Louis MacNeice |
La cuestión de que trata esta entrada no ha sido saldada y acaso nunca lo sea. Con todo, el autor de esta columna, que es también el Administrador de este blog, cree que vale la pena volver a ella, sobre todo cuando una nueva generación de poetas traductores la está considerando.
Dos versiones de la poesía traducida
En los últimos años, al menos en la Argentina , existe una
polémica a propósito de la traducción de poesía que, con cierta insistencia se
hace presente en distintos foros y que, por supuesto, también ocupó espacio en
las páginas de este blog. Hay por lo menos dos posiciones: por un lado, están
los que señalan que la poesía traducida cuyo original responde a formas fijas o
a rima debe respetar tales marcas formales; por otro, están los que se limitan
a llevar a cabo una traducción rítmica que abandone la compulsión a mantener
una fidelidad formal respecto del original, concentrándose en el sentido. De
más está decir que hay bibliotecas enteras que abonan una u otra tesis. Sin
embargo, da la sensación que quienes sostienen la primera alternativa resultan más enfáticos
y terminan haciendo de su credo un dogma que pretenden imponer sobre cualquier
otra posición. ¿Por qué? Justamente porque sostienen que si el original
tiene una forma y una música éstas también deben estar presente en la versión. Y
poco importa si en ese tránsito, para lograr algo así como un equivalente haya
que alterar el sentido del texto. Tampoco parece pasárseles por la cabeza
considerar la imposibilidad de hacer que la música de una lengua pase a otra,
tarea que acaso podría equipararse considerando el absurdo de hacer que tal o
cual músico alemán de tal o cual época “traduzca” del italiano la composición
de un contemporáneo.
Lo cierto es que, más allá de
esas polémicas (que mucho tienen que ver con ocupar supuestos espacios de
poder, antes que de traducir poesía), hay lugar bajo el sol para todo el mundo
y que, en muchas oportunidades, hay textos que parecen hechos a la medida de
quienes los traducen –vale decir, existe una estructura de la personalidad afín,
una cierta destreza formal que coincide con la del autor original (pienso, por
ejemplo, en las traducciones de Marianne Moore de Hugo Padeletti y en el Gerald
Manley Hopkins de Mirta Rosenberg)– y en ocasiones nada de esto importa. O lo
que importa sea otra cosa que también sirva para presentar de un contexto lingüístico
a otro y de una época a otra, una versión posible que, sin traicionar la
naturaleza íntima de un original, dé noticia de él e incite a su lectura (y acá
se me hace muy clara la opción que ofrece la traducción de Jorge Aulicino de la Divina Comedia ).
Tal vez, para intentar pensar
nuevamente en estas cuestiones, valga la pena recordar una vez más que, a
principios del siglo XX, Ezra Pound definió la existencia de “tres géneros poéticos”:
la Melopea , la Fanopea y la Logopea. Mientras
que el segundo y el tercero se refieren a las imágenes visuales y al sentido,
respectivamente, el primero considera a las palabras”cargadas además de su
simple significado, con alguna propiedad musical, que dirige la tendencia u
orientación de ese significado”. Según Pound, la Fanopea y la Logopea pueden pasar de un
idioma a otro con pocas dificultades, mientras que la Melopea “puede ser
apreciada por el extranjero de oído fino, aunque desconozca la lengua en que se
escribió el poma”. Y concluye: “Es prácticamente imposible traducirla o
transporatarla de una lengua a otra, salvo un accidente divino, y a razón de
medio verso a la vez”.
No hace mucho, en este mismo blog
se colgó un fragmento de entrevista con Alberto Girri –para muchos, el auténtico
villano de esta película– donde él decía: “En mi caso, trato de eludir lo que
llamaríamos una traducción “personal”, una forma de interpretar el texto
elegido, tan a menudo arbitraria, que puede llegar a convertir el original en
su caricatura; y trato también de evitar la “recreación” o mera imitación
poética. Mi criterio no es brillante pero sí honesto: traduzco sin exagerar la
literalidad pero a la vez sin excesivo temor de lo literal. Ni caer en la
ansiedad perfeccionista ni en la quimera de la versión definitiva, ambas
desproporcionadas”.
Sumo ahora algo que escribió Louis
MacNeice (1907-1963), uno de los mayores poetas irlandeses del siglo XX y
acaso, uno de los más formalistas, traductor de The Agamemnon of Aeschylus (London: Faber & Faber, 1936;
New York: Harcourt, Brace, 1937) y Goethe's
Faust, Parts I and II (London: Faber & Faber, 1951; New York: Oxford
University Press, 1952), entre otros muchos textos.
MacNeice tuvo una fijación con
Horacio, a quien tradujo a lo largo de toda su vida. No obstante tuvo la
inteligencia de señalar: “Hay una intención consciente de sugerir ritmos
horacianos (en inglés, como es natural, uno no puede sino sugerirlos) en
combinación con una levísima reminiscencia de la sintaxis horaciana”. Sin
embargo, algo después, y hablando de la poesía griega, MacNeice indica que “no
hay que utilizar una métrica regular y sostenida en inglés, pues cuanto más
regular y específica es la métrica, más obsesionará el oído del oyente y
espantará la atmósfera griega de su mente”.
Dicho de otro modo, ni Eliot ni
Auden, que recurrieron en muchas ocasiones a la forma fija y a la rima,
escribieron como Machado, ni Montale como José Asunción Silva, por lo que no hay necesidad alguna en traducirlos haciendo que se parezcan. A las objeciones
de Pound y de Girri entonces podrían sumársele también las de MacNeice: una música
ajena no repone la música del original, sino que nos distrae del sentido, por lo tanto, acaso
más pertinente sea limitarnos a una traducción rítmica.
Y para concluir planteando un
ejemplo de lo dicho –y ojalá, para intentar fomentar algún debate–, la Oda 1.11 de Horacio, en su
original, en versión de Louis MacNeice al inglés y en dos versiones castellanas
de las muchas posibles
Horacio
Tu ne quaesieris, scire
nefas, quem mihi, quem tibi
finem di dederint, Leuconoe, nec Babylonios
tentaris numeros. ut melius, quidquid erit, pati!
seu plures hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam,
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare
Tyrrhenum, sapias, vina liques, et spatio brevi
spem longam reseces. dum loquimur, fugerit invida
aetas: carpe diem quam minimum credula postero.
finem di dederint, Leuconoe, nec Babylonios
tentaris numeros. ut melius, quidquid erit, pati!
seu plures hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam,
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare
Tyrrhenum, sapias, vina liques, et spatio brevi
spem longam reseces. dum loquimur, fugerit invida
aetas: carpe diem quam minimum credula postero.
Louis MacNeice
Do not, Leúconoé, seek to inquire what is
forbidden, what
End the gods have assigned to you or to me; nor do you meddle with
Astrological numbers. What shall arise count to your balance if
God marks down to you more winters—or perhaps this very one is the
Last which now on the rocks wears out the fierce Mediterranean
Sea; but be wise and have wine, wine on the board, prune to a minimum
Long-drawn hopes. While we chat, envious time threatens to give us the
Slip; so gather the day, never an inch trusting futurity.
End the gods have assigned to you or to me; nor do you meddle with
Astrological numbers. What shall arise count to your balance if
God marks down to you more winters—or perhaps this very one is the
Last which now on the rocks wears out the fierce Mediterranean
Sea; but be wise and have wine, wine on the board, prune to a minimum
Long-drawn hopes. While we chat, envious time threatens to give us the
Slip; so gather the day, never an inch trusting futurity.
Paz Díez Taboada
No pretendas saber —es
peligroso—
qué fin, a mí y a ti,
los dioses nos reservan,
ni consultes, Leucónoe,
las tablas babilonias.
¡Será mejor sufrir lo
que viniere!
Ya Júpiter te dé
muchos inviernos
o el último sea éste,
que fatiga
el mar Tirreno, ahora,
entre las rocas,
ten sensatez, filtra
tu vino y ciñe,
a este tan breve espacio,
una larga esperanza.
Huye, mientras
hablamos, envidiosa la edad:
agarra el día, no
te fíes apenas del dudoso mañana
Amparo María Balleter
López
No pretendas saber,
pues no está permitido,
el fin que a mí y a ti, Leucónoe,
nos tienen asignados los dioses,
ni consultes los números babilónicos.
Mejor será aceptar lo que venga,
ya sean muchos los inviernos que Júpiter
te conceda, o sea éste el último,
el que ahora hace que el mar Tirreno
rompa contra los opuestos cantiles.
No seas loca, filtra tus vinos
y adapta al breve espacio de tu vida
una esperanza larga.
Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso.
Vive el día de hoy. Captúralo.
No fíes del incierto mañana.
el fin que a mí y a ti, Leucónoe,
nos tienen asignados los dioses,
ni consultes los números babilónicos.
Mejor será aceptar lo que venga,
ya sean muchos los inviernos que Júpiter
te conceda, o sea éste el último,
el que ahora hace que el mar Tirreno
rompa contra los opuestos cantiles.
No seas loca, filtra tus vinos
y adapta al breve espacio de tu vida
una esperanza larga.
Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso.
Vive el día de hoy. Captúralo.
No fíes del incierto mañana.