Como otros viernes, éste lo dedicamos a una columna de opinión. Se trata de la segunda que escribe Andrés Ehrenhaus especialmente para este blog y trata sobre algunas de las fealdades de la profesión.
El
orzuelo de Polisemo y otras pústulas
1. En marzo de 2018
la universidad de Murcia celebró la décima edición de El ojo de Polisemo, el
congreso interdisciplinario con el que ACEtt rellenó el hueco dejado por las
extintas Jornadas de Tarazona. La primera edición había tenido lugar en
Salamanca, sede de la universidad decana de España. Polisemo no podía nacer en
mejor cuna. Sin embargo, no todo fueron flores y violas durante el embarazo. Un
embarazo que ACEtt no sobrellevó bien en sus entrañas. Un
embarazo casi se diría ectópico. De esa ectopía le quedó como recuerdo un
orzuelo. La cesárea corrió a cargo del dentista del pueblo.
En el decurso de los
preparativos previos a la celebración de los diez añitos de Polisemo recibí una
curiosa invitación. Se me proponía formar parte de un panel en el que diez
veteranos (“como tú estuviste en los primeros polisemos”, me dijeron) de la
gesta odiséica daríamos en comentar esos dos lustros de luminosa infancia
ciclópea, intercalando testimonios audiovisuales –esta opción se me ofreció
como más higiénica– de ese parcurso, como en una snuff movie familiar. Entendían, se me dijo también, que no
quisiera participar en el collage in vivo, y por eso me ofrecían la posibilidad
de hacerlo in vitro, a distancia,
como un Torrebruno de jardín. No los mandé a la mierda. Nunca lo hago. Les dije
que gracias pero no. Me reemplazaron fácilmente y la mesa collage cursó con el
título de “Celebración del décimo aniversario: Diez miradas al Polisemo” y la
coordinación de P. Aguiriano y el actual presidente, C. Fortea. No sé si
mentaron el embarazo. Tampoco el orzuelo.
Que yo había estado
en los primeros (porque del embarazo, quién se acuerda ya) era rigurosa verdad.
Para ser precisos, en los dos primeros: el ya citado de Salamanca y el 2º, que acogió
la universidad de Málaga en medio de una tormenta interna en ACEtt. Al cierre
de ese Polisemo, yo ya había renunciado a mi lugarcito en la junta directiva
por razones de ética básica que puedo exponer documentadamente (sí, amigos, conservo
las actas de esos mediocres días) a quienes me lo pidan de buen modo. Como es
habitual en mi larga lista de errores, callé esas razones en su momento, a
pesar del linchamiento jacobino al que fui sometido. No debí hacerlo. Lo sé. Y
sé que me equivoqué al creer que era más elegante el silencio y el discreto
mutis por el foro porque los enemigos me los gané igualmente –o quizás,
seguramente, ya los tenía. Cuestión que ese fue el último Polisemo al que
asistí, sencillamente porque, hasta la absurda y humillante invitación del
décimo, nadie tuvo nunca la decencia de acercarse al que, nobleza obliga, había
sido su Gepetto. Les regalás un juguete rabioso y te borran nomenklatura. De
doctor franquestein a monstruo invisible. Así de simple.
Polisemo hace como
que no, pero el orzuelo en el ojo lo sigue teniendo. Un poco más abajo y a la
izquierda de donde Odalisco le clavó el puñal que le acabó nublando la vista. Un
orzuelo que va camino de convertirse en forúnculo.
2. De los muchos
errores cometidos en mi vida metaprofesional, salir nocturnamente de ACEtt no fue
el peor ni, mira por dónde, entrar diurnamente primero, pero me hago cargo de
todos y cada uno de ellos. Bastante más grave fue creer que debía (y podía)
doblegar la aporía derridiana (¿o era de Fucol?): armonizar justicia y poder.
Ahora sé que no sólo es imposible sino nefasto. Nefasto por parte de uno. NO se
puede ser justo desde un cargo de poder, por miserable que sea. Otras cosas,
quizás; justo, NO. De eso no nos salva ni la ingenuidad y deberíamos dejar de
mirar hacia otro lado cada vez que alguien justifica su autoritarismo
humanitario con el eslógan maldito: “Alguien lo tenía que hacer”. No, nadie
tenía que hacerlo. Vos tampoco, salame, quiero decir, ingenuo.
De esos errores que
mencionaba, regalarle a la secta acéttica el moisés con criatura y nombrepuestoparece
que me jode más que otros quizás más serios. Me jode porque le entregué al
poder mezquino una herramienta que funcionaba y funciona. Y porque desperdicié
un nombre divertido. Eso es imperdonable. No debí hacerlo pero mi estulticia a
menudo se cree omnipotente. Debí dejar que se les apagaran las luces junto al
lecho agónico de Tarazona; total, tarde o temprano me acabaría yendo de ese
avispero beige. Por cierto, el logo fue producto del ingenio, la capacidad de
síntesis y el buen gustode Marta Alcaraz, gran traductora por cierto. Espero
que le vayan agradeciendo ese favor que, hélàs,
ella también les hizo gratis: cada quien paga su diezmo y la secta nunca
agradece como corresponde. Básicamente recrimina. Sí, bwana, lo que tú digas.
3. Las asociaciones
de traductores que conozco más de cerca, ACEtt y AATI (pero no dudo en meter
ahí a muchas otras, incluidas –cómo no– las colegiales), se nutren de la
temerosa ignorancia del aprendiz y la no menos temerosa desidia del avanzado. El
corral les da a las ovejitas la ilusión de estar a salvo (there’s security in number) entre toda esa ropa de lana; pero el
lobo no está afuera, no hay lobo, lo que hay es una industria a la que hacer
frente con estructuras gremiales y no con consignas de mesianismo cultural y
lloriqueo ético. En esa paradoja se les va la poca fuerza que juntan, porque no
tienen nada en la mano para negociar tarifas en condiciones ni defender a
quienes no tienen más remedio que aceptar miseria a cambio de trabajo bien
hecho. Las cuotas de los socios se van en manualidades o virtualidades, o en
congresos para más inri de los vips, globales o paisanos. De cada encuentro de
esos se sale con la certeza de lo buenos que somos y lo poco bien que nos
tratan, mientras se empobrece nuestro aparato crítico (no digamos ya el
autocrítico) y se reblandece nuestra voluntad de lucha. Papá ya hará algo, papá
es bueno. Papá tiene muchos premios. Sí, bwana.
No jodamos más con
eso. O llamamos gremio al gremio o club social al club social. Los inventos
intermedios son globitos desinflados. O peleamos por leyes justas y dignas o
nos vamos a la confitería a tomar el té y contarnos las desgracias entre masita
y masita. La idea germinal de Polisemo era precisamente aunar el rigor
académico con la experiencia profesional a pie de calle: abrir la baraja, no
reconducirla hacia una asociación esterilizante. Una asociación más preocupada
por autoadjudicarse prebendas y premios (con el cuento de que el pastel de pocos
da migas para muchos) que por apoyar con hechos a los colegas con conflictos
laborales graves. Conozco bien el discurso de desactivación sindical y meloneo
asociativo porque yo mismo redacté algunas de sus peores páginas y me esforcé
por demostrarles a mis colegas que era peor para el traductor de a pie pasar la
noche al raso bajo un manto de estrellas que ponerse a recaudo bajo el
insuficiente alero que ofrece el corral al rebaño. Uno se moja igual si truena,
pero acompañado. De gente buena, rimémber. Esa lógica de dentro=bueno, fuera=malo
es común a todas las dinámicas de aglutinación cuantitativa. En ACEtt
celebrábamos las cifras redondas de nuevos socios como I likes o retuits, sin
importarnos que el techito siguiera siendo igual de estrecho y protegiera menos
cada vez. No es lo mismo una asociación de 30 que una de 500, dónde va a parar.
Dónde, eso digo yo.
4. Lo decente, lo
decoroso, sería que dejaran en paz al pobre cíclope mosaico. Que le permitieran
volver a su isla, a curarse el orzuelo a solas con agua de mar y suspirar de
amor ciego por Galatea. Que no usaran su nombre, que no malgastaran su elegante
logo. Que se romperan la croqueta pensando en un nombre más afín con su índole
actual: La bicileta de Sísifo o El medio piojo de Sansón. ¿Ven? Ya estoy otra
vez regalándoles manises a los monos.
Pero ¿a qué viene
toda esta diatriba sobre algo que pasó hace años y que ni siquiera está entre
los trending tópicos de la profesión?
Viene a que mis ojitos se tropezaron los otros días con la convocatoria de
–preparesén– las Jornadas Internacionales de Traducción Comparada “Variedades
regionales en las lenguas de traducción”, celebrables en la Biblioteca Nacional
de la ciudad de Buenos Aires entre el 20 y el 22 de septiembre. Coorganizadas
por AATI. A las que acude raudo el presi de ACEtt. Esos dos clubes aporísticos que
decíamos, ¿no? Y en cuyo comité organizador aparece a la cabeza y como
propietario de la “idea original” un colega que, entre otras cosas, fue quien
me invitó a apartarme del proyecto de Ley de protección de los traductores (v. https://clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.com/2017/09/la-necesidad-de-decir-como-fueron-las.html y https://clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.com/2018/06/sigue-vivo-el-proyecto-de-ley-de.html)
para acto seguido cubrirlo bajo una capa de cal viva y arrojarlo al mar de los
gargajos y que, aunque nadie se atreva a decirlo a viva voz, tuvo el
atrevimiento de servirse de un proyecto ajeno (si me aprietan, diré cuál y de
quién, aunque basta con mirar con atención el programa para ver por dónde
vienen los tirios) y blindarlo como propio para montar estas Jornadas que, con
o sin Manguel, tienen muchos puntos para nacer con algo más que un orzuelo o un
forúnculo en barbecho.
Porque,
aparte de la inelegancia de la fórmula, el pleonasmo desnuda el lapsus y el lapsus,
la cola de paja. ¿Idea original? ¿Cómo contraposición a qué: a idea afanada? ¿A
idea repetida? ¿A idea de otro? Por eso me acordé de Polisemo. Algo me olía a déjà vu. A Macadamia de la Lengua. Y a virreinato.
5. Es
hora de poner las cartas sobre la mesa. El que arruga es avestruz.