lunes, 30 de noviembre de 2015

Un brindis con Blanquette de Limoux

Sinceramente, no sabemos de dónde proviene la información de la columna que Guillermo Piro publicó ayer en el diario Perfil. Pero, en todo caso, nos sentimos en la necesidad de alertar a los colegas españoles.

 

La memoria de los lugares


En agosto de 1960 el biólogo francés Richard Lamartine alquiló un chalet en Limoux, un pueblo vitivinícola cercano a Carcassonne, en el sur de Francia (todo verdadero enólogo conoce el Blanquette de Limoux, un vino espumante natural. E incluso lo conocen quienes no son enólogos, tal es su fama). El biólogo, además de ser un investigador de primer orden, era un sádico que no dudaba en martirizar prolongadamente a los animales que utilizaba para sus experimentos. Centenares de ratones, cobayos, pájaros, gatos, monos, perros y ranas murieron en medio de sufrimientos atroces durante los seis años en que el biólogo ocupó la casa. Cuando murió, en septiembre de 1966, las exequias se realizaron en la Basílica Notre-Dame-de-Marceille, y sus restos fueron depositados en el cementerio de Limoux, bajo tierra. Su fama era notoria entre los pobladores, de modo que su despojada tumba no recibía visitas, y mucho menos cuidados. En la misma casa se instaló entonces una pareja de jubilados que gozaba de excelente estado de salud. A los cinco meses, sin razón médica aparente, los dos cónyuges perdieron por completo las ganas de vivir. Agotados y vacíos, murieron al unísono una tarde de abril. Una joven pareja ocupó su lugar. Se divorciaron al cabo de dos meses. Una joven estudiante de enología, que pensaba residir un tiempo en Limoux para una investigación que pretendía escribir y publicar una vez recibida, al poco tiempo de ocupar la casa empezó a sufrir jaquecas tremendas. Murió un mes después, en medio de dolores atroces y sufrimientos indescriptibles. Los inquilinos se fueron sucediendo, y las enfermedades también. Cinco años después aparecieron los trastornos mentales y los suicidios. Llegado a este punto nadie quería alquilar la casa, y la propietaria, como último recurso, la hizo derribar y vendió el terreno.
Ahora lo acaba de comprar la Asociación Española de Traductores. Levantó allí otro chalet, basándose en los planos conservados en la oficina de catastros del Municipio de Limoux, idéntico al anterior. Pretende dar allí alojamiento los fines de semana a sus miembros, ofrecer charlas y conferencias, y, al mismo tiempo, servir de estadía para que los traductores puedan hacer su trabajo en un ambiente idílico y propicio para el trabajo concentrado, intercambiar experiencias entre colegas en un contexto internacional y consultar la amplia biblioteca especializada de la que gozan las instalaciones.

Los lectores de América Latina apoyamos enormemente esa decisión y no dudamos de que en poco tiempo comenzaremos a ser felices testigos de los avances que puedan hacer en un campo tan vilipendiado e injustamente criticado como es la traducción española, y desde acá les enviamos un saludo y les aconsejamos que no dejen de probar el delicioso Blanquette de Limoux antes de dar el último suspiro.

viernes, 27 de noviembre de 2015

"Edwin Williamson a la mala traducción de la obra agrega una mala traducción de la vida"

El 14 de noviembre de 2004, en el diario La Nación, de Buenos Aires, Edgardo Krebs, investigador asociado del departamento de antropología de la Smithsonian Institution, se ocupó de una biografía de Jorge Luis Borges que, por ese entonces, acababa de publiarse. La bajada es ya una declaración muy clara: “La reciente y polémica biografía que el catedrático de Oxford Edwin Williamson escribió sobre el gran escritor argentino pone en evidencia la dificultad de los autores anglosajones para interpretar la obra del autor y su idiosincracia”. Por su interés, merece volver a leerse.

Borges en inglés: problema de traducción

WASHINGTON DC.– Si Jorge Luis Borges no fuera uno de los autores más originales e influyentes del siglo XX, no importaría que sus traducciones al inglés padecieran de tantos traicioneros defectos. Esto no presume subestimar la inteligencia de ciertos lectores anglosajones, quienes no sólo han advertido el problema –como Mathew Howard en su crítica a las traducciones de Di Giovanni– sino que han escrito algunos de los análisis más lúcidos de la obra de Borges, desarmando la casi alucinada red de conexiones literarias y filosóficas y de juegos de la mente que brillan en los textos aun más breves y ocasionales del escritor argentino.

El centenario del nacimiento de Borges en 1999 acercó la posibilidad de una reevalución de las traducciones, y con ella, del escritor en su entorno. La exégesis, aventura del conocimiento a partir de un texto bien leído –ejemplificada clásicamente por Erich Auerbach en Mimesis: La representacion de la realidad en la literatura de Occidente– es el destino de toda gran obra. La traducción inteligente es, por supuesto, parte de la exégesis. De los tres tomos de Borges en inglés publicados por Viking–Penguin a finales de los 90 (ficción, poesía, ensayo), sólo el de ensayo, al cuidado de Elliot Weinberger, fue hecho con erudición y sensibilidad. Además de incluir las traducciones magníficas de Esther Allen, este volumen ofrece al público anglosajón una serie de textos jamás aparecidos en inglés, que ayudan a situarlo a Borges en la historia argentina y como testigo crítico de episodios contemporáneos.

El tomo de versos, fruto de la colaboración despareja de varios poetas, contiene verdaderas masacres de poemas límpidos y claros. ¿Cómo confundir "gema" (perla) con yolk (yema de huevo) en "La rosa amarilla"? ¿O anular la evocadora palabra "camalote", traduciéndola como root clumps (raíces) en "La fundación mítica de Buenos Aires"? ¿O asignarle, en el mismo poema, empinadas olas (steep surf) al Río de la Plata? Estos traspiés cómicos preanuncian errores de interpretación que desfiguran el sentido de las mejores poesías de Borges.

El tomo de ficción, debido a un solo traductor, Andrew Hurley, parece ser producto de la ligereza, el desdén o la incompetencia. La provincia del Chaco es transformada en el "Río Chaco"; el puestero de una estancia en un almacenero (store–keeper); un gurí (término afectuoso) en "mestizo bastardo"; la frontera –palabra clave que en Borges intimaba el "vértigo horizontal" de la pampa– en un flácido "borde"

Pero además de traducir mal el sentido de palabras, situaciones, contextos, alusiones, Hurley comete el error de agregar al final del libro un glosario–guía a la historia argentina que es patético en su precariedad. Si un traductor de Faulkner al castellano se permitiera ejecutar un glosario similar sobre términos sureños y la historia de la relación entre blancos y negros en los EE.UU. (por ejemplo), ese traductor sería justamente ridiculizado. Parte del trabajo, y del placer, de leerlo a Borges, es descubrir de qué modo ha interpretado la historia argentina, trazado su laberinto cargado de símbolos y de pistas que sólo el lector atento advertirá. El reemplazo de estas claves por burdas, literales, a menudo erróneas notas y definiciones de diccionario, es la traición definitiva del traductor, una admisión de su fracaso. ¿Cómo remitir al lector a un glosario para explicar el término "criollo", central en toda la obra de Borges? ¿Cómo reducirlo a disparate, definiéndolo como "palabra que indica raza, y por lo tanto clase; se refiere siempre a una persona blanca, y por lo tanto superior... etc, etc."?

Las reseñas de estos tomos, en su mayoría escritas por autores no muy conocidos como expertos en Borges o en la historia y la literatura argentinas (requisitos mínimos para adentrase en los territorios de alusión y referencia sobre los que se apoya la obra), ciegas también a errores y mutilaciones como los señalados, no sirven para indicar el camino a una necesaria, posible, nueva lectura de los textos traducidos. Unos de los pocos autores argentinos que pudieron hacer oír su voz disonante en la prensa anglosajona fue Alberto Manguel. En un comentario para el periódico británico The Guardian, Manguel apunta, acertadamente, que los lectores de Borges en inglés, desde las versiones de Di Giovanni en adelante, han sido muy mal servidos. "Borges en inglés –dice– debe ser leído a pesar de las traducciones".

En Borges. A Life, Edwin Williamson, catedrático de Oxford, da un paso más allá: a la mala traducción de la obra agrega una mala traducción de la vida.

Para quienes no ven a Borges como un ser real, insertado en la historia de su país, precisamente, a través de la literatura, su vida es un interrogante, un vacío que demanda explicación. Borges ha sido considerado a menudo, en la Argentina y en el extranjero, como arquetipo del escritor exangüe, prisionero en su estrecha torre de marfil, divorciado del destino de sus contemporáneos y de los apetitos y pasiones del común de los mortales. Desde miradores distantes, especialmente, hay una tendencia a imaginar a América latina como una "realidad mágica", larvada de injusticias y ardiente en revoluciones sociales. Eldorado ha cedido su lugar a una inmensa villa miseria de humanidad castigada. El Nuevo Mundo de ayer es el Tercer Mundo de hoy, y los sucedáneos de Aguirre, Orellana y Fitzcarraldo ya no exploran febrilmente sus tierras para conquistarlas. Replegados a sus perchas europeas o norteamericanas, ahora sólo las visitan con sanitarias fórmulas éticas. El escritor autóctono que esta visión estereotipada requiere debe ser sanguíneo, fumador, bramante, parte de las multitudes y, si es posible, barbudo. Borges no da con el fenotipo, y su obra cerebral y de cortante textura filosófica resiste la captura.

El corazón de Borges
Williamson se propuso humanizar a Borges yendo en busca "del corazón que late en las profundidades de la obra." Encuentra que el escritor tiene una madre dominante y un padre ineficaz. Y que su obra está marcada por amores trágicos de wagnerianas consecuencias. El problema con este cuadro pop–psicológico es que debe más a la imaginación del profesor Williamson que a los datos biográficos comprobables de la familia Borges–Acevedo. El supuesto amor–pasión por Norah Lange (no correspondido); las desafortunadas metáforas de espada bárbara y daga rebelde que Williamson elige para explicar las desobediencias o lealtades de Borges hacia su madre (espada) y padre (daga) y la historia argentina; su noción de que la perdida Norah Lange se transforma en una esencia comparable a la Beatrice del Dante, y que ese ideal trémulo es por fin colmado en éxtasis por la aparición de María Kodama... todo esto hace a una cansadora e inútil lectura.

En los textos mismos donde Williamson busca pistas para atornillar sus tesis pasan cosas muchísimo más interesantes (y reveladoras de la inteligencia y personalidad de Borges) que su biógrafo descuida. Un par de ejemplos. Según Williamson, un experto en la obra de Cervantes, "Pierre Menard, autor del Quijote", refleja la "frustración de la imaginación creativa de Borges", incapaz de cumplir con el mandato de su padre redimiéndolos a ambos con el logro de un destino literario. Borges se identifica con Menard, "quien, en vez de producir invenciones propias, intenta reescribir el Quijote, corriendo el riesgo de anular su propia personalidad y la de Cervantes". El ensayo sobre Menard tiene ya una larga ejecutoria de interpretaciones, ninguna tan obtusa como ésta. Recuerda aquel chiste hecho por el propio Borges a costa de Caillois, para quien la novela detectivesca tenía sus orígenes en informes policiales (no, como argüía Borges, en los textos deliberados de Edgar Allan Poe). Lo que claramente dice Borges en Menard es que cada lector completa la obra, y que cada época la tiñe con su óptica y sensibilidad particular. Aunque la obra de Menard replica palabra por palabra la obra de Cervantes, se trata de dos obras distintas porque fueron escritas (y leídas) en distintas épocas.

Del libro de ensayos El idioma de los argentinos, Willamson se prende del epígrafe que aparece al comienzo, tomándolo como otra de las "pruebas" del columpiado, secreto amor por Norah Lange. Incomparablemente más revelador en ese libro de juventud es notar de qué modo Borges cuestiona cosas tan básicas para la comprensión de un texto y la formación de sentido como la oración. Toma la famosa frase inicial del Quijote, "En un lugar de La Mancha...", y postula que la palabra clave, La Mancha, carecía de contenido específico para Cervantes: "su realidad era sentimental, no visual". Quevedo, en cambio, por conocer el sitio, es más exacto en su descripción: "Amaneció (en La Mancha): bajeza me parece de la aurora acordarse de tal sitio". Las palabras adquieren sentido por su contexto; sueltas "no existen". Borges en ese ensayo estaba formulando una tesis sobre el lenguaje que recuerda a Wittgenstein: "los límites de mis palabras son los límites de mi mundo."

La importancia de Borges para nuestra literatura, y para la literatura, es su dimensión filosófica. Analizando el perímetro de su criollismo inicial, descubrió que los mitos son más importantes que la historia, que toda comunidad depende para existir de una ilusión compartida, de un acto de fe. Esto vale tanto para la Argentina criolla de indios, africanos y europeos como para la Inglaterra mestiza de celtas, daneses y sajones.

Borges fielmente recrea en su obra los mitos argentinos: en el centro de todos sus laberintos el héroe es matado por el monstruo. Vencen los bárbaros. El hombre de libros, de sentencias, de dictámenes, abierto al universo, encuentra su destino en esa muerte. No puede decirse que este mito no represente la realidad, que Borges no haya entendido lo que representa ser argentino. Tampoco puede decirse que sea un mito necesariamente trágico. En su vocacion universal, el héroe expande los horizontes del grupo, y le da salidas y opciones. Como el trickster de los mitos indígenas de América, Borges ha visto la trama por detrás, entiende que es al mismo tiempo una gran historia y la materia de un sueño.

La biografía de Williamson no tiene nada que ver con este Borges.


jueves, 26 de noviembre de 2015

Una efeméride sirve como excusa para una nueva versión de Alicia

La noticia procede del diario La Jornada, de México, y fue publicada el 22 de noviembre pasado. Aquí se cuenta lo que se hizo para celebrar la publicación del gran clásico.

Conmemoran 150 años de la publicación
de Alicia en el país de la maravillas

México, DF. Decenas de lectores aficionados y conocedores de todas las edades, se reunieron en la explanada del Palacio de Bellas Artes el domingo, a partir de las 10:30 de la mañana y hasta las 15 horas, para conmemorar los 150 años de la publicación de Alicia en el país de la maravillas, la clásica obra literaria escrita por de Lewis Carroll (1832-1898).

Para el festejo se organizó una lectura de los tres primeros capítulos a cargo de los actores Tiaré Scanda y Everardo Arzate, un taller denominado El mural de los objetos perdidos, en el que pequeños de 4 a 6 años dibujaron personajes y objetos que aparecen en el clásico cuento; además de divertida lectura teatralizada a cargo de un grupo de narradores orales.

Todo ello sirvió para dar a conocer también una nueva edición de Alicia en el País de las Maravillas, coeditada por el Fondo de Cultura Económica y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, con traducción de Ignacio Padilla (con la colaboración de Ix-Nic Uruegas) e ilustrada por la artista francesa Rébecca Dautremer.

De acuerdo a los organizadores, de manera simultánea a esas actividades, en la Biblioteca Vasconcelos y el Museo de los Ferrocarrileros, se llevó a cabo también una lectura y un taller, en los que participaron María Aura y Mirta Renée; así como el colectivo Pena Ajena, integrado por Ulises Paniagua (poesía y voz), Miguel Ábrica, Alex Mariñe y Charly Massa (cantautores), Noáh (música y voz poética) y Efyl Rotwiller (hip hop), con la intervención pictórica de Gustavo Medina, quienes propusieron “una experiencia sensorial a través de la creación artística y la improvisación”.


miércoles, 25 de noviembre de 2015

Última reunión del año del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires y despedida del CCEBA

Laura Wittner, Alejandro Crotto e Ignacio Di Tullio son tres poetas argentinos que traducen poesía. No se ocupan de los mismos autores, ni proceden según un mismo programa. Por eso, ayer vinieron a la última reunión del año del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires para dialogar entre sí y dar cuenta de “Tres maneras de traducir poesía”.

La reunión estuvo precedida por un breve informe realizado por Estela Consigli, una de las traductoras que participó de la redacción del proyecto de ley de traducción que en estos días se trata en el Congreso nacional.

Finalmente, el Administrador de este blog cerró el encuentro haciendo un resumen de lo realizado en el CCEBA, del que con la velada de ayer se despide el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires al cabo de siete años de trabajo conjunto.

Quienes deseen ver lo ocurrido en la reunión pueden hacerlo en
http://www.ustream.tv/recorded/78414695

Se informa por último que las actividades públicas del CTLBA se retomarán en el mes de abril de 2016 en una nueva sede, aún por designar.
                                             
Laura Wittner (Buenos Aires,1967) es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires, coordina talleres de poesía y traducción y trabaja como traductora para diversas editoriales. Publicó varios libros de poesía y varios otros para chicos. Tradujo del inglés al castellano libros de Leonard Cohen, David Markson, Anne Tyler, James Schuyler, M. John Harrison, Harry Kressing, Michael Holroyd y Frank McCourt, entre otros, y poemas de Kenneth Rexroth. Frank O’ Hara, Charles Reznikoff y John Koethe. Lleva el blog www.selodicononlofaccio.blogspot.com.ar

Alejandro Crotto (Buenos Aires,1978) es Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires.Publicó los libros de poemas Abejas(2009), Chesterton (2013) y Once personas (2015) en la editorial Bajo la luna. Administra el sitio webwww.losporquesdelarosa.blogspot.com, dedicado a la poesía y a la traducción de poesía.

Ignacio Di Tullio (Villa Adelina, 1982) es poeta. Estudió Ciencias de la Comunicación y Literatura. PublicóAbrazo a la distancia (2006) y los ensayos breves de La música sin nombre (Trópico Sur Ediciones, 2013). Trabaja como profesor universitario y coordina talleres literarios y de escritura creativa. En 2011 tradujo junto con Inés Garland más de setenta poemas de la estadounidense Sharon Olds. Como fruto de ese trabajo, este año se publicará la antología La materia de este mundo.


martes, 24 de noviembre de 2015

"Participar en la riqueza que se está produciendo en condiciones de trabajo dignas"

Santiago Venturini entrevistó al traductor Alejandro González para el último número de Bazar Americano. Aquí lo reproducimos.

"Nada más lejano a mi que esa platónica estupidez
de `traduttore, traditore´"

Alejandro González es sociólogo, eslavista, investigador y traductor científico-literario. Tradujo a Turguéniev, Vigotski y Dostoievski, entre otros. Su traducción de El Doble, publicada por la editorial Eterna Cadencia, recibió en 2014 el prestigioso premio “Lee Rusia/Read Rusia” del  Instituto de la Traducción de ese país. 

–Una vez dijiste que tu acercamiento al ruso fue muy fortuito, que podría haber sido esa lengua u otra. Es algo que suele pasar con los traductores. No obstante, te volviste un importante traductor del ruso. ¿Qué fue lo que encontraste en esa lengua y en esa cultura, o hay otros motivos que te llevaron a convertirte en un traductor?
–Creo que en el fondo, cuando dije eso, me refería a que uno difícilmente da cuenta de las decisiones que toma. Tampoco sé muy bien por qué soy sociólogo y no contador; es decir, sabía que no me gustaban mucho los números, pero por qué era así, sigo sin entenderlo. Al ruso me acerqué un año después de empezar a estudiar francés; fue entonces que descubrí mi facilidad y pasión por las lenguas. Hacía rato que me gustaban los autores rusos y la decisión cayó por peso propio. Por una cuestión económica, no podía estudiar al mismo tiempo francés e inglés, o francés y alemán, o francés e italiano. Busqué cursos de ruso baratos y los había. Después, no obstante, tuve que hacer pausas en mi aprendizaje de ruso porque no tenía dinero. Todo eso fue en los años 90, que espero no vuelvan más a nuestras tierras. En el ruso encontré un gran desafío intelectual, una dificultad mayúscula, y creo –por lo poco que sé de mí– que ese fue el principal acicate para no soltarlo nunca más; no me conformé con decir algunas frases, con poder leer textos: quise llegar a fondo, y eso a la larga me llevó a Rusia, de donde no quise regresar a los tres meses -me quedé 9 años- y a la traducción, donde sigo y espero seguir. No me arrepiento ni un ápice de todas las decisiones que tomé en este camino.

–Traducir de una lengua como el ruso, es decir, una lengua que cuenta pocos traductores en el país y que es desconocida para la mayor parte de los lectores -y editores- debe tener, al mismo tiempo, ciertas ventajas y ciertas desventajas. ¿Cuáles serían?
–Las ventajas pasan porque te convertís en agente cultural. Se sabe poco de Rusia, y los editores se apoyan mucho en tu criterio a la hora de elegir obras y autores. Diría que es más creativo el trabajo, que hay en él más exploración, búsqueda; por supuesto que hay mucho por descubrir en literaturas que nos parecen más cercanas -la francesa, la inglesa, la italiana- pero supongo que, al haber sido más transitadas, encontrar gemas cuesta más. Otra ventaja, en términos meramente mercantiles, es que hay menos competencia, si bien eso se ve atenuado por la circunstancia de que se publica muchísimo menos del ruso que de otros idiomas comunes. Las desventajas son en parte la otra cara de la moneda de lo que acabo de decir: hay poca oferta, y se crea un mecanismo del “tómalo o déjalo”; por lo menos fue así por muchos años para mí; debía tomar lo que me daban o no traducía.

–La traducción de autores rusos ha cobrado impulso en Argentina. Pienso, entre otros, en títulos de la colección Colihue Clásica –algunos de los cuales tradujiste vos, como Memorias del subsuelo de Dostoievski o el Teatro completo de Turguéniev–, en libros de editoriales pequeñas como Añosluz (que ha publicado a Mijaíl Lérmontov y Marina Tsvietáieva) y en dos títulos de Maiakovski que acaban de publicarse: Mi descubrimiento de América (Entropía) y Poesía lírica (Blatt y Ríos). ¿A qué creés que puede deberse este interés? ¿Estamos frente a un cambio con respecto a la situación del ruso como lengua de traducción en décadas pasadas?
–No haría aún un análisis para el ruso en particular. Creo que la Argentina, a partir de 2005, conoce un revivir de la edición y la traducción. Es mucho lo que se está editando, son innumerables las editoriales que apuestan a la calidad, y creo que todas las lenguas están viviendo una suerte de “boom”. Me parece que todavía carecemos de la perspectiva necesaria para establecer si está ocurriendo algo específico con el idioma ruso en el país. Sí es cierto que Rusia ha vuelto a la arena internacional, que está invirtiendo mucho dinero en promoción cultural, que salió de ese ostracismo postcaída del mundo soviético. En Buenos Aires hay más oferta que antes para aprender el idioma (sé que dos centros reúnen más de 200 estudiantes actualmente, cuando yo en los 90 era casi un francotirador). Ahora bien, en qué medida eso puede explicar un cambio de actitud hacia el idioma, no lo sé. Ojalá que pasara algo, claro, que no fuera un fenómeno epocal.

–Tengo la impresión de que el ruso es, en Argentina, una lengua proveedora sobre todo de clásicos y de autores canónicos. Tal vez es una impresión rápida y equivocada, pero no veo la presencia de literatura rusa contemporánea o actual, con algunas excepciones, por supuesto (como podría ser, por ejemplo, Vladimir Sorokin). Me gustaría conocer tu opinión… 
–El principal obstáculo es la adquisición de derechos, que ha sido casi monopolizada por España en los últimos 25 años. Eso crea un círculo vicioso: los escritores rusos contemporáneos no llegan a Argentina, el público no los conoce, los editores no quieren arriesgar aun cuando los derechos no sean caros… Hay algún indicio de que la situación podría cambiar. Sé de editores interesados en publicar literatura contemporánea, sé de la dificultad que afronta el sector editorial español. Habrá que esperar. Por lo pronto, la apuesta será mayoritariamente la publicación de escritores del siglo XIX y primera mitad del XX.

–En una entrevista dijiste que pensabas la traducción como una interpretación: el texto es una partitura y  el traductor lleva a cabo su propia ejecución. Además, definiste al traductor como un “coautor”. ¿Qué implicancias tiene esta concepción al momento de traducir, y qué ejemplos podrías dar en relación con las traducciones que ya publicaste?
–Traducción – lectura – interpretación. Son conceptos inseparables, una suerte de Santísima Trinidad. Lo importante es barrer de una vez por todas con ese platonismo que siempre (o casi siempre) sobrevuela los análisis y reflexiones sobre la traducción. La principal marca de ese platonismo es creer en la dualidad “original-copia”. Acaso porque somos una civilización basada en textos sagrados, acaso porque aspiramos a una idea de verdad que esté por fuera del tiempo, lo cierto es que esta dualidad subsiste. Se cree ingenuamente que es posible “volver”, “regresar”, “desandar” un camino que ha sido descendente y elevarnos a la pureza de un original. O sea, se piensa que es posible hacer una traducción que dé cuenta de la intención verdadera de Gógol cuando escribió Almas Muertas (lo cual introduce cierto dejo romántico al asunto). Pues bien, mi posición se apoya en el pensamiento pragmatista, hermenéutico y lingüístico del siglo XX: Almas muertas no es un original susceptible de ser recuperado, sino los efectos que ha causado en quienes lo leyeron y leen (polémicas estéticas, debates políticos, usos aprobatorios y discriminatorios por parte del poder). El Martín Fierro es todo lo que se ha dicho y escrito sobre él desde su publicación. Es imposible abstraerse de esa tradición que el texto funda. El traductor, creo yo, está obligado a conocer la tradición del texto que va a traducir, porque esa tradición es el texto. Toda actualización es diálogo con la tradición y viceversa; por tanto, toda traducción es ganancia, en tanto ganancia de sentido. Nada más lejano a mí que esa platónica estupidez del “traduttore, traditore”. Como ves, me interesa más el par “tradición-traducción”, que sí arroja frutos. Me pedís un ejemplo de mi trabajo. Solo investigando la historia de la recepción de Pensamiento y habla en la Unión Soviética y Occidente pude marcar una distancia respecto al modo en que la obra había sido leída-traducida-interpretada hasta el momento. El ejemplo es interesante porque yo bien podría caer en ese platonismo del que hablaba y decir: “No, señores; han leído, traducido e interpretado muy mal a Vigotski. Aquí vengo yo con mi nueva traducción a decirles qué es lo que en verdad quiso decir él”. Pero ahí está el punto: para introducir una nueva lectura primero hay que saber qué tiene de nueva, y para eso hay que conocer qué había antes, pensarlo, analizarlo, discutirlo. Yo al lector le cuento la historia de la recepción del libro, le hablo de las censuras que sufrió el texto y el pensamiento del autor, le expongo mis decisiones de traducción (en qué me fundo para traducir ciertos conceptos de tal y cual manera, sin escamotear información acerca de cómo habían sido traducidos antes, para que el lector pueda acceder a esa complejidad y tomar también sus propias decisiones). De más está decir que aborrezco ver, por criterios de marketing, alguna traducción mía acompañada del adjetivo “definitiva”.

–Una pregunta relacionada con la anterior. ¿Por qué te parece importante el proyecto de una “ley de traducción autoral para Argentina” que está siendo promovida  por un colectivo de traductores? 
–Es importante por la misma razón por la que la clase obrera luchó por la jornada laboral de 8 horas y salarios dignos: participar en la riqueza que se está produciendo en condiciones de trabajo dignas. Oponerse a esa ley es como oponerse a eso.

–Hace poco te escuché hablar, en el marco de unas jornadas, sobre el proyecto de creación de una Sociedad Argentina Dostoievski…
La Sociedad Argentina Dostoievski fue creada hace apenas unos meses por personas interesadas en los estudios rusos y eslavos en general. El año que viene formará parte de la Sociedad Internacional Dostoievski, que reúne a los especialistas más consagrados en la obra del gran escritor ruso. En Argentina no nos limitaremos al estudio de Dostoievski, sino que intentaremos nuclear a los históricamente pocos especialistas e interesados en el mundo eslavo, comenzando, claro está, desde Bizancio, que tanto ha influido en esas culturas.

–En una entrevista declaraste que traducís al “español coránico”, haciendo un paralelo con el árabe coránico: una lengua que no se habla en ningún país árabe pero que todos entienden. ¿Cuáles son los rasgos de este español? ¿Cuáles son sus límites?
–Se trata de un castellano que sea comprensible en un pueblo costero de México, en una aldea de montaña de Perú, en una isla del Caribe y en grandes urbes como Buenos Aires o Madrid. Claro que ese castellano no existe como lengua de uso, pero sí existe como lengua literaria, si bien con limitaciones, porque hay objetos, comidas, prendas para los que no existe una palabra “universal”. Las editoriales quieren vender, quieren exportar, y para eso piden ese famoso y algo alquímico “castellano neutro”. Sé de profesionales de la palabra que tienen serios problemas con él. A mí, en lo personal, no me molesta. Creo que a veces ese castellano algo extraño contribuye al efecto de ficción de una obra, es parte de él. Desde posiciones nacionalistas, si se quiere, podríamos defender el uso del voseo; a mí, otra vez, no me molesta que los personajes de una obra literaria hablen distinto a mí. Todo esto funciona bien cuando se trata de obras clásicas. El límite de ese castellano es cuando en un texto, por ejemplo, se juega con sociolectos específicos: ¿a qué castellano traduzco la jerga estudiantil o deportiva de la Moscú de hoy? Hasta ahora no me he topado con eso, pero sé que elegiría la variante castellana rioplatense, que es la única que conozco para esas sutilezas.

–¿Qué autores o textos que aún no tradujiste te gustaría traducir, cuáles son tus conquistas pendientes en traducción?
–Elimino de tu pregunta la belicosa palabra “conquista”. ¿Con qué autores me gustaría dialogar y compartir la intimidad de la traducción? Con Iván Bunin, a quien hace rato le busco editorial. Con autores poco conocidos del siglo XIX que no tienen nada que envidiar a los consagrados (Sollogub, Butkov, Odóievski, Veltman, Pogorelski, Písemski, etc.). Con textos en ciencias sociales que han envejecido, que fueron traducidos del francés o del inglés o que sencillamente aún no fueron traducidos.


lunes, 23 de noviembre de 2015

"¿Qué quiere decir ser inglés?"

Sir Peter Lely (1618-80), c1651, en la Long Gallery 
de Ham House, Richmond-upon-Thames
Guillermo Piro publicó ayer una columna en el diario Perfil, dedicada a dilucidar por qué un famoso personaje de Shakespeare pasó a la historia como "negro".  

¿Por qué Otelo es negro?

A raíz de la noticia de que el actor británico-nigeriano David Oyelowo interpretará  a Otelo en Broadway –Daniel Craig será Iago–, y teniendo en cuenta que la Metropolitan Opera está abandonando la costumbre de pintar de negro la cara de los actores que encarnan a Otelo, Isaac Butler, en la revista Slate, se pregunta: ¿Qué quería decir Shakespeare cuando decía que Otelo era negro? ¿Hoy también lo definiríamos igual?

La pregunta no es ociosa, ni para Butler ni para nadie. Gran parte de los escritos de Shakespeare es anterior a la trata de esclavos y a la fijación moderna de clasificar a las personas en base a su procedencia étnica, fundamentos ambos de la idea de raza tal como la entendemos hoy. “Cuando Shakespeare usaba la palabra ‘negro’ –dice Butler– no designaba exactamente un tipo étnico, como haríamos hoy. Designaba, más bien, a alguien con la piel más oscura que la de un inglés, en una época en que todos los ingleses eran muy pero muy pálidos”. Otelo era un moro, término empleado en el siglo XVI para designar a los musulmanes, sobre todo a los que habitaban en España, Africa del Norte y Sicilia. Y aunque damos por descontado que Otelo era africano, lo cierto es que Shakespeare no especifica jamás en su obra el lugar de nacimiento.

Una pregunta más interesante aún que se hace Butler es esta: ¿por qué Shakespeare escribió una tragedia sobre los celos y eligió a un moro como marido?  Aunque parezca increíble, la respuesta tiene que ver con los piratas.

Si en el siglo XVI uno era un marinero británico en una nave comercial, explica Butler, corría el riesgo de ser atacado por piratas, que por lo general eran turcos. Si eso ocurría, solía ser liberado después del pago de un rescate, de lo contrario se convertía en esclavo. A menudo, a los esclavos se les ofrecía la libertad a cambio de la conversión al islam –operación que justamente se llamaba “volverse turco”. Para tentar al futuro “turco” se le prometían tierras, un trabajo y a veces una mujer. Si un inglés, entonces, era raptado y convertido en esclavo, se convertía para recuperar su libertad, y es probable que entonces volviera a Inglaterra. En ese caso podía volver a convertirse al cristianis mo, pero lo cierto es que ya nada era igual. Otelo podría ser uno de esos “convertidos” –no olvidemos que toda la nación se había convertido poco tiempo antes a la Iglesia Anglicana. Muchos ingleses temían que un musulmán convertido al cristianismo fuese incapaz de cambiar de verdad. La piel negra de Otelo, entonces, para el público, era un símbolo de su verdadera esencia.

Podría ser que Shakespeare, a través del color de la piel de Otelo, intentara plantear de manera distinta preguntas que en ese momento eran centrales: ¿qué es la identidad y cómo se construye? ¿Qué quiere decir ser hombre? O, lo que casi es lo mismo: ¿qué quiere decir ser inglés?

viernes, 20 de noviembre de 2015

"Un plus y no el fin"

Y aquí va la segunda reflexión sobre el tema, nuevamente de María José Furió, pero esta vez publicada en El Trujamán, en la columna correspondiente al 17 de noviembre pasado. 

Así pasen diez años (2):
Reacciones a la bajada de tarifas de traducción

Pero, como dijo Freud, dale portazo al pensamiento reprimido y lo verás regresar por la ventana… Volvió mientras ordenaba mis libros, al dar con el número 29 de la revista Vasos Comunicantes, que incluye un artículo, «La traducción literaria en Europa», de Ros Schwartz y traducido por Celia Filipetto. En apenas cinco densas páginas, la entonces presidenta del CEATL condensa un panorama y un programa de acción y de logros en diferentes países —Alemania, Noruega, Islandia, Holanda, Francia— para mejorar las retribuciones de las profesiones de la cultura, y específicamente de la traducción literaria. Cuando terminé de leerlo me volví a comprobar en la portada la fecha de publicación: otoño de 2004. ¿Por qué, contando con un programa semejante, diez años después sentimos los traductores españoles que hemos retrocedido en condiciones de trabajo («plazos de entrega, tarifas, derechos de autor, derechos subsidiarios»)? Como mucho, conseguimos que editoriales pequeñas asuman el contrato tipo defendido y redactado por la ACETraductores. ¿O esa precaria situación del traductor literario es mera leyenda, superstición antigua, o incluso, el síntoma de algún tipo de deficiencia social que aqueja a concretos individuos de la profesión?

Si la precariedad es leyenda, no lo es que el traductor medio ha ido perdiendo capacidad de controlar el objeto de su trabajo y las condiciones en que lo desarrolla. Tampoco es leyenda que debemos «competir» con colegas que aceptan traducir sin contrato, con tarifas muy por debajo de la media —de hasta ¡3! y 8 euros por 2.100 caracteres—, que nunca piden porcentaje de royalties ni por la cesión a terceros y también renuncian a revisar la corrección y a solicitar el resumen anual de ventas. Colegas, en definitiva, que renuncian a mostrarse tan quisquillosos, o tan profesionales, en la traducción como lo son con sus sueldos en la enseñanza pública. La traducción es para ellos un complemento salarial que obtienen, tantas veces, del prestigio asociado a la actividad académica.

Del mencionado artículo destacaría que Schwartz propone recursos posibles para evitar que los traductores literarios seamos siervos (mudos) para los editores, sobre todo de las grandes corporaciones, de manera que no solo un marco legal sólido sino político garantice un respaldo y una referencia a la práctica profesional. 

En concreto, postula «influir sobre la práctica del copyright mediante la legislación nacional». El Parlamento ha de aprobar una ley que mejore los derechos de autores y otros artistas. También, «iniciar negociaciones colectivas e individuales con los usuarios del copyright», que incluye la intervención del Estado para «garantizar los ingresos de los traductores». Y «obtener el patrocinio público o privado de la traducción literaria», como sucede en Francia. Algunas de las subvenciones compensan directamente al traductor.

No niego que alguna de estas medidas se ha aplicado en nuestro país, pero también sabemos del retroceso impuesto a la recaudación de derechos, que Cedro ha impugnado.

La autora señala que el conjunto de actuaciones implica introducir la idea de «remuneración adecuada», definida como «aquella que refleja la práctica “habitual y honesta” de la actividad específica». El cambio sustantivo es que la nueva Ley de Derechos Contractuales de los Autores alemana (2002) avala «el derecho de los usuarios a negociar unas tarifas fijas», vinculantes, y que obligan a las partes a aceptar la decisión de un tribunal de arbitraje si previamente no logran un acuerdo. No se le escapará al lector de este artículo que este punto es el clave y que impediría decisiones como las tomadas por el grupo Penguin Random House, y otras editoriales que en su momento no tuvieron la deferencia de hacer pública su medida.

El quid del artículo de Schwartz no está solo en la defensa de una retribución adecuada para el conjunto de los traductores sino en un aspecto en mi opinión mucho más serio: el derecho a construir una trayectoria profesional igual que puede hacerlo cualquier persona que actúa sobre o con objetos materiales o en el seno de una estructura física (fábrica, universidad, hospital, comercio). A menudo, el prestigio que aureola a las profesiones artísticas e independientes impide a los profanos entender que ese prestigio es un plus y no el fin, que por eso no puede sustituir al resto de aspectos que posibilitan el ejercicio de dicha actividad en condiciones dignas.

jueves, 19 de noviembre de 2015

"Esto no ha sucedido"

El 28 de octubre de este año, la traductora española María José Furió publicó la siguiente columna en El Trujamán. Su segunda parte, publicada el 17 de noviembre, podrá leerse mañana.

Así pasen diez años (1):
Reacciones a la bajada de tarifas de traducción

Ningún traductor profesional en español ignora, me figuro, que el grupo Penguin Random House impuso a principios de 2015 una bajada «unilateral» de tarifas de traducción, hecho que provocó un ligerísimo escalofrío con cierto eco en blogs especializados y algún diario digital. No tengo cifras concretas de la tarifa rebajada, aunque el comunicado de protesta difundido por ACETraductores informaba de un recorte del 6 % al 15 %. Varias cartas dirigidas a directivos del grupo encarecían la tarea de los traductores literarios y nuestra contribución a la cadena de valor del libro, además de otros intangibles vinculados a la literatura traducida que son fruto exclusivo de la experiencia y valía del traductor profesional. Como sabemos, esta imposición coincide con la expansión del grupo transnacional —hoy en una posición de oligopolio en competencia directa con el Grupo Planeta—, con la larga crisis económica que afecta sobremanera al sur de Europa, y con la transformación del sector editorial y de las comunicaciones por la revolución digital. Un club de traductores refería, aludiendo a una fuente que escondía su identidad, que el recorte no se gestó en Barcelona, sede principal del grupo en España, sino en Madrid, donde las tarifas son —aseguran, aunque el dato es falso— habitualmente más bajas.

Intrigada por la falta de una respuesta conjunta y coherente con los avances consolidados de la profesión frente a la imposición del grupo editorial que se jacta de publicar lo más progresista, enrollado, vanguardista y radical en literatura, ensayo y periodismo —junto a la marea infinita de obras comerciales de gran consumo propia de toda corporación—, sondeé a varios colegas que trabajan con ellos. Una veterana traductora de inglés me sorprendió al admitir que «aún no había calculado» la rebaja y la consiguiente pérdida de ingresos, pese a tener la novela ya medio traducida. Excusó su falta de combatividad arguyendo ser solo «una traductora del montón» («yo también», respondí. Más del montón cuanto menos cobramos). Otro, que llevaba «un año sin traducir para ellos», me comentó que el mismo grupo impuso a una empresa de fotocomposición con la que llevaba largos años un recorte del 35 %, que el empresario no aceptó y borró al grupo de sus clientes. Otro colega me aseguró que, si editores del grupo «volvían» a llamarle, no dudaría en informarme acerca de la «variación» de la tarifa, transmitiendo así su disposición a aceptar la rebaja.

No parece necesario explicar las consecuencias y objetivos de esta estrategia megaeditorial y sí la reacción tibia o fatalista de los traductores. Personalmente, me preocupaba el resultado de este desequilibrio pronunciado de fuerzas porque subraya la capacidad de la empresa para imponer sus condiciones en un contexto de crisis económica, y por cómo uno de los valores que más apreciamos los traductores, nuestra independencia, puede volverse contra la profesión en su conjunto.

La actitud de mis colegas seguía intrigándome. Parecía claro que, antes que los insensatos seis puntos del Código de buenas prácticas de la traducción, preferían la sabiduría inapelable de algún decálogo budista. Mejor que «la remuneración por la obra encargada será equitativa y permitirá al traductor vivir decentemente de ella y ofrecer una traducción de buena calidad literaria» les parecía la máxima «más vale usar pantuflas que alfombrar el mundo». Antes que «a la firma del contrato, el traductor percibirá un adelanto a cuenta de la remuneración de al menos un tercio del total. El resto le será abonado como muy tarde a la entrega del manuscrito», preferían la sabia máxima «no es más rico quien más tiene sino quien menos necesita». Como también asegura el budismo: «el dolor [del recorte de tarifa] es inevitable, pero el sufrimiento [por la pérdida de valor adquisitivo] es opcional», acepté, imitándoles, que «para entender todo es necesario olvidarlo todo» y me desentendí del asunto.

Parecía inevitable, también, añorar tiempos más optimistas y combativos de la traducción y la cultura; por suerte, de nuevo el budismo vino a disipar mis nostalgias: «Alégrate porque todo lugar es aquí y todo momento es ahora». ¿Podía entonces considerar que la bajada de tarifas no se ha producido ni mis colegas han consentido la rebaja sin pelea? Ya metida en frases de la alta cultura popular, recordé el mantra de Don Draper en Mad Men: «Esto no ha sucedido. Ni te imaginas cuántas cosas no han sucedido».


miércoles, 18 de noviembre de 2015

Las reflexiones de Pura López Colomé sobre la traducción de poesía

Imperfecta semejanza. Meditaciones y diálogos en torno a la traducción poética es el título que la poeta y traductora Pura López Colomé (Ciudad de México, 1952) le ha dado al volumen de reflexiones sobre la traducción de poesía que ha publicado en la U.N.A.M. en junio de este año.

Este primer tomo, al que, de acuerdo con lo comentado por su autora, seguirán otros, incluye trabajos sobre Emily Dickinson, Marianne Moore, Elizabeth Bishop, Fanny Howe e Hilda Doolittle, además de un apéndice titulado “Diálogo con quien se deje animar: poesía y traducción en México”, parcialmente publicado en este blog.

De acuerdo con los editores, “En este libro, a caballo entre una íntima libreta de confesiones y un camuflado y muy particular manual de estilo, la poeta, ensayista y traductora revisita, en sendos texos, a cinco de sus figuras tutelares (…), a la vez que comenta estrofa por estrofa, y a veces verso por verso –sin dejar en no pocas ocasiones de corregirse ella misma la plana– sus propias versiones de algunos de los poemas más emblemáticos de esas grandes poetas norteamericanas”. Se trata, sin duda, de un curioso ejercicio que da cuenta, justamente, de la imposibilidad de alcanzar una versión completamente perfecta para siempre.

Considerando que Pura López Colomé es una de las mejores traductoras del inglés al castellano (sus versiones de Seamus Heaney –vueltas a recopilar en un volumen que se presentará en los próximos días en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara– están ahí para demostrarlo), se trata de un libro fundamental para quienes estén interesados en este tipo de traducción.

martes, 17 de noviembre de 2015

Leopoldo Marechal traducido al inglés

Isabel Croce publicó en el diario La Prensa, de Buenos Aires, el 5 de julio de este año, el presente artículo donde se habla de la visita a Buenos Aires de Norman Cheadle, traductor al inglés de Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal. En la bajada de la nota se lee: “El profesor, que disertó en un reciente homenaje a Leopoldo Marechal, publicó la primera traducción de la novela al inglés. Destaca su visión apocalíptica en clave irónica, y no duda en calificarla de obra maestra.”

La epopeya lírico-metafísica

"El Gran Juego de Leopoldo Marechal", el homenaje al escritor argentino que tuvo lugar en la Casa Nacional del Bicentenario, y que incluyó un Coloquio Internacional y una importante exposición, contó con la presencia de investigadores nacionales e internacionales. Entre ellos, el estudioso Norman Cheadle, que publicara el año anterior en Canadá la primera edición al inglés del Adán Buenosayres, un trabajo que se extendió por doce años.

Cheadle vive en Sudbury, Ontario. Es profesor de Estudios Hispánicos, especializado en Latinoamérica y ejerce su profesión en la Laurentian University.

En el reciente Coloquio realizado con la dirección académica de la doctora Maria Rosa Lojo, su exposición contó con el aporte de importante material de la Fundación Leopoldo Marechal y distintas entidades culturales. Con él hablamos sobre literatura latinoamericana.

Su primer acercamiento a nuestra literatura fue Julio Cortázar. A través de "Graffiti", el comprometido cuento de Queremos tanto a Glenda, ése que preanuncia silencios y torturas entre sus escritos de protesta. "Me llamó la atención el dominio del género de este autor para mí desconocido", dice Cheadle.

A este nombre le sucedió una larga nómina de autores latinoamericanos que varias veces lo hicieron detenerse en la Argentina a través de figuras como Roberto Arlt, Macedonio Fernández o Ernesto Sábato. Justamente el tema de su tesis Apocalipsis en la Literatura Hispanoamericana, lo aproximó a estos creadores.

"La de Adán Buenosayres es una visión apocalíptica en clave irónica", dice. Y comienza a hablar de su admiración por el autor, de sus meta-ficciones, sus ejercicios lúdicos, su escepticismo irónico.

Como afirmaba el poeta Francisco Luis Bernárdez, "Adán venía a ser la epopeya secreta de una generación empeñada en soñar a contrapelo su contorno social y político".

EL AUTOR ELEGIDO
Norman Cheadle es miembro de una nación joven con diferencias político-ideológicas y una aceptable homogeneidad económica. Un Canadá francés y un Canadá inglés, el primero, notable por el gran apoyo que destina al área cultural.

Al mismo tiempo la influencia norteamericana se da en ambos lados, pero más específicamente en el lado inglés o sea donde este investigador vive y trabaja.
Luego de conocer a Cortázar, luego de cambiar poco a poco su mirada sobre Latinoamérica, Cheadle pasó por México y fue arrojando estereotipos y falsas imágenes que lo alejaban de lo que luego sería su autor elegido, el Marechal de la epopeya lírico-metafísica de Buenos Aires, el que fue silenciado por posteriores proscripciones políticas.

Conocer México, en el que vivió nueve meses, también forzó a este investigador canadiense a comparar su estructura social con el país que luego visitaría, la Argentina.

Así se le aparece la visión de "dos pasados diferentes", como el mismo lo dice: "La influencia de la fuerza hispana en una nación y lo telúrico indigenista, frente a la sofisticación intelectual de la otra. La ciudad tan diferente al interior, lo decimonónico por un lado y por otro la modernidad urbana de Buenos Aires".

El profesor Norman Cheadle es consciente de lo muy difícil que resulta traducir al inglés a ciertos autores latinoamericanos, como Rulfo (Pedro Páramo) o Roberto Arlt. Pero Marechal, se apresura a aclarar, es "traducible, medianamente difícil".

EN BUENOS AIRES
A su llegada a Buenos Aires, Cheadle fue muy bien recibido por la Fundación Leopoldo Marechal, que preside la hija mayor del escritor, María de los Angeles, quien le brindó no sólo el material de la institución, sino la amistad necesaria para trabajar en un ambiente cordial.

Desde principios del año 2001, nuestro visitante canadiense comienza a tener la idea de traducir a Marechal: "Uno de los problemas fue el de los distintos registros lingüísticos de su prosa, que pasa por lo erudito, por el lunfardo y por las clases medias. Reproducir los matices, los registros, se torna difícil. Respecto del humor, la dificultad es mayor con sus giros. La riqueza y complejidad hacen que haya que enfrentar un mayor desafío. Pero uno es consciente de la importancia de la obra y la demora está relacionada con el trabajo".

"Pienso que es una obra maestra. Uno de los libros más importantes del canon. Hay obras importantes, pero no tienen el significado específicamente argentino que tiene Buenos Aires en ese libro. Adán Buenosayres habla de una generación multifacética. Es una novela clave, una vivencia de la época. La vida, la afectividad, se palpa a través de ella. El Buenos Aires, ahora que lo conozco un poco, es el de la novela. Hay una continuidad, una sentimentalidad de su pueblo que se siente. La ironía, la cordialidad, ese hablar de todo, de que interesa todo, de la cultura en general".

Dejamos a Cheadle con su entusiasmo al ver publicada su traducción en la editorial universitaria Mc Gill-Queen University, a partir de la cual se allana el acceso al mundo de idioma inglés de una obra maestra de la literatura argentina, Adán Buenosayres, presentado en la Biblioteca Pública de Atwater, en Montreal. Su autor, Leopoldo Marechal, no se ha convertido, como Cheadle dice respecto de Borges, en una industria de exportación.



lunes, 16 de noviembre de 2015

"Cuba forma parte del Caribe: integra el vecindario con muchísimo orgullo y tiene conciencia de ese hecho, con fuerza, a partir de 1959"

En julio de 2015 la traductora cubana Lourdes Beatriz Arencibia Rodriguez, publicó en la sección que Cuba Literaria le dedica a las traducciones el siguiente artículo, donde se recoge lo publicado en el volumen 3 de la TUSAAJI, Translation Review, sobre los traductores de su país, con opiniones de Nancy Morejón e Ileana Sanz.

Traductores literarios cubanos por el mundo:
Vectores del intercambio

A finales del pasado año 2014, la profesora María Constanza Guzmán, de Glendon College, Toronto, Canadá, decidió dedicar un importante espacio en su prestigioso seriado  virtual TUSAAJI, Translation Review, a la labor que desempeñan los traductores literarios cubanos en pro de la divulgación y universalización de la literatura caribeña a través de una sostenida y dedicada labor de mediación. Para ello, eligió a tres traductoras de reconocido prestigio y extenso desempeño que pertenecen, sin embargo, a  generaciones distintas y utilizan en su trabajo lenguas de partidas también diferentes: Ileana Sanz, Nancy Morejón y Lourdes Arencibia. 

El volumen 3, (2014) de TUSAAJI tiene como título: Vectores del Intercambio y en las páginas 88-100 aparecen bajo la rúbrica «Foro: Cuba traduce el Caribe», las opiniones de las traductoras antes mencionadas. Seleccionamos algunas opiniones de dos de ellas, –con la debida autorización– para incluirlas en nuestra Sección.

Nancy Morejón, Premio Nacional de Literatura, señala:

“Mi experiencia como traductora es, relativamente, amplia pues, desde mi juventud, he realizado traducciones en eventos, coloquios, seminarios y encuentros internacionales. Por otra parte, traduje textos literarios de ensayistas y poetas de lengua francesa, inglesa y portuguesa. De esta afirmación se desprende que el oficio de la traducción fue un modus vivendi que he respetado siempre y que amo entrañablemente no solo porque me dio de comer sino porque ensanchó mi horizonte intelectual. Saludo muy sinceramente la iniciativa de los editores de la revista Tusaaji, dedicada íntegramente al estudio, difusión y análisis de este oficio, tan antiguo como la literatura.

Cuba forma parte del Caribe; integra el vecindario con muchísimo orgullo y tiene conciencia de ese hecho, con fuerza, a partir de 1959. El Che Guevara iluminó ese sendero cuando abrió las ideas revolucionarias de la época al llamado balcón afroasiático. Desde entonces, salimos de un estereotipo construido según el hecho lingüístico que nos marca. Somos hispanos pero no españoles. Nuestra cultura es mestiza pero se produce en lengua española y, aunque el léxico de la Isla se ha nutrido de vocablos de origen africano, amerindio y asiático, lo cierto es que la lengua que hablamos en su dimensión escrita u oral es un código bien entramado que no ha dejado espacio para la existencia de algún creol.

El aporte cubano en el ámbito de la traducción y difusión de la literatura caribeña se concentra, ante todo, en la labor de una institución como Casa de las Américas que, desde hace un poco más de medio siglo, ha creado caminos muy fértiles para el conocimiento de la creación literaria del Caribe, región multilingüe, como sabemos. El Caribe es una suerte de Torre de Babel. Por eso prefiero hablar de las literaturas del Caribe y no de una literatura del Caribe. Escritores como Jean Price-Mars, Aimé Césaire, René Depestre, Édouard Glissant, Kamau Brathwaite, Rupert Lewis, Patrick Chamoiseau, Ernest Pépin, Maryse Condé, Simone Schwarz-Bart y Daniel Maximin, entre otros, aparecen en el catálogo de la Casa desde hace tiempo. 

Todo comenzó a inicios de los años sesenta. (...) Entre los intelectuales que han desempeñado un papel central en la difusión de la literatura caribeña en Cuba encontramos a Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Ambrosio Fornet, Rogelio Martínez Furé, Roberto Fernández Retamar, Lourdes Arencibia, Emilio Jorge Rodríguez, Silvia García Sierra, Ileana Sanz así como Lisandro Otero y Nara Araújo, fallecidos ambos desafortunadamente. El nombre de Lourdes Arencibia descuella en este dominio por su contribución a la traducción como manifestación literaria y a la conformación de una red caribeña de la que hoy disfrutamos. La colección El sinsonte en el patio vecino de la editorial Fundación Sinsonte, de Zamora, España, aparece a fines de la primera década del siglo XXI e incluye un reconocido catálogo, muy interesante, de su labor traductora. El jamaicano canadiense Keith Ellis, ha contribuido también, enormemente, a esta riqueza. Furé acaba de publicar un diccionario de poetas africanos llamado Pequeño Tarikh, aparecido en el catálogo de la editorial Arte y Literatura, en 2015. Hubiera sido importantísimo recopilar otra antología para la poesía del Caribe de la que fue pionera Mapa de la poesía negra americana, de Emilio Ballagas, en fecha tan temprana como 1946. Sería difícil acometer una descripción, propiamente dicha, del diálogo cultural del Caribe que se inició desde la Casa de las Américas, sobre todo en el plano literario. (...). Creo que en Cuba, en el plano histórico, el proyecto que más a contribuído al diálogo con el Caribe anglófono y francófono—y que no se me tome por chovinista—ha sido la existencia de la Revolución Cubana y, en el cenit de sus ideas, las del Che Guevara quien, como dije anteriormente, abrió nuestro horizonte hacia el llamado Balcón afroasiático, cuando hizo traducir y publicar en una pequeña editorial habanera Los condenados de la tierra y Piel negra, máscaras blancas, ambos de Frantz Fanon, a principios de los años sesenta. Esa lectura me marcó para siempre y solo entonces decidí dedicar el tema de mi tesis de grado a Aimé Césaire, sobre todo a través de su teatro y de su imprescindible Cuaderno de un retorno al país natal que, a fines de los años cuarenta, tradujo aquí Lydia Cabrera, en una primorosa edición que ilustrara otro gran caribeño, cubano, el artista Wifredo Lam.”

Considero que el futuro de la traducción del Caribe en Cuba, y la imagen del Caribe que de ella se desprende, es y seguirá siendo algo espléndido. (...) Aceptemos que hablamos y escribimos en un mundo plural, globalizado, violentado por presupuestos irreconocibles ante las disciplinas de humanidades que forjaron nuestros patriotas, en especial, José Martí. Como decía Glissant: hablamos y escribimos en el contexto de todas las lenguas del mundo, no solo la nuestra. Esa observación es la raíz más auténtica del Caribe» 

Por su parte, Ileana Sanz subraya que:

“El aporte esencial del Caribe a través de la traducción ha sido visibilizar la caribeñidad de la cultura y la literatura cubanas. Parte de la premisa de la existencia de un corpus literario caribeño no obstante expresarse en diferentes lenguas. Históricamente, el proceso literario cubano estuvo más vinculado al Caribe hispano y América Latina que al espacio Caribe en su conjunto. La diversidad de metrópolis y su consecuencia lingüística contribuyeron a la fragmentación del Caribe insular y, de hecho, a ver sus procesos literarios como un apéndice de las literaturas de los países que lo colonizaron, sobre todo en los que mantuvieron su estatus colonial hasta entrado el siglo XX o que aún mantienen un estatus dependiente sea como departamentos de ultramar o asociados.

Las traducciones de las obras del Caribe han contribuido grandemente a entender y percibir la literatura caribeña como un corpus diferenciado del metropolitano con cosas en común más allá de la diversidad de la lenguas en que se expresan. Aparte de la Casa de las Américas, otras instituciones han desempeñado un papel importante en la difusión de la literatura caribeña. En los últimos años las editoriales Arte y Literatura y Oriente han publicado obras del Caribe no hispano al español. La tradicional Feria del libro de Cuba, organizada por el Instituto del Libro, dedicó su edición del 2011 al Caribe, lo que representó un gran impulso a la difusión de la literatura caribeña por la publicación de obras traducidas al español, la presencia de escritores del área, así como organización de foros para la discusión de los problemas de la traducción literaria en el Caribe.”

Finalmente, Sanz estima que:

“La imagen que se construye a partir de la traducción, en Cuba y en el Caribe en general, es la de un Caribe interrelacionado dado por un sustrato común compartido histórico, económico, cultural de raíces comunes que no obstante expresarse en lenguas disímiles, tienen una esencia común, una unidad que se expresa en la diversidad. La creciente integración del Caribe materializada en organismos que facilitan la ejecución de proyectos comunes ha implicado una mayor conciencia de la necesidad de comunicación y la determinación de eliminar las barreras lingüísticas. La prioridad de la enseñanza de las lenguas habladas en el Caribe en el sistema de educación de los países caribeños, el intercambio de estudiantes, la implementación de proyectos conjuntos, entre otros, auguran un futuro promisorio de unidad e integración.

No he considerado necesario incluir en este artículo el acápite de Tusaaji asignado a mis propias reflexiones autorales, toda vez que en esta propia sección de "Traduttore/Traditore" las he ido entregando en las muchas colaboraciones que a lo largo de los años han dado sustancia y contenido a mis trabajos sobre el Caribe. En cambio, sí quisiera terminar dedicando unas palabras a la revista canadiense  y destacar la importante labor de divulgación de la cultura caribeña que su editora, la profesora María Constanza Guzmán, está llevando a cabo en Canadá.

La publicación virtual en inglés es el órgano del Grupo de Investigación sobre Traducción y contactos Transculturales de la Universidad de Glendon, York, radicada en Toronto. Propugna que la traducción es una intersección entre tradiciones, lenguajes, esferas del conocimiento y discursos; y aspira en suma, a convertirse en un amplio referente cultural de la  mediación con particular acento en las lenguas y autores de las Américas, tanto de raíz exógena como aborigen. En el número que aquí se detalla, por ejemplo, figura también un artículo de Ian Craig titulado «The outsider Inside: Retracing Carpentier’s Lost Steps in the Eastern Caribbean.»

Puesto que entiende la traducción como un complejo proceso de negociación entre significados, conocimientos y subjetividades, no por azar la revista ha elegido llamarse TUSAAJI, que en la lengua esquimal denota a aquel que traduce o interpreta, y posee una capacidad excepcional para escuchar a los demás...  

Editado por: Patricia M. Peña