viernes, 28 de junio de 2024

"Meter la mano en el agua helada"

El pasado 25 de junio, Reyes Martínez Torrijos publicó en las páginas culturales de La Jornada, de México, una entrevista con Megan Marshall, autora de la biografía de la poeta estadounidense Elizabeth Bishop, que acaba de traducirse en México.


Presentan biografía de la poeta de culto Elizabeth Bishop

La escritura de la poesía es como pensar con los sentimientos, y un poema debe mostrar la mente en acción, creía la poeta de culto Elizabeth Bishop (Massachusetts, 1911-Boston, 1979), refirió Megan Marshall, autora de la biografía Elizabeth Bishop: Un milagro para el desayuno.

El título editado por el sello Vaso Roto fue lanzado ayer para Iberoamérica. Se trata de la traducción de la biografía escrita por Marshall, quien obtuvo el Premio Pulitzer de Biografía en 2014.

La biógrafa comentó que su interés en el texto fue escribir los poemas de Bishop y darles vida. Era tan exacta y tan ambiciosa y al redactarlos expresaba sus sentimientos más profundos. Desde el principio dijo que lo único que le importaba era escribir un poema que fuera inmortal, pero siguió escribiendo más allá de eso.

Marshall (Oakland, 1954) se dijo contenta con esta traducción: Pude ver que Jeannette L. Clariond tradujo muy bien los poemas, y Laura de la Parra, la prosa. Los traductores de este libro entendieron que hay muchos poemas que quieren ayudarle al lector a entender la poesía. Esa es la meta del libro.

La escritora comentó que incluyó la historia de cómo conoció a Bishop, premio Pulitzer de poesía en 1956, siendo maestra “para que el lector se identifique conmigo como universitaria aprendiendo acerca de la poesía y, así, ellos también la aprendan. El título, Un milagro para el desayuno, se refiere a uno de los poemas más tempranos de Bishop en el formato sextina.

Debido a que yo la conocí, me sentí capaz de dar una perspectiva más amplia. Tengo capítulos que siguen su vida y luego uno en el que la estoy conociendo por primera vez. Era una mujer muy tímida, pero invitó a nuestro grupo a una fiesta y la conocimos en un departamento en Boston. La vimos en otra luz y creo que abrir eso a los lectores fue muy importante.

Bishop fue muy reconocida en vida y tras la publicación de su intercambió epistolar con el poeta Robert Lowell creció aún más su reputación.

Marshall refirió que su plan de hacer una introducción a la poesía, a Bishop y a su obra funcionó. He tenido respuestas de gente que conocían bien su poesía y a ella y me han dicho que capturé muy bien su personalidad y su carácter, además de mostrar cosas que no sabían de ella.

Recordó que en los años 90 se publicó una biografía de Elizabeth Bishop en un momento en el que no se podía escribir abiertamente sobre romances entre personas del mismo sexo. “Cuando yo estaba escribiendo había más cartas de la poeta que intercambiaba con sus amantes o que le dirigió a su sicoanalista en los años 40, que revelaban mucho sobre su infancia tan dolorosa, de un tío que abusaba de ella, así como de su despertar sexual.

“Era una mujer muy reservada y quería respetar esa parte, pero también quería mostrar la pasión que ella tenía por las mujeres. Ha sido conmovedor encontrar estas relaciones de quienes ella describía como ‘mi amiga’ o ‘mi asistente’; eran profundas, fieles, intensas y apasionadas. Estoy muy contenta de darme cuenta de que las personas que no la conocían están emocionadas de su poesía y por conocerla.”

Elizabeth Bishop, continuó la biógrafa, se interesó mucho en el idioma español, que estudió entre 1930 y 1940. Viajó a México y estuvo alrededor de seis meses. Conoció a Pablo Neruda en 1942. Fueron amigos cercanos y tradujo varios de los poemas de Octavio Paz. Una poesía con muchos significados para ella fue la de Miguel Hernández, autor español que murió en prisión al final de la guerra civil.

La poeta estadunidense realizó muchos viajes y estancias por otros lugares. “Batalló mucho en Brasil porque había aprendido muy bien el español, pero se le dificultó el portugués. También pasó bastante tiempo en Francia y admiró a los poetas surrealistas. En algún momento escribió que creía en el surrealismo de la vida diaria: los objetos pueden tener este significado enorme, aunque sean muy pequeñitos.

No obstante, el inglés fue su idioma. No escribió en ningún otro. Me impresionó que leyó en francés a Simone de Beauvoir. Fue genial porque entiendo que la traducción al inglés era mala. A mucha gente le gustó, pero algunos críticos no entendían por qué ella había sido tan dura.

Su conocimiento de otras lenguas le permitió acceder a la forma poética de sextina, que es “como de italiano, español y francés. Es muy antigua y ella fue una de las personas que la revivió. Cuando estaba escribiendo, en 1936, ‘Un milagro para el desayuno’, casi nadie lo hacía de esa manera. Su investigación profunda de la forma de la poesía la regresaba a un sentido global o, cuando menos, trascontinental. Esos orígenes de la poesía le ayudaron a convertirse en una poeta original”.

Megan Marshall sostuvo que Bishop “amaba viajar por el mar. Aprendió a navegar y la atraían mucho las ciudades con puertos y las playas de Brasil. Además de escribir poesía, pintaba en acuarela y hay pinturas hermosas en los camarotes donde estuvo. Le gustaba estar en lugares donde no se esperaba nada de ella. Odiaba que la gente estuviera al pendiente de que ella produjera poesía de manera regular. Sólo lo hacía cuando le llegaba el momento.

“Uno de los descubrimientos grandiosos de sus cartas al sicoanalista, de 1947, es que en una de ellas describió una experiencia del verano anterior en Nueva Escocia, en la que describe que esa mañana tomó su bicicleta y vio a los ojos a una foca en la playa y sintió que estableció una conexión: ‘luego vi el poema’; entonces, supo que ese era el momento y que iba a crear un poema.”

Agregó que a Bishop le fascinaban las fronteras de las cosas y hablaba sobre meter la mano en el agua helada y tener la experiencia de conocimiento con ello. Esa es una metáfora para la sabiduría: el frío y las verdades profundas y frías del mundo.

jueves, 27 de junio de 2024

Carlos Gamerro habla de sus traducciones de Shakespeare especialmente hechas para la escena

Foto: Adriano Jerez

El pasado 19 de mayo, Carlos Gamerro estuvo en el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires hablando de sus traducciones de William Shakespeare para la escena. Pero también hubo tiempo para charlar sobre su condición de escritor traducido a otras lenguas.

Quien desee ver el video de esa reunión puede hacerlo en este link:

https://www.youtube.com/watch?v=ci--4bTGiUA



miércoles, 26 de junio de 2024

Christopher Domínguez Michael cuenta su vida y habla de una nueva traducción de Malcolm Lowry

Conservador, dogmático y muchas veces sobrevalorado, Christopher Domínguez Michael es uno de los críticos literarios más respetados de México, país que, a pesar de sus muchos y muy grandes intelectuales, salvo excepciones, no ha logrado desarrollar una crítica literaria que prescinda de la retórica autorreferencial. Con todo, siempre vale la pena enterarse de lo que escribe. En este caso, un comentario sobre la nueva traducción de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, debida a María Vinós, que fue publicado el pasado 1 de mayo en la revista mexicana Letras libres. En su bajada se lee: "Malcolm Lowry escribió una de las novelas en lengua inglesa más importantes del siglo XX. Una traducción publicada a últimas fechas permite que nuevos lectores puedan adentrarse en esta obra cabalmente moderna que se ocupa, con igual interés, tanto de las minucias cotidianas como de los temas universales". 

Nueva traducción de Bajo el volcán

Tan pronto recibí esta nueva traducción de Bajo el volcán (1947), de Malcolm Lowry, pretendí leerla como una novedad absoluta de autor desconocido para mí, es decir, sin confrontarla, en primera instancia, con la versión canónica de Raúl Ortiz y Ortiz –editada por Era en la Ciudad de México en 1964– ni tampoco tocar el ejemplar en inglés, y mucho menos leer, como habitualmente hago, bibliografía secundaria sobre el autor y la obra. De hecho, tenía la biografía de Douglas Day (en cuya presentación en 1983 conocí a Héctor Manjarrez), pero no la de Gordon Bowker, las dos traducidas al español por el FCE.1 Ambas biografías, según escribió hace años en Letras Libres Hernán Lara Zavala, se complementan pues la primera (publicada en 1973) cuenta la versión de Margerie Bonner, la viuda de Lowry, y la segunda (de 1993) se basa en los testimonios de Jan Gabrial, su primera esposa.2

Jugar con ese ejercicio me parecía posible porque desde 1979, cuando Jaime Casillas me regaló la novela, misma que leímos devotamente antes de cumplir la mayoría de edad, hasta la semana pasada, transcurrido casi el primer cuarto del siglo XXI, no había releído Bajo el volcán. En 1981 y en Barcelona, mientras hacía mi Grand Tour, leí cuanto pude del resto de la obra de Lowry, con admiración garantizada. Pero nunca más lo volví a frecuentar y creo que tampoco escribí sobre él y ni siquiera se me pasó por la cabeza Bajo el volcán, entre 1999 y 2001, cuando redacté más de cincuenta reseñas y ensayos sobre mis libros favoritos del siglo pasado que terminaron por ser La sabiduría sin promesa3, ni incluir a Lowry, quién sabe por qué, aunque en algunas listas de autores, por supuesto, aparecía.

En la medida en que fui bajando por los círculos del Cónsul Geoffrey Firmin en Quauhnáhuac y de su selecta compañía –M. Laruelle, el doctor Vigil, su hermanastro Hugh y su exesposa Yvonne– me descubría ante la verdadera revelación de un vasto y detallado recuerdo que había permanecido esperándome. Y en la medida en que mi lectura, sin duda apasionada, avanzaba cobraba yo conciencia de que Lowry y su mundo, menos que la novela en sí misma, eran un consistente mito personal siempre cercano, aunque silencioso. Mito no en el sentido griego que un Roberto Calasso exige, sino en la acepción de lo que ocurre cuando uno le habla a alguien de Nerón, de Drácula, de Marilyn Monroe, de Benito Juárez… o de Malcolm Lowry: “se entiende” inmediatamente de qué se está hablando, o cada cual entiende lo que quiere o lo que puede, sin necesidad de dar explicaciones o pedirlas. Obviamente ese mito denota la condición clásica de Bajo el volcán, aunque su contenido varíe según cada persona o la época de la vida en que se relea.

Fue resultando imposible despersonalizar mi lectura porque muchas páginas me remitían a “mi mito” lowriano, presente en una vida mexicana como la mía. Mis primeros viajes a Oaxaca, por ejemplo, me dieron a conocer el celo con que los guardianes de la vieja Antequera defendían a esa ciudad y a sus cantinas como la verdadera locación, antes que Cuernavaca, de Bajo el volcán, aunque ahora sabemos que se trata de una combinación; el haber entrado intrépidamente a beber en lugares con aserrín en el suelo y mingitorio colectivo a la vista, para beber mezcal, era lowriano, intencionalmente o no. De igual manera descubrí que llamar “gatástrofes” o “gatastróficos” a mis gatos es Lowry puro.4

No faltaron los borrachos que se aficionaron al traicionero mezcal por espíritu de emulación del Cónsul, muchos de ellos personajes de lamentable destino. Más tarde, ya iniciado en los asuntos literarios, escuché leyendas sobre una sociedad secreta, cultora de Lowry, que sesionaba en Cuernavaca y era presidida por un jubilado abstemio de origen británico, como no podía ser de otra manera, y conocí a dos o tres escritores, mayores que yo, que aducían pertenecer a ese cenáculo. También me contaron que Fernando Benítez, a quien apenas traté, se jactaba de haber sido uno de los funcionarios menores que expulsaron del país a “ese borracho” en su segunda y última visita a México, en mayo de 1946, un año antes de la publicación de Bajo el volcán.

Fui invitado (y no fui) a visitar en su domicilio a don Raúl Ortiz y Ortiz, el ya mítico traductor de Bajo el volcán (que cultivó una buena amistad con la viuda de Lowry, de quien se sospecha le dio el último empujoncito hacia la muerte a su atorrante e incurable marido).5 Y a la vuelta de mi casa vivía uno de los extras de aquel filme –actor de carácter y grandulón muy mexicano cuyo aspecto ya no puedo adjetivar porque mi época me juzgaría mal–, que participó en el sacrificio del Cónsul, en la escena final de la película (me pareció pésima, como si fuese publicidad del Fondo Nacional de Fomento al Turismo) de John Huston basada en Bajo el volcán.

Pero lo que mejor recuerdo de esa película, estrenada en 1984, es que meses después el extra entró a la cantina La Guadalupana frente a la cual pernoctaba en la calle de Higuera, y le provocó un ataque de pánico a un bebedor avezado y para colmo lowriano, quien tuvo motivos suficientes para creerse el Cónsul Firmin en su hora última. Y finalmente me oí a mí mismo decir, en mi consabida condición de crítico literario, que Bajo el volcán era una de las mejores novelas escritas en México, aunque Lowry (como después Roberto Bolaño) nunca pudo conjugar correctamente el verbo chingar, defecto que ni Ortiz ni María Vinós –traductora y escritora mexicana avecindada en Tepoztlán, Morelos, según ella misma se presenta– juzgaron pertinente corregir (y acertaron).6

Lowry (1909-1957) ya había muerto cuando se publicó La muerte de Artemio Cruz (1962) donde Carlos Fuentes dedica una página a todas las declinaciones del verbo, sacado de los bajos fondos una década atrás por Octavio Paz y por Armando Jiménez, de cuya Nueva picardía mexicana (1971) llegó a ser prologuista el poeta. Y Bolaño –otro de los autores de un México “profundo”– se ve que no releyó La muerte de Artemio Cruz a la hora de escribir Los detectives salvajes (1998).

Mi mito lowriano resultó ser una verdadera orquesta que acompañó mi desahuciada lectura aséptica del libro porque, más allá de los cuarenta años pasados sin tocar Bajo el volcán, la novela se había transformado en médula de mis huesos. Por razones del oficio, también, había yo leído bastante crítica sobre escritores extranjeros en México, sobre todo anglosajones, quienes ayudaron a que Lowry permaneciera en mi panorama. Sin embargo, a esa fastuosa música de fondo, la disfruté muchísimo en esta relectura. Era imposible apagarla con un simple clic. Mi regreso a Bajo el volcán, nada tuvo de decepcionante, como sí me ocurrió con Rayuela o con Graham Greene y con algunas novelas de Honoré de Balzac, que ya no son, para mí, lo que fueron. No releo a Henry Miller, a pesar de que me lo propongo cada año y enlisto mi convicción en una libreta amarilla clavada junto a la cocina, por pavor a la decepción anunciada.

No me queda entonces más que apuntar somera y desordenadamente lo que encontré en esta relectura, con nueva traducción, de Bajo el volcán. Lo primero que me dije a mí mismo fue una tontería que sería difícil de defender, con argumentos, en un foro digamos que académico, algo así como “ajá, qué alegría regresar a la vieja y maravillosa novela moderna”: digresiva pero no híbrida, llena de literatura infusa y directa, pero no libresca ni “ensayística”, con un héroe inolvidable que en sus veinticuatro horas joyceanas, el 2 de noviembre de 1938 y Día de Muertos, nos propone un inferno donde el doctor Vigil y M. Laruelle –según yo– compiten por ser los Virgilios del Cónsul, pero al final la desolación del Cónsul británico, defenestrado por la expropiación petrolera del 18 de marzo, obligó a Lowry a hacerlo descender solo.7

Si el Cónsul Firmin es un titán, propio de un Auguste Rodin que abandona el pedestal a la búsqueda de humana compañía, como personaje, a mí, me parece un ruso, es decir, obra de un Dostoievski o, quizás, de un Thomas Mann. Todavía pertenece a la estirpe de aquellos seres novelescos que encarnaban sin temor de Dios. Eran “la conciencia de la novela”, dueños de una visión verdaderamente trágica (en el sentido griego, no periodístico, de la palabra) de lo humano como un destino supremo por fatal, una “batalla por la supervivencia de la conciencia humana”, escribe un Lowry quien es capaz de hacerle decir a Geoffrey, su criatura: “Tu Ben Jonson, por ejemplo, o quizás fue Christopher Marlowe, tu hombre fáustico veía a los cartagineses peleando en la uña del dedo gordo de su pie. Ese es el tipo de claridad que te satisface. Todo está perfectamente claro, porque en efecto lo está, en términos del dedo gordo del pie.”8

Esa declaración trae el aroma de un Kafka o de un Joyce, es decir, la literatura entera (que incluye a Tito Livio y su Segunda guerra púnica) cabe en el delirio o en la dislalia de un personaje plenamente moderno. Dostoievski, antes, estaba demasiado preocupado en el deicidio como para pensar en los dedos gordos del pie; un posmoderno solo escribe sobre esos apéndices, aumentando el zoom a placer, porque cree, o le han dicho, que todo lo demás –incluida la muerte de Dios– ya está dicho. Página tras página, mi nuevo Lowry me fascinó por esa soberbia “modernista” de creer que todo lo literario puede y debe ser enunciado porque es inagotable.

En 1979, calculo, yo no tenía la preparación para subrayar la mucha literatura que había en Bajo en volcán. Mi ejemplar de Era, autografiado por Casillas, tiene pocos subrayados y ninguna marginalia, cosa extraña en una edad dada al pasmo y a la alharaca. Más adelante citaré, para comparar así sea superficialmente las traducciones de Ortiz y Vinós, uno de mis escasos subrayados. Pero esta relectura vaya que los tiene, por deformación profesional. Lo que yo recordaba que recordaba era una novela más movida y enérgica, menos “intelectual”, y ahora disfruté de encontrarme, aquí y allá, no solo con William Shakespeare y el resto de los isabelinos, sino con Joseph Conrad (“era fácil pensar en el Cónsul como una suerte de pseudo ‘lord Jim’ más lacrimoso que vivía sometido a un exilio impuesto por él mismo”, diría M. Laruelle),9 con los versos de A. E. Housman que después leí gracias a David Huerta, con los barcos donde se curtió el mentalmente imberbe Hugh y que honran a Sófocles, con un Jack London a quien me rencontré en la pandemia, con Jean Cocteau y su Machine infernale, con Tolstói y la Historia de Tlaxcala, con Charles Baudelaire en varias páginas.

La justificación dada por Hugh a su hermanastro sobre su simpatía (la de Hugh, se entiende) por el comunismo viene del crítico y moralista Matthew Arnold: como el cristianismo en su día, el comunismo es tan simple y poderoso como un nuevo espíritu del mundo.10 Así, Bajo el volcán es una obra epocal, es decir, una novela inconcebible fuera de los años treinta, “la década canalla”, como la calificó W. H. Auden, y la pasión de Hugh por una República española a la cual acaban de abandonar las Brigadas Internacionales, lo presenta como una víctima de la “promesa” a lo Cyril Connolly, quien substituye o complementa la homosexualidad ritual y pasajera de los campus de Oxbridge por el reto de enrolarse –mundano– en la causa revolucionaria.

La sofisticación literaria de Bajo el volcán no impidió –contra los peores temores de Jonathan Cape, el editor (también lo fue de Joyce), a quien Lowry convenció de publicarla, con eficaz desesperación– que fuera un gran éxito, manteniéndose varias semanas en una lista de best sellers, la mayoría de ellos del todo olvidados. Muy pronto, el inverosímil y desértico Maurice Blanchot, un reseñista para mí inesperado de Lowry, saludaba, en 1950, la traducción francesa de esa “ebria Comedia, travesía de un hombre a la vez perdido y soberano”.11 Novela política en el amplio sentido de la palabra, entre Bajo el volcán y su tiempo se trasmite una corriente eléctrica similar a la que une a la Comedia, en efecto, con la Monarquía del propio Dante, pues el florentino y Lowry ven con un ojo al gato, la Ciudad de Dios, y con otro al garabato, la ciudad de los hombres.

¿Y en qué sentido, me preguntaba mientras leía Bajo el volcán, sigue siendo, para un mexicano del siglo XXI, una “novela mexicana”, cualquier cosa que ello signifique? La encontré idiosincrática y, como desde hace tiempo no me molesta tanto la identidad en la ficción, la mexicana cultura de la muerte en Bajo el volcán, nos guste o no, dejó de ser solo un asunto pintoresco. Para no ir más lejos, desde Tomóchic (1893), de Heriberto Frías, hasta 2666 (2004), de Bolaño, México nunca acabó por abandonar, de la represión porfiriana, pasando por la Revolución de 1910, a las guerras narcas, el arquetipo de la nación violentísima, se atribuya a la historia o al atavismo, pese al medio siglo, hoy tan olvidado, de la paz institucional.

Por fuerza, Bajo el volcán debía tener algo de turismo, en los años treinta del siglo pasado; se olvida que, en la decisión de Balzac de placear a los héroes de la otra comedia, la humana, por la Francia provinciana, también jugó el cálculo egoísta del impresor convertido en novelista nacional. Nunca hay demasiado color local en Bajo el volcán aunque, de haber sido Cape, yo sí le habría metido tijera a la promoción de Tlaxcala en el capítulo X, aunque podría contraargumentarse que la folletería de menús y corridas de camión es un recurso vanguardista del cual Lowry se sirvió correctamente. Es, además, su recurso final, un letrero del jardín público vecino.

Sí, sí comparé un poco las traducciones de Ortiz y Vinós. Ambas son trabajo honrado comprometido con su tiempo. Más denso el Bajo el volcán de Ortiz, a veces barroco en sus soluciones gramaticales, dueño de un español más cercano, desde luego, al de Agustín Yáñez que al del llorado Álvaro Uribe (para hablar de un estilista impecable). Más contemporáneo y práctico el de Vinós, quien resuelve con pericia aquellos nudos en los que Ortiz parece atorarse, ganando en velocidad lo que pierde en densidad. A veces, Vinós cede a la tentación de agregar palabras que no están en la versión original, por mor de claridad.

Pongo como ejemplo mi subrayado de 1979, que está en el capítulo VII y en las páginas 252-253 de Ortiz y en las páginas 271-272 de Vinós. El Cónsul bebe unos tragos con la señora Gregorio y mira una pintura que puede estar allí o puede ser otro de los delirium tremens escritos por Lowry, los más exactos de la literatura universal.

Ortiz y Ortiz:

De un solo trago el Cónsul acabó su tequila; luego se dirigió al mostrador. –Señora Gregorio –gritó; esperó, paseando su mirada por la ‘cantina’, que parecía haberse iluminado mucho más. Y volvió el eco: Orio… ¡Hombre, aquellas locas pinturas de lobos! Se había olvidado de que estaban aquí. Los cuadros que ahora se materializan (seis o siete de tamaño considerable) venían a completar, en defecto del muralista, la decoración de El Bosque. Precisamente eran idénticos, en cada detalle. Todos mostraban el mismo trineo perseguido por la misma manada de lobos. Los lobos daban caza a los ocupantes del trineo a lo largo del bar y a intervalos regulares en torno del cuarto, aunque en el proceso ni el trineo ni los lobos se movían una pulgada. ¿Hacia qué enrojecido Tártaro, oh, misteriosa bestia? De modo incongruente recordó el Cónsul la cacería de lobos de Rostov en La guerra y la paz… ¡ah, y después, aquella incomparable tertulia, en casa del viejo tío, la sensación de juventud, la alegría, el amor! Al mismo tiempo recordó haber oído que los lobos nunca cazaban en manadas. Sí, por cierto. Cuántas concepciones de la vida se basaban en errores congéneres, cuántos lobos sentimos que nos pisan los talones, mientras que nuestros verdaderos enemigos pasan junto a nosotros con piel de ovejas.12 –Señora Gregorio –volvió a decir, y vio que regresaba la viuda arrastrando los pies, aunque tal vez era demasiado tarde y no tendría tiempo de tomarse otro tequila.

María Vinós:

El Cónsul terminó su tequila de un trago y se dirigió al mostrador. “SEÑORA Gregorio”, llamó. Esperó echando una mirada por la CANTINA, que parecía mucho menos oscura que antes. Y el eco le devolvió: “Orio”. –¡Vaya, los cuadros disparatados de los lobos, se le habían olvidado! Qué locura. Las imágenes materializadas, seis o siete, cada una de considerable longitud, completaban la decoración de El Bosque, dada la deserción del muralista. Eran iguales en todos sus detalles: mostraban el mismo trineo, perseguido por la misma manada de lobos. Los lobos perseguían a los ocupantes del trineo a lo largo de la barra y en algunos trechos alrededor del cuarto, aunque ni trineos ni lobos avanzaban una pulgada en el proceso. ¿A qué tártaro rojo, oh, bestia misteriosa! De manera incongruente, el Cónsul recordó la cacería de lobos de Rostov en La guerra y la paz –¡ah, la incomparable fiesta después, en casa del viejo tío, la sensación de juventud, de alegría, de amor! Al mismo tiempo, recordaba haber oído que los lobos nunca cazan en manada. De hecho, ¿cuántos patrones de la vida estaban fundados en similares suposiciones equivocadas, cuántos lobos sentimos a nuestros talones mientras nuestros enemigos de verdad visten pieles de oveja? “SEÑORA Gregorio”, dijo de nuevo. Vio que la viuda regresaba, arrastrando los pies, aunque quizás era demasiado tarde: no le daba tiempo de otro tequila.

Leyendo algunas páginas en inglés, me da la impresión de que Ortiz es más fiel a la gramática lowriana que Vinós, pero entraríamos a la querella sin fin entre la literalidad y la “traición”. Ambos tradujeron para su tiempo y por razones lógicas, de tener que recomendar a un joven lector qué traducción elegir, acaso recomendaría la de Vinós. Su edición es pulcra y muy legible, aunque conté más de cinco erratas y es “privada” porque “es un homenaje a la memoria de Malcolm Lowry en México y no tiene fines comerciales o de lucro”, de tal manera que el colofón dice 2027, supongo porque en ese año se cumplirán los setenta años de la muerte del autor, quedando bajo el dominio público los derechos, según las legislaciones inglesa y estadounidense. No se indica lugar de edición. Quizá los mexicanismos sean una buena medida, finalmente, para seguir a Lowry en el español de México entre 1964 y nuestros días. Ortiz usa “cactus” en vez de “nopales”, utilizados sin problema por Vinós, mientras que ella todavía duda entre “resaca” y la proverbial “cruda”.

El significado asumido de Bajo el volcán, para la literatura del siglo XX, sigue siendo el consignado por el redactor anónimo de la cuarta de forros de Era (sospecho, sin ninguna prueba, que fue escrita por José Emilio Pacheco por aquello de que “Malcolm Lowry es uno de los pocos escritores actuales que ha dejado tras de sí una leyenda”, frase de uso frecuente en JEP). Su sentido es “el abismo de la caída, la Barranca infernal”, es decir, la expulsión de un paraíso que ya está únicamente sobre la tierra. Tras esa Segunda Guerra Mundial que amenaza el mundo en Bajo el volcán, el letrero es una lápida:

¿LE GUSTA ESTE JARDÍN?
¿QUE ES SUYO?
¡EVITE QUE SUS HIJOS LO DESTRUYAN!13

No quisiera concluir sin mencionar a Yvonne, la heroína, y lo mucho que la fui recordando, al releer, como un personaje que, en mi adolescencia y juventud, encarnaba lo que entonces se entendía por ser “una mujer liberada”, no del amor romántico, pero sí del matrimonio (se divorcia y por ello, libre, regresa a buscar al Cónsul Geoffrey Firmin tras haber amado a Hugh), y entendí que, desde Bajo el volcán, lo que yo esperaba de todas las mujeres, en mis separaciones y a través de las grietas, era su regreso, pero no para salvarme (aunque la fantasía estuviese presente), sino para decir la última palabra, ese no del que justamente había sido despojada la masculinidad, que entonces, al finalizar los años setenta del siglo pasado, no se llamaba así.

Lo digo por experiencia: si el alcoholismo es una procrastinación salvaje que solo se parece al suicidio, porque ambos terminan en la muerte, concluyo, no hay quien lo haya entendido tan dramáticamente como Malcolm Lowry. “Por la mente del Cónsul”, leemos en Bajo el volcán, una de las grandes novelas clínicas de la historia, “pasó una procesión de pensamientos formados en fila como animalitos envejecidos y, también en su imaginación, cruzaba la terraza con paso firme como lo había hecho una hora antes, inmediatamente después de que el insecto escapara de la boca de la gata”.14 ~


Aquella presentación fue el jueves 12 de mayo de 1983. Además de Manjarrez, presentaban el libro Héctor Aguilar Camín, uno de los traductores, Raúl Ortiz y Ortiz y Miguel Espejo. Douglas Day, Malcolm Lowry. Una biografía, traducción de H. Aguilar Camín, Manuel Fernández Perera y Juan Antonio Santiesteban, Ciudad de México, FCE, 1983; Gordon Bowker, Perseguido por los demonios. Vida de Malcolm Lowry, traducción de María Aída Espinosa Meléndez, Ciudad de México, FCE, 2008. ↩︎

Hernán Lara Zavala, “Malcolm Lowry: vivir bajo el volcán”, en Letras Libres, septiembre de 2007. ↩︎
La primera edición de La sabiduría sin promesa. Vida y letras del siglo XX [Joaquín Mortiz] apareció en 2001; la segunda, aumentada, en 2009 [Debate] y la tercera y definitiva, en dos tomos, será editada por El Colegio Nacional en 2025. ↩︎

Lowry, Bajo el volcán, traducción de M. Vinós, op. cit., p. 163. ↩︎

Bowker, op. cit., pp. 669-675. ↩︎

Mi madre llegó a la Ciudad de México desde Nueva York pocos años después de la muerte de Lowry y tampoco aprendió nunca a conjugar ese idiosincrático verbo, aunque su español era muy eficiente. Por ejemplo, mi edición en inglés de Under the volcano es la que yo le regalé, pero me la regresó porque no le había interesado el libro. Me habría dicho que la novela era una “chingonería” queriéndome decir que la consideraba una “chingadera”. En cuanto a mi padre no sé si leyó la novela pero a menudo, como psiquiatra, citaba Las manos de Orlac (1924), la película omnipresente en Bajo el volcán, como un caso de “desplazamiento esquizofrénico”. Cuando perdió la cabeza por la arterioesclerosis, se miraba obsesivamente las manos y movía armoniosamente el índice y el pulgar de cada una, en una secuencia mecánica. La escena era sombría, por decir lo menos. ↩︎

Aprovecho para decir, como mínimo homenaje a José Agustín [1944-2024], que su gran novela fue, en mi opinión, Se está haciendo tarde (final en laguna), de 1973. No la concibo sin Bajo el volcán. Seguramente, alguno de los que lamentaron su muerte, lo recordó. ↩︎

Lowry, Bajo el volcán, traducción de M. Vinós, pp. 258-259. ↩︎

Ibid., p. 45. ↩︎

Ibid., p. 361. ↩︎

Maurice Blanchot, “Au-dessous du volcan” [1950] en La condition critique, París, Gallimard, 2010, pp. 175-177. ↩︎

Exactamente lo que subrayé en 1979. ↩︎

(Vinós respetó la frase final tal cual fue escrita por Lowry en español en 1947 mientras que Ortiz la tornó más comprensible y menos enigmática o no tan defectuosa como lo parece, metiendo la segunda frase en la primera interrogación: ¿LE GUSTA ESTE JARDÍN QUE ES SUYO? ¡EVITE QUE SUS HIJOS LO DESTRUYAN! (Lowry, Bajo el volcán, traducción de Ortiz, op. cit., p. 403).)) ↩︎

Lowry, Bajo el volcán, traducción de M. Vinós, op. cit., p. 169. ↩︎

martes, 25 de junio de 2024

Los traductores teatrales son los más perjudicados a la hora de cobrar: el caso de Cataluña

En el diario catalán La Vanguardia, Magi Camps planteó, el 22 de junio pasado, un caso piloto sobre cómo un teatro barcelonés se cargó el nombre de los traductores de al menos cuatro obras que en él se representan y cuál fue la reacción de las asociaciones de traductores. Se trata de un caso testigo que debería interesarles a autores, traductores y adaptadores teatrales.

El Teatre Lliure ha programado cuatro obras de otras lenguas en las que no consta el traductor

Cuando Kenneth Branagh se dedicaba a adaptar para el cine obras de Shakespeare, la broma que le hacían los colegas es que se ahorraba mucha pasta de guionista, porque al autor de Mucho ruido y pocas nueces no había que pagarle nada ni pedirle permiso. Pasados setenta años de la muerte de un autor, los derechos sobre sus obras pasan a ser de dominio público. Eso significa que el adaptador puede hacer lo que quiera con las obras de Shakespeare, sin tener que pagar un céntimo. Ahora bien, si Branagh hubiera hecho lo mismo con un autor no anglófono, habría tenido que disponer de una traducción y, por lo tanto, satisfacer los derechos, excepto si ya hiciera más de setenta años que el traductor criaba malvas. ¿Qué derechos? Eso depende de cada caso, desde los derechos de traducción con exclusividad a partir de un porcentaje de taquilla hasta un precio cerrado y listos.

En todo caso, los derechos de traducción cuentan, y entran dentro del paquete del 10% de taquilla convenido (aunque no es un porcentaje cerrado y puede oscilar según el acuerdo), que se reparten los dramaturgos, los adaptadores y los traductores. Fuentes de la SGAE* explican que, cuando la obra es de dominio público, el adaptador que hace la dramaturgia cobra un 7 o un 8 por ciento, y el traductor el 2 o 3 restante.

La polémica sobre los derechos de traducción ha saltado esta semana a raíz de un tuit del profesor del Institut del Teatre Lluís Hansen interpelando al Teatre Lliure: “Veo que en la programación 24-25 no consta de quién es la traducción de La gavina, El misantrop, Hamlet i Electra, pero sí en The employees, L’herència i Una mena d’Alaska. En los primeros solo consta quien hace la adaptación. ¿Podéis precisarlo, por favor?”.

Las reacciones no se hicieron esperar, como la de la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana (AELC), pero el Teatre Lliure también hizo público un comunicado, donde exponía algunas consideraciones al respecto. La Vanguardia ha hablado con el Teatre Lliure y con algunos traductores sobre qué hay que hacer en los diferentes casos de obras de otras lenguas, cuando la adaptación se basa en una traducción o en más de una y de diferentes idiomas, o va más allá y se considera una versión libre. Este caso es el que explicaba la nota del Teatre Lliure con respecto a La gavina, de Chéjov, adaptada por Julio Manrique, Cristina Genebat y Marc Artigau.

Artigau explica cómo trabajaron con Les tres germanes, que es la obra anterior de Chéjov que los tres adaptaron: “No hemos hecho ninguna traducción de traducciones. Esta práctica no nos parece bien. Hacemos público para quien quiera el texto de Les tres germanes para que contraste su originalidad. El de La gavina todavía no porque estamos a punto de empezar ensayos. Son dos reescrituras libres. No sabemos ruso, es cierto, y la manera que tenemos de trabajar es leer traducciones, versiones de todo tipo (literarias, teatrales, cinematográficas...), materiales diversos que nos pueden ayudar y entonces empezamos a escribir nuestra La gavina. Ciertamente, habría que haber citado las fuentes consultadas. Cuando escribimos pensamos en la puesta en escena, en el aquí y ahora, y eso significa, por ejemplo, trabajar con el escenógrafo con el fin de adecuar mejor la pieza al espacio. Un espacio puede condicionarnos el texto. En el caso de Les tres germanes tomamos decisiones dramatúrgicas como reducir personajes, actualizar conflictos y debates (ecologismo, mirada de género, realidad virtual), añadir un prólogo y un epílogo, intentar explicar a los personajes desde el presente. Las tres protagonistas acababan encerradas en un cubículo de cristal apelando a romper los muros invisibles que nos aprisionan”.

Por su parte, el presidente de la AELC, Sebastià Portell, informa de que el Teatre Lliure se ha puesto en contacto con la asociación, aspecto que confirma el director Julio Manrique, “para mantener una reunión en las próximas semanas y tratar de consensuar una manera de actuar”. “Nosotros creemos que aquí hay un conflicto, sobre todo con respecto a la propia concepción de la adaptación, de la práctica de la adaptación, y desde la asociación lo que defendemos es que se haga una lectura legal. Nosotros representamos alrededor de 1.850 autores literarios, 400 de los cuales son traductores, y también representamos a dramaturgos que hacen adaptaciones. Por lo tanto, no estamos de ningún modo en contra de la idea de la adaptación. Lo que exigimos es que cualquier uso de propiedad intelectual sea escrupulosamente respetuoso con los derechos de autor”.

Portell especifica tres puntos: “En primer lugar, transparencia, es decir, explicar el uso que se ha hecho de la obra. En segundo lugar, que haya una autorización expresa de los titulares de los derechos, en caso de que no hayan expirado. Y tercero, tiene que haber una compensación, que se debe negociar proporcionalmente, según el uso que se haya hecho de esta propiedad intelectual. La última directiva europea sobre derechos de autor en el mercado único digital dice que tiene que ser una remuneración adecuada y proporcionada”.

Portell también detalla: “Hemos hecho un llamamiento a los asociados, por si sospechan de que alguna traducción suya ha sido utilizada sin su consentimiento, y ya hemos conocido seis casos potenciales de este tipo de mala praxis. Ahora estamos estudiando qué procedimiento hay que seguir. Porque la ley vigente, que la AELC ayudó a redactar en los años ochenta, es muy clara”. El PEN Català se ha adherido al manifiesto de la AELC y su presidenta, Laura Huerga, declara a La Vanguardia que darán “el apoyo que sea preciso, para que en todos los casos haya, como mínimo, un reconocimiento moral de la traducción” .
Miquel Cabal Guarro, traductor del ruso, es una de las personas que han pedido información sobre las traducciones de Chéjov: “Ya me pasó con el texto de Les tres germanes, que se había llevado a escena en el Lliure (2021) y no se decía en ningún sitio la traducción. En el 2011 hice una, que dirigió Carlota Subirós en el propio Lliure, donde trabajé codo con codo con el equipo y donde estuvo todo perfectamente claro. Hace un par de años, me quedó la espina clavada y con el mensaje de Hansen pensé que quizá era un patrón que se iba repitiendo y valía la pena pedir explicaciones, porque hay un problema de autoría muy claro”.

Joan Sellent opina que “no hacer constar el traductor no es ni legal ni ético”. El reconocido traductor teatral pone un ejemplo del Reino Unido: “Existe una costumbre que es pedir a un traductor una ‘traducción literal’. De hecho, lo que quieren decir es que sea una traducción ajustada. Así consta en todos los programas y es el punto de partida para hacer la adaptación que consideren”.

Sellent explica el caso de un Hamlet en el que se vieron reflejados él y Salvador Oliva, pero no constaban como traductores. Aunque no quiere decir de qué montaje se trataba, sí aclara: “En ningún caso se trata de la compañía Parking Shakespeare, que son muy legales”. Sellent recuerda un caso de 1990, cuando Vázquez Montalbán fue condenado por haber plagiado la traducción de Julio César que había hecho Ángel Luis Pujante.

El director del Teatre Lliure , Julio Manrique, también atiende la llamada de La Vanguardia : “Como director del Lliure , lo que quiero es que encontremos una solución. Más allá del malestar a nivel personal, la polémica tiene que servir para abrir una conversación y estoy convencido de que hallaremos una solución. Lo primero que hice fue llamar a Sebastià Portell a raíz del comunicado de la AELC para mantener un encuentro entre las dos entidades, donde debemos abordar el debate que se ha abierto, que, escuchando voces y opiniones, entiendo que es delicado. Necesitamos escuchar, entender, definir criterios, modificar si hace falta, y después, una vez se llegue a un acuerdo, respetarlo escrupulosamente. Quiero dejar clarísimo que la nueva dirección del Lliure quiere proteger a todos los autores, porque autores, adaptadores y traductores son todos autores. Hay cuestiones jurídicas, terminológicas, qué pasa con una obra de dominio público cuando se adapta y cuando los adaptadores no conocen la lengua en que ha sido escrito el original, que ya es de dominio público, y utilizan a modo de consulta, como defendemos nosotros, varias traducciones en varias lenguas, para acercarse a la obra, y alejarse del material para hacer la propia versión y la firman, defendiendo la originalidad de ese trabajo de versión o adaptación. Nosotros, en todo caso, no hemos tenido nunca la sensación de haber hecho una mala praxis. Necesito tener este debate y estoy convencido de que encontraremos una solución”, concluye.

Nota: La SGAE es la entidad sin ánimo de lucro, que en España se dedica a la defensa y gestión colectiva de los derechos de propiedad intelectual en artes escénicas, audiovisuales y música.

lunes, 24 de junio de 2024

La IA contra la "naturaleza abstracta y metafórica"



El pasado 22 de junio, Isabela Durán San Juan publicó en InfoBAE un artículo referido a la Inteligencia Artificial y los textos antiguos. En la bajada se lee una obviedad que, a la hora de considerar "el fin de la profesión" de traductor, suele no tenerse en cuenta: "El modelo interpreta con alta precisión documentos oficiales de ese momento de la historia, pero presenta errores en textos religiosos o poéticos", Las conclusioness de la articulista, claro, son falsas.

Crean inteligencia artificial que traduce un idioma de antes de Cristo al inglés

Un equipo de arqueólogos y científicos informáticos ha creado un sistema de inteligencia artificial que puede traducir instantáneamente al inglés las tablillas cuneiformes antiguas.

Según un artículo en la revista PNAS Nexus de Oxford University Press, este programa ha demostrado una alta precisión al interpretar textos en acadio. El cuneiforme, uno de los sistemas de escritura más antiguos conocidos (circa 3400 a.C.-75 d.C.), ha sido estudiado durante siglos, revelando una historia escrita rica en sumerio y acadio.

“Cientos de miles de tablillas de arcilla inscritas en escritura cuneiforme documentan la historia política, social, económica y científica de la antigua Mesopotamia. No obstante, la mayoría de estos documentos siguen sin traducirse y son inaccesibles debido a su gran número y a la cantidad limitada de expertos capaces de leerlos”, señalan los investigadores.

Cómo la inteligencia artificial es capaz de traducir
Para traducir la escritura cuneiforme al inglés, los investigadores utilizan un modelo de inteligencia artificial que emplea un proceso inicial de tokenización. Este proceso implica dividir la cadena de caracteres en unidades más pequeñas, como caracteres individuales.

Sin embargo, esta metodología puede generar secuencias largas de caracteres que no poseen un significado completo por sí solos. Por lo tanto, los investigadores emplean un método avanzado conocido como BytePair Encoding (BPE), utilizando el paquete SentencePiece.

Este enfoque aprende de un corpus extenso de texto para crear un vocabulario que incluye palabras y partes de palabras, permitiendo segmentar la escritura cuneiforme en unidades semánticamente comprensibles para su traducción precisa al inglés.

El sistema de inteligencia artificial muestra una precisión considerable al traducir textos acadios formales, como decretos reales o presagios estructurados. Sin embargo, textos más literarios y poéticos, como cartas de sacerdotes o composiciones, tendían a tener “alucinaciones”.

Este término en inteligencia artificial se refiere a resultados generados por la máquina que no guardan relación con el texto original dado.

Se puede acceder desde una computadora portátil al modelo y su código fuente está disponible en GitHub bajo el nombre Akkademia. Los investigadores están trabajando activamente en el desarrollo de una aplicación en línea denominada Babylonian Engine.

Por qué a la IA le podría costar traducir textos poéticos
La inteligencia artificial podría enfrentar dificultades al traducir textos poéticos debido a su naturaleza abstracta y metafórica, que a menudo no sigue reglas estrictas de gramática y estructura como otros tipos de texto.

Para qué sería útil una IA traductora de textos antiguos
Una inteligencia artificial traductora de textos antiguos sería útil para varios propósitos:

- Preservación y estudio: Facilitaría la preservación y el estudio de textos antiguos que están escritos en idiomas obsoletos o que ya no se utilizan, permitiendo a los investigadores acceder a información histórica y cultural invaluable.

- Interpretación precisa: Ayudaría a los lingüistas y arqueólogos a interpretar de manera más precisa el significado de textos antiguos, especialmente aquellos que son difíciles de entender debido a la evolución del lenguaje a lo largo del tiempo.

- Investigación académica: Apoyaría la investigación académica al proporcionar acceso a una mayor cantidad de textos y documentos antiguos, permitiendo análisis comparativos y estudios detallados sobre diversas civilizaciones y culturas.

- Educación y divulgación: Facilitaría la enseñanza y la divulgación de la historia y la literatura antiguas al hacer accesibles estos textos a un público más amplio, incluidos estudiantes y entusiastas de la historia.

Papel de la inteligencia artificial en la traducción
La inteligencia artificial ha revolucionado la traducción al automatizar y mejorar la precisión de los procesos. Utilizando modelos de aprendizaje automático, puede manejar múltiples idiomas simultáneamente y adaptarse a contextos especializados como médico y legal.

Esto facilita la comunicación global, superando las barreras lingüísticas y promoviendo la colaboración internacional de manera eficiente y efectiva.

viernes, 21 de junio de 2024

Siempre es bueno terminar la semana con una pelotudez, sobre todo cuando viene de la RAE

Mario Las Heras
es un comentarista deportivo que, por alguna razón, se ocupa del rubro "cultura" en el periódico español Debate. Este artículo suyo, publicado el 19 de junio pasado, tiene una bajada en la que se lee: "Dice la Fundéu que «este giro francés nos ha entrado a través del inglés, pues en esta última lengua se llama así a este fenómeno...»". Ay.

La bonita palabra en español para no tener que decir nunca más «déjà vu»

Dice la RAE: «Como extranjerismo sin adaptar, la expresión francesa déjà vu debe escribirse en cursiva». La Fundéu añade que «este giro francés nos ha entrado a través del inglés, pues en esta última lengua se llama así a este fenómeno». El fenómeno que consiste en sentir algo como si ya se hubiese vivido.

Tener un déjà vu es esto. Un término creado por el investigador francés Émile Boirac en su libro L'Avenir des sciences psychiques (El futuro de las ciencias psíquicas). Wikipedia dice que la experiencia del déjà vu «suele ir acompañada por una convincente sensación de familiaridad y también por una sensación de 'sobrecogimiento', 'extrañeza' o 'rareza'».

Clínicamente existen tres tipos de déjà vu: El déjà vécu, el más habitual que se produce sobre algo que se tiene la sensación de que ya se había experimentado antes; el déjà senti, algo ya sentido, pero de naturaleza interior, no comunicable; y el déjà visité: sobre un lugar que nunca se ha visitado, pero que se tiene la sensación de que sí se ha visitado.

El déjà vu lo utiliza casi todo el mundo. Es la palabra establecida para nombrar a ese sentimiento o a ese sentido, pero el español tiene una palabra perfecta y bonita para denominarlo: «paramnesia». Lo dice la Fundéu: «En español se puede usar en muchos casos paramnesia, que el Diccionario académico define como 'alteración de la memoria por la que el sujeto cree recordar situaciones que no han ocurrido o modifica algunas circunstancias de aquellas que se han producido'».

Y lo dice la RAE, aunque parece imponerse, casi tristemente, el déjà vu: «En español, puede emplearse, también, el término de significado más amplio 'paramnesia'», dice la Academia.

jueves, 20 de junio de 2024

"Comerciar con las mismas reglas"


En una nota publicada por el diario
La Nación, de Buenos Aires, del pasado 12 de junio, Daniel Gigena informa sobre la derogación de una norma que, en su momento, causó polémica. En la bajada se lee: "Quién gana y quién pierde con la baja de la 'ley de tintas' que permite importar ejemplares sin trabas burocráticas atribuidas a una posible toxicidad: 'Nunca se encontró plomo', aseguran".

El Gobierno derogó una norma “medioambiental” que dificultaba la importación de libros

La Secretaría de Industria y Comercio, que depende del Ministerio de Economía de la Nación y está a cargo de Pablo Lavigne, derogó la resolución 453/685 que prohibía la utilización de tintas con metales pesados, conocida como la “ley de tintas”, que obligaba a los importadores de más de mil ejemplares a realizar una serie de trámites, entre otros, enviar un libro a un laboratorio para examinar si la tinta utilizada era perjudicial para la salud. Los importadores de menos de mil ejemplares debían hacer otras diligencias burocráticas, entre ellas, presentar una declaración jurada.

La propuesta inicial había sido ideada por el exsecretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, que en 2010 implementó la medida; según algunos, el objetivo del funcionario era evitar la “fuga” de dólares más que proteger a los lectores de tintas con “efectos cancerígenos”. En 2016, el Gobierno de Cambiemos (cuando Miguel Braun era secretario de Comercio) derogó esa restricción y, en 2020, el gobierno del Frente de Todos (con Paula Español como secretaria del área) restableció el “cepo” a los libros extranjeros. A pesar de los temores de los exfuncionarios kirchneristas, nunca se encontró plomo en tinta en los libros.

Al difundirse la medida del Gobierno, el presidente de la Federación de la Industria Gráfica Argentina (Faiga), Juan Carlos Sacco, publicó un comunicado en la página web de la federación sobre la baja de la Norma Técnica medioambiental, “que tanto tiempo y trabajo nos llevó ponerla en vigencia; y que hoy, después de quince años, con un nuevo Gobierno se ha decidido sacarla”, se lee en el mensaje. La resolución 108/2024 fue publicada el 4 de este mes en el Boletín Oficial.

Sacco anticipó que Faiga recurriría a la Justicia “porque estamos convencidos de que estas herramientas son las que se usan en el mundo desarrollado con el fin de regular el comercio internacional; y no se trata de un mero régimen proteccionista, sino de comerciar con las mismas reglas de juego -consideró-. Es por eso que, si bien el secretario de Industria y Comercio está de acuerdo con los elementos que le proporcionamos, demostrando que esta norma de cuidado ambiental es similar a las vigentes en países que el actual presidente Milei quiere que nos parezcamos y con los que entablemos negociaciones comerciales”.

Y concluye: “No obstante, nuevos personajes en el equipo del presidente han convencido al mismo de eliminar cerca de 3200 reglamentos y normas, para que la libertad de vivir, comerciar, importar y exportar sea totalmente libre, sin ningún requisito que lo pudiese entorpecer”. Desde Faiga, atribuyen la medida al asesor presidencial Federico Sturzenegger, el “príncipe de la desregulación económica”.

Desde la Secretaría de Comercio e Industria confirmaron que se habían derogado este y otros “reglamentos técnicos” con el objetivo de “simplificar el comercio” y eliminar “trabas burocráticas en la comercialización y abastecimiento de productos”. “La industria editorial ya no trabaja con este tipo de tintas”, remarcaron. El mercado español del libro no tiene una regulación semejante a la que acaba de derogarse en la Argentina; tampoco rige ninguna similar en países de América Latina.

Los imprentas locales figuran entre las más perjudicadas por la resolución 108/2024, dado que a partir de ahora las editoriales grandes y medianas podrán imprimir libros en el exterior e importarlos sin pasar por los laboratorios. Al mismo tiempo, sus títulos y los de las editoriales pequeñas y medianas (forzadas a imprimir en el país) deberán competir con los libros importados, que actualmente son más baratos que los nacionales. Por el aumento constante (y por encima del índice de inflación) del precio del papel en la Argentina, los libros argentinos están entre los más caros en dólares en Hispanoamérica.

Entre los favorecidos por la medida, además de los importadores de libros y los grandes grupos editoriales (siempre y cuando impriman grandes volúmenes de ejemplares para amortizar los costos de transporte), se incluyen las cadenas de librerías, que también podrán importar libros, ahorrándose tiempo, dinero y trámites burocráticos.

Desde la Cámara Argentina del Libro indicaron que el Gobierno podría reforzar la competitividad de las imprentas argentinas y analizar el conjunto de costos del sector editorial. Dieron como ejemplos la recuperación del IVA en la compra del papel y la morigeración de los costos de los servicios públicos, que este año aumentaron significativamente.

martes, 18 de junio de 2024

"Cada vez más distanciado del inglés y de la cultura que representa”

Como ampliación al artículo publicado ayer, una nota de la agencia EFE, luego reproducida por Infobae Cultura, el pasado 17 de junio, donde J. M. Coetzee vuelve a reflexionar sobre la traducción y explica sus deseos de borrar de sus textos toda marca que remita a la cultura inglesa. Según el texto de la bajada, "El Nobel sudafricano, que recibió el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Murcia, reflexionó sobre las lenguas, las traducciones y se preguntó si “toda escritura tiene que pertenecer a algún lugar".

Coetzee se distancia de idioma inglés y de “la cultura que representa” por pertenecer a un “antiguo colonizador”

El escritor sudafricano John Maxwell Coetzee, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2003, aseguró este lunes que, a pesar de haber creado toda su obra en inglés, se siente “cada vez más distanciado” de esa lengua y “de la cultura que representa”. Coetzee, que este lunes recibió el título de Doctor Honoris Causa por la española Universidad de Murcia (sureste), reflexionó sobre la posibilidad de que un libro y su traducción puedan ser equiparables, sin distinguir el original del traducido.

La Universidad de Murcia, con esta distinción, reconoce su brillante trayectoria y su contribución a las letras con una obra que trasciende los límites tradicionales de los géneros literarios, según defendió su padrino en la ceremonia, el profesor José Carlos Miralles Maldonado, catedrático de Filología Clásica, y se convierte en la primera universidad española que le otorga esa distinción.

Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) hizo una reflexión sobre el papel que juegan las lenguas en el desarrollo de la persona y destacó cómo en el continente africano “la lengua de la educación, los negocios y el gobierno es, por lo general, un idioma heredado de un antiguo colonizador, normalmente el inglés o el francés”, que difiere de la lengua materna. Él mismo experimentó esa realidad en su propia familia, donde en casa se hablaba el neerlandés y el alemán, que eran las lenguas maternas de sus abuelos, y el inglés “en el mercado”.

Aunque domina ese idioma, del que ha sido profesor y en el que ha escrito toda su obra literaria, aseguró que cada vez siente más que sus libros “no ‘pertenecen’ a la lengua inglesa ni a su cultura”, como tampoco pertenecen, por ejemplo, a la lengua ni a la cultura francesa las traducciones que de ellos se hacen al francés. “A medida que envejezco, me encuentro cada vez más distanciado del inglés y de la cultura que representa”, insistió, y se preguntó si es cierto que “toda escritura tiene que pertenecer a algún lugar”.

Para contestar a esa cuestión, el autor de En medio de ninguna parte, Desgracia o Elisabet Costello, entre otras, relató cómo hizo un experimento junto a la traductora que habitualmente lleva su obra al español, Mariana Dimópulos, cuando publicó su novela corta The Pole. Entre ambos, revisaron tanto el original como la traducción para tratar de borrar “todas las huellas de pensamiento específicamente inglés, de modo que al final no pudiéramos detectar cuál era el texto original y cuál la traducción”.

El experimento, aseguró, “fracasó”, puesto que el resto de traducciones se hicieron a partir de la obra en inglés y The Pole, como el resto de sus novelas, siempre se consideró escrita en esa lengua originalmente, pero Coetzee valoró que, a nivel conceptual, ese experimento dio lugar a reflexionar sobre si es posible que la traducción de un libro pueda llegar a ser mejor que la obra original.

lunes, 17 de junio de 2024

"Me pregunto si una traducción tiene que ser inferior al original"

"El autor sudafricano será investido este lunes Doctor Honoris Causa por la Universidad de Murcia, en un reconocimiento a su carrera literaria como el que la Academia Sueca le tributó en 2003 al concederle el Nobel". Tal es la bajada de la entrevista que Pascal Vera realizara con J. M. Coetzee, publicada el 16 de junio pasado por el diario La Opinión de Murcia. Allí, entre otros temas Coetzee se refiere a la traducción. 

"El Quijote trazó una línea de demarcación entre el romance y la novela que se ha mantenido hasta nuestros días"

Aun residiendo desde hace más de veinte años en Australia, a 10.000 kilómetros de su país de origen, nunca se ha sentido John Maxwell Coetzee alejado de su Sudáfrica natal, país en el que nació hace 84 años y en el que se desarrolla buena parte de su obra. En torno a aquella tierra y sus gentes gira su narrativa. Y también, desde luego, de la problemática del apartheid, un tema vergonzoso que concitó la repulsa mundial y del que hizo el escritor un tema recurrente en su ya ingente producción literaria. De hecho, cuando en 2003 le concedieron al premio Nobel de Literatura, la Academia Sueca hizo constar que se le otorgaba por «la brillantez a la hora de analizar la sociedad sudafricana», y reconoció que «su obra está fuertemente marcada por la época del apartheid, lo que, lejos de darle carácter local, la convierte en universal».

Su repulsa a cualquier tipo de racismo convierte su vida y su obra en la de un ciudadano solidario y, como se suele decir, ‘del mundo’. Enamorado de la obra de Dostoievsky, Kafka y Pirandello, y sobre todo, del Quijote –una novela que califica de «asombrosa» por el momento tan temprano de la historia en la que está escrita–, aboga por seleccionar cuidadosamente nuestras lecturas, dado lo breve de nuestras vidas.

Luchador infatigable contra la censura, califica la tauromaquia como una «matanza ritualizada» –«¿qué otra cosa son los toros si no?»– y asegura no entender por qué el ser humano descuartiza y come animales muertos.

La soledad, el aislamiento, la vejez, la muerte… son a menudo los temas de las novelas de este escritor que posee en vida el marchamo de clásico y que mañana será investido por la Universidad de Murcia nuevo Doctor Honoris Causa, en una ceremonia en la que actuará como padrino José Carlos Miralles Maldonado, catedrático en el Departamento de Filología Clásica de la Facultad de Letras de la UMU.

Afirma que leer en traducción será siempre una experiencia de segunda mano, sobre todo cuando el original ha sido elaborado con sumo cuidado, pero leer la traducción de una gran obra literaria siempre va a ser mejor que no leerla, ¿no?
Me pregunto si una traducción tiene que ser inferior al original. Si es cierto que la traducción es habitualmente inferior, es porque el escritor del original pone más cuidado y atención –y también pasión– que el traductor. En el caso de mi novela más reciente, El polaco (2022), mi intención era que la traducción al español no fuera en absoluto inferior al original, y colaboré con mi traductora para conseguir este fin. Además, puedo señalar también que las traducciones al alemán de mis novelas recientes, realizadas por Reinhild Boehnke, son, en mi opinión, tan buenas como las originales.

También afirma, con total ironía, que, después de mucha práctica, escribe buenas frases en inglés. ¿Es la experiencia requisito indispensable para la excelencia?
Por excelencia supongo que se refiere a la excelencia como novelista. No: hay muchos novelistas buenos e incluso excelentes cuyo repertorio estilístico es limitado o que no tienen buen oído (es decir, que son sordos al potencial rítmico o musical de la prosa) o cuya prosa tiene otros puntos débiles. Los puntos fuertes de estos escritores residen en otra parte: en la composición dramática, en la perspicacia psicológica, etc.

Ha asegurado en más de una ocasión que lamenta que el inglés se haya apoderado del mundo.
No me opongo al uso del inglés como lingua franca en la diplomacia, el comercio o el turismo. A lo que sí me opongo es a la extinción de las llamadas ‘lenguas menores’ en favor del inglés. Me desagrada especialmente el efecto que el dominio mundial del inglés tiene en los países anglófonos, donde fomenta la creencia de que es necesario dominar una sola lengua, es decir, el inglés.

Le quiero preguntar también por su opinión sobre la tauromaquia, ya que ha calificado las corridas de todos como «una matanza ritualizada».
Las corridas de toros son obviamente una matanza ritualizada, ¿qué otra cosa son si no?

En los últimos tiempos he leído cosas suyas hablando con crudeza de lo que nos permitimos hacer con los animales los seres humanos para alimentarnos.
En cuanto a la alimentación, sigo al filósofo griego Plutarco: «Me parece extraño que los seres humanos descuarticen los cadáveres de los animales y se los coman».

Usted es muy crítico también con la censura, con ese afán por parte del poder por silenciar distintos aspectos que no casan con su credo.
Mi libro sobre el tema de la censura fue escrito en los años ochenta. En él hablo de los efectos de la censura del Estado en la literatura, que considero deplorables. Desde entonces, los regímenes de censura literaria han desaparecido más o menos en todo el mundo, como consecuencia de la menguante importancia de las obras literarias en la vida pública. Reconozco que esta opinión puede ser demasiado optimista, ya que en Estados Unidos existe un movimiento reaccionario que pretende impedir el acceso de los niños a escritos ‘radicales’ sobre raza y género. Esperemos que este movimiento sea efímero.

Usted ha afirmado que Don Quijote es la novela más importante de todos los tiempos. ¿Podría decirnos qué es lo que la hace tan importante?
Es notable que, de forma tan temprana en la historia de la novela, surgiera un autor que identificó y exploró con la mayor claridad y poder el gran tema subyacente del género: la desilusión o la ruptura de la ilusión. Cervantes trazó en el Quijote una línea de demarcación entre el romance (el género de la ilusión, o en el lenguaje de Cervantes, del «encantamiento») y la novela, una línea de demarcación que se ha mantenido hasta nuestros días.