miércoles, 31 de mayo de 2023

Otra perspectiva de la reciente enciclopedia sobre Borges coordinada por Jorge Schwartz

“Erudita y entretenida, Borges babilónico. Una enciclopedia es la gran compilación de Jorge Schwartz que reúne citas de autores como Piglia, Sarlo, Balderston y Cozarinsky. Lo desmenuza aquí Gonzalo Aguilar.” Eso es lo que dice la bajada de la reseña publicada en el diario La Nación, de Buenos Aires, el pasado 19 de mayo, a propósito de la enciclopedia comentada por Magdalena Cámpora, en este blog, el 23 de mayo de este año.

Borges: panóptico de un saqueador genial

 Borges, que era un apasionado por las enciclopedias, les dedicó a menudo palabras irónicas, sobre todo si se las contrasta con la pretensión exorbitante del género. Escribió que eran “vastas” (un típico adjetivo borgiano), pero también sostuvo que eran “imprudentes”, “ilusorias”, “heréticas” y “místicas”. Sobre el Capitán Burton, traductor de las 1001 Noches, advirtió que era “enciclopédico y montonero” y en su relato “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” consulta una enciclopedia que le acerca Bioy: “Releyéndola, descubrimos bajo su rigurosa escritura una fundamental vaguedad”.

Además, cómo no recordar la disparatada enciclopedia china de Otras inquisiciones que revela el carácter nominalista y arbitrario de toda clasificación o el raro adjetivo que le dedica en “Tlön”, donde habla de “cierta enciclopedia pirática”, como si la rapiña y el saqueo fueran parte de su propia naturaleza. Género del paroxismo intelectual, Borges vio en él la aspiración a un orden que al tiempo que reconoce el caos, intenta vana y bellamente domesticarlo.

 

Fue tan importante el lugar que las enciclopedias tuvieron en su obra y en su vida, que su figura, previsiblemente, desató toda una serie de enciclopedias que van desde las que exploran aspectos particulares (como Borges libros y lecturas de Laura Rosato y Germán Álvarez) a las que se proponen anotar toda su obra, como los índices del sitio Borges Center de la Universidad de Pittsburgh, dirigido por Daniel Balderston.

 

Entre esos emprendimientos, Borges babilónico. Una enciclopedia, dirigido por Jorge Schwartz, tendrá sin dudas un lugar de privilegio por ser, al mismo tiempo, apabullante, erudito y entretenido. Borges, en el diario de Bioy, decía que era un error considerar a las enciclopedias “como obras de consulta y no como obras de lectura”.

 

Borges babilónico sigue este camino y usa el género enciclopedia, con su orden alfabético y su ambición informativa, como un Caballo de Troya: sigue sus reglas, pero ofrece algo más. Con una estructura similar, después de la presentación de rigor (lugar y año de nacimiento, obras más importantes), las entradas arriesgan una interpretación personal llegando a veces a constituirse como verdaderos ensayos.

 

La primera edición de Borges babilónico tuvo lugar en Brasil en 2017 y nació porque la traducción al portugués de la obra del autor argentino no permitía las notas al pie o el aparato crítico. Jorge Schwartz decidió entonces encarar esta aventura temeraria.

 

La edición argentina amplía la brasileña y suma nuevos colaboradores, llegando a 75, la mayoría investigadores que provienen del área académica y escriben sobre temas que conocen muy bien. Entre otros, Patricia Artundo escribe sobre revistas y artistas de vanguardia, Daniel Balderston sobre la sexualidad, David Oubiña sobre cine, Lucas Margarit sobre literatura en inglés, Claudia Fernández y Martín Greco sobre literatura italiana, e investigadores jóvenes brasileños sobre los más diversos temas (mi aporte es sobre la censura y Bustos Domecq, ese genio incomprendido).

 

Pero la diferencia con la edición brasileña no es solo cuantitativa; las nuevas entradas incorporadas muestran un giro que se ha dado en los recientes años en los estudios borgianos: después de una infinidad de lecturas textuales, se percibe un interés sobre los modos de vida, sus opciones políticas (entrada sobre nazifascismo), su relación con la sexualidad (entradas sobre homofobia y censura), y su producción marginal que no entró en las Obras completas y que está en la bibliografía complementaria: Textos recobrados, el Borges de su amigo Bioy y otros descubrimientos recientes.

 

Así, el título que está tomado de Julio Cortázar adquiere mayor sentido: no es el Borges babélico (la ciudad de la confusión de lenguas y de la pretensión del conocimiento absoluto) sino babilónico, el lugar de la disipación y las pasiones. Aunque babilónico no parezca un atributo muy borgiano, pese a su relato “La lotería en Babilonia”, cada vez son más las elucubraciones sobre el Borges cotidiano e íntimo que van desde películas a las memorias de Estela Canto y la reciente novela Si de Aníbal Jarkowski.

 

En una lectura azarosa y a los saltos (la única que el género soporta y estimula), Borges babilónico ofrece entradas excepcionales y hallazgos diversos. En “Borges de Bioy”, por ejemplo, Isabel Stratta despliega una escritura precisa (“ráfagas de crítica literaria instantánea”, “conservadurismo pedestre”, “trastienda creativa”) y ensaya respuestas a diversas preguntas: ¿sabía Borges que Bioy estaba registrando las conversaciones que tenían? ¿Qué cambios se producen en la mirada de Bioy sobre su amigo con el paso de los años? ¿Qué “gérmenes de ficciones futuras” se encuentran en las conversaciones?

 

Otra felicidad que depara el volumen son las entradas sobre literatura francesa redactadas por Magdalena Cámpora. Desmitificadoras, recurren a materiales poco conocidos (sobre todo las conferencias dictadas en instituciones francesas) y discuten con lecturas como las de Jacques Rancière y lugares comunes sobre la supuesta francofobia borgiana. Hay entradas previsibles como la de Flaubert o Voltaire, otras más inesperadas (Rimbaud y Diderot) y ausencias llamativas, como las de Roger Caillois. (La enciclopedia está, como no podía ser de otra manera, repleta de omisiones u olvidos, pero el efecto es estimulante, conduciendo la lectura a un sistema de remisiones infinitas).

 

La relación con la literatura francesa que Cámpora define como “ambivalente” deja de serlo en la entrada sobre Rimbaud, quien aparece como su contrafigura. Desde muy joven Borges encontró a Rimbaud “aburrido” (grave injuria), pero a lo largo de los años le sirvió para oponerle un tipo de visionario (Blake, Swedenborg) que no rechazaron “los goces peculiares de la sintaxis” (es decir, que se mantuvieron en la literatura y no se entregaron, como Rimbaud, “a la política y al comercio”). Al ser confrontado con un autor central del canon occidental pero al que se refiere en contadas ocasiones, las entradas de literatura francesa trazan un perfil inesperado de Borges.

 

Otro acierto son las miradas que no omiten la interpretación personal ni la confesión. Edgardo Cozarinsky participa con tres colaboraciones sobre Santiago Dabove, Macedonio Fernández y Victoria Ocampo. Sobre la directora de Sur escribe: “Ante esta mujer hermosa, apasionada, generosa, siempre sentí una admiración más fuerte que cualquier desacuerdo puntual sobre gustos u opiniones”. La opinión no configura un desliz sino la libertad con que los escritores intervienen en la enciclopedia.

 

Quien llega más lejos es Ricardo Piglia con “Memoria”, ensayo en el que actualiza la pregunta de Walter Benjamin sobre la crisis de la narración. Si en Benjamin la crisis se vinculaba al trauma de la guerra, en Piglia su disolución se debe a la captura por parte del Estado de la memoria. Borges aparece, en esta hipótesis, acompañado de la narrativa norteamericana contemporánea (Thomas Pynchon, William Gibson, Philip Dick) y hasta de personajes de la galería del cómic y el cine como el Joker interpretado por Jack Nicholson.


Hasta El proceso de Kafka, en la entrada de Piglia, se transforma de una novela sobre la justicia en un “proceso a la memoria”. Aunque el texto está tomado de su libro Formas breves, la enciclopedia lo dota de nuevos sentidos: ser interpretado bajo la nómina “memoria”, referir a otras entradas en una red de referencias cruzadas y, sobre todo, subrayar su inestabilidad genérica, entre el relato ficcional, el ensayo de autor y la descripción informativa. Otro hallazgo son la cantidad de entradas referidas al mundo árabe y musulmán´; sorprende por su cantidad.

 

El autor Jorge Schwartz, ensayista argentino hace tiempo radicado en Brasil, fue el director del museo Lasar Segall, curador de muestras emblemáticas como Brasil 1920-1950 y autor de libros clave sobre Horacio Coppola, Oliverio Girondo y Oswald de Andrade. Schwartz ya había hecho un libro de consulta obligatoria sobre los manifiestos de vanguardia (Vanguardias latinoamericanas: textos programáticos y críticos); y con Borges babilónico logra lo mismo.

 

No es la primera enciclopedia sobre Borges, hay muchas más, pero esta tiene la característica de incluir a varios de los críticos más importantes de su obra provenientes del área universitaria: Beatriz Sarlo, Daniel Balderston, Ricardo Piglia, Michel Lafon, Carlos García, Emir Rodríguez Monegal, Annick Louis, Ivan Almeida, Saúl Sosnowski, además de incorporar a críticos brasileños de reconocida trayectoria en su país como Leyla Perrone-Moisés, João Adolfo Hansen, Eneida Maria de Souza y Davi Arrigucci. La cuidada edición de Fondo de Cultura lleva el paroxismo de las enciclopedias al límite: contiene una lista y un índice de colaboradores, una bibliografía, un índice de entradas y otro de nombres citados.

 

De todos los artículos de la enciclopedia tal vez el más curioso sea el de “Borges, Jorge Luis”. La entrada reproduce la inventada por el propio Borges cuando, en la edición de las Obras completas de 1974, imagina su destino póstumo en “una Enciclopedia Sudamericana que se publicará en Santiago de Chile, el año 2074” y que evoca su obra, su fama y “ciertas incurables limitaciones”. Es como si el mundo existiera para terminar en una enciclopedia y que su forma de ordenar las cosas fuese una de las mejores para acceder al conocimiento. Frente a la realidad babilónica que nos agobia, ahí está la apuesta de Borges, enciclopédico y babilónico, tal vez no menos monstruosa.

martes, 30 de mayo de 2023

A los curas les están sacando la Biblia de las manos

El 29 de octubre de 2022, Álvaro Colomer publicó en La Vanguardia, de Barcelona, un artículo a propósito de las nuevas adaptaciones que en España se están haciendo de la Biblia. En la bajada decía: “La publicación de textos sagrados, especialmente bíblicos, experimenta un nuevo auge con ediciones que tratan de trascender los valores religiosos apostando por su sentido literario, cultural e histórico. Sus reflexiones, que venían acompañadas de una entrevista con Ignasi Moreta, editor, curador, autor y profesor universitario español, probablemente hayan sido el disparador para otro artículo, publicado por el mismo medio, firmado casi un mes más tarde por un preocupado Joan Planellas, un sacerdote católico y teólogo español, arzobispo de Tarragona, que, con algo de horror, advierte que a los curas les están sacando la Biblia de las manos. 

Y Dios se adaptó a los lectores

Decía santa Teresa de Jesús que Dios está hasta en los pucheros. La fundadora de la orden de las Carmelitas Descalzas, además de representante de la literatura del siglo de oro, incidía con esta metáfora en la idea de que lo numinoso no solo resplandece en las ceremonias solemnes, sino también en los pequeños actos cotidianos. Ahora bien, donde no cabe duda que podemos encontrar a Dios, cacerolas e iglesias al margen, es en las librerías. No en vano treinta millones de personas compran anualmente un ejemplar de la Biblia en algún rincón del planeta, y muchos de esos lectores ni siquiera son creyentes. Es lo que se desprende de la cantidad de sagradas escrituras de carácter laico –entendiendo por laico aquello que no recalca el sentido religioso del texto, sino el literario, el cultural o el histórico– que se están publicando últimamente.

Los dos ejemplos más evidentes de este fenómeno se encuentran en las editoriales Clave Intelectual y Blackie Books. La primera acaba de lanzar el primer volumen de la colección Los libros de la Biblia, dirigida por Santiago Gerchunoff y Gonzalo Torné, y destinada a publicar traducciones libres del “secuestro tipológico” (sic) al que están sometidos los 73 libros que componen el Antiguo y el Nuevo Testamento. La editorial entiende por secuestro tipológico aquellas “limitaciones paratextuales con las que el texto a menudo es presentado: letra diminuta, doble columna, exceso de aparato erudito”. Según la nota de prensa, “el proyecto precisamente persigue ofrecer una experiencia lectora libre de todas esas limitaciones”. El primer título, Éxodo, ha sido traducido por el mismo Torné y contiene un prólogo de Carolina Sanín, y en los próximos meses saldrán versiones también liberadas del Génesis, el Libro de Job y el Eclesiastés, los Libros de Samuel y Esther, Judith, Daniel y Jonás.

Gonzalo Torné considera que, más que una versión, lo que él ha hecho es una “traducción de traducciones”, o sea, una traducción a partir de algunas de las distintas biblias hoy disponibles: la del rey Jacobo, la del Oso y la interconfesional, esta última en sus traducciones al castellano, al catalán, al italiano y al francés. Con todos esos ejemplares sobre la mesa, ha traducido, y también novelado, el viaje de Moisés a lo largo del desierto. “Ha sido un juego un poco borgiano en el que he buscado incidir en la parte más literaria de la narración –comenta Torné–. Esto es algo muy típico en clásicos como el Libro tibetano de los muertos, el Beowulf o El libro de Benji, que a menudo se traducen focalizando en el placer estético antes que en el filológico”.


Exactamente lo mismo buscó Javier Alonso en su “traducción laica y directa del hebreo” del Génesis publicada por Blackie Books a finales del 2021. La colección Clásicos Liberados –en la que se enmarca este título, así como la Odisea y la Ilíada – aspira a romper con ciertas ideas preconcebidas que todos tenemos sobre estos libros –la más importante de las cuales es que son aburridos–, al tiempo que pretende modernizar el lenguaje arcaico que los caracteriza. Con esta intención publicaron el Libro del Génesis liberado, que viene acompañado de un aparato crítico terriblemente accesible y con paratextos de Sara Mesa (escrito para la ocasión), Voltaire, Kierkegaard, Nick Cave y otros.

Pero la sorpresa no es que una editorial tan vanguardista como Blackie Books haya decidido apostar por un libro tan poco moderno como pueda ser la Biblia, sino que su Génesis lleve vendidos más de dos mil ejemplares. De hecho, ante la reacción de los lectores, el director de la colección, Pau Ferrandis, ya se está planteando liberar el Apocalipsis y alguno de los Evangelios. Ferrandis atribuye el éxito de su Génesis a la supresión de los dogmas solapados al texto y a la búsqueda, igual que en el caso de Clave Intelectual, del placer estético antes que el teológico. “La publicación de libros como El infinito en un junco, de Irene Vallejo, ha hecho que muchas personas se acerquen a una literatura que hasta ahora veían como complicada, inaccesible, aburrida –comenta Ferrandis–. Creo que el campo de lectura se ha ampliado para mucha gente y ahí es donde entran las versiones de la Biblia que se están publicando”.

Además de la popularización de temas sesudos traída por Vallejo, los motivos de esta coincidencia editorial se pueden buscar también en la añoranza que la gente siente por una cultura –la religiosa– que en verdad sigue vertebrando nuestra sociedad, aun cuando ya no encuentre el contexto apropiado para manifestarse. “La Iglesia ha dejado de ser la mediadora entre los textos sagrados y la gente –aventura Gonzalo Torné–. En la tradición protestante, el lector se enfrenta en soledad a los textos, saca sus propias conclusiones y habla con Dios directamente, pero en el catolicismo necesitamos la intermediación de la institución eclesiástica. Y ahora, en el siglo XXI, esa intermediación ya no es válida para un tipo de ciudadanos que buscan entender el fenómeno religioso por sí mismos. De alguna manera, estas versiones son libros que, sin negar el templo, prescinden del templo”. Una opinión similar tiene Andreu Jaume sobre este fenómeno: “En una sociedad que se ha vuelto decididamente secular y que se ha desembarazado casi completamente del cristianismo, el interés que se tiene por la Biblia quizá sea el mismo que se tiene por la mitología griega. El poder de imponer la religión que tenía la Inquisición ha desaparecido y ahora surge un interés realmente sincero por saber qué fue esa civilización cristiana que ha llegado a su fin”.

La opinión de Andreu Jaume viene a cuento porque él ha sido el responsable de la nueva edición de La Biblia del Oso que Alfaguara acaba de publicar. Se trata de un estuche de cuatro tomos que, en total, alcanza las 3.500 páginas y que, de alguna manera, también evita el secuestro tipográfico antes referido. En 1987, Alfaguara ya publicó esta edición moderna y anotada bajo la dirección del teólogo y canónico José María González Ruiz; en el 2001 volvió a sacarla al mercado sin añadidos y enmiendas; y ahora reincide en su empeño por darla a conocer al gran público con la supervisión y una introducción del editor y crítico Andreu Jaume. Y estas reediciones son importantes porque, en realidad, La Biblia del Oso es un monumento a la lengua castellana cuya existencia fue ocultada a los creyentes. Su traductor, el monje jerónimo convertido al protestantismo Casiodoro de Reina, la llevó clandestinamente a una imprenta de Basilea en 1569, saltándose con esta acción la prohibición inquisitorial de traducir a las lenguas vulgares el Libro Sagrado, y teniendo en consecuencia que huir de España para evitar su condena a muerte. De hecho, un contrabandista llamado Juanillo, de quien solo sabemos que era jorobado, fue quemado en la hoguera junto a los ejemplares de La Biblia del Oso que osó introducir por la frontera francesa.

Para entender la importancia de La Biblia del Oso en la cultura en castellano hay que asumir que, si la Biblia de Lutero creó el alemán moderno y si la de William Tyndale hizo tres cuartos de lo mismo con el inglés, la de Casiodoro de Reina podría haber transformado de un modo definitivo la relación que todos tenemos con nuestro idioma. Sin embargo, en aquella época, España era la principal defensora del catolicismo y, en su afán por controlar toda la información concerniente a Dios, las autoridades eclesiásticas prohibieron la difusión de la citada Biblia, haciéndola tan desconocida para el vulgo que hasta los católicos practicantes de hoy en día desconocen su existencia. Por suerte, los ecos de la Inquisición no impidieron que algunos de nuestros grandes escritores, entre ellos san Juan de la Cruz, Rafael Sánchez Ferlosio y Juan Benet, se dejaran llevar por su influencia. “Desde el punto de vista de la lengua, Casiodoro de Reina hizo el trabajo, como mínimo, de cien escritores, puesto que su traducción ensayó tanto el tono épico como el lírico, el elegíaco como el hímnico, haciendo que el español resonara con una variedad de timbres inéditos”, explica Andreu Jaume, antes de añadir que “La Biblia del Oso debería figurar, junto con El Quijote o el 'Cántico espiritual', entre las obras más importantes de nuestro canon”.

La industria editorial catalana también está haciendo un esfuerzo por modernizar o incluso corregir las traducciones con las que contábamos hasta el momento. No se detecta en nuestro entorno el fenómeno de las biblias laicas en el que andan inmersos las editoriales castellanas, pero sí que han aparecido intentos de hacer algo semejante a lo que Joan F. Mira hizo en el 2004 con sus Evangelis (Proa). A este respecto, una de las novedades más interesantes es la traducción que Armand Puig i Tàrrech ha hecho de Els Salms en hebreu, grec, llatí i català (Ateneu Universitari Sant Pacià, 2021), un volumen que rinde homenaje al primer traductor de la Biblia canónica, san Jerónimo, en el 1.600 aniversario de su muerte. Las otras sorpresas están en camino: la primera vendrá de la mano de la editorial Albada, que a finales de año presentará una Biblia traducida al catalán moderno directamente de los originales griegos. El proyecto arrancó hace ya algunos años de la mano del doctor en Teología Ferran Blasi, pero su reciente fallecimiento hizo que el trabajo fuera terminado por el también doctor Jordi Jarne. Según uno de los directores de Albada, Toni Piqué, “esta Biblia será el Ferrari de los textos sagrados, es decir, un texto respetuoso con la tradición, pero con un aparato de notas capaz de facilitar la lectura a todo tipo de lectores, desde el académico hasta el ciudadano aficionado a leer. Hemos buscado una visión más ascética que doctrinal y, además, hemos conseguido adaptar los textos al catalán contemporáneo”.

También está en marcha una edición bilingüe (hebreo y catalán) de Els salms a cargo de Josep Batalla, antiguo responsable de la editorial Obrador Edèndum. Todavía faltan un par de años para que la edición vea la luz, pero su traductor asegura que su versión parte de la perspectiva literaria sin por ello traicionar el original hebreo. “La Biblia que hoy manejamos, la llamada interconfesional, ha adaptado el lenguaje a la sensibilidad del oyente contemporáneo, con la intención de que se sienta cómodo al escuchar o cantar los salmos –explica Josep Batalla–. Porque la teoría dinámica defiende que, ante una expresión hebrea algo extraña para nosotros, el traductor debe usar una expresión moderna que provoque en el oyente el mismo efecto que la del original en hebreo. Lo que yo estoy haciendo, sin embargo, es mantener las expresiones, el vocabulario y el imaginario hebreos de hace dos mil años, sin por ello hacer que el texto sea inaccesible para el lector medio”.

Josep Batalla anda preocupado por la tendencia a convertir la Biblia en algo demasiado ajeno al original y desconfía de las versiones laicas que se están publicando últimamente. Y, para que entendamos su desazón, pone un ejemplo: “Ahora está de moda usar el término Dios vengativo para referirse al Dios del Antiguo Testamento, pero es un error tremendo, puesto que la palabra hebrea usada en el original no debe ser traducida como venganza, sino como vindicación. Por tanto, debería traducirse como Dios vindicativo. Desgraciadamente, la mala traducción es la que se está imponiendo y el significado de las Escrituras está siendo traicionado”. Aun así, Batalla está de acuerdo con la teoría de que las Biblias laicas están surgiendo para satisfacer las ansias culturales de un tipo de lectores que, careciendo de formación religiosa, ansían entender el mundo en el que viven. Pero también lanza una advertencia que, como antes, prefiere expresar a través de un ejemplo: “La liturgia religiosa contiene una cantidad de protocolos tremendos: vestuario, movimientos, oraciones, cánticos… Y, sin embargo, ahora hay sacerdotes que sustituyen todo ese decorado por un mero guitarrista junto al altar. Evidentemente, los feligreses se di­vierten oyendo al guitarrista, pero no cabe duda de que esa simplificación está desproveyendo a la liturgia de su profundidad. Y, precisamente por eso, cada vez hay más gente que va a oír misa a Montserrat. Allí la liturgia se presenta con toda su grandeza y esplendor, y el impacto que tiene sobre nosotros no es el mismo”.

–.–

¡Ay! Las traducciones

En francés tienen la expresión “une hirondelle fait pas le printemps”. Expresión que un buen traductor no traducirá nunca literalmente, diciendo “una golondrina no hace primavera”, sino que dirá “una flor no hace primavera” o, quizá “una golondrina no hace verano”.Voilà! el vasto mundo de la traducción. Y es que toda traducción es una interpretación del texto original que quiere conservar el sentido, más allá de la literalidad de las palabras. Digo eso a raíz de la constatación de un aumento en la traducción de textos religiosos, especialmente bíblicos, que no recalcan el sentido religioso del texto, sino el literario, el cultural o el histórico. Lo manifestaba en un extenso artículo Álvaro Colomer del suplemento Cultura|s de La Vanguardia, titulado "Y Dios se adaptó a los lectores", del 29 de octubre. Se constata cómo algunos editores liberan los textos bíblicos de su sentido religioso para adaptarlos a nuevos lectores que muchas veces ni siquiera son creyentes. Conviene recordar que treinta millones de personas compran anualmente un ejemplar de la Biblia en algún lugar del planeta.

Una cosa es interpretar y la otra adaptar. La interpretación es legítima y necesaria. La adaptación es cuestionable y puede ser, incluso, perversa. Es cierto que un texto como el de la Biblia puede ser objeto de diversidad de lecturas, como cualquier texto clásico, sin embargo, al leer la Biblia no se puede ignorar que se trata de un texto religioso. Obviar esta característica esencial es desvirtuar la obra y hacer desaparecer su original sentido. El interés de la Biblia –como el de cualquier obra clásica– se encuentra en aquello que dice y en cómo lo dice, porque en ningún otro lugar se dice lo que allí se dice.

La interpretación es legítima y necesaria; la adaptación es cuestionable
Es necesario proponer nuevas traducciones para actualizar el lenguaje y hacerlo más próximo al lector contemporáneo, como lo supo hacer el magnífico equipo de traducción de la Biblia Catalana Interconfesional. Pero también hay que ser cuidadoso con aquellas adaptaciones que convierten la Biblia en algo alejado del original. El mismo artículo recoge unas palabras de Josep Batalla –que prepara una traducción de los Salmos– que muestran su desconfianza con las versiones laicas : “Ahora está de moda utilizar el término Dios vengativo para referirse al Dios del Antiguo Testamento, cuando la palabra hebrea original no habla de “revancha”, sino que se tendría que traducir como Dios vindicativo.“Desgraciadamente –dice Batalla– la mala traducción es la que se está imponiendo y el significado de las Escrituras está siendo traicionado”.

Hay también versiones litúrgicas de los textos bíblicos poco adecuadas. Por ejemplo, cuando se traduce la palabra “talento” por “millón”. Es una mala interpretación, porque el sentido de talento no se corresponde al del término millón, como sí que se correspondía el sentido del término flor” al del término “golondrina”. No es el texto el que se tiene que hacer contemporáneo del lector, sino el lector quien se tiene que hacer contemporáneo del texto. Solo así dejaremos que el texto nos hable y nos diga cosas, sin necesidad de manipularlo para hacerlo más atractivo.

lunes, 29 de mayo de 2023

"Gadda no en autor hecho para estos tiempos de brevedades, emoticones que remplazan palabras y férrea ignorancia"

El 25 de mayo de este mes, el narrador y periodista uruguayo Martín Bentancor publicó en La Diaria, de Montevideo, un excelente artículo sobre el escritor italiano Carlos Emilio Gadda (foto), de cuyo fallecimiento se cumplieron cincuenta años. Allí se habla de las dificultades que plantea su traducción y sobre lo que hizo con su principal texto Juan Ramón Masoliver, su traductor español. 

El zafarrancho aquel de Gadda

El pasado domingo 21 se cumplieron 50 años del fallecimiento del escritor milanés Carlo Emilio Gadda y nadie tiró la casa por la ventana. Hubo recordatorios, charlas de especialistas, páginas destacadas en algún diario y eventos puntuales en ferias del libro en Italia, pero nada de esa parafernalia memorialista que despiertan los números redondos: de nacimiento, de muerte o de publicación de equis libro. Es que al igual que sucede con autores como Flann O'Brien, Donald Barthelme, Daniel Sada o Héctor Libertella, Gadda representa una suerte de anomalía dentro del espectro de la literatura nacional en que se inscribe y de la literatura a secas, si vamos al caso. Un experimentalista del lenguaje que fue publicado en colecciones populares, un frecuentador de los géneros que se convirtió en un “escritor para escritores”, un autor que por sus circunstancias biográficas y la forma en que se relacionó con sus pares, parece destinado al ostracismo o al ocaso. A un permanente ocaso.

A efectos de esta mirada, la vida de Gadda puede condensarse entre dos paréntesis (nacido en Milán en 1893, quedó muy joven huérfano de padre, renunció a sus estudios literarios, combatió en la Gran Guerra, perdió a un hermano en el frente, celebró el ascenso de Mussolini, estudió en el Politécnico de Milán, se recibió de ingeniero, dirigió una planta hidroeléctrica en Roma, trabajó un tiempo en Argentina y empezó a publicar cerca de los 40), porque a lo que quiero referirme, en verdad, es a la obra maestra de este milanés de complexión maciza y atemorizante, con un rostro que parecía trabajado a cincel y en el que –al menos en las fotos de sus años de madurez– no se posó jamás ni el atisbo de una sonrisa.

La obra maestra de Gadda es, desde luego, Quer pasticciaccio brutto de via Merulana, publicada en 1957 y aparecida ocho años después en español, de la mano de la editorial Seix Barral, como El zafarrancho aquel de via Merulana, en un trabajo que significó más de un dolor de cabeza y alguna que otra noche de desvelo para el traductor Juan Ramón Masoliver, que debió escanciar a otro idioma el gigantesco pastiche de esta novela particularísima, poblada de innúmeros cultismos, juegos de palabras, jergas y dialectos varios, parrafadas de trasnochada filosofía y un ritmo jazzero pautado por lo que parecen inspiradas improvisaciones a lo Joyce, pero también a lo Boccaccio, sin perder nunca el componente noir pues se trata, en definitiva, de una novela policial: en una casa de la via Merulana ha sido degollada una mujer de la que estaba enamorado el policía que investiga el crimen.  

Mentar el asunto policíaco para enfrentar el zafarrancho que Carlo Emilio Gadda armó en su novela permite, en parte, arrojar algo de luz sobre la historia que late en el fondo aunque eso no es, ni por lejos, lo más interesante del asunto. Acercarse a El zafarrancho... por la cuestión meramente argumental –en la senda de lo que en 1959 hizo Pietro Germi al dirigir y protagonizar, junto a Claudia Cardinale, la película Un maledetto imbroglio, en la que la novela de Gadda fue despojada de toda su carga lingüística, lúdica y metaliteraria, convirtiéndose en un deslavado y aburridísimo thriller– es un crimen tan atroz como la muerte brutal de Liliana Balducci. Porque en Gadda todo, pero especialmente en El zafarrancho…, los tiros van por otro lado.     

Luego de los dos primeros capítulos, el doctor Francisco Ingravallo, don Chito como lo llaman todos, el policía que dirige la investigación, se diluye sin desaparecer del todo. Su presencia acompaña las acciones de los otros personajes –sus subordinados, un cura, una sirvienta caída en desgracia y hasta una gallina vieja que defeca a los pies de las visitas–, pero cuando el libro echa a andar de verdad, allá por la página 60, digamos, ya no es don Chito el protagonista sino el propio narrador, que se mueve como un dios caprichoso que alumbra lo que quiere alumbrar y deja el resto en penumbras. A esta altura, aquellos lectores que leen novelas solo atentos al amasijo argumental, ya estrellaron el tomo contra la pared, hartos o desahuciados.

La prosa de Gadda –lo de que ella nos ha llegado a través de Masoliver–, profusamente adjetivada, pródiga en subordinadas y de particular puntuación, parece funcionar por medio de una especial condensación, como en este párrafo sobre el final del libro: “El yacente, tan reseco, estaba maduro para las suministraciones postrimeras: la eternidad, médico infalible, se hallaba ya inclinada sobre él. Amorosa fijamente lo contemplaba con la mirada socorredora de una dama de la Cruz Roja o de una enfermera un poquito necrófila: ocupada en enjugarle con leve caricia la frente su más remorante mano: si con la otra y experta, maniobraba bajo las frazadas e incluso bajo el cuerpo entre el hueso sacro y el rodete, daba por fin con el lugar preciso donde poderle enjaretar el pitón, la cánula de ebonita, para el servicial de la inmunización perpetua”.

Gadda no es un autor hecho para estos tiempos de brevedades, emoticones que remplazan palabras y férrea ignorancia –cuando no liso y llano desprecio– de ciertas instituciones educativas por las humanidades, pero basta con avanzar unas páginas para constatar que el zafarrancho que el milanés armó en su novela más famosa sigue manifestándose con el paso de las décadas.   

 

viernes, 26 de mayo de 2023

" ¿Por qué tanto miedo a la incomodidad?"

El pasado 11 de mayo, Gabriela Baby publicó en Cultura InfoBAE una entrevista con la filóloga española Irene Vallejo, quien, convertida en best– seller mundial, visitó la última Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

“Hablo de la destrucción de libros en el pasado para despertar conciencia de lo que está sucediendo hoy por dos extremos políticos”

Tiene ojos clarísimos, mirada amplia y ese acento ibérico que enamora. A Irene Vallejo le encanta conversar. Cuenta que la escritura de El infinito en un junco le llevó nueve años de trabajo, años durísimos en lo personal porque la enfermedad de su hijo Pedro la tuvo entrando y saliendo de sucesivas internaciones en el Hospital de Zaragoza: “En esos años, la escritura fue el modo de contener esa tremenda angustia. El tiempo de escribir era lo que me permitía escaparme de esa realidad tan terrible y tan inmanejable”, dice la escritora.

Pedro salió adelante y goza de buena salud. Y el libro, también: súper elogiado por la crítica, adorado por miles de lectores de todo el mundo y ganador del Premio Nacional de Ensayo en 2020 en España. El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo cuenta la historia de los libros –desde los primeros papiros, códices y pergaminos– y su permanente tensión con el poder.

 

El texto (450 maravillosas páginas) tiene el tono de leyenda épica en la que los héroes son libreros, bibliotecarios, lectores, juglares y poetas anónimos: gente del montón que hoy reconoceríamos como lectores (el famoso lector de a pie quizá) que defendieron con astucia y tesón el entrañable, mágico tesoro que constituyen los relatos de la humanidad. Y para toda la humanidad.

 

Irene Vallejo está feliz porque ha llegado a Buenos Aires y la esperan días de Feria y encuentro con los lectores y mucho más.

 

“Es una maravilla para mí estar en Argentina, porque de Argentina llegaban muchísimos libros a mi casa durante el franquismo, cuando yo era chica. Mis padres eran muy muy lectores, y a través de libreros amigos y con mucho cuidado llegaban de Argentina libros que la dictadura había prohibido: Miguel Hernández y Lorca, nuestros exiliados, que habían venido a Latinoamérica y acá publicaban, porque estaban prohibidos en España. Pero también los libros de Juan Rulfo y de Cortázar. De Editorial Losada, yo recuerdo libros de César Vallejo y de Roberto Arlt. Estoy hablando con vos y veo la tapa de El juguete rabioso, de Roberto Arlt, en la edición de Losada. Y por supuesto Rayuela, que estaba prohibidísima. Todos los autores que tuvieran un halo izquierdista o incluso todos los libros que fueran muy experimentales o explícitos sexualmente estaban prohibidos, entonces estaba prohibido casi todo.

 

–La persecución a los libros se repite a lo largo de la historia del mundo, en muchos países.

–Pues claro. Ustedes tuvieron la misma historia acá con la dictadura militar. Pero siempre la prohibición produce el efecto contrario que es un gran hambre lector.

 

–En El infinito en un junco se narran varias escenas de destrucción y censura de libros.

–Sí, porque así como existen noticias históricas de la aparición de libros, existen también noticias de persecución a los libros. Quema de libros, ataques a libreros, a autores, encarcelamiento, exilio. Ovidio es el clásico que aparece acá porque él fue condenado al exilio por el emperador Augusto. También los libros relacionados con brujería, con religiones paganas, de adivinación o de historiadores que resultaban incómodos a los poderosos.

 

–¿Son historias que pertenecen al pasado o que también están ocurriendo en el presente?

–Lo cuento como pasado pero para despertar la conciencia de lo que está sucediendo. Acabo de hacer una gira por Estados Unidos y estuve en Harvard, en una conferencia que se titulaba “Leer libros prohibidos”. Y allí me enteré que la Asociación de Bibliotecas americanas ha lanzado una petición de socorro, porque cada vez hay más personas que solicitan que se retiren libros de bibliotecas escolares o públicas. Padres o familias que consideran que esos libros pueden resultar perturbadores para los niños o para cualquier otro lector. Desde clásicos hasta libros contemporáneos.

 

–¿Hay algo de la corrección política que se está pareciendo demasiado a la censura?

–Se ven como dos extremos políticos: por un lado, los más conservadores que se sienten incómodos con libros que hablan del racismo institucionalizado o de libros que dicen ellos que son antiamericanos, o libros con contenido sexual explícito, libros que les parecen que son de temática LGTBI, y no quieren que las personas entren en contacto con ellos. Y, del otro lado, desde las izquierdas, esos libros que se supone que son ofensivos para las minorías, como el caso de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, que usan este término niger, u otro tipo de textos que tienen cierta terminología racista o misógina. Las personas que van contra estos libros dicen que esos términos pueden ser ofensivos o inquietar a esas minorías.

 

–¿Qué efectos puede tener esta cultura de la cancelación?

–La pregunta que me surge es ¿por qué tanto miedo a la incomodidad? Por qué no pensamos que la incomodidad es profundamente filosófica. No existe el derecho a que el arte no te incomode. Incluso porque incomodar es una de las obligaciones del arte. Provocar una sensación que puede estar en un arco que va desde la duda, la sacudida de tus certezas, la pregunta, la repugnancia y la repulsión también. Y no tenemos derecho a que esos libros no estén accesibles en las bibliotecas. O en los colegios. En tal caso, enseñar a los niños o a los lectores a ser críticos con los libros.

 

–¿Por qué?

–Porque la incomodidad invita a pensar la raíz de esa incomodidad, entonces descubres cosas sobre ti mismo, sobre sociedades del pasado, sobre una herencia recibida, y sobre conceptos que muchas veces están en la atmósfera y no nos cuestionamos. Si eliminamos los libros de Historia o los relatos escritos en otros siglos y las manifestaciones sociales que no nos gustan, estamos borrando la huella de nuestro pasado, de nuestras luchas. Si se borran de la literatura todas las huellas del machismo, entonces ¿dónde queda el feminismo? ¿Cómo construyes la historia del feminismo si borramos las huellas de aquello que se trataba de combatir? Y además es muy peligroso, porque si tienes versiones edulcoradas del pasado puedes provocar movimientos nostálgicos a otras épocas muy idealizadas…

 

–¿Como si existiera un pasado perfecto y limpio?

–Algo así. Ahora hay muchas personas en Estados Unidos que dicen querer volver a la América grande de nuevo, el american way of life y todo eso. Añoran los años 50 o 60 con una mirada muy idealizada de esa época, olvidando muchos aspectos de esa sociedad: el machismo, la caza de brujas, el macartismo, la persecución, la falta de libertad. Y son los relatos de esa época los que nos devuelven a todo aquello que hemos combatido y que siempre está al acecho. O sea: tenemos que mantenernos alerta porque ninguna conquista es para siempre.

 

¿Literatura o mercado?

–Actualmente la comunidad del junco parece reunir a multitudes. ¿Consumo o lectura?

–Esta bueno seguir esta relación entre autores y lectores cronológicamente, porque al principio de la Historia, cuando se escriben los primeros libros, el objeto libro era un privilegio de las clases pudientes. Muy pocas personas tenían libros: los aristócratas, los gobernantes y los sacerdotes, nada más. La mayoría de la gente no había visto un libro en toda su vida. Por supuesto que no sabían leer pero tampoco podían poseer libros porque eran objetos lujosos. Y en las primeras sociedades que podemos investigar, Roma antigua, la circulación de la literatura contemporánea se hacía a través de las amistades. Un autor escribía su libro, encargaba una serie de copias y se las daba a sus amigos y a la gente de su medio intelectual, a sus mecenas. La circulación de los libros era en clases privilegiadas.

 

–¿Eso cambió con la imprenta?

–La imprenta vino muchísimo después. Porque en la antigüedad había librerías y bibliotecas. En Roma, por ejemplo, Marcial, que era un poeta, indica en sus propios poemas donde encontrar sus libros. La primera publicidad de un libro ¡y en la propia poesía! Aparece entonces el lector desconocido. Pero el lector desconocido para algunos escritores es un fenómeno traumático. A Marcial le encanta, pero Horacio siente mucho pudor. Quiero decir que esa circulación comenzó en algún momento. Tiene una historia. No es algo siempre dado. Al igual que la lectura en silencio, la lectura silente. Quiero decir: pensamos que los rituales de lectura han sido siempre iguales y que el acceso a la lectura ha sido siempre como es ahora, pero no. Ha pasado por revoluciones, transformaciones.

 

–Pero, de todas maneras, el mercado es tan prolífico que ningún crítico o especialista llega a leer todas las novedades de cada mes.

–Es desbordante la cantidad de libros que se publican ahora. Y no es tanto que no se publique tu libro sino que no quede totalmente ahogado, opacado por la cantidad de novedades que lo acompañan.

 

–Entonces podríamos pensar en otro tipo de lector: el que sabe o debería saber qué leer, que dejar de lado, aquel que puede discernir entre literatura y mercado.

–Es un cosmos, casi como un ecosistema donde unos se necesitan a los otros. Los grandes best sellers que se venden tanto mantienen las editoriales, libreros y distribuidoras para que puedan sobrevivir y sostener a esos otros libros que se leen menos. Que todos existan y circulen. Como en la naturaleza: tienen que haber grandes árboles para que a su sombra existan otras especies pequeñas. Yo prefiero verlo así como un ecosistema en el que todo tiene su función y todos nos relacionamos… porque todos somos lectores más versátiles de lo que creemos y hemos disfrutado con libros muy comerciales y con otros más de autor o difíciles o exigentes. Y vamos cambiando.

 

–El libro a la vez nos obliga a entrar en otra temporalidad. Tensiona la dicotomía entre la cultura snack actual y el tiempo sostenido de las páginas. ¿Estamos en condiciones de darnos ese tiempo y esa atención?

–Yo creo que esa es la razón por la que el libro cumple una función en nuestro mundo contemporáneo. No es una cuestión de atarse a los viejos rituales, pero realmente los libros ayudan a fortalecer la atención que es un problema de esta época, la dispersión: cada vez tenemos menos capacidad para mantenernos atentos. Los libros son un antídoto porque te acercas a los libros con un estado de ánimo propicio para sostener la atención durante bastante tiempo. Han hecho pruebas de escáner a las personas que leen y han visto que todo el cerebro está activado, a diferencia de cuando vemos una película o una serie, que tenemos involucradas muchas menos áreas del cerebro. Los libros avivan una llamita que tenemos en nuestro interior que ni siquiera conocemos: aparecen recuerdos, se activa la memoria, la reflexión, la concentración, la intimidad. Y son cosas muy valiosas ahora mismo, que estamos en un momento de dispersión y lucha despiadada por la atención, de mercantilización de nuestra atención. Porque las apps de los móviles están pensadas para tomar nuestra atención y mantenernos atrapados todo el tiempo.

 

La lectura como gimnasia para la democracia

–En tus intervenciones señalás una profunda relación entre la democracia y los libros, la lectura como un ejercicio que posibilita la democracia. ¿Podrías explicar este vínculo?

–Yo creo que los libros fortalecen la democracia en la medida que mediante la lectura te acostumbras a ponerte en la piel de otra persona. A diferencia de los buscadores y algoritmos que te afirman en tus ideas y en los contenidos que saben que te van a gustar y que coinciden con tus ideas o que te halagan – que es lo que intelectualmente hacen para tenernos ahí prendidos de la máquina–  los libros te colocan en universos, en personas, en ideas que no son las tuyas.

 

–Entonces..

–Si la democracia es esta vida en la que tenemos que estar pactando con personas que piensan distinto que nosotros, pues leer libros es un buen ejercicio. Mientras que si estamos enfrentándonos permanentemente con las personas que no piensan como uno, y además las redes están pensadas para recompensar el conflicto, la agresividad, el enfrentamiento, y en general premia al que es más agresivo o polémico con más likes y mejor posicionamiento, más impacto y retwitts, entonces está favoreciendo a que nos encasillemos en nuestras posiciones. Y se arman estas polarizaciones, que están sucediendo mundialmente y tienen en parte que ver con el tiempo que pasamos en las redes y como nos comportamos en ellas. Los libros, en cambio, te confrontan con el otro, con la otredad. Siempre te van a poner en otra esfera social, en otro país, en algo que resulta extraño, a donde te invitan a entender, a comprender los conflictos, los distintos puntos de vista de situaciones complejas, te llevan hacia lo otro. Y de hecho al leer un libro yo creo que es lo más parecido a poder entrar en la mente de alguien distinto de nosotros. Cómo razona, cómo argumenta, cómo ve la realidad. Y esto es fundamental para vivir en un sistema en el que constantemente tenemos que pactar con otras personas que piensan diferente.

 

jueves, 25 de mayo de 2023

"La superioridad del castellano sobre otros idiomas modernos”

“Un religioso chileno-alemán es el autor de la primera traducción de la Biblia completa al español, realizada en América Latina.” Eso dice la bajada del artículo publicado por la periodista Natalia Messer, el pasado 27 de abril, en Deutsche Welle.


Jünemann y la primera Biblia hispana de América

Casi un siglo transcurrió desde que el sacerdote católico Wilhelm Jünemann Beckschäfer, oriundo de Welver, Alemania, emprendió una tarea titánica: traducir en solitario la Sagrada Biblia del griego al español y por primera vez en América.

Hasta ese entonces, los misioneros usaban ediciones traídas desde Europa, como la Biblia Vulgata, una traducción al latín de finales del siglo IV. “Los jesuitas también quisieron hacer adaptaciones a lenguas de las etnias latinoamericanas [...], pero la cultura libresca de aquellos siglos no era popular”, dice en entrevista con DW Pablo Uribe Ulloa, teólogo e investigador en la Universidad Católica de la Santísima Concepción (UCSC), en Chile.

Después de varios años de transcribir manuscritos, el religioso chileno-alemán consiguió publicar, en 1928, en la ciudad de Concepción, centro sur de Chile, el Nuevo Testamento, ya que el Antiguo Testamento se mantuvo inédito hasta 1992.

“Él deseaba que la gente tuviera acceso a una buena traducción de los textos sagrados y que realmente se pudiera apreciar su riqueza. Lamentablemente su edición del Nuevo Testamento tuvo muy poco alcance al no estar a cargo de una editorial, sino que se trató de una autoedición”, explica Uribe.

Filólogo y crítico literario
Wilhelm Jünemann emigró junto a sus tres hermanos y sus padres, Frederick y Christina, desde Hamburgo hacia Chile en 1863. Desembarcaron en noviembre de ese mismo año en Puerto Montt, una ciudad fría y lluviosa en el sur del país.

“Allá, allá muy lejos, al otro lado del océano, al fin del mundo. Espanto, admiración, asombro”, describió el sacerdote en sus memorias.

Pero ese paisaje agreste se convirtió muy pronto en su nuevo hogar. En el colegio también descubrió el gusto por los idiomas clásicos y la literatura, como La Ilíada de Homero o la poesía romántica de Joseph von Eichendorff y Johann von Goethe.

A los 16 años recibió un primer reconocimiento por su avanzado dominio del latín de parte del entonces rector de la Universidad de Chile, Ignacio Domeyko, un destacado científico polaco-chileno.

“Fue un gran filólogo y crítico literario que se adelantó a los tiempos con sus traducciones”, señala el teólogo Pablo Uribe.

En 1880, Jünemann ingresó al Seminario Católico de Concepción para ordenarse como sacerdote. De ahí en adelante dedicó parte de su vida a la escritura de textos religiosos, así como la traducción al español de clásicas obras en alemán, griego y latín.

Fiel al original
Si bien Jünemann publicó cerca de 17 obras, entre biografías, novelas, versos y escritos religiosos, la Biblia Septuaginta, o LXX, en su abreviación, se le considera su trabajo más influyente.

La Biblia Septuaginta ‒ampliamente usada por Jesús y los Apóstoles‒, es una recopilación en griego de los textos hebreos del Antiguo Testamento, realizada en el Siglo III a.C. en la ciudad de Alejandría.

El propio sacerdote reconoció que su obra “es la suma de estudios previos que he hecho con la más rigurosa fidelidad y para probar la superioridad del castellano sobre otros idiomas modernos”.

“Él traduce esta versión de forma muy literal, lo cual es una desventaja, ya que a casi un siglo de su publicación sigue siendo considerada solo por algunos estudiosos”, dice en entrevista con Andrés González Schain, profesor de Religión, quien ha investigado sobre Jünemann.

Uno de esos estudiosos fue Johannes Straubinger ‒sacerdote y teólogo alemán, a quien, erróneamente, se le atribuyó ser el primero en traducir la Biblia al español en América Latina‒, y quien incluso afirmó que la versión de Jünemann “seguía al pie de la letra al original, como si escribiese en griego con palabras castellanas”.

Nuevas generaciones
En el mundo quedan actualmente muy pocos ejemplares de esta versión bíblica, incluso pese a ser reeditada en 1992, después de que un grupo de seminaristas encontró de casualidad el Viejo Testamento.

En la biblioteca del Seminario Metropolitano Concepción, ubicado en la ciudad de Chiguayante, se conservan hasta hoy los manuscritos originales de la Biblia de Jünemann, además de una decena de libros que dejó el sacerdote, como una autobiografía o La Ilíada de Homero, traducida del griego al castellano, entre otros.

Pese a ser desconocida, la Biblia Jünemann inspiró a las nuevas generaciones de sacerdotes a iniciar proyectos de la misma envergadura, como la Biblia Latinoamericana, una adaptación popular de otras versiones españolas de la época, publicada en 1972, en Chile, y a cargo de Bernardo Hurault y Ramón Ricciardi.

“Él fue fiel, cuidadoso, y motivó la catequesis, la investigación, la cultura y el buen ecumenismo con otros cristianos. Un visionario que se adelantó a lo que se conoce como “el conocimiento de las fuentes”, propuestas que ya existían, pero que en los años 40´ se hicieron más firmes por el Papa Pío XII y en los 60´ por el Concilio Vaticano II”, concluye Andrés González.

miércoles, 24 de mayo de 2023

Investigaciones en el SPET curricular

En el próximo encuentro, que tendrá lugar el viernes 2 de junio a las 18:30 (hora argentina) por videoconferencia, se expondrán dos trabajos realizados en el SPET curricular (Traductorado en Portugués y Traductorado en Alemán).

Con esta modalidad de reunión, estrenada en la sesión del 7/08/2019, ofrecemos nuestro espacio para que lxs estudiantes y graduadxs recientes muestren sus investigaciones a la comunidad académica. Pretendemos además facilitar el contacto entre lxs estudiantes que todavía no cursaron el SPET curricular y aquellxs que ya lo hicieron y pueden comunicar sus experiencias y los resultados obtenidos.

Anahí Bustamante disertará sobre "La intérprete de lengua de señas en los márgenes de la traducción. Posición interpretativa y representaciones en los medios audiovisuales"

Anahí Bustamante es intérprete y traductora de portugués-español-lengua de señas argentina. Licenciada en Artes y diplomada en ESI, géneros, DDHH y Discapacidad. Trabaja, desde hace dieciocho años, como intérprete de LSA en medios audiovisuales, conferencias y en el ámbito docente medio y superior.

Lecturas sugeridas:

Famularo, Rosana (2012): “Interpretación en lengua de señas: desde la marginalidad a la profesionalización.” En Massone, María Ignacia/ Virginia L. Buscaglia/ Sandra Cvejanov (comps.): Estudios Multidisciplinarios sobre las comunidades Sordas. Mendoza: UNCuyo, pp. 237-245.

Massone, M. I. (2015), Las Comunidades Sordas y sus lenguas: desde los márgenes hacia la visibilización. Cuadernos del INADI, Número 2 https://www.culturasorda.org/wp-content/uploads/2015/03/Massone_Inadi_Comunidades_sordas_sus_lenguas.pdf [Último acceso: 08- 5-2023].

Mombaça, Jota (2017): “Notas estratégicas quanto aos usos políticos do conceito de lugar de fala”. En <https://www.buala.org/pt/corpo/notas-estrategi- cas-quanto-aosusos-politicos-do-conceito-de-lu- gar-de-fala> [Último acceso: 10 -5-2022].


Katrin Zinsmeister hablará sobre "La revista Nueva Sociedad, un proyecto de transformación de la cultura política de doble vía entre Alemania y América latina"

Katharina (Katrin) Zinsmeister
es Licenciada en Ciencia Política (UBA), Profesora y Traductora en Alemán (Lenguas Vivas). Se desempeña principalmente en la enseñanza del idioma alemán, actualmente a migrantes y refugiados en Alemania. Como traductora se especializó en economía política. Desde 1985 se publicaron sus traducciones de autores como Rosa Luxemburgo, Joachim Hirsch, Oskar Negt, Elmar Altvater, Ricardo Antunes y Rita Segato en Cuadernos del Sur, Herramienta, Nueva Sociedad, Die Tageszeitung (taz) y distintos medios de las fundaciones políticas Friedrich Ebert y Rosa Luxemburgo.

Lecturas sugeridas:

Revista Nueva Sociedad, ediciones en español: www.nuso.org

Revista Nueva Sociedad, ediciones en portugués y alemán: https://nuso.org/portugues-deutsch/

Sarlo, Beatriz (1992): “Intelectuales y revistas: razones de una práctica.” En: América: Cahiers du CRICCAL, no 9-10. 1992, Le discours culturel dans les revue latino-américaines, 1940-1970, pp. 9-16. En línea https://www.persee.fr/doc/ameri_0982-9237_1992_num_9_1_1047 (visitado 13/05/2023)

Aviso
La sesión se realizará por videoconferencia. Quienes quieran participar pueden enviarnos un mail con el asunto SPET 154.