrán (con quien he tendo el enorme placer de traducir a poetas británicos) son poetas que han hecho muy buenas traducciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario