Concluida
la encuesta para periodistas, se le ha pedido al poeta, traductor y periodista Jorge Aulicino (quien, hasta el momento
del retiro de su extensa carrera en los medios, se desempeñaba como director de
la revista de cultura Ñ) un
comentario sobre las respuestas. He aquí su mirada de entomólogo.
Una encuesta
para periodistas (VIII)
Comencé
a revisar la recopilación de respuestas a la encuesta sobre periodismo y traducción del Club de Traductores Literarios sin
haber leído la nota de arranque y sin preguntarle al director del blog del Club, Jorge Fondebrider, cuáles eran
los propósitos de este cuestionario distribuido entre críticos de literatura y
editores de revistas y suplementos literarios de diversos países. Sigo sin
consultar ni a Fondebrider ni el lanzamiento de la encuesta, porque prefiero
ver qué me dice esta colección de experiencias volcadas en respuestas a tres
preguntas sobre el destino de las traducciones en los medios.
Lo
que me muestra la encuesta a simple vista es que la proporción de literatura de
otros idiomas comentada en los periódicos es enorme. Nadie tiene una cifra exacta, pero
el cálculo promedio es del 50 por ciento. Algunos editores o críticos han dicho,
sin que estuviera específicamente preguntado, que la mayor parte de esa
literatura en lengua extranjera es literatura escrita en inglés. Parece
demasiado. Mucha literatura en lenguas extranjeras y mucha en inglés. La
siguiente encuesta debería ser de opinión e iniciarse con esta pregunta: ¿Los
países de habla inglesa están produciendo la mejor literatura en este momento o
solo la más vendida? No creo que las literaturas escritas en castellano -mi
lengua, la del blog del Club, la del país en que se produce el blog- se puedan,
y mucho menos deban, proteger obligando por ley a las editoriales en cada país
a que editen un, digamos, 50 por ciento de literatura en el idioma local,
porque eso no favorecerá el desarrollo de una buena literatura nacional, y,
además, me suena idiotamente autoritario –diría que cada vez que se sanciona un
"no" una proporción del cerebro humano se extingue: de hecho con los
dos o tres "no" de los mandamientos hebreos y cristianos y de casi
todas las religiones bastaría para gobernar un país, sumando apenas, quizá, las
multas por alta velocidad y mal estacionamiento y por escupir en la vereda–. De
todos modos, y volviendo al punto, creo que para los que de modo patriótico se
preocupen por la literatura nacional en sus más variadas formas –poesía,
narrativa, ensayo literario, ensayo filosófico, etc.– las constataciones
aproximadas de los editores de diversos países de habla hispana deberían ser
preocupantes.
Los
puntos dos y tres de la encuesta se refieren a los intermediarios entre esa
masa de literatura en lenguas extranjeras y los lectores. Es decir, los
traductores.
El
punto dos tiene que ver con la justicia pura y dura: se refiere a si se
consigna o no en algún lugar de la reseña literaria el nombre el traductor. La
encuesta revela que muchas veces sí y muchas veces no, sin ofrecer en casi
ningún caso certeza absoluta acerca de cuántas veces sí y cuántas no. La conclusión más segura es que suele aparecer
con alguna frecuencia el nombre del traductor, aquí o allá, esto es, en el
texto mismo de la nota o en la llamada “ficha” que muchos, por no decir todos,
los suplementos y revistas literarias publican debajo o al margen del
comentario de un libro literario.
Debe
reconocerse que esto significa un avance. Hace unos años, nadie, al menos en la
Argentina, esperaba enterarse mediante una reseña quién había sido el traductor
de una novela o de un ensayo; sí de un libro de poesía, porque era más
corriente dejar esa constancia, habida cuenta de que se tenía por lo general a
los poemas traducidos como “versiones”,
además de que se sabía o suponía que los traductores de poesía eran en
su mayor parte poetas, y poetas que consideraban la traducción –no siempre,
pero casi siempre- “parte de su obra”.
Quizá
la existencia de organizaciones de traductores cada vez más activas y más
polémicas –el Club de Traductores de
Buenos Aires se cuenta entre ellas– logró que también se pensara que los
traductores de prosa tenían derecho a considerar “su obra” las traducciones
literarias que hacen a pedido o por propia iniciativa; o al menos, su trabajo. El
cual merece reconocimiento público y monetario, siendo que el primero puede
gravitar sobre el segundo.
La
tercera pregunta de la encuesta son dos
preguntas. Una es si el reseñista se detiene a comentar la labor del traductor; la otra, es, si lo
hace, en qué términos.
La
pregunta incluida en esta tercera pregunta es muy difícil de responder, porque
la primera ya supone la posibilidad de un comentario.
Pero,
¿en realidad se puede comentar una traducción sin conocer el original? Y
conocer el original, ¿no será mucho pedir en el 90 por ciento de los casos?
Uno
puede ver cómo sucede en el libro el idioma de llegada. Puede adivinar lo que
son simplificaciones y lo que son fracasos ante complejidades del texto
original. También puede intuir soluciones falsas o malas. Pero todo esto no puede
verificarse. El comentario en todo caso puede apuntar, como señalaron algunos
consultados, al uso de la variedad del castellano que haya elegido el
traductor.
Es
este otro punto sobre el cual el Club de
Traductores propuso muchas veces la discusión, la encabezó y estimuló.
Desde
mi punto de vista, la cuestión del uso del castellano madrileño corriente o
familiar debería molestar tanto en Buenos Aires o Guadalajara, cuanto en
Madrid.
Para
mí puede sacar totalmente de contexto una historia o un poema el uso de la
palabra gilipollas –por ejemplo, un personaje de Brooklyn dejará de ser
neoyorquino no bien sus labios la pronuncien- , pero no menos desnaturalización
provocaría un equivalente argentino, como boludo o papafrita. El localismo demasiado marcado en la
traducción a mi juicio la arruina, y sin dudas diría esto de una traducción que
hubiese optado por usarlos, sea española, argentina, mexicana, chilena o
uruguaya. No creo que la crítica a una traducción pueda ir mucho más allá de
esto en un periódico. Tal vez, en una revista académica valga la pena comentar
la versión un poco más, a condición de tener el original presente, claro. Y
entenderlo.
En
resumen, las respuestas al primer punto de la encuesta muestran que podría
abrirse un nuevo debate, o reabrirse el debate eterno sobre las formas de
promover la lectura de literatura local o nacional, como se prefiera llamarla.
Por mi parte, creo que esa respuesta la tienen las editoriales llamadas independientes.
Urge desarrollarlo antes que de caiga en manos de los políticos. Es mejor
llevarles a ellos ideas suficientemente debatidas.