viernes, 28 de diciembre de 2012

Hay que dejar de traducir


A.E. haciendo la cola para ir al baño en el CCEBA
Para cerrar el año de la mejor forma posible, un excelente artículo del inefable Andrés Ehrenhaus, que permite reflexionar sobre la situación del traductor aquí, allá y acullá.

Poca broma: traducción profesional
en Argentina (y España)
  
De todas las preguntas que puede hacerse hoy en día un traductor de libros, esto es, de obras cuya propiedad intelectual pertenece o perteneció a un autor físico y que, una vez traducidas, se editan y publican para su eventual distribución y venta, hay una que las supera a todas en incordio e incomodidad: ¿por qué demonios no puedo ganarme dignamente la vida ejerciendo de modo regular mi actividad? De acuerdo, eliminemos el dignamente de la pregunta. Aún así no se disipan ni el incordio ni la incomodidad, entre otras cosas porque la pregunta, como esa trompeta lejana de Charles Ives, no parece tener respuesta efectiva. Sin embargo, el hecho de que no parezca tenerla no elimina el problema, que el traductor, acuciado por las perentoriedades de la vida, acaba resolviendo como malamente puede: en una inmensa mayoría de casos, compensando esa carencia aparentemente intrínseca mediante una serie de actividades o labores complementarias, a menudo mejor remuneradas que aquella para la que está paradójicamente capacitado. Pero, ¿es realmente intrínseca esa carencia? ¿Forma parte inalienable del karma del traductor la imposibilidad de ganarse la vida profesando y sólo profesando la traducción (aquí en Argentina, en Latinoamérica, en España y, a la vista de las estadísticas, literalmente en todo el mundo, salvo exóticas excepciones)?

Cuando una pregunta se repite incansablemente sin dar con una respuesta aceptable corre el riesgo de perder todo empaque y vigencia, de volverse roma, blandengue, aburrida y contraproducente, como si de un rezongo vacío y caprichoso se tratase. ¡Vacío y caprichoso!, piensa uno. Pero si estamos hablando de mi profesión y mi sustento. Y vuelve a formularla (igual, igual que la trompetita de Charles Ives). Y ya que estamos citando nombres al tuntún, esa reformulación tediosa corre un riesgo aún mayor, cual es el de quedar partido en cuatro por la navaja inoxidable de Occam, aunque sólo sea porque, para dejar de oírla, no hay mejor medicina que la respuesta más sencilla: sí, es del todo imposible que un traductor de libros viva exclusivamente de su profesión. ¿Contento ahora? ¿Ves lo que conseguiste con tu insistencia?

Quizás, llegados a este punto, convenga pisar el freno y hacernos una pregunta sobre la pregunta. Quizás el hecho innegable de que los traductores no puedan dejar de tropezar con ella no significa precisamente que sea la pregunta adecuada. Quizás la pregunta adecuada sea otra. Otra, sí, pero, ¿cuál? Antes de seguir especulando en el vacío, busquemos un par de puntos de apoyo objetivables en los que descansar nuestros desconcertados pies. Si nos remitimos a las fuentes oficiales, verbigracia el Diccionario y la Ley, descubrimos no sin cierto estupor que la dupla traductor profesional está indolentemente instalada entre la metáfora y el chiste bobo. Empecemos por la aportación del diccionario, que es la más aquerenciada al lugar común. En el DRAE (que se presenta a sí mismo como EL diccionario de LA lengua española y, por tanto, de ser esto cierto, cumple con creces con la oficialidad aludida) podemos comprobar que traductor es, lisa y llanamente: 1. adj. Que [sic] traduce una obra u escrito. Y que traducir es: (Del lat. traducĕre, hacer pasar de un lugar a otro). 1. tr. Expresar en una lengua lo que está escrito o se ha expresado antes en otra. 2. tr. Convertir, mudar, trocar. 3. tr. Explicar, interpretar.

Hasta ahí, todo en aparente orden. El diccionario, depositario de siglos de saber amontonado, obvia olímpicamente cualquier referencia a los aspectos laborales o crematísticos de la actividad referida. Pero, ¿es ésta una característica común a las deficiniones de otras profesiones u oficios?  Veamos qué pasa con arquitecto: 1. m. y f. Persona que profesa o ejerce la arquitectura. Con ingeniero otro tanto. Con abogado el DRAE va un buen trecho más allá: 1. m. y f. Licenciado o doctor en derecho que ejerce profesionalmente la dirección y defensa de las partes en toda clase de procesos o el asesoramiento y consejo jurídico. Nos preguntamos entonces si no estaremos picando quizás un poco demasiado alto, y buscamos cocinero: 1. adj. Que cocina. 2. m. y f. Persona que tiene por oficio guisar y aderezar los alimentos. ¿Y pintor? 1. m. y f. Persona que profesa o ejercita el arte de la pintura. 2. m. y f. Persona que tiene por oficio pintar puertas, ventanas, paredes, etc. ¡Ahá! ¿Y jardinero? 1. m. y f. Persona que por oficio cuida y cultiva un jardín. Tipógrafo: 1. m. y f. Persona que sabe o profesa la tipografía. Y así en adelante. Todas esas personas profesan; no así el traductor.

Veamos, pues, en qué consiste esa profesión: 3. f. Empleo, facultad u oficio que alguien ejerce y por el que percibe una retribución. Más interesante y sugestiva aún resulta la voz profesional: 1. adj. Perteneciente o relativo a la profesión. 2. adj. Dicho de una persona: Que ejerce una profesión. U. t. c. s. 3. adj. Dicho de una persona: Que practica habitualmente una actividad, incluso delictiva, de la cual vive. Es un relojero profesional. U. t. c. s. Es un profesional del sablazo. 4. adj. Hecho por profesionales y no por aficionados. Fútbol profesional. 5. com. Persona que ejerce su profesión con relevante capacidad y aplicación. No hace falta ser un campeón de la hermenéutica para advertir que, si por el Diccionario fuese, los traductores ni siquiera entrarían en la amplia categoría soslayada por la acepción 3: persona que practica habitualmente una actividad, incluso delictiva, de la cual vive. Traducción y profesión (u oficio o actividad o empleo) son términos que en nuestro diccionario de referencia no se combinan ni de carambola. Y aunque no seamos tan ingenuos para pensar que la realidad está configurada por las definiciones, tampoco lo somos para negar que las definiciones son parte de la realidad, incluyendo aquí las que se apolillan, marchitan o momifican en los mausoleos o cementerios que –alegarán algunos- son los diccionarios. Porque lo alegarán, eso seguro.

Pasemos ahora a la aportación de la Ley a la metáfora o el chiste bobo de la traducción profesional y echemos una frugal pero atenta mirada a la legalidad vigente en España y Argentina en busca de referencias a la traducción o a los traductores. De entrada, descubriremos que esas menciones no sólo existen sino que aparecen en el cuerpo de las respectivas leyes de propiedad intelectual, regulando con considerable detalle la actividad en sus aspectos tanto morales como crematísticos. Puesto que tales leyes son, además, relativamente breves, elocuentes y claras, no es inusitado que tengamos la sensación de haberlas entendido al leerlas a pesar de ser legos en la materia. Lo primero que llama la atención es la prontitud con que se define en ellas al traductor como autor de la obra derivada que es su traducción y, por tanto, como titular de la propiedad intelectual de la misma. Este concepto no es nuevo ni mucho menos: ya figuraba como tal en la ley española de propiedad intelectual de 1879, antes incluso de que lo hicieran iniciativas de alcance internacional como la Convención de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas suscrita en 1886 y la más tardía y específica Recomendación de Nairobi de 1976 (subtitulada “Protección jurídica de los traductores y las traducciones. Medios prácticos para mejorar la situación de los traductores”). También recoge este extremo la Ley 11.723 de Régimen Legal de la Propiedad Intelectual argentina, promulgada en 1933, en su Artículo 4º c. Queda más que claro, pues, que a efectos legales el traductor es propietario intelectual de una obra de la que se derivan derechos tanto morales como patrimoniales. No vamos a abundar en todas las menciones ad hoc de las respectivas leyes pero sí en las que inciden tajantemente en la condición laboral del traductor/propietario.
La mencionada ley española de 1879 tardó más de cien años en ponerse á la page. En 1987 vino la modernizada LPI a dejar algunas cosas, al menos en la letra, en su sitio. Hasta entonces, el editor podía contratar a un traductor como si fuese un instalador de azulejos (te hago una factura, te pago el trabajo y los azulejos son míos) sin que hubiera instrumentos legales efectivos para impedirlo. La LPI y su texto refundido en 1996 delimitan con bastante crudeza cuantitativa las circunstancias y duración de la cesión -¡ojo! jamás la venta- de los derechos específicamente patrimoniales del traductor/propietario (los morales son, para la ley, irrenunciables e inalienables) y obligan al editor/cesionario, es decir, a quien los adquiere temporalmente a, por ejemplo, formalizar por escrito los términos de dica cesión (Art. 45), remunerar de manera proporcional y equitativa al cedente (Art. 46.1), especificar en el contrato entre las partes los alcances y tirada de la edición (Art. 60.3), además de satisfacer cumplidamente todos los derechos morales del autor. ¿Qué supuso todo esto para los traductores que venían poniendo azulejos para la industria editorial española en los años 70 y 80? Que, de pronto, o no tan de pronto porque muchas editoriales y, en especial, las de gran tamaño y aparato, fueron asimilando sus obligaciones con reticencia y desagrado y las pequeñas entendieron que la ley insultaba su compromiso vocacional con la cultura, el traductor era lo más parecido, al menos ante la ley, a un profesional autónomo y que, a diferencia de lo que plantea y sigue planteando EL diccionario que ellos mismos usaban como referencia para llevar a cabo su actividad, la traducción era, es, debería ser un medio profesional de ganarse la vida. Y sí, dignamente, qué caray.
La ley 11.723 argentina es más avanzada para su época pero, a la vez y sin duda por eso, menos avanzada para ésta. De todos modos, el marco legal con que se propone regular la actividad de los traductores de libros es igualmente tajante respecto de la profesionalidad de la actividad. Como vimos, reconoce al traductor la titularidad del derecho de propiedad intelectual de su obra y lo limita en el tiempo, al igual que su homóloga española, a 70 años transcurridos tras la muerte del autor. También obliga al editor a contar con el permiso explícito del traductor para poder publicar, distribuir y vender la traducción, formalizando dicha relación en forma de contrato escrito (Art. 37) y contando solamente con los derechos vinculados a la impresión, difusión y venta, sin poder alterar el texto y efectuando correcciones de imprenta si el autor se negare o no pudiere hacerlo (sic, Art. 39). Obliga asimismo al editor a que haga constar en el contrato el número de ediciones y el de ejemplares de cada una de ellas, como también la retribución pecuniaria del autor o sus derechohabientes, considerándose siempre oneroso el contrato salvo prueba en contrario (Art. 40). He aquí una diferencia de peso entre la legislación argentina y la española: aunque se habla de remuneración, no se la vincula a ningún tipo de sistema, ni siquiera conceptual o abstracto (como la proporcionalidad y equitatividad aludidas en la LPI) y, lo que es más jorobado todavía, abre la posibilidad de pactar en contrario del carácter oneroso del contrato, es decir, de regalar el valor de cambio de su laburo. Encima, no acaba de despojar al traductor del carma del azulejista. El Artículo 38 dice textualmente: El titular conserva su derecho de propiedad intelectual, salvo que lo renunciare por el contrato de edición. O sea, le permite regalar el valor de uso de su laburo. Y al editor aceptarlo, claro. Tampoco establece un tiempo finito de duración del contrato (Art. 44).
Ah, bueno, diría uno. Bastaría entonces con poner al día la dichosa 11.723 (tarea inaplazable y obligada) y seguir los pasos de la no menos dichos LPI española para dotar a los traductores argentinos de las herramientas laborales que necesitan para ejercer dignamente (¡y dale!) su profesión y vivir de ella. Pero ojalá fuera tan fácil como eso. Porque se da el caso de que los traductores de libros que trabajan para la industria editorial española tampoco pueden hacerlo del todo, por más herramientas legales (siempre escasas y paradojales, por cierto) de que dispongan. Vaya uno a saber qué entiende la Ley (de hecho, la Ley no entiende nada porque no es una persona humana; los que entienden o deberían hacerlo son, en todo caso, los legisladores) por remuneración proporcional y equitativa, pero sea lo que sea eso, no existen en España, ni hoy ni desde que la LPI se promulgó, traductores que puedan vivir exclusivamente de su actividad, salvo, como ya dijimos antes, exóticas y contadísimas excepciones. Pero una profesión no es tal si sólo funciona con cuentagotas, ¿verdad? Todo lo cual nos remite sísifamente a la pregunta inicial y a la sensación de que, entre EL diccionario y LA ley no están tomando groseramente EL pelo.
En todo caso, no son ellos los que le pagan al traductor. Al traductor le paga, o debería pagarle, el editor. El editor es un señor que vende libros a cambio de dinero. Del margen que esa venta le deja saca sus ganancias. Ese margen depende de lo que le cuesta producir cada ejemplar y del neto que recibe a cambio cada vez que vende uno. Si el libro que produce y vende es una traducción, obtendrá un margen mayor cuanto menor sea la retribución, proporcional, equitativa o ninguna, que le exija el traductor. Sí, subrayemos exija. Si los traductores exijieran mayores retribuciones (en ningún modo caprichosas, apenas las necesarias como para vivir de traducir con regularidad, igual que un médico, un abogado, un cocinero o un azulejista viven de ejercer sus respectivas actividades con regularidad), ¿se publicarían menos traducciones? ¿Se reduciría sensiblemente el número de nuevos títulos de autores extranjeros publicados anualmente en castellano? ¿Estaríamos, a mediano plazo, ante el fin de la traducción, no ya como profesión real y efectiva sino como actividad en sí? ¿Es acaso sostenible o, cuando menos, sensato que miles y miles y miles de traductores en todo el mundo tengan que preguntarse día tras día si llegarán alguna santa vez a fin de mes sin tener que recurrir a actividades complementarias para las que no se han formado ni están necesariamente capacitados? ¿Tiene sentido seguir traduciendo si no se puede vivir de ello? ¿Qué clase de ONG unipersonal es el traductor? ¿Y de dónde saca los subsidios? ¿Cómo come? ¿Para qué gastan los estados y sus ministerios de Educación en la formación de profesionales que jamás podrán ejercer plenamente como tales? ¿Qué clase de broma infame es esta?
Quizás la única respuesta sensata y sencilla como la navaja inoxidable de Occam a la vieja pregunta insistente y aburrida sea dejar de traducir, punto. No traducir nada más, nunca más. No como medida de fuerza ni como ingenuo planteo huelguístico sino como única respuesta sensata y sencilla. Como única manera de hacer callar esa trompeta de Charles Ives. Si no se vive de esto, ¿para qué hacerlo y preguntarse eternamente por qué? Mejor colocar azulejos.
Traductores del mundo, ya no traduzcan, ya no traduzcamos más. Que traduzcan ellos.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Nuevo blog dedicado a la traducción de poesía

Carlos Vitale (Buenos Aires, 1953) es un poeta y traductor argentino residente en Barcelona. En su momento hemos señalado la existencia de Via Sole (aquí), su blog dedicado a la poesía italiana. Ahora, acaba de llegarnos la información de que ha abierto El Transbordador (ver/), un nuevo blog dedicado a la traducción de poesía, donde además de los textos que él traduce, están también los de otros traductores invitados. Mucha suerte.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Cualquier parecido con la realidad, etc.

Un interesante artículo publicado en la revista Ñ del sábado 22 de diciembre, con firma de Carolina Tossi. Según la bajada, "Una lectura atenta de los textos que escribieron Hernán Cortés y Cristobal Colón deja ver una misión colonial de sometimiento político reforzada en lo discursivo".

La conquista también fue una guerra lingüística

Las palabras están allí: adormecidas y ocultas, hasta que alguien las despierta y las saca del letargo del documento archivado.

En este caso, Valeria Añón –doctora en Letras, investigadora del Conicet y docente en las Universidades de Buenos Aires y La Plata–, a través de un exhaustivo trabajo de investigación, logra llevar a cabo esta tarea y propone una nueva mirada sobre algunos de los textos fundantes del archivo latinoamericano. Desde un enfoque crítico y a partir de una rigurosa reconstrucción histórica y cultural, analiza el discurso de las crónicas de la Conquista de México.

Retomando las líneas metodológicas de sus trabajos anteriores –entre ellos, la edición y redacción del prólogo y las notas a la Segunda carta Relación y otros textos de Hernán Cortés y Diario, cartas y relaciones. Antología esencial de Cristóbal Colón– en su reciente libro, La palabra despierta. Tramas de la identidad y usos del pasado en crónicas de la Conquista de México (los tres volúmenes publicados por editorial Corregidor), la autora ofrece una aproximación original respecto de los textos coloniales y resignifica sus alcances.

La investigación defiende el postulado de que la Conquista no es un proceso que atañe solamente al uso de armas o a las luchas empíricas, es decir, las libradas en campos de batalles “reales”, sino que también involucra los enfrentamientos discursivos, producidos mediante “artillería” argumentativa.

Desde esta perspectiva, el discurso puede ser considerado como una zona bélica, donde para poder sobrevivir es necesario emplear bien las estrategias lingüísticas que, entre otros fines, permiten construir una imagen apropiada del cronista o una representación del “otro” que justifique su sometimiento. De este modo, las crónicas brindan herramientas histórico-legales para la conformación del imperio español y delinean ideales de ocupación y de guerra, intentando demostrar las ventajas de una conquista no autorizada, atravesada por ilegitimidades y rebeliones.

Se producen, así, verdaderas luchas por el sentido a partir de intereses, reclamos, herencias y legados. Tal como explica Añón, “el narrador asume la escritura como enfrentamiento; en el rival que elige para sus diatribas se juega también su valentía y el enaltecimiento de su propia imagen. Esto es así tanto en los relatos de batallas como en esa otra batalla: la de la reescritura de la historia”.

Si bien las crónicas requieren de la narración para construir el relato de la experiencia personal, la dimensión argumentativa se vuelve fundamental para sostener las polémicas y los reclamos, que se concreta mediante la apelación a otras tradiciones discursivas y tipos textuales –como el discurso legal, el escatológico, el providencial, la biografía, los anales, el relato de viaje, etcétera–.

De ahí que el discurso historiográfico puesto en escena en las crónicas se articula en el cruce de fórmulas legales, políticas, retóricas y literarias y, a la vez, muestra la tensión entre los polos de la narración y la argumentación.

La investigación pone el foco sobre la trama de voces y tradiciones que confluyen, divergen e, inevitablemente, entran en tensión.

De esta forma, como los hilos de un quipu que se entrelazan, los sentidos entretejen la trama del discurso de la Conquista. En ella convergen las tramas de la identidad, donde se bosquejan las fronteras, los cautivos y el problema de la lengua; las tramas de la violencia, en la que emergen los primeros contactos, la aprehensión del “otro” y las matanzas; las tramas del espacio cimentadas en las primeras fundaciones urbanas (Villa Rica) y las antiguas ciudades indígenas y, finalmente, se bosquejan las zonas textuales del fracaso en torno a dos hechos específicos: la expedición a las Hibueras y la derrota española en la Noche Triste.

Si el proceso de la Conquista consistió en el desplazamiento por el territorio latinoamericano y el sometimiento del “otro” indígena, la escritura de las crónicas también implica un recorrido dinámico por diversos tópicos, así como la representación de un “nosotros” y un “otro” en términos de movimiento.

Por un lado, se fundan las concepciones de la identidad y la alteridad a partir de la definición de un “yo” enunciador, cuya autoridad se construye en virtud del excluido.

Por otro lado, se vislumbran los usos del pasado que configuran la memoria en una dinámica constante; de este modo, “memorias e historias buscan volver inteligible el pasado, brindar sentido al desencuentro, la destrucción y el cambio”. En este punto y respecto de la representación del espacio, se observa cómo es vital la mirada retrospectiva, en la medida en que, evocando a ciudades españolas o mesoamericanas, las crónicas erigen distintos tipos de urbes con funciones textuales específicas: las ciudades aliadas (Cempoala), las ciudades del castigo y la matanza (Cholula), las ciudades deseadas y destruidas (Tenochtitlan).

Vale destacar que la investigación no sólo indaga el relato del conquistador –las epístolas de Hernán Cortés y la “Historia” de Bernal Díaz del Castillo–, sino también las voces autóctonas, que sobrevivieron en secreto huyendo del sistemático proceso de destrucción. Y ese es otro gran logro de La palabra despierta : evidenciar los textos mestizos, la configuración del enunciador y del “otro” español y los mecanismos de autocensura desplegados.

Sin dudas, las crónicas de la Conquista se escriben “a partir o en contra del silencio”, y la reconstrucción crítica que realiza Añón habilita una novedosa interpretación sobre las distintas tramas discursivas, iluminando lo dicho pero también lo indecible por ser “radicalmente otro”.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Nuevo libro de Circe Maia

La gran poeta y traductora uruguaya Circe Maia acaba de publicar La casa de polvo sumeria, un volumen editado por Rebeca Linke Editores, donde, según el anuncio que lo promociona, “Una poeta dialoga con otros poetas, traduce sus palabras, hurga en sus intenciones y sus logros mezclando la reflexión filosófica, el análisis literario y la experiencia de vida y de poesía en una obra diferente a la anterior y, sin embargo, profundamente semejante”. A continuación, y como despertar el apetito, copiamos la Introducción.

Introducción

Hemos reunido en este libro algunos textos que ya habían sido publicados en revistas y semanarios literarios como Diario de Poesía, de Buenos Aires o Brecha y El País Cultural de Montevideo. Otros han sido añadidos pues continúan siendo ejemplos de la misma búsqueda de conexiones en el pensamiento poético de variados autores, en diferentes lenguas y épocas. Otras veces se trata de dos o tres poemas del mismo autor en los que se desarrolla la misma idea poética de un modo diferente.

En especial nos han interesado los textos con directa vinculación a «cosas vistas y oídas», o tal vez imaginadas, pero en forma muy concreta. Los poemas van acompañados de breves comentarios que de ninguna manera pretenden ser ensayos.

Cuando no está indicado el traductor, la versión es propia. En algunos casos hemos acompañado la traducción con el texto original.

Sobre la traducción en poesía recordemos las palabras de George Steiner en su obra Después de Babel. Allí nos dice que cada lengua es una casa de recuerdos y secretos que comunica al extranjero solo sus intuiciones más superficiales, las menos valiosas. Al comenzar a traducir poesía griega contemporánea hemos recordado con desánimo esas palabras… Sin embargo, los traductores experimentamos a veces grandes alegrías. Por ejemplo, lo que se oye como una expresión trivial revela su escondida metáfora en el proceso de traducción. Algunas expresiones lingüísticas que se han vuelto sin interés para los hablantes adquieren nueva vida en el otro idioma. Un ejemplo concreto: los colores «abiertos», en griego, aparecen como una metáfora muy especial en español para señalar colores más claros. A su vez, la idea de una flor hecha de oro está todavía muy viva en nuestra palabra «crisantemo», pero los hablantes de esta lengua hemos perdido esta asociación.

Naturalmente, hay expresiones intraducibles, como cuando Kavafis utiliza ambas formas de la lengua griega —la purista y la popular— en el mismo poema, para lograr un efecto poético particular. Sin embargo, pueden lograrse otros efectos apelando a las posibilidades sonoras y rítmicas del castellano. Creemos que es deseable que la poesía sea traducida como poesía, es decir que no se pasen por alto los elementos formales, especialmente rítmicos que hacen del poema un poema, justamente, y no otra cosa.

En cuanto a los poetas de lengua inglesa, creo que entre ellos es Ezra Pound quien más se ha interesado por la traducción de poesía. Así distingue las imágenes visuales, que pasan sin dificultad de una lengua a otra, de la música propia de cada una, sonoridades que un oído sensible puede captar y, por último, lo más difícil: las asociaciones propias de las palabras de cada idioma que producen una «danza del intelecto» entre ellas. De cualquier manera, el traductor puede aportar una nueva «danza del intelecto» entre nuevas palabras… Con este pensamiento consolador podemos continuar traduciendo.

Por otra parte hemos hablado algunas veces de la existencia de una «traducción primaria» que todos los poetas hacemos al trasladar a palabras experiencias no-lingüístícas, aun las más aparentemente simples experiencias sensoriales. Las imágenes —sean de los sentidos, del recuerdo o de la fantasía— son siempre silenciosas; las palabras, en cambio, siempre resuenan. Aunque estén escritas, se las oye sonar interiormente al leerlas. Este contraste entre sonoridad y silencio obliga al que quiere pasar de unas a otras a una difícil tarea.

Las palabras son a la vez nuestro refugio y nuestro puente hacia las cosas y hacia los demás. En este sentido hemos hablado de la poesía como un «salirse de uno mismo». Sabemos que el texto primario de la vida es un abrirse al exterior, traer de allí su alimento y asimilarlo. También es así el gesto elemental de la mirada: hacia fuera. También lo es la poesía: una mirada que nos lleva hacia el mundo, sin dejar de irradiar de un centro íntimo.

Este libro está dividido en tres partes pero en todas aparece la presencia de imágenes, las que a veces se encadenan unas a otras por hilos narrativos: son historia, son mitos. Esta es la primera fuente de poesía. El pensamiento mítico no es solo prefilosófico, sino que existe permanentemente en todas las épocas. Los más antiguos todavía nos atraen, porque de algún modo nos «traen» también , a nuestra realidad.

A algunos de ellos está dedicada la primera parte del libro. La segunda lleva como título «Paralelismos» porque estos textos elegidos son muy diferentes —no se encontrarán nunca— salvo en la dirección común en la que marchan juntos. La última parte del libro es la más extensa y lleva como título aquella «difícil tarea» de la que hablamos: «Desde las imágenes a las palabras».

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Bruno Schulz: una vida póstuma renovada

Un artículo firmado por Álvaro Matus y publicado por La Tercera, de Chile, el 18 de octubre pasado, a propósito de la publicación de una traducción local del extraordinario narrador Bruno Schulz (foto; 1892-1942), realizada por Daniel Barros.

Luces del pasado

Aunque trata de un oficio muchas veces denostado, el trabajo de traductor es uno de los más nobles y necesarios que existen: para el autor es quien lo incorpora a otra lengua, a otra tradición, mientras que para el lector es quien le abre la puerta a un mundo desconocido e inaccesible. Es lo que ha hecho Juan José del Solar al trasladar a nuestro idioma las novelas de Robert Walser. O Sergio Pitol, traductor de Conrad, Henry James y Gombrowicz.

En Chile han aparecido traducciones que resuelven de manera ejemplar la tensión entre fidelidad y libertad. Pienso en el Aullido de Ginsberg a cargo de Rodrigo Olavarría, los ensayos de Beckett traducidos por Marcela Fuentealba y Leseras, la versión de Leonardo Sanhueza de los poemas de Catulo. A ellos se agrega el brillante trabajo de Daniel Barros, cuya traducción de La calle de los cocodrilos, de Bruno Schulz, se enmarca dentro de una tendencia mayor: el rescate en todo el mundo de la literatura centroeuropea de entreguerras.

Bruno Schulz nació en 1892 en Drohobycz, una pequeña ciudad de Polonia de la que prácticamente nunca salió. Los cuentos de La calle de los cocodrilos constituyen la historia alucinada de su familia y transcurren en ese ambiente gris, provinciano, donde el principal enemigo es el aburrimiento. Todo está contado a la luz de la rica imaginación de un niño cuyo padre comienza a comportarse de manera extravagante, obsesionando con la idea de salvar el mundo. Ante el desdén de quienes lo rodean, el hombre empieza a vivir cada vez más disociado de la realidad, mucho más cerca de las palomas y los maniquíes que de la insensibilidad humana.

La descomposición material y valórica que muestra Schulz se asemeja a la que narraron Joseph Roth, Robert Musil, Italo Svevo, Sándor Márai y otros narradores centroeuropeos que hoy están siendo profusamente reeditados. Y aquí volvemos al tema de las traducciones, pues permiten que las novelas originales tengan una vida póstuma renovada. Ahora bien, ¿a qué se debe este interés por historias protagonizadas por soldados orgullosos, funcionarios mediocres y amantes que se reúnen en balnearios donde nunca hace demasiado calor? ¿Qué relación hay entre ese gigantesco ropero apolillado que era el imperio de los Habsburgo, con sus mitos, jerarquías y burocracia, y el veloz, pragmático e informal mundo actual? ¿Por qué estos libros conectan con la sensibilidad de los lectores del siglo XXI?

El desmembramiento del Imperio Austro Húngaro fue algo más que el fin de un sistema de gobierno: lo que se desplomó fue una forma de vida, una cultura en la que convivía una población que hablaba cerca de 15 idiomas y que permitió la integración de católicos, musulmanes, protestantes y judíos. La intensidad con que se les movió el piso resulta equiparable a la que vivimos tras la caída del muro de Berlín, cuando todo se volvió más incierto: el mapa se volvió a ordenar (o a desordenar) y empezó el sálvense quién pueda, echando mano al nacionalismo (los Balcanes), a las guerras por el petróleo (EEUU en Irak), al terrorismo religioso (Osama y Cía.) y a la especulación financiera (la última crisis económica). A veces las traducciones responden a una demanda del presente: son una luz que proviene del pasado.

martes, 18 de diciembre de 2012

Dos libros fundamentales


“Poeta, traductor, sociólogo y experto en temas japoneses, el argentino Alberto Silva publicó los dos primeros volúmenes de una obra monumental sobre el zen y su diálogo con Occidente”, reza la bajada de la nota publicada por el escritor, traductor y periodista Pablo Gianera, en el diario La Nación, de Buenos Aires, el 26 de octubre pasado.



Traducir una experiencia

Episódicamente (en lapsos de décadas, de siglos), Occidente traduce el Lejano Oriente. Como suele ocurrir también con las traducciones en la literatura, cada época necesita un Oriente leído en sus propios términos, en su propia lengua. Muchos de esos traductores, generosos aduaneros de la cultura, fueron viajeros, como Marco Polo o Lafcadio Hearn; otros, filósofos como Eugen Herrigel y Alan Watts, o incluso teólogos como Richard Wilhelm. En la Argentina, está incluso el modesto caso de El zen y la crisis del hombre , volumen ínfimo, apretadísimo, que D. J. Vogelmann, traductor él mismo, publicó en Paidós en los años sesenta. El argentino Alberto Silva se inscribe en esa genealogía y concentra varios de los atributos de sus predecesores: es poeta y viajero (vivió varios años en Japón), pero también sociólogo y un traductor de haikus tan fino que en sus versiones consiguió el milagro de la invisibilidad que persigue todo auténtico traductor. Pero su empresa es mucho más ambiciosa: cuatro volúmenes que interrogan cómo entender actualmente el zen -en sí mismo una relectura del mundo- desde Occidente, es más, desde la Argentina.

En los dos primeros, los únicos publicados hasta el momento, Zen 1. Ruta hacia Occidente y Zen 2. ¿Qué decimos cuando decimos experiencia? , la pregunta de Silva, como por otra parte la de Vogelmann en su momento, podría ser "¿por qué el zen?" En su respuesta, toma inicialmente distancia de Daisetsu Suzuki. A diferencia del influyente divulgador, Silva no habla de "budismo zen" y, en la senda tutelar de Eihei Dogen, fundador en el siglo XIII de la escuela soto del zen japonés, cree que el zen es ante todo zazen, "la práctica que lo hace posible, un simple sentarse a verse respirando". Fue el propio Dogen quien en su obra maestra Shobogenzo observó: "El incienso, la reverencia y la oración ante la imagen de Buda, la lectura de los sutras son, ya desde el comienzo, completamente innecesarios". Pero entiéndase bien: Dogen, como se ocupa de señalar Silva, no desdeñó nunca el budismo que habita en el zen; en todo caso, entendió que el zazen , esa meditación sentada, constituía el "cumplimiento de la ley de Buda". El gesto parece simple, pero la experiencia es insondable. Esa experiencia personal, la experiencia de un cuerpo y asimismo"pedagogía radical de la libertad", es la que soliviante a Silva.

El viaje que lleva del sánscrito dhyana al chino ch'an y de allí al japonés "zen" no es solamente lingüístico; encierra distintas variedades de la experiencia. Silva sigue ese itinerario, pero no lo hace cronológicamente; su preocupación eminente no es ésa sino una de otro orden: construir el zen como objeto, como discurso comprensible. Así como existe un "zen japonés", bien podría existir un "zen occidental". Silva se ocupa de esa posible cercanía, de ese "advenimiento", aunque no se le escapa que el día que exista un zen occidental, "lo adjetivo (occidental) se volverá sustantivo (zen)".

El "punto de vista", según lo llama él mismo, es muy abierto. Zen 1 y Zen 2 no son libros de historia ni ensayos académicos ni poéticos ni filosóficos. No son nada de eso, y en cierto modo sí lo son. Silva tienta un ensayo tan sincrético como su objeto; entra y sale de la primera persona y se sirve tanto de referencias orientales como de Peter Sloterdijk, Jacques Derrida, Jacques Lacan, Jean-Paul Sartre o Marcelo Cohen. Se sirve, en fin, de lo que necesita para despejar el terreno y no confundir "lo" zen con sus efectos, lo que implica impugnar la perversión instrumental de la autoayuda sin ceder a la estetización ritualista. "Sin duda hay efectos de la literatura y la plástica del zen que fascinan a los occidentales, entre ellos la lógica contradictoria de los sermones magistrales o los koan (paradojas, calembours, retruécanos), o el estallido de lucidez de un instante, captado en un acuarela sumié, así como el talante antidogmático y contestatario del haiku [.] Sin embargo, limitarse a dichos efectos sería tomar el rábano por las hojas."

Se le debe a Arthur Schopenhauer la introducción del orientalismo en Europa; su filosofía de efecto retardado (publicó su sistema entero, El mundo como voluntad y representación , en 1819, pero el pensamiento europeo acusó su influjo a partir de la segunda mitad del siglo XIX) le aplicó a Kant el correctivo del hinduismo. No es ése sin embargo el eje que Silva elige para abordar la relación del zen con Occidente. El primer volumen dedicaba un capítulo al examen de las ramificaciones orientales de la filosofía de Martin Heidegger, bisagra con lo lejano pero no puente con él. Zen 2 empieza también en ese punto. Silva no encuentra solución de continuidad entre el "salto", springet , de Kierkegaard, el Sprung heideggeriano y ese otro salto del zen, el que lleva de lo conocido a lo desconocido. Hay una diferencia entre hablar sobre un río y ponerse a nadar. "El zen no se ciñe a señalar un salto que por supuesto considera necesario realizar. El zen salta y se zambulle debajo del agua. Y no sólo nada sino que busca hacerse salto.".

Pero, se pregunta Silva, "¿se puede hacer teoría de lo que se ofreció antes que nada como práctica?". El autor, como un arquitecto, es fiel a su objeto construido. Para el zen, como para él, el camino es la meta y, por eso mismo, no tiene meta.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Juan Bonilla se toma la molestia

Juan Bonilla es uno de los más interesantes escritores españoles actuales. Poeta, narrador y ensayista, ha comenzado a publicar Biblioteca en llamas, un blog en el diario El Mundo.es . Su primera intervención, que por su pertinencia se recomienda especialmente y que puede verse aquí, trata sobre la Navidad. Así que ya saben: jingle bells, jingle bells.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Escenas de franquismo explícito

Flor Ragucci firma el siguiente artículo, publicado hoy en el diario argentino Página 12, a propósito de una polémica ley de educación que propone el PP español y que ha motivado todo tipo de protestas. A los efectos de este blog, hay toda una parte referida a las lenguas que se hablan en las distintas autonomías españolas y sobre la manera en que las autoridades pretenden relegarlas. Dada la desinformación de muchos medios españoles (con El País a la cabeza), acaso la noticia le sirva a los usurarios de este blog de esa procedencia

La impopular educación del PP

En defensa de la enseñanza pública y contra la polémica reforma educativa que pretende llevar a cabo el ministro de Educación, José Ignacio Wert, miles de personas se manifestaron ayer en toda España. Profesores, alumnos y familias de más de treinta ciudades salieron a la calle bajo el lema “Ni Lomce (Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa) ni recortes”, vestidos en su mayoría con las camisetas amarillas que son ya todo un símbolo de la lucha en favor de la enseñanza pública. Y si este color está tan instaurado es porque lleva tiempo tiñendo las calles y las escuelas. El rechazo de la comunidad educativa hacia la “reforma Wert” viene siendo casi unánime desde que en abril se dictó el primer decreto para aumentar las ratios de alumnos por aula, incrementar las horas lectivas del profesorado o limitar las sustituciones de los maestros. Pero, durante la última semana, la difusión del anteproyecto de la Lomce terminó de disparar las alarmas, sobre todo, en las comunidades autónomas que poseen idioma propio.

Cataluña lleva, en tan sólo cinco días, dos jornadas de protesta con millares de personas convocadas por el MUCE (Marco Unitario de la Comunidad Educativa) y una cumbre de emergencia a la que asistieron todas las fuerzas políticas autonómicas para frenar la aplicación de una ley que es considerada como “un ataque” a su modelo de enseñanza y su lengua. El borrador de la normativa prevé relegar el Catalán a una asignatura de “especialidad” por detrás de las troncales (Biología, Física y Química; Geografía e Historia; Lengua; Matemáticas; Idioma extranjero) y las materias que la nueva ley llama “específicas” (Educación física, Música, Plástica, Religión o segunda lengua extranjera, entre otras), además de garantizar la escolarización en castellano en colegios privados, a costa de las arcas autonómicas. Desde el MUCE rechazan “este intento de desmantelar un modelo de escuela que, durante más de 30 años, ha demostrado su éxito” y, por su parte, los partidos acordaron defender el sistema vigente en la comunidad, “aunque entre en contradicción con la ley propuesta a nivel español”, según declaró la Consejera de Educación de la Generalitat, Irene Rigau. También en Madrid se hicieron oír las voces de disidencia contra la nueva norma. En la comparecencia que Wert realizó ante el Congreso, la defensa de la lengua unió a todos los diputados catalanes de la Cámara. “Ni con un guardia civil en cada aula los alumnos dejarán de estudiar en catalán”, proclamaron los portavoces de los partidos de izquierda, Esquerra Republicana e Iniciativa per Catalunya.

El problema lingüístico no es, de todos modos, lo único que se le recrimina a Wert desde las comunidades autónomas. Otro de los aspectos que salieron a la luz al conocerse el anteproyecto de ley es el recorte de competencias que se les aplica a las provincias en materia educativa. El gobierno central se propone dictar todo el currículum de las asignaturas troncales de primaria, secundaria y bachillerato (que ocuparán, como mínimo, el 50 por ciento del horario lectivo), mientras que a las comunidades se les deja el diseño de las materias “específicas” y “de especialidad”, que se reparten la otra mitad del tiempo de clase.

La posible centralización de un modelo que hasta ahora otorgaba un margen amplio de decisión a las autonomías preocupa tanto a profesores como alumnos. Juanjo, estudiante de la Facultad de Historia, manifestaba su descontento al respecto ayer, durante la movilización en Barcelona: “La ley de Wert responde a una ofensiva españolizadora que refleja los intereses de la derecha más profunda”. El joven expresaba también su malestar por otro de los puntos controvertidos de la reforma, la eliminación de la asignatura de Educación para la Ciudadanía y el aumento de carga lectiva para la de Religión, lo cual en su opinión “demuestra el peso que sigue teniendo la Iglesia en España”.

El importante papel que cobraría la religión en el nuevo modelo educativo y la amenaza de una paulatina privatización de la enseñanza son los dos cambios de la “ley Wert” que encabezan la lista de críticas. El MUCE, Marco Unitario de la Comunidad Educativa, considera que “para mejorar la calidad educativa no es necesaria una nueva ley. Es un pretexto partidista en momentos de crisis para imponer un modelo mercantilista, elitista y competitivo”. Ana, una maestra de primaria que llevaba ayer su camiseta amarilla en defensa de la educación pública, suscribe a esta idea y explica que “con la reforma se pretende subvencionar a los centros según las calificaciones que los niños obtengan en unas evaluaciones estipuladas desde fuera, fomentando una competencia absurda entre escuelas”.

Al finalizar las marchas que en el día de ayer recorrieron ciudades como Madrid, Sevilla, Zaragoza, Santander o Toledo, entre otra veintena de municipios, los convocantes entregaron a las autoridades una declaración de intenciones que, de momento, se presenta irrevocable: “No aceptamos ni aceptaremos recortes a la educación pública, con el resultado de pérdida de calidad, pluralidad y acceso a un derecho que es fundamental”.

jueves, 13 de diciembre de 2012

"El pensamiento, más allá de sus propios límites"

Manuel José Castillo es Doctor en Filosofía y profesor titular de Antropología Filosófica en Universidad Nacional de San Juan, Argentina. Ayer, 12 de diciembre, publicó la siguiente columna en el Diario de Cuyo.

El arte de traducir

El tema de la traducción va más allá del pasaje de un mensaje de una lengua a otra, el interés por expresar en la lengua propia algo escrito en una lengua extraña, puede significar el deseo de entender mediante la traducción, la experiencia de otros. Eso significa que puede entenderse la experiencia de otro. Para el filósofo francés Paul Ricoeur esa experiencia produce la "pulsión de traducir''; lo distinto, desconocido, atrae incluso para entenderse más a sí mismo. Pero traducir incluye en su significado importantes dificultades, la interpretación de lo otro puede ser fiel o no; eso visto como paradoja hace que la traducción se realice, pero en un círculo de dudas.

En el pensamiento conceptual puede ser más fácil atenerse a lo que la realidad muestra, se acepta con cierta facilidad la traducción; pero si miramos el estado de ánimo, aparece la duda, cómo entender lo que otro siente y yo no quiero sentir. Por ejemplo la envidia, alguien no puede hacerse algo envidioso para entender la envidia de otro, y así sentirse como el otro a quien se lo traduce como envidioso. Además desde la lengua y las formas de pensar propias, hay resistencia a aceptar la experiencia ajena. La resistencia y la dificultad paradójica parecen el precio que hay que pagar para traducir al otro. Un precio que no puede evitarse porque la diferencia entre el texto de origen y el traducido persiste, aun en obras clásicas que se siguen traduciendo, ahí puede incluirse la Biblia y obras que identifican la literatura de una época o una cultura. Se suman traducciones y la diferencia persiste. Hay una forma de escapar de alguna manera a esa paradoja, el tema está en aceptar que entre los textos no hay lo idéntico, como tercer texto que serviría para comparar el origen y la traducción. Eso idéntico se reemplaza por un significado que se puede decir de otra manera, los dos resultan equivalentes sin necesidad de una adecuación revestida de exactitud.

El problema no se limita a una técnica de traducción, hay que decir lo mismo en un pensamiento equivalente, aunque amenace la posibilidad de lo que el autor francés llama traición, respecto del texto de origen. Esa amenaza puede causar inquietud pero también alienta el pensamiento como una aventura que va más allá de lo aparente, y busca desde el conocimiento de lo extraño, entenderse mejor a sí mismo.

La traducción vista de esta manera significa aventurarse con cierta violencia a la propia lengua y a la propia manera de pensar, para interpretar lo extraño, cuya lengua también sentirá cierta violencia para trasladar un significado a otra estructura lingüística. Ricoeur explica eso con una comparación en su obra Sobre la traducción, la renuncia a la traducción perfecta es comparable al trabajo de duelo del psicoanálisis; el renunciamiento permite entender los límites de la traducción, pero en este caso esos límites tienen otro significado, no reductible al alejamiento del objeto perdido de la explicación freudiana. Al contrario, el objeto perdido, en realidad no alcanzado, la perfección en la traducción, es un impulso para el pensamiento que ahora tiene que ir más allá de sus propios límites. Ese ir más allá no abandona un objeto perdido como se postula en el duelo freudiano, al contrario, rescata lo extraño, no perdido, en una interpretación dentro de su propia lengua; y al interpretar lo otro, crece el propio pensamiento. Admite Ricoeur un duelo "de la traducción absoluta'', pero asocia a eso la felicidad de la traducción. Heiddeger advirtió eso, en el libro Kant y el problema de la metafísica considera la traducción como una interpretación que se aventura más allá de lo escrito, con cierta audacia que corre peligro de desviación del texto de origen, pero puede llegar a leer lo no escrito. El tema, repitámoslo, no se limita a entender un texto escrito en otra lengua, se trata de entender la experiencia del otro, y desde ese entendimiento entenderse mejor a sí mismo.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

"La gente no se da cuenta"


El 7 de diciembre pasado, la talentosa periodista Gabriela Mayer entrevistó al traductor estadounidense Gregory Rabassa (ver en este mismo blog la entrada correspondiente al 25 de agosto de 2009) para la agencia alemana DPA (Deutsche Presse-Agentur), diálogo que se transcribe a continuación.





Gregory Rabassa, el sutil arte
de traducir literatura latinoamericana

Buenos Aires/Nueva York, 7 dic - La traducción literaria "es un arte y no un oficio", afirma Gregory Rabassa, el gran traductor al inglés de los principales autores del boom de la literatura latinoamericana, como el colombiano Gabriel García Márquez, el argentino Julio Cortázar y el peruano Mario Vargas Llosa.   

Rabassa, de 90 años, suele traducir mientras lee por primera vez, según cuenta en entrevista telefónica con dpa desde su casa en Nueva York, ya que piensa en la traducción "como una lectura". 

"Pienso que a veces en la segunda lectura se pueden cometererrores, aunque los estudiosos digan que no. Lo que vale es esa primera impresión que tienes de un libro, cuando no lo analizas, simplemente lo lees, lo que es el libro en su verdadera esencia".   

Gracias a su prolífica labor, numerosos lectores del mundoanglosajón conocieron por ejemplo al coronel Aureliano Buendía y a la Maga. Rabassa se inició en el campo de la traducción con Rayuela (Hopscotch) de su amigo Cortázar. Luego el autor argentino lo recomendó a García Márquez para que tradujera Cien años de soledad (One Hundred Years of Solitude).   

Rabassa –a quien el Premio Nobel colombiano calificó como "el mejor escritor latinoamericano en inglés"– evoca: "Cortázar le pidió a Gabo que me esperara, porque yo estaba con otras cosas. Gabo esperó un tiempo y luego pude hacer la traducción, que fue bien recibida".   

El estadounidense lleva décadas ejerciendo con maestría su arte, pero dice que no tiene un método para traducir. "Lo que hago es tomar el texto en español y leerlo en inglés. Y luego transcribo al papel lo que leo. Esa es la mejor definición de cómo trabajo", señala con entusiasmo el traductor del español y portugués, hijo de padre cubano.   

La larga lista de escritores que Rabassa trasladó al inglés incluye también al cubano José Lezama Lima, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, el brasileño Jorge Amado, el portugués António Lobo Antunes y el español Juan Benet.   

Algunas de sus traducciones fructificaron tras recibir colaboración por parte del autor, como fue el caso de Cortázar con Rayuela o Libro de Manuel (A Manual for Manuel). Pero otras lograron enorme reconocimiento aunque Rabassa las emprendiera sin mayores orientaciones.   

Así ocurrió con Cien años de soledad: "No intercambiamos demasiada correspondencia, él (García Márquez) simplemente me dio libertad. Me dijo adelante, tradúcelo. Y cuando estuvo traducido le gustó, dijo que pensaba que era mejor que su propio original. Mi impresión fue que se trató de un elogio para la lengua inglesa", sostiene Rabassa con modestia.   

A la hora de elegir el libro más complicado en su extensa carrera, el catedrático de Lenguas y Literaturas Hispanas en Queens College apunta a Paradiso de Lezama Lima, trabajo que también obtuvo por recomendación de su amigo cronopio.   

"Tenía un estilo muy extraño, críptico, inventaba palabras. Julio fue muy servicial, porque yo me carteaba con Lezama Lima, pero con el embargo y todo eso, era difícil mantenerse en contacto. Por eso le escribía a Julio y él le mandaba la carta a Lezama en Cuba desde París, un triángulo", recuerda durante la conversación en inglés.   

Y entre los que le dieron más placer, vuelve a la saga de la familia Buendía en Macondo. "Me dejé llevar y disfruté de sus pequeños trucos y la manera en que (García Márquez) la compuso". También se deleitó trabajando con las ficciones de Amado. "Traduje recientemente dos de sus novelas. Siempre es divertido debido a sus extraños personajes".   

Rabassa cuenta en su haber con el National Book Award for Translation por Hopscotch y el PEN Translation Prize por The Autumn of the Patriarch (El otoño del Patriarca) de García Márquez, mientras que en 2006 fue distinguido con la National Medal of Arts de Estados Unidos.   

Consultado acerca de si se siente el "traductor del boom",replica: "No me gusta ser catalogado, aunque tampoco me preocupa". Lo que sí subraya es que el traductor "debe ser escritor para poner por escrito lo que está leyendo. Creo que es una combinación de ambos, es ambos".   

El autor del libro de memorias If This Be Treason: Translation and Its Dyscontents, A Memoir continúa trabajando. "Recientemente estuve traduciendo más del portugués, como Jorge Amado, y algunas obras de Portugal, como (José María) Eça de Queiroz, algunos de sus textos que nunca habían sido traducidos. La última novela que traduje fue de (António) Lobo Antunes".    

Rabassa se muestra convencido de que resulta muy diferente traducir del español que del portugués. "Parecen semejantes, pero el hecho de que su sonido sea tan diferente hace como si estuvieras traduciendo al francés y alemán del español. Están engañosamente cerca en apariencia y significado, pero no en el sonido".  

Con su tono pausado y tranquilo opina que la traducción literaria suele ser subestimada. "La gente no se da cuenta de lo que se requiere para traducir, no es un simple intercambio de palabras. Alguna vez dije que le puedes enseñar a Picasso cómo mezclar sus pinturas, pero no puedes enseñarle cómo pintar sus Demoiselles".   

A la pregunta de si sigue a las nuevas generaciones de autores iberoamericanos, afirma con humildad: "No pude estar al tanto como debería, pero tengo muchos libros e intento leer. Aunque últimamente disminuí la velocidad tanto en la traducción como en la lectura". Pero Rabassa mantiene intacta la pasión por su oficio, el exigente arte de traducir.

martes, 11 de diciembre de 2012

Paterson: work in progress

Si bien existen sendas versiones española (con traducción de Margarita Ardánaz Morán, publicada en Cátedra) y mexicana (con traducción de Hugo García Manríquez, publicada en Aldus), Paterson, del poeta estadounidense William Carlos Williams ofrece espacio para más traductores. Por eso, al Administrador de este blog le gustaría llamar la atención sobre el trabajo que viene realizando Silvia Camerotto, cuyos distintos fragmentos del poema aún sin terminar se encuentran colgados en  la sección Muestras temporarias, del blog Otra iglesia es imposible, de Jorge Aulicino (o sea acá).

lunes, 10 de diciembre de 2012

"No vuelve a nadie rojillo..."

Publicada en el blog de la librería El Péndulo, la siguiente reseña da cuenta de una nueva edición de El Manifiesto Comunista,
recientemente incluido en nueva traducción en el catálogo de la editorial Nórdica Libros.

El manifiesto comunista

Existen frases tan estruendosas como el rugido de una cascada. Palabras que encuentran el momento exacto para unirse en una frase que hace surgir miles, quizá millones, de palabras más. Noviembre de 1847, segundo congreso de la Liga Comunista; Marx y Engels apuntan: “La historia de todas las sociedades anteriores a la nuestra es la lucha de clases”. Es aquí donde la cascada comienza a derramar un mar de opiniones; hoy, el caudal no ha cesado aún.

Hablar del Manifiesto comunista no vuelve a nadie “rojillo” ni de ningún otro color; simplemente se trata de reconocer la importancia, como punto de inflexión, que ha tenido en el pensamiento humano durante ya casi dos centenas de años, nada menos. Su lectura resulta entonces elemental para discernir, debatir, disentir o comprender muchas de las causas de la sociedad actual. El ejercicio de la consciencia no puede hallar una expresión clara al respecto de aquello que desconoce. Así pues, dados los múltiples matices que se le han otorgado a dicho manifiesto, no viene mal volver al origen para sacar cuentas propias.

En esta edición confluyen la traducción del original a cargo de Jacobo Muñoz y las ilustraciones de Fernando Vicente –conocido por su labor en el diario El País y la revista Letras Libres–. De manera sobresaliente, este último acompaña el texto con imágenes en las que nos muestra el devenir de la relación entre el obrero y el poseedor de los medios de producción; entre el proletario y el burgués. Hombres-máquina apresurados por cumplir sus labores; hombres que son devorados por otra máquina que produce billetes y un planeta que gira sin descanso sobre un extractor de jugos, son ejemplos del trabajo de Fernando Vicente en este libro. 

Tocante al contenido del texto, aparte de los cuatro capítulos que lo componen, en él se incluyen seis prólogos correspondientes a tres ediciones alemanas, la de 1872, 1883 y 1890; uno a la edición rusa de 1882; otro más a la edición polaca de 1892; así como unas líneas dedicadas a los lectores italianos. Todos ellos firmados por Engels, con excepción del primero donde también aparece la rúbrica de Marx.

El resultado es un libro perfectamente equilibrado en el que se respetan la importancia primordial del texto y el aporte oportuno de las artes gráficas. La presencia en nuestros días del Manifiesto comunista es clara muestra del eco de las palabras de sus autores, encumbradas en el centro del debate por años, el caudal de opiniones al respecto no deja de caer. La invitación a su lectura queda hecha: ¡Amantes de las lecturas esenciales de todos los países del mundo, uníos!

domingo, 9 de diciembre de 2012

Negociaciones y discusiones, y disgustos

Carlos Fortea
En El Trujamán del 29 de noviembre pasado, Carlos Fortea –Doctor en Filología Alemana por la Universidad Complutense, traductor literario desde 1986, que, entre otros, ha traducido a Heinrich Heine, E.T.A. Hoffmann, Stefan Zweig, Anna Seghers, Wolfgang Koeppen, Thomas Bernhard o Günter Grass– ha publicado una columna que se refiere a la elección de Miguel Sánez para integrar la Academia Española, lo cual, además de un digno homenaje, es a la vez toda una reflexión sobre el oficio y lo que éste significa. Por eso la reproducimos aquí.

Un profesional en la Academia

El 22 de noviembre de 2012, la Real Academia Española votaba la admisión entre sus miembros de Miguel Sáenz, y ni la personalidad de su competidor, Antonio Pau, ni la forma en que la propia Academia difundía la noticia en su página web dejaban lugar a dudas acerca de cuál era la condición por la que se elegía  al nuevo académico.

Un traductor en la Academia, decían todos los medios, decíamos todos, y enseguida surgían las voces, cargadas de razón, que indicaban que ya había en la casa de la colina traductores de enorme relevancia y grandísimo mérito: no los mencionaré porque están en la mente de todos, y porque me molestaría más olvidar uno que no citar ninguno.

Lo que los titulares querían decir, y todos entendíamos, es que por vez primera entraba en la Academia Española un traductor profesional, alguien cuya principal ocupación, aquella por la que había alcanzado su relevancia pública, era el cansado oficio de escribir libros preexistentes en otro idioma, el trabajo de monje medieval de trasladar la letra e interpretar el espíritu de voces que sonaron por vez primera en otras latitudes y con otros acentos.

Aquello a lo que el rostro inteligente y la mirada franca de Miguel daba expresión era a todo ese ejército de escritores sin rostro que despliega su magia en las mejores páginas que, venidas de fuera, han dado vida a los lectores de esta lengua voraz que no tiene bastante consigo misma, que desea alimentarse de todas las fuentes que en el mundo brotan. Aquello a lo que la voz rotunda de Miguel daba voz era a todo ese coro de silenciosos que, tantas veces, llega distorsionado a los oídos de los otros sectores que dan forma al libro, y de los propios beneficiarios de su trabajo.

Sería fácil glosar a Miguel Sáenz enumerando las distinciones que ha recibido, o la calidad y variedad de su obra, pero a mí me interesa esta vez contraponer, frente a los momentos de esplendor, las horas de trabajo sigiloso.

Porque la obra de Miguel Sáenz, como la de todos los traductores, está hecha de miles de horas de silencio y de búsqueda, de malabarismo de la palabra y de investigación policial, de intercambio igual con el autor de las primeras frases que dan forma a esas segundas frases que son la nueva vida de sus textos.

Y de negociaciones y discusiones, y también, por qué no, de disgustos, con quienes todavía regatean el derecho moral y el económico, y a veces el respeto; con quienes dicen «este señor es muy problemático» o incluso «este señor es muy raro» porque reclama su nombre en la cubierta y sí, claro que sí, su dinero en su cuenta. Los que conocemos al nuevo académico —que somos todos los de la profesión—, sabemos cuántas veces ha dado la cara por el colectivo, cuántas veces ha tenido que explicar que, en contra de lo que dice, el mismo día en que se escriben estas líneas, un diario de gran tirada, la profesión no llora, sino que protesta. Sabemos que nunca ha dicho que no cuando se le ha pedido acudir a un sitio u otro —o de un sitio a otro— a hablar de lo que a todos nos atañe. O a emplear su prestigio en beneficio de los demás. O a formar parte de una comisión paritaria en la que se defienden los derechos legítimos de sus compañeros.


viernes, 7 de diciembre de 2012

Clarice Lispector en la Argentina

Ha llegado a este blog la noticia de que, inspirado en el Bloomsday de James Joyce, el próximo lunes 10 de diciembre, fecha en que se conmemora el nacimiento y la muerte de Clarice Lispector, tendrá lugar la segunda edición del homenaje internacional que recibirá Clarice Lispector la más reconocida escritora brasileña.

* Dado el gran número de obras de la autora publicados en la Argentina en los últimos años, vale la pena recordar que Corregidor publicó:

El via crucis del cuerpo. Traducción y prefacio de Gonzalo Aguilar. Estudio crítico de Vilma Arêas.

La araña. Prólogo de Raúl Antelo. Traducción de Haydeé Joffré Barroso.

La hora de la estrella. Traducción y prólogo de Gonzalo Aguilar. Estudios críticos de Ítalo Moriconi y Florencia Garramuño

La legión extranjera. Traducción y prólogo de Paloma Vidal. Textos críticos de Evando Nascimento y Siviano Santiago.

Un aprendizaje o El libro de los placeres. Traducción y prólogo de Rosario Hubert. Texto crítico de Hélène Cixous.

Un soplo de vida. Traducción y prólogo de Paloma Vidal. Textos críticos de Benedito Nunes y Mario Cámara.

Asimismo, Corregidor anuncia para su próxima publicación La ciudad sitiada. (Traducción y prólogo de Clarice Lispector. Textos críticos de Silviano Santiago y Benjamin Moser) y La bella y la bestia (Traducción y prólogo de Gonzalo Aguilar. Texto crítico de Constanza Penacini). 

* Por su parte, Cuenco de plata lleva publicadas

La pasión según G. H. Traducción: Mario Cámara - Prólogo: Gonzalo Aguilar

Agua viva. Traducción: y prólogo: Florencia Garramuño

Lazos de familia. Traducción: Mario Cámara y Edgardo Russo

Para no olvidar. Traducción:  Edgar Stanko

Felicidad clandestina. Traducción: Teresa Arijón y Bárbara Belloc

Cerca del corazón salvaje. Traducción: Teresa Arijón y Bárbara Belloc

La manzana en lo oscuro. Traducción: Teresa Arijón y Bárbara Belloc

Dónde estuviste de noche. Traducción: Teresa Arijón y Bárbara Belloc









* Finalmente, Adriana Hidalgo Editora publicó:

Descubrimientos. Crónicas inéditas. Traducción: Claudia Solans

Revelación de un mundo. Traducción: Amalia Sato


Asimismo, Adriana Hidalgo Editora ha publicado la biografía Clarice, de Nadia Batella Gotlib