La semana pasada
Héctor Pavón entrevisto para
Ñ Digital a la filóloga española
Carmen Montes, quien tradujo al castellano casi todos los libros de la serie Wallander, del escritor sueco
Henning Mankell.
Allí, entre otras cosas, ella dijo: ""El mundo de la traducción literaria es muy escabroso y cuesta mucho entrar bien".
"Mankell sugiere las preguntas adecuadas
para acercarse al conocimiento"
Las obras de Henning Mankell han merecido una traducción a la altura de sus significativos relatos, tanto los policiales como los llamados humanistas. Muchos de sus libros, en el momento de ser trasladados al español cayeron en las manos inteligentes de la traductora Carmen Montes.
En esta entrevista Montes nos cuenta detalles de su formación y de la forma en que afrontó cada texto de Mankell. Ha traducido casi todos los libros de la serie Wallander (incluyendo
El hombre inquieto), algunas de las serie africana y también otras novelas que el escritor sueco ha publicado en editorial Tusquets. Filóloga y traductora, también explica en esta entrevista las peculiaridades de traducir del sueco al español.
–¿Cómo aprendió sueco, cómo se vinculó con la cultura escandinava?
–Lo aprendí en Suecia y lo aprendí traduciendo. Estuve viviendo en Estocolmo. Cuando llegué no conocía el idioma y no podía matricularme en ningún curso. Entré en una librería y vi una novela que se llamaba Ifigenia , y pensé que bueno, que Ifigenia sí sabía quien era, así que la llevé, me compré un diccionario y una gramática y empecé a traducir, y así aprendí sueco. Traduciendo.
–¿Y qué dificultades en particular le puede provocar llevar el sueco al español?
–Las dificultades casi nunca son de lengua. Es decir, la tarea del traductor y la pelea del traductor es siempre con la lengua, pero curiosamente todas las lenguas tienen formas de decirlo todo, de expresarlo todo. Sin embargo, cuando se trata de traducir cultura, de traducir referentes culturales, traducir una mentalidad, de manera que el lector hispanohablante la perciba, aunque le sea ajena, y la perciba además como ajena, esa sí era una gran dificultad. La sociedad sueca es una sociedad que se compone de silencios... Suecia es un país muy silencioso en todos los órdenes. Sin embargo aquí, en España, somos más ruidosos. ¿Qué ocurre?, que no prestamos atención a los sonidos con la misma intensidad con que lo hacen ellos. Y por ejemplo, ése es un campo semántico, el campo semántico de los sonidos, en todas sus manifestaciones, que es muy difícil de traducir, porque ellos tienen una precisión matemática, quirúrgica de la expresión de los sonidos. Otro ejemplo, los paisajes: la atmósfera de los paisajes en las distintas estaciones del año a las cuales ellos son más sensibles, están más atentos a los cambios estacionales. Esto ocurre sencillamente porque lo ven, lo viven mucho más, con mucha más intensidad, son más conscientes de la naturaleza que los que estamos aquí; y da igual que vivan en la ciudad, que sean urbanitas, ¿no? Viven muy unidos a la naturaleza. Y ése es otro ejemplo, otro campo semántico complejo de traducir; los términos de la naturaleza, de los animales, las plantas, los sonidos de los animales, los cantos de los pájaros, el sonido del agua cuando está medio congelada, o congelada entera en la superficie, pero fluye líquida por debajo. En fin, son unos matices tan precisos que cuesta trabajo reproducirlos.
–¿Cómo llegó al mundo de Henning Mankell?
–Pues fue la diosa Fortuna porque yo no había traducido nada más que un cuento de un gran autor sueco, clásico, de los años 40, Stig Dagerman, que se había publicado en la revista
Quimera, y no contaba con una trayectoria de la que hablar ni la de que presumir como traductora literaria, pero una profesora de sueco de la universidad de Barcelona me recomendó a la editorial, y la editorial se puso en contacto conmigo, me pidieron una prueba, les gustó, y así empecé.
–¿Cuál fue el primer libro que tradujo de Mankell?
–El primer libro que traduje fue
Comedia infantil . Un libro de la serie africana, un libro entrañable, tierno, muy triste pero también muy irónico, con esa mezcla de la que Mankell es maestro en realidad, de dosificar muy bien la ironía, el desespero, la desesperanza profunda y la risa y... a veces, a veces la felicidad, pero sólo a veces, es bastante pesimista pese a todo. Y ésa fue la primera; un libro de la serie africana.
–Y desde entonces, ¿cuál ha sido el libro que le ha causado mayores dificultades?
–Quizá el que más dificultades traductológicas me causó fue
Profundidades, porque tenía una cantidad considerable de vocabulario técnico. Cuando se está traduciendo literatura y uno se topa con un submarino nuclear, la traducción deja de ser literaria para ser técnica. Y ahí me ocurrió esto. Los grados militares son problemáticos y esta novela versaba precisamente sobre la vida y las vicisitudes de un capitán de la marina sueca del siglo XlX. Es decir, no eran solamente rangos militares, que casi nunca son equivalentes, o que con mucha frecuencia no lo son, sino que encima eran históricos; con lo cual algunos habían desaparecido, y bueno, fue difícil encontrar las equivalencias.
–¿Qué ha representado para usted traducir otro tipo de libros como Profundidades
o Zapatos italianos,
más allá de estas dificultades técnicas que ha señalado?
–Bueno, es otra dimensión de Mankell, son como otras interpretaciones de la misma partitura. Mankell tiene en mente unos temas muy concretos, inquietudes y cuestiones que le interesan siempre. Pues casi como al ser humano en general, ¿no?, que llevamos 3.000, 4.000 ó 5.000 años dándole vuelta a las mismas cuestiones, que son tres o cuatro en definitiva. Eso mismo le ocurre a Mankell. Esas novelas son otra manera de aproximarse, de adentrarse en la naturaleza humana y en lo que la inquieta, lo que la amarga, y lo que la corroe, y lo que le procura felicidad también. Pero para mí fue muy interesante.
Comedia infantil, que es una novela de la serie africana, también es exponente de su compromiso solidario y social tan conocido y encomiable.
–
Usted siempre menciona, en las primeras páginas de los libros traducidos, que el tuteo entre desconocidos es algo común en Suecia a diferencia de otros países, ¿verdad?
–En realidad no es una nota mía, es una nota de la editorial, porque cuando yo empecé a traducir a Mankell, me habían precedido otras colegas en esa tarea, y ellas advirtieron el hecho de que en Suecia lo que prima, lo que se utiliza entre desconocidos es el tuteo; y la editorial decidió mantener ese rasgo sociológico que lo es; pero no sólo es un rasgo sociológico, es también un rasgo lingüístico. Es decir, el sueco actual carece de una forma para el trato de cortesía como la del español. Hasta el siglo XIX coexistieron de modo residual dos formas, el trato en tercera persona, que expresaba distancia y respeto, y el trato con la segunda persona del plural, el equivalente a nuestro «vosotros» (erróneo, como señalaba ya en el siglo XIX la Real Academia Sueca de la Lengua), que indicaba distancia y superioridad social por parte de quien lo usaba. Es decir, es despectivo, y en una sociedad socialdemócrata como la sueca eso era insostenible y llegó un momento en que casi por decreto, no fue exactamente por decreto pero casi, fue una decisión política que se adoptó, se suprimió el uso del ni («vosotros») como trato supuestamente de cortesía. Esto sucedió en los años 50 y 60. Al mismo tiempo se eliminó el trato de cortesía en tercera persona porque complicaba terriblemente la comprensión. Es decir, cuando el interlocutor es un inspector y el hablante le pregunta «¿Cree el inspector que el inspector llegará a tiempo?» en una lengua en la que, además, hay que expresar el sujeto siempre, necesariamente, llega un momento en que se entorpece la comprensión. De modo que se eliminó, sencillamente, y, salvo a los reyes de Suecia, se tutea a todo el mundo.
–¿Cómo vivió usted los cambios de la serie Wallander, desde la aparición de Linda Wallender hasta la despedida del inspector?
–Pues en lo profesional fue un poco caótico, porque en España no se publicaron los libros por orden cronológico y a veces se remitía a sucesos, a personajes que habían fallecido incluso. Pero al final, cuando has traducido tanto a Mankell y en concreto a Wallander, a veces todas las novelas se funden en una, es un
continuum de peripecias del personaje y la mente las ordena según una sucesión armónica. Pero en lo personal fue curioso, porque llega un momento en que te sientes amiga del personaje, te sientes cercana; sus reacciones a veces te irritan, te sorprendes reaccionando precisamente a sus salidas de tono, a su desidia, a su pereza, a su tozudez. Aunque en realidad no eres muy consciente de este hecho hasta que, de repente, te dicen que ya no hay más, que se acabó Wallander. ¿Cómo que se acabó Wallander? Y no te lo puedes creer, porque para ti es un ser tan vivo, tiene tanto peso específico, es tan humano, demasiado humano, es un personaje con el que el lector puede dialogar, un socialdemócrata recalcitrante, un policía que se asusta, que agarra temeroso la pistola, ¿no? Claro que sentí pena cuando me dieron la noticia: "Bueno, ya no hay más Wallander". Y después, cuando llegó
El hombre inquieto , me sorprendí... pues casi dando un salto de alegría; dije "¡Hombre!, Wallander otra vez". Claro, me alegró reencontrarme con él. Y fue verdaderamente un reencuentro muy entrañable, como reencontrar a un amigo al que creía perdido. Y sinceramente, me entristeció mucho la despedida de Wallander. Pero Mankell es siempre fiel a sí mismo y es muy consecuente, y ahí también lo fue, claro.
–¿Qué ha significado para usted, y también en lo personal y en lo profesional, traducir a Mankell?
–Pues en lo profesional, yo casi diría que ha significado todo. El mundo de la traducción literaria es un tanto escabroso y proceloso y cuesta mucho entrar y cuesta mucho entrar bien. Mankell y Tusquets me abrieron la puerta al mundo de la traducción literaria, pero la puerta grande. Y en lo personal... Bueno, lo que siempre aporta el conocimiento de un autor, o el contacto, aunque no sea tan profundo como en mi caso con Mankell, pero el contacto con un autor que tiene tanto que decir o tanto que cuestionarse sobre la verdad. Cuando uno lee, o por lo menos yo, cuando leo, busco verdades, busco respuestas y también preguntas, me busco a mí misma –supongo que le ocurre a muchos lectores– en las similitudes y en las diferencias, y yo creo que Mankell lo consigue. Mankell consigue sugerir, siempre con la mayor humildad, las preguntas adecuadas para acercarse al conocimiento. De modo que en lo personal creo que he crecido mucho también con él y con Wallander.