El pasado
15 de diciembre, el poeta y narrador venezolano Gustavo Valle publicó en el diario Perfil, de Buenos Aires, la siguiente nota, en cuya bajada se lee: “
Desconocida e ignorada por mucho tiempo, la literatura de Brasil está viviendo
un momento de auge en la
Argentina. Una mirada panorámica con sus protagonistas”.
El gigante despierto
Una relación fundada en
prejuicios, suposiciones, leyendas, preconceptos, anclada en la experiencia
personal de viajeros de ayer y de hoy, de turistas, de estudiantes y profesores
que van o vienen, de traductores, del trasiego propio de los países fronterizos
donde el deporte, la música y las diferencias culturales despiertan
admiraciones, rechazos y envidias por igual. Una relación signada por las
diferencias idiomáticas, de raza, de sensibilidad, de paisaje, por las
distancias y por las cercanías. Dos países marcados por contextos políticos y
sociales distintos, y también por algunas coincidencias que la historia más o
menos reciente nos ha obsequiado. Argentina y Brasil, una relación intensa, a
veces desigual, otras coincidente, pero que en los últimos años ha añadido a la
lista de flujos y reflujos la literatura como una nueva protagonista de sus
relaciones complejas.
Desde el tratado
de Tordesillas de 1494, en el que los reyes de Castilla y Aragón y Juan II de
Portugal se repartieron los territorios a conquistar en el subcontinente
americano, dos culturas, dos idiomas y dos tradiciones nos dividieron. La
primera consecuencia fue la insularidad en la que Brasil convivió con respecto
a América Latina durante muchos años bajo la identidad de un extraño y desconocido
vecino. Sin embargo, como dice David William Foster en la introducción de Passo
da Guanxuma, el más reciente libro que explora los contactos culturales entre
Brasil y Argentina, estamos en una etapa que podría llamarse “Superando
Tordesillas”, es decir, en el desafío de cuestionar la validez de la escisión
de todo un continente por diferencias lingüísticas e históricas, y propiciar
nuevos territorios de contacto, intercambio y tráfico cultural.
Entre los
intercambios pioneros entre Argentina y Brasil, figura la creación, en 1937, de
la Biblioteca
de Novelistas Brasileños por parte de la Editorial Claridad,
que se dedicó a traducir novela social: Jorge Amado, Lúcio Cardoso y Rachel de
Queiroz, entre otros, bajo la dirección de Benjamín de Garay. Además, ese mismo
año se crearon la
Biblioteca de Autores Brasileños Traducidos al Castellano del
Ministerio de Justicia e Instrucción Pública de Argentina, y en Brasil, el
Ministerio de Relaciones Exteriores fundó la Coleção Brasileira
de Autores Argentinos. Estos dos proyectos permanecieron vigentes hasta 1950 y
fueron destinados a divulgar, sobre todo, ensayos de interpretación: Sarmiento,
Mitre y Rojas en Brasil, y Vianna, Calmon y Carvalho en Argentina.
Ya en la década
del 50 desaparecen estas iniciativas, y muchas de las traducciones de autores
brasileños durante los 70 y 80 se deben a los financiamientos otorgados por el
gobierno brasileño, cuando no a la edición directa del Centro de Estudios
Brasileños de la Embajada
de Brasil en Argentina, que durante años llevó a cabo una importante labor de
difusión de la literatura brasileña en nuestro país, y que luego fue sucedido
por la Fundación
Centro de Estudos Brasileiros (Funceb), dirigida entre otros
por Camila do Valle. Más recientemente, en julio de este año, todo este caudal
de experiencias desembocó en la creación del flamante Centro Cultural
Brasil-Argentina (CCBA), que actualmente depende de manera directa del gobierno
brasileño.
A esto habría que
sumar la creación del Mercosur, que trajo aparejados acuerdos y políticas
culturales que han sido instrumentalizados con éxito desigual. Por ejemplo, la
obligatoriedad de la enseñanza del español como lengua extranjera en las
escuelas del vecino país. En rigor, no se puede hablar de éxito, pero en
estados como Paraná hoy en día las escuelas públicas enseñan español a sus
alumnos. De este lado de la frontera, lamentablemente, la obligatoriedad del
portugués avanza con mucha mayor lentitud.
Pero más allá de estos altibajos,
hoy en día estamos viviendo un auténtico florecimiento de la cultura y
especialmente de la literatura brasileña en Argentina. Numerosas editoriales se
han dado a la tarea de traducir y publicar literatura brasileña a un ritmo y
cantidad cada vez mayores. Hoy en día es común encontrar en las mesas de
novedades un libro de Clarice Lispector, João Gilberto Noll, Dalton Trevisan o
Marcelino Freire. Se multiplican en las universidades materias, cursos y
seminarios: la cátedra de Literatura Brasileña y Portuguesa de la UBA, dirigida por Gonzalo
Aguilar; los cursos de Marcela Croce, también en la UBA; el Programa de
Cultura Brasileña de la
Universidad de San Andrés, a cargo de Florencia Garramuño.
Las jornadas y el libro Passo da Guanxuma, de la Universidad Nacional
de General Sarmiento, coordinado por Isis Costa McElroy y Eduardo Muslip,
muestran que el espacio académico dedicado a la cultura brasileña crece más
allá de las universidades tradicionales. Los festivales de literatura y ferias
de libros tienen como país invitado a Brasil; escritores nacidos en el país
vecino nos visitan para presentar sus libros; se han fortalecido los programas
de traducción, los intercambios académicos y la matrícula para aprender el
idioma portugués. El proceso no es nuevo, es cierto, pero se ha ido imponiendo
sin estridencias y con gran solidez. Comenzó hace algunos años de la mano de
algunos de los promotores más importantes de la literatura brasileña y de
algunos editores entusiastas, y luego se sumaron más promotores y más
editoriales, programas de apoyo y la consolidación de subsidios
institucionales.
Antologías,
clásicos y contemporáneos, autores de trayectoria y noveles, poetas y
narradores, la lista es larga y fecunda. Quien sienta la curiosidad de
acercarse al universo de la literatura brasileña traducida al español, puede
hoy encontrarse con un nutrido menú de autores y títulos en constante
crecimiento.
Fue Ediciones Corregidor la que, en 2001, creó una colección de literatura
brasileña, sin dudas hoy la más importante. Vereda Brasil, coordinada por María
Antonieta Pereira, Florencia Garramuño y Gonzalo Aguilar, ha venido publicando
ininterrumpidamente una larga lista de autores imprescindibles, con
traducciones propias y casi siempre acompañadas con prólogos, estudios,
introducciones o cronologías. La colección nació con los archifamosos Escritos antropófagos
de Oswald de Andrade, y se han sumado Graciliano Ramos, Machado de Assis, Ana
Cristina Cesar, Ferréz y muchos más. Se destacan novelas como En libertad, de
Silviano Santiago, diario apócrifo, mezcla de novela y ensayo, que recrea las
Memorias de la cárcel, de Graciliano Ramos, escrito a partir de su experiencia
carcelaria durante el gobierno de Getúlio Vargas. Es una novela que ha llegado
a ser comparada con Respiración artificial, por sus cruces entre realidad y
ficción y su permanente juego con la historia. Pero quizá sea la colección
dedicada a la obra de Clarice Lispector, que ya cuenta con su propia Biblioteca
Lispector, la reina de Vereda Brasil, con seis títulos publicados hasta la
fecha, entre los que se destacan La hora de la estrella, quizá su novela más
importante junto con La pasión según GH.
La editorial Adriana Hidalgo también ha llevado a cabo una labor importante
publicando dos libros de crónicas de Lispector, cuatro novelas de João Gilberto
Noll, traducidas por Claudia Solans, y una nueva traducción de Gran Sertón:
veredas, la gran novela de João Guimarães Rosa, a cargo de Florencia Garramuño.
O los cuentos de Nelson Rodrigues o João Antonio, o la antología de Versos y
canciones de Vinicius de Moraes, a cargo de Cristian de Nápoli. Se destaca el
acontecimiento editorial que supuso la publicación, hasta ese momento inéditas
en libro, de las Aguafuertes cariocas, de Roberto Arlt.
Pero la lista de editoriales es
más larga. Cuenco de Plata ha publicado ocho libros de Lispector, incluido La
pasión según GH, los dos primeros libros de cuentos de Rubem Fonseca,
traducidos por Teresa Arijón y Bárbara Belloc, y ensayos de Haroldo de Campos,
traducidos por Amalia Sato. Beatriz Viterbo ha publicado a Caio Fernando Abreu,
Milton Hatoum y Sérgio Sant’Anna. Santiago Arcos Editor recientemente publicó
el libro Cuentos negreros de Marcelino Freire, premio Jabuti al mejor libro de
cuentos del año, con traducción de Lucía Tennina. Mardulce publicó un libro de
cuentos del gran Dalton Trevisan. De Trevisan, Sudamericana había publicado su
famoso libro El vampiro de Curitiba hace ya casi cuarenta años. Emecé publicó
Terriblemente felices, antología de la nueva narrativa brasileña. Eterna
Cadencia hizo lo mismo con libros de Luiz Ruffato, Machado de Assis y Paloma
Vidal, esta última argentina de nacimiento y criada en Brasil, quien junto con
Diana Klinger, Paula Siganevich y Mario Cámara, codirige desde 2002 la revista
bilingüe Grumo, dedicada a generar “espacios en común de reflexión y producción
artística” entre Brasil y Argentina.
Eloísa Cartonera,
Interzona, Fondo de Cultura Económica, Editorial Tsé Tsé, Planeta, Leviatán,
Editorial Vestales, Del Nuevo Extremo, Siesta Editora, en fin, la lista es
enorme. Como enorme ha sido la contribución del Ministerio de Cultura de
Brasil/Fundación Biblioteca Nacional a través del Programa de Apoyo a la Traducción y
Publicación de Autores Brasileños en el Exterior. Sin duda, el músculo
presupuestario y la voluntad puesta en este programa han definido
sustancialmente el actual panorama de la oferta de la literatura brasileña en
Argentina, y la traducción se ha convertido en la punta de lanza de todo este
movimiento. En la página digital Papeles sueltos (www.brasilpapelessueltos.com)
dedicada la traducción de la literatura brasileña contemporánea, a cargo de
Julia Tomasini, hay un asombroso listado de libros traducidos y publicados.
Sólo este año, se han publicado 12 libros, y desde 2000 hasta 2012, cerca de
cien títulos. Ya en 2003, Ediciones del Zorzal publicaría Traducir Brasil, de
Gustavo Sorá, que da cuenta del recorrido de la traducción de la literatura
brasileña al español. De hecho, recientemente se realizó en la Universidad de Buenos
Aires el evento “Traducir Brasil. Edición, traducción y docencia en Argentina”,
en el que participaron Bárbara Belloc, Cristian de Nápoli, Lucía Tennina y
Gonzalo Aguilar, y que contó con una aguda premisa: “Suele pensarse la
traducción entre culturas como un acto de aproximación entre espacios o tiempos
distantes. Pero ¿qué ocurre con las culturas próximas, aquellas que corren el
riesgo de parecer idénticas por cercanía geográfica, tradiciones y experiencias
compartidas, relaciones comerciales mutuas?”.
Como puede verse,
todo esto que podríamos denominar boom o auge o esplendor de la literatura
brasileña en Argentina se debe a diversos motivos y protagonistas: a quienes
desde la academia han promovido los estudios, han estimulado a los estudiantes
y han participado en intercambios. A los traductores que nos han descubierto un
universo literario hasta hace poco prácticamente desconocido. A las editoriales
que han apostado a la publicación y difusión de las obras. A los lectores, y
por supuesto a las instituciones, es decir a la voluntad política que prueba
una vez más que no es suficiente con la calidad de una obra literaria sino que
hacen falta apoyos económicos, becas y programas para que un universo literario
consiga trascender sus fronteras e inicie diálogos con otros países, otros
lectores, otras sensibilidades.