martes, 12 de noviembre de 2024

Un muy justo recuerdo de una traductora ejemplar

El pasado 2 de noviembre, Laura Ferrer publicó el NouDiari.es el siguiente artículo sobre la traductora argentina Matilde Horne, mal conocida por los lectores de lengua castellana, aunque de presencia permanente en sus vidas. 

Matilde Horne, la traductora de ‘El Señor de los Anillos’ que vivió 30 años en Ibiza y casi muere en la indigencia

Millones de lectoras y lectores han disfrutado en castellano de la trilogía de El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien gracias a una traductora argentina que, a pesar del éxito de ventas de la saga, pasó sus últimos años en Ibiza con una raquítica pensión y estuvo a punto de fallecer prácticamente en la indigencia. Una negociación con la editorial in extremis puso las cosas en su sitio.

Hablamos de Matilde Horne, “una traductora singular de un tiempo singular, de cuando la traducción se militaba en el trabajo diario riguroso y solitario, alejada de toda pretensión de distinción personal”. Así la define otro traductor y escritor, también argentino y amigo de la familia, Andrés Ehrenhaus, que recuerda en conversación con Noudiari la historia de esta mujer, fallecida en 2008 en la residencia de Cas Serres de Ibiza, y de la que en este 2024 se cumplen 110 años de su nacimiento.

Matilde Zagalsky (Buenos Aires, 1914 – Ibiza, 2008), más conocida como Matilde Horne (adoptó el apellido de su marido para firmar sus trabajos) fue la traductora al castellano [con Lluís Domènech] de dos de los libros más vendidos de la historia: Las dos torres y El retorno del rey, de la saga de tres libros de El Señor de los Anillos—que precisamente este año cumple 70 años desde su lanzamiento en 1954—.

Además, tradujo en la isla decenas de obras, a lo largo de 30 años, entre novelas, ensayos, relatos y poemas. Desde Ursula K. LeGuin a Angela Carter pasando por Doris Lessing (Nobel de Literatura 2007), Ray Bradbury, Stanislav Lem, Brian Aldiss o Christopher Priest*.

Antes de su exilio a España en 1978, Matilde Horne ya tenía una brillante carrera como traductora y fue premiada incluso por el Fondo Nacional de las Artes argentino por su traducción de la obra Clea, de la tetralogía El cuarteto de Alejandría Lawrence Durrell.

Tras el exilio, se afincó en Santa Eulària desde 1978 hasta su muerte, a los 94 años. Trabajó nada menos que hasta los 86 años, cuando sus maltratados ojos no dieron más de sí (había desarrollado una ceguera progresiva). Una vida profesional larguísima y muy fértil que no tuvo una justa paga en su vejez: se quedó con una miserable pensión no contributiva de 300 euros mensuales.

Ehrenhaus conoce bien el caso. Aunque coincidió con Matilde Horne muy fugazmente, es amigo de sus hijos, Martín y Virginia, que son coetáneos. Y también conocía bien a Paco Porrúa, el editor de Minotauro, con el que Matilde Horne ya había empezado a traducir obras en Argentina antes de exiliarse a España en 1978. “Paco tenía una manera muy singular de relacionarse laboralmente con sus colaboradores [no solo con Horne sino con Carlos Peralta o Marcial Souto, también grandes traductores]” de modo que traducían «a cambio de una entrada más o menos fija y estable de dinero, pero nunca plantearon ninguna exigencia legal ni reclamaron derechos de autor o la firma de un contrato más o menos ajustado a la norma».

“Matilde era la humildad y la modestia en persona y siempre aceptó los términos heterodoxos de esa relación laboral, porque eran generosos a su manera (obviamente no ajustados a la ley, pero acordados entre ellos) y le garantizaban un sueldo regular”, describe Ehrenhaus.

Pero cuando Planeta compró Minotauro en 2001, Matilde Horne tan solo se llevó una pequeña cantidad casi simbólica a modo de indemnización y en su jubilación se quedó con una pensión de 300 euros. De modo que una de las traductoras más fértiles de aquellos tiempos, con un bestseller como El Señor de los Anillos en su catálogo, se enfrentaba a vivir sus últimos años en Ibiza en una situación rayana a la indigencia.

Negociación positiva con Planeta
Los hijos de Horne reaccionaron y contactaron con Ehrenhaus para contarle esta precaria realidad, porque entonces él formaba parte de la junta de la asociación ACE Traductores. “La visión interna y la del asesor legal era más bien pesimista y dudaban de que Planeta fuera a hacerse cargo de nada, así que decidí encargarme personalmente del litigio, en nombre de los hijos. Fui a Planeta, donde conocía a algunos de los que trabajaban en el área de derechos, y les planteé el problema en términos prácticos. Les pedí que calcularan cuánto podía estarle debiendo Planeta a Matilde en concepto de regalías desde que se habían hecho cargo de la explotación del fondo de Minotauro. Recordemos que eran años de exitosas ventas de Tolkien, sobre todo, a raíz de la saga cinematográfica del El Señor de los Anillos [de Peter Jackson]. Creo que nos entendimos rápidamente”, relata el traductor, que valora el apoyo que tuvieron también por parte de una periodista de El País, Virginia Collera, en 2007. Collera publicó una reveladora entrevista con Horne en la que explicaba que los contratos con su editorial original, Minotauro, siempre fueron verbales. Además, recordaba que el Grupo Planeta había comprado la editorial Minotauro a tan sólo nueve días del estreno de la primera entrega de las películas de El señor de los anillos. Horne había recibido un total de 6.000 euros en concepto de finiquito de Minotauro por 50 años de traducciones (no solo por esos dos libros, sino por el conjunto de todos).

Ese artículo ayudó, sobre todo, a valorar el trabajo de Matilde Horne y a poner de relieve la complicada situación que atraviesan muchos traductores por motivos similares; creadores que, además, no podían recibir derechos de autor al poner en riesgo por ello sus pensiones.

Finalmente, Planeta llegó a un acuerdo «bastante justo» con Horne, aunque la reparación nunca incluyó los años anteriores al traspaso de Minotauro. «Se acordó una cantidad justa por derechos previos y un compromiso de liquidación semestral de los beneficios derivados de la explotación de las obras a partir de la firma del acuerdo», recuerda Ehrenhaus.

De no ser por ese acuerdo, los últimos momentos de Matilde Horne habrían sido más penosos. «Además, recibió un reconocimiento en vida que nunca había soñado», valora el traductor.

Como traductora, Matilde era “delicada, muy atenta a no dejar una huella excesiva en las traducciones (como exigía Porrúa, por otra parte) y sé que trabajaba a destajo y traducía gozosamente, que no es detalle menor”, describe Ehrenhaus.

Matilde Horne podría haber sido perfectamente un personaje en una de las novelas que tradujo. Una mujer que viajaba en el espacio y en el tiempo pero sin moverse de su escritorio en su casa de Santa Eulària, concentrada bajo el flexo, con un bolígrafo en una mano y un cigarrillo en la otra.

Legado en forma de premio de traducción
Pórtico, la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror, organiza desde 2022, junto con ACE Traductores, el Premio Matilde Horne a la Mejor Traducción de Género Fantástico, en honor a la traductora Matilde Zagalsky.

Al premio optan novelas, novelas cortas, antologías de un mismo traductor o grupos de traductores, relatos y en general obras literarias. En 2022 lo ganó David Tejera Expósito por Gideon La Novena, de Tamsyn Muir. En 2023 se canceló, debido a que los votantes con propuestas válidas no superaron al menos el 10 % del censo. Este año sí que hay convocatoria y el ganador o ganadora se dará a conocer en la gala de entrega de los Ignotus, que este año se celebrará el próximo 9 de noviembre en San Fernando (Cádiz), en el marco de la Hispacón de la Isla. Los finalistas son Monje y robot, de Becky Chambers, publicada por Crononauta y traducida por Carla Bataller Estruch; Mi corazón es una motosierra, de Stephen Graham Jones, publicada por La biblioteca de Carfax y traducida por Manuel de los Reyes; Lanza, de Nicola Griffith, publicada por Duermevela y traducida por Arrate Hidalgo; Legado de jade, de Fonda Lee, publicada por Insólita y traducida por Antonio Rivas y Trenza del mar esmeralda, de Brandon Sanderson, publicada por Nova y traducida por Manu Viciano.

Traducción e Inteligencia Artificial
En un momento en el que la Inteligencia Artificial (IA) —que es precisamente uno de los temas de los libros de ciencia ficción que traducía Horne— amenaza con engullir la profesión de traductor, hay que valorar el trabajo de estas personas que son algo más que ‘transportadoras’ de palabras de uno a otro idioma.

No podíamos dejar pasar la oportunidad de preguntarle a Andrés Ehrenhaus sobre la competencia que supone la Inteligencia Artificial a los traductores: “Esto es todo un tema y da para varios artículos pero así, a bote pronto, diré que llamar inteligencia a una herramienta aún incipiente es un poco osado, sobre todo cuando compite con nuestra propia inteligencia (y falta de ella)”, bromea. Y añade: “Yo prefiero verla como eso, como herramienta: cada salto tecnológico plantea un reto de adaptación y aprovechamiento que requiere, aquí sí, de gran inteligencia pragmática por nuestra parte. Dudo que traducir, escribir, pintar, etc., en términos artísticos sea una prerrogativa de los instrumentos y sí, en cambio, de quienes los utilizan para crear honestamente, como siempre. Yo pertenezco a la generación de quienes traducíamos a máquina y con copia en papel carbónico. Y antes de eso, se traducía a mano. La calidad de unas y otras traducciones no está en la tecnología utilizada sino en la inteligencia y la sensibilidad con que cada cual supo vivir y crear en su época”, concluye.

*En este enlace se puede acceder a la impresionante lista de traducciones de Matilde Horne y co-traducciones: https://aesthethika.org/Obra-traducida

lunes, 11 de noviembre de 2024

El SPET en noviembre: penúltima sesión

En el próximo encuentro, sexta y penúltima sesión de nuestro ciclo en celebración de los 20 años del SPET, conversaremos con María Constanza Guzmán y Joshua Price, para seguir debatiendo sobre el tema: "Investigación en traducción y compromiso"

¿Qué hacemos cuando, además de investigar, traducimos, formamos traductorxs (e) investigadorxs, editamos, participamos de un colectivo artístico, político o cultural, gestionamos, escribimos, diseñamos políticas académicas? ¿Qué hacemos cuando nuestras investigaciones buscan o resultan en alguna forma de transformación o en un cambio de punto de vista respecto de la traducción y/o lxs traductorxs? ¿Qué reflexiones guían, o son guiadas por, estas prácticas?

La sesión se llevará a cabo el miércoles 13 de noviembre a las 18:00 (hora argentina), esta vez de modo exclusivamente virtual, en el siguiente link: https://meet.google.com/xwx-qidp-wvg. Les agradecemos que confirmen asistencia.

María Constanza Guzmán
es traductora y profesora en la Universidad de York (Toronto, Canadá). Es codirectora del Centro de Investigación en América Latina y el Caribe (CERLAC) y participa en el Centro de Investigación sobre el Contacto Lingüístico y Cultural (CRLCC). Es doctora en Literatura Comparada (State University of New York), magíster en traducción (Kent State University) y licenciada en filología e idiomas (Universidad Nacional de Colombia). Investiga sobre traducción, literatura comparada y estudios latinoamericanos. Dos de sus últimos libros son Mapping Spaces of Translation in Twentieth-Century Latin American Print Culture (2021) y Negotiating Linguistic Plurality: Translation and Multilingualism in Canada and Beyond (coord. con Şehnaz Tahir Gürçağlar, 2022). Tradujo al inglés (con J. Price) Heidegger’s Shadow, de J. P. Feinmann. Dirige una pequeña librería independiente, La Librera, en Santa Marta (Colombia) y de vez en cuando realiza actividades de gestión cultural. Lleva a cabo el proyecto “Translators' Archives: Voicing Cultural Agency in Print Culture in the Americas” (Consejo de Investigación en Humanidades y Ciencias Sociales de Canadá).


Joshua Martin Price
es antropólogo y profesor en la Universidad Metropolitana de Toronto (Canadá). Estudia la relación entre lenguaje y violencia estructural, especialmente violencia racial, y el papel que han jugado las prácticas de traducción en la colonización de las Américas. Ha colaborado en traducciones al inglés de los autores José Pablo Feinmann y Rodolfo Kusch. Su último libro se llama Translation and Epistemicide: Racialization of Language in the Americas (2023).

Lecturas sugeridas

Arguedas, José María (1974). “Entre el kechwa y el castellano / la angustia del mestizo”. En: Crisis, 10, pp. 34-35. Disponible en: https://ahira.com.ar/ejemplares/10-7/.

Guzmán, María Constanza (2024). “Traductologías de(sde) el sur: aproximaciones a un pensar situado de la traducción en y para América Latina y el Caribe”. En: Revista Chilena de Literatura, 109, pp. 25–48. Disponible en: https://revistaliteratura.uchile.cl/index.php/RCL/article/view/76451.

Price, Joshua M. (2021). “Translation as Epistemicide: Conceptual Limits and Possibilities”. En: Palimpsestes, 35, pp. 143-155. Disponible en: http://journals.openedition.org/palimpsestes/7405.

viernes, 8 de noviembre de 2024

"Algo terriblemente aburrido"

Se esté o no de acuerdo con las columnas del escritor y traductor Guillermo Piro en el diario Perfil, de Buenos Aires, resultan por lo menos amenas y, en ocasiones, como ésta, ayudan a pensar (o repensar) cuestiones que se nos presentan en más de una oportunidad. Ésta fue publicada el pasado 3 de noviembre.

La relectura como regresión  

El australiano Oscar Schwartz publica en The Paris Review un extenso artículo titulado “Contra la relectura”. Usos y abusos de los lugares comunes llevan a considerar la relectura como un estadio superior de la lectura, como la materialización del perfeccionamiento letrado, como si quien relee obtuviera el certificado de lector avanzado. Schwartz no está tan seguro, y desde que lo leí yo tampoco.

Veamos primero los lugares comunes y sus campeones: “La forma correcta y virtuosa de leer es releer”. Lo dicen Nabokov, Roland Barthes, William Hazlitt, Harold Bloom... la lista es larga. Al releer se “observa y acaricia” ese mundo que el autor plasmó en palabras, y que en la primera lectura habíamos sobrevolado mirando hacia abajo, como un pájaro en busca de alimento. Para Barthes, la relectura es necesaria si queremos alcanzar el verdadero objetivo de la literatura, o sea, hacer que el lector “ya no sea un consumidor, sino un productor del texto”. La relectura, dice Schwartz, es eminentemente conservadora, y lo prueba, entre otras cosas, el hecho de que sus grandes defensores fueron también grandes conservadores.

Pero imaginemos una comunidad literaria en la que todos leen el mismo libro, y una comunidad de lectores que recurren a él una y otra vez. Un poco como en Fahrenheit 451 de Bradbury: si hay algo que siempre me molestó de aquella novela es que lo que mueve a los valientes memorizadores de libros no es más que el ansia por reafirmar la tradición y salvaguardar la comunidad. Algo terriblemente aburrido. La relectura como el bálsamo para la decadencia cultural de la humanidad. Italo Calvino recomendaba, como herramienta para la salvación, aprender poemas de memoria. Me parece una estupidez verdaderamente histórica. No hay mayor placer que toparse con un poema genial por primera vez y sentir algo que nunca volverá a repetirse, esto es, que algo acaba de cambiar. En nuestras vidas, en nuestro modo de ver el mundo, de relacionarnos, de etiquetar los umbrales que hasta hoy eran el paradigma del dolor o del amor o de lo que fuera. Y eso solo puede ocurrir una vez.

Me río cuando alguien dice que se enamoró “a primera vista”: solo existe el amor a primera vista. Si ocurre otra cosa le estamos poniendo el nombre del enamoramiento al hábito, a la costumbre, a la resignación o al sufrimiento, no sé. Releer es academizar el placer, algo que suena tan ridículo como los que tratan de enseñar posiciones amatorias y técnicas sexuales desde un escritorio. Está bien que lo hagan, pero no saben lo ridículos que se ven.

Schwartz cree que debe de ser esa la razón por la que los grandes apólogos de la relectura son, por lo general, ancianos, aquellos para quienes la juventud quedó no atrás, sino demasiado atrás. “Como el narrador sin amor del cuento "Noches blancas", de Dostoyevski, busca regresar a lugares donde alguna vez fue feliz, para tratar de dar forma al presente a imagen del pasado irrecuperable. Es inútil. No puede recuperar ese primer placer y, de hecho, al repetirlo, termina arruinando la lectura en general. ‘Los libros han perdido en gran medida su poder sobre mí; tampoco puedo revivir el mismo interés por ellos que antes’, admite. Tal vez hubiera sido mejor que leyera algo nuevo, para variar, que lo ayudara a salir de sus ensoñaciones depresivas. Enamorarse de un libro nuevo puede ser una de las aventuras que nos quedan por delante cuando la carne se debilita y el espíritu, con suerte, sigue dispuesto”.

Schwartz cita a Freud: “En el adulto, la novedad siempre constituye la condición del orgasmo”. Perfecto, la repetición es el camino más directo a la pérdida, al fracaso, a la abulia. La compulsión de releer como una regresión al estado infantil. Margaret Atwood compara el acto de releer con chuparse el dedo y usar bolsas de agua caliente: consuelo, familiaridad y recurrencia de lo esperado. Conservadurismo, en suma.

jueves, 7 de noviembre de 2024

El centenario de Kafka y una de sus polémicas

El crítico literario mexicano Christopher Domínguez Michael se la pasa opinando. Aquí, sobre Max Brod (foto) y lo que éste hizo con la obra de Kafka. El artículo fue publicado el pasado 27 de octubre, en El Universal, de México.

¿Hay que quemar a Max Brod?

Gracias al ensayo de Georges Bataille sobre Franz Kafka, popularizado en La literatura y el mal (1957), sabemos que en el semanario Action, dominado por los comunistas, se hizo una encuesta, en mayo de 1946, sobre “Sí había que quemar a Kafka”, al considerarlo, mediante tres preguntas imperativas del orden “social y político”, como representante de una literatura negra (las mayúsculas son de Action), es decir, del todo pesimista y “reaccionaria”, ajena a la necesidad para aquellos tiempos, subrayada por los editores, de una literatura optimista.

A Bataille, curiosamente, no le llamó la atención el envío de ese cuestionario bárbaro a los escritores franceses, sino que Action se abstuviese de explicar por qué habrían de quemarse libros. Trece años apenas habían pasado desde la primera gran quema nacional-socialista, en la Plaza de la Ópera en Berlín, de la “literatura degenerada”, escrita por autores judíos, comunistas o sencillamente antihitlerianos. Ello prueba que —derrotado Hitler y el todopoderoso Stalin— el totalitarismo había envenenado los aires.

Aunque todavía las dictaduras sudamericanas rociaron de gasolina a los libros marxistas y el mes pasado visité una biblioteca universitaria en Texas donde se exponían los libros prohibidos por esa institución y se invitaba al alumnado a denunciar aquellos que les parecieran perniciosos, ya nadie habla de quemar a Kafka, festejado en el centenario de su muerte, apenas en junio de 2024, como el gran escritor del siglo XX. Quien ha sido enviado a la picota es Max Brod (1884-1968), su mejor amigo y quien no sólo desobedeció la voluntad de Kafka de “quemar” su obra, sino la editó y divulgó hasta el límite de sus fuerzas y de su propia vida.

Autor prolífico, ni el centenario de su adorado Franz hizo que se reeditaran los libros de Brod. Con la excepción de sus biografías de Tycho Brahe y de Heinrich Heine, y desde luego, la póstuma dedicada a Kafka (1974), su bibliografía es de difícil acceso. Del doctor Brod, también compositor, es más fácil conseguir su agradable CD con sus lieders goethianos, una rapsodia y un meritorio quinteto para piano y cuerdas, que sus libros. El benefactor estaba siendo arrimado, desde hace años, hacia la leña verde por los profesores, quienes, tras agradecer su buena ley, han desechado, por inepta, no sólo su edición de las inconclusas novelas kafkianas, sino el tratamiento de la materia de la cual se nutren con frecuencia: los Diarios del propio Kafka.

A partir de la edición “científica” (se me eriza la piel cuando los filólogos usan esa expresión) de las obras de Kafka editadas en 1990 por S. Fischer Verlag y a cargo de Hans-Gerd Koch, la hoguera estaba lista para Brod. En la nueva traducción al inglés, obra de Ross Benjamin (Schocken Books, 2022), el traductor y prologuista lee, en cuanto editor, los cargos. Algunos son viejos: mientras huía de los nazis y alcanzaba refugio —sionista de vieja data— en Tel Aviv, donde murió, Brod, sin usar guantes profilácticos, reordenó capítulos de las novelas, inventó títulos, segregó partes y las volvió capítulos, y extrajo del diario lo que consideró eran cuentos logrados y autónomos. Tachó lo juzgado incoherente por él (como escribía en la cama a veces Kafka es ilegible), además de regalar páginas autógrafas a algunos amigos.

Los nuevos cargos, enumerados por Benjamin, corresponden a lo que nuestra época juzga imperdonable: como todos los jóvenes sensibles e inteligentes, a Kafka le daba curiosidad el homoerotismo y no era ajeno a la belleza masculina. Dejó párrafos al respecto, pacatamente omitidos por Brod. Más comprensible es el que el amigo entusiasta corrigiera ortografía, imprecisiones al citar en inglés o francés, comentarios denigratorios sobre personas entonces vivas o algunas expresiones incómodas para el mismísimo Max, cuyo sionismo militante Kafka —en ningún caso apolítico— no compartía del todo. Brod a su vez despreciaba a los rústicos judíos del Este, adorados por el autor de El castillo. Benjamin encuentra en Brod un esfuerzo normativo propio del judío integrado, el de adecuar la prosa de Kafka al Alto Alemán, expulsando de The Diaries todo aquello que provenga del checo, del yiddish o, simplemente, del alemán hablado en Praga.

En español, digamos, hemos tenido suerte filológica con Kafka. Si bien la traducción que los antiguos leímos primero (la de Feliu Formosa de 1975) proviene de la de Brod, Jordi Llovet (en 2000 para Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores) puso a traducir los diarios a don Andrés Sánchez Pascual y a un asistente, partiendo de una edición alemana me parece que intermedia, la de Gerhard Neumann, quien en 1982 ya había detectado buena parte de lo denunciado por Koch y, en consecuencia, por Benjamin.

¿Hay que quemar a Brod? Juiciosamente, Frances Wilson, en una reseña titulada a su vez con justicia “Descriptions of a Struggle” (The New York Review of Books, 6/IV/2023) pide justicia salomónica. Dice que, si la interferencia editorial de Brod es exasperante, la de Benjamin es doble, inevitablemente exasperante. ¿Tenía sentido seguir a Kafka hasta la ignominia textual repitiendo siete veces un fragmento casi idéntico que al escritor no le convencía, como lo hizo Benjamin? El traductor se jacta de devolver a los diarios su condición de “laboratorio de la producción literaria de Kafka” y cada lector podrá elegir entre la versión “romanceada” de los Diarios por Brod o el archivo-taller minuciosamente reensamblado por Benjamin, quien, a ratos, me fatigó. Durante la hora del lobo encontré consuelo en la versión de Sánchez Pascual.

Tuve la curiosidad, ya para terminar, de buscar las respuestas al cuestionario francés de 1946. Una de ellas, la del poeta Francis Ponge (1899-1988), es enigmática. Le llama la atención a su inquisidor sobre el uso dictatorial de los imperativos, propio del periodista. Contesta que hay que quemar no precisamente a Kafka, sino a su “agujero”, refiriéndose muy probablemente a “La madriguera” (traducida como “La obra”), uno de los últimos cuentos que escribió y casi tan extenso como La metamorfosis (me resisto a su traducción correcta, que sería “Transformación”). En “La madriguera”, un animal de naturaleza indeterminada se oculta en un orificio perfecto, su propia obra de castor. La madriguera, se ha dicho, es donde el escritor moriría escribiendo.

Ponge fue amigo de casi todos los belicosos cabecillas de la literatura francesa. Le daba risa que Albert Camus se escandalizara ante un mundo que era dichosamente absurdo y me atrevo a suponer, en cuanto a Kafka, que el deseo de los comunistas de quemarlo era, para Ponge, similar a la obsesión existencialista por presentarlo como el fantasma de un mundo oscuro y alienado. Kafka era, en opinión de Ponge, un ser vivo oculto bajo la tierra, moviéndose en libertad por un sistema de madrigueras, lo cual vuelve notorio de dónde sacaron Deleuze & Guattari su idea de Kafka.

Le importaba saber a Ponge, según le respondió a Action, quién sería el matarife, carnicero o tapa-agujeros que tendría el valor o los medios para liquidarlo. No se trataba de quemar a Kafka, refugiado más allá de todo peligro, sino de volver irrespirable ese subsuelo de la literatura sobre la cual se levanta la ciudad, ese inframundo donde, probablemente, Max Brod y Franz Kafka se buscan, uno a otro, recelosos.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

"Corea tiene muy claro que hay que invertir en cultura, en educación, en medicina. ¿O adonde se va a gastar esa plata?"


El pasado 19 de octubre, Patricia Kolesnicov publicó el siguiente artículo en Infobae. En él se refiere a Sunme Yoon, la traductora al castellano de la Premio Nobel coreana de Literatura. En la bajada de la nota se lee: "Su familia se mudó a Buenos Aires cuando era chica y en esta ciudad hizo primaria, secundaria y universidad. Ya de vuelta en Seúl, consiguió subsidios para llevar la obra de la escritora al castellano y publicarla. Aquí cuenta cómo es la Premio Nobel, por qué la eligió y cómo se sintió en sus años en la Argentina". 

Sunme Yoon, la primera traductora de la Premio Nobel Han Kang en Occidente: “Corea invierte en cultura porque es capitalista”

De un día para el otro, Sunme Yoon es una celebridad. La llaman desde muchos países, le piden entrevistas: que lo cuente todo. No es lo que suele ocurrir con la gente de su profesión, los traductores. Pero Sunme es más que eso o, mejor dicho, acaba de mostrarle al mundo todo lo que es un traductor. Esta mujer coreana pero criada en Buenos Aires, fue la responsable de que la literatura de la flamante premio Nobel de Literatura, Han Kang, se pudiera leer en Occidente. Por su insistencia, por el subsidio del Estado coreano que consiguió, por su trabajo de traducción. Se entiende por qué la llaman.

Así que, con 12 horas de diferencia, ahora atiende a la videollamada en Seúl con cara de cansada pero con una sonrisa que no cabe en la pantalla. En este tiempo, además, Han Kang se ha convertido en su amiga.

"La traduje porque vi un artículo de prensa que hablaba sobre los jóvenes escritores prometedores de Corea”, cuenta ahora, que su amiga es Premio Nobel. Era 2011 y Han Kang no era una autora consagrada.

-¿Cómo llegaste a ella, entonces?
-Buscando qué traducir y preguntando a los coreanos qué autor me recomendaban. Me presentaban a escritores canónicos, consagrados, pero la verdad es que lo que yo leía de esos escritores no me llamaba la atención. Así que decidí investigar por mi cuenta entre los escritores jóvenes. Y ahí fue como llegó. Empecé a leer La vegetariana y antes de terminar el primer capítulo ya había decidido traducirla.

-¿Ya vivías en Corea?
-Sí, después de terminar la Facultad (NdelaR: estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires) me fui a España a hacer el doctorado. Lo terminé en el 97 y vine a Corea.


-¿Cómo hiciste para solventar la traducción de una autora entonces desconocida?
-Esta traducción la hice con un subsidio que otorga un organismo público de Corea, el Literature Translation Institute of Corea, que también subsidió la publicación. En ese momento una editorial argentina muy chica -Bajo la luna- se ofreció a publicarla, junto con otras obras coreanas. Y al año siguiente, cuando llevaron a Kang a presentar la obra a Buenos Aires, en la Feria del Libro, el acto se hizo a sala llena. Ella se llevó una enorme sorpresa, ¡era primera vez que se traducía su novela a una lengua occidental! Y encontrar a tantas personas que ya la habían leído... Hasta ese momento no nos conocíamos, pero cuando ella volvió de la Feria buscó mi contacto y desde ahí que se inició nuestra amistad. Y hemos seguido, ¿no? Ella escribiendo y yo traduciendo sus obras.

-¿Cómo es Han Kang? Parece una persona de bajo perfil
-No te creas que de bajo perfil, porque una persona que es capaz de escribir algo como La vegetariana.. una novela tan lacerante, no es débil, no es frágil para nada, te lo puedo asegurar. Es una persona con mucha, mucha fuerza interior. Aunque pueda parecer otra cosa por la primera impresión que da esa vocecita... Ahora tiene más cancha, como decimos en Argentina.

-¿Y a vos te contó de dónde sale La vegetariana?
-Cuando le hacen esta pregunta ella siempre habla de un cuento que se llama "El fruto de mi mujer", que tiene una temática parecida: una mujer que se convierte en una planta. Es al revés de La vegetariana, no es que desee ser planta, pero por alguna razón se convierte en planta. En ese cuento ya aparece ese trasfondo de violencia marital. En ese caso le salen manchas en el cuerpo, manchas violáceas y va cambiando de color cada vez más, hasta ser verde. Convertirse y finalmente dar frutos... ¿No es fantástico?

-¿Tuviste barreras culturales en la traducción? A veces hay cosas que en otras culturas no existe.
-No, porque la literatura contemporánea coreana habla de Corea, con un trasfondo de la historia de la sociedad coreana, pero los temas son universales. No hay mayor problema para traducir las obras coreanas a otros idiomas. Pero la prosa de Kang muy poética, así que demanda un gran trabajo de revisión de estilo. No podés quedarte con la primera o segunda versión, hay que mirar tres, cuatro veces. Es una escritura muy profunda.

-Hace unos años el impacto de la cultura coreana en el mundo creció. Como si de alguna manera Corea expresara el presente.
-Sí, sí. En Corea se habla de eso. ¿Por qué estamos hablamos de nosotros, de cuestiones históricas, de cuestiones sociales de la sociedad coreana y tiene tal repercusión en el mundo? Bueno, las cosas que ocurren en Corea muestran las preocupaciones que tiene un ser humano en el resto del mundo. Es decir, Corea es un país moderno, industrializado e industrializado a través del capitalismo. Vive, además, una industrialización muy rápida, demasiado rápida. No tiene parangón en el mundo y eso tiene sus consecuencias. La gente vive dentro de este sistema capitalista competitivo en el que se premia a los mejores, lo que nos ha traído un bienestar económico, pero sabemos mejor que cualquier otra sociedad los problemas que hay detrás. Lo duro que es vivir en una sociedad tan frenética.

-¿Qué problemas, por ejemplo?
-Acá los cambios son impresionantemente rápidos, no es posible seguirles el ritmo. Una de las cosas que a mí me gustan de Buenos Aires es que voy diez años después y encuentro las calles igual, los negocios a los que yo iba siguen ahí. Básicamente, sigue siendo la ciudad que yo recuerdo. En cambio, en Seúl y en el resto de las ciudades de coreanas no es así: en tres meses te pueden cambiar el aspecto de una avenida por completo, por ejemplo. Se derriban edificios, aparecen nuevos, que se levantan enseguida. Eso es bueno porque significa que hay progreso, pero por otro lado es bastante agobiante.

-Literalmente, te mueven el piso. Te cambian el piso.
-Sí. Sin duda que todo queda más lindo, evidentemente. Pero todo eso también tiene historia y y vidas y recuerdos, y de pronto surge un rascacielos, por ejemplo, en un lugar donde antes había un viejo cine o donde la gente tomaba su café. Que las cosas cambien tan rápido es bastante enloquecedor. Y, por otro lado, es una sociedad muy competitiva, donde hay que dar examen para todo. Es mundialmente famoso el examen de ingreso a la universidad, en el que prácticamente se para el país y los chicos por querer entrar a una buena universidad repiten ese examen dos y hasta tres veces. Hay que entrar a una carrera que te dé una buena profesión, la competencia es dura y hay que estudiar mucho. Pero la recompensa es segura.

-¿Qué cosas extrañás de la Argentina?
-¿De la Argentina? Todo. Porque bueno, Seúl es el lugar donde vivo, donde tengo mi trabajo, donde tengo mi vida. Pero yo creo que los años importantes son los de formación, la infancia. Los primeros años de la adolescencia, de juventud. Y Argentina me dio todo eso. En esa etapa yo sólo tuve amigos argentinos. La formación intelectual pero también humana se la debo a la Argentina. La famosa educación pública en la primaria, el Nacional de Buenos Aires, la Universidad. Recibí una educación de altísimo nivel, y por lo menos la UBA lo sigue teniendo en Humanidades. Le debo mucho a la Argentina. Le debo mi formación. Le debo mis amistades, mis recuerdos, mi juventud.

-¿Sos un poco argentina en Corea?
-Sí, claro. En Argentina nunca me sentí muy extranjera. Era pasar al lado de un espejo y ahí recién darme cuenta. Algo así como “ah, claro, soy diferente”. En Corea es al revés: por mi aspecto exterior no me distingo del resto de los coreanos. Ahora ya estoy mucho más adaptada, pero los primeros años me costó una barbaridad. Aunque no se notara, yo era extranjera.

-¿Dónde trabajás ahora?
-En el Literature Translation Institute of Korea, este organismo público que promociona la traducción de la literatura coreana.

-O sea que Corea del Sur, que es uno de los estados más capitalistas del mundo, piensa que hay que subsidiar cosas como la traducción, la literatura, la cultura...
-¡Justamente porque es capitalista! Corea tiene muy claro que hay que invertir en cultura, en educación, en medicina. ¿O adonde se va a gastar esa plata? El LTI tiene un academia de traducción donde estamos formando traductores, pero no son traductores coreanos, son todos traductores extranjeros, estudiantes que entienden coreano y pueden traducir perfectamente a su idioma nativo. Y todos estos chicos -llegan al año alrededor de 50- reciben una beca completa, desde pasaje de avión y estadía, para estar en Seúl durante dos años. Y todo eso con dinero de los contribuyentes. Gracias a esa inversión es que la cultura coreana está tan floreciente. Y no sólo en Corea sino en el mundo.


martes, 5 de noviembre de 2024

"Se traduce no sólo por el reto intelectual, sino por el deleite y el aprendizaje que esta labor representa"

El pasado domingo 27 de octubre, en La Jornada Semanal, de México, Jorge Vega firmó una reseña dedicada a Acercamientos 
(Universidad de Colima/PuertAbierta, México, 2024), un libro de reflexiones del poeta y traductor mexicano Marco Antonio Campos. Se reproduce a continuación.

Traducir poesía, ese milagro

Marco Antonio Campos, al igual que Terencio Africano, es un hombre, un poeta, un escritor que nada humano considera ajeno. Siempre curioso, explorando las fronteras de lo desconocido para traernos de regreso, para compartir con nosotros esos colores nunca antes vistos de los que hablaba Apollinaire.

Es, sobre todo, un hombre generoso. Podría encerrarse con sus tesoros en una cueva o en lo alto de la torre de marfil. Sin embargo, los comparte con todos, con todas. A finales de los años ochenta, durante una de sus visitas a la Universidad de Colima, sin conocernos, compartió con varios alumnos que queríamos publicar un suplemento cultural, un texto original de su autoría. Sin cobrarnos.

Me gusta, además, su honestidad, su humildad. En el caso del libro que presentamos hoy, no dice que es una obra terminada. Habla de acercamientos, de que nos presenta los mismos versos en otros versos. Sabe, como Borges, que cada idioma es un modo de sentir, de percibir el universo, y eso es lo que trata de mostrarnos: cómo es que perciben y sienten el mundo los poetas que nos presenta.

En este libro, que editaron la Universidad de Colima y PuertAbierta, comparte con nosotros una buena parte de sus exploraciones, de sus búsquedas, de las respuestas que ha ido encontrando en las voces de otros poetas, desde los clásicos hasta los más recientes.

Sólo quienes lo han intentado lo saben: traducir poesía es una tarea imposible. Es una labor que requiere de un profundo conocimiento de los idiomas involucrados y de una gran sensibilidad. No sólo eso, el traductor debe sentir y entender la esencia del poema y trasvasar eso a su propia lengua sin traicionar al autor. Tal vez por eso, quienes traducen poesía son por lo general los propios poetas. Además, como dice Marco Antonio, se traduce no sólo por el reto intelectual, sino por el deleite y el aprendizaje que esta labor representa.

La naturaleza concentrada y rica de la poesía hace que cada palabra, cada matiz, sea crucial. “De las traducciones ‒comenta Marco Antonio en la introducción al libro‒, lo he dicho repetidas ocasiones, prefiero la literal, es decir, que el poema en nuestra lengua sea lo más cercano en su música y sentido a como lo son en la lengua fuente.”

En Acercamientos, a veces con la ayuda de otros poetas, Marco Antonio Campos logra este milagro y nos muestra cómo vieron, cómo entendieron el universo poetas como T.S. Eliot, e.e. Cummings, Fernando Pessoa, François Villon, Guillaume Apollinaire, Guido Cavalcanti o Giuseppe Ungaretti.

Me gusta también la modestia de Marco Antonio cuando nos dice que tomemos estas traducciones magníficas “como modestos acercamientos hechos a lo largo de las décadas con devoto esfuerzo. Con humildad y laboriosidad, quise ser lo más fiel a lo que estaba ya muy bien dicho en otra lengua”.

lunes, 4 de noviembre de 2024

Ni premios nacionales, ni Guadalajara

"Tras la ausencia de una delegación nacional en la Feria de Frankfurt, el Gobierno decidió ausentarse de la feria más importante de Iberoamérica, en la que la escritora Gabriela Cabezón Cámara recibirá un prestigioso premio"- Tal es la bajada de la nota, firmada por Daniel Gigena, en el diario La Nación, de Buenos Aires, el pasado 31 de octubre.

Preocupación de escritores por la retirada oficial en la Feria del Libro de Guadalajara y la demora en Premios Nacionales

Luego de conocerse la noticia de que los Premios Nacionales a la Producción Científica, Artística y Literaria correspondientes a la edición 2023 -por el periodo 2019-2022- se entregarán recién el año próximo, la Unión de Escritoras y Escritores (UEE) emitió un comunicado con críticas a la gestión de la Secretaría de Cultura de la Nación, a cargo de Leonardo Cifelli, que a partir de la semana próxima pasaría en forma oficial a la órbita de la Secretaría General de la Presidencia, que lidera Karina Milei. El traspaso se haría en dos etapas, según pudo saber La Nación.

“En estos días el mundo autoral y la sociedad en general se han enterado de que la entrega de los premios que correspondían a Letras (poesía), Artes escénicas (texto dramático), Ensayo político y psicológico, así como a Música (tango y folklore) y Producciones estéticas contemporáneas (ensayo curatorial) del período 2019/2022 se ha ‘suspendido’ -se lee en el comunicado de la UEE, que preside el escritor Marcelo Guerrieri-. Y el argumento ofrecido es, cuanto menos, pueril. Porque casi un año después no se puede achacar la imposibilidad de concretarlo al ‘desorden que dejó la gestión anterior’. Además, la convocatoria para el año que viene brilla por su ausencia. ¿No es esto, sencillamente, motosierra?”.

Integran la UEE más de 250 socios, entre otros, los escritores Claudia Piñeiro, Enzo Maqueira, Débora Mundani, María Inés Krimer, Luisa Valenzuela, Claudia Aboaf, José María Gatti y Tatiana Goransky.

Desde el Gobierno adujeron que el retraso en la entrega de los Premios Nacionales se debía, en parte, a que todos los jurados de la categoría de Ensayo político habían renunciado tras el cambio de gestión. Sin embargo, trascendió que los jurados de todas las categorías ya fallaron y que solo resta entregar los premios. Los ganadores de los primeros premios de cada área, a partir de los 60 años, reciben una pensión equivalente a cinco jubilaciones mínimas.

“Al menos, el filo de esta herramienta ya viene cortando con mano diestra en la cultura y el arte -prosigue el comunicado acerca de la motosierra libertaria-. Nada más que para señalar unas pocas decisiones, recordemos que la Secretaría de Cultura abandonó su presencia en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires mientras que la Cancillería aprobó una suma irrisoria al Programa Sur que subsidia traducciones y desertó de la contratación del stand argentino de la Feria Internacional del Libro de Frankfurt”.

La UEE anticipa, además, que la Argentina tampoco tendrá presencia oficial en la 38° Feria Internacional del Libro de Guadalajara, una de las más importantes de Iberoamérica, que se realizará entre el 30 de noviembre y el 8 de diciembre. La Argentina fue país invitado de honor en 2014 y, este año, Gabriela Cabezón Cámara recibirá en Guadalajara el Premio Sor Juana Inés de la Cruz con su novela Las niñas del naranjel.

La importancia de Guadalajara
“En pocos días la Cancillería dará otra mala noticia, porque debería estar contratando el montaje del stand en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, cosa que tampoco hará -sostiene la UEE-. Lo cual resulta aún más grave que la deserción en Frankfurt, ya que para los autores y títulos argentinos, Guadalajara tiene mayor dimensión y potencial de proyección. En ella se negocian más acuerdos de derechos, coediciones y exportaciones físicas y, como despliega un importante programa cultural, permite a escritoras y escritores locales participar de presentaciones, mesas redondas, conferencias, recitales”.

En 2023, escritores y editores viajaron a Guadalajara con apoyo de Cancillería. A su vez, gracias a la coordinación de la Agencia Argentina de Inversiones y Comercio Internacional, catálogos de veinticuatro sellos locales se pudieron exhibir durante el encuentro.

Fuentes de Cancillería confirmaron a LA NACION que no habrá delegación oficial. Solo viajarán a Guadalajara dos escritores argentinos: Cabezón Cámara (invitada por los anfitriones) y Carlos Aletto, que participará de dos eventos con otros narradores latinoamericanos. La escritora argentina residente en México Gisela Antonuccio presentará el 7 de diciembre su segunda novela, Hermanas, publicada por Hachette.

Cabe aclarar que los organismos que tramitan la presencia argentina en la FIL de Guadalajara son la Dirección de Asuntos Culturales de Cancillería, a cargo de María Alejandra Pecoraro, y la Agencia Argentina de Inversiones y Comercio Internacional, a cargo de Diego Sucalesca, que compartió escenario con Milei en la obra teatral El consultorio de Milei. Pecoraro y Sucalesa responden a Karina Milei, no por nada bautizada “El Jefe” por su hermano el Presidente.

Por último, la UEE anticipó que iniciará reclamos por las vías correspondientes “para que se regularice el llamado a los Premios Nacionales en particular y, como parte del amplio campo cultural, compromete sus esfuerzos para revertir las políticas de ajuste contra el sector”.