viernes, 29 de abril de 2022

Guillermo Saccomano inauguró la Feria del Libro


Hoy se inauguró la 46 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y hubo los discursos de rigor: Ariel Granica, presidente de la Fundación el Libro, de Enrique Avogadro, Ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Tristán Bauer, Ministro de Cultura de la Nación y de la señora que presidía la delegación de escritores de La Habana, ciudad invitada en la ocasión. Fueron discursos protocolares, donde se presentaron los problemas del sector y cada cual alabó su propia gestión comentando todo lo que hizo por nosotros durante la pandemia. Después habló Guillermo Saccomano, escritor a cargo del discurso de fondo, que reproducimos tal cual como se publicó en el diario Página 12 (faltan algunas perlas, que Saccomano improvisó sobre la marcha, como las menciones a Guillermo Cabrera Infante y Reynaldo Arenas, escritores cubanos omitidos en el discurso de la “compañera” jefa de la delegación extranjera).

Discurso de apertura de la 46 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires

Meses atrás, en febrero, ante la inminencia de esta Feria, Silvina Friera publicó en Página/12 un artículo donde desarrollaba la problemática de la falta de papel que afecta muchos países. A la escasez de papel, producto de la pandemia y el aumento en los costos de energía en el mundo, se le suman en nuestro país los problemas habituales: la industria del papel es oligopólica, el papel se cotiza en dólares, y aun cotizando en dólares, tiene inflación y ningún tipo de regulación desde el Estado. En consecuencia, para las editoriales pequeñas y medianas se torna muy difícil planificar la edición e impresión de libros. La falta de papel se debe a la menor producción de las dos empresas productoras de papel para hacer libros. Una es Ledesma, propiedad de la familia Blaquier/Arrieta, una de las más ricas del país, apellidos vinculados con la última dictadura en crímenes de lesa humanidad, además de relacionados con la Sociedad Rural, escenario en el que hoy estamos. La otra empresa es Celulosa Argentina. Su directivo es el terrateniente y miembro de la Unión Industrial José Urtubey, conectado con la causa Panamá Papers. Los oligopolios han producido menos por problemas internos y por la pandemia. Y cabe destacarlo: han destinado su producción a papel para embalar o para cajas, y no tanto al papel de uso editorial. Para hacer un libro de unas 160 páginas, con una tirada de 2.000 mil ejemplares, se necesitan entre papel interior y papel de tapa más de 150.000 pesos de inversión. Un editor independiente proponía como solución la intervención del Estado. Por ejemplo, la creación de una papelera del Estado. Pero, por supuesto, como no ocurrió en el escándalo Vicentin, es improbable que suceda su intervención. Sería un hallazgo, en la crisis que atravesamos, crear una papelera con participación del Estado, que nuclee a los cartoneros y a las cooperativas.

Al leer esta noticia me pregunté qué tenía esto que ver conmigo, con la hoja en que empezaba a escribir este texto una noche en el bosque. En los últimos treinta años, desde que me afinqué en Villa Gesell, esta “tierra elegida” como la llamábamos con mi amigo Juan Forn, escribo con una birome negra en un cuaderno de hojas lisas. Me gusta el fluir de esta escritura en silencio, una grafía que se vincula con el dibujo, y el dibujo, a su vez, me devuelve a mí mismo. Así me pregunto quién soy, y si esta ignorancia no es la que induce a la búsqueda de un sentido que a menudo se me rehúye. La escritura, conjeturo, debe saber más de mí que yo. Tal vez esta sea la razón por la que en los últimos años me dediqué a la lectura y escritura de notas sobre poesía. En tanto, con la birome negra en un cuaderno, escribí en la ciudad, en micros, en trenes, en el mar y también en el bosque. Y fue en el bosque donde mi escritura se volvió más reconcentrada y, a un tiempo, abierta, tratando de conectar en un modo zen el uno con el todo. El monje taoísta vietnamita Thich Nhat Hanh dice que la hoja donde escribo contiene el árbol del que proviene, desde la semilla, pasando por la lluvia, el sol, las estaciones, una historia concerniente a la naturaleza ante la que no puedo hacerme el distraído. Intentaré evitar irme por las ramas.

Hace un instante comentaba el silencioso acto de la escritura con el destino final que uno puede, con suerte, atribuirle: la publicación. A qué precio, vale preguntarse. En un posteo de un editor independiente leí que imprimir un libro de 290 páginas cuesta tres cuartos de un millón de pesos, aproximadamente más de 700.000 pesos. Además, vaya detalle, no son pocos los autores que pagan una parte de la edición con tal de ver publicada su obra.

Debe haber sido en noviembre. Cuando fui convocado a la inauguración de esta Feria experimenté sentimientos contradictorios. Me acordé de la biblioteca de mi padre perseguido político en la casa de un Mataderos de calles de tierra, hedor de frigoríficos y curtiembres. En esos años fue la toma del Lisandro de la Torre y la insurgencia barrial ante los carriers y los tanques. La biblioteca estaba en el fondo de casa, en un galpón lindante con el gallinero, era vasta y en sus estantes, tablones hasta el techo de cinc, cargadísimos, convivían, entre otros, Bakunin y Zola, Barbusse y Dostoievski, Maupassant y Marx, Arlt y Martínez Estrada. Me vi más tarde, a los quince, cuando empecé a trabajar de cadete en una agencia de publicidad. Me detenía en las librerías de la avenida Corrientes y en los puestos de usados de Tribunales. Cuando el dinero no me alcanzaba robaba los libros. A los quince iba formando mi propio programa de lecturas: Sartre, Hemingway, Camus, Pavese, Vitorini, Duras, Pasolini, Guinzburg, Faulkner, Woolf, Mc Cullers, O´Connor, Hamsun. Descubría a Gelman, Bustos, Bignozzi, Bailey, Porchia, Thenon, Urondo y Pizarnik. Leía El Escarabajo de Oro y La Rosa Blindada. Era el tiempo de, entre otros, Castillo, Guido, Dal Masetto, Hecker, Rivera, Orpheé, Puig, Lynch, Briante, Gallardo, y Piglia. Siempre pensé que el premio mayor para una escritora o un escritor debe ser que una piba, un pibe, detecten mañana tu libro en una bandeja de usados, ese entusiasmo al encontrar y encontrarse. Todavía lo sostengo. Desde esta construcción de mi escritura hablo esta noche.

La Feria siempre me generó tensión. Y no sólo porque uno se topa con un injuriante pabellón Martínez de Hoz, que homenajea al esclavista y saqueador de tierras indígenas, antepasado del tristemente célebre economista de la última dictadura. Decir Feria implica decir comercio. Esta es una Feria de la industria, y no de la cultura aunque la misma se adjudique este rol. En todo caso, es representativa de una manera de entender la cultura como comercio en la que el autor, que es el actor principal del libro, como creador, cobra apenas el 10% del precio de tapa de un ejemplar. En esta Feria se han escuchado y se siguen escuchando discursos bien intencionados acerca de la función del libro, de su trascendencia, su empleo como objeto tanto de placer como de herramienta educativa. En fin, discursos que pronto habrán de ser olvidados.

Cuando fui convocado planteé dos cosas: leer los discursos de quienes me antecedieron y el pago de honorarios. Sólo pude leer, gracias a la inquietud de Ezequiel Martínez, a los últimos cuatro o cinco discursos. La organización de la Feria, presumo, no conserva los anteriores, lo que puede interpretarse como desidia hacia lo que esas voces reclamaron en cada oportunidad. Con respecto a mis honorarios, a Ezequiel, además de honesto periodista cultural, hijo de un gran escritor, no puso reparo. Es más, coincidió en que se trataba, sin vueltas, de trabajo intelectual. Y como tal debía ser remunerado, aunque hasta ahora, como tradición, este trabajo hubiera sido, gratuito. No creo que mencionar el dinero en una celebración comercial sea de mal gusto. ¿Acaso hay un afuera de la cultura de la plusvalía?

Quiero aclararlo, en los años que llevo publicando debí demandar a varias editoriales, incluyendo alguna progresista, para recuperar los derechos de publicación de un libro una vez vencido el período del contrato y otros incumplimientos de cláusulas acordadas. En esas demandas me asistió el amigo Oscar Finkelberg, un especialista en derechos de autor. Tomás Eloy Martínez supo agradecerle a Finkelberg en una dedicatoria haberle probado que los derechos de autor son también derechos humanos.

Nuestra relación con los editores es siempre despareja. Nos sentamos en desventaja a ofrecer nuestra sangre, no otra cosa es la tinta. El editor es propietario de un banco de sangre compuesto por un arsenal de títulos publicados siempre en condiciones desfavorables para quienes terminan donando prácticamente su obra.

De manera que, desde que recibí el ofrecimiento de intervenir acá, no pude menos que, todo un trabajo, todos los días dedicarme a pensar de qué iba a hablar, qué decir. En principio, me dije, debía y debo agradecer a quienes me propusieron como forma de reconocimiento a mi producción. Pero elegí, elijo, ahondar en la tensión. Es decir, elijo la sinceridad. Más tarde, a través de algunos amigos, algunos editores, y no daré nombres, supe de quienes se opusieron al pago. Su argumento consistía en que pronunciar este discurso significaba un prestigio. Me imaginé en el supermercado tratando de convencer al chino de que iba a pagar la compra con prestigio. Entre quienes cuestionaban el pago de honorarios no faltó quien planteara que, de pagar, la cifra dependería de la extensión del discurso. Me pregunté a cuánto podría reducirse la suma si yo decidía resolver el discurso, en modo patafísico, con un aforismo. Además, convinieron esos editores, si se me pagaba, se establecía un antecedente que perjudicaba los intereses de la Feria. ¿Qué los sorprendía? Es que quienes me precedieron en este lugar, comprometidos con la defensa del libro, nunca habían cobrado. El uso que de estas figuras hizo la Feria en función de su propio prestigio ha sido mala fe ideológica y no se obviar. Por tanto, soy el primer escritor que cobra por este trabajo.

Como se apreciará, me limito a narrar hechos y describir. Procuro una narración realista que puede ilustrar los porqués de mi tensión en esta Feria y preguntarme cuánto en ella, más allá de las presentaciones de libros, mesas redondas y debates, es su real interés en la literatura, su significación. A esta Feria, queda claro, le importan más los libros que más se venden, que, como es sabido, suelen ser complacientes con la visión quietista del poder. Conviene quizá que lo aclare: la literatura que me interesa – trátese de ensayo, poesía, narrativa -, ilumina, perturba, incomoda y subvierte.

Otra situación que no se puede soslayar es que las sucesivas crisis económicas han afectado no sólo la industria editorial. No es una novedad que nuestro país ha superado el 40% estadístico de pobreza y que la línea de hambre es impiadosa. En su introducción a Los Hechos del Rey Arturo y sus Nobles Caballeros de Thomas Mallory, John Steimbeck escribió: “Hay muchas personas que olvidan, cuando crecen, lo mucho que les costó aprender a leer. Quizá se trate del mayor esfuerzo emprendido por un ser humano, y debe afrontarlo cuando niño. Un adulto rara vez sale triunfante de esa empresa, la de reducir la experiencia a un orbe de símbolos. Los seres humanos han existido durante mil millares de años, y sólo han aprendido este prodigio en los últimos diez últimos millares de los mil millares”. Corresponde entonces preguntarse si un chico con hambre está en condiciones de realizar esa operación, asimilar conocimiento cuando no ha asimilado alimento.

Al mismo tiempo, si retornamos a la crisis del papel, no podemos dejar de lado el crimen impune de las políticas extractivas que sustenta el estado y contribuye al desastre de la naturaleza. No me desvío demasiado: hace un tiempo también leí en The Guardian que la estadística de millones de fugitivos de los desastres climáticos supera los millones de refugiados por desastres bélicos: aproximadamente dieciséis conflictos bélicos en la actualidad. En nuestro país los incendios forestales son tan graves como los efectos asesinos del gaseo pesticida. A propósito, les recomiendo el libro del fotorreportero Pablo Piovano. En esas imágenes espectrales de seres deformados podrán observar eso que los medios invisibilizan, una tragedia ninguneada y oculta que no es tan espectacular como las secas de cuencas aquíferas y los incendios. Tampoco, se me dirá, es pertinente traer acá la indigencia de los pueblos originarios y sus territorios que históricamente les pertenecen y les fueron expropiados a partir del genocidio roquista. Sin embargo, tanto el asesinato de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel como la represión sobre el pueblo mapuche están en línea directa con esta estrategia de expoliación y entrega de recursos.

La teoría literaria, sostiene el marxista irlandés Terry Eagleton, es, ni más ni menos, que teoría política. Leída desde esta perspectiva, desde sus orígenes, nuestra literatura está signada por la violencia política: el indio, la mujer y el inmigrante son las víctimas y han sido y siguen siendo muchas veces escamoteadas. Toda nuestra literatura, incluso aquella que se define como de evasión, aunque se haga la otaria, también tiene que ver con la violencia política. Es que, me digo, si escribimos no podemos jugarla de inocentes. Si me remito a los versos de John Donne queda claro por quién doblan las campanas. Doblan por nosotros.

Otra pregunta me queda picando: ¿es una paradoja o responde a una lógica del sistema que esta Feria se realice en la Rural, que se le pague un alquiler sideral a la institución que fue instigadora de los golpes militares que asesinaron escritores y destruyeron libros? En lo personal, creo que esta situación simbólica refiere una violencia política encubierta.

Cuando pregunté, antes de venir, por qué la Feria se realiza aquí y no en otro espacio, Ariel Granica, hijo del editor exilado en el 76, tuvo el gesto solidario y comprensivo de explicarme que no hay otro lugar de magnitud capaz de albergar tantos expositores y facilitar el ingreso de una multitud. De producirse un cambio de geografía, me dijo, dependería de la colaboración del estado en facilitar un predio afín. Le cité el ejemplo de la Feria de Guadalajara. Y Granica me informó que dicha Feria, a diferencia de esta, dispone no sólo del respaldo sino también del apoyo económico del estado mejicano.

Si la Feria le paga una fortuna a la Rural, esto justifica la cuantiosa cifra del alquiler de los predios de los expositores. De modo que quien visita esta Feria, debe contemplar que al costo de la entrada debe sumarle el precio del libro. Alguna vez esta Feria tuvo como lema propiciar la relación del autor con el lector. La sombra del dinero enturbia, como vemos, la naturaleza de esa conexión.

Quiero, en este relato, plantear otra pregunta: si este es el cuadro de situación de la Feria, que no es nuevo, en medio de esta crisis económica que depreda nuestro país, ¿quiénes son los lectores que llegan al libro sino los de una clase media pauperizada siempre y cuando no gasten demasiado en la gaseosa y los panchos?

Acá se habla de los riesgos de la industria, se repite retórica la necesidad del acceso a los libros, se habla y se habla. Parafraseando a Greta Thumberg, blablablá. Pero cómo hablar de lectores, me pregunto, si se elude desde los estamentos gubernamentales la enseñanza y el aliento de la lectura, que no se arregla ingenuamente repartiendo fascículos literarios en las canchas ni con una candorosa primera dama leyendo cuentos a los chicos de vacaciones en Mar del Plata. No me voy a detener acá en los exabruptos facistas de la ministra de educación porteña, tampoco en el menosprecio del ministro de cultura porteño por los premios municipales a la labor de creadores en literatura, teatro, música y artesvisuales, subsidios a menudo en riesgo. Pero no puedo pasar por alto a un reciente ministro de educación nacional que, al encarar una enésima reforma educativa, declaraba no hace tanto que estábamos ante un “proceso de reorganización” pedagógico. “Los límites de mi lenguaje son los de mi mundo”, escribió Wittgentein, pensamiento que ese ministro seguramente ignorará. Subrayo los términos del ministro: “proceso de reorganización”. Tzvetan Tdorov afirma que un país que ha padecido campos de concentración tiene el corazón comido por gusanos. Me pregunto entonces cuál es la calidad educativa en nuestro país que ha sufrido ya suficientes reformas educativas para que, encima, un ministro, pueda expresarse en estos términos. No creo necesario extenderme abarcando la situación siempre precaria de los docentes en el país donde fue asesinado el maestro Fuentealba y en los últimos años otros maestros murieron por la explosión de las garrafas en escuelas convertidas en comederos.

La literatura que me gusta no baja línea. Y, lo que escribo en esta hoja, tampoco baja línea. Simplemente soy descriptivo, estas son las cosas que se juegan para quienes elegimos este oficio. Inexorable, la tensión me impulsa hacia un nervioso desorden enumerativo. Asumo el riesgo de ser malentendido y juzgado como aguafiestas. Pero, a pesar del frenesí y la euforia de la organización y su expectativa en la facturación, nuestro presente no tiene mucho de festivo. Quienes me han leído saben que, acá, ahora, persisto en sostener una contrariada coherencia. Estoy convencido, estos datos y anécdotas tienen que ver con la escritura. No la determinan, pero inciden más de lo que me gustaría cuando viene el momento de publicar.

A pesar de todo, no soy pesimista. Son varias las generaciones que, en el presente, desde la diversidad y la disidencia, están generando escrituras cuestionadoras. La crisis que afecta a la industria es tanto una realidad como la de quienes, a pesar de las dificultades colectivas y personales de toda índole, persisten en la escritura y creen que, si bien la escritura no puede transformar el mundo, puede hacerlo un poco mejor.

La vida es breve, uno escribe contra la fugacidad. Escribir es el intento muchas veces frustrado de capturar instantes de belleza, registrarlos para que sobrevivan a pesar de la finitud. Se escribe en soledad, pero no ajeno a las contradicciones de lo social. Hace falta una gran tolerancia al fracaso para este oficio. “Escribo porque sufro”, dice John Berger. Y lo dice “con la esperanza entre los dientes”. Y esta es una verdad que no se transa.

Mientras escribía este texto, para aliviar la tensión, con la conciencia de que este discurso pronto será olvido, salí a la noche, al bosque. Me acerqué a un árbol añoso, lo toqué, respiré la oscuridad. Al volver a la mesa, a la birome negra y a la hoja, algo había pasado, una especie de gratitud. Y seguí escribiendo. No cambiaría este oficio por nada.

jueves, 28 de abril de 2022

Los derechos de los traductores mexicanos

Desde siempre, Argentina y México han sido los dos países latinoamericanos con mayores industrias editoriales de Hispanoamérica. Sin embargo, ambos mercados son muy distintos. El mercado argentino es fundamentalmente privado y sólo recibe ayuda del Estado a través de las compras que realizan distintos organismos gubernamentales pero siempre discrecionalmente. El mexicano, en cambio, depende del poder omnipresente del Estado, que produce el 70% de lo que se edita y que vende, mayoritariamente a ese mismo Estado, que, hasta ahora, fijaba sus propias políticas respecto de los derechos de traducción sin fiscalizar en absoluto lo que hacía el sector privado. Dicho de otra forma, a pesar de que la situaciones de los traductores argentinos está lejos de ser buena, la existencia de la Ley Noble, desde la década de 1930, ha moderado no eliminado– algunos de los los excesos y de las injusticias derivados de la actuación de las editoriales. En el caso de los traductores literarios mexicanos, hasta hace poco estaban librados a su propia suerte. Pero ahora eso parece haber cambiado. La noticia publicada por Silvia Arellano, el pasado 9 de febrero de 2022 –y que, fuerza es decirlo, se nos había escapado–, habla de un paso fundamental en relación con los derechos de los traductores. En la bajada se lee: “Susana Harp explicó que se trata de regular los contratos de traducción literaria desde la perspectiva de la creación, como una herramienta vital para la difusión de la cultura y el conocimiento.

Senado aprueba reforma para salvaguardar derechos de traductores de obras literarias

El pleno del Senado aprobó, por unanimidad, reconocer, salvaguardar y establecer derechos y obligaciones de traductores literarios en la Ley Federal del Derecho de Autor.

Al presentar el dictamen, que recibió 101 votos a favor, la presidenta de la Comisión de Cultura, Susana Harp, explicó que se trata de regular los contratos de traducción literaria desde la perspectiva de la creación, como una herramienta vital para la difusión de la cultura y el conocimiento.

Aclaró que la traducción se considera como una obra de autor derivada, pues dicha actividad no consiste únicamente en una función mecánica de trasladar palabras o expresiones de un idioma a otro, sino de la sensibilidad literaria necesaria y el conocimiento profundo del tema, así como de la obra original del autor.

En ese sentido, el nuevo capítulo “Sobre Contrato de Traducción Literaria”, el cual se incorporar a la Ley, establece que, en el contrato de traducción literaria, el traductor cederá los derechos patrimoniales sobre su obra, así como el derecho de divulgación de ésta.

Por otra parte, el autor o el titular de los derechos patrimoniales estará obligado a pagar al traductor una remuneración proporcional a los ingresos derivados de la explotación de la obra.

Con ello, agregó Harp, se resuelven las opciones de remuneración que serán estipuladas en el contrato, ya sea una contraprestación fija, un porcentaje proporcional de la explotación de la obra o una combinación para que los traductores puedan ejercer los derechos de manera más sólida y con respaldo jurídico.

El dictamen, que fue turnado a la Cámara de Diputados, también dispone que el autor o el titular de los derechos patrimoniales no podrá publicar la obra traducida con alteraciones, adiciones, supresiones o cualquier modificación realizada sin autorización del traductor.

Dentro de las obligaciones de la persona traductora, se señala que respetará el contenido y sentido de la obra primigenia, en todo momento; además de que se establecerá la entrega del trabajo en un plazo acordado con el autor o titular de los derechos patrimoniales.

El trabajo de la traducción de una obra de autor derivada de una creación primigenia reside en la potencialización de la difusión de la cultura y el conocimiento universal, basado en un triple enfoque: “un trabajo especializado de la lengua de origen de la obra, la comprensión profunda de ésta y un conocimiento del autor primigenio”.

La senadora Gloria Sánchez Hernández, de Morena, afirmó que, con el contrato de traducción literaria, se reivindica la gran labor que llevan a cabo los traductores y, con ello, se terminará con el arraigado prejuicio de que la traducción no constituye una obra original. https://www.milenio.com/politica/senado-aprueba-reforma-salvaguardar-derechos-traductores

Agregó que la extraordinaria riqueza lingüística que tiene México hace indispensable la traducción literaria, puesto que existen siete millones de habitantes quienes se expresan en alguna de las 364 variantes, de las 68 lenguas indígenas registradas por el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas.

Sin embargo, acotó, la Ley Federal del Derecho de Autor carece de mecanismos de protección específicos y suficientes para proteger los derechos de los traductores literarios, circunstancia que ha sido aprovechada por la industria editorial en perjuicio de quienes se dedican a esta actividad. La senadora Blanca Estela Piña Gudiño, también de Morena, consideró que el trabajo de un traductor es una actividad creativa la cual implica hacer llegar ideas, sentimientos y emociones a los hablantes de otra lengua; por ello, precisó, esta legislación trata de garantizar condiciones dignas para quienes la realizan.

miércoles, 27 de abril de 2022

De cómo EE.UU ahora es un país bananero


Nueva York, decididamente, es un país y los Estados Unidos, otro. Por eso, según comenta la agencia TELAM, habrá una campaña para acceder a los libros que otros estados prohíben. De acuerdo con la bajada del artículo sin firma, publicado el pasado 23 de abril, “Será a través de una aplicación gratuita, donde los lectores podrán acceder a textos electrónicos que no están permitidos especialmente en los estados gobernados por el Partido Republicano. Florida, por ejemplo, prohibió el 41% de los textos escolares de matemáticas alegando que promueven la ideología de género y el concepto de que Estados Unidos es una sociedad racista”.

Nueva York lanza una campaña para que los ciudadanos accedan a libros prohibidos en otros estados

La alarmante prohibición de libros en escuelas y bibliotecas de Estados Unidos llevó a la Biblioteca Pública de Nueva York (NYPL) a lanzar la campaña nacional ”Libros para todos” para que los ciudadanos puedan acceder a los textos impugnados, especialmente en los estados gobernados por el Partido Republicano, como Florida, lo que afectó el acceso a obras que abordan temas de género, segregación racial, religión e historia.

Entre los volúmenes prohibidos se encuentran, por ejemplo, los best-seller El dios de las pequeñas cosas, de la escritora india Arundhati Roy y El guardián entre el centeno de J.D. Salinger, además de la novela Beloved, de la Nobel de Literatura Toni Morrison o el cuento infantil “And Tango Makes Three” (“Y Tango los transforma en tres”), que aborda la historia sobre dos pingüinos macho que adoptan a un bebé, basada en hechos reales, ya que los pingüinos macho del zoo del Central Park neoyorkino son famosos en Estados Unidos desde que en 2004 se descubrió que practican la homosexualidad.

Florida, por ejemplo, prohibió el 41% de los textos escolares de matemáticas alegando que promueven la ideología de género y el concepto de que Estados Unidos es una sociedad racista.

El número de títulos prohibidos llega a 729 de más de 1.500 libros en 2021, casi el doble que en 2019, lo que configura el mayor número de intentos de prohibición de libros en 20 años, según la Asociación Americana de Bibliotecas.

Con esta iniciativa de la NYPL, los lectores de todo el país podrán acceder a los libros comúnmente prohibidos tomándolos prestados a través de una aplicación gratuita de lectura de libros electrónicos, que puede utilizarse en cualquier dispositivo o Android.

“Estos recientes casos de censura y prohibición de libros son extremadamente preocupantes y equivalen a un ataque total a los cimientos de nuestra democracia”, dijo Anthony W. Marx, presidente de la NYPL, consignó el periódico Daily News.

“El conocimiento es poder; la ignorancia es peligrosa y engendra odio y división. Desde su creación, las bibliotecas públicas han trabajado para combatir estas fuerzas simplemente haciendo que todas las perspectivas e ideas sean accesibles a todos, independientemente de su origen o circunstancia”, agregó Marx.

El anuncio hecho el miércoles por la Biblioteca Pública de Nueva York se produjo un día después de que la Biblioteca Pública de Brooklyn (BPL) lanzó su propio proyecto, “Books UnBanned”, diseñado para “ayudar a los adolescentes a combatir el impacto negativo del aumento de la censura y la prohibición de libros en las bibliotecas de todo el país”, dijo un vocero de la BPL.

Esa institución ofrece, durante un tiempo limitado, a jóvenes de entre 13 y 21 años de todo el país acceso a la amplia colección de su biblioteca, que incluye unos 350.000 libros electrónicos, 200.000 audiolibros y más de 100 bases de datos.

“La Biblioteca Pública de Brooklyn está firmemente en contra de la censura y a favor de los principios de la libertad intelectual: el derecho de toda persona a buscar y recibir información de todos los puntos de vista sin restricciones”, dijo Nick Higgins, bibliotecario jefe de la BPL.

martes, 26 de abril de 2022

Desde hace décadas hay un monopolio con el papel, pero parece que tanto el Estado como las editoriales sólo ahora se enteran

“A una semana del regreso del gran encuentro anual, los editores medianos y chicos protestan por los aumentos en el costo del principal insumo para imprimir; peligran proyectos editoriales independientes por la falta de rentabilidad.” Esto dice la bajada de la nota que Daniel Gigena publicó en el diario La Nación, de Buenos, el pasado 21 de abril. 

Hacia la Feria del Libro con escasez de papel, alta inflación y aumentos en el precio de los ejemplares 


A una semana del inicio de la postergada 46ª edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que por razones sanitarias no se realizó en 2020 y 2021, continúan los problemas de abastecimiento y los aumentos en el costo del papel que sufren, en especial, las pequeñas y medianas editoriales. Las grandes –principales clientes por su volumen de compra– se han aprovisionado y, consultadas por La Nación, no se manifestaron al respecto. El aumento del costo del papel, que asciende mes a mes y al ritmo acelerado de la inflación, motivó que las autoridades de la Cámara Argentina del Libro (CAL) mantuvieran este martes una reunión con el secretario de Comercio Interior, Ricardo Feletti. ¿Se vienen precios cuidados para las papeleras? Mientras tanto, en las editoriales se revisan planes de lanzamientos y cantidad de ejemplares de las tiradas.

“Hubo muy buena recepción por parte del secretario a la problemática de los constantes y desmedidos aumentos del precio del papel –dijo a LA NACION el presidente de la Cámara Argentina del Libro, el editor Martín Gremmelspacher–. Le llevamos ahora la información de los aumentos de papeles nacionales e importados; una vez que cuente con esta información, se generarán reuniones para conversar sobre este tema con los involucrados: los editores y los empresarios de las papeleras”. Desde la CAL confían en que se puedan retrotraer los precios.

Sin embargo, en un breve mensaje, el director de Celulosa Argentina, José Urtubey, informó ayer a La Nación que la producción de papel se había regularizado. “Estamos fabricando, estamos bien”, dijo. En febrero, había manifestado que el abastecimiento se normalizaría en un mes y negó que el precio del papel estuviera “inflado”; también atribuyó la escasez del principal insumo para producir libros al coronavirus: “Impactó en la producción y en la logística porque hace unas semanas tuvimos un 20 % del personal afectado por coronavirus, ya sea por contagio o contacto estrecho”. Urtubey no se manifestó sobre el aumento del precio del papel.

No obstante, distintos editores consultados por este diario sostuvieron que es casi imposible hallar algunos tipos de papel en el mercado local, como por ejemplo el papel ilustración de 300 gramos que se utiliza para las tapas. Al ser importado, el costo aumentó en dólares. Consultado por La Nación, el dueño de una imprenta porteña indicó que el cupo para la importación era igual en pesos al del año pasado. En consecuencia, dos aumentos bajan el volumen del cupo: por un lado, el costo del papel y por otro, el valor del dólar. Las distorsiones de una economía como la argentina se hacen sentir en todas las áreas. Es probable que las tapas de los libros por venir sean más flexibles, al ser hechas con papel de menor gramaje.

En el último año, el precio del papel duplicó la inflación estimada por el Indec para 2021, que fue de 50, 9 %. Por su parte, el precio de los libros acompañó este índice (de por sí alarmante) o se mantuvo apenas por debajo. Varios sellos informaron que ajustarán entre abril y mayo los precios de sus libros, en un promedio que ronda del 15 al 30 por ciento.

“Venden al contado y escasea”

El gerente de Eudeba, Luis Quevedo, afirma que es muy difícil conseguir papel. “Solo te venden al contado y escasea –cuenta a La Nación–. Falta bookcel de 120 gramos, que es el más usado para los interiores. En abril, el costo del papel aumentó otro 10%”. La inflación del mes pasado fue del 6,7%. Algunos libros de Eudeba tuvieron un aumento del 15%. “Las novedades de este año no, porque son precios determinados recientemente”, agrega Quevedo.


“Aún no se normalizó el abastecimiento de papel y la industria se ve muy golpeada por esta situación –confía la directora editorial de El Ateneo, Marcela Luza–. El precio aumenta mes a mes, más allá de que hay un desabastecimiento que castiga a las editoriales medianas y chicas que no pueden hacer acopio de papel. Durante la pandemia aumentó notablemente la fabricación de cajas de cartón corrugado y eso hace que las papeleras tengan menos materia prima para fabricar papel. Es difícil creer que esto vaya a cambiar porque, aunque los niveles de venta bajaron respecto de 2020, el comercio electrónico llegó para quedarse”.


Desde El Ateneo informan que no aumentarán los precios de los libros durante los meses en que se desarrolla la Feria del Libro, es decir, abril y mayo. “Lo que queremos es vender y todos tenemos conciencia de lo ajustados que están los bolsillos de los lectores con una inflación de más del 50% anual y salarios que no siguen el mismo ritmo –destaca Luza–. Esta es una feria muy especial después de dos años de pandemia. Todos los editores tenemos mucha expectativa e incertidumbre sobre la cantidad de gente que asistirá y, más que en aumentar precios, estamos pensando en generar actividades para convocar a públicos diversos”. En el stand de El Ateneo habrá más de cincuenta firmas de autores. “Presentamos a Alberto Santos, autor de Amantes de Buenos Aires y La profecía de Estambul, gracias a la ayuda de la embajada de Portugal y varios libros de autores nacionales. Queremos que sea una fiesta para celebrar el reencuentro después de esta pausa en la que autores, editores y lectores no pudimos compartir el amor por los libros”.


El director editorial de Manantial, Carlos De Santos, confirma que la oferta de papel para interiores es escasa. “Hay que trabajar con las medidas que se encuentren, aunque resulten no eficientes –señala–. Y en papel y cartulina para tapas lo mismo; se compra lo que haya en formato y gramaje. Sobre precios ya perdí la secuencia de aumentos. Además con la falta que hay, nadie mira el precio a días de la Feria. Es muy complicado trabajar así”. Los libros de Manantial llegarán a La Rural con un aumento aproximado del 20% (el anterior aumento tuvo lugar en diciembre de 2021). Una de las novedades de este sello es El sexo de los Modernos. Pensamiento de lo Neutro y teoría del génerodel ensayista francés Éric Marty (que fue editor de Roland Barthes), donde confronta con autores como la estadounidense Judith Butler y teóricos franceses, de Jacques Derrida a Gilles Deleuze.


El director editorial de Edhasa, Fernando Fagnani, coincide con sus colegas. “La provisión de papel no está totalmente normalizada, pero sí mejor que en los últimos meses –dice–. Es irregular, aunque continua. Antes simplemente no había durante semanas. En cuanto a los precios de los libros, no es que aumenten para la Feria; se van aumentando y actualizando al ritmo de la inflación”. Y su par de Libros del Zorzal, Leopoldo Kulesz, anticipó que deberán aumentar los precios de los libros en mayo. “El aumento del costo del papel de los últimos meses fue delirante”, sintetiza.


La encargada de prensa de Ediciones Urano, Georgina Dritsos, recuerda que desde finales del año pasado en el mundo se produjo una merma en el suministro de papel. “Existen diversas causas que han provocado esta situación –remarca–. Todas las estimaciones hablan de que habrá una regularización progresiva del suministro hacia el segundo semestre del año, en el que se supone que la dificultad estará superada. El proceso ya está iniciado, y el abastecimiento de papel se está normalizando paulatinamente”. Atribuye el aumento del precio de los libros a los “fuertes incrementos” en los costos de producción e insumos. “Se producen por un proceso inflacionario que, al igual que a otros rubros, afecta también a las actividades gráficas y editoriales”, concluye. Algunas de las apuestas de Urano en la Feria son Empesares. Que el amor nos oriente, de Jess Brown; Érase una vez un corazón roto, de Stephanie Garber (que se presentará el 7 de mayo en La Rural junto con otra best seller de literatura juvenil, Shelby Mahurin) y Gallant, el nuevo libro de Victoria Schwab.


El editor Cristóbal Thayer, de La Cebra, alerta que los aumentos en el precio del papel atentan contra los proyectos editoriales autogestivos. “Hicimos un aumento de precios en enero y otro nuevo en abril, entre un 15 y un 35 %, ambos impulsados por los aumentos irreales en los costos de producción, impulsados a su vez por los aumentos desmedidos del costo del papel por parte del oligopolio que lo controla, y que si bien hace años son sistemáticos en la Argentina, en los últimos seis meses esta suba ha sido insoportable –protesta–. La incidencia del costo del papel es cada vez mayor en los costos totales de la producción de un libro y nos enfrentamos a un grado cero del margen para los libros que entregamos a distribución, que son la mitad de los que imprimimos. Los aumentos de nuestros precios llegan siempre tarde. Hay que considerar que nosotros cobramos de un libro que se vende en librerías el 40% del precio comercial cinco meses después. Si ese fuera nuestro único ingreso, nuestro proyecto estaría económicamente destruido hace rato”.


La rentabilidad de los sellos chicos y medianos peligra. Thayer agrega que los ejemplares que se venden en librerías del país casi no les reportan ganancias. “Dejan un margen igual a cero o menos que cero –resume–. Nuestro proyecto sobrevive simbólicamente; económicamente, lo hace en otro lado: la venta en Chile, Uruguay y España; la venta en nuestro sitio web y en ferias; la venta de los libros electrónicos en nuestra página web; la gestión de subsidios para las traducciones; los convenios con instituciones que apoyan la publicación de algunos libros”. Su colega Vanesa Hernández, directora editorial de La Crujía, es bien gráfica: “Nos están matando las imprentas con el precio y seguramente tengamos que vender los libros a un precio mucho más económico, con lo cual no sabemos cuánto vamos a recuperar”. El próximo episodio de este enigma de la industria editorial se desarrollará entre el jueves 28 y el 16 de mayo, en La Rural.

lunes, 25 de abril de 2022

¿Qué pasa con la industria editorial colombiana?


El pasado 21 de abril, sin firma, el diario El Tiempo, de Bogotá, publicó una nota a propósito de la recuperación de la industria editorial colombiana. La reproducimos a continuación.

FILBo: primera carta de recuperación que se juega la industria editorial

Podría decirse que dos hechos sirvieron de ‘salvavidas’ para la industria editorial colombiana y, en general, para toda la cadena del libro durante la interminable crisis de la pandemia: su capacidad de resiliencia y sobre todo la lectura, ese refugio maravilloso con el que miles de personas paliaron las eternas cuarentenas.

Este extraño momento de la humanidad obligó a muchos negocios a echar mano de toda su creatividad para sobrevivir. Y como dice el dicho: “no hay mal que por bien no venga”. Por ejemplo, muchas librerías independientes debieron dar el salto obligado al mundo digital.

El caso de la librería Tanta Tinta, ubicada en El Retiro, una pequeña población del oriente antioqueño, a 40 minutos de Medellín, que se ha convertido en un colorido destino turístico, resulta ejemplar. Su librera, Catalina Pérez, cuenta que cuando llegó el encierro, la decisión era “o cambiamos o nos morimos”. O aprendían a vender a través de otros medios o les tocaba cerrar. A duras penas sabían usar el WhatsApp y, en ese momento, apenas algunas librerías habían abierto tímidamente sus cuentas en Instagram.

A pesar de que entrar en el mundo del e-commerce era como “abrir un negocio paralelo”, Pérez destaca que la mayor ventaja que dejó esta experiencia, que contó con el apoyo de la Cámara Colombiana del Libro (CCL) y del Ministerio de Cultura, entre otras entidades, fue la unión del sector.

“Más allá de la ayuda económica, el apoyo más importante es que unieron al sector de las librerías. Pudimos trabajar con los inventarios de todas, para entregar libros. Fue un asunto de solidaridad y casi que fue el aprendizaje mayúsculo que dejó la pandemia. Algunas editoriales también nos capacitaron en e-commerce con cursos virtuales. Pero lo más bonito fue que por primera vez estuvimos unidos. Nos quedó un gran grupo de WhatsApp por el que incluso se han creado clubes de lectura para libreros”, comenta Pérez.

“Durante el confinamiento, y luego con las restricciones de movilidad, estimamos que hubo un incremento de la lectura y sobre todo de libros impresos”, complementa el economista Emiro Aristizábal, presidente Ejecutivo de la CCL. De todas maneras, esta tendencia solo la podrán ratificar los estudios sobre lectura que se planean realizar en los próximos meses, como el Estudio Nacional de Lectura y Escritura (Enlec), que realiza el Dane.

Pero lo más probable es que sí haya habido un incremento de estos indicadores, a juzgar por fenómenos como el de la librería digital Buscalibre.com, uno de los jugadores fuertes en este canal de ventas.

“La pandemia tuvo una influencia muy importante dentro del proceso de compra y lectura de los colombianos. Pudimos apreciar que las personas enfocaron su necesidad de entretenimiento en los libros y el canal que prevaleció para adquirir los libros fue el canal online. En Buscalibre pasamos de vender 270.000 ejemplares en 2019 a más de 800.000 en 2020, lo que representó un crecimiento cercano al 200 %”, comenta Juan José Daza, director Regional de Buscalibre para Latinoamérica. Pero el de ellos fue uno de los pocos casos que se vio beneficiado con el encierro.

Mercado golpeado

Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos que se hicieron por ‘sobreaguar’ este periodo de crisis, Aristizábal comenta que el sector sufrió los efectos del encierro, que se reflejó en una caída de sus ventas en 2020.

“El estudio sobre el comportamiento del libro en el país, que realiza anualmente la CCL, indica que esta reducción en las ventas fue de 16,1 %. Para el año 2021, donde aún estamos en el proceso de recolección de información para elaborar el respectivo estudio, se indica que inicialmente se presentó una recuperación de las ventas de libros, que se ha mantenido en los primeros meses del 2022, de acuerdo con sondeos que hemos realizado”, anota el directivo.

De allí que una de las cartas más importantes que se juega el sector por estos días, en su proceso de recuperación, sea la presencialidad en Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo), que reúne en Corferias a más del 90 % de la industria, después de dos ediciones virtuales.

En términos generales, el sector editorial ha venido mostrando un crecimiento interesante, con el surgimiento de nuevos participantes en el mercado. Según la CCL, en Colombia hay alrededor de 300 editoriales activas, en su gran mayoría pequeñas y medianas empresas, muchas de las cuales entraron en operación en los últimos años.

“El crecimiento es bueno en la medida en que se amplía la oferta editorial, brinda nuevas posibilidades de publicaciones a los autores nacionales y también puede ampliar la exportación de la edición nacional”, comenta el directivo.

Sin embargo, este es uno de los canales de ingresos que sigue muy golpeado por crisis reciente. Aristizábal anota que las exportaciones en el año 2020, “el último del que disponemos estadísticas, fueron de 27.662 millones de pesos, equivalente al 4,17 % de la facturación total del sector. Para ese año, se presentó una reducción de 43 % frente a 2019, debido principalmente a la reducción de las exportaciones por la pandemia”.)

 Lenta recuperación

Además de las ventas, otro de los indicadores que puede arrojar indicios de la tímida recuperación es el número de nuevos títulos publicados en Colombia, que se mide a través del registro de ISBN (International Standard Book Number). Estos son los dígitos que se le asigna a todo libro impreso que se va a publicar.

Para el año 2021 se asignaron 20.365 registros. Eso quiere decir que en el país se entregó esa cantidad de ISBN para la publicación de nuevos libros. Los números asignados registran un crecimiento del 0,1 % con respecto a 2020 y 2,6 % en comparación con 2019”, comenta Aristizábal.

En el caso de los libros digitales, se expidieron un total de 7.857 ISBN, en el 2021, representando un aumento de 304 títulos más frente a los registrados en 2020. Esto representa el 38,5 % del total de los registros asignados. “Lo anterior no quiere decir que este es el comportamiento de las ventas de los libros el año anterior, pero sí indica un crecimiento de la edición digital en los últimos años”, aclara el directivo del gremio.

Hay otros dos factores que afectan el lento despegar de esta industria. La dura crisis mundial de las materias primas, en especial el costo del papel, y la apuesta estatal por la compra de libros escolares, que representa un porcentaje importante de las ventas del sector.

 Para cualquiera que haya ido a una librería en los últimos meses, no deja de sorprenderle que algunos libros han alcanzado precios que los convierten en verdaderos artículos de lujo, superando incluso el costo de una botella de vino de alta gama. En especial las novedades importadas. Hay libros que superan los 120.000 pesos; incluso un libro impreso en Colombia, con un papel de baja calidad, puede llegar a los 65.000 pesos.

“Los libros en Colombia tienen los niveles de precios internacionales. No obstante, en los últimos meses se han visto afectados por un gran aumento de los precios internacionales del papel y buena parte de los insumos importados para la impresión, debido a los efectos pospandemia en la producción y transporte del papel. Además por la devaluación del peso frente a otras monedas de transacción internacional”, explica Aristizábal.

Para enfrentar esta crisis del papel, las editoriales han acudido a varias estrategias. Algunas han tenido que subir precios, otras han optado por disminuir el gramaje del papel o racionalizar sus tirajes. Incluso, se ha llegado a la decisión de posponer lanzamientos de novedades de gran tiraje.

A esto se suma el pobre desempeño del rubro de libros escolares, uno de los subsectores más importantes de la industria editorial colombiana. “El sector público ha dejado de comprar textos y otros materiales educativos para cerca de ocho millones de estudiantes de la educación oficial”, agrega. En este punto, el directivo anota que entre los 200 mejores colegios de Colombia, según las pruebas Saber 2021, solo hay dos instituciones públicas. Sobre este punto, EL TIEMPO contactó al Ministerio de Educación para saber las cifras de compra de libros, pero al cierre de este informe no se recibió respuesta de esa cartera.

“A pesar de lo anterior, y soportado básicamente en los colegios privados, el sector de texto escolar participó con el 37,5 % de las ventas de la industria editorial de 2020, con un decrecimiento del 6 % con respecto a 2019, pero menor a la reducción que tuvo la industria del libro en 2020 con motivo de la pandemia”, explica Aristizábal.


De todas maneras, se muestra esperanzado de que en el futuro el Gobierno haga una apuesta importante por la gratuidad del texto escolar para los ocho millones de jóvenes de educación pública primaria y secundaria, el que considera “un derecho de los estudiantes”.

“Esperemos que el próximo gobierno, atendiendo a los programas que todos los candidatos presidenciales dicen tener para mejorar la calidad de la educación pública en Colombia, vean que los textos escolares son un medio muy importante para lograr cerrar la brecha que hoy existe en la calidad de la educación en el país”, comenta.

En esta apuesta por la calidad educativa y la mejor comprensión y capacidad lectora de los niños y jóvenes, otro de los factores claves en la cadena del libro son las bibliotecas. Para él, las más de 1.550 bibliotecas públicas de Colombia “hay que protegerlas como un gran activo cultural”, manteniendo sus colecciones bibliográficas actualizadas.

“Para lo anterior e habían destinado unos recursos del impuesto a la telefonía celular, pero en una reciente reforma tributaria estos recursos se redujeron sustancialmente hasta el punto que las colecciones de la red de bibliotecas públicas no se actualizan en la medida de las necesidades”, explica Aristizábal.

Los otros jugadores importantes de la cadena editorial son las cerca de 200 librerías del país. “La CCL, en unión del Ministerio de Cultura e Idartes, estableció un programa para la dotación de páginas web y comercio electrónico de 56 librerías. Y podemos afirmar con satisfacción que por motivo de la pandemia no se cerró ninguna librería en Colombia”, concluye.

viernes, 22 de abril de 2022

Lectura de poesía traducida por poetas en la Feria



 

En el marco del XV Festival Internacional de Poesía, que se desarrollará entre el 29 de abril y el 1 de mayo, con coordinación de Miguel Gaya, el sábado 30, a las 18 hs., en la Sala Victoria Ocampo, distintos poetas traductores leerán sus propias versiones de textos ajenos que hayan traducido.

Nacho Di Tulio e Inés Garland leerán a Sharon Olds.

Jorge Aulicino leerá poesía italiana.

Jorge Fondebrider leerá poesía irlandesa.

Jonio González leerá poesía estadounidense y catalana.

Silvia Camerotto leerá a William Carlos Williams.

jueves, 21 de abril de 2022

El SPET calienta motores y empieza 2022

En el primer encuentro del año, que tendrá lugar el martes 26 de abril a las 18 en el aula 400 del IES en Lenguas Vivas “Juan R. Fernández”, Carlos Pellegrini 1515 (edificio nuevo), nuestra invitada Sylvie Protin expondrá sobre “El método Cortázar”.

Sylvie Protin es profesora en la Universidad de Lyon II (Francia), traductora literaria y editora. Defendió en 2003 una tesis doctoral que reveló la importancia de la traducción en y para la obra de Cortázar (“Traduire la lecture – Aux sources de Rayuela: Julio Cortázar, traducteur”). Desde entonces, ha venido estudiando la obra de Julio Cortázar, que también ha editado y traducido al francés para la editorial Gallimard, siempre con la idea de que crítica, traducción y edición son tres modos de acción sobre el estado de una obra.

Lecturas sugeridas

Julio Cortázar: “Carta a una señorita en París”. En: Bestiario, Cuentos completos, vol.1. Alfaguara, 1994, pp. 112-118.

Julio Cortázar: “La urna griega en la poesía de John Keats”. En: Obra crítica, vol. 2. Alfaguara, 1994, pp. 25-73.

La sesión 144 del SPET es una actividad compartida con la VII Escuela de Otoño de Traducción Literaria “Lucila Cordone”, que se realizará del 20 al 27 de abril de 2022.

Aviso

La sesión será presencial (les pedimos que confirmen la asistencia).

Quienes quieran asistir virtualmente pueden enviarnos un mail con el asunto SPET 144 hasta el 26/4 a las 13.00. La dirección de mail será utilizada para hacerles llegar el código de acceso.

miércoles, 20 de abril de 2022

Un libro sobre la cultura de la cancelación

En varias oportunidades, en este blog, se han presentado distintas alternativas de lo que actualmente se conoce como “cultura de la cancelación”. En consecuencia, hoy reproducimos la entrevista que Julieta Grosso mantuvo con Juan Batalla, periodista de InfoBAE y autor de La cultura de la cancelación, publicada en el sitio de la agencia TELAM, el pasado 18 de abril.

"La diferencia entre el antes y el ahora es quién ejerce el martillo cancelador"

Aunque no es un fenómeno novedoso en la historia de la civilización, como rastrea el periodista Juan Gabriel Batalla en un reciente ensayo, la cultura de la cancelación se propaga hoy con un vigor inédito que además de colocar bajo sospecha obras o autores pretéritos cuando parecen desatender la agenda de derechos del presente toma envión en estos días como herramienta de disciplinamiento geopolítico con el boicot que recae sobre producciones y artistas de origen ruso a manera de represalia por la guerra desatada contra Ucrania.

Un mítico cuento de los hermanos Grimm cuestionado por la escena de un beso que transcurre sin el consentimiento de una de las partes involucradas porque yace dormida, un filósofo bajo sospecha por el relato de presuntas prácticas pedófilas divulgadas por un excolega suyo tres décadas más tarde del momento en que habrían ocurrido, un mítico narrador ruso del siglo XIX cuyas obras una universidad italiana amaga con dejar de estudiar porque la literatura ha quedado atrapada en un conflicto bélico del presente: Blancanieves, Foucault y Dostoievski son una mínima expresión de los casos alcanzados por el imperativo moral que pretende regular los sentidos comunes para adecuarlos a la agenda y anular las disidencias sin margen para el debate o la réplica.

Bajo la fachada de un movimiento informal pero masivo que pretende evaporar los vestigios de las narrativas sexistas, racistas y xenófobas, la llamada cultura woke –que en lengua inglesa significa “despertar”– instaura un relato punitivista que hasta ahora tenía su gran territorio de operaciones en lo virtual y lo simbólico pero que a partir del ataque de Rusia a Ucrania se volvió más tangible que nunca con el despido de reputadas figuras de ese país cuyos contratos fueron revocados por su origen –y en algunos casos por no posicionarse con fervor en contra de las políticas del presidente Vladimir Putin– como ocurrió con la cantante lírica Anna Netrebko –a quien le cancelaron un concierto en el Liceu de Barcelona y en la Ópera Metropolitana de Nueva York- o el director Valery Gergiev, desplazado de la Filarmónica de Munich. En la misma línea se suspendieron las presentaciones veraniegas del Teatro Bolshoi en Londres y el Festival de Cannes no admitirá delegaciones rusas oficiales en su inminente 75ª edición.

“En el pasado las cancelaciones eran cosas de Estado u otros poderes y lo que sucede en este momento con la invasión rusa a Ucrania y las cancelaciones de artistas, directores o películas es una vieja-nueva variante, porque ahora se producen bajo el aval de la globosfera, de una comunidad hiperconectada que consume información”, plantea a Télam el periodista Juan Gabriel Batalla, autor del libro La cultura de la cancelación (Indicios), que presentará en el Feria del Libro el próximo 15 de mayo.

–¿Qué cambió en este signo de los tiempos que escritores como Ezra Pound o Celine –abiertamente nazi– antes eran aceptados y hasta valorados por su obra y hoy ya directamente no solo se condena o sanciona a alguien por expresiones xenófobas o autoritarias sino porque omite expedirse políticamente o expresa una condena tibia a la invasión rusa y a la embestida belicosa de Putin ¿Hay sobreactuación en esta ola cancelatoria con la que muchos países buscan dejar en claro su posicionamiento?
–Tanto Pound como Celine pagaron su afiliación partidaria. El primero con la cárcel y el manicomio, y el segundo no tanto en vida, sino más bien post mortem, con la censura, como cuando en 2018 Gallimard decidió finalmente no republicar sus 'Panfletos antisemitas'. Entonces, creo, que las sanciones de hoy tienen una consonancia con otros tipos de cancelaciones retroactivas en la que una moral que se mira a sí misma como humanista y universalista se antepone a cualquiera otra”, plantea el periodista y editor.

En su documentado trabajo, Batalla viaja retrospectivamente a la Antigua Grecia para poner en perspectiva el fenómeno de la cancelación despojándolo de su condición presuntamente novedosa o disruptiva: no hay originalidad absoluta en esta práctica con la que se pretenden erradicar ideas o personas que parecen desafiar el arco de lo tolerable y que ha dado lugar a una generación de “ofendiditos”, un término que la ensayista Lucía Lijtmaer -nacida en Argentina y criada en Barcelona- acuña para aludir a personas que se molestan fácilmente “por cosas consideradas políticamente incorrectas”.

En su texto, el periodista revisa prácticas que se dan en la actualidad pero que replican operaciones similares de tiempos anteriores –como el derribamiento de estatuas consagradas en el pasado a quienes hoy han sido alcanzados por el descrédito– y problematiza el recorrido dispar de distintas celebridades alcanzadas por el rayo cancelador de acuerdo a los intereses que representa la figura cuestionada: así, frente a una imputación de abuso sexual, el cineasta estadounidense Woody Allen cayó en desgracia y sus películas ya no se proyectan en su país natal, mientras que en el caso de su colega franco-polaco Roman Polanski –que aceptó ser un abusador incluso en su biografía– pudo encontrar en Europa el aval para seguir filmando y hasta ganando premios internacionales.

¿Cómo impactan esas dinámicas sobre la trama local? “En Argentina, las cancelaciones suelen ser efímeras. Hay una indignación, una repercusión que se sostiene uno o dos días, y un nuevo tema de agenda la silencia. Estamos tan acostumbrados, quizá, a que las cosas no funcionen como deberían que no nos escandalizamos con facilidad. Por otro lado, hay una dinámica de grieta, de bandos enfrentados, que se disparan de manera cotidiana y eso genera como una especie de normalidad y, a la vez, termina licuando todo en un sin fin de acusaciones en círculo que no llevan a ningún lado”, dice Batalla.

–¿En qué medida cuando hablamos de cancelación es posible leerla como un fenómeno desagregado de otras manifestaciones de la época como la escalada de los haters –acaso una manera de metabolizar el rechazo que genera hoy lo diferente– o la entronización de la figura de la víctima?
–Sin dudas hay puntos de conexión entre los tres fenómenos, pero la cultura de la cancelación es un fenómeno mucho más abarcativo y si bien se refiere a la posibilidad de invisibilizar o censurar una persona o una obra al calor de lo que sucede en redes sociales, en realidad es una actitud profundamente humana, documentada desde el mundo antiguo, aun cuando las herramientas o los métodos eran otros. En ese sentido, con las redes como medio, sin dudas los haters y la entronización de la víctima pueden formar parte de ella como fenómenos de la época, pero también pueden hacerlo, por ejemplo, las campañas de difamación interesadas, muchas veces provocadas a partir de fake news en medios tradicionales, como fue el caso del beso de Blancanieves o tratar de plantear cuestiones sociales que han sido silenciadas y ya no deben serlo.

–¿El rastreo de modalidades similares en el pasado se puede leer como una acción esperanzadora en el sentido de instala la idea de un procedimiento que ya circuló y fue asimilado sin provocar lesiones irreparables en el tejido cultural?
–La diferencia entre el antes y el ahora es quién ejerce el martillo cancelador. Cuando antes era el poder, entiéndase la religión o los gobernantes, hoy esta posibilidad de aunar voces desconocidas en coro que demandan o escrachan vía redes genera un nuevo escenario a futuro. No creo que la cultura de la cancelación quede en eso nomás, de hecho ya tuvo ramificaciones dentro del orden de lo político-social y el sistema capitalista, que rápidamente adaptó esas voces a su propio discurso para convertirla en un producto cultural aceptable a estos nuevos tiempos. La aceptación liviana de los discursos cancelatorios propone posibles escenarios que se desarrollarán al ritmo de la manipulación en muchos casos o de la polarización de los relatos sobre el “ellos y nosotros”, pudiendo así ingresar en territorios donde aún hoy no lo hizo del todo como el de la xenofobia, que nos pueden parecer residuales, que solo involucran a un grupo minoritario, pero que dependiendo de variables económicas y políticas tienen la capacidad de extenderse. Si no, miremos a la civilizada Europa. Y si bien fue asimilado en otras épocas, hay que preguntarse también cuál fue el precio que se pagó en ese momento. ¿Qué sucedería si una campaña de cancelación crece a tal punto que el Estado la hace bandera?, ¿cuáles son las posibles medidas que tomaría y cómo afectaría al tejido social? La dogmatización ha sido dañina en todas las eras y la exacerbación de un discurso puede tener consecuencias que sin dudas afectarían la dinámica social.

–¿Hay algún tipo de cancelación que sea aceptable o todo mecanismo de silenciamiento y escrache es siempre cuestionable, aun cuando se produzca para corregir prácticas patriarcales o el avasallamiento de una cultura sobre otra?
–La cancelación tiene varios niveles y funcionamientos. Dentro del positivo se encuentra, justamente, el de establecer un tema en agenda que nos convoque y permita dirimir alternativas a esa situación. El ejemplo más claro de esto fue el #MeToo, que sirvió no solo para desvelar una parte oculta a los ojos del público del funcionamiento de la industria cinematográfica a partir de las denuncias a Harvey Wainstein o Bill Cosby, por nombrar dos ejemplos con alta repercusión mediática. Esto rompió con un código de silenciamiento mafioso que se mantuvo por décadas y hoy se nos hace impensado que pueda volver a repetirse a esa escala, aunque sin dudas seguirá existiendo en otras porque los cambios sociales, de toda índole, no se producen de un año para otro. Pero a su vez, en aquella oportunidad, mostró ser una herramienta peligrosa, como sucedió en el caso de Morgan Freeman, acusado de abuso por una decena de personas en una investigación de la CNN que después se demostró era falsa, con declaraciones sacadas de contexto o directamente inventadas. Más allá de lo puntual, sin dudas sirve para que un tema incómodo o un delito pueda salir a la luz y llevarnos a reflexionar sobre los resortes que lo hacen posible y la necesidad de cambiarlos.

–¿Qué tan funcional resulta para la sociedad argentina esta cultura de la cancelación que insta a silenciar pensamientos o personas cuando no coinciden con el signo de los tiempos? Dicho de otro modo: si bien se trata de un fenómeno que se ve a escala mundial ¿Hay sociedades que por su idisiosincracia son más proclives que otras a asimilar estas dinámicas de censura y escrache?
–Sí, no todas las sociedades reaccionan de la misma manera según el tema y no todas las cancelaciones son iguales de efectivas según la latitud. Sin dudas, hay temas que tienen mayor poder de convocatoria que otros según el grado de conflictividad social en el país que se producen. En EE.UU. o el Reino Unido, donde los debates de género y raciales se encuentran mucho más presentes y tienen eco en los grandes medios, las posiciones que se toman son mucho más radicales que las que estamos acostumbrados en esta parte del mundo. Pensemos en el caso de J.K. Rowling, la persona más cancelada del mundo por sus opiniones que le valieron el mote de TERF. Entre otras cosas: cancelada en redes, hubo quema de libros, librerías dejaron de vender sus títulos, se hicieron reseñas maliciosas de su obra e incluso un grupo de personas trans llegaron a mostrar en Instagram la dirección de su casa. Cada paso que da y aun cuando no dice o hace nada, reaparece como TT y sin embargo, sigue siendo una bestseller, porque hay personas a las que no les interesa lo que piensa o estarán de acuerdo, no sé, pero queda claro que la operativa cancelatoria habla a un grupo determinado que se siente ofendido y no a toda la sociedad. Detrás de campañas tan intensas y sostenidas siempre hay un dogma, hay una fanatización del discurso que no acepta la disidencia y en ese punto la cancelación, como puede abrir el debate en algunos casos, también puede cerrarlo en otros. Y también hay una incapacidad de comprender que se convive con diferentes generaciones, con sus propias historias y valores, que los ven amenazados y es lo normal. En Argentina, las cancelaciones suelen ser efímeras. Hay una indignación, una repercusión que se sostiene uno o dos días, y un nuevo tema de agenda la silencia. Estamos tan acostumbrados, quizá, a que las cosas no funcionen como deberían que no nos escandalizamos con facilidad. Por otro lado, hay una dinámica de grieta, de bandos enfrentados, que se disparan de manera cotidiana y eso genera como una especie de normalidad y, a la vez, termina licuando todo en un sin fin de acusaciones en círculo que no llevan a ningún lado.

–Estamos ante un fenómeno de doble signo: quienes cancelan son a su vez pasibles de ser cancelados ¿Por qué suponés que esta pendulación no funciona como factor disuasivo para sofocar estas prácticas, que por el contrario toman cada vez más estatus cotidiano?
–Porque nadie piensa que algo malo le puede suceder hasta que le sucede. En general, las personas creemos que los riesgos son ajenos; a grandes rasgos tenemos una mirada optimista sobre nuestra existencia que es necesaria para el equilibrio mental y la convivencia en una sociedad muy compleja. Por otro lado, cuando realizamos una cancelación nos ponemos del lado de “la verdad”, hay en nuestras afirmaciones una acertividad que está validada indirectamente por la de tantos otros que piensan como nosotros, por lo que “no estamos equivocados”. Eso genera, una sensación de poder que borra lo individual por el sentimiento de masa y en esa frontera del yo el todos nos termina envolviendo como capa protectora.

–En torno al conflicto entre Ucrania y Rusia asistimos a la escalada imparable de sanciones que muchos países occidentales están haciendo recaer sobre obras y artistas rusos que ni siquiera se han expedido a favor del conflicto bélico. ¿Por qué esta práctica que hasta ahora tenía su radio de acción en redes o en ciertos círculos académicos amenaza con convertirse en política de estado?
–En el pasado las cancelaciones eran cosas de Estado u otros poderes y lo que sucede en este momento con la invasión rusa a Ucrania y las cancelaciones de artistas, directores, películas, etc, es una vieja-nueva variante, porque ahora se producen bajo el aval de la globosfera, de una comunidad hiperconectada que consume información. Las cancelaciones tomarán nuevas formas y esta es una de ellas. La participación activa en las redes con una posición clara es el aval necesario para tomar este tipo de decisiones. Esto a su vez, como en otras cancelaciones, genera que los gobernantes de turno tomen ventaja de esta situación para pararse frente a ellos como adalides de la verdad y el bien común. La respuesta ha sido tan masiva que permite que se hayan tomado decisiones que con otros conflictos bélicos no han sucedido, porque justamente su repercusión mediática ha sido muy inferior o son más complicados de escenificar porque, en muchos casos, ingresan en culturas con tradiciones y formas de vivir que nos son muy ajenas. Ya desde los primeros días de la invasión hubo una presentación lineal del conflicto, con los buenos y malos bien marcados. Incluso se tomó por cierta una tapa apócrifa de Time con Putin con el bigote de Hitler, o circulaban memes de Zelenski con el caso y se lo colocaba al lado famosa foto de Salvador Allende resistiendo los bombardeos en la casa de la Moneda en el golpe del estado del 73, por citar solo dos casos evidentes de la construcción de sentidos.

–¿La cultura tiene hoy mayor relevancia porque la hegemonía y los procesos de colonización se dirimen más en los medios, las redes o incluso las series que en lo territorial?
–Gracias a la expansión de las industrias culturales durante el siglo pasado está arraigado en los inconscientes cómo generar estos sentidos. Entonces, tomar medidas de censura sobre la cultura y los propios rusos, que muchos no tienen nada que ver con lo que sucede, resulta sencillo. La rusofobia es una clase de xenofobia que se presenta tanto en los países occidentales que se pronunciaron frente a la invasión, sino miremos lo que sucedió en Alemania, donde se marcaron los negocios de personas de este origen. Con mayor o menor fuerza, las batallas culturales han existido y siguen existiendo, a nivel internacional o puertas adentro. Batallas por la Historia, por el idioma oficial, por todos los elementos que pueden conformar la identidad nacional, etc. Y ante una audiencia que ya ha tomado partido, colocarse del lado correcto de la moral lleva a estas oportunidades, para mí, equivocadas y demuestran una vez más que todo es posible por el control de la hegemonía. ¿A quién con sentido común se le puede ocurrir prohibir a Dostoievski, por ejemplo, o esperar de personalidades de la cultura definiciones políticas?, ¿no es acaso, justamente, una de las herramientas del arte, en cualquiera de sus expresiones, poder dar cuerpo a estos pensamientos?

–¿Se puede equiparar la cultura de un país a su política? Hasta hace un tiempo se hablaba de la peligrosidad de fundir la figura de un autor con su obra de ficción ¿Estamos ante un equívoco mayor que implica equiparar a una persona con las maniobras geopolíticas y bélicas de su país de procedencia?
–No creo que sea posible disociar la cultura de la política, aún el que nada tiene para decir algo nos está diciendo sobre ese tema. Mostrar apatía, por ejemplo, es un fenómeno que habla de la decepción de los pueblos sobre sus gobernantes o incluso, hartazgo o indiferencia porque nada cambia con los años o miedo a represalias. Puede haber muchos significados detrás de un silencio, que no siempre quiere decir que se sea partícipe o se avale. Aún los ateos creen o le temen a algo. Podes renegar de los dioses, pero creer en el poder del dinero y eso te hace un tipo de creyente. Lo que está sucediendo es un uso político a partir de la cultura, pero esto tampoco es nuevo. Paradójicamente, los soviéticos han hecho escuela de esto, pero no fueron los únicos. EE.UU. se valió del expresionismo abstracto para quitarle a París el título de centro del mundo del arte, por ejemplo. Lo que sucede en la actualidad es que la tribuna es global y puede expresar su voz, entonces sus usos quedan más en evidencia porque justamente se hacen para esa tribuna. Ahora, ¿esta será una práctica cada vez más común? Dependerá un poco de cómo las sociedades apoyen o no estas actitudes, y de qué nacionalidad provengan los cancelados. A fin de cuentas, hay malos que son más malos que otros.