Fabienne Bradu (traductora francesa residente en Ciudad de México, México)
1)¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–Nunca he estado confrontada a semejante situación, ni creo que existe obstáculo alguno para traducir las obras de hombres en mi calidad de mujer. La verdad que no entiendo muy bien los reparos sobre esta cuestión. Es como si se dijera que los hombres escritores son incapaces de crear personajes femeninos y las mujeres, masculinos. Por fortuna, la imaginación y el rigor intelectual no tienen sexo.
Mariano Sverdloff (traductor argentino residente en Buenos Aires, Argentina)
1)¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
–Creo que determinados textos responden a una pauta que una determinada época considera ligada a la escritura "masculina", o a la escritura "femenina". Son atributos variables, arbitrarios, obviamente construidos históricamente (no es lo mismo la retórica de una supuesta "escritura femenina" en el siglo XIX, que en el XX, por decir algo). Por lo demás, ni lo masculino ni lo femenino, ni en general cualquier variación de lo genérico son propiedades transhistóricas de los textos. Muchas veces es más una descripción metalingüística (se le atribuye "lo femenino" a un determinado texto) que una realidad empírica comprobable (los romanos solían hablar despreciativamente de textos o discursos femeninos: naturalmente es una construcción metalingüística que carece de todo asidero). Dicho esto, quizá haya alguna resonancia entre algunas escrituras llamadas femeninas (pero también “masculinas”), que faciliten la traducción (por ejemplo, E. Dickinson y Silvina Ocampo). No tiene que ver con que ambas sean mujeres y escriban "en femenino", sino con que es posible pensar pautas comunes, aproximativas, entre las escrituras de ED y SO. Amplío: más que de rasgos genéricos a propósito del traductor, hablaría de posibilidad de trabajar con una determinada lengua de traducción desde un horizonte propio, entendiendo por horizonte propio el conjunto de reglas y expectativas estilísticas que estructuran el trabajo del traductor. En la definición de ese horizonte, entran en juego rasgos genéricos, desde ya, pero no siempre son determinantes, hay que ir caso por caso, y no me parece útil reducir la posición de traductor a tal o cual identidad genérica (a menos que el traductor decida politizar ese rasgo y ponerlo en primer plano: ahí el planteo es otro). Creo que los textos no son cuerpos, sino que más bien distribuyen en su superficie los signos de la corporalidad: recién pensaba en que un(a) traductor(a) al japonés de David Viñas debería distribuir en su texto los signos de lo que en Japón se considera “virilidad”, “violencia”, “polémica”, etc. El hipotético traductor al japonés de Viñas no debería “sentir la corporalidad de Viñas”, sino más bien saber que en el original hay una exacerbación de ese registro, y debería, por tanto, traducir a Viñas al código de la virilidad pendenciera japonesa, que yo ignoro (y lo dijo sin alegría, porque debe ser de lo más interesante). El traductor al japonés de Viñas no tiene por qué ser hombre, ni comportarse como un Yakuza, etc.
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
Abundo en lo ya dicho en el punto anterior: el “género” en algunas épocas puede consistir en ciertas pautas estilísticas. Pero en otra no. Es decir: traducir Cumbres Borrascosas de Emily Brönte supone traducir una violencia que contradice lo que se esperaba de una “escritura femenina” en el siglo XIX. Porque en realidad todo el problema se retrotrae a si existe o no “una escritura del género X”. Creo que el problema debe plantearse así: tal época considera que el género X escribe de la forma A. Quizá lo que hay que traducir es esa expectativa epocal (traducir una novela “femenina” victoriana metiéndose en la retórica del “ángel del hogar”, independientemente de si el traductor o la traductora comparta o no esa construcción). En conclusión: no es que un género está especialmente habilitado para traducir a un género similar (hipótesis que considero absurda, incluso con ribetes identitarios y acaso biologiscistas) sino que determinados traductores tendrán más afinidad estilística con el estilo de tal autor, sea este Puig, Dickinson o Pizarnik. Ese autor estará marcado, probablemente, por la expectativas epocales sobre el género de su época, en el sentido de que los autores aceptarán o impugnarán tal pauta: el traductor debe estar atento a esa relación epocal también. Luego, cualquier traductor de cualquier género puede enfrentarse a cualquier texto escrito por un autor de cualquier género. Pienso por ejemplo en las brillantes traducciones/reescrituras que Anna Carson hace de Catulo. Por lo demás, no me parece interesante reponer la categoría de “fidelidad” en la traducción por medio del género (esta reposición supondría que se sería más fiel si alguien del género A traduce una obra escrita por el autor del género A). Después de Venuti, reponer la categoría “fidelidad” por medio del género (o de cualquier otra retórica identitaria), me parece cuando menos problemático.
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
No. La última mujer a la que traduje fue Barbara Carnevali, y los problemas tuvieron más que ver con el uso de la terminología filosófica.
Pedro Ignacio Vicuña (traductor chileno residente en Santiago de Chile, Chile)
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
1)¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
–La verdad es que no entiendo bien la pregunta, en el sentido de si se refiere a las palabras en sus géneros gramaticales o a una perspectiva de género relacionada a la concepción antipatriarcal que está tan en boga por estos años. Si se trata del primer caso, la verdad es que, a menudo se enfrentan problemas, toda vez que, en poesía, que es lo que yo traduzco, el género gramatical de las palabras centrales o claves de un poema, es decisivo a la hora de tener que verse constreñido a cambiar el género o, de lo contrario, a cambiar el sentido evidente del poema. Digo evidente porque eso, muchas veces ocurre con las primeras lecturas, pero a medida que te vas adentrando en el poema, es probable que se pueda resolver sin tergiversar el texto original. Respecto de lo segundo, me parece que nos enfrentamos a una extrapolación que resulta de difícil discernimiento. Y el comentario pertinente es más afín a la siguiente pregunta.
–Yo creo que al traducir, uno debe preguntarse qué se traduce cuando se traduce. De la misma manera que debe preguntarse si acaso las palabras tienen un valor único e inamovible y todos y cada uno entienden exactamente lo mismo al escuchar una palabra o leer un texto. Sabemos que eso no es así, sabemos que el lenguaje está necesariamente asociado a las experiencias personales de las palabras y sus significados, a las imágenes que las palabras nos producen que son todas extraídas de las experiencias personales, reales u oníricas, concretas o fantásticas, pero siempre personales. Esta constatación me hace estar absolutamente cierto de que bajo ninguna circunstancia uno traduce a un autor de manera cabal, en el sentido de que existiría la posibilidad de traducir un texto sin perder un ápice de lo que dice y significa el original. El problema de esto es que uno nunca sabe, ni puede saber, qué es exactamente lo que dice el original, a no ser que venga con un manual de instrucciones –y ni siquiera. Estoy absolutamente convencido de que uno, al hacer el ejercicio de verter un texto a la lengua vernácula, necesariamente traduce lo que uno ha leído en ese texto que quiere trasvasijar, es decir, las relaciones, conexiones, reminiscencias, sensaciones, temblores, odios, denuestos, etc. que ese texto que uno quiere verter ha producido en uno, de cual sea la manera en que eso se produzca. Uno traduce sólo lo que uno ha percibido del texto original; por más documentos, reseñas, estudios psicoanalíticos, de laboratorio, algoritmos o cualquier otra vaina, pretendidamente poseedora de la verdad, a la que uno acuda, uno siempre va a traducir lo que uno lee que, nunca es lo que exactamente el autor ha escrito o querido decir, esa posibilidad me parece un imposible ontológico. Creo que en realidad, la traducción es una recreación que se alimenta de la ilusión de querer ser un trasvasije del continente original (la lengua de origen) al continente que lo recibe (la lengua a la cual el texto se vierte), pero es sólo eso una tentativa siempre esquiva de traducir la verdad del otro. ¿Cómo puede, entonces, ser determinante el asunto de género a la hora de traducir? Me parece que el problema, o supuesto problema, de una traducción cruzada de género –mujeres traducidas por hombres, hombres traducidos por mujeres– es de suyo superficial o, por lo menos, falaz, en ese sentido, dado que no hay ninguna lectura que sea más verdadera que otra. Las hay más o menos profundas, más o menos afines al espíritu del autor, pero siempre es sólo una aproximación. En realidad, el asunto da para muy largo, pero si fuera posible hacer una traducción verdadera, tendríamos que convenir, necesariamente, que todos los lectores de la lengua vernácula del autor entienden sus textos de manera idéntica.
3)¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–Ahora, por ejemplo, que estoy traduciendo a la poeta griega Eleni Vakaló, no tengo ningún problema, o tengo los mismos o similares a los que podría tener Natalia Moreleón. Vamos a tener lecturas distintas ¡qué bueno! Pero eso no inhabilita ni al uno ni al otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario