El venezolano Gustavo Valle (Caracas, 1967) es poeta, narrador y ensayista. Publicó los libros de poemas Materia de otro mundo (Estruendomudo, 2003) y Ciudad imaginaria (Monte Avila, 2006), el libro de crónicas La paradoja de Itaca (Conac, 2005) y la novela Bajo tierra (Norma, 2009), que recibió el Premio Bienal de Novela Adriano González León. Coedita la revista de narrativa hispanoamericana http://www.cuatrocuentos.wordpress.com/, y mantiene también su blog http://www.thecuatreros.blogspot.com/.
1) ¿En qué reconoce una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
–Si la novela, cuento, ensayo o poesía me gusta, quiere decir que la traducción funcionó. Si no me gusta, comienzo hacerme preguntas: ¿será la traducción, será el original, seré yo? De cualquier forma pienso que la mejor traducción es la que pasa inadvertida, la que borra sus rastros, la que no deja huellas. Una buena traducción no debería permitirme apartar mi mirada y mis pensamientos del libro para preguntarme si es buena o no. Un traductor es como un jardinero que transplanta un ficus de un cantero a otro. Nadie se preguntará por el jardinero mientras vea al ficus saludable. Alabado sea el traductor.
2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano?
–Honestamente me molestan por igual las traducciones con estúpida jerga innecesaria y voces del ombligo barrial del traductor, como también las jeremiadas y lloriqueos de algunos lectores que parecen ver el diablo con sólo leer palabras como “gilipollas”. Como soy de un país no tradicionalmente productor de traducciones, me he entrenado durante años en el difícil arte de tragar argot español, porteño o mexicano (por nombrar tres importantes) Lo bueno de haberme formado en una periferia cultural es que no tengo el más mínimo deseo de ocupar un centro lingüístico, que de paso no existe. De alguna manera he conseguido sobrevivir de forma medianamente aceptable dentro del vasto y muchas veces caótico panorama de las traducciones en nuestro idioma.
3) ¿Quiénes, en su opinión, han sido buenos traductores en su país?
–Sin duda alguna José Antonio Pérez Bonalde y su traducción de "El Cuervo" de Edgar Allan Poe. No voy a repetir aquí las múltiples bondades de esa traducción, que ocupa un lugar en la historia literaria del idioma. Sólo sé que la primera vez que leí "El cuervo" fue en esa traducción. Luego leí la traducción de Cortázar y por último leí el original. En lo personal me quedo con la traducción de Pérez Bonalde. Han pasado ciento veinte años de esa traducción y sigue siendo ejemplar, algo tendrá ¿no? Luego habría que mencionar a Guillermo Sucre y sus traducciones de Sant John Perse, Wallace Stevens y William Carlos Williams, la de Alfredo Silva Estrada del Cementerio marino de Paul Valéry, y las traducciones de Kavafis de Francisco Rivera. Ah, y el caso muy especial de una joven y talentosa poeta, Belen Ojeda, quien ha hecho magníficas traducciones directas del ruso de Ana Ajmatova y Marina Stvetaieva.
Osvaldo Aguirre (Colón, Pcia. de Buenos Aires, 1964) fue profesor de la Escuela de Letras de la Universidad Nacional de Rosario y colaborador de los más diversos medios culturales de la Argentina. En la actualidad, se desempeña como editor del suplemento de cultura del diario La Capital, de Rosario, donde también fue periodista de la sección policiales. A la fecha, sus libros de poesía son Las vueltas del camino (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1992), Al fuego (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1994), El General (Mar del Plata, Melusina, 2000) y Lengua natal (Buenos Aires, Ediciones En Danza, 2007). Como narrador publicó Velocidad y Resistencia (Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 1995), La deriva (Rosario, Beatriz Viterbo,1996), Los pasos de la memoria (crónicas, 1996), Estrella del Norte (Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1998), La noche del gato de angora (Rosario, Fundación Ross, 2006) y Roncanrol (Rosario, Beatriz Viterbo, 2006). Además de haber editado las obras poéticas de Arturo Fruttero y Felipe Aldana, Aguirre publicó su inclasificable libro Notas en un diario (Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2006) y, ya en el terreno del ensayo y de la crónica, Historias de la mafia en la Argentina (1900-1940) (Buenos Aires, Aguilar, 2000), Enemigos públicos (Buenos Aires, Aguilar, 2003) y La pandilla salvaje. Butch Cassidy en la Patagonia (Buenos Aires, Norma, 2004), entre otros títulos.
1) ¿En qué reconoce una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
–Podría contestar con un ejemplo referido a mi experiencia de lector. Creo que tuve por primera vez una idea de lo que es una buena traducción al leer la traducción que hizo Rubén Reches de la poesía de François Villon (Testamentos, Centro Editor de America Latina, Buenos Aires, 1984). Yo venía de leer otras versiones –la de Gonzalo Suárez, en Visor, y la de Carlos Alvar, en Alianza– y la diferencia fue abismal. Si una compara las tres versiones, parece que Reches estuviera traduciendo otros textos que Alvar y Suárez; en realidad es como si retomara el movimiento mismo de Villon en la creación poética, en lugar de buscar el equivalente semántico en español de sus versos. La traducción de Reches acerca a Villon al lector y al mismo tiempo nos recuerda en todo momento su tiempo y su lugar. No lo sentía más cerca por el hecho de que Reches fuera argentino y Suárez y Alvar españoles, sino porque estaba leyendo poesía y no textos desprovistos de todo arte. Incluso su aparato de notas es más sólido e interesante, en la medida en que no se trata de un conjunto de referencias para saber en qué epoca vivió tal o cual personaje, o cómo se llamaba tal taberna de París, sino que aporta un análisis literario y lingüístico que consigue eso insólito: comprender íntimamente a un poeta que escribió en argot hace seis siglos.
2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–Sí, me molestan las traducciones en el castellano cerrado de ciertos traductores españoles. Porque así no puedo leer. Por ejemplo, me es bastante difícil leer los cuentos de Carver, tal como están traducidos en Anagrama. Con los poemas no me pasa. Las novelas de Cormac McCarthy son ya imposibles para mí, en las versiones que circulan. También me resulta penoso leer cierta edición de Norte, de Seamus Heaney. En algunos casos la traducción me resulta igualmente indigerible, pero el tipo de relato hace que finalmente la pase por alto: por ejemplo, en las novelas policiales de Petros Márkaris.
3) ¿Quiénes, en su opinión, han sido buenos traductores en su país? ¿De qué obras?
–El primer libro que se me aparece es La vida en los pliegues, de Henri Michaux, traducido por Víctor Goldstein, en Ediciones Librerías Fausto (1976). Fue lo primero que leí de Michaux y me maravilló. La antología de poesía francesa que hizo Raúl Gustavo Aguirre, también para Fausto: las versiones de Char, las de Robert Desnos. Tengo un recuerdo muy grato, como lector y como estudiante de Letras, de la traducción que hizo Angel Battistessa de la Divina Comedia. Otro traductor para destacar es Lysandro Z. D. Galtier, también por ser precursor en los estudios sobre traducción, con su antología sobre la traducción literaria, en Ediciones Culturales Argentinas. Un traductor medio escondido es Arturo Fruttero (provincia de Santa Fe, 1909-1963), que dejó versiones de poetas ingleses que están dispersas en publicaciones olvidadas de la Asociación Rosarina de Cultura Inglesa. Entre lo último que leí destacaría los cuentos de John McGahern traducidos por Gerardo Gambolini, un libro extraordinario.
Inés Garland (Buenos Aires, 1960) es periodista y escritora. Colaboró con diversos medios, fue productora de televisión y realizadora de documentales y cortometrajes y, en la actualidad, coordina talleres literarios. Es autora de la novela El rey de los centauros (Buenos Aires, Alfaguara, 2006), de los cuentos incluidos en Una reina perfecta (Buenos Aires, Alfaguara, 2008) y de la nouvelle Piedra, papel y tijera (Buenos Aires, Alfaguara, 2009).
1) ¿En qué reconoce una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
–Me parece que una buena traducción se define principalmente porque el resultado es buena literatura (estoy descontando que el original lo es). Una buena traducción se lee con la fluidez del original y hace que nos olvidemos de que se trata de una traducción o nos pongamos a pensar en cómo lo habrá dicho el escritor en el original). Trato de no leer traducciones del inglés porque, cuando lo hago, inevitablemente me encuentro frente a frases o palabras o diálogos que estoy segura de que el escritor del original no pudo haber usado (por supuesto me pasa más con autores que conozco, pero es casi una constante esta experiencia y la necesidad de chequear con el original y mantener entonces diálogos mentales y discusiones imaginarias con el traductor). Creo que la traducción tiene obstáculos muy difíciles que necesitan de mucho tiempo, sutileza (¡discusión minuciosa y obsesiva con otros escritores o traductores!) y un conocimiento muy profundo de los matices de la propia lengua además de los de la original para dar en el clavo. También reconozco que es mucho, muchísimo más fácil criticar una traducción que hacerla. Encontrarle el pelo a la sopa cuando ya está cocinada por otro (que seguramente perdió el pelo por el esfuerzo).
2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–Me molestan algunos giros del español, algunas palabras, el uso del "le" para el objeto directo, ciertas cosas que muchas veces percibo como una falta de sutileza. ¡Pero no sé si podría explicar por qué me molestan estos giros en las traducciones y no en los originales en español!
3) ¿Quiénes, en su opinión, han sido buenos traductores en su país? ¿De qué obras?
–Los máximos problemas los tengo siempre con traductores del inglés al español de España. A pesar de qué encontré algun error, me gustó la traducción de La geometría del amor de Cheever con prólogos de Fresán (como alguien tomó prestado el libro y no me lo devolvió, no sé quién la hizo). Esto que voy a decir no queda muy bien, pero no recuerdo los nombres en general, los de los traductores tampoco. Me gustó también el traductor de Bernard Sclinck. Leí tantas veces Nueve Cuentos de Salinger que me dejó de molestar la traducción. Creo que cuando el libro es muy bueno me termino olvidando de los problemas de traducción, aunque ahora que estoy zambullida en los cuentos de Alice Munro, no soporté más leerla en español (me habían regalado El amor de una mujer generosa) y corrí a conseguirla en inglés.
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