La siguiente nota fue publicado por
ADN, el suplemento cultural del diario
La Nación, del sábado 11 de septiembre pasado, con firma de la escritora
Josefina Licitra.
"Mostremos nuestro yo"
Imaginen la escena. Es abril de 2010. Diego Armando Maradona frente a un micrófono, contando en conferencia de prensa todo lo que piensa hacer en el Mundial de Fútbol de Sudáfrica.
-El Mundial es nuestro -dice-. Vamos a hacer seis goles de caño, cuatro palomitas de cabeza al arco, tres bombazos de media cancha y un córner que les va a parar el pulso porque en Sudáfrica, ya van a ver, en Sudáfrica la pelota dobla para nuestro lado. Después vamos a hacer cinco penales y vamos a atajar seis tiros libres y vamos a insultar sólo a dos árbitros porque para qué pelearse si tenemos al mejor equipo de la tierra y además, shhh -baja la voz-, mejor no pelearse mucho porque en el último partido habrá una mano de Dios.
Imaginen.
Imaginen a Maradona en el pasado, contando el futuro.
Y finalmente imaginen al usual periodista inadaptado diciendo:
-Pero Diego, ¿y exactamente qué jugadores van?
-Bueh -imaginen que Maradona resopla-. Confirmados, lo que se dice confirmados, lo que se dice "la lista", todavía no la tenemos. Pero van a ir los mejores.
Imaginen.
Y si imaginan podrán entender, a grandes rasgos y simplificando bastante, de qué modo se está acercando la Argentina a la Feria de Fráncfort: el acontecimiento mundial más importante del universo editorial, el lugar al que irá nuestro país, cuatro meses después del certamen futbolístico.
La Feria del Libro de Fráncfort -del 6 al 10 de octubre- es un espacio fundamental para el mercadeo de derechos de autor. Allí no van familias en paseo dominguero -aunque los últimos dos días el predio se abre al público- sino agentes y editores dispuestos a cerrar tratos e iniciar conversaciones respecto de la compraventa de cualquier tipo de marca literaria. El detalle es que, todos los años desde 1988, la Feria nombra a un país en calidad de "invitado de honor"; una distinción que antes recibieron países como Turquía y China -también estuvo Cataluña, que ya no sabe cómo gritar su autonomía- y que permite que el elegido de turno despliegue del modo más completo su acervo cultural.
Este año la invitada de honor es la Argentina. Y, para estar a la altura de ese privilegio, se armó un Comité de Organización de la Feria de Fráncfort (Cofra) que tuvo y aún tiene como fin organizar y presentar un concentrado rioplatense en el que esté, a grandes rasgos, todo. Desde Juan Domingo Perón hasta Julio Cortázar y desde el Che Guevara hasta Sara Facio. La idea es armar un mapa nacional que a su vez acompañe y aloje -porque de eso se trata- una producción literaria que cuenta desde hace décadas con autores exquisitos.
En clave de fútbol, podría decirse que la liga argentina tiene varios
cracks . Tantos que en marzo de 2009 el alemán Jürgen Boos, presidente de la Feria, le dijo a Magdalena Faillace, presidenta del Cofra, que hacía mucho que no veía "una programación así". Lo inquietante es que a mediados de agosto de 2010 -dos meses antes del comienzo del encuentro- aún no estaba la lista oficial de escritores invitados y hasta el momento del cierre de este número sólo había una lista confirmada parcialmente. Un vacío que no hace a la cuestión de fondo -los escritores, dicen agentes y editores, son como plantas de interior en una feria a la que se va a firmar contratos- pero que sí hace a las formas.
La poeta Diana Bellessi, invitada a la Feria, le da a este particular comienzo una interpretación posible: "En América latina, y en especial en la Argentina, hacemos muchas cosas a último momento, casi al borde del abismo, pero muchas de ellas las hacemos muy bien. Es una característica cultural de los países que han sido, o son aún, pobres y calientes".
El problema es que el país de los pobres y los calientes queda lejos, en el más amplio sentido, del país de los alemanes. Matthias Strobel, traductor alemán y agente de Pablo Ramos, Liliana Bodoc y Ricardo Coler -entre otros- lo dejó en claro en un
e-mail . "A su entender, ¿la Argentina se está organizando bien con la Feria?", se le consultó. "Francamente: no -respondió Strobel-. Perdón por la crudeza alemana."
"¿Algo más para decir?", se le volvió a preguntar. "Sí: creo que, a pesar de los desencuentros organizativos, la Feria del Libro de Fráncfort va a ser un gran éxito para los autores argentinos y la Argentina en general. El mundo cultural de aquí, sobre todo en Alemania, quedará sorprendido y encantado con la producción literaria de allá."
Corinna Santacruz, ex editora de Suhrkamp -que publica a Sergio Olguín, Pablo Ramos y Laura Alcoba- y miembro de la Agencia Literaria Mertin (que representa a Sylvia Iparraguirre, Claudia Piñeiro, José Pablo Feinmann y Sergio Bizzio) comparte con Strobel esta suerte de "optimismo crítico". "Hasta mediados de agosto no supimos qué autores argentinos iban a estar presentes en Fráncfort -dijo por
e-mail -. Hay que imaginarse: las librerías y cualquier institución cultural suelen hacer su programa con muchos meses de anticipación, y estuvimos mucho tiempo bloqueados. ¿Llegaría el autor? ¿Haría una lectura? ¿Quién lo presentaría? ¿Había que reservar una sala o no? ¿Había que anunciar a los periodistas o no? Pero bueno: tanto organizadores como editoriales se fueron acostumbrando... Así, los alemanes también aprenden a improvisar. ¡Veamos el lado positivo!"
Veamos, entonces, el lado positivo: allá vamos con Messi, con Verón, con Pipita y con toda la argentinidad a cuestas.
El resto es Fráncfort.
El otro yo
Todos los libros en todos los idiomas. Eso tenía la biblioteca de Babel: todas las palabras de la Tierra, que es lo mismo que decir la Tierra. Con esta idea como punto de partida, el arquitecto Atilio Pentimali diseñó el pabellón argentino en la Feria de Fráncfort: un espacio de 2500 m2 que funcionará al modo de los laberintos borgeanos y que intentará alumbrar el escenario complejo de la "cultura argentina".
La propuesta no se agota allí. Habrá un
stand de 450 m2 para desplegar exclusivamente la producción literaria. Y por fuera del predio -incluso de la ciudad- también habrá movimiento. La cultura nacional tendrá espacio en Berlín, con paneles literarios y exposiciones de artes plásticas, y en infinidad de localidades alemanas a las que llegarán los autores argentinos para hacer lecturas públicas de sus textos. En síntesis, la Feria operará como una
carte blanche para poder desplegar la idiosincrasia nacional por buena parte del territorio germano.
Lo que trae sus riegos.
Justamente pensando en esos riesgos, la embajadora Faillace prefiere hablar de nuestro país en términos de "yo": "Mostremos nuestro yo -dice-. Pero que sea nuestro mejor yo. Yo creo que quererse es verse: ver cuáles son tus potencias. Con el respeto por las diferencias que tenemos con los hermanos latinoamericanos, tenemos una cultura de una universalidad que les mueve el corazón y la retina a las personas de cualquier latitud. Por eso, creo que esta invitación es una buena oportunidad para ver nuestro yo y mostrarlo ante el resto. La Feria de Fráncfort va a ser un antes y un después para la cultura argentina".
¿Qué veremos? ¿Qué verán? ¿Quién es yo? Para empezar, habrá una apertura de la Feria a cargo de la novelista y dramaturga Griselda Gambaro, doce exposiciones de artes plásticas, una presentación de Daniel Barenboim y Rodolfo Mederos con su trío, la presencia de Miguel Rep haciendo un mural en vivo y -dentro del pabellón borgeano- seis áreas temáticas que incluyen desde relatos referidos a los desaparecidos hasta panoramas de la ciencia y la tecnología en la Argentina.
Pero también habrá literatura. Y estará, principalmente, fuera de los anaqueles.
En primer lugar, varios escritores serán invitados a distintas ciudades alemanas para hacer lecturas de sus obras. En segundo término, este mes de septiembre se pondrá en marcha el Programa Rayuela, un plan de intercambio entre escritores argentinos y alemanes que llevará a Alan Pauls, María Sonia Cristoff, Pablo De Santis, María Negroni y Ariel Magnus a vivir un mes en Berlín, Leipzig, Fráncfort, Stuttgart y Zúrich, respectivamente. Magnus sintetiza de este modo su futuro en Zúrich: "La idea es que escriba para un diario local y para un
blog sobre cómo es vivir entre salchichas, quesos, relojes, Schumachers y Federers".
Y, en tercer lugar -aunque en realidad es el ítem prioritario en la lista-, el Programa Sur (Prosur) de subsidio a las traducciones, una medida que autores, agentes, funcionarios y editores -es decir: todo el mundo- ve con buenos ojos.
El Prosur consiste en el otorgamiento de una suma máxima de 3200 dólares por libro para financiar la traducción de un título, previa evaluación a cargo de un subcomité integrado por Faillace, Noé Jitrik, Horacio González, Mario Goloboff, Horacio García y Silvia Hopenhayn. El subsidio estimula la venta de un libro a la editorial de otro país, ya que en la transacción no hace falta sumar el costo de traducción al costo de venta. Esto permite que, ante la disyuntiva de un editor ("¿me llevo un autor argentino o un colombiano?"), el título argentino presente ventajas económicas frente al de otro país.
"La cultura es poder, y el poder no es un intangible de los ángeles: es una realidad concreta que se pone en libros y en plata -argumenta Faillace-. Y nosotros hemos conseguido que un programa que iba a consistir en la traducción de 50 títulos se ampliara hasta convertirse en política de Estado. Cuando termine la Feria y se apaguen las luces, este programa tiene que seguir."
En general, los protagonistas consultados para esta nota coinciden con Faillace (para disidencias, remitirse a la columna del agente Guillermo Schavelzon). Fráncfort es, para todos ellos, el territorio donde se define el carácter multicultural de cada obra. Y la aparición del Prosur permite que, en términos concretos, cientos de títulos logren cruzar la frontera del idioma. Los escritores y editores se muestran entusiastas:
"El programa es excelente, es lo que queda después de que pase el show y es mi único héroe en este lío". dice Ariel Magnus.
"Lo mejor de Fráncfort 2010 no es lo que se hará sino lo que ya se hizo: el Programa Sur de traducciones. Ojalá se convierta en una política de Estado. Exportar cultura es barato, es posible, y Fráncfort 2010 un poco abrió la cabeza a eso", opina el escritor Sergio Olguín, de quien -sólo este año- se publican tres libros en alemán.
"Que vayas siempre ayuda, pero si no tenés un libro traducido al alemán tu presencia no tiene demasiado sentido", asegura Claudia Piñeiro, miembro de la delegación que fue el año pasado para presentar a la Argentina como invitado de honor.
"No nos hemos caracterizado por sostener proyectos culturales de largo plazo, así que me conformo con que se sostenga el subsidio, porque venimos pidiéndolo hace años", ruega Valeria Añón, quien concurre a Fráncfort desde 2005 en representación del grupo de editoriales independientes Letras Argentinas (que hoy está formado por Adriana Hidalgo, Beatriz Viterbo y Eterna Cadencia).
"El Programa Sur es algo que sólo tienen los grandes países y que pone a la Argentina en la vanguardia en materia de apoyo a la cultura", señala Pablo De Santis.
"¡Gastamos más que los chinos!", dice la embajadora Faillace.
El entusiasmo es lógico si se piensa en números: somos 40 millones de argentinos y se invirtieron 720 mil dólares en el Prosur. Los chinos, en cambio, gastaron lo mismo pero son más.
Cómo ganarles a los chinos
Todas las naciones que pasaron por Fráncfort en calidad de "invitadas de honor" llegaron a la Feria respondiendo a circunstancias sociopolíticas concretas. Algunos ejemplos: Cataluña (año 2007) hizo de su presentación una declaración que no estaba tanto dirigida al mundo -todo lo presentado estaba en catalán-, sino más bien hacia España: querían decir en todos los idiomas posibles -o, en realidad, en uno solo- que se sentían un pueblo independiente.
Turquía (año 2008) se hizo presente para marcar el lugar de peso que tiene la comunidad turca en Alemania. Desde
Cabeza de turco de Günter Wallraff -que narraba los maltratos a los que estaban sometidos los inmigrantes- hasta hoy pasaron tres décadas, y tanto ellos como Alemania querían mostrar un
statu quo más optimista.
Y después llegaron los chinos (año 2009). Los chinos tienen estrategias para todo y además, aunque no la tuvieran, son muchos. Su paso por la Feria consistió en remarcar que esa megapotencia comercial tenía, también, una cultura milenaria -leída por Occidente en clave exótica- con inmensa influencia en Europa y América. El resultado fue un pabellón magnífico que mostraba desde arte conceptual hasta textos antiguos, pasando por artistas chinos que hacían grabados en vivo y en directo.
¿Por qué en 2010 llegó la Argentina? Para Faillace, esta elección responde a una serie de gestiones que la Cancillería viene haciendo desde el año 2006. Por su parte, Daniel Samoilovich -a cargo de una antología poética bilingüe que se presentará en la Feria- intuye que en Fráncfort se ha tenido en cuenta el Bicentenario de la Revolución de Mayo. "Ojalá tanto aquí como allá hubiera una conciencia de que el ciclo de las revoluciones de independencia latinoamericanas es no sólo un episodio importante para América latina, sino un hito crucial de la historia de Occidente -advierte-. No sé si éste es el caso, pero sería interesante que así fuera."
Y Daniel Divinsky, director de Ediciones de la Flor y el argentino más veterano que tiene la Feria, tiene un modo de verlo que podría ser complementario con los anteriores: hay espasmos, dice. Y esta vez nos tocó a nosotros. "Cuando cayó el comunismo en Europa del Este, empezaron a descubrir editores enterrados del socialismo real -recuerda-. Ahora está de moda el Tercer Mundo y entramos en la volteada, y entonces empiezan a llevarse autores hispanoamericanos. Son ráfagas. Lo bueno es que durante este lapso el mundo editorial va a hablar de la Argentina".
Ya lo está haciendo. A lo largo del último año, el traductor Matthias Strobel notó un incremento en la demanda de autores argentinos ("Todos los editores querían tener
su autor, mientras que con otros países el
efecto Fráncfort no es tan marcado"). Y desde el mes de febrero, Claudia Piñeiro, al igual que muchos otros escritores, se pasa los días recibiendo a periodistas europeos. Llegan a razón de cuatro por mes con el fin de entrevistar diversos protagonistas de cara a octubre. "Esto ya no va a pasar el año que viene, así que hay que aprovechar esta difusión", dice Piñeiro.
Ganarse el pan
"Tengo libros en cola esperando que se relancen los subsidios -dice Divinsky-. La Argentina juega en primera en materia editorial desde hace muchísimos años y esto no va a cambiar por el hecho de la presencia protagónica en este Fráncfort, pero sí va a oficializar este dato para una cantidad enorme de jugadores en el mundo editorial. Hace trescientos años que los editores estamos pidiendo al Gobierno argentino que apoye las traducciones, y si no se hubiera dado este protagonismo en Fráncfort, jamás se habría aprobado el Programa Sur. Así que lo celebro."
Divinsky concurre a la Feria desde 1973, cuando llegó pagándose el pasaje en treinta y seis cuotas y se alojó en una pensión "digna", lo que significa que era fea pero céntrica. En ese entonces, el trabajo de un editor consistía en recorrer sello por sello y ver qué se encontraba para comprar. Hoy, con Internet, esas recorridas no hacen falta y en realidad, dice Divinsky, casi no haría falta ir a Fráncfort.
¿Para qué se va, entonces? Para cerrar tratos comerciales y para hacer relaciones públicas, lo que le da a la Feria un carácter social tanto o más importante que el operativo. Dicho de otro modo, se va a brindar. Una figura que pasó por algunas ferias, y que pide anonimato lo dice así: "He visto a Tuco y Tico (mantengamos los nombres de estos editores también en reserva) más preocupados por mandarse mensajitos de texto con los lugares para salir a la noche que por arreglar algún contrato. Esto es como si estuviéramos hablando de la venta de carne sin que haya empresarios; la sensación con esta Feria es que todo debe ser hecho por el Estado, y no es así. También deben actuar las editoriales".
Antes, ir a comer acarreaba épicas mayores que la de los mensajitos. En los años 70 y los 80, muchos cócteles eran abiertos y los editores latinoamericanos -siempre de bolsillos flacos- se pasaban el dato de las comilonas a las que se podía ir sin invitación. Pero en los años 90 los controles se pusieron más estrictos y sólo se podía entrar -como se hace ahora- con tarjeta especial. "Yo entré a uno como esposo de Marita Gottheil, la directora de Paidós -recuerda Divinsky-. De todos modos, los cócteles ya no eran tan morrocotudos como antes."
No era lo único que había cambiado en Fráncfort, en ese entonces. A mediados de los años 90, con el auge del libro como negocio, los títulos más importantes -inaccesibles para un editor argentino- se ponían a remate en el Hotel Intercontinental. Así, a golpe de martillo, se vendían desde
Islas en el golfo , la novela póstuma de Ernest Hemingway, hasta las memorias de Muhammad Alí, pasando por el libro de Ulrico Hell, un mentalista que movía tenedores con el pensamiento y que fue comprado en persona por el señor Grijalbo por motivos extraliterarios: su mujer había quedado impresionada con lo de los tenedores.
Quince años después, los cuerpos ya no tienen el mismo peso de antes. "Las listas no tienen importancia, incluso podrían no ir los autores. En esta feria son una especie de decoración", dice Divinsky. Sergio Olguín coincide y va más allá: "El escritor es un personaje absolutamente secundario, casi te diría que molesto -advierte-. Se les organizan charlas, presentaciones, discusiones, foros, debates, pero en realidad a los agentes y los editores les importa poco: ellos quieren comprar y vender derechos, no quieren que el escritor les cuente sus problemas".
Para comprar y vender, existe un engranaje aceitado en el que agentes y editores circulan muy al margen de las propuestas multiculturales del honorable país de turno (dicho de otro modo, más que perderse entre las transparencias del
stand borgeano, usarán su tiempo para "abrochar" algún derecho que se traduzca en dinero). Por un lado, las editoriales contratan cubículos de 5 m2 (cuanto menos importante se considere la lengua de esa editorial, más abajo estará ubicada. Traducción: los anglosajones y los alemanes tienen dos edificios propios, las editoriales letonas o iraníes están en el subsuelo y la Argentina normalmente está en planta baja).
En cuanto a los agentes literarios, alquilan un escritorio con Internet y teléfono para recibir a los editores, previa cita de media hora realizada con meses de anticipación. Esta dinámica se mantiene de lunes a viernes, y da lugar también a una estética: durante esos días, los pasillos de la Feria, salvo en la zona de los libros alemanes, están vacíos. "La Feria de Fráncfort es mucho menos cálida que la de Buenos Aires -sintetiza Pablo De Santis-. Agentes y editores tienen agendas abigarradas, con entrevistas cada quince minutos."
Luego de ese
round de encuentros, llega el fin de semana. Y ahí, sí, el predio se abre al público masivo. Olguín, que estuvo en Fráncfort el año pasado, rescata una escena entre tantas: "Cuando se abren las puertas, pasa algo muy loco -dice-. Entran muchísimos adolescentes disfrazados como si fueran dibujos del
manga japonés. Como si fuera una reunión de
floggers . Cientos de
floggers alemanes".
Para el momento en que los
floggers copan la feria, los agentes ya se fueron a sus países, los editores importantes se volvieron a sus casas, y en la feria sólo quedan los pelos de colores y las listas viejas. Y el eterno realismo alemán.
"Fráncfort 2010 significa menos de lo que se piensa en la Argentina -dice Matthias Strobel-. La experiencia de otros años muestra que hay un
hype muy grande y que después la mayoría de los autores que surgieron desaparece. Aunque en el caso de la Argentina soy más optimista."
"Al ser la Feria del Libro más grande del mundo, Fráncfort promete tener magia, como si cualquier autor que llegara aquí automáticamente se convirtiera en un autor de éxito -agrega Corinna Santacruz-. Y sí: durante estos cinco días tocan el cielo. Pero hay que tener una actitud realista."
Una actitud realista.
Lo que Santacruz está diciendo es que el año que viene habrá otro invitado de honor y que él también querrá "tocar el cielo". De ahí que sea importante, pasado el 10 de octubre, dejar el cielo más o menos limpio y sin deudas.