viernes, 30 de abril de 2021

Una encuesta sobre género y traducción (9)

Noveno día de la encuesta sobre género y traducción.

Francisco Segovia
(traductor mexicano residente en Ciudad de México, México)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?

–La idea de que es preferible que sea una mujer, y no un hombre, quien traduzca a otra mujer es muy atractiva, pero tiene sus asegunes. De entrada, porque recuerda aquella vieja frase marxista que decía que un proletario francés se entiende mejor con un proletario ruso que con un francés de la burguesía. Eso quiere decir que los proletarios se entienden entre sí a pesar de sus lenguas, o más allá de ellas. Se entienden porque comparten la experiencia de una misma condición social —y, como es de esperar en una idea marxista, va de suyo que la clase social es una determinación mucho más pesada e importante que la lengua. A un traductor le cuesta tragarse este chocolate porque, descontando de este modo la lengua (lo expresado en una lengua) y homologando la experiencia vital, ¿qué queda por traducir? Si los dos proletarios se entienden más allá de las palabras, entonces no hay palabras que deban traducirse. La traducción sólo tendría sentido si un proletario tuviera que comunicarse con un burgués, cuya experiencia es distinta de la suya… Pero, ¿puede traducirse una experiencia ajena? Creo que un traductor interpreta palabras en el mismo sentido en que un psicoanalista interpreta sueños; es decir, aceptando que no trata nunca directamente con la experiencia, sino sólo con el relato de la experiencia, cosa que la frase marxista escamotea, si no es que la deja de plano en el olvido. Después de todo, no se traduce de una lengua a esa misma lengua, sino de una lengua a otra; es lo ajeno, no lo propio, lo que requiere traducción… Por otra parte, las lenguas son diferentes y se clasifican según criterios claros y objetivos. No puede decirse lo mismo de las sensibilidades. ¿De veras hay una sensibilidad femenina? No ha de faltar quien lo afirme, pero tampoco quien alegue que eso de la sensibilidad femenina es una construcción machista… No sé… Me parece obvio que un traductor debe tener claro desde dónde habla quien habla en el texto que traduce, pero eso no significa que ser ciego sea una ventaja a la hora de traducir a Homero, ni que sea preferible traducir a Rimbaud antes de cumplir los veinte…


Matías Battistón
(traductor argentino residente en Buenos Aires, Argentina)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
–Si el género atraviesa la vida, parece inevitable que atraviese la escritura, y si atraviesa la escritura, parece inevitable que atraviese la traducción también, ¿no?

2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
–No creo que se pueda señalar ningún rasgo que determine a priori que cierto texto fue escrito necesariamente por alguien de cierto género (ningún texto está a salvo de que se revele que en realidad lo escribió otra persona, para empezar). Sí podrían citarse, como características no vinculantes, por así decirlo, contenidos de orden experiencial o físico, por ejemplo, o incluso, si se quiere, atributos más bien esotéricos (voz, respiración, textura, "un aire"), o incluso pistas paratextuales (básicamente, quién firma). Me parece que todo eso junto forma parte de los mil y un factores que pueden llevarnos a sentir una predisposición o una capacidad mayor o menor a la hora de traducir determinado material. Por otro lado, las traducciones no solo se hacen: también, en teoría, se van a leer, y eso abre la puerta a otras consideraciones. Si sorpresivamente se encontrara una traducción inédita de un libro de Hélène Cixous firmada por Cacho Castaña, aunque la traducción en sí demostrara ser a todas luces impecable, no descarto que la crítica o el público podrían recibirla de antemano con algo de recelo. Lo mismo (para poner ahora un ejemplo donde no medie el género) si un nuevo manifiesto vegetariano de Jonathan Safran Foer lo tradujera Alberto Samid: sería difícil no leer el resultado desde la sospecha, por no decir la perplejidad, aunque la misma traducción con otra firma, supongamos, no despertara la menor alarma. La recepción tiene reglas que la producción a veces pasa por alto. Lo que no implica que esos cruces a primera vista discutibles a veces no puedan dar, por eso mismo, resultados tanto o más interesantes. Sencillamente, están más expuestos a varios cuestionamientos, que sería largo enumerar.

3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–No, pero el fracaso siempre está a la vuelta de la esquina.


Yolanda Morató
(traductora española, residente en Sevilla)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
–Lo que hay es una “sensibilidad” en mayor o menor grado entre quienes nos dedicamos a traducir. Es decir, la persona que traduce tiene la opción de olvidarse de sí para reflejar la sensibilidad de las voces del texto. Hay traducciones que no lo hacen, por lo que las mujeres de cierta época hablan de una manera más cercana a la imagen que el traductor tiene de ellas que a lo que manifiesta el texto en su lengua original. Como digo, es algo que depende de la sensibilidad de la persona que lleva a cabo la tarea, por lo que nunca conviene generalizar por sexos, épocas o colectivos.

2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
–Se da en ambos sentidos. Recuerdo a una revisora que me cambió el fragmento “eran soldados que volvían del frente” por “eran personas que volvían del frente”, porque le parecía más inclusivo (aunque destrozaba el dramatismo y el contexto de toda la página). O una traducción en la que F. Scott Fitzgerald le decía a Zelda Fitzgerald que fueran a ver “unas pelis”, una opción que no imagino en un hombre estadounidense de los años veinte del siglo pasado. Para mí el asunto reside en la coherencia de las voces que presenta el texto.

3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–La traducción siempre es un reto e implica duros trabajos de ventriloquia, pero nunca he dicho que no a un encargo por esta circunstancia.


jueves, 29 de abril de 2021

Una encuesta sobre género y traducción (8)

Octava entrada de la encuesta sobre género y traducción

Timo Berger
(traductor alemán residente en Berlín, Alemania)

1)¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?

–Quizás noto un rasgo de masculinidad en algunos traductores renombrados acá, en Alemania. Por un lado, hacia las editoriales (suelen cobrar más por página, son más duros con los correctores de estilo, desarrollan estilos personales... no quiero nombrar a los traductores, pero se conocen algunos acá en Alemania) y quizás las traductoras tienden a poner más en el centro el texto en sí, la intención de la autora o del autor y no tanto su propia lectura del texto y su reelaboración. En fin, creo que se refleja ahí los todavía existentes (aunque va cambiando) roles de las mujeres y los hombres en la sociedad.

3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–Como yo más que nada traduzco poesía, debo confesar que hay ciertas poéticas muy ligadas con el cuerpo femenino y/o con la homosexualidad que me costaría traducir. En el festival que yo coordino, junto a Rike Bolte, a veces tenemos como invitados a poetas que exploran esos campos. Con gusto encargo esas traducciones a una poeta-traductora queer que entiende mucho más del tema que yo. Pero son casos aislados. Creo todavía que un buen traductor/buena traductora crece con los textos que traduce, explora nuevas sensibilidades, nuevos modos de decir, y por eso, no creo que haya que decir que la poesía escrita por mujeres sólo la pueden traducir mujeres. Creo que incluso con el cruce de género que se da cuando un hombre traduce a una mujer o una mujer traduce a un hombre al texto se le agrega un capa más de complejidad.


Laura Fólica
(traductora argentina residente en Barcelona, España)

1)¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?

–Sí, claro, porque las marcas de género no tienen una correspondencia unívoca entre las lenguas. Justamente es uno de los problemas clásicos del estudio de las estructuras comparadas entre lenguas, ya planteado en textos fundamentales como el Ensayos de lingüística general de Roman Jakobson, cuando el autor señala que no hay que pensar el género gramatical como un rasgo puramente formal y que conviene situarlo en relación con las “actitudes mitológicas” y poéticas de las distintas comunidades lingüísticas. Así, un niño ruso leyendo cuentos alemanes traducidos se sorprenderá al ver que la Muerte, para él claramente mujer (smert’), es representada como un viejecito en alemán (der Tod); quizás ese asombro sea el modo más genuino de acercarse a la traducción. ¿Cómo resolver ese espacio de ambigüedad genérica que una forma neutra –obligada en una lengua pero inexistente en otra– nos plantea a la hora de tener que optar por la oposición masculino o femenino? Más allá de cómo lidiemos con esta ambigüedad, es interesante pensar que este es uno de los tantos lugares de decisión que tomamos como traductores en nuestros textos. Decisión que se vuelve, hoy más que nunca, una toma de posición, debido al debate que el lenguaje inclusivo ha introducido con las distintas variantes que propone, con la incomodidad (¿asombro?) que nos genera al tener que repensar ese sistema de género que creíamos bien establecido. A las restricciones y posibilidades estructurales de una lengua, ahora se añaden opciones que cuestionan la fetichización de esas estructuras y que nos recuerdan, como susurraba el buen Saussure, que la lengua es social y que necesita del habla nuestra de cada día para su evolución; por lo tanto, que sus estructuras por muy fijas que parezcan en instituciones que “limpian, fijan y dan esplendor” son flexibles, móviles, temporales y que nos están interpelando en nuestras convicciones lingüísticas.

3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–Diría más bien que la imposibilidad es una condición de posibilidad para quienes traducen y una defensa de su condición humana, de su práctica como lectura siempre situada. Si pensamos la traducción como una búsqueda de la equivalencia, entonces, sí que la falta de similitud podría ser un problema que nos impida seguir traduciendo. Puede que una máquina se frene ahí o nos ofrezca opciones, una más decepcionante que otra. Pero justamente apuesto a tomar la imposibilidad como un lugar que nos muestra la diferencia lingüística, cultural, subjetiva y que nos desafía a levantar la cabeza de nuestros textos, dejar de teclear por unos momentos y pensar en una resolución que nos satisfaga, al menos por ahora, para seguir traduciendo.
Si esta pregunta apunta más bien a pensar en el lenguaje inclusivo, no me he encontrado con textos de partida que lo usaran; sí, en cambio acabo de traducir una obra ensayística para una editorial argentina que contempla y propone su uso en sus traducciones, pero en el diálogo con las editoras descartamos esta opción porque nos parecía forzar el original que no presentaba marcas textuales ni tampoco temáticas en ese sentido. En mi escritura al castellano, traté de buscar opciones léxicas naturalmente más inclusivas, por ejemplo, en lugar de “la historia del hombre”, “de la humanidad”, o cosas por el estilo, pero no avancé en la intervención explícita de las desinencias de género.

Carlos López Beltrán
(traductor mexicano residente en Ciudad de México, México)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
–Pocos hechos tan evidentes como que el que las diferencias de sexo y de género atraviesan no sólo las lenguas sino las estructuras culturales profundas en las que están ancladas. Si añadimos a eso la evidencia de los particularismos y arbitrariedades que adoptan las marcas de lo sexual o de lo genérico en cada entramado cultural y en cada época, podemos saber de inicio que la traducción deberá confrontarse con desajustes y falta de equivalencias todo el tiempo. El problema más simple deriva de que las lenguas muy generizadas colorean los sentidos de sus enunciados con las valoraciones que el género de las cosas esparcen continua e imperceptiblemente, lo cual a veces plantea un problema para el traductor que no tenga ese recurso ideológico en su lengua de llegada.

2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
–Una frase cursi en español como “la mirada sesgada de su sexo” está mucho más feminizada por el género del sustantivo que por el pronombre neutro. El traductor de Google capta eso y nos traduce “the slanted look of her sex”, pasando lo femenino al pronombre. Más espinoso es el problema de la existencia, y la importancia de sensibilidades diferenciadas según el sexo y/o el género. El que al traducir a una mujer sea necesario poder “sentir como tal” o “saber qué se siente ser…”, lo cual en principio le impondría un reto más alto a un traductor de sexo/ género diferente. Es claro que hay textos, sobre todo literarios, en los que el despliegue de la subjetividad autoril (estoy aquí eludiendo explicitar el género) está embebido de cierto modo de ser/estar/sentir/percibir en/desde la propia carne y que este determina no sólo el lenguaje empleado sino también la mejor manera de interpretarlo, el sitio mejor para entenderlo. Un poema de Sharon Olds sobre partos no será captado con igual eficacia emocional por quien no ha parido, se piensa. O las descripciones de Ted Hughes sobre la manipulación viril del ganado no se alcanzarán a comprender si no se tiene un cuerpo masculino y no se ha sido granjero. Yo francamente lo dejé de creer hace muchos años cuando encontré en la prosa de Yourcenar descripciones de la propiocepción corporal de Adriano que no pensaba que pudieran estar al alcance de una mujer. En suma, creo que es real la dificultad de traducir de modo fiel y perceptivo la literatura intimista de alguien del quien estamos separados por barreras de sexo o género, pero no es insuperable. Como no son insuperables otras barreras equivalentes de cultura, edad, época. De hecho, esa es la esencia de la traducción.

3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
No que yo recuerde. Pero recuerdo poco ya.



miércoles, 28 de abril de 2021

Una encuesta sobre género y traducción (7)

Séptima entrada de la encuesta sobre género y traducción.

Lori Saint-Martin
(traductora canadiense residente en Quebec, Canadá)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?  
–No creo en la neutralidad, que muchas veces se ha confundido con una masculinidad falsamente declarada universal. Uno respira, vive, lee et escribe con todo lo que es, con su género entre otros elementos identitarios. Todo eso está en juego todo el tiempo, en la mente y el cuerpo, aunque se nos escapen por buena parte las modalidades y las formas precisas. No lo puedo probar, pero tengo la convicción íntima de que es así.

2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
–Las afinidades de género, declaradas o no, se manifiestan a menudo en la selección de las obras que traducimos. Hay personas que eligen traducir sola o prioritariamente a mujeres, o a personas negras, o a personas trans, por razones a la vez literarias y políticas, y las entiendo. (También hay hombres blancos que traducen solamente a hombres blancos, pero eso no suele llamarse compromiso político, sino amor a la gran literatura universal.) Lectora y traductora ecléctica, he traducido libros muy diversos escritos por personas que también lo eran. Del español al francés, trabajo sola; del inglés al francés, he traducido más de 120 libros en colaboración con Paul Gagné. Las diferencias entre su manera de contemplar y ejercer el oficio y la mía tienen más que ver con nuestras personalidades respectivas, creo yo, que con el género. Tampoco he notado, en las entrevistas a traductores y traductoras, diferencias de género nítidas en su discurso sobre su arte. En cambio, veo que cuando los periodistas dan protagonismo a algún traductor, casi siempre se trata de un hombre. En la prensa francesa, es muy notable. Y se puede preguntar si la traducción es infravalorada porque está vinculada con lo femenino o si las mujeres son mayoritarias en el oficio en muchos países porque ya es infravalorado.
Otro asunto: ¿ a quién se traduce, a quién no? Aquí sí hay una diferencia de género notable. ¿ A cuántas escritoras latinoamericanas se tradujo durante el llamado Boom? A ninguna, o casi ninguna. Según fuentes norteamericanas, se traduce más, incluso hoy en día, a los hombres que a las mujeres. Estamos en un micromomento en el que las editoriales van buscando textos de mujeres, por razones de diversidad o porque creen de repente que se van a vender, pero es muy temprano para saber si se trata de una transformación profunda, como es de esperar, o de algún oportunismo pasajero.

3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–¿Hay textos que podría traducir pero que rechazaría, por alergia al machismo literario, por ejemplo. Simplemente, no tengo ganas de dedicar mis días a palabras de menosprecio u odio. Dicho eso, he traducido con placer a muchos hombres y a muchas mujeres; a la hora de aceptar contratos, más la calidad literaria y las afinidades cuentan más en el género en sí. Sin embargo, me da una alegría particular contribuir al reconocimiento de alguna escritora desconocida o poco considerada.

Alejandro González
(traductor argentino residente en Buenos Aires, Argentina)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?

–No. Por la sencilla razón de que un traductor no traduce autores, sino textos. ¿Cuántas obras literarias hay en las que una mujer narra desde una primera persona masculina? ¿O a la inversa? Si no supiéramos que Niétockha Niezvánova la escribió Dostoievski ni nos daríamos cuenta de que el autor es un hombre. Lo mismo podríamos decir para Memorias de Adriano y Yourcenar. ¿Un hombre tendría problemas para traducir Bonjour tristesse? Vuelvo a la primera frase: sería deseable que los traductores enfatizáramos esto de que traducimos textos y no autores (el "traductor de Baudelaire", "la traductora de Hesse"). A mi ver, esa ingenuidad deja un resquicio por donde se nos introduce la "metafísica moderna" de la idea de autor (aquí no puedo agregar nada a lo que ya planteó Foucault en 1969). ¿A ver si los traductores somos más antiguos que los autores? (Bueno, lo somos: la función traductor es más antigua que la función autor). Que desde hace unos años la cuestión de género (en este caso, del autor) ocupe tanto el pensamiento, no es algo que me concierna como traductor. Va de suyo que la traducción de textos filosóficos y de ciencias sociales no animan siquiera estas preguntas.


Katherine Silver
(traductora estadounidense residente en Berkeley, California, Estados Unidos)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?

–¿Estás preguntando si la circunstancia de que soy mujer ha hecho imposible traducir algún texto? Diría que no. ¿O si el hecho de que soy mujer influye mis traducciones? Diría que todo lo que soy y he experimentado (judia, de cierta edad, de California, de una familia de izquierda, lectora de ciertos libros, etc ad infinitum) influye. Disculpa, pero no estoy muy al tanto del discurso ése..

martes, 27 de abril de 2021

Una encuesta sobre género y traducción (6)

Sexta entrada de la encuesta sobre género y traducción.


Fabienne Bradu
(traductora francesa residente en Ciudad de México, México)

1)¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?

–Nunca he estado confrontada a semejante situación, ni creo que existe obstáculo alguno para traducir las obras de hombres en mi calidad de mujer. La verdad que no entiendo muy bien los reparos sobre esta cuestión. Es como si se dijera que los hombres escritores son incapaces de crear personajes femeninos y las mujeres, masculinos. Por fortuna, la imaginación y el rigor intelectual no tienen sexo.



Mariano Sverdloff
(traductor argentino residente en Buenos Aires, Argentina)

1)¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
Creo que determinados textos responden a una pauta que una determinada época considera ligada a la escritura "masculina", o a la escritura "femenina". Son atributos variables, arbitrarios, obviamente construidos históricamente (no es lo mismo la retórica de una supuesta "escritura femenina" en el siglo XIX, que en el XX, por decir algo). Por lo demás, ni lo masculino ni lo femenino, ni en general cualquier variación de lo genérico son propiedades transhistóricas de los textos. Muchas veces es más una descripción metalingüística (se le atribuye "lo femenino" a un determinado texto) que una realidad empírica comprobable (los romanos solían hablar despreciativamente de textos o discursos femeninos: naturalmente es una construcción metalingüística que carece de todo asidero). Dicho esto, quizá haya alguna resonancia entre algunas escrituras llamadas femeninas (pero también “masculinas”), que faciliten la traducción (por ejemplo, E. Dickinson y Silvina Ocampo). No tiene que ver con que ambas sean mujeres y escriban "en femenino", sino con que es posible pensar pautas comunes, aproximativas, entre las escrituras de ED y SO. Amplío: más que de rasgos genéricos a propósito del traductor, hablaría de posibilidad de trabajar con una determinada lengua de traducción desde un horizonte propio, entendiendo por horizonte propio el conjunto de reglas y expectativas estilísticas que estructuran el trabajo del traductor. En la definición de ese horizonte, entran en juego rasgos genéricos, desde ya, pero no siempre son determinantes, hay que ir caso por caso, y no me parece útil reducir la posición de traductor a tal o cual identidad genérica (a menos que el traductor decida politizar ese rasgo y ponerlo en primer plano: ahí el planteo es otro). Creo que los textos no son cuerpos, sino que más bien distribuyen en su superficie los signos de la corporalidad: recién pensaba en que un(a) traductor(a) al japonés de David Viñas debería distribuir en su texto los signos de lo que en Japón se considera “virilidad”, “violencia”, “polémica”, etc. El hipotético traductor al japonés de Viñas no debería “sentir la corporalidad de Viñas”, sino más bien saber que en el original hay una exacerbación de ese registro, y debería, por tanto, traducir a Viñas al código de la virilidad pendenciera japonesa, que yo ignoro (y lo dijo sin alegría, porque debe ser de lo más interesante). El traductor al japonés de Viñas no tiene por qué ser hombre, ni comportarse como un Yakuza, etc.

2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
Abundo en lo ya dicho en el punto anterior: el “género” en algunas épocas puede consistir en ciertas pautas estilísticas. Pero en otra no. Es decir: traducir Cumbres Borrascosas de Emily Brönte supone traducir una violencia que contradice lo que se esperaba de una “escritura femenina” en el siglo XIX. Porque en realidad todo el problema se retrotrae a si existe o no “una escritura del género X”. Creo que el problema debe plantearse así: tal época considera que el género X escribe de la forma A. Quizá lo que hay que traducir es esa expectativa epocal (traducir una novela “femenina” victoriana metiéndose en la retórica del “ángel del hogar”, independientemente de si el traductor o la traductora comparta o no esa construcción). En conclusión: no es que un género está especialmente habilitado para traducir a un género similar (hipótesis que considero absurda, incluso con ribetes identitarios y acaso biologiscistas) sino que determinados traductores tendrán más afinidad estilística con el estilo de tal autor, sea este Puig, Dickinson o Pizarnik. Ese autor estará marcado, probablemente, por la expectativas epocales sobre el género de su época, en el sentido de que los autores aceptarán o impugnarán tal pauta: el traductor debe estar atento a esa relación epocal también. Luego, cualquier traductor de cualquier género puede enfrentarse a cualquier texto escrito por un autor de cualquier género. Pienso por ejemplo en las brillantes traducciones/reescrituras que Anna Carson hace de Catulo. Por lo demás, no me parece interesante reponer la categoría de “fidelidad” en la traducción por medio del género (esta reposición supondría que se sería más fiel si alguien del género A traduce una obra escrita por el autor del género A). Después de Venuti, reponer la categoría “fidelidad” por medio del género (o de cualquier otra retórica identitaria), me parece cuando menos problemático.

3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
No. La última mujer a la que traduje fue Barbara Carnevali, y los problemas tuvieron más que ver con el uso de la terminología filosófica.


Pedro Ignacio Vicuña
(traductor chileno residente en Santiago de Chile, Chile)

1)¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
–La verdad es que no entiendo bien la pregunta, en el sentido de si se refiere a las palabras en sus géneros gramaticales o a una perspectiva de género relacionada a la concepción antipatriarcal que está tan en boga por estos años. Si se trata del primer caso, la verdad es que, a menudo se enfrentan problemas, toda vez que, en poesía, que es lo que yo traduzco, el género gramatical de las palabras centrales o claves de un poema, es decisivo a la hora de tener que verse constreñido a cambiar el género o, de lo contrario, a cambiar el sentido evidente del poema. Digo evidente porque eso, muchas veces ocurre con las primeras lecturas, pero a medida que te vas adentrando en el poema, es probable que se pueda resolver sin tergiversar el texto original. Respecto de lo segundo, me parece que nos enfrentamos a una extrapolación que resulta de difícil discernimiento. Y el comentario pertinente es más afín a la siguiente pregunta.

2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
–Yo creo que al traducir, uno debe preguntarse qué se traduce cuando se traduce. De la misma manera que debe preguntarse si acaso las palabras tienen un valor único e inamovible y todos y cada uno entienden exactamente lo mismo al escuchar una palabra o leer un texto. Sabemos que eso no es así, sabemos que el lenguaje está necesariamente asociado a las experiencias personales de las palabras y sus significados, a las imágenes que las palabras nos producen que son todas extraídas de las experiencias personales, reales u oníricas, concretas o fantásticas, pero siempre personales. Esta constatación me hace estar absolutamente cierto de que bajo ninguna circunstancia uno traduce a un autor de manera cabal, en el sentido de que existiría la posibilidad de traducir un texto sin perder un ápice de lo que dice y significa el original. El problema de esto es que uno nunca sabe, ni puede saber, qué es exactamente lo que dice el original, a no ser que venga con un manual de instrucciones –y ni siquiera. Estoy absolutamente convencido de que uno, al hacer el ejercicio de verter un texto a la lengua vernácula, necesariamente traduce lo que uno ha leído en ese texto que quiere trasvasijar, es decir, las relaciones, conexiones, reminiscencias, sensaciones, temblores, odios, denuestos, etc. que ese texto que uno quiere verter ha producido en uno, de cual sea la manera en que eso se produzca. Uno traduce sólo lo que uno ha percibido del texto original; por más documentos, reseñas, estudios psicoanalíticos, de laboratorio, algoritmos o cualquier otra vaina, pretendidamente poseedora de la verdad, a la que uno acuda, uno siempre va a traducir lo que uno lee que, nunca es lo que exactamente el autor ha escrito o querido decir, esa posibilidad me parece un imposible ontológico. Creo que en realidad, la traducción es una recreación que se alimenta de la ilusión de querer ser un trasvasije del continente original (la lengua de origen) al continente que lo recibe (la lengua a la cual el texto se vierte), pero es sólo eso una tentativa siempre esquiva de traducir la verdad del otro. ¿Cómo puede, entonces, ser determinante el asunto de género a la hora de traducir? Me parece que el problema, o supuesto problema, de una traducción cruzada de género –mujeres traducidas por hombres, hombres traducidos por mujeres– es de suyo superficial o, por lo menos, falaz, en ese sentido, dado que no hay ninguna lectura que sea más verdadera que otra. Las hay más o menos profundas, más o menos afines al espíritu del autor, pero siempre es sólo una aproximación. En realidad, el asunto da para muy largo, pero si fuera posible hacer una traducción verdadera, tendríamos que convenir, necesariamente, que todos los lectores de la lengua vernácula del autor entienden sus textos de manera idéntica.

3)¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–Ahora, por ejemplo, que estoy traduciendo a la poeta griega Eleni Vakaló, no tengo ningún problema, o tengo los mismos o similares a los que podría tener Natalia Moreleón. Vamos a tener lecturas distintas ¡qué bueno! Pero eso no inhabilita ni al uno ni al otro.


lunes, 26 de abril de 2021

Una encuesta sobre género y traducción (5)

Segunda semana de la encuesta sobre género y taducción


Edgardo Scott
(traductor argentino residente en París, Francia)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción
–Justo escucho en mi deriva diaria de Spotify “It´s different for girls”, de Joe Jackson (1979), una canción que ya entonces planteaba el cambio de roles entre “lo femenino” y “lo masculino”. Hace poco tanto Javier Marías como Claudio Magris comentaron el caso de Amanda Gorman, más conocida –o lamentablemente conocida– como la joven poeta estadounidense que leyó en la asunción de Biden, y el affaire posterior, cuando al ser traducida al holandés su agencia literaria habría pedido que la tradujera una activista afrodescendiente, “Una artista joven, mujer e inapelablemente negra, ya que para captar todos los matices de lo que significan esos poemas se tiene que ser negra, como negra es la americana.” He leído el poema de la asunción y he leído otros poemas de Amanda Gorman y me creo capaz de traducirlo aceptablemente sin ser “una artista joven, mujer e inapelablemente negra”, sino un hombre de mediana edad, nacido en un suburbio al sur de Buenos Aires, heterosexual y descendiente de irlandeses, españoles, vascos y algún otro elemento mestizo; es más, creo que cualquier traductor o escritor que tenga un inglés razonable podría traducirlos también aceptablemente, sobre todo porque los poemas de Gorman son tan terriblemente oficiales –en el sentido de que sólo se pueden sostener gracias al poder ideológico de su cultura oficial– como pueriles y maniqueos a nivel literario. Lamentablemente para la poesía estadounidense, Gorman no es la nueva Wanda Coleman, Elizabeth Bishop o John Ashbery.

2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
–El lenguaje es lo menos esencialista que existe. El lenguaje –y la poesía es el elemento nuclear, la operación fundante del lenguaje– es el que ha introducido los géneros, por ejemplo, pero como parte de un sistema de signos que, al menos desde Saussure para acá sabemos, es absolutamente arbitrario a los fines prácticos; es decir, la mesa se llama mesa solo porque todos la llamamos así. Si todos nos ponemos de acuerdo, puede llamarse silla. Y podemos empezar a decirle a la silla, mesa (si todos lo usamos de ese modo). Es un sistema a los fines de la comunicación más básica, más convencional o funcional. Por otro lado, no hay dudas de que la experiencia puede jugar un rol importante en la traducción, es decir, si hay un poeta que canta a las Highlands (un poeta escocés que me gustaría traducir, por ejemplo, que me gusta mucho, Thomas A. Clark, su libro Farme by the shore (Granja en la costa), y le da un lugar muy intenso a los elementos del paisaje, bueno, evidentemente, algo de poder recuperar ese paisaje de la realidad, ciertos detalles, puede ser importante a la hora de traducir. Pero no la identificación sexual de Thomas A. Clark o de qué modo ejerce su masculinidad o la ideología que a priori uno podría atribuirle.

3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–No que yo recuerde. Hay numerosos textos que no me he sentido en condiciones de traducir, pero no por una cuestión de género. Hace poco terminé un libro de Annie Ernaux, por ejemplo, y mientras leía –y obviamente traducía para mí en la lectura, no soy bilingüe al francés– había pasajes de una dureza, de una parquedad áspera que me recordaban el lenguaje de Andrés Rivera. Me parece que el problema es justamente ése, es un problema, podría decirse, imaginario, la imposibilidad o dificultad para poder cruzar los géneros sexuales en la literatura, sobre todo a nivel crítico; siempre se asocia a un escritor hombre con otro escritor hombre y a una escritora mujer con una escritora mujer, y a un escritor o escritora homosexual con otro escritor o escritora homosexual; ahí nos comportamos como si fuera una clase de educación física en un colegio católico hace cuarenta años. Con semejante ingenuidad e ignorancia. Yo leo a Felisberto Hernández y pienso en Hebe Uhart; es más, me parece que Hebe ha sido lo más parecido a Felisberto después de Felisberto. O que Felisberto es un precursor natural de Hebe Uhart. Una vez le hicieron una entrevista a Gerard Depardieu con Catherine Deneuve. Y él dijo, “me gustaría ser un hombre como ella”. Porque claro, hay una virilidad –un control, un orden–, podría decirse, en Catherine Deneuve, que se entiende el chiste de Depardieu. Se trata de eso. La traducción es también un acto de travestismo, pero a todo nivel.


Verónica Zondek
(traductora chilena residente en Valdivia, Chile)

1)¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
–Supongo que lo que preguntas, es si acaso existe traza del género del traductor en lo traducido. Yo creo que lo que uno es naturalmente aparece de una u otra manera en lo que uno hace, y eso incluye también, a la traducción. No creo que sea posible traducir desde un lugar que omita las experiencias y la sustancia que nos hacen ser quienes somos. Entonces, el género, como otras tantas particularidades, no puede sino influir en el modo de percibir la realidad. Cuando hablamos de traducción literaria, son justamente esas particularidades, las que diferencian la contribución de uno u otro traductor.

2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
–Creo que de algún modo ya contesté esto, pero para agregar un punto más, me parece que esa es la razón principal del por qué se equivocan las editoriales cuando piensan que debe haber sólo una traducción hegemónica, la que ellos manejan. Creo que, con esa disposición, se le hace un flaco favor al libro en cuestión, ya que el género, el conocimiento, las lecturas, el territorio y otros asuntosque suelen ser parte de la identidad de una traductora o traductor, aportannuevas maneras de leer una misma obra. A fin de cuentas, para alguien que se aproxima a un autor o autorade otra lengua, estas traducciones, si son buenas, pueden resultar complementarias.

3)¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–No, no creo que la circunstancia de ser mujer me signifique un impedimentoa la hora de traducir un texto. Cada uno traduce desde la honestidad de ser quien es.


Claudia Cabrera
(traductora mexicana residente en Ciudad de México, México)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?

–No sé si ha sido cuestión de suerte, pero a mí, en realidad, el género nunca me ha afectado. Resulta que la mayor parte de los libros que he traducido han sido de autores hombres, quizá el 90 por ciento. Y nadie, nunca, me ha dicho que no debería o que no podría hacerlo. Curiosamente, sí me dieron una vez esa respuesta cuando propuse retraducir (al español de México, por primera vez) las obras del exilio de Anna Seghers. Ahí la objeción fue que la primera traducción la hizo una pareja de refugiados españoles, es decir, gente de la generación de la autora que había padecido en carne propia la experiencia. Y yo no. Y bueno... A otra editorial, por suerte, sí le gustó el proyecto y me lo aceptó. El hecho de que haya traducido sobre todo a hombres se debe a que ésos eran los encargos que me hacían las editoriales. En los últimos tiempos he podido proponer yo algunos títulos, y estoy tratando de traducir a más mujeres.




viernes, 23 de abril de 2021

Una encuesta sobre género y traducción (4)

Cuarto día de la encuesta sobre género y traducción.


Paulo H. Britto
(traductor brasileño residente en Río de Janeiro, Brasil)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?

–Indudablemente, todas las traducciones tienen no uno, sino muchos rasgos o características en común: todas son operaciones de reescritura de un idioma a otro; todos implican algún grado de pérdida, en uno o más niveles (semántico, formal, estilístico, etc.). La lista podría continuar casi indefinidamente. Sin embargo, si la pregunta se restringe al campo de la traducción literaria, podemos centrarnos en una única característica: la necesidad de recrear en la lengua de destino las marcas de estilo que están particularmente asociadas con el autor y que se valoran como marcas de literalidad. No es difícil encontrar ejemplos: la sintaxis larga y tortuosa de Proust y James; el uso de neologismos y la presencia de muchas voces diferentes en Joyce; el lenguaje seco y burocrático de Kafka. Pero la recreación de rasgos estilísticos puede convertirse en una dificultad extrema cuando el rasgo en cuestión se basa en un aspecto del idioma de origen que no tiene una contraparte en el idioma de destino. Voy a dar un ejemplo que responde a la pregunta 3: el uso de Emily Dickinson de la oposición entre dos sectores del léxico inglés: por un lado, un núcleo básico de palabras de origen germánico, en su mayoría de una o dos sílabas, el más utilizado el lenguaje, asociado al cuerpo, las pasiones, los conceptos más básicos y los sentimientos más viscerales; por el otro, una periferia de palabras de origen latino o griego, casi siempre polisilábicas, más técnicas, literarias y abstractas. Por un lado, términos como up, big, go, mother, love, think, forgive (“arriba”, “grande”, “adelante”, “madre”, “amar”, “pensar”, “perdonar”); por otro, preeminent, penetrate, encouragement, sympathy, intelligent (“preeminente”, “penetrante”, “aliento”, “simpatía”, “inteligente”). Para decirlo bien, muchos de los poemas de Dickinson comienzan describiendo una escena cotidiana, utilizando solo palabras del primer grupo, por ejemplo, “A bird came down the walk” (“Un pájaro bajó por el camino”), y terminan con un polisílabo abstracto como “infinity” o “eternity” (“infinito” o “eternidad”). El poema parte de experiencias viscerales comunes y termina con una abstracción filosófica; y este camino semántico está marcado por la transición del léxico germánico al léxico latino. Algunos de estos poemas de Emily Dickinson plantean inmensas dificultades cuando intentamos traducirlos a una lengua polisilábica neolatina, como el portugués, el castellano o el italiano.


Roberto Mascaró (traductor uruguayo residente en Malmo, Suecia)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?

–Justamente en estos días he estado pensando mucho en eso. Claro que es un problema y también una aventura para la traducción la cuestión de género. Basta con pensar en el problema que tiene un anglosajón para traducir del castellano, lengua en la que existen los verbos “ser” y “estar” (y no sólo uno, el to be) y los pronombres posesivos y muchas otras formas tienen género (masculino/femenino) y no así en el inglés... Este problema se ahondará cuando se trate de traducir un texto trans, donde aparece un género nuevo, una visión de la vida nueva. Un ejemplo de lo que se me ha presentado y me ha obligado a reflexionar: traducir la palabra människa, que aparece infinitas veces en Strindberg, del sueco. El significado “paternalista” y, por lo tanto, caduco seria “hombre”. Así, människorna fue traducido siempre como “los hombres”, sentido genérico que siempre me sonó exclusivo y machista. Lo resolví dejando de lado la forma masculina y usando el significado “humano”. Asi, he traducido människorna como “los humanos”, para resolver en parte el problema. Esto me sirvió también para “corregir” mis propias expresiones y ya no hablo ni escribo del “hombre”, sino del “humano”. En Suecia se ha trabajado mucho con este tema del género, desde las guarderías y la escuela primaria y secundaria. Cuando el maestro se refiere en tercera persona a un/a alumno/a no lo llama ni han (él) ni hon (ella) sino hen, una palabra inventada recientemente, ya que la identidad de género y la sexual del alumno va a ser decidida por él cuando cumpla los 8 años... No sé si sirven estos ejemplos. Creo que se presentarán más desafíos para el/la traductor/a en el futuro próximo.

3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–Claro que he dejado de lado y no he traducido poemas excelentes a causa de dificultades como lsa que describo arriba y otras. Sobre todo cuando los CONTEXTOS (geográficos, culturales, físicos, filosóficos) se me han presentado como seguramente incomprensibles para el lector... No todo es traducible en literatura, evidentemente. Conservar métrica y rima de un poema sueco en una versión castellana es un desafío que cuesta horas y horas de reflexión... y a veces termina en la papelera.


Mariana Windingland (traductora argentina residente en Mendiolza, Córdoba, Argentina)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?

–En términos generales creo que no existen rasgos genéricos en la traducción, pero podría haber excepciones. Si pensamos en una novela cuyos personajes son femeninos y la trama aborda cuestiones intrínsecas a la biología de la mujer, como el embarazo o la lactancia, seguramente el tratamiento del texto no será el mismo para una mujer que ha vivido estos procesos que para una persona no gestante. Sin embargo, no me parece imprescindible que la traducción la haga una mujer. ¿Para qué está la literatura sino para imaginar y crear otros mundos posibles?

De pequeña adoraba a Julio Verne y a Mark Twain a pesar de ser una niña que crecía en un sistema absolutamente binario. En casa nos compraban, entre otros, los títulos de la Biblioteca Billiken de los años ochenta que editaba en tapa roja las lecturas “de niñas” y en tapa azul las “de niños”. Me pregunto quién hacía aquellas traducciones y si aplicaban el mismo criterio curatorial dividido en géneros. En aquellas épocas solía meterme a hurtadillas en la biblioteca de casa, tarde en la noche cuando ya todos dormían, tomaba un libro de tapa azul, y lo leía con una linterna debajo de las sábanas, a escondidas. Más tarde supe que el capricho editorial no había alcanzado a mi madre y a mi padre y pude echarme a leer el resto de las aventuras al sol. Como apunta Garland, lo que es esencial para traducir es hallar el texto cautivante, el texto te tiene que gustar, tiene que ser un desafío, y esto trasciende el género de quien lo haya creado. Por mi parte, hasta el momento no me he topado con textos que no haya podido traducir por esta circunstancia.

Para cerrar, me gustaría comentar algo aunque sea un poco tangencial a este tema. Hay algunos sustantivos del noruego que no tienen traducción al español por ser neutrales en su género, por ej. barna (la niña + el niño) podría hoy traducirse como “les niñes”, pero foreldre (madre + padre, mor + far) lamentablemente no tiene aún una traducción posible. Ocasionalmente he oído de jóvenes decir “xadres”, pero no creo que su uso sea muy extendido. Un tercer término que también complica bastante es skjæreste, que literalmente significa “mi más queride” y se usa extensivamente para no categorizar los vínculos sexo-afectivos (no se presenta a “mi marido/mi novio/mi amigo con derechos”, sino que se usa “mi más queride” y de esa manera se pone de manifiesto que no se quiere dar más precisiones sobre el tipo de vínculo en cuestión. Pero bueno, aquí nos metemos en otra discusión posible sobre cuestiones de género en la traducción.

jueves, 22 de abril de 2021

Una encuesta sobre género y traducción (3)

Más respuestas a la encuesta sobre género y traducción


Itziar Hernández Rodilla 
(traductora española residente en Madrid, España)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?

–En mi opinión, esto depende de lo bueno que sea quien traduce. Si un traductor tiene empatía lectora y sabe documentarse, no creo que pueda tener problemas para traducir. Es cierto que hay autores con los que conectamos antes. Quiero decir, por ejemplo, que si traduzco a una europea occidental de mi nivel educativo, orientación sexual y edad que cuenta su vida, tardaré menos en encontrar el vocabulario para traducir sus experiencias porque puedo recurrir más fácilmente a mi propia vida y mi propio entorno para reflejar lo que pretende expresar. Pero tener que trabajar menos no me parece que sea igual a decir que hay un rasgo genérico en la traducción.

3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia.
–No, la verdad. Pero sí me ha pasado que no me hayan dado un texto por mi género. Hay editores con caprichos curiosos.


Jorge Aulicino
(traductor argentino residente en Buenos Aires, Argentina)

1)¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
–Ni de ida ni de vuelta. Si uno traduce a una mujer, por ejemplo, es sólo necesario seguir la corriente de las palabras. El género, cuando lo haya, brotará solo. Que una mujer pueda sellar o no con su sello femenino, supuesto que exista, un texto masculino, incluso nuestro, dependerá de cómo conciba la traducción. Si busca la literalidad como absoluto imposible, pero deseable, simplemente seguirá la corriente verbal sin pensar si el traducido es varón o mujer. Realmente una traducción trans todavía no he visto. En ese caso, o en del bisexualismo, las cosas se harán más complicadas, imagino. Será como retraducir al castellano un texto del castellano que ha sido traducido al alemán, por decir otro idioma. Pero siempre hay que ponerse en el lugar. Como aquel periodista gay que quedó estupefacto cuando entró una beldad en un bar nocturno, pero reaccionó y exclamó: “¡Qué minón!”, para agregar: “¿Me estaré volviendo lesbiana?”.

2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–Nunca. Traduje poetas mujeres italianas. Traduje o intenté traducir lo que escribieron. Nunca pensé si lo que escribían era femenino o masculino. No digo que no lo fuera, digo que no lo pensé, no me hizo falta para traducirlas. La femineidad estará en la traducción también, imagino. En cuanto a ponerle mi sello masculino –en caso de que lo tenga– espero haberlo eludido por el mismo procedimiento: buscar la literalidad a toda costa aunque sepamos que no es posible. No vamos a entrar, supongo, en eso del Inconsciente... En cuanto al lenguaje, si es masculino en sí mismo, porque fue creado por hombres, bueno, las mujeres que escriben lo usan desde hace tiempo sin hacerle ascos. Por otra parte, el lenguaje lo hicieron también las mujeres. En el fondo de la lengua castellana está, por ejemplo, Sor Juana, que tenía una sintaxis exquisita, expresión o forma de ser, o el ser mismo, de un pensamiento complejo.


Jessica Sequeira (traductora estadounidense residente entre Santiago de Chile, Chile, y Cambridge, Gran Bretaña)

1)¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?

–Sí, pero no tanto en el acto mismo de traducir, que requiere paciencia y arte, y donde no creo que hace una gran diferencia el tema de identidad si uno abarca la obra con empatía, apertura a lo nuevo y ganas de trabajar. Siempre siento que puedo encontrar una conexión con lo que traduzco, sea sobre ópera, física, recorridos por el campo ruso, lo que sea. Me gusta sentir que estoy entrando a nuevos mundos de lenguaje cuando traduzco, y el hecho de que alguien tenga otro género o preferencia sexual no es necesariamente importante. No obstante, a nivel de mercado sí tiene absolutamente que ver. Este es un momento donde las mujeres, por ejemplo, tienen más oportunidades para ser publicadas —con su propia obra y en traducción— que antes. Editores me han pedido textos escritos por mujeres o con algo que ver con ese tema, por ejemplo, porque saben que van a vender y tener una mayor receptividad crítica. No es necesariamente algo cínico, también es un momento histórico en el cual estamos viendo el pasado con nuevos ojos, y gente que, por varias razones, no pudo entrar fácilmente en la cadena de la producción del libro. Es importante darse cuenta de eso. Dicho esto, creo que cualquiera que quiera publicar o traducir puede encontrar una editorial o un espacio para hacerlo. El mundo de la literatura es muy diverso. Además de las editoriales multinacionales, hay un montón de editoriales independientes de calidad, dispuestas a tomar mayores riesgos y de editar muy buenas obras.

3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–Hasta la fecha no, por suerte.

miércoles, 21 de abril de 2021

Un encuesta sobre género y traducción (2)

Estas son las primeras respuestas a propósito de la encuesta sobre género y traducción

Andrés Ehrenhaus (traductor argentino residente en Barcelona, España)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
–Desde hace tiempo defiendo la idea de que no hay texto sin género e incluso me atrevería a decir que no lo hay sin sexo. A mi entender, todo texto está atravesado por la sensibilidad y las circunstancias (culturales, políticas, pero también biológicas o libidinales) de su autor y, de un modo u otro, las proyecta o manifiesta incluso a pesar de que se intenten soslayar o moderar en la escritura. Es más, este mismo acto (el de la autocensura erótica, digamos) ya constituiría un rasgo de género en sí mismo, obviamente reflejado en el texto y, por tanto, detectable o perceptible en la lectura. Así, la traducción, en tanto forma muy particular y específica de lectura y relectura de textos, no podría –ni debería– desentenderse de esta cuestión, sino ofrecer alternativas conscientes que, a su vez, estarán inevitablemente atravesadas por la sensibilidad y circunstancias del propio traductor. Así como no hay texto sin contexto, tampoco hay traducción capaz de aislarse en el tiempo y el espacio o, por decirlo en términos más próximos al asunto de la encuesta, no hay traducción sin cuerpo.

2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
–Entonces, ¿qué hacer con esos cuerpos, el del texto original y el de la traducción? En primer lugar, reconocerlos y no espantarse de ellos. Como en el cuento de Andersen, el emperador está desnudo, al menos a medias. A partir de aquí se juegan cuestiones ligadas a la actitud política, al arte poética de cada traductor (o de ese traductor en cada momento determinado, porque las posturas y enfoques cambian con la práctica y las experiencias): hasta no hace mucho, el traductor era un agente fiscalizador, dotado de herramientas morales y estéticas para enmendar los posibles defectos de los textos originales y adecuarlos a los usos y costumbres “universales” de cada época; a lo largo del s. XX y sobre todo a partir de su segunda mitad, se ha ido imponiendo un enfoque mucho más verista y preservador de los textos originales, con la idea de devolver todo el sabor y la complejidad de estos textos en lugar de planchar su problemática. Hoy en día volvemos a encontrarnos en una encrucijada ética (y política) en la que se cuestiona esta manera de traducir o, en todo caso, en la que se abre la traducción al debate lingüístico de género. Y se abre en pleno proceso productivo, es decir, generando respuestas prácticas, parciales o de urgencia que, obviamente, irán derivando en tendencias más o menos generales. En el caso de los traductores profesionales, es decir, de quienes trabajamos para la industria editorial, a las cuestiones éticas personales debemos añadir las imposiciones (aceptables o no) de esa industria y su propio aparato político de usos y costumbres. Como he dicho, creo que los textos transpiran una libido que no se circunscribe a meras cuestiones gramaticales de género. Es decir que el problema no se soluciona con una estrategia inclusiva determinada ni se preserva necesariamente la sexualidad del texto neutralizando los usos genéricos predominantes digamos “patriarcales”. De hecho, en mi opinión, de ese modo se sumerge el iceberg, se derrite un poco su pico emergente pero también se borran las huellas históricas, culturales, etc., que lo configuran. El buenismo no elimina lo que identifica como el mal, lo perfuma, se limita a perfumarlo. Soy partidario de trasladar la libido del texto original en el estado en el que nos ha llegado a las manos, a los ojos, a todos los sentidos, en la medida, por supuesto, de nuestras posibilidades técnicas. Pero eso ya es cuestión de oficio... y sensibilidad.

3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–No, no me ha pasado nunca. Tal vez por ignorancia o, justamente, por falta de la debida sensibilidad, pero también por enfoque crítico. Así como los textos están atravesados no por una sino por numerosas y complejas ondas libidinales, nosotros mismos, en tanto traductores, no somos de una única manera ni componemos un arquetipo inquebrantable. Todas esas corrientes eróticas, esos momentos políticos del cuerpo del texto, están también en nosotros y conviene despertarlos para que nos ayuden a leer desde distintos puntos de vista, y a solucionar los problemas que se deriven de ello de maneras más amplias y no fiscalizadoras. No censurarse para no censurar. Sé que es una propuesta un tanto naïve pero en el fondo apela a la seriedad y el rigor del oficio, que no deben acabar en la gramática o la lexicografía al uso. A la vez, creo lícito que cada traductor sepa reconocer sus límites y admitir sus zonas ciegas, y que no se apropie de aquello que hará mal o peor que otros. También ahí hay una responsabilidad que a menudo se nos escapa. A este respecto, el debate de género ayuda a que estemos más alerta; el peligro es que ese estado se convierta en hipersensibilidad, que es el paso previo e ineludible a la hipercorrección.


Magalí Sequera (traductora francesa residente en París, Francia)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
–No creo que haya un rasgo genérico en la traducción. El traductor es antes que nada un lector sumamente atento, que tiene que evitar errores de lectura u olvidos. Con lo cual, debería poder traducir tanto a un autor hombre o mujer. Si no conoce bien tal o cual tema muy relativo al género del autor, puede buscar, investigar, preguntar; así como lo haría con otros temas. Lo que importa es la tesitura de la voz del texto e intentar ser fiel a ella. En un reciente programa dedicado a la traducción en France Culture, entre las cinco traductoras invitadas, tres traducían a autores –Walser, Murakami y Dante– y no lo plantearon como un problema. Las veces que participé de las residencias de traducción de Jean-Philippe Toussaint en las que solía reunir a sus traductores, había hombres y mujeres, y no recuerdo haber abordado la traducción bajo ese enfoque.

2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–Los distintos textos que traduje, hasta ahora, siempre fueron textos de autores que me gustaban y resulta que de los tres, dos son hombres: Jean-Philippe Toussaint y Vincent Almendros. Jamás se me cruzó por la cabeza no poder traducirlos por ser mujer. No me parece que el traductor tenga que ser un espejo del autor. En este sentido, la reciente polémica que surgió en Holanda acerca de la persona que habían elegido para traducir a Amanda Gorman me parece equivocada. Es una prueba más de la tendencia a querer encasillar cada vez las cosas. Me gustaría saber quién la va a traducir al castellano.


Cecilia Rossi (traductora argentina residente en East Anglia, Gran Bretaña)

1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
–Sí, por supuesto. Quién traduce, cómo se traduce, desde dónde... Los handbooks que se publican – y renuevan constantemente en el área de estudios de traducción– hace rato que vienen proponiendo una reflexión acerca de lo que significa traducir en la estela de movimientos, como el movimiento feminista. Por ejemplo, en 1997 salió The Routledge Handbook of Translation and Gender, Translating in the 'Era of Feminism', editado por Luise Von Flotow que justamente propone un estudio de la teoría y práctica de la traducción dentro del marco de los estudios de la mujer y su crítica al lenguage “patriarcal”. En la práctica se puede ver esto en el surgimiento de formas de traducir experimentales, o híbridas, con estrategias de traducción intervencionistas. En ese sentido la antología de traducciones de poesía editada por la poeta/traductora Sophie Collins es excelente: Currently & Emotion (Test Centre, 2016). Kate Briggs en This Little Art (London: Fitzcarraldo, 2017) se refiere a la lady translator... con un poco de ironía a veces, pero justamente para argumentar en contra de una idea de la traducción que considera a la traductora (pensemos en la traductora, la lady translator) como sujeta a la autoridad del autor (hombre)... un poco barthesiano (similar a pensar al lector como sujeto a la autoridad del autor). Entonces, se puede establecer un paralelismo entre este pensamiento de Barthes y el que que se rebela contra la postura que sostiene a la traducción como una obra de menor valor que el original.

2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
–Creo que ya abarqué este tema pero se puede agregar que en el área de estudios de traducción se viene hablando desde hace rato de Feminist Translation Studies y se lo encara desde el lado de un activismo político. Al margen de los activismos, una propuesta de pensar a la traducción como una práctica de escritura creativa, ya implica una posición desafiante con respecto a posturas fosilizadas que ven a la traducción en términos de “fidelidad” (!).

3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–Yo sólo he traducido a mujeres, con la excepción de poemas de Julio Cortázar que traduje durante la maestría en Escritura Creativa (en la Universidad de Cardiff). Se fue dando así... En el caso de la obra de Alejandra Pizarnik, muchas veces me topo con una cuestión de género: a nivel sintáctico cuando Pizarnik esconde deliberadamente el género de quien habla o a quien se habla. En el texto en prosa “Un rostro”, por ejemplo. Entonces hay que respetar ese juego y tratar de no revelar en la traducción lo que el original esconde.

martes, 20 de abril de 2021

Una encuesta sobre género y traducción (1)

La semana pasada, en el marco de una entrevista con Inés Garland, a propósito de su reciente traducción de Jamaica Kincaid (ver en este blog la entrada correspondiente al pasado 16 de abril), conversamos brevemente sobre si en la traducción aparecía también la hoy tan mentada cuestión de género. Como el tema iba más allá de la especificidad de esa entrevista, tratamos de establecer por mail un intercambio que, llegado un punto, se interrumpió. Lo reproduzco a continuación:

Inés Garland
–¿Qué diferencia encontrás entre Tiffany Atkinson y Claire Keegan, que hace que pienses que vos no podrías traducir a Tiffany y yo sí? ¿Por qué yo sí?

Jorge Fondebrider
–Tiffany y Claire tienen más o menos la misma edad, se formaron de manera aproximadamente igual (las dos, con diferencia de años, estudiaron en la Universidad de Cardiff, en Gales), pero una se crió en distintas ciudades de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, y la otra sólo en el campo irlandés. Por otra parte, Tiffany se dedica a la poesía y al ensayo, y Claire al cuento. Entiendo que la poesía exige un lenguaje mucho más cargado que el de la narrativa, porque, entre otras cosas, tenés que decir lo mismo o más con muchas menos palabras y, en muchas ocasiones, sin tener siquiera un conato de ficción que te sirva para estructurar el texto. El cuento, en cambio, si bien también es una forma breve respecto de la novela, tiene otras reglas y, mal que mal, siempre hay una estructura definida y, por lo tanto, siempre hay espacio para un desarrollo mayor. Ahora bien, aunque este pueda ser un punto de partida, no es el meollo de la cuestión. Uno podría sumar la posibilidad de una experiencia compartida, los datos puntuales que suministra esa experiencia y una manera particular de expresarla ligada a una determinada estructura de personalidad y sensibilidad que no todos compartimos. A mí, personalmente, me da la impresión de poder traducir la forma en que Claire Keegan plantea sus historias, que, aunque en oportunidades traten sobre temas vinculados con su género, se adecuan perfectamente bien a un discurso de índole más general que el de Tiffany Atkinson. Y en este sentido, recuerdo que, cuando la traducías, me contaste hasta qué punto muchas de las experiencias que ella presentaba en sus poemas habían sido también tus propias experiencias como mujer, lo que te acercaba cabalmente a su poesía. Esto último, y ya en términos generales, va desde cuestiones aparentemente externas (en la entrevista que te hice hablabas por ejemplo del empleo de las toallas femeninas en un texto de Jamaica Kincaid) a otras de naturaleza mucho más sútil. Nada de esto es enteramente privativo ni excluyente, pero a veces sucede así y me parece importante advertirlo.

Inés Garland
–No puedo pensar en la sensibilidad como un atributo de género. Creo que hay autores que nos son más afines, por muchos motivos, pero no puedo dividir esa afinidad en hombres y mujeres, ni pensar que un hombre no podría investigar el tema de las compresas en Jamaica Kincaid. De hecho, las otras dos traducciones que mencioné en la entrevista, son de mujeres. Y ni siquiera es un error grave, era un ejemplo de la importancia del contexto. Con respecto al ejemplo que usaste, me siento tan cercana a Claire Keegan como a Tiffany, aunque sean muy diferentes. Me siento más cercana a Tim O’Brien (The Things They Carried) que a muchas mujeres. Creo que dividir la sensibilidad entre hombres y mujeres crea una distancia que ya es hora, hace mucho tiempo, de cuestionar y que es justamente el ámbito de la literatura donde esa distancia tiene mayores posibilidades de corregirse si nos leemos los unos a los otros sin preconceptos. Frank Sinatra decía que la persona que más había influenciado su manera de cantar había sido Billie Holiday.

El diálogo quedó ahí, pero mi impresión fue que, seguramente, otros traductores tendrían otras cosas que decir. La idea, entonces, es incorporar algunas de esas otras voces a partir de tres preguntas:


1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?

2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?

3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?

Éstas les fueron formuladas a traductores y traductoras de distintas nacionalidades, que traducen los más variados géneros literarios y que cada uno, en la medida de sus intereses, tiene algo para decir sobre la cuestión. Sus respuestas podrán ser leídas en este blog a partir de mañana.

Jorge Fondebrider

lunes, 19 de abril de 2021

Para la CAL, todo tiempo pasado fue mejor

El pasado 14 de abril, Daniel Gigena publicó el siguiente artículo a propósito del informe de la Cámara Argentina del Libro y los desalentadores resultados obtenidos en la industria editorial en 2020. 

Caída sin freno: en 2020 se publicaron 4 millones de libros menos que en 2019

Los números del sector editorial siguen siendo desalentadores. En el informe anual de la Cámara Argentina del Libro (CAL) referido a 2020, se destaca que en el país se produjeron cuatro millones de libros menos que en 2019. Y si se tiene en cuenta el total de publicaciones que hubo en el primer año de la pandemia -es decir, no solo las de editoriales comerciales sino también las de instituciones públicas y privadas, y las que los autores hacen por su propia cuenta- la caída es mayor aún: de 35 millones de libros registrados se pasó a 26 millones de ejemplares, sin contar las reimpresiones.


También hubo un desplome notable en la cantidad de publicaciones en papel: de 6814 en 2019 se redujo a 5128 en 2020. Por la pandemia y la cuarentena, que paralizó la actividad del sector en dos meses clave (abril y mayo de 2020), las editoriales achicaron sus planes editoriales y produjeron menos libros en formato físico. Para poder vender en tiendas virtuales, las editoriales digitalizaron sus catálogos, aunque hubo pocos lanzamientos de novedades en ebook. El único segmento que creció en 2020 es el de la autoedición, a cargo de los propios autores o de empresas que brindan servicios editoriales. Sin embargo, las tiradas de estos libros, de cien a trescientos ejemplares, no mueven el amperímetro.


“El sector salió debilitado tras el primer año de la pandemia -dijo el presidente de la CAL, Martín Gremmelspacher, a La Nación-. Esperamos que este año haya una reactivación, que ya se está viendo en la venta de libros de texto, y que si hay cierres preventivos de comercios, estos no afecten a las librerías. Creemos que, en principio, el Gobierno va a seguir defendiendo al libro y la cultura. Hay cierta esperanza entre los editores”. Desde 2016, las cifras de producción y ventas del sector no dejan de empeorar.


Se registró además una disminución en las tiradas de las primeras ediciones de libros. Si se las compara con las cifras de 2016, cuando la tirada promedio era de 2208 ejemplares, en 2020 se redujo en más de mil ejemplares por cada novedad; la tirada promedio del año pasado fue de 1117 unidades. En 2016, se estimaba un 0,63 de ejemplar por habitante del país; en 2020, un aún más exiguo 0,26.


En el informe, la CAL adjunta los resultados de una encuesta que realizó entre sus socios, editores de sellos medianos y pequeños. Un 70% de los consultados sostuvo que su facturación había caído entre el 1% y más del 50% respecto de 2019. De ese grupo, un 24% informó una caída del 1% al 25%; un 31%, una caída del 26% al 50%, y un 15% de los encuestados dijo que la caída había superado el 50%.


Por otra parte, consta en el informe que un 63% de los consultados accedió durante el año pasado al programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP). Ese programa se “discontinuó” en noviembre de 2020, pese a las críticas de la CAL y la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP). Desde las cámaras, destacaron que el Banco Nación lanzó, a cambio, una programa de “créditos blandos”, con un año de gracia para los solicitantes y tasas muy inferiores a las del mercado.


Un 73% de los consultados reforzó sus canales de venta digital para reducir costos de distribución y un 83% adoptó o reforzó sus canales de venta por redes sociales. Al ser interrogados acerca de su percepción y sentimientos sobre 2020, la palabra más usada por los encuestados fue “incertidumbre”.