jueves, 23 de agosto de 2012

Un traductor español digno de todo respeto

Jesús Zulaika
El pasado domingo 12 de agosto, la escritora Mori Ponsowy publicó la siguiente columna en el diario La Nación, de Buenos Aires, donde aludía a un artículo anterior –también publicado en La Nación y posteriormente recogido en este blog–, donde criticaba una traducción de Raymond Carver, realizada por el traductor español Jesús Zulaika y publicada en Anagrama. Allí también se comentaba la reacción que Zulaika había tenido ante una entrada de este mismo blog en la cual se reproducía una crítica aparecida en un blog uruguayo. Basta ahora con leer la columna de Mori Ponsowy para saludar a Zulaika en los mejores términos y aplaudir su actitud, que, al fin y al cabo, de esto trata también este blog.  

El comienzo de una hermosa amistad

Quizá algunos lectores recuerden mi anterior columna aquí, esa que trataba sobre la traducción de los cuentos de Raymond Carver al español, y el enojo que yo había sentido cuando me di cuenta de que el traductor parecía haber decidido cambiar el estilo de uno de los mejores cuentistas norteamericanos del siglo XX. El ejemplo que usé fue el de uno de sus cuentos más famosos,"De qué hablamos cuando hablamos de amor", en el que dos parejas pasan la tarde en una cocina, tomando ginebra y hablando de amor. El cuento es prácticamente puro diálogo y Carver, fiel a su estilo minimalista, no describe de qué manera se expresan los personajes, qué gestos ponen al hablar, sino que simplemente escribe "Mel dijo", "Laura dijo", una y otra vez. Sin embargo, el traductor del cuento parecía haber decidido cambiar el estilo carveriano agregándole emociones a los personajes, de modo tal que donde Carver había escrito "dijo Terri", él tradujo "protestó Terri"; donde Carver escribió "dijo Mel", él tradujo "saltó Mel", y así sucesivamente hasta el final del cuento. En aquella columna también contaba que mi indignación se había hecho aún mayor cuando en un blog encontré que, en medio de una discusión, ese traductor afirmaba: "Yo sí soy de Bilbao y cuando pongo en boca palabras a personajes de autores norteamericanos e ingleses, les pongo las palabras que se me salen de los cojones".

Pues, bien. A los dos días de publicada la nota, me llegó un mensaje a Facebook de, nada más y nada menos, que el traductor de Carver, que también resulta ser el traductor de William Faulkner, Truman Capote, Jack Kerouac, Richard Ford, Ian McEwan, Yukio Mishima, Vladimir Nabokov, Kazuo Ishiguro, Martin Amis y Graham Swift. Lo primero que pensé, antes de abrir el mensaje, fue que estaría enojadísimo. Dudé antes de hacer clic, preparándome para lo peor, y al fin lo abrí. Decía así:

"Comprendo tu estupor –e indignación– al leer aquella respuesta mía en la que invoqué la ciudad donde nací y mis atributos sexuales externos. Tengo que explicar que me sentí agredido por un comentarista injusto, que me endosaba haber escrito ¡merluzo! –y otras atrocidades– con un ensañamiento sardónico y una impunidad que no eran de recibo, y a quien quise responder muy personalmente (no era una proclama universal, ni mucho menos). Fue muy ofensivo para mí, y reaccioné de modo irreflexivo. Me gustaría decirte, sencillamente, que no soy tal energúmeno. Y luego, ya en el terreno de la traducción, que en aquel tiempo –mil novecientos ochenta y tantos– era lisa y llanamente inconcebible por estos pagos que en narrativa alguien utilizara dijo para todo uso. De ahí que me sintiera impelido –tras obtener la anuencia de la editorial– a deformar el original. No sabes cuánto me arrepiento.

"Lo que digo se ve refrendado en Principiantes, donde, en el mismo relato –y en todos los demás– respeto escrupulosamente el 'dijo' original, porque han pasado los años y en España los lectores ya han asimilado que tal laconismo repetitivo no es una pobreza expresiva (ni del autor ni del traductor), sino un recurso estilístico (de una gran fuerza y belleza literarias, por cierto). Eso es todo. Te pido perdón por mi exabrupto, y por mi deformación del estilo carveriano en aquel pasado ya lejano (hoy no es fácil rectificarlo, me dicen). Nunca me lo reprocharé lo bastante. Pero he tenido que perdonarme (por razones obvias: tengo que poder mirarme al espejo). Te envío un saludo sincero. Jesús Zulaika."

Jesús Zulaika. Yo no había querido decir su nombre en aquella nota porque me pareció de mal gusto exponer a alguien sin conocer sus motivos, ni darle oportunidad de explicarse. Además, no se trataba de criticar a una persona, sino una traducción. Pero ahora sí digo su nombre, y lo hago con admiración y respeto. ¡Hay tanta gente incapaz de reconocer un solo error, de pedir disculpas, de enmendar caminos! ¡Cuánta caballerosidad en las palabras de Zulaika! Cuánta calidez y humanidad.

Como imaginarán, ese mensaje fue sólo el primero. Le respondí, me respondió, volví a responderle y, ahora, como Humphrey Bogart al final de Casablanca, creo que este es el comienzo de una bella amistad. ¡Quién lo hubiera dicho! Hace poco no nos conocíamos, y ahora somos amigos, casi cómplices. "Es la magia de la vida", me dijo Zulaika. Esa a la que nunca debemos renunciar.

6 comentarios:

  1. Una vez mantuve una breve discusión con él también sobre sus traducciones de Carver (http://fedrosantelmo.wordpress.com/2010/05/15/libro-del-dia-principiantes-de-raymond-carver/). Me hubiera gustado una honestidad comparable a la que tuvo con Ponsowy.

    Leandro Fanzone.

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  2. Gracias por subir la nota, Jorge! Me gustaría agregar que hace poco me enteré de que Zulaika habló con la gente de Anagrama y logró convencerlos de que las próximas ediciones de "De qué hablamos..." salgan con los "dijo" como debe ser. Un cariño grande!

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  3. bien, jorge. bien, mori. bien, jesús. me alegro de que seamos vehementes a veces e incluso demasiado viscerales en nuestras opiniones pero sepamos reconocer a tiempo que a menudo el Otro también tiene razón. nobleza obliga.

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  4. Digno de todo caballero reconocer un error y pedir disculpas..!Aunque no lo conozca personalmente siento admiración..!

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  5. Me quedo perplejo delante la reacción de Zulaika, tanto al enterarme de su primera reacción violenta como leyendo su arrepentimiento. Resulta que, como traductor de Ricardo Piglia, que usa por doquier el “dijo” en los diálogos, intento como sea, sinónimos u cualquier otro medio, y hacerlos pasar desapercibidos. También le cambio su estilo, variando sus construcciones gramaticales, en la mayoría de los casos sencillas, basadas en la coordinación más que el la subordinación. Con lo cual mi traducción produce un texto aparentemente mucho más literario que el original. Podría pasar por una falta de respeto, una incomprensión. No sólo correspondo a las exigencias de los editores, sino que también intento producir un texto autónomo en el idioma al que traduzco. Acerca de la repetición, yo creo que algunos idiomas a veces por razones meramente fonéticas, algunas literaturas por tradición aguantan más o menos las repeticiones, y traducir fielmente no consigue otra cosa que producir efectos muy distintos en cada idioma. El grado de saturación en repeticiones de un idioma a otro puede variar.
    Dicho esto, desde la traducción calco como la que practicaron los traductores medievales del la Biblia del hebreo al latino hasta la traducciones más libres de La Fontaine traduciendo a Esopo, que son más versiones o reescrituras que traducciones textuales, el traductor ha de situar en el punto donde quiera, en el momento en que se sienta a gusto con lo que está haciendo, y con el afán de trasmitir a su manera una lectura, de la misma forma que el intérprete toca una pieza de música imponiendo su personalidad o el director de teatro ofrece una puesta en escena distinta de la que haría otro. Por lo tanto, no existe traducción más acertada que otra de cara al original, siempre que el traductor haya entendido con precisión lo que está leyendo. Al fin y al cabo, más que la conformidad textual, que puede ser aburridísima si no hay estilo propio, arte y ritmo, espero de una traducción una gran coherencia interna y una obra de arte. Con lo cual, lo que me interesa al traducir Ricardo Piglia es que, en mi francés, salga un gran autor.
    François-Michel Durazzo

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  6. Estimado Francois: como traductora de poesía, coincido absolutamente con usted en rechazar la traducción-calco. Sin embargo, estoy en franco desacuerdo en relación a cambiarle el estilo a un autor. Pienso que un buen traductor debería esforzarse por por trasladar al nuevo idioma el estilo original. ¿A qué debe ser fiel el traductor: al significado de las palabras, a su sentido, a su poder evocativo (que rara vez será el mismo en dos idiomas), a la música, al ritmo? La jerarquía de fidelidades establecida por cada traductor es su filosofía a la hora de trabajar. Sin duda, el mejor de los casos es aquel que permite que todas las fidelidades operen al unísimo. Pero -sabemos- eso no siempre es posible y, cuando hay que elegir entre una u otra, yo prefiero a los traductores que son fieles a lo que Walter de la Mare llamó "el aroma" de un poema, de un cuento, de una novela. Cambiar el estilo es ser infiel al aroma: al alma que late tras lo escrito... Y, para mí, esa es una de las peores formas de infidelidad. Le envío un saludo cariñoso, Mori Ponsowy

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