miércoles, 31 de agosto de 2022

El Programa Sur apoyó la traducción al mandarín y publicación de "El Eternauta" en China


“Una editorial independiente de Shanghai tradujo al mandarín la obra cumbre de Oesterheld y Solano López. Se llamará Yonghanger y su lanzamiento será en octubre. El proyecto para distribuirla en las escuelas chinas.” Esto dice la bajada de la nota que Fernando Capotondo publicó, el pasado 25 de agosto, en el sitio de la agencia TELAM y que buena parte de los diarios argentinos están ofreciendo como novedad.

El Eternauta en China

A 65 años de la publicación de El Eternauta, la emblemática obra de Héctor Oesterheld y Francisco Solano López fue traducida al mandarín por un sello independiente de Shanghai, en una edición sin precedentes que saldrá a la venta en octubre. “Nos interesó por la vigencia que tiene su concepto de héroe colectivo y sentimos que era una pena que no existiera una versión china de un trabajo tan importante”, reveló a Télam el responsable de la edición, Zhao Lei.

La historia de El Eternauta en China comenzó hace dos años cuando un grupo de editores independientes lanzó la firma Lucidabooks, con el objetivo de difundir pequeñas joyas de la literatura que fueran desconocidas en el gigante asiático.

En efecto, a partir de un ensayo sobre historietas escrito por Fan Ye, un conocido traductor de libros en español, descubrieron la existencia de una obra que era presentada como la mayor aventura de ciencia ficción del hemisferio sur y el mejor cómic de la historia de la Argentina.

La fecha oficial del nacimiento del proyecto fue el 8 de octubre de 2020, cuando el editor Zhao Lei cambió su antigua dirección de correo electrónico por Yonghanger, el título que tendría El Eternauta para los lectores chinos.

“El trabajo de edición fue enorme porque tuvimos que diseñar, una por una, todas las imágenes y sus textos. Con casi 130.000 caracteres, la primera composición tipográfica nos llevó meses y cada ajuste posterior resultó muy engorroso”, reconoció Zhao.

Lo que más les interesó fue la idea de mostrar una versión antagónica a la del superhéroe estadounidense, con gente común dispuesta a dar pelea desde sus lugares cotidianos para salvar al mundo. O, en otras otras palabras, se enamoraron del concepto que bien resume Oesterheld en el prólogo de la obra: “El héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano… nunca el héroe individual”.

“Cuando leí este cómic por primera vez –recordó Zhao– no sólo me fascinó su emocionante trama, sino también el mundo que crearon los autores. Y a medida que logré una comprensión más profunda del entorno político y social de Argentina en ese momento, me sorprendió aún más la metáfora implícita de la obra y su elogio al espíritu de justicia”.

En efecto, otro de los aspectos que reivindicó el editor chino fue “la valentía y la lucha indomable de una generación ante la adversidad”, en obvia referencia a la persecución sufrida por Oesterheld y Solano López durante la dictadura cívico-militar argentina.

Al respecto, Zhao reconoció que le impresionó el párrafo en que el protagonista Juan Salvo habla de la posible desaparición de la población, “como si Oesterheld hubiera presagiado su propio destino” en manos de un grupo de tareas, hace exactamente 45 años.

“La razón por la cual trasciende las limitaciones de una historieta y se convierte en un clásico es porque transmite el poder espiritual de su creador y la memoria colectiva de toda la Nación Argentina. Y este poder es indestructible”, concluyó Zhao.

El lanzamiento oficial de El Eternauta en China está previsto para octubre, con una tirada inicial de 6.000 ejemplares.

La traducción estuvo a cargo de Xuan Le, una reconocida especialista en literatura hispánica que ya trabajó en obras de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Gabriel García Márquez y Juan José Arreola, entre otros. Todo el proceso contó con el apoyo del Programa Sur de la cancillería argentina.

martes, 30 de agosto de 2022

Chandler y su traducción de lo oral a lo literario

Siempre es un gusto enorme dar a conocer textos de Marietta Gargatagli y acá va uno, cuya primera versión se publicó el 5 de julio de 2002 en El trujamán. Modificado por la autora, trata sobre Raymond Chandler y la oralidad; o sea, una vuelta de tuerca sobre el estilo como forma de traducción.

La biografía de un estilo

Raymond Chandler tuvo un profesor en el colegio de Dulwich, Inglaterra, que pedía a sus alumnos un ejercicio entonces frecuente y hoy singular: traducir un texto clásico del latín al inglés y luego volver a escribirlo en latín. Las retroversiones eran una severa disciplina verbal porque exigían extraordinaria minuciosidad: los placeres del mot juste, aprendidos tan tempranamente, nunca lo abandonaron. 

La remota lección estuvo presente cuando hacía cuentos para revistas elegantes o cuando participaba en el feroz mercado del pulp , escribiendo relatos de dieciocho mil palabras pagados a centavos de dólar la palabra. Sus colegas, meros asalariados de la imaginación, se limitaban a contar historias entretenidas; Chandler buscaba un estilo, esa cualidad de la alta literatura que establece la verdadera diferencia entre lo malo y lo bueno, lo perecedero y lo inmortal. 

Escribir El sueño eterno, su primera novela, le llevó cincuenta años. Solo después de una ejercitación obsesiva pudo armar la arquitectura de una narración larga y dotarse de una voz, la del escéptico y sentimental Philip Marlowe. 

“Si no hubiera estudiado latín y griego —dijo una vez Chandler—, dudo que supiera ver la diferencia entre lo que llamo estilo vernáculo y lo que calificaría de estilo iletrado o faux naïf. Son dos cosas muy distintas”.

Transformar el slang americano en lengua poética es, en cierto modo, una traducción. Las tonalidades de lo oral, útiles en una taberna, pueden ser adorno equívoco en un personaje. En la ficción, los héroes, las heroínas y los desalmados deben hablar como personajes de ficción. Lograr ese matiz, en el que se basa toda la credibilidad de un relato, es semejante a encontrar la equivalencia entre dos lenguas. La oralidad imaginada debe decir lo mismo que la oralidad real, pero las palabras siempre serán otras. Como en las traducciones. 

lunes, 29 de agosto de 2022

La librería de Miguel Ángel Petrecca en París


En muchas oportunidades (ver, en este blog, entradas del 3 de julio de 2015, 14 de julio de 2016, 4 de diciembre de 2017, 7 de junio de 2021) nos hemos referido a Cien Fuegos, la librería latinoamericana de París, creada en 2015 por el poeta, ensayista y traductor Miguel Ángel Petrecca. Y como todo llega, con la tercera mudanza, ese lugar único atrajo la atención de Flavia Tomaello, quien, el pasado 25 de agosto, publicó en la revista del diario La Nación, de Argentina, el siguiente artículo.

La última librería en español que queda en París fue creada por un argentino

Las fuertes oleadas migratorias culturales acogidas por París a fines de los 60 y comienzo de los 70 expusieron a fuego máximo las ideas que ya bullían en una ciudad desbordada de utopías. Hurgar en las letras francesas era una forma de quedar inmersos en los debates que desbordaban las calles. Los latinoamericanos que migraron deslumbrados por los rayos del pensamiento amaban sumergirse en esas diatribas, para sacudir el polvo de las propias que llevaban en la única maleta de expatriados.

El centro del huracán eran los cafés y las librerías. Pero la lectura en francés tenía su límite. La tristeza de ese foráneo se vestía como una capa de cualquier estación.

Un adelantado fue Antonio Soriano y Mor, de la vecina España. Cruzó la frontera en 1939 y luego de un paso breve por el campo de concentración de Bram, se dedicó a la agricultura. Para mediados de 1947, la cuñada de Luis Buñuel, Georgette Rucar, le envió una carta convocándole para hacerse cargo de una diminuta y antigua librería de París en el número 48 de rue Mazarine. Luego de algunos traslados, tres años después se instaló definitivamente en rue de Seine, esquina con rue Clément. Un fanático de los libros, pero no librero, fue el fundador, junto con su esposa, Dulcinea Doménech, de una tendencia que hizo carne entre los vecinos de la Torre Eiffel: una librería en español. La Librería Española fue por más de medio siglo un faro para la cultura española en París.

Muchas otras personalidades del mundo editorial que escapaban del franquismo colaboraron en la creación de un espacio de cobijo para las almas errantes de exiliados en castizo. Sus anaqueles exhibían todo aquello que Pirineos mediante se consideraba prohibido. La tentación por leer aquello que entre tapas no se podía se sumaba a la curiosidad de intelectuales locales que se sentían atraídos por develar las causas de la prohibición.

Es allí donde las élites culturales francesas, los emigrados desorientados y los viajeros inquietos descubrían lo que vociferaban las páginas que, por sobre todo, se leían en español y, en poco tiempo, las que llegaban con su particular forma de contar historias y el realismo mágico a cuestas. Curiosamente es rue de Seine, la misma de la librería de Soriano, la primera calle que se menciona en Rayuela, la biblia de Julio Cortázar. El mismo que fue primero profeta en París que en cualquier otro púlpito.

Para 2004, el éxito inmobiliario del Barrio Latino de París obligó a mudar el proyecto de Soriano a Montparnasse, en 7 de rue Littré.

Llegarían otras librerías que se convirtieron en el patio del fondo de los inmigrantes. Abarrotada de españoles durante el franquismo, Francia, y en particular París, se convirtieron en la salida de la jaula. Era la chimenea de ideas que burbujeaban sin poder emerger. Librería Española fue para muchos de ellos una embajada de la España republicana del otro lado de la frontera. Pero La Hispanoamericana, más cosmopolita, situada en rue Monsieur-le-Prince, colgó en 2007 un cartel bilingüe que indicaba: La librería está cerrada permanentemente. Adiós. Adiós.

El tiempo convirtió a estos espacios en el patio de atrás de la vida cotidiana. El sitio donde usar el argot de casa. Donde reconocer los tintes de una misma lengua pintada diferente. Un sitio mucho más que de libros.

Con el alma de Camilo

Cuando los afanes culturales migratorios se adormecieron, cuando las cabezas preclaras que transitaron los cafés abandonaron las mesas, las librerías en español comenzaron a cerrar sus puertas. De a poquito. Como candelas a las que se les mengua la cera, un día la llama titila una única vez final. No quedó ninguna, salvo, la patriada de un argentino que decidió inspirarse en Camilo Cien Fuegos para iniciar su propia revolución.


Miguel Ángel Petrecca nació en tierras porteñas en 1979. Llega del riñón de las Letras. Es poeta (a él pertenecen La voluntad, El gran furcio y El maldonado), editor de Gog y Magog en Buenos Aires (sello de poesía y ensayo que intenta subirse al mundo narrativo con la novela Quema, de Ariadna Castellarnau, que obtuvo el Premio de las Américas) y se puso al hombro la idea de llevar a París la diversidad de editoriales que hay en la Argentina, Chile, Uruguay y España.


Petrecca llegó a París en 2013. “Llevaba conmigo la idea de darle vida a una librería –cuenta–. Mi trabajo de editor en Argentina ya me había convencido de que la apuesta librera era una consecuencia natural”. Fundó Cien Fuegos en 2015. Durante sus primeros tres años, estuvo ubicada en el Décimo distrito de París, también conocido como Arrondissement de l’Entrepôt o Enclos Saint-Laurent.


Más tarde, Petrecca se llevó el proyecto al distrito XV. En 2019 abrió allí, en la orilla izquierda del Sena, en el sitio reconocido como Arrondissement de Vaugirard. Es este el sitio desde donde vigila a los transeúntes el edificio más alto de la ciudad: la Torre Montparnasse. “Finalmente, al menos por ahora –afirma el librero–, nos afincamos en el Distrito XX, en rue Saint Blaise, en la orilla derecha del Sena”.


Una de las estrellas de la zona en el cementerio de Pere Lachaise, un espacio que los locales utilizan como parque y donde descansan figuras como Guillaume Apollinaire, Honoré de Balzac, Georges Bizet, María Callas, Marcel Camus, Claude Chabrol, Colette, Frédéric Chopin, Molière, Édith Piaf, Oscar Wilde, Marcel Marceau y los argentinos Juan Bautista Alberdi y Juan José Saer.


“Vinimos a ocupar el vacío que dejaron las últimas librerías en castellano: las dos históricas librerías de rue Monsieur Le Prince y de rue de Seine, que cerraron por distintos motivos en la década del 2000, y la efímera, pero importante, librería de Alejandro de Núñez, el Salón del libro argentino –relata Petrecca–. Habría que sumar la librería El cóndor pasa, dirigida por el hijo de Antonio Berni, José Antonio Berni, que representa el último tramo de una historia mucho más larga de las librerías hispanas de París”.


Los anaqueles parecen otros


“La idea de Cien Fuegos es la de propiciar un espacio de encrucijadas, de dotar de contenido a lo que había quedado libre –explica–. No había ninguna idea fresca para ofrecer en París de literatura latinoamericana. Solo una intención árida de las editoriales independientes”.


Hay algo entre cursi y exótico en eso de hurgar en los estantes lejos de casa. La historia de las librerías en otras lenguas se inscribe en otra más amplia. Aún hoy, en París, hay alrededor de 40 librerías extranjeras, entre ellas muchas inglesas, dos italianas, dos rusas, una polaca, varias árabes, dos chinas, una japonesa, una brasileña, una griega y contando. Es que el viajero, el que se queda por un tiempo o el que migra, siente que se mete en la biblioteca de su casa en medio de una ciudad anhelada. “Los clientes de la librería son variados –sostiene el propietario–, pero en primer lugar, obviamente, provienen de la amplia comunidad latinoamericana y española. Luego, en segundo lugar, son franceses interesados en la literatura, la lengua o la cultura latinoamericana o española”.


La afición por la literatura en castellano “es una tradición en la ciudad –continúa–. Las plumas latinoamericanas fueron un boom en el pasado. Muchas entraron por París para dispararse en el continente. El exotismo aún continúa. La casta cultural de la ciudad es de libro bajo el brazo y la experiencia se contagia”.


Cien Fuegos combina el libro nuevo y el usado, un modelo que no es común en esta ciudad. “En lo que hace al libro usado, trabajamos efectivamente con una lógica de reciclaje, comprando y recibiendo donaciones. Aunque siento que nuestro catálogo está siempre en plena expansión, nuestra oferta es trabajar con los nuevos valores, pero también con los del boom latinoamericano y los títulos clásicos”. En la recorrida por los cantos se percibe una buena composición que matiza curaduría de calidad y buen gusto literario, con una cuota certera de búsquedas habituales. Aun así, lo que siempre cuenta, es la sorpresa: esa pieza que te salta a los ojos sin que te des cuenta ni hayas ido a buscarla.


Petrecca tiene un camino de exilios entrenados. Su primer destino fuera de la Argentina fue Pekín. Allí no solo la estada fue larga y el idioma terminó entrando en su cotidianeidad, sino que, entre otras cosas, tradujo una antología de narrativa china contemporánea llamada Después de Mao El invisible, de Ge Fei. En estos meses, ha estado batallando con una nueva traducción, pero al revés: La gran salina, de Ricardo Zelarayán, al chino.


Luego de estos desafíos, uno de los temores de los libreros a él le pasa por al lado. “No le tengo miedo a la lectura electrónica –dice–, la verdad, no veo contradicción, yo mismo soy lector de libros en soporte físico y electrónico, son usos diferentes y perfectamente compatibles. El objeto libro, me parece, goza de buena salud”. Mientras descansan algunas obras de arte que funcionan como ilustración de la vidriera interior, el librero sueña con el espacio multicultural. “No creo que las librerías estén muriendo, más bien diría que mutan, se adaptan al contexto, se convierten a veces en espacio de resistencia, pero también de producción de imaginario. Mueren las librerías, pero la idea de la librería sigue vivita y coleando”.

viernes, 26 de agosto de 2022

Una conferencia sobre literatura irlandesa

 

Caoineadh Airt Uí Laoghaire, ("El lamento de Art Ó Laoghaire") es un célebre poema escritos en irlandés en el siglo XVIII. El texto relata magistralmente el asesinato en 1773, en un paraje situado al nordeste de la ciudad de Cork, de Art Ó Laoire (Ó Laoghaire), un aristócrata perteneciente a una de las familias más antiguas de la isla. La tradición nos dice que su viuda, Eibhlín Dubh, compuso este homenaje desgarrador a su marido.

El conferencista Seán Ó Riain se desempaña como Oficial de Multilingüismo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Irlanda.

Para los interesados, los datos constan en el flyer.

jueves, 25 de agosto de 2022

Buenas noticias para judíos y turcos: ¡Ahora, los alemanes ya no son racistas!

La llamada cultura de la cancelación sigue avanzando. Ahora es el turno de Alemania y los alguna vez “pieles rojas”, que, como todo el mundo sabe, hoy son “americanos nativos”. Y el que se sacó la lotería es un famoso autor de novelas populares sobre el Lejano Oeste. Según la bajada de la nota distribuida por la agencia EFE, esos libros “Se distribuyeron acompañando la película El joven jefe Winnetou, basado en libros de Karl May, quien murió en 1912. Se los acusa de difundir estereotipos. Varios políticos entraron en el debate”. 

En Alemania, retiraron libros infantiles sobre el Lejano Oeste por “racistas”. ¿Justicia o cancelación?

 

El retiro de unos libros infantiles ambientados en el Oeste estadounidense por difundir supuestamente estereotipos racistas ha causado un gran revuelo en Alemania y dividido a la opinión pública, en un nuevo debate sobre presunta “cultura de la cancelación”.

 

La distribución de la serie de libros, publicada como acompañamiento de la película infantil El joven jefe Winnetou, fue paralizada recientemente por la editorial, Ravensburg, que justificó la decisión por el “feedback negativo” recibido y por los “clichés”que contienen sobre la historia de los nativos americanos.


Winnetou encabezaba este martes la lista de los temas más discutidos en Twitter, donde muchos usuarios criticaron la retirada y denunciaron una supuesta “censura”. “He encargado las películas en DVD antes de que las prohíban también”, escribió uno de ellos.


Otros, en cambio, adoptaron el punto de vista de la editorial, subrayando la necesidad de que la sociedad esté “abierta” a otras sensibilidades y de que el tema se aborde hoy día “desde otro punto de vista”.

 

Varias figuras públicas de diverso signo político se sumaron además al debate, en defensa de los libros, entre ellas Karin Prien, vicepresidenta de los cristianodemócratas, o el socialdemócrata Sigmar Gabriel, exministro de Exteriores.

 

“Una decisión lamentable y equivocada”, dijo Prien, quien explicó que “Los ‘sentimientos heridos’ hacen que los debates controvertidos, en el marco de la contextualización antidiscriminatoria, sean necesarios, ni más ni menos”.

 

Por el contrario, el historiador Jürgen Zimmer, profesor de la Universidad de Hamburgo, hizo referencia al ciclo de novelas del popular novelista alemán Karl May (1842 -1912) en las que se basan las películas y los libros infantiles, y que según dijo contienen elementos “coloniales y “racistas”.

 

Según expresó en la misma red social, era una mala idea que la editorial “contase de nuevo” precisamente una historia semejante.

 

Un portavoz de Ravensburg justificó este lunes la decisión de retirar los libros ya que en ellos se traza “una imagen romántica y con muchos clichés” que no se ajusta “a la realidad histórica, a la opresión de los pueblos indígenas”.

 

La película El joven jefe Winnetou llegó a los cines de Alemania y Austria el pasado 11 de agosto y narra las aventuras del hijo de un jefe apache y de su amigo blanco.

 

El filme se rodó en el desierto de Almería, con un elenco de intérpretes alemanes, y fue también valorada negativamente por críticos de cine y organizaciones antirracistas que la criticaron por presunta apropiación cultural y por difundir estereotipos obsoletos y racistas.

miércoles, 24 de agosto de 2022

Jorge Nicolás Lucero nos da una lección de checo

Jorge Nicolás Lucero
 (foto) es Doctor en Filosofía e investigador posdoctoral en el Instituto de Investigaciones "Gino Germani" de la Universidad de Buenos Aires. Tradujo del checo los textos de Jan Patočka Interioridad y mundo (Sb editorial, 2020) y "Platonismo y política" (Geograficidade nro. 12, 2022), así como "La polis paralela" de Václav Benda (Eslavia nro. 6, 2020). 

Los caminos de la lengua checa son inescrutables

El checo tiene una composición que suele dar dolores de cabeza a los hispanoparlantes. Palabras sin vocales: prst (dedo), smrt (muerte), čtvrthodiny (cuarto de hora) y, créanme, muchas más. O bien, prefijos verbales que permiten distinguir el aspecto perfectivo del imperfectivo: psát se usa para “escribir”, invocando el proceso y continuidad de la acción, napsat para señalar el resultado del acto de escritura, o también un inicio y un fin determinados de este. Incluso estos prefijos permiten diferenciar u oponer acciones: jít es “andar”, pero přijítes “llegar”, y vyjít, “marcharse”. No creo que sea necesario hablar de los pronombres posesivos (můj, tvůj, její, náš, váš, jejich) y sus variantes reflexivas (svůj), y eso que aquí sólo estoy enunciando los nominativos masculinos en singular.

Hasta una de las formas de decir “sí” es no.

Pero prefiero detenerme en una de las palabras del checo que más me fascinan, dada su falsa simpleza: cesta ([t͜sεsta]). Puede ser traducida como “camino”, es decir el lugar donde transita algo o alguien, o bien como “viaje”, la acción de transitar (de hecho, el verbo cestovat se utiliza para “viajar”). 

Hace unos años traduje algunos escritos inéditos de un gran filósofo, Jan Patočka, quien usaba adrede el doble significado de cesta, pues quiso decirnos que la subjetividad es ante todo un movimiento de autorrealización. El camino de la vida (cesta života) no sería solo una licencia poética para hablar de las vicisitudes biográficas, sino la definición misma de la condición humana. En su momento, debo confesar, no me atreví a traducir cesta como “travesía”, que además de tener la acepción de “callejuela”, también se utiliza para hablar de una aventura. Pero la idea de aventura esconde en su empresa un objetivo más o menos específico, y nada más lejos de lo que quería decir el filósofo —no hay una trayectoria preestablecida en la vida, la vida es camino haciéndose. Parecería haber un eco de las raíces etimológicas del término, asociadas a verbos como čistit (limpiar) y klestit (podar). Más aún, se halla en sintonía con la famosa estrofa del “Proverbios y cantares” de Antonio Machado: “Caminante, son tus huellas/ el camino, y nada más;/ caminante, no hay camino,/ se hace camino al andar”.

Finalmente, me abracé al contexto para traducir cesta por “camino” o por “viaje” cuando pareciera conveniente, y apelé a una nota al pie aclaratoria sobre la polisemia de la palabra —muchos de los que traducimos textos filosóficos usamos ese ardid académico. Ahora bien, en la asociación con los versos de Machado, surgió algo que me inquietó. Si ya me resultaba problemático traducir cesta al castellano, ¿cómo sería, con perdón de la expresión, el camino inverso de traducción, considerando lo que sugiere “caminante”? Traducir la palabra como chodec o chodící, es decir, aquel que va a pie, aunque correcto (o lo más común) resulta inapropiado, porque se pierde el lazo con “camino”. Términos como cestovatel o cestující, utilizados para “viajero”, podrían resultar mejores. Pero cestovatel, como lo indica el sufijo, hace mucho énfasis en el agente, lo que el impersonal del “se hace camino” no expresa. En su uso cotidiano, cestující expresa la idea de pasajero, lo cual aludiría a algo contingente y no constitutivo (mientras que el caminante siempre “hace camino al andar”). Aunque en sí mismo el término cestujícíes una sustantivación de cestovat, opera como un participio presente: “viajante”. Quizás, entonces, el terreno está allanado para proponer lo siguiente:

 Cestující, tvéstopy to jsou

Cesta, a nicjiného;

Cestující, to není cesta,

Cesta se dělá na chůzi.

En cualquier caso, dado que es muy común usar cestujícípara hablar de un pasajero (hasta su sinónimo es pasažér), me hace pensar en que el lector checo puede perder la amplitud que Machado quiere darle a esta palabra. Por cierto, el poetaJanVladislav hizo una antología del poeta con el título Campos de Castilla (Kastilsképláně), el mismo título de la obra en la que aparecen estos versos. Sin embargo, no incluyó este poema, ni ninguno de los “Proverbios y cantares”.

No lo culpo. Abrirse paso por el sentido no es fácil.

 

martes, 23 de agosto de 2022

De cómo la corrección política da una nueva muestra de imbecilidad

El 13 de agosto de 2021, en el diario El Sol de México, Roberto Rueda Monreal publicó una entrevista con la traductora colombiana Beatriz Peña Trujillo, a propósito de un libro que ella tradujo y que, en razón de una supuesta “corrección política”, un editor decidió transformar en otra cosa.

“Purgar contenidos implica una visión ideológica y no estética de la literatura”

Nacida en Bogotá, Beatriz Peña Trujillo es una especialista en estudios literarios cuyo trabajo como editora repercutió en publicaciones sobre desplazamiento forzado y la memoria de la guerra en Colombia. Su trayectoria como traductora literaria la llevó a ganar la Beca Nacional de Traducción del Idartes 2018 de su país.

Ahora ha alzado la voz ante una “injusticia” en donde su editor no la consultó para intervenir una obra de su autoría. Mermar de esa manera el trabajo de la traductora literaria no sólo contraviene a sus derechos morales como autora de la traducción, sino que, en ese sentido, se convierte en un atentado contra la libertad en el ámbito de las artes.

–Cuéntanos un poco sobre Idartes
–El Instituto Distrital de las Artes, Idartes, es la única entidad cultural pública que se ha preocupado desde hace años por dar visibilidad al traductor literario en Colombia. En otras épocas, el Idartes tuvo buenos gerentes del área de literatura y mejores editores. Y de esos mismos tiempos proviene la loable iniciativa del llamado Libro al Viento, un programa de fomento a la lectura creado por Idartes y la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte en el año 2004, que busca la difusión y circulación gratuita de obras de la literatura nacional y universal entre los ciudadanos. Es en Libro al Viento en donde se publican, entre otros, los libros resultado de las becas de traducción, como es el caso de Cuentos míticos del sol, de la aurora y de la noche, una colección de cuentos populares portugueses, recopilados por Teófilo Braga, que yo traduje luego de ganar la beca de traducción al portugués del Idartes, en 2018.

–Cuentos de hadas. Todo parecía de ensueño, una cosa de niños, ¿cierto?
–Justamente. Recuerdo que después de ganar la beca, la primera vez que hablé con el editor del Libro al Viento, Antonio García, él se refirió a los “cuentos de hadas” que iba yo a traducir como literatura para niños y que se publicarían en la Colección Infantil del Libro al Viento. Esa misma vez, le dije que los cuentos de hadas originales no eran lo que en general se creía hoy en día, es decir, las versiones almibaradas tipo Disney, e incluso bromeamos sobre eso. No imaginé en ese momento que cuando entregara la traducción empezaría a tener problemas relacionados con censura de contenidos, tanto con él como con el gerente de literatura, Alejandro Flórez.

–¿A qué te refieres con eso?
–A que cuando le envié al editor la primera mitad del texto, él me contactó luego de leerla. Dijo que la traducción le gustaba mucho, pero quiso convencerme “por las buenas” de que se suprimieran dos cuentos. Eso porque en esos cuentos había ciertos personajes negros que eran maltratados por los blancos. El editor, por supuesto, no había leído previamente el libro en portugués y se enteró, cuando leyó la traducción, de que los “cuentos de hadas” no eran lo que él creía. Vio que estos cuentos de hadas no eran las historias asépticas que se comercializan desde hace tiempo como literatura para niños, sino que narran un mundo en el que, por ejemplo, además de valor e ingenio hay injusticias, miedo, crueldad, maldad y, por supuesto, soluciones mágicas que ayudan al héroe a sortear escollos. Todo, sin pasar en absoluto por el filtro de la corrección política.

–¿Cuál es el contexto necesario para entender Cuentos míticos del sol, de la aurora y de la noche?
–Recordemos que la literatura popular recogida en el siglo XIX de la tradición oral, y entre ésta los llamados cuentos de hadas, no pasa por consideraciones de lo que es políticamente correcto en nuestros días. Y esto no es una virtud ni un defecto, simplemente es así. Es una literatura que puede comprenderse perfectamente, pero sin dejar de observar nunca su contexto. Que en este caso es el del Portugal feudal e imperial, que tenía colonias en países africanos, donde la población es negra. Y como ha sucedido históricamente, los colonizados eran considerados inferiores por los blancos del imperio. Por eso aparecen en el libro personajes negros que son personas de la servidumbre y son tratadas como tales, con los ingredientes crueles de los cuentos de hadas originales. Si el editor no hubiera sido tan miope, además de eso habría podido ver, por poner sólo un ejemplo —ahora que está en boga el discurso contra lo heteropatriarcal—, que en el libro también hay, entre otros, personajes de mujeres blancas pobres, jóvenes y viejas, sometidas al dominio del hombre, insertas en un mundo que las maltrata de muchas maneras crueles. Así que, para ser consecuente, habría tenido que intentar también la censura de tales cuentos.

–¿Cómo va construyendo el editor el camino de la censura en tu caso?
–Vuelvo al asunto de suprimir del libro dos de los cuentos. Puedo decir que el editor me rogó que le hiciera el favor de acceder a la censura de esos dos cuentos, ya que las secretarías de educación departamentales o los colegios públicos donde el libro se distribuiría, entre otros públicos lectores, no aceptarían esos contenidos, y sobre él recaía esa responsabilidad. De eso dependía su puesto como editor, sugirió de manera velada, y eso yo lo entendí perfectamente, pues no es fácil tener trabajo aquí, en mi país. Debo reconocer que sentí pena por él y entonces accedí, pero advertí que hasta ahí llegaba mi tolerancia y dejé muy claro que definitivamente no justificaba ese tipo de acciones. Purgar contenidos de una obra literaria implica una visión ideológica y no estética de la literatura, que yo no comparto. Le dije además que, si tanto lo preocupaba el tema, podría publicar el libro no en la Colección Infantil sino en la Universal. O publicarlo con un prólogo que contextualizara los textos. Y le recordé que el lector no es un tonto que simplemente recibe lo que le dan, sino que es capaz de pensar y reflexionar sobre lo que lee, más aún si un maestro lo guía, a propósito de su temor por lo que pensaran las secretarías de educación o los colegios públicos.

–Tú ganaste una beca especializada y, sin más, de pronto tu trabajo estaba lleno de “defectos”.
–Lastimosamente así fue. Cuando entregué la segunda mitad del texto traducido al editor. Al leerla, él vio que también en esta parte había aquello que llamaba “defectos” del libro, valga decir, contenidos según él inapropiados. Ahí cambió el tono cordial de antes por uno definitivamente impositivo. Me dijo que la gerencia de literatura no podía permitir eso. Yo me negué a aceptar la censura. Me dijo que el gerente decía que por qué yo “molestaba” con ese asunto, si pasados dos años el Idartes me devolvería los derechos patrimoniales de la traducción y entonces yo podría hacer lo que quisiera con ella. Mi indignación fue mayor.

–Tengo entendido que el editor y el gerente quisieron asustarte…
–Así es. Y es que, más adelante, el editor me contactó para decirme que yo tendría que plegarme a hacer los cambios en el libro –es decir, pasarlo por el filtro de la censura– porque él había consultado a una autoridad en literatura infantil que opinaba que el libro era largo, malo y tenía cuentos similares entre sí, y todo esto podría aburrir a los lectores infantiles, y que además tenía contenidos racistas y violentos. Y que atendiendo las recomendaciones que le había hecho esa persona, él haría una selección de los cuentos, sin importar que yo fuera la autora de la traducción. Yo a mi vez consulté a esa autoridad en la materia, a quien conozco, y ella me dijo que nunca había dicho nada sobre los contenidos, aunque sí sobre la extensión y la repetición de historias. Es decir, el editor y el gerente quisieron asustarme con esa autoridad para que cediera a la censura y, como si fuera poco, pusieron en boca de ella un juicio sobre los contenidos del texto que nunca hizo.

–¿Qué piensas del Idartes en estos momentos?
–Pienso que el Idartes no puede ser tan poco serio y arbitrario con el trabajo de los becarios e irrespetar sus derechos morales sobre sus traducciones. No se puede ni se debe medir la literatura con el rasero de lo que supuestamente es correcto y eso vale también en el caso del Idartes. Si así fuera, hoy en día tendríamos que eliminar del canon de la literatura universal casi todas las obras, pues dudo que alguna pudiera cumplir plenamente con las reglas de corrección política imperantes en nuestra época, que han ideologizado la literatura. Los valores en boga o las posiciones políticas tienden a privilegiarse por encima de las cualidades estéticas y de la imaginación, y por supuesto de la libertad de expresión. Y digo esto porque el valor de un libro como Cuentos míticos… no se puede juzgar desde esa perspectiva, tal como hizo el Idartes, a través del editor y del gerente de literatura. La obra tiene ciertas características puramente literarias que se recogen de la tradición oral cuyos orígenes datan de la Edad Media o incluso de antes. Es una literatura en ciernes, primitiva o primaria, y es una muestra digna de la literatura popular conocida en general como “cuentos de hadas”.

–¿Qué hay de tus derechos sobre la obra traducida?
–Yo escribí varias cartas al Idartes reclamando mis derechos morales sobre la traducción y exigiendo que se respetara la integridad del libro, y recibí sendas respuestas lamentables del gerente de literatura. En esas respuestas fue patente no sólo su ignorancia sino también su desprecio por el traductor literario como actor cultural y por mí, en particular, como autora de la traducción. También fue obvio que el gerente y el editor pisotearon el espíritu de las becas de traducción, las cuales justamente buscaban, hasta ese tiempo, dar visibilidad y reconocimiento al tradicionalmente desapercibido trabajo de los traductores literarios. Por los mensajes que recibí a través del editor, me quedó claro que el gerente consideraba mi trabajo literario como una mera prestación de servicios, y que habría dado igual para él que yo hubiera hecho un trabajo de albañilería que una traducción literaria. Ahora bien, no obstante el reconocimiento final a mis derechos morales sobre la traducción y la publicación íntegra del libro, gracias a que el área jurídica del Idartes me dio la razón, pienso que en el fondo perdí la batalla debido al completo desinterés del Idartes en acceder a abrir una discusión sana y necesaria sobre el valor de la traducción literaria como un arte y sobre los derechos que tiene el traductor literario como autor. De nada me sirve, ni me honra, que mi nombre aparezca en la tapa del libro, pues sé bien lo que hubo detrás de la publicación de la obra. En términos jurídicos salí ganando. Pero, en fin, eso no significa mucho para mí. De parte de la gerencia y del editor nunca llegó a haber un cambio de posición con respecto a que la literatura debe leerse dentro de su propio contexto de producción, y debe ser libre y no adaptada a la odiosa corrección política imperante. Y tampoco con respecto al peligro que hay en que una entidad pública, que tiene como misión promover las artes, también, promueva la censura.

–Al final, ¿cómo vio la luz tu traducción?
–Mi traducción resultó en un libro que se publicó a destiempo y con el más bajo perfil posible, y en el que además el editor dice en el prólogo, para justificar la aparición de contenidos incómodos para algunos, que estos cuentos populares “En gran medida son reflejo de épocas más oscuras, más bárbaras”, cosa de la cual disiento completamente. El editor, obligado a cumplir el protocolo establecido en las becas, hizo una presentación del libro a la que yo por supuesto no asistí, puesto que él ni siquiera me contactó para que la preparáramos juntos.

–¿Crees que con lo que te sucedió pierde la cultura, pierde la libertad, pierde el arte?
–Así es. Pierde el arte de la traducción literaria, pierde la literatura, pierde el público de futuras publicaciones del Idartes, pierde la libertad. Desde el conflicto que hubo con mi traducción, el Idartes cambió las bases de la beca a su acomodo, para que no se presenten de nuevo reclamos como el que yo hice. Ahora, para curarse en salud, al año siguiente introdujo como condición que los becarios se plieguen a cualquier disposición del Idartes relacionada con la publicación del libro que, en ese sentido, podrá ser recortado, como en mi caso, a criterio del editor, sin consultar previamente al traductor. Es decir, el Idartes obliga ahora a los aspirantes a renunciar previamente a sus derechos morales como autores.

lunes, 22 de agosto de 2022

Un espía traductor o un traductor espía

El traductor español David Paradela López publicó el siguiente artículo que, por razones de espacio, dividió en tres partes las cuales se subieron sucesivamente en abril, mayo y julio de este año al sitio de traducción El Trujamán, del Instituto Cervantes. Aquí se reproduce en una única entrada.

El espía, el escritor y 33.761 judíos muertos

El mito del traductor espía es casi un lugar común en el oficio. A él se refiere Mark Polizzotti en su libro Simpatía por el traidor:

“En cierto modo, la traducción y el espionaje son grandes compañeros de cama: ambos exigen una doble lealtad, dominar modos de expresión paralelos, cierta capacidad para observar e interpretar y, cómo no, pasar, como un actor experimentado, de un papel a otro, de una voz a otra, de un personaje a otro.”

El espía es traidor por definición, y el traductor –en cuanto ente ambiguo, habitante perpetuo de los intersticios de la doblez– es blanco fácil para este tipo de acusaciones, de las cuales el famoso dicho italiano es la expresión más depurada.

Las acusaciones de espionaje no siempre se limitan al ámbito de la retórica; también se convierten en realidad: lo hemos visto recientemente con los intérpretes que temían por su vida en Irak y Afganistán. Estas acusaciones, claro está, suelen ser mera excusa para otros fines: a este pretexto se agarraron los soviéticos en 1937 para asesinar a Andreu Nin, traductor de Dostoievski y Tolstói, pero también, y para su desgracia, íntimo de Trotski y azote de Stalin. Y de espías (además de «enemigos solapados del catolicismo») tildaba el muy apostólico Menéndez Pelayo al «morisco granadino llamado Casiodoro de Reina» y a otro morisco, el «intérprete de lengua arábiga» Alonso del Castillo.

Ciertamente, espías ha habido que eran traductores. Polizzotti cita a sir Richard Francis Burton y C. K. Scott Moncrieff. El primero exploró África en busca de las fuentes del Nilo, viajó a La Meca, intrigó al servicio de la Compañía de las Indias Orientales, dominó veintinueve lenguas y tradujo, entre otras obras, Las mil y una noches y el Kama sutra. El segundo se dedicó a trasladar secretos militares a Gran Bretaña mientras se regalaba la buena vida en la Italia de Mussolini y tradujo al inglés a Stendhal y a Proust, aun cuando él mismo admitía, en una carta enviada al autor de la Recherche en 1922, que «mi conocimiento del francés, como usted mismo ha dejado a la vista [...] es demasiado imperfecto». Otros, sin ser traductores, se han hecho pasar por tales: en diciembre de 1989, cuando no era más que un agente destacado en Dresde, Vladímir Putin se encaró con una turba que pretendía asaltar las oficinas del KGB, presentándose como un simple traductor. Seguramente no fue eso, sino la pistola que llevaba al cinto, lo que hizo dar media vuelta a los manifestantes.

Curioso es el caso de David Floyd. Nacido en 1914 en una familia humilde de Swindon, estudió en Oxford hacia los años en que, en Cambridge, trababan amistad los más notorios espías de la historia reciente de Gran Bretaña: Kim Philby, Anthony Blunt, Guy Burgess, Donald Maclean y John Cairncross. El fascismo estaba en su apogeo y, como muchos jóvenes, Floyd gravitó hacia el Partido Comunista, donde llegó a secretario de la sección de Oxford. Su activismo lo llevó a ingresar un par de veces en prisión y, hacia finales de los años treinta, accedió al círculo de espías que Arthur Wynn reclutaba por encargo del Kremlin.

De forma incomprensible, dados sus antecedentes, en 1944 consiguió un puesto, primero, en la embajada británica de Moscú (como traductor de ruso) y luego en las de Belgrado y Praga, desde donde, según confesión propia, facilitaba documentación a Rusia. A principios de 1950 empezaron las sospechas y se inició una investigación. En julio de 1951, Floyd confesó. Curiosamente, no hubo represalias. En mayo de ese mismo año, dos de los Cinco de Cambridge (Blunt y Maclean) se habían fugado a la URSS, el escándalo había sido mayúsculo y es posible que el Gobierno estuviera demasiado avergonzado para admitir públicamente la existencia de otro infiltrado. Sea como fuere, se consideró preferible creer que el arrepentimiento de Floyd era sincero y ofrecerle una salida honrosa como reportero especializado en «asuntos soviéticos» para el Daily Telegraph. El caso no se destapó hasta 2018, con la desclasificación de varios documentos del Ministerio de Exteriores británico. Floyd había fallecido en 1997.

A pesar de toda esta frenética actividad, Floyd también escribió y tradujo. En 1964 publicó Mao Against Khrushev. A Short History of the Sino-Soviet Conflict, donde describe las rencillas existentes entre las que denomina «las Dos Romas»; al año siguiente, Rumania. Russia’s Dissident Ally; y, en 1969, Russia in Revolt. 1905: The First Crack in Tsarist Power. Entre sus traducciones, la más destacada es la de la novela Babi Yar de Anatoli Kuznetsov.

El escritor Anatoli Kuznetsov nació en Kíev en 1929. Desempeñó múltiples oficios hasta que en 1955 se afilió al Partido Comunista de la Unión Soviética. Poco después, decidió convertirse en escritor, ingresó en el Instituto de Literatura Maksim Gorki. Su primer intento de publicar fue en 1957: envió el manuscrito de una novela corta a la revista Yunost, pero los editores alegaron que no podían aceptarlo («la censura no lo permitiría, les cerrarían la revista y a mí me detendrían, o peor, me apartarían de la literatura para siempre»). Finalmente, la obra apareció en una versión censurada sin permiso del autor. En 1960, ya con cierto renombre, Kuznetsov ingresó en el Sindicato de Escritores Soviéticos. En 1966, publicó su obra más importante, Babi Yar.

Escribe Kuznetsov al principio de la novela: «Me crie en las afueras de Kíev, en el distrito de Kurenivka, no muy lejos de un barranco cuyo nombre, Babi Yar, solo conocían las gentes del lugar [...]. Más tarde se haría famoso, de repente, en un solo día» (pp. 14-15). Se refiere al 29 de septiembre de 1941, un día antes de Yom Kipur: ese día los nazis asesinaron en Babi Yar a 33 761 judíos de la zona. Las tropas del Obergruppenführer Friedrich Jeckeln perpetraron la matanza mediante el llamado «método de la sardina»: se disponía a las personas en hileras en una fosa y se las iba ejecutando por grupos; cada grupo debía situarse justo encima del anterior; cuando la fosa estaba llena se remataba a los posibles supervivientes. Se estima que, a lo largo de la guerra, entre 100 000 y 150 000 personas murieron en el barranco de Babi Yar.

Kuznetsov llevaba desde los catorce años tomando notas de lo que se decía en relación con la masacre de Babi Yar. A mediados de los años sesenta, envió el manuscrito a la revista Yunost, que lo rechazó y le aconsejó que no se lo dejara leer a nadie a menos que recortara todos los pasajes «antisoviéticos». La novela se publicó en 1966, después de que el autor amputara algunas partes y la censura soviética expurgara unas cuantas más: por lo visto, comentarios del tipo «había tratado de escribir [sobre Babi Yar] ateniéndome a las reglas del “realismo socialista”, la única guía de escritura que conocía [...], pero la verdad de la vida real [...] perdía al punto toda su vivacidad y se convertía en algo trillado, plano, falso e insincero» (p. 14) no eran aceptables. Hasta una cuarta parte del texto desapareció en el proceso, incluidos capítulos enteros, como el titulado «Caníbales», que empieza: «La peor hambruna de la larga historia de Ucrania ocurrió bajo el dominio soviético, en 1933. Es el primer suceso de mi vida del que guardo un claro recuerdo» (p. 120).

Sin embargo, Kuznetsov se quedó con el manuscrito y siguió trabajando en él. Temeroso de que, durante uno de los registros a los que periódicamente lo sometían las autoridades, el texto fuera descubierto, lo fotografió y lo enterró en un bosque cerca de la ciudad rusa de Tula. En 1969, Kuznetsov viajó a Londres con el pretexto de investigar para un libro sobre Lenin. Una vez allí, logró deshacerse de su mamka (el agente que la policía rusa le había impuesto como acompañante) y se presentó ante las autoridades inglesas. Como ni Kuznetsov hablaba inglés ni los funcionarios, ruso, quiso el azar que lo pusieran en contacto con David Floyd, el exespía reconvertido en reportero del Daily Telegraph. Juntos acudieron al hotel donde se alojaba el escritor para recuperar la máquina de escribir de este y, sobre todo, el abrigo en cuyo forro iba cosida la película de 35 mm con el texto fotografiado de Babi Yar. Después de eso, Floyd consiguió que el Ministerio del Interior se lo llevara a un lugar seguro y le concediera el permiso de residencia. Hasta su muerte, el 14 de junio de 1979, Kuznetsov trabajó para Radio Liberty, escribió poco y, según se dice, leyó mucho, sobre todo a autores prohibidos en la URSS, como Orwell, Kafka y Zamiatin.

En 1970, Kuznetsov publicó en inglés la edición completa de Babi Yar, firmada con pseudónimo «A. Anatoli». Tipográficamente, la edición presentaba ciertas peculiaridades: marcaba en negrita los fragmentos que habían sido censurados en la primera edición rusa de 1966, y añadía entre corchetes mucho material adicional redactado por el autor entre 1967 y 1969. La traducción corrió a cargo de David Floyd. No deja de llamar la atención que el periodista dos veces traidor, por espía y traductor, fuera uno de los artífices de la defección de un autor soviético y que firmase una traducción que, tanto por el contenido como por el continente, pone de manifiesto como ninguna otra la intolerancia, el desprecio a la memoria y el afán totalitario de un régimen con el que él mismo había colaborado, con gran riesgo por su parte, dos décadas antes. A fin de cuentas, es posible que quienes creyeron en la sinceridad de su confesión de 1951 no se equivocaran. La novela no apareció de forma íntegra en ruso hasta 1991. En 2008 se publicó la traducción ucraniana, firmada por Alekséi Kuznetsov, el hijo del autor.

A lo largo de los años, la URSS se aplicó por todos los medios a camuflar la historia de Babi Yar. Como explica Kuznetsov al principio del libro, «tras la guerra, hubo en la Unión Soviética un violento estallido de antisemitismo que incluyó una campaña en contra de lo que se denominaba “cosmopolitismo”, y cualquier mención de Babi Yar estaba poco menos que prohibida» (p. 13). La versión oficial era que allí se había cometido el «asesinato de pacíficos ciudadanos soviéticos». Con el tiempo, se intentó urbanizar el espacio: se decidió rellenar el barranco, se arrasó el antiguo cementerio judío, se edificaron un bloque de viviendas y unos estudios de televisión; incluso se proyectó un estadio que nunca llegó a construirse. El coste fue enorme, no solo en términos económicos, sino en vidas humanas: en 1961, el dique que contenía la tierra lodosa con la que se pretendía rellenar el barranco cedió a causa de la lluvia, y provocó un aluvión de fango y restos humanos que sepultó un barrio entero y mató a varias personas. Según Kuznetsov, se tardó dos años en retirar los escombros: «Parecían las excavaciones de Pompeya» (p. 473). En 1966, el régimen seguía decidido a silenciar la masacre: en conmemoración del 25.º aniversario, se produjo una concentración espontánea en el lugar. Cuando la televisión se enteró, mandó cámaras; poco después, el director del canal fue despedido y la policía secreta confiscó las cintas.

Fueron varios quienes trataron de conservar el recuerdo de aquella atrocidad. Se cree que la primera fue la poeta Liudmila Titova, testigo de los hechos, con un poema que no se descubrió hasta la década de 1990. Otro fue Mikol Bazhan, a quien el PCUS obligaría a rechazar la candidatura al Premio Nobel en 1970. El poeta Yevgueni Yevtushenko (antiguo alumno, como Kuznetsov, del Instituto de Literatura Maksim Gorki) publicó en 1961, en el semanario Literaturnaya Gazeta, un poema sobre Babi Yar que empieza: «No hay monumentos en Babi Yar»; al año siguiente, Shostakóvich «traduciría» el poema de Yevtushenko al lenguaje musical con su Sinfonía n.º 13 en Si bemol menor.

La novela de Kuznetsov concluye con las siguientes palabras: «Me pregunto si algún día comprenderemos que no hay nada más precioso en este mundo que la vida y la libertad humanas. O si todavía han de cometerse más barbaridades» (pp. 477-478). El 1 de marzo de 2022, el ejército ruso bombardeó el memorial de Babi Yar durante la ofensiva contra Ucrania ordenada por Vladímir Putin, el falso traductor de Dresde.1

Nota:

(1) Sobre los espías y la traducción: Mark Polizzotti, Simpatía por el traidor, trad. de Íñigo García Ureta, Madrid, Trama, 2020, pp. 48-49; Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, Librería Católica de San José, 1880, vol. II, pp. 466-467 y 644. | Sobre los Cinco de Cambridge: Ben Macintyre, Un espía entre amigos, trad. de David Paradela, Barcelona, Crítica, 2015. | Sobre David Floyd: Olivia Goldhill, «The UK hid the story of a Soviet spy for 70 years because they felt silly for hiring him», Quartz, 25-2-2018, disponible aquí (consulta: 3-3-2022); Guy Walters, «Named after 67 years, the Oxford traitor whose spying for Russia was hushed up by MI5 became a Daily Telegraph journalist known as “Pink” Floyd», Daily Mail, 26-2-2018, disponible aquí (consulta: 3-3-2022). | Sobre Anatoli Kuznetsov: «A soviet author’s flight to the free world», Time, 8-8-1969, disponible aquí (consulta: 3-3-2022). | Sobre Babi Yar: Tony Judt, Postwar, Londres, Pimlico, 2007, p. 182; Anatoli Kuznetsov, Babi Yar, trad. de David Floyd, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1970; Timothy Snyder, Tierra negra, trad. de Paula Aguiriano, Inés Clavero, Irene Oliva y David Paradela, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2015, pp. 205-207.

viernes, 19 de agosto de 2022

Siempre hay un pelotudo que se caga en el prójimo

Hace exactamente una semana, Jonio González se quejaba en este blog a propósito de la omisión del nombre de los traductores no sólo en publicaciones periódicas, sino también en muros de Facebook donde se reproducen textos traducidos. Peor aún: en los comentarios de los lectores que se manifiestan fanáticos de esos textos, tampoco consta, como si hubieran sido escritos directamente en nuestra lengua. Hoy, González vuelve a quejarse. Y con los Sex Pistols le decimos: Never mind the bollocks.

Sí, voy a seguir breaking the bollocks

Hace un rato leo en un muro de FB un poema de Wallace Stevens, “El lugar de los solitarios”, donde el poeta habla, precisamente, “del movimiento del pensar”. Si uno busca el primer verso, en Google, en la primera entrada, repito, en la primera entrada, aparece el mismo poema reproducido en el blog Eterna Cadencia, en el cual se explica que el traductor ha sido Gervasio Ferro y el texto se ha extraído de un libro titulado Del modo de dirigirse a las nubes y otros poemas, publicado en 2013 por la editorial Serapis, de Rosario, Argentina. Pues bien, como el perspicaz lector habrá adivinado, el nombre del traductor, a pesar de lo sencillo que resulta encontrarlo, ni se menciona en el citado muro de FB. Lo más curioso, y perdón si peco de ingenuo, es que quien colgó el poema se había mostrado de acuerdo con una opinión mía, expresada hace unos días en este mismo medio, a propósito, precisamente, de quienes reproducen poemas ignorando por completo el trabajo de quien los tradujo. De igual modo se habían manifestado varios de quienes daban a conocer su gusto por el citado poema de Stevens con emotivos signos de admiración y corazones por demás conmovedores. Vuelvo, inevitablemente, al poema en cuestión: ¿qué creen que leen cuando dicen que leen? ¿En que consiste el movimiento de su pensar? ¿Imaginan que lo que leen traducido de una lengua que quizá desconocen es fruto de una suerte de milagro, no del esfuerzo y el amor hacia la poesía? Leen sin correr el mínimo riesgo, ni siquiera el de dedicar un minuto a buscar el nombre de quien hace posible esa lectura.