viernes, 29 de julio de 2022

Noticias sobre traducción e inteligencia artificial


El pasado 11 de julio, David Váquez publicó el siguiente artículo en Business Insider, donde se da cuenta del poder de los nuevos traductores automáticos a los que, no obstante, todavía les falta para poder desplazar a los traductores de carne y hueso, sobre en cuestiones que hacen a la literatura, la filosofía y las ciencias sociales.

Meta bate el record con su IA traductora de 200 idiomas, pero los expertos subrayan sus límites

Meta, el conglomerado empresarial del que forman parte gigantes como Facebook, lleva un par de días sacando pecho. No es para menos.

Con las autoridades irlandesas apretando de nuevo las tuercas a las grandes tecnológicas para que garanticen que el Gobierno estadounidense no va a tener acceso a los datos de sus usuarios europeos, la presentación en sociedad del proyecto No Lenguage Left Behind (Ninguna lengua se queda atrás, NLLB, por sus siglas en inglés) es claramente el tipo de noticia que Meta desea subrayar para mejorar su deteriorada reputación.

Pero NLLB es, por otra parte, mucho más que una campaña de marketing. Se trata de un modelo de IA que, a falta de ofrecer más muestras para valorar la calidad de sus producciones, es por el momento traductor más completo que ha conocido el ser humano.

Con 200 idiomas a su disposición, supera los algo más de 130 que contempla Google Translate. Naturalmente, la IA anda lejos de los 6.500 que se calcula que hay en total en el mundo, pero no por ello sus 200 lenguas dejan de ser un interesante salto hacia delante.

La idea de Meta, como indica el propio nombre de su proyecto, es que ningún idioma se quede atrás. Esto, claro, con el metaverso en mente.

La empresa de Zuckerberg fantasea con el día en que, en mitad de su realidad virtual, cualquier persona de cualquier rincón del mundo pueda entenderse con otra hablando cada uno de ellos su lengua materna independientemente de lo mayoritaria o minoritaria que esta sea.

Pero ese día, advierten algunos expertos, está todavía lejos, muy lejos. Tal vez nunca llegue, de hecho.

“Llegar a tener un traductor universal fiable es imposible. En Cataluña, por ejemplo, hay proyectos que tratan de recoger todas las variedades dialectales [maneras de pronunciar un idioma] que hay, y ya es imposible porque una misma palabra de un pueblo a otro cambia a nivel mundial, perseguir algo así es interesante, pero imposible”, explica por teléfono a Business Insider España Cecilio Angulo, profesor de IA y robótica en la Universidad Politècnica de Catalunya y presidente de la Asociación Catalana por la IA.

NBBL, un modelo revolucionario pero con margen de mejora
No cabe duda, sin embargo, de que el proyecto de Meta, detallado prolijamente en un artículo científico que ha visto también la luz esta semana, es ambicioso. Y ahí radica su principal fortaleza.

Tal y como ha contado el propio Mark Zuckerberg en un post de su cuenta de Facebook, para llegar a los 200 idiomas la IA ha contemplado 50.000 millones de parámetros que han sido analizados por SuperCluster, uno de los superordenadores más potentes del mundo.

El objetivo, dice el CEO de la empresa, es alcanzar los 25.000 millones de traducciones diarias.

Pero no solo de fríos datos se ha alimentado esta IA. Para evaluar la calidad de las traducciones, se han tomado 3.001 pares de frases de cada idioma (del inglés a la lengua destino) que han sido evaluadas por traductores expertos hablantes nativos de la lengua que examinaban.

Lo han hecho tomando como referencia el sistema BLEU (Bilingual Evaluation Understudy), un método internacional que permite otorgar un valor numérico a una traducción en base a su calidad.

Los resultados de estos exámenes casi no han podido ser mejores: los evaluadores han encontrado que las traducciones de la IA de Meta son un 44% mejores que las de los mejores traductores que ya existen.

Se trata, sin embargo, de datos que conviene poner en cuarentena. Para empezar, hay que considerar que los examinadores eran humanos, lo que quiere decir que sus valoraciones pueden contener sesgos.

El más evidente, apuntan algunos expertos, es que los hablantes de lenguas minoritarias suelen ser menos exigentes. Entusiasmados ante la sola idea de ver su idioma traducido desde el inglés, tienden a pasar por alto errores gramaticales que juzgan menores.

En los idiomas, sin embargo, cada palabra, cada expresión y cada giro lingüístico cuentan.

Lo saben bien precisamente en Facebook, que en 2017 tuvo que ver cómo un usuario palestino de su red social era detenido por la policía israelí debido a un error de sus robots: el hombre escribió “Buenos días” en su tablón y el software de traducción de la plataforma interpretó “Atácalos”.

En segundo lugar, hay que aclarar que 3.001 frases no definen un idioma. Un traductor puede trabajarlas con éxito sin que ello signifique necesariamente que sea infalible, y viceversa.

Otro aspecto a tener en cuenta es las raíz de los idiomas contemplados. 200 lenguas, explica Angulo, pueden parecer muchas, pero no tienen por qué ser necesariamente un reto para una IA.

“La gracia está en la rareza de los idiomas. Por ejemplo, si la mayoría comparte raíz latina, a la que tienes 2, ya tienes 7. Si tus idiomas son el español, el italiano, el portugués, el catalán, el gallego y el rumano, las palabras cambian, pero tus estructuras van a ser siempre muy parecidas”, comenta el experto en IA.

Por otra parte, la verdadera dificultad de las traducciones no radica tanto en la gramática como en los refranes y las expresiones populares, que dependen del contexto.

“La riqueza del idioma está más en la lógica del contexto. La frase 'Tiene muchas pelotas' depende totalmente del contexto. Un buen traductor es aquel que sabe que la expresión inglesa 'Ponte en mis zapatos' en español significa 'Ponte en mi piel”.

Los problemas éticos de la IA, las grandes empresas y las lenguas minoritarias
A estos problemas hay que añadir una inherente desconfianza existente entre comunidades de hablantes de lenguas minoritarias y grandes corporaciones.

No pocos de estos hablantes interpretan que el hecho de tener acceso más fácilmente a idiomas como el inglés puede generar que en su comunidad existan pocos incentivos para seguir produciendo documentos en su lengua nativa.

Con todo, por ahora la investigación arroja sensaciones positivas entre los académicos.

“En general, me alegro de que Meta se haya embarcado en esto. Ojalá haya más trabajos así por parte de empresas como Google, Meta y Microsoft. Todas tienen por delante un trabajo sustancial en cuanto a traducción automática de lenguas con pocos hablantes”, dice Alexander Fraser, profesor de Lingüística computacional en la Universidad de Múnich, en The Vergue.

“En el proyecto hemos trabajado con lingüistas, sociólogos y especialistas en ética. Este tipo de enfoque interdisciplinario permite que nos centremos de verdad en los problemas humanos”, apunta en este mismo medio Angela Fan, investigadora de Meta involucrada en el desarrollo de la IA.

Esta subraya por otra parte la importancia de que Meta haya dado acceso libre a algunos elementos del proyecto para que quien quiera pueda usarlo en sus investigaciones.

Para Angulo, por otra parte, el futuro de los traductores estará más en la palabra hablada que en la traducción escrita.

“En lenguas mayoritarias, las traducciones de texto han avanzado mucho y van más o menos bien. El gran desarrollo vendrá con la voz y con la capacidad que tengan las máquinas de detectar ciertas inflexiones, entonaciones y maneras de pronunciar”.

jueves, 28 de julio de 2022

Sorrentino escribe sobre boludos y pelotudos

El 18 de julio pasado, en la sección “Acuarelas porteñas”, del diario La Prensa, Fernando Sorrentino firma la siguiente nota, que reproducimos no sin pudor y con el "susmaría" a flor de labios.

Boludeces, boludos y boludas

Establecida académicamente, en la nota titulada “De la inconveniencia de presentarse en pelota y/o en pelotas”, la sinonimia argentina entre el término científico “testículos” y las voces vulgares “pelotas” y “bolas”, cabe añadir que, con justicia o sin ella, suele identificarse el tamaño superior a lo normal de tan útiles adminículos con cierto grado de estupidez en su infortunado portador.

Derivados de estas metonimias esféricas son los sustantivos y adjetivos desvalorizadores pelotudo y boludo, cuyas significaciones, según el contexto, abarcan toda la gama que recorren “bobo”, “tonto”, “estúpido”, “idiota”, etcétera, etcétera.

Desde luego, y con toda lógica, una pelotudez o una boludez son las típicas acciones imbéciles que comete un pelotudo o un boludo.

El vocablo boludo suele emplearse profusamente por los adolescentes argentinos sin la menor carga insultante, como un mero vocativo: “Conseguí un trabajo, boludo” puede significar: “Conseguí un trabajo, Juan”.

O como una suerte de interjección polisémica: “¡Conseguí un trabajo, boludo!” puede significar: “Conseguí un trabajo, ¡qué buena suerte!”.

A pesar de la imposibilidad anatómica de lucir tales atributos físicos de boludez y pelotudez, el uso se ha extendido, como metáfora de intelecto limitado, al habla de niñas, señoritas y señoras argentinas.

En el asiento del colectivo posterior al mío viajaban dos elegantes damas de alrededor de cuarenta años, provistas, claro está, de la encantadora dicción femenina. Parando la oreja, no me fue difícil saber que –¡oh perfidia mujeril! – se dedicaban a despellejar a una tercera dama, de nombre Marcela y a la sazón ausente. Por eso, la dama A, indignada, le confiaba a la dama B: “¡Marcela cree que yo soy boluda, pero en realidad la boluda y reboluda y requeteboluda es ella! ¡Y a mí no va a tomarme por boluda ni por pelotuda, porque yo puedo parecer boluda, pero no tengo nada ni de boluda ni de pelotuda!”.

Para dar conclusión a esta nota, admito que, aunque todas las informaciones aportadas son rigurosamente ciertas, no por eso estoy exento de haber escrito alguna boludez o alguna pelotudez.

Al fin y al cabo, como escribió nuestro amigo Terencio el año 165 a.C., Homo sum: humani nihil a me alienum puto. Que, en nuestra lengua española, significa: "Hombre soy: nada de lo humano me es ajeno”.

miércoles, 27 de julio de 2022

"Yo prefiero que mis cosas sean permanentes"

Marina Amabile publicó el siguiente artículo en la revista Caras y Caretas, hace unas tres semanas. En la bajada se lee: “Los libros de Quino se editaron en países tan disímiles como Italia, China o Japón. El humor de una Argentina convulsionada en los años 60 y 70 logró traspasar todas las barreras para transformarse en universal.”

Traducción fiel

Un día, por casualidad, Quino se enteró de que Mafalda estaba traducido al chino, sin autorización previa. “Finalmente la editorial lo contactó y esos libros se siguen publicando. Cuando Quino preguntó por el tema de la traducción le dijeron que los había hecho una traductora y que habían quitado todas las tiras que estaban vinculadas al comunismo y algunas cosas las habían resuelto como les pareció”, cuenta Julieta Colombo, legataria y sobrina de Joaquín Salvador Lavado Tejón, o sea, Quino. Su rol en relación con el trabajo de Quino es el de representar su obra: mantenerla vigente, difundirla, respetar los mensajes y los formatos. Como Quino es conocido mundialmente, no trabaja sólo con la Argentina, incluso se reparte las labores con los territorios de habla no hispana (Europa, Asia y Quebec) con su par italiano, Ivan Giovannucci. “A pesar de que Quino ya no está y de que todos lo extrañamos, su obra aún sigue muy vigente y seguimos trabajando casi tanto o más que cuando él estaba”, cuenta.

Pero, ¿cómo llega un artista a hacerse conocido en todo el mundo? En el caso de Quino, si bien tanto en Mafalda como en sus obras de humor hay vestigios de la realidad argentina, su búsqueda nunca fue la coyuntura. En una entrevista con Joaquín Soler en 1977, Quino dijo: “Aunque yo he tratado siempre de no hacer una actualidad rigurosa porque hay gente muy buena en la Argentina que lo hace, es un trabajo perdido. Hablan por ejemplo sobre un ministro que a los dos meses ya no está más, y ese chiste ya no se entiende. Yo prefiero que mis cosas sean permanentes. Por eso mis temas siempre son de un señor detrás de un escritorio y un señor bajito delante, esa relación entre poderosos y débiles, esos temas me gustan mucho”.

Su sobrina rescata el rol que tuvieron y que tienen las embajadas de la Argentina en otros países para visibilizar el legado de Quino, como en el caso de Japón y de Armenia. Ambos países formaron parte del Programa Sur, que tradujo y editó más de mil obras de autores nacionales a 43 idiomas.

En 2017, Mafalda fue traducida al guaraní. Colombo destacó el rol que tuvo la traductora María Gloria Pereira Jacquet: “En la traducción que se hizo para Paraguay hubo un trabajo del traductor que es muy personal y uno ahí no participa. Lo que trato es de buscar buenos traductores, esta persona tiene un cargo importante como traductora en Paraguay y además le encanta Mafalda, entonces se tomó el trabajo de investigar. En una entrevista que le hicieron, ella dijo: ‘Yo lo que descubrí es que el guaraní es mucho más gracioso que el español para decir algunas cosas’. Fue todo un juego en el que ella decidió entrar y en el que uno no participa, nosotros no podemos tener control de cuál es la traducción literal que se hace de las cosas”. En una nota que le hicieron a Pereira Jacquet para El País, confirma la cita que le adjudica Julieta Colombo y cuenta que una de las cuestiones interesantes que tuvo la traducción fue que en Paraguay usualmente se usa la palabra hispana caldo para referirse a la sopa, pero que decidieron traducir sopa como jukysy para reforzar el idioma.

Dos años después, fue traducida al armenio bajo el especial nominado Diez años con Mafalda. En una nota con el Diario Armenia, su traductora, Alice Ter-Ghevondian, contó que la dificultad mayor radicó en la interpretación de los chistes y de las expresiones, además de interiorizarse sobre la realidad de la época de cuando fue escrita la historieta. “Consulté con argentinos expresiones como ‘estás medio ñac’, ‘ya a esta altura, la dinamita, claro’, varios ‘la pucha’, ‘bruto’, ‘mecacho’, ‘bestia’… Hubo que cambiar por las expresiones diferentes correspondientes. ¿Se dan cuenta de cuánto usan la palabra ‘bestia’?”, contó.

UN EMBAJADOR ARGENTINO EN EL MUNDO
Julieta cuenta que cuando la propuesta de difusión de las obras viene de las embajadas, confía en que quienes realicen las traducciones sean las personas idóneas. Relata: “En Tokio hicimos una muestra a través de la embajada. Yo diseño las muestras, algunas no ahora, con los años, pero en un principio las diseñaba todas yo. Me enviaban los planos y yo disponía y enviaba el material. De ahí surgían algunas oportunidades, pero muchas veces esto ocurre por el trabajo que hacen las embajadas con relación a la difusión de la cultura argentina. En ese sentido, Quino siempre fue muy beneficiado por la admiración a su obra. De hecho, ahora hay una muestra en un paseo público en México que se armó a través de la embajada”. La muestra estuvo disponible durante todo junio en el Paseo de las Culturas Amigas, en Ciudad de México.

En 2007, Japón se sumó a la celebración de los 75 años de Quino con la publicación de Mafalda traducida al japonés. En una entrevista de El País de ese año, quien representaba a la editorial, Elephant Publishing, contó que la traductora le llevó el libro porque lo había leído en italiano y le había gustado mucho: “Aunque la sociedad en la que vive Mafalda es diferente a la actual, sus historias tratan muchos temas muy comunes en la actualidad, como por ejemplo la guerra. Entonces era la guerra de Vietnam, ahora existen otros conflictos similares”, dijo.

La migración de Quino hacia Italia en un momento complicado de la Argentina –no usó la palabra exilio– ayudó a que su obra trascendiera con más facilidad las fronteras de nuestro país. “Si bien lo seguían publicando acá, también lo empezaron a vincular en Europa para seguir trabajando. Eso hizo que tuviera una agencia en Italia que lo publicaba e hicieron un trabajo muy importante para que se difundiera su trabajo en Europa”, explica su sobrina.

“Si hay algo que generó Quino es un enorme respeto, la gente lo admira. Las propuestas en general son sumamente cuidadosas, uno lo que trata de revisar es justamente eso”, cierra Julieta Colombo, quien sigue sosteniendo vigente la obra de un hombre que logró expresar con humor aquellos temas que, evidentemente, afectan a todo el mundo.

martes, 26 de julio de 2022

Una tardía traducción al inglés del escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias

Publicada por The Washington Post y reproducida el pasado 23 de julio por InfoBAE, la siguiente nota de Manuel Roig-Frazia trata sobre la traducción al inglés de la novela más famosa de Miguel Ángel Asturias. En su bajada se lee: “El guatemalteco Miguel Ángel Asturias la terminó en París en 1932 pero, por la persecución política, recién puedo publicar en 1946 en México. Fue el primer novelista latinoamericano en ganar el Premio Nobel”.

Una exquisita traducción de El señor presidente, la clásica novela sobre un dictador latinoamericano que esperó 14 años para ser publicada y se lee pensando en el presente

 

Si usted ha utilizado una de esas herramientas de traducción en línea, probablemente haya descubierto rápidamente que simplemente generar el significado literal de una cadena de palabras puede producir un montón de papilla incomprensible.

 

El lenguaje desafía ese formulismo de “dos más dos es igual a cuatro”. En cambio, exige una ecuación más compleja, una fusión de significados literales con una comprensión de lo que el autor original estaba tratando de decir.

Este es uno de los muchos desafíos que superó David Unger en su magistral traducción de El señor presidente, una novela clásica pero a menudo pasada por alto de Miguel Ángel Asturias. Al hacer este trabajo accesible, Unger no solo cambió el español por el inglés. También navegó por un trabajo que se basa en la lengua vernácula de un país donde la mitad de los residentes no hablan español, sino que se comunican principalmente en uno de los más de 20 idiomas indígenas mayas.

Unger, un autoproclamado “Guategringo” (nacido en Guatemala; criado y educado en los Estados Unidos), explica su tarea en una fascinante Nota sobre la traducción que les da a los lectores un vistazo de su arte. Incluso un par de guatemaltecos aficionados a Asturias quedaron perplejos ante algunas de las 250 dudas que necesitaba consultar con ellos.

La nota de Unger es una de tres - ¡tres! - secciones introductorias a esta traducción de Penguin Classics, que es una indicación obvia de que se necesitaba algo de contexto y preparación para preparar al lector para esta obra fundamental del género dictatorial latinoamericano. En un prólogo, el afamado novelista peruano Mario Vargas Llosa -autor de uno de los mejores libros de dictadores latinoamericanos, La Fiesta del Chivo, basado en el déspota dominicano Rafael Trujillo- llama al El señor presidente “cualitativamente mejor que todos novelas anteriores en español”.

Luego, en una introducción, Gerald Martin, profesor emérito de lenguas modernas de la Universidad de Pittsburgh, declara que fue Asturias -no Gabriel García Márquez como generalmente se cree- quien inventó el realismo mágico. Martín cuenta la apasionante historia de origen de El señor presidente, una novela que Asturias escribió parcialmente en Guatemala en 1922 y terminó una década más tarde en París en 1932 después de huir de la persecución política en su país natal. Pasarían catorce años más antes de que el libro se publicara finalmente, en 1946, en México, la demora requerida por la amenaza de más persecución política porque Asturias, que ya no podía permitirse vivir en el extranjero, se había visto obligada a regresar a Guatemala. El libro fue un fracaso.

Recién cuando El señor presidente, que se desarrolla a principios del siglo XX, se publicó dos años después en Argentina, el libro se convirtió en una “sensación de la noche a la mañana”, escribe Martin.

En años posteriores, Asturias, fallecido en Madrid en 1974, se convirtió en diplomático guatemalteco pero se exilió tras un golpe de Estado subrepticiamente apoyado por Estados Unidos. Volvió a alcanzar gran reconocimiento literario en 1967, sellando una reputación como uno de los grandes de la región, al convertirse en el primer novelista latinoamericano en ganar el Premio Nobel.

El premio renovó el interés en El señor presidente, que se basa en el reinado autocrático -de 1898 a 1920- del dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera. El libro, que incluso su traductor considera que tiene una prosa que “a menudo es demasiado poética y, en ocasiones, repetitiva y redundante”, gira en torno al asesinato de un coronel conocido como “el hombre de la mula diminuta”.

La búsqueda de su asesino es manipulada por un presidente insensible, que nunca se nombra, y su confidente, una figura resbaladiza y en última instancia trágica llamada Miguel Angel Face, quien “como Satanás” era “tanto bueno como malo”. Face advierte a un sospechoso que no pregunte “si es inocente o culpable... Un hombre inocente, sin el apoyo del presidente, está peor que una persona culpable”.

Asturias llena la novela de mendigos, ricos ociosos, aristócratas tontos y aduladores políticos. Hay mazmorras, brutales palizas, una ejecución caprichosa, todo al servicio de un presidente conocido con cariño como el “Padrino Supremo”, el “Benefactor del Pueblo” y el “Defensor de la Juventud Estudiosa”.

En el régimen errático del presidente incluso sus aliados más cercanos están en riesgo. La traición es la norma. En la casa de un mandamás militar, la criada está espiando al general y a la cocinera, mientras que la cocinera está espiando al general y a la criada.

Dada tal opresión y desconfianza solo se deduce que los personajes de la novela estarían plagados de alucinaciones y pesadillas, cada una de las cuales es una manifestación de los traumas que enfrentan en sus vidas reales. A veces la desesperación de la novela puede ser difícil de digerir. Pero Asturias supo moderar esos horrores, afortunadamente, liberando la tensión con escenas absurdas o mordazmente burlonas.

Al leer El señor presidente es imposible no pensar en el actual, triste situación en Guatemala, donde la corrupción endémica, la anarquía, los traficantes de drogas salvajes, los traficantes de personas despiadados y la asombrosa desigualdad económica, combinados con los problemas agrícolas inducidos por el cambio climático, han llevado a cientos de miles de guatemaltecos a intentar ingresar ilegalmente a los Estados Unidos. (Guatemala constantemente es clasificada entre los países más corruptos por los defensores internacionales del buen gobierno).

A medida que El señor presidente desciende más profundamente en un abismo de injusticia, violencia y desesperación, un prisionero se embarca en un largo lamento que casi se lee como una premonición: “Somos un país maldito. Voces celestiales gritan cuando truena: Criaturas viles, inmundas ¡Cómplices de la maldad!”

lunes, 25 de julio de 2022

Panorama editorial: lo de siempre, pero peor

El pasado 21 de julio, Daniel Gigena dio cuenta en un artículo de La Nación, de Buenos Aires, la situación que actualmente atraviesa el sector editorial. En la bajada se lee: “Por la crisis económica y la falta de papel, se imprimen menos ejemplares y se postergan pagos a autores o agentes extranjeros; cámaras editoriales y empresas papeleras señalan la responsabilidad del Gobierno nacional”

Aumento del dólar, alta inflación y escasez de papel. “Panorama negro” y “total incertidumbre” en el sector editorial


Por los desaciertos de la política económica del Gobierno nacional, el sector editorial enfrenta una nueva crisis. A los aumentos del dólar y la inflación, se suma la escasez del principal insumo para producir libros: el papel. El precio de ese bien escaso, por otro lado, aumenta semana a semana, según informaron varios editores a La Nación, y el aumento de los costos de producción ya repercutió en los precios de los ejemplares, que este mes aumentaron entre un 30% y un 50% aproximadamente.

El presidente de la Cámara Argentina del Libro (CAL), Martín Gremmelspacher, dijo a este diario que el panorama del sector editorial era “negro”. “El precio del papel aumentó un 140% de diciembre de 2021 a hoy –informó–. Papel obra no hay, y es el que usa mayormente en editoriales. Nos abastecemos de papel nacional, tanto de Celulosa como de Ledesma. Las dos compañías tienen como mínimo un retraso de treinta días en la entrega; hay que pagarlo y esperar un mes. Eso era hasta la semana pasada: ahora toman el pedido y lo facturan en el momento de la entrega”. Y contó que los editores están haciendo “malabares” para publicar: “Estamos en una situación de incertidumbre total y no hay una solución a la vista. Dimos de baja reimpresiones, achicamos las tiradas, bajamos varios títulos que iban a salir. Con el papel ilustración pasa lo mismo, es ciento por ciento importado y las distribuidoras nacionales o del exterior aumentaron un 330% en dólares”.

“La crisis actual que vive hoy la Argentina afecta en distintas aspectos al sector editorial –dijo a LA NACION María Inés Redoni, presidenta de la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP)–. Por otra parte, los editores que participan de licitaciones del Gobierno con precios que fueron fijados en abril, y que se encuentran en procesos de producción, tendrán una fuerte pérdida del margen de estas operaciones. A los diferentes aumentos que ha tenido el papel en estos meses se le agregan las subas de costos de las imprentas, en gran medida ocasionadas por los insumos que necesitan para producir, así como también un costo financiero mayor dado que los plazos de pago del papel y de las imprentas se ha acortado mucho en estos meses”.

Muchos editores ademán enfrentan la imposibilidad de pagar sus deudas con autores, agentes y editoriales en el exterior. “En principio por 180 días no se autorizan a pagar las regalías al exterior ni las importaciones –detalló–. Esto genera una gran incertidumbre para todos los editores que contratan obras de autores extranjeros y atenta contra la bibliodiversidad por la que tanto luchamos todos los que integramos la CAP”.

Se presume que la crisis pronto afectará la venta de libros. “No recuerdo un momento de tanta falta de papel, aunque sí de aumento de precios”, dijo Gremmelspacher. Representantes de la CAL y de la CAP solicitaron entrevistas con el nuevo secretario de Comercio Interior, el economista Martín Pollera, pero aún no obtuvieron respuesta.

La Nación consultó al director de Celulosa Argentina, José Urtubey. “Muchos sectores tienen como principal desafío obtener los insumos que provienen del exterior; dos terceras partes de la producción nacional provienen del exterior –sostuvo–. El principal desafío de las empresas y del Gobierno nacional radica en obtener los permisos y el acceso a los dólares necesarios para comprar esos insumos. Ahí es donde radica la mayor incertidumbre y preocupación”. Urtubey duda de que haya una solución a corto plazo a los problemas de abastecimiento de papel.

“En la realidad de las exportaciones y las importaciones, el dólar no aumenta –explicó el director editorial de Edhasa, Fernando Fagnani, a este diario–. Porque eso se hace por la vía oficial. Otra cosa son los aumentos preventivos de los importadores, por la inflación y por la presunción de una devaluación. El efecto de esto es que hay papeles importados que aumentaron el 100% en los últimos meses. Una locura. Respecto del papel de producción local, está aumentando por encima de la inflación, aunque no a esos porcentajes. Las imprentas aumentan al ritmo de la inflación, lo cual es normal dadas las circunstancias. Como es lógico, toda esta situación se traslada, o se trasladará en breve, al precio de venta de los libros. En un contexto de alta inflación y de inestabilidad económica, no puede suceder otra cosa”.

Luego de la euforia por el éxito de la reciente Feria del Libro de Buenos Aires, los planes editoriales para 2022 se modificaron abruptamente. “En Siglo XXI aumentamos los precios por el aumento del papel, pero además suspendimos por el momento algunas reimpresiones que teníamos previstas de tiradas de mil ejemplares porque el valor unitario nos queda tan alto que creemos que nadie va a comprarlos –asume el director editorial Carlos Díaz–. Estamos preocupados y siguiendo el tema, aunque creemos que va a acomodarse como suele indicar la historia argentina. Estamos recortando las tiradas más chicas porque en esos casos el costo unitario de producción está quedando tan caro que hay que fijarlo a un precio de venta demasiado alto”. Su colega de Manantial, Carlos De Santos, informa que en julio fue “muy fuerte” el aumento en papeles para tapas. “Menor en el papel interior –añade–. Y también sigue el faltante en ambos. Eso afecta obviamente el precio de los libros”.

 

 

 

 

viernes, 22 de julio de 2022

Pessoa en versión de la poeta y traductora venezolana Ana Lucía de Bastos Herrera

“Poeta, ensayista y traductora, Ana Lucía de Bastos Herrera ha asumido el considerable desafío de traducir El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, al español. La edición, bilingüe, a cargo de [la editorial venezolana] bid&co editor, incluye un texto introductorio y un epílogo, ambos del colombiano Jerónimo Pizarro —reconocido especialista internacional en la obra de Pessoa.” Así se presenta la siguiente entrevista a propósito del libro de Pessoa –previamente traducido por Ángel Crespo para Seix Barral y por Santiago Kovadloff para Emecé, entre otras versiones–, realizada por Nelson Rivera y publicada por Papel Literario, el suplemento cultural del diario El Nacional, de Colombia.

Entrevista a Ana Lucía de Bastos Herrera

—¿Qué es Libro del desasosiego? ¿Cómo lo describe usted?
—Es un libro de cabecera, y no porque sea uno de mis libros de cabecera, sino por sus propias características: es una obra que no pide ser leída de principio a fin, que basta con abrirlo y leer uno de sus fragmentos para encontrar en cada uno de ellos la misma lucidez que encontramos en todo el libro. Cada fragmento es así un fractal de ese desasosiego, que nos refleja y nos regala, diría, sobre todo, un tono, una atmósfera, desde la cual pensarnos.Creo que además es un libro capital sobre una época de la humanidad, que sigue siendo la nuestra: así como podemos entender el mundo de los griegos gracias a sus grandes poemas épicos, creo que con el Libro del desasosiego podemos comprender (comprendernos) a esta humanidad anónima y en muchos casos, solitaria, que puebla las ciudades y las oficinas en horarios de 8 a 5. Nuestro mundo postindustrial. Es, además, el gran libro de Lisboa, que está siempre presente y, en muchos casos, sirve de contrapunto, por su belleza y luminosidad, al desasosiego que nos habla.

—Decía el poeta Ángel Crespo, traductor de Libro del desasosiego, que esa obra exigiría ser traducida una y otra vez, y que no sería posible alcanzar nunca una versión definitiva, ni al español ni a ninguna otra lengua. ¿Qué le parece esta afirmación?
—La traducción es un oficio lleno de angustia, siempre que se relee algo traducido se puede encontrar una mejor solución al texto, o al menos, una solución más acorde al estado de ánimo de quien lo lee en ese momento. Es decir, creo que todos los libros pueden ser traducidos una y otra vez. Pero, en el caso del Libro del desasosiego, se suma la particularidad de que el propio texto en portugués, en su lengua original, no está fijado, no hay una versión definitiva. Cada uno de los Libros editados en Portugal son versiones conseguidas por su editor, y tienen importantes diferencias. El Livro do Desassossego ha variado tanto en extensión, como en el orden de la disposición de los fragmentos e incluso, en la transcripción de los mismos, pues mucho del material encontrado estaba manuscrito y es de muy difícil lectura. Hay un ejemplo muy elocuente sobre estos cambios, que comenta Jerónimo Pizarro, y que está recogido en la edición venezolana. En la edición de Pizarro, la última hasta ahora, hay una frase que fue transcrita como “El gran libro como dicen los franceses”, pero que en la primera edición se leía “El gran libro que dice quién fuimos” y, en otra intermedia, “El gran libro que dice qué somos”. Imagina cómo cambia el sentido de todo el fragmento. No se sabe, porque Fernando Pessoa nunca concluyó este trabajo, cuál sería el orden definitivo, cómo transcribiría ciertos fragmentos o frases que en muchos casos hasta ahora siguen siendo ilegibles, ni cuáles fragmentos habría finalmente descartado. Es así un libro abierto, que no tiene versión definitiva. Pero yo pienso, ¿qué más definitivo para un libro que versa sobre el desasosiego que el hecho de que no haya una versión definitiva? Hasta su forma es un desasosiego.

—Usted ha traducido la edición de Jerónimo Pizarro (la misma escogida por Pre-Textos). La edición de El Acantilado es la de Richard Zenith. ¿Qué las diferencia? ¿Acaso es posible que, en los próximos años, aparezcan nuevas ediciones? ¿Cuántas versiones —cuántos órdenes— permite el Libro del desasosiego?
—La edición de Jerónimo Pizarro, además de contar con su rigurosa transcripción (estuvo trabajando con los manuscritos durante al menos diez años seguidos, haciendo un trabajo minimalista de paleógrafo e incluso, como él mismo dice, arqueólogo), se basa, en primer lugar, en un orden cronológico, a menos que el fragmento tenga alguna anotación que lo ubique claramente dentro del propio libro. Por ejemplo, el fragmento inicial de la segunda fase es de 1930, posterior a los textos a seguir, pero estaba encabezado por una nota donde se lee “trecho inicial”: la clara intención del autor es respetada. Si no hay otra indicación, en la edición de Pizarro el orden que se sigue es cronológico, aunque no todos los fragmentos están fechados y por eso su trabajo se basó incluso en la materialidad del archivo: tipo de papel, de tinta, etc. La edición de bid&co tiene la magnificencia de incluir las “Notas de data filológica y bibliohemerográfica”, al final del libro, donde podemos acompañar este trabajo del estudioso colombiano. En cambio, la edición de Richard Zenith fue organizada por temáticas, alternando incluso fragmentos de la primera fase (los escritos desde 1913 hasta alrededor de 1920) con fragmentos de la segunda (cuando Pessoa vuelve al Libro, entre 1929 hasta, por lo menos, un año antes de su muerte, acaecida en 1935). Estas dos fases son de estilos marcadamente distintos, y ya habían sido diferenciados por António Quadros en su edición de 1986. En este sentido, la edición de Zenith se parece más a la primera edición publicada en 1982 por Jacinto Prado Coelho, quien lo había organizado por “manchas temáticas”, trabajo muy similar también a la maravillosa edición de Ángel Crespo. El trabajo de Jerónimo Pizarro sería más bien deudor tanto del de António Quadros, como del de Teresa Sobral Cunha, por la diferenciación de estas dos fases y el énfasis cronológico. Por lo tanto, este gran libro, este clásico de la literatura universal, probablemente el libro más importante de la literatura portuguesa del siglo XX, al no haber sido fijado por su propio autor, seguirá siendo un libro múltiple y se presta a esa posibilidad, a que sigan saliendo otras variaciones a lo largo de los años. De todos modos, el trabajo hecho hasta ahora es difícil de superar, en las dos variantes de orden, cronológico y en dos etapas, o por temáticas. Hay una página web que permite a cada internauta, si así lo quisiera, crear sus propias versiones. En ella encontramos los originales de Pessoa, las transcripciones y cuatro ediciones insignes, y permite ver con bastante facilidad las diferencias entre ellas. La web es https://ldod.uc.pt/.

—Hay viejas ediciones del Libro del desasosiego que aparecen firmadas por Bernardo Soares. Las más recientes, por Fernando Pessoa. ¿Qué explica esa diferencia?
—La atribución autoral es otra de las decisiones que queda en manos de los editores del Libro. Una de sus grandes editoras,Teresa Sobral Cunha, incluye y atribuye la autoría de la primera fase a Vicente Guedes, pues no hay rastro en el Libro del nombre Bernardo Soares hasta después de 1929 y en cambio sí hay registro, en algunos de estos primeros textos, de Vicente Guedes. Ver, por ejemplo, el Prefacio 5 de la primera fase:

“Este libro es la autobiografía de quien nunca existió.
De Vicente Guedes no se sabe ni quién era, ni lo que hacía, ni ◊
Este libro no es de él: es él.”

Sin embargo, esta atribución no es demasiado sólida o constante. El único fragmento de la primera fase publicado en vida por Pessoa lleva la nota “Del Libro del desasosiego, en preparación” y lo firma él-mismo. Luego, en la década de los años 30, Pessoa publica varios fragmentos en distintas revistas, también firmados por él pero encabezados con estas palabras “Del Libro del desasosiego Compuesto por Bernardo Soares, ayudante contable en la ciudad de Lisboa”. Pizarro decide, al no haber ningún fragmento firmado por Guedes o por Soares, aunque sus nombres figuren en los planos de la obra o en algunos encabezados, arrogar la autoría a Fernando Pessoa, y dejar en su edición, eso sí, todas las menciones a estos dos nombres.

—Pessoa pasó más de dos décadas escribiendo el Libro del desasosiego, período decisivo en la modernización de Portugal. ¿Es perceptible el cambio de época en la lengua de la obra? ¿Entre las primeras y las últimas notas se perciben diferencias, especialmente en el lenguaje del poeta?
—Hay muchísima diferencias, y es muy fácil de detectar en las ediciones cronológicas. La versión que traduje tiene diferenciadas esas dos fases, como he comentado. En la primera fase los fragmentos fueron escritos entre 1913 y 1920 y el estilo es todavía deudor del simbolismo, decadentista, con grandes pasajes llenos de niebla, cierta pomposidad en el uso de los adjetivos que describen paisajes irreales, suntuosidades decimonónicas que suelen terminar en una suerte de absurdo, un callejón sin salida mental. Lisboa siempre se cuela, pero la “realidad” de la voz narrativa está interrumpida por estas divagaciones. Mientras,en la segunda fase, que va desde 1929 hasta por lo menos 1934, el tono, las formas, nos acercan más al poeta moderno que fue Fernando Pessoa, al autor del autor de “Tabaquería”, a ese poeta que vivió y contribuyó con las vanguardias y cuya experiencia tuvo un cambio importante en su obra. Nos adentra en esa voz del pensador y poeta que es, sobre todo, un ayudante contable.

—El Libro del desasosiego ofrece desafíos a los lectores. Por ejemplo, a veces se producen unas rupturas en el hilo de frase, o algún cambio de sentido. ¿Cómo enfrentó usted estas coyunturas? ¿Su traducción procura hacer inteligible al lector la intención del autor o procura mantener esos momentos de desconcierto, tal como están en el original?
—Mi versión, especialmente la publicada por bid&co editor, bilingüe, en espejo, es bastante fiel al original. Es decir, mantiene los momentos de desconcierto, la ilegibilidad de frases largas y complejas, cuando en el original son largas, enrevesadas y complejas. No ofrezco simplificaciones, no pretendía en ningún caso “corregir” el Libro, hacerlo más fluido. El mismo Pessoa al que me enfrentaba es el que procuro traducir a nuestro español de América, recreando también en español los neologismos que abundan en el original. La cercanía de las lenguas me permitió hacer este trabajo sin forzarlo.Creo que ese desconcierto, esa fragmentariedad es esencial, hay que mantenerla. Hay otra versión de esta traducción, que tiene algunos cambios, publicada hace muy poco en Colombia, por la editorial Tragaluz e ilustrada por José Antonio Suárez Londoño. En este caso me permití cambiar algunas palabras, por no tener el yugo de la doble bilingüe, pero sigo manteniendo ese enrevesamiento que comentas, así como todas las “No-erratas” pessoanas.

—Luego de realizar la traducción de un libro exigente y personalísimo —produce la sensación de un hombre hablando consigo mismo—, donde son tan insistentes las visiones de vida del autor, ¿qué podría decirnos de Pessoa? ¿La aproximó al hombre, la alejó? ¿Lo había leído antes de emprender esta tarea? ¿Podría hablar de él como se habla de un amigo?
—Vuelvo a releerlo y siento el mismo cariño de siempre. Una ternura que lo comprende todo. Un agradecimiento afectuoso, porque ha sido un compañero desde los dieciséis años, y porque creo que su escritura y creatividad exploran espacios del alma difíciles de acceder, relegados muchas veces, y nos autoriza a transitarlos. La traducción sin duda me acercó aún más al hombre, nos hicimos más íntimos. Es gracioso, yo estuve trabajando en esta traducción en pleno confinamiento. Debía cumplir un horario de teletrabajo, cuidar a mis gemelos que tenían poco más de un año, y por las noches, a veces madrugadas o cuando los niños dormían siesta, entregarme a la traducción de una voz solitaria, muy ajena a lo femenino, donde apenas aparece el cuerpo; a un hombre sin afectos ni familia. Podríamos decir, todo lo contrario de lo que encarnaba yo, su traductora. Y, aun así, ese cuerpo mío que era todavía leche y cuna, que estaba acompañado a todas horas, que comparte la vida en pareja, sentía desde un espacio interior, solitario, la voz del narrador del desasosiego, que lo reflejaba. Múltiples como Pessoa, contenemos también este rincón donde no hay sosiego, este espacio que él nos descubre con su Libro.

—Quisiera pedirle que comentara tres de los fragmentos del Libro. Primero, el 267, que comienza con la tajante afirmación, “Tengo grandes estancamientos”. ¿Pessoa luchó para escribir esta obra de fragmentos? ¿Qué se sabe del proceso de escritura del Libro de desasosiego?
—Pessoa tuvo un periodo en que escribió muy poco. A lo largo de casi toda la década de los veinte, después de su aventura vanguardista, la publicación de la revista Orpheu, un par de emprendimientos editoriales fallidos y la muerte de su gran amigo Mario de Sá-Carneiro, llegan los años veinte y es muy poco lo que escribe. En los treinta, su producción se acrecienta, llegando a ser tan extensa que todavía hoy no han sido transcritos y publicados todos sus textos. Por eso diría que sí, que él conoce profundamente esos estancamientos, que hay una lucha real contra un cierto nihilismo, contra la paralización. Ahora diríamos, contra la depresión. Pero, siendo el Libro un depositario de estas sensaciones, un registro de estas oscilaciones del alma que también este ayudantede contable tiene, siente, experimenta, es indispensable apuntar estos estancamientos como parte del inventario de desasosiegos. Del proceso de escritura se sabe que tiene siempre el plan ulterior de corregir el libro, de organizarlo, de unificarlo, de conseguir que haya una sola psicología, pero no tuvo el tiempo de llevarlo a cabo.

—Segundo, el fragmento 327. Dicen las dos primeras frases: “Releo lúcido, trecho a trecho, todo cuanto he escrito. Y encuentro que todo es nulo y más habría valido que no lo hubiera hecho. ¿Cómo se explica este desaliento ante lo excepcional del Libro del desasosiego? ¿Pessoa no comprendió lo excepcional de la obra que había escrito?
—Creo que Pessoa-él-mismo tenía este miedo que expone con esas palabras, y por eso, publica tan poco en vida. Pessoa, por un lado, tiene, digamos, la certeza o fe sobre su genialidad. Pero sabe que todo lo que es realizado, consumado, concretado (y esto es un tema recurrente entre las páginas del desasosiego) es imperfecto, y sufre realmente ante esta certeza de imperfección. En ese sentido, diríamos que no comprendió lo excepcional de la obra que había escrito, o dudaba y por eso no la terminaba. Pero, como todo en Pessoa, no solo es una cosa, así que también diría que sí: comprendió lo excepcional que era la obra que estaba escribiendo, y por eso nunca la abandonó. Y, como el poeta es un fingidor, finge aquí, es decir, expresa con otras palabras, desde otra persona, ese dolor de la corruptibilidad de lo concreto, ese dolor que de veras siente.

—Tercero, el fragmento 401, que arranca así: “Nadie ha definido aún, con un lenguaje que pueda comprenderlo quien no lo haya experimentado, lo que es el tedio”. ¿Cómo entiende Pessoa el tedio? ¿Qué se puede aproximar al respecto?
—Creo, estimado Nelson, que él mismo es quien mejor puede responder a esta pregunta, que de algún modo va desarrollando a lo largo de todo el Libro. Aquí una brillante conclusión sobre este sentimiento:

“El tedio, sí, el aburrimiento del mundo, el malestar de estar viviendo, el cansancio de haber vivido; el tedio es, realmente, la sensación carnal de la vacuidad abundante de las cosas. Pero el tedio es, más que esto, el aburrimiento de otros mundos, existan o no; el malestar de tener que vivir, aunque sea siendo otro, aunque sea de otra manera, aunque sea en otro mundo; el cansancio, no solo de ayer y de hoy, sino también de mañana, y de la eternidad, si la hay, y de la nada, si es ella la eternidad.

Ni siquiera es solo la vacuidad de las cosas y de los seres lo que duele en el alma cuando ella tiene tedio: es también la vacuidad de otra cosa, que no apenas las cosas y los seres, la vacuidad de la propia alma que siente el vacío, que se siente vacío, y que en él se asquea de sí y se repudia. 

El tedio es la sensación física del caos, y de que el caos es todo. El aburrido, el que tiene malestar, el cansado, se sienten presos en una celda estrecha. El disgusto de la estrechez de la vida se siente esposado en una celda grande. Pero quien tiene tedio se siente preso en la libertad frustrada de una celda infinita”.

—¿Podría compartir la historia de su vínculo con la lengua portuguesa? ¿Cómo se preparó para traducir a Pessoa? ¿Con qué dificultades se encontró?
—Mi padre nació en Portugal, en Aveiro, en una aldea a medio camino entre Lisboa y Oporto. Emigró a Venezuela a los 8 años, acompañado por mi abuela. Ya en Caracas estaban mi abuelo y mi tío, trabajando día y noche para poder reunir a toda la familia. Crecí oyendo a mi abuelo queriendo volver a Portugal, en un portuñol lleno de saudade por su tierra, saudade que me hereda. Después de cursar la carrera de Letras en la UCV, viajé a Portugal a estudiar una maestría en literatura portuguesa en la UP, la Universidad de Porto. Mi tesis fue sobre la influencia de Fernando Pessoa en dos poetas venezolanos, Rafael Cadenas y Eugenio Montejo, y dos poetas portugueses, Ruy Belo y Mário Cesariny. Para ello, claro, tuve que profundizar primero en la obra de Pessoa, que desde los dieciséis años me acompañaba. Luego, a partir de 2014, me empiezo a dedicar a la traducción literaria del portugués al español, traduciendo a escritores contemporáneos como José Luis Peixoto, Dulce María Cardoso, así como Eça de Queirós y Mário de Sá-Carneiro. Con bid& con editor publico la traducción de los tres números de la Revista Orpheu y un primer tomo de la Poesía Inédita de Pessoa, de 1915-1920. La idea es ir publicando todos los tomos que hasta ahora publicó la Imprensa Nacional Casa da Moeda, en Portugal. Fue una gran alegría cuando Jerónimo Pizarro me confía esta traducción. Las dificultades fueron las propias de la complejidad del texto, pero las atravesé como desafíos placenteros, en los que provocaba adentrarse, navegar esas frases y, de algún modo, volverlas a escribir.

jueves, 21 de julio de 2022

Una traductora turca del Quijote, entre Buenos Aires y Montevideo

“Políglota, viajera y lectora empedernida, nacida en Estambul en 1987, Banu Karakaş aprendió el castellano de modo autodidacta cuando vino a vivir a Buenos Aires en 2015, y desde entonces ha comenzado a traducir a autores como Cristina Rivera Garza, Héctor Abad Faciolince o Mario Benedetti. En 2019 le propusieron el cásico de Cervantes y decidió aceptarlo.” Esto dice la bajada de la entrevista que Valeria Tentoni realizó con la traductora turca del Quijote, que se publicó en el blog de Eterna Cadencia, el pasado 15 de julio.

“No hay otro libro así en la literatura universal”

En un caserío rural uruguayo, con una edición argentina que le regaló un amigo, una notebook y sin conexión a Internet, Banu Karakaş encaró su versión al turco del Quijote. Una vez por semana, según cuenta, se iba al pueblo para conectarse a la web y despejar las dudas que había recolectado: pero después, silencio, el más puro silencio, un silencio que se debe haber parecido mucho al que Miguel de Cervantes aprovechaba hace 500 años para escribir su obra maestra.

Nacida en Estambul en 1987, Karakaş estudió filosofía, idiomas y cine en la Universidad Bogazici, luego se mudó a París con un programa de intercambio académico y desde 2006 trabaja como traductora. Comenzó traduciendo libros del inglés –de autores como Gerald Seymour, Dan Crompton o David Hume– pero desde que en 2015 aterrizó en Buenos Aires para conocer Sudamérica –viviendo en ciudades como Río de Janeiro o Montevideo– y comenzó a dominar el castellano, lengua que aprendió de manera autodidacta, también la traduce. Así, ha entregado versiones de autores como Cristina Rivera Garza, Héctor Abad Faciolince, Benito Pérez Galdós o Mario Benedetti. En 2019 le llegó la propuesta de traducir el Quijote, convirtiéndose en la segunda traductora de este clásico a la lengua turca.

Actualmente, Karakaş reside en Uruguay, pero aprovechamos una visita a Buenos Aires para entrevistarla.

–¿Qué circulación regional tienen los libros en Turquía, cómo es el movimiento de esa lengua?
–Se leen en Turquía. Pero en otros países en la zona, por ejemplo, en Azerbaiyán, hablan un idioma bastante parecido, por ejemplo, pero es otro, y es necesario traducirlos. En Turquía hay una población de 80 millones de personas. Hay muchas editoriales, creo que son entre 1500 y 2000 (no todas activas), sin embargo, este fenómeno ha ido creciendo, es algo nuevo para Turquía, diría que aceleró mucho en los 90. Además, Turquía es una república muy joven, que trajo una revolución lingüística. Cambiaron el idioma en 1923. Antes se hablaba una mezcla de varios idiomas. turco, farsi, o persa, árabe, y eso es conocido como turco otomano. Si sos estudiante de historia o literatura turca, por ejemplo, tenés que estudiar ese idioma para entender los textos. Y se escribe con el abecedario árabe. Con esta revolución lingüística cambiaron el abecedario, al latino, para acercarse un poco al mundo occidental. Desde este abecedario es más fácil aprender otras lenguas como el inglés o el francés. En el camino se perdió mucho de la tradición y la memoria. Los textos antiguos siguen existiendo, pero cada vez hay menos gente que los entienda. Si bien los estudiantes de historia, literatura o teología aprenden ese idioma, ahora todos hablan turco. Por eso el mundo de las editoriales también es muy joven. Nuestra tradición literaria con esta lengua es muy joven.

–¿Y qué hay atrás? ¿La literatura antigua está recuperada en esta lengua nueva?
–Claro, muchos clásicos están traducidos, pero obviamente hay una selección de ciertas obras. Yo leí los clásicos en este turco nuevo. Pero la gente que recibe educación religiosa lo maneja bastante bien. Es como aprender latín para ustedes cuando quieren trabajar con los textos antiguos. La revolución el año que viene cumplirá 100 años, mis padres ya leían en esta nueva lengua. Mi abuelo empezó a aprenderla con la nueva república. Mi abuela nació en Tesalónica, Grecia, y mi abuelo en Bulgaria. Somos todos una mezcla.

–¿Cómo comenzaste a leer?
–En mi casa no se leía mucho, simplemente no era una familia que leía mucho. Pero en casa de mi abuelo, que era maestro, sí había una biblioteca grande que casi nadie usaba. Nosotros pasábamos los veranos en esa casa, con mi hermana y con mis primas, y yo pasaba muchas horas con los libros. Mi abuelo nos permitía usar esa biblioteca, jamás nos impedía leerlos, había un sentido de compartirla. Yo era la menor, y me sentía más feliz dentro de los libros; era mi mundo, donde yo podía pensar libremente y explorar sin que nadie se meta. Y aprendí a leer bastante joven, antes de empezar a la escuela ya sabía leer. De hecho, cuando empezamos a la escuela, yo no tenía idea de que los otros niños no sabían leer. Un día nuestra maestra nos presentó una compañera de clase como la primera alumna que ya había aprendido a leer y para mí fue una gran sorpresa ese día porque pensaba que todos lo sabían, como yo. Así que aproveché la biblioteca de mi abuela siempre que pude. Me encantaba.

–¿Qué leías? ¿Cuáles son los libros clásicos de tu país que se leen allá?
–La cuestión con los clásicos es que hubo olas en distintas épocas de la república en las cuales se escribió por fines específicos de la ideología de la nueva república. Yo leí esos cuentistas que enseñaban en la escuela y que existían en la biblioteca de mi abuelo. Pero hay que pensar la literatura turca como en dos épocas distintas: una durante el imperio otomano y otra después de la república. Y hubo una época de muchas novelas entre medio, por la influencia mundial de las novelas en el siglo XIX. Obviamente eso tiene implicaciones políticas que no podría enumerar en esta entrevista. De la literatura turca actual, mucha gente conoce a Orhan Pamuk, Premio Nobel. Su novela Nieve es muy buena, ficción histórica. En toda su trayectoria literaria creo que ha estado tratando de escribir otra historia de la República de Turquía, las cosas que no se cuentan en la historia oficial. También es muy conocida Elif Shafak, quien ahora escribe sólo en inglés, vive entre Londres y Estambul y la traducen al turco para que la lean allá. Yo la entiendo, porque también me formé en inglés en muchas cosas y a veces me es más simple pensar en inglés. Estos autores ahora se están convirtiendo en los nuevos clásicos pero son contemporáneos también.

–¿Cuándo estudiaste inglés? ¿En el traductorado?
–No, yo estudié filosofía, no estudié traductorado, pero esa carrera en mi universidad es muy liberal, te dejan cursar muchas materias opcionales muy diversas. Nosotros podíamos elegir cualquier cosa, y yo me formé mucho en idiomas. Estudiar idiomas, para mí, fue una manera de explorar el mundo. En turco yo me sentía bastante limitada. Fui a un colegio alemán, porque en Turquía hay un tipo de escuela que no es privada, como parte del proyecto de la República, que está enfocada en idiomas, y esta era una de ellas. Mi colegio en particular me enseñó alemán. Esa fue mi primera segunda lengua. Mi hermana mayor fue a un colegio en el que se enseñaba inglés y aprendí un poco con ella, después en la universidad avancé más.

–¿Empezaste a traducir en la universidad?
–Sí, yo no cursaba nada en turco porque estudié en una universidad donde la enseñanza es solo en inglés. Por eso hablaba muy bien el inglés, así que era un trabajo que me resultaba fácil. Hacía traducciones técnicas al principio, textos que no me interesaban tanto, yo sabía que quería ser traductora literaria, pero necesitaba experiencia primero. No sabía si lo podía hacer, no me tenía mucha confianza; sí, hablaba los idiomas, pero ¿podía traducir? Trabajaba en una editorial pequeña, muy pequeña, y también daba clases de inglés y de turco a los extranjeros. Siempre estaba con los idiomas. En algún momento me di cuenta de que quería traducir literatura y eso fue, de alguna manera, un viaje de regreso a mi idioma materno. La traducción me permitió conocer mucho mejor mi propio idioma, pero también mantengo una relación muy íntima con el inglés porque pasé una parte muy importante y formativa de mi vida en inglés. Tenía 18 años cuando empecé la facultad. Mis experiencias muy frescas y de exploración de la vida ocurrieron en inglés. Y la traducción, en ese sentido, fue un regreso a casa.

–Una vez me explicaron que a partir del tercer idioma aprendido algo se "desbloquea", por decirlo así, y comienza a ser mucho más simple aprender otros. ¿Puede ser?
–Sí, yo además hice un semestre de intercambio en París con una beca Erasmus, y estudié francés. Como había estado en Francia durante ese tiempo, aprender el español no fue tan difícil, porque tenía claras las estructuras de un idioma latino. No hablaba nada del castellano al llegar acá, pero al comenzar a tener conversaciones ya sabía qué preguntar, sólo me faltaba práctica. Al año de estar en Buenos Aires empecé a traducir del español, lo cual es una locura, en realidad. Había tomado clases un semestre en español cuando volví de París, pero nada más. Aprendí conversando, viviendo en este lugar. Pero la lectura y la traducción me ayudaron enormemente sin tener una educación formal o institucional.

–¿Qué diferencias o particularidades encontrás en el español?
–Con el tiempo cada vez encuentro más maneras de decir lo mismo. En español sí hay algo que es al revés: en el turco no tenemos géneros. No tenemos "ella" y "él". Es difícil a veces traducir para indicar el género. Yo te podría contar toda una historia sin que supieras el género del personaje. Ojo, no es un idioma libre de género, y tiene sus maneras de discriminar, pero no gramáticamente. Este idioma turco, cuando lo rescataron con la revolución lingüística, lo rescataron desde antes. En nuestra zona, no se hablaba ese tipo de turco. Se hablaba una mezcla, y se hablaba mucho árabe, que tiene género por todos lados, quizás no haya otro caso igual.

–¿Por qué viniste para acá?
–Siempre me fascinó el continente, y lo quería conocer. Para mí es una locura que en todo el continente hablen el mismo idioma, eso permite estar en cualquier lugar y poder comunicarte. No hay límites. Y eso se refleja en el mundo editorial, ustedes pueden mover los libros de un lado al otro y no hay demasiado problema, hay mucho movimiento en este continente sin necesidad de traducciones. Me parecía fascinante que hubiese tantas personas hablando el mismo idioma hasta México. Hace siete años ya que estoy por acá. La verdad es que vine a Buenos Aires primero sin pensarlo demasiado, fue un poco al azar, un poco destino, y me enamoré de esta ciudad. Pero no fue fácil. Y al principio me costó mucho vivir en un mundo tan desconocido para mí y con un proyecto solitario e independiente. Eso voy descubriendo más y más cada día mirando al pasado. Hablaba muy poquito, me manejaba con pocas palabras al principio. A mí me gusta tratar de entender la mente del otro, yo observo mucho, así se aprende. Observando cómo se expresa la gente, en contexto, es la manera más fácil y directa de aprender un idioma. Viviendo. Yo tenía que aprender o aprender. Me frustraba mucho, también, porque es una sensación constante de impotencia, pero de a poco aprendí.

–¿Cómo comenzaste a traducir del español?
–Yo ya estaba traduciendo del inglés, pero un día vi una búsqueda de traductores del español al turco y apliqué. ¡Esa primera traducción me costó tanto! Era un libro periodístico, una investigación sobre jugadores de fútbol de izquierdas. Tenés que usar mucho la cabeza, pero traduciendo y leyendo vas aprendiendo sin darte cuenta, como los niños, incorporando vocabulario. En la propia lengua pasa lo mismo, leyendo se amplía el vocabulario. Y el segundo libro del español es quizás el que más quiero, de Alejandro Palomas: es un libro juvenil, una historia muy tierna, muy bien armada. Después lo conocí a él, en Montevideo, y me sentí muy afortunada, la verdad es que me tocó un excelente libro, y yo hubiese aceptado cualquier libro, porque estaba comenzando. Tuve mucha suerte con los libros que me han ido ofreciendo. Después empecé a postular yo, a escribir a las editoriales, pero es un proceso. Hay que estar muy preparada para el rechazo, o para que ni siquiera te respondan. De a poco. Ahora tengo como veinte libros traducidos. Cada libro es un momento de mi vida, yo los quiero como si fueran mis hijos.

–¿Cuánto tiempo te lleva cada traducción?
–Depende de libro, pero un libro promedio como mínimo dos meses, si soy metódica.

–¿Y cómo te llegó el Quijote?
–El Quijote me llegó de cielo. Fue como yo lo deseaba, porque yo quería formarme bien, viviendo acá, en Buenos Aires, una ciudad que es una locura, y trabajando para Turquía que no es nada menos loca. Cuando me postulaba a esas editoriales, que muchas no me respondían ni siquiera, una vez una me propuso el Quijote y dije ¡sí! En Turquía hay sólo una traducción anterior, y su traductora es una referente para mí; no la conozco personalmente, pero la admiro mucho. Tiene 60 años y pico, ya es de otra generación. En Turquía hay poca gente que habla español en comparación con otras lenguas, no tenemos vínculos tan fuertes y establecidos como los que tenemos con otros idiomas europeos en general, y yo quería ser una especie de puente, en esta época. Yo no me fui abandonando mi país, yo quería explorar, pero no me fui para abandonar mi país. Nunca corté el vínculo con mi país, con mi idioma, con mi gente. Me siento cómoda pensándome como un puente, una embajadora, por pensarlo así. Cuando me lo ofrecieron, sentí que el Quijote estaba en mi camino. Quería probarme a mí misma que podía hacerlo. Pensé que iba a ser mucho más difícil, por lo que conté de la revolución en mi país y la nueva lengua: imaginé que leer y traducir un libro escrito hace 400 años iba a ser imposible. Y si bien el Quijote tiene palabras que podés no entender, vivimos en el siglo XXI, todo se busca y se aprende, no fue tan difícil. Cuando traducís primero tenés que leer para entrar en ese mundo, en el mundo del autor, porque un libro es un mundo, y con una traducción es así también. Al principio me cuesta, porque estoy entrando en un terreno no conocido. No sabés cómo hacerlo, perdés mucho tiempo, cuesta entrar. Pero una vez que entrás, estás ahí. Por eso soy muy solitaria, a veces no socializo, porque estoy traduciendo, estoy en un mundo y sólo quiero hablar de eso.

–Ahora vivís en Montevideo, ¿por qué te fuiste a Uruguay?
–Cuando acepté el Quijote yo sabía que para hacerlo iba a necesitar calma, y en Buenos Aires era imposible conseguirla. Tenía miedo que trabajando acá las cosas se me fueran de las manos. Quería bajar la cantidad de cosas que me ocuparan en el día a día, por eso no me fui directamente a Montevideo sino a un pueblo de treinta casas. La Riviera. No tenía internet en casa. Trabajaba muy enfocada. ¡Hay gente que no me cree! Tenía un diccionario, el texto en la computadora, un ejemplar del Quijote que me regaló un amigo de su propia biblioteca, y alguna ropa. Mis pertenencias eran muy escasas en ese momento. Traducía todos los días unas cinco horas. Lo que hacía era anotar todas las búsquedas que necesitaba hacer, y una vez por semana me iba al pueblo para usar internet y sacarme las dudas. No terminé el Quijote ahí, pero sí logré entrar al mundo. Me quedé en Montevideo y terminé ahí. Para terminar, me cerré todas las redes sociales. ¡Ojalá pudiera hacerlo de nuevo, porque estaba muy en paz, no tenés tanto estímulo todo el tiempo!

–Y además de traducirlo, ¿cómo fue leer el Quijote? ¿A qué lecturas que ya tenías se aproximaba?
–No se puede comparar, no sé si se puede comparar a otro libro. No hay otro libro así en la literatura universal. Es épica, pero muy irónica, también es novela, rompe toda la tradición literaria hasta ahí. Es inigualable. ¡Es tan bueno! Leyéndolo, ahora, cuatro siglos después, me río mucho, lo disfruto mucho.

–Además, es un libro que habla sobre libros, es un lector que enloquece y se aventura. ¡Es EL lector!
–Tal cual, es EL lector. Además, se supone que la historia está traducida. Hay un traductor. ¡Es una locura! Para mí fue especial porque habla de las capas y capas de entendimiento en un relato. Todo esto está ahí, ya, en esta obra. Como traductora me fascinó porque yo puedo traducir un libro de un modo, pero otra persona lo traduciría de otro. Hay mucha subjetividad en una traducción, y hasta que trabajé con esta obra, capaz no me había dado cuenta tanto. Cervantes está creando capas y capas de discusión sobre la subjetividad en una obra. Está jugando con eso. Por ahí yo también empecé a pensar lo subjetivo es también mi trabajo como traductora. Es algo de lo que no se habla mucho. Es todo un tema, si ponemos el nombre en la tapa o no – yo creo que sí, porque es mi obra, es mi propiedad intelectual, mi manera de decirlo. El Quijote para mí fue especial en ese sentido también.

–Acabás de llegar de un congreso de traducción en Estambul. ¿Cómo te cambió esta traducción? ¿Hay un antes y un después en ese mundo en el que te rechazaban o no te respondían?
–Yo no lo sabía, pero en este encuentro me di cuenta de que sí. Muchos me conocían, lo cual me sorprendió un poco, porque como no estoy en esos entornos físicamente, no esperaba tanta recepción. No estaba al tanto de que había generado tanto interés. Y yo vivo en Montevideo, en una ciudad con muy poca gente, en un país en el fin del mundo, llevo una vida bastante simple, muy solitaria, no me esperaba mucha recepción. Y existe un interés y un nivel de conocimiento del que no me había enterado. El libro se publicó hace menos de un año allá, y de esa traducción se habló mucho allá.

–¿Qué te interesaría llevar a Turquía en este puente que te proponés?
–Muchas cosas. En Latinoamérica hay maneras de contar que no existen en la tradición turca. La literatura es más oscura, desesperada, deprimida, pesimista. No es que la literatura latinoamericana dé esperanza, pero sí hay maneras de imaginar más libres. Y eso me gustaría que interactúe un poco con la literatura de allá. Por ejemplo, amo a Roberto Bolaño; es muy de acá, lo leés y sabés que es un hombre de América Latina, y me fascina su estilo. Me encantaría ver los autores de Turquía leer a Bolaño y que vean cómo se pueden crear personajes mujeres libres sin idealizarlas. Bolaño me tiene loca. Lo leo y me quedo fascinada por una semana. Leo todo lo que puedo literatura contemporánea. De Argentina me gustan mucho Mariana Enriquez y Samanta Schweblin, por ejemplo. Algunos autores me llaman la atención, y me interesa también lo que leen ellos. Otros nombres que me gustan: Camila Sosa Villada, Carolina Bello de Uruguay. Guadalupe Nettel tiene una manera maravillosamente sencilla de narrar. Admiro mucho a Alejandro Zambra. Creo que leí toda su obra y ahora mismo estoy preparando todo un dossier sobre su literatura para una revista en Turquía. Además, participo de clubes de lectura, en Uruguay tenemos uno. También tengo un grupo de lectura con amigos de Turquía y con ellos leo literatura turca, que es lo que me falta acá, que no tengo con quién hablar de eso. Sigo eventos, lanzamientos... Es una comunidad a la que estoy atenta.



miércoles, 20 de julio de 2022

La aventura de editar libros fuera de Buenos Aires

El pasado 17 de julio, Josefina Marcuzzi firmó en el sitio de cultura de la agencia TELAM un artículo sobre los problemas que se le presentan a las editoriales que publican fuera de Buenos Aires. La bajada dice: “Editores de diferentes propuestas de Córdoba, Río Tercero, Rosario, Santa Fe, Bahía Blanca y La Plata revelaron a Télam las dificultades de publicar desde las provincias. Sin embargo es una actvidad que, pese a todo, crece y se multiplica”. A la lista final, que por supuesto no es completa, podrían sumársele otros sellos, como, por ejemplo Vilnius de Córdoba, Eduvin de Villa María, Serapis y Ediciones Abend de Rosario, Vox de Bahía Blanca, etc.

Hacer libros fuera de Buenos Aires o cómo federalizar el mundo editorial argentino

En plena crisis general del mercado editorial, los sellos menos comerciales y autogestivos del interior del país se reinventan para sortear las dificultades geográficas y sobrevivir a las peripecias que implica estar fuera del circuito literario de Buenos Aires, con el corazón y el esfuerzo orientados a ofrecer un catálogo tan novedoso como federal y llegar a la visibilización y mejor comercialización de sus autores y títulos.

Encontrar una librería en Buenos Aires que tenga, en su mesa principal, variedad de sellos, es casi una utopía. Al frente y con presencia avasallante, las grandes editoriales mainstream porteñas copan las propuestas más visibles. Los sellos más pequeños están, pero hay que buscarlos. Y los sellos más pequeños y de las provincias también están, pero hay que buscarlos (aun) más. El acceso a los círculos literarios y de comercialización es mucho más complejo para quienes se desarrollan, con enorme calidad y compromiso, fuera de la Capital Federal.

Consultados por Télam, editores de diferentes propuestas de Córdoba, Río Tercero, Rosario, Santa Fe, Bahía Blanca y La Plata coinciden en que las dificultades se centran en el acceso a imprentas más económicas, la dificultad de interactuar más fluidamente con escenarios sociales y circuitos literarios concentrados en la Ciudad de Buenos Aires -que a su vez conectan con un mercado de lectores con mejor poder adquisitivo- y la imposibilidad de tener un contacto diario con periodistas, críticos y libreros.

"Para las editoriales es desventajoso tener que pagar fletes y enviar el catálogo en cuentagotas. La peculiaridad del rubro, el editor, es que en general deja sus libros en consignación en las librerías. El librero paga 30 días después de declarar la venta, con un descuento acordado promedio del 40% sobre el precio de tapa al público", explica Juan Carlos Maldonado, editor de Alción Editora, un sello emblemático de Córdoba.

"Empezar un proyecto editorial en el interior es bastante más duro que en Buenos Aires. Contar quién sos, qué hacés, cuál es la propuesta: hay que explicarse demasiado. Después, con el paso del tiempo y el desarrollo de los catálogos eso cambia, pero instalarse en el mercado lleva mucho tiempo", agrega Alejo Carbonell, editor de Caballo Negro Editora, también de Córdoba.

Las mayores desventajas se vislumbran en la instancia productiva del libro objeto, especialmente en los procesos de impresión, difusión y distribución. En el caso de las imprentas, la dificultad es múltiple: hay menor cantidad de opciones para elegir, los costos son más caros y el servicio es, en líneas generales, de menor calidad.

"Generalmente en las imprentas se paga caro un trabajo malo. Luego hay dos cuestiones centrales para el crecimiento de un sello editorial: la difusión y la distribución, que además están ligadas. Si no tenés una buena distribución en todo el país, no se difunde (desde Capital) la existencia del sello ni de los libros. Y si no se difunde el sello, nadie te toma el material para distribuir. Un círculo perfecto. Romperlo implica llegar a articular cuestiones de financiamiento, de logística y de contactos. Armar una red sólida en ese sentido a veces toma años y las editoriales independientes muchas veces no consiguen sostenerse tanto", explica Maximiliano Crespi, editor de 17 grises, sello de Bahía Blanca.

Otra de las cuestiones más relevantes para pensar el mundo editorial es el rol del Estado en las producciones culturales. Consultados sobre este punto, la mayor parte de los editores coinciden en que si bien hay becas y posibilidades de acceder a fondos públicos, en muchas ocasiones los jurados o académicos son de Buenos Aires y eso afecta el supuesto carácter federal.

"El Estado puso atención en federalizar becas y subsidios. Cada programa tiene 'un cupo' para las provincias. Restaría, me parece, que quienes seleccionan también sean de todo el país, porque por lo general son de Capital y lógicamente conocen menos los proyectos de las distintas provincias y cómo éstos impactan en su región", explica Agustín Arzac, editor de Eme, sello de La Plata.

"Es llamativo cómo a veces hay premios literarios en donde hay 10 libros finalistas y sólo se difunden notas periodísticas, reseñas y críticas de los 3 libros publicados por grandes editoriales de Buenos Aires, y los demás apenas se mencionan", completa Carolina Rolle, editora de Beatriz Viterbo, de Rosario.

Con algunas diferencias, los entrevistados coinciden en que Internet y la posibilidad de tener catálogos online han reducido un poco esa brecha, aunque no lo suficiente. En muchos casos, todavía, los editores apuestan al encuentro presencial para potenciar el trabajo y optimizar su llegada a vista y oído del posible lector.

"Podemos forjar relaciones con periodistas y agentes de prensa por mail, redes sociales o whatsapp, y eso ayuda. De todos modos, prefiero ponerle el cuerpo. Nudista es cordobesa pero tiene autores de Salta, Santa Fe y de pueblos pequeños. Mi próximo objetivo es publicar a autores del Cuyo o de la Patagonia. Y para eso viajo, estoy y me vinculo cara a cara", agrega Martín Maigua, editor de Nudista, de Río Tercero, Córdoba.

"Vivimos en un país donde nada es federal. Ahora, lo peor que nos puede pasar a nosotros como sello del interior es ser, esencialmente, un sello del interior. Que esa condición nos termine encorsetando en una mirada de los lectores, la crítica, los colegas y el Estado. No nos gusta ser la nota de color. Nosotros elegimos qué publicar, tenemos una posición política, nos ubicamos en el mapa, elegimos discutir cosas. Y eso es lo más relevante", suma Alejo Carbonell.

La territorialidad como ventaja
¿Qué tienen en común un sello de Córdoba, de Santa Fe o del interior de la provincia de Buenos Aires? ¿Cuáles son las potencialidades y propuestas de las editoriales que nacen, crecen e incluso se fortalecen fuera de la lupa porteña?

El trabajo de editores, críticos, escritores, lectores y demás engranajes que componen el círculo literario en pueblos y ciudades del interior se retroalimenta y se enriquece de su propia territorialidad. El esfuerzo está puesto, en muchos casos, en ese intercambio virtuoso que no requiere, siempre, del "Dios que atiende en Capital".

"No estamos absortos en la 'rosca porteña'. Tenemos un enclave territorial fuerte, La Plata es una ciudad con mucha tradición literaria y en estado de ebullición artística permanente. Autores y lectores acompañan en el cotidiano y sostienen la escena local. Los cruces entre escritura, música, pintura y cine son constitutivos de la ciudad y producen una energía potentísima y singular", explica Arzac.

"Nuestro centro es el lugar donde trabajamos y hacemos los libros, donde viven los autores que publicamos. Desde la gestación tenemos una mirada federal que alimentamos con cada libro que publicamos. Vivir acá me permite viajar rápidamente a otras provincias y eso facilita el encuentro con nuevos autores", sostiene Maigua.

Muchos de ellos coinciden en que ese intercambio virtuoso se produce a raíz de exhibiciones, muestras de arte, ferias de fanzines y ferias de pequeñas editoriales de publicación literaria.

"Tras más de 10 años de trabajo, tenemos bastante actividad en Rosario, Santa Fe y Buenos Aires. La editorial se forja en los lugares físicos de encuentro, nos vinculamos mucho a través de reuniones o ferias con otras editoriales que nos gusta que estén cerca", agrega Maximiliano Masuelli, de Iván Rosado, editorial de Rosario.

El espíritu y la expansión de los sellos

La fortaleza de las editoriales que se desarrollan en las provincias está vinculada, en muchos casos, con la variedad que ofrece los catálogos, la originalidad en las propuestas y la multiplicidad de autores y autoras no-mainstream.

La provincia de Córdoba, por ejemplo, tiene hoy más de 40 sellos independientes y se encuentra en un momento muy vigoroso del movimiento editorial. "Empezamos en 2009 con una colección de poesía y hoy publicamos entre 5 y 10 títulos por año. El sello nació de un grupo de amigos, y nos pasó que a medida que fuimos desarrollando catálogos, los catálogos empezaron a hablar por nosotros y no tuvimos que explicar más nada. Eso nos va ayudando a conseguir otros autores que queremos", explica Carbonell, de Caballo Negro.

Alción nació en 1983 y acumula hoy más de 3 mil títulos publicados, y es una pequeña empresa familiar llevada adelante por el dueño, su mujer y sus hijos. Se caracteriza por tener gran variedad de títulos clásicos, como así algunas perlas, entre ellas el primer libro que se escribió sobre América escrito en 1502, De Orbe Novo, de Pedro Mártir de Anglería, amigo de Cristóbal Colón.

“17 grises nace de la desilusión frente a un contexto (la pobreza insufrible del campo cultural bahiense), transita la desilusión (de haber llegado a Buenos Aires y que el mundo no fuera el soñado) y se dirige a la desilusión de extinguirse como una de las últimas editoriales que publica 'solo libros en papel'", cuenta Crespi.

En algunos casos, estos proyectos autogestivos mutan. Nacen de un modo, se desarrollan, finalizan de otro. Iván Rosado, por ejemplo, nació como sello editorial de libros y hoy amplía su horizonte en el mundo del arte y los fanzines.

Eme, en cambio, nació como una revista de raíces bonaerenses, Estructura Mental a las Estrellas. Entre 2009 y 2015 publicaron 5 números y desde 2014 se dedican a publicar libros. "El crecimiento se debe mucho al trabajo colectivo que hacemos con editoriales hermanas como Pixel, Club Hem y Fa, a la experiencia de compartir un espacio, una distribuidora, una librería, proyectar eventos y ferias", agrega Arzac.

Muchas de ellas miran la posible expansión de sus catálogos hacia los mercados latinoamericanos, en algunos casos, donde el acceso es medianamente sencillo, aunque no así los costos. En otros, como es el caso de Beatriz Viterbo, que trabaja con ensayos de pensadores argentinos y teoría literaria, esas fronteras se amplían a mercados internacionales como los de España, Estados Unidos e Italia, entre otros.


PROPUESTAS Y CATÁLOGOS DISPONIBLES

Caballo Negro Editora: nacida en Córdoba bajo el impulso de un grupo de amigos, la editorial tiene hoy 5 catálogos disponibles: Colección poesía, colección narrativa, colección vida acuática, colección de la buena memoria y colección en obra, que incluye títulos de Cristina Peri Rossi, Glauce Baldovin, Emma Barrandeguy y Elvio Gandolfo. Se destaca: una colección de registros, que aborda las ciencias sociales y las humanidades, pero no desde un lugar académico sino literario. Incluye a Paco Jamandreu con su libro sobre Evita, el filósofo Diego Tatián y la cineasta chilena Carmen Castillo, entre otros.

Alción Editora: fundada en Córdoba por Juan Carlos Maldonado y desarrollada por el grupo familiar, Alción es un proyecto cultural que busca plasmar el perfil de una casa editora con prevalencia en las humanidades. Se destaca la Nueva Serie de la Colección Archivos, donde han publicado títulos de Juan Carlos Onetti, Ernesto Sábato, Juan José Saer, Juan Emar, Alejo Carpentier y Daniel Moyano. Colección Otras Voces, dedicada a la poesía traducida que lleva ya casi cien títulos publicados. Colección Contraluz, dedicada a textos que unen filosofía y poesía, que incluye títulos de María Zambrano, Georges Bataille, Ives Bonnefoy. Yukio Mishima y Edmond Jabès. 

17 grises: nacida y fundada en Bahía Blanca, es uno de los sellos que conserva toda su producción únicamente en papel. De hecho, ni página web tiene. Sus títulos son fundamentalmente de narrativa y la última colección se llama Mundus, aunque también tienen ensayo. En su catálogo cuenta con títulos de María Moreno, Luis Gusmán, Paula Puebla y Francisco Bitar. 

Nudista Editorial: "La literatura es nuestro punto de partida", define Martín Maigua, creador de Nudista, nacida en Río Tercero, Córdoba. Su catálogo incluye libros de narrativa, como novelas y cuentos, y también tiene una colección de poesía. También cuenta con e-books y audiolibros. Por un monto accesible, además, Nudista ofrece una suscripción a la Biblioteca Digital Nudista, una plataforma de acceso online a los títulos, en formato ebook y audiolibro, como así también a contenido exclusivo que se publica para los lectores.

Beatriz Viterbo: es un sello de Rosario que tiene 30 años de experiencia y más de 400 títulos. Se especializa en literatura argentina y latinoamericana, fundamentalmente en ensayos y estudios culturales dedicados a literatura y cultura argentinas y latinoamericanas. Cuentan con autores consagrados de las letras que son traducidos al portugués, inglés, alemán, francés e italiano. Colecciones: ficciones, estéticas, traducciones, crónicas, El Escribiente, ensayos críticos, estudios culturales, entre otras.

Eme: nacida en La Plata, Eme cuenta con colecciones de narrativa contemporánea como "Fin de lo mismo" y "Plan de operaciones", una colección de ensayo político latinoamericano, entre otras. Hay una intención de que los libros intervengan en los debates de la época, aportando ideas y conceptos y desafiando la gramática de los poderosos. A fines de 2020 inauguraron "Madriguera", una colección de ensayos de arte y literatura "marcados por exposiciones al peligro de lo íntimo y el encierro del afuera", que tiene hoy 7 títulos muy diversos con plumas como las de Paloma Vidal, Clara Obligado, I Acevedo y Diego Tatián. 

Iván Rosado: llevado adelante por un matrimonio en la ciudad de Rosario, Santa Fe, Iván Rosado se define más como proyecto de arte que como sello editorial. Cuenta hoy con más de 120 títulos que incluyen narrativa, poesía, algo de ensayo y arte. Se destacan títulos de escritores y escritoras como Dani Umpi, Cecilia Pavón, Marina Yuszczuk, Mariano Blatt, Cesar Aira y Manuel Mujica Lainez. 


MÁS SELLOS INDEPENDIENTES O AUTOGESTIVOS

Editorial Deacá: De Villa Mercedes, San Luis. Editorial lanzada por tres amigos poetas, hoy el sello cuenta con más de 30 títulos en su haber. Tiene catálogos de narrativa y poesía, pero su colección principal es la de poesía argentina contemporánea. Si bien comenzaron publicando autores villamercedinos, expandieron rápidamente la geografía de los títulos a diferentes regiones y provincias de todo el país. 

Espacio Hudson: De Chubut. El repertorio de obras abarca el pensamiento crítico, los estudios políticos, ambientales y de género, la investigación periodística, el ensayo, la narrativa y la poesía. El perfil de ediciones incluye la jerarquización de autores que escriben desde la Patagonia. Tiene sedes en Lago Puelo, Comodoro Rivadavia y Rada Tilly, y además integra La Coop desde 2015, con librería propia en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y distribución nacional e internacional. 

Barba de Abejas. De City Bell, Buenos Aires. Con el libro-objeto como horizonte, el escritor, traductor y editor artesanal Eric Schierloh empezó este proyecto editorial en 2010. En su casa imprime los libros con la ayuda de una impresora monocromática y los encuaderna a mano, en tiradas numeradas y continuas de 25 y 50 ejemplares. Barba de abejas –llamada así por el paciente trabajo de las abejas- centra su catálogo en la traducción, tanto de obras inéditas de autores más o menos clásicos como de completos desconocidos.

Moglia ediciones: De Corrientes. Abarcan géneros literarios como novelas, cuentos, poesía y ensayos. Se enfoca especialmente en temáticas localistas, como el idioma guaraní y cuestiones cercanas a cada localidad de la provincia, como San Luis del Palmar, Goya, Asunción del Cambay, El sombrero, Yapeyú e Ituzaingó. Editan, fundamentalmente, trabajos de autores correntinos. 

Literatura Tropical: Chaco. Literatura Tropical es una plataforma creativa de literatura de experimentos, que impulsa proyectos editoriales y propuestas performáticas, dramatúrgicas y artísticas, sonoras y visuales, a partir de ideas y creaciones individuales y colectivas. La propuesta es muy variada. Incluye narrativa, poesía, crónica periodística y ensayos.

Abdulah: De San Juan. Editorial que asesora, publica y promociona especialmente a autores sanjuaninos emergentes.