Doctor
en Filología Inglesa por la
Universidad de
Granada (1983) y M.A. en Enseñanza de Inglés como Lengua Extranjera, por la New York University (1985), Juan Jesús Zaro es catedrático en el Departamento de Traducción e
Interpretación de la Universidad de Málaga. Autor de varios libros, entre los que
destaca uno dedicado a las traducciones de William Shakespeare, ha publicado
recientemente el texto que se reproduce a continuación, incluido como Capítulo
4 del libro Traducción,
política(s), conflictos: legados y retos para la era del multiculturalismo (Granada:
Comares, 2013). de M. C. C. Vidal
Claramonte y M. R. Martín Ruano (eds.). Dadas sus dimensiones, se ofrecerá en
este blog a lo largo de varios días. Esta primera parte pone el acento
fundamentalmente en algunas traducciones latinoamericanas de Shakespeare.
Entendemos que, dada la naturaleza de muchas de las afirmaciones vertidas en
este artículo –detrás de las cuales se adivinan relecturas e
interpretaciones sobre lo que han dicho pública y privadamente muchos de los
frecuentes colaboradores de este blog– habrá mucho para discutir.
El «desafío» austral: las relaciones
entre
las industrias traductoras argentina y
española
Este trabajo está basado en
los sucesivos viajes que he llevado a cabo a la República Argentina
durante los últimos 10 años, en las conversaciones que he entablado a lo largo
de todos estos años con amigos y colegas argentinos traductores, profesores y
especialistas en traducción (sobre todo literaria o ensayística; no me voy a referir
a otros tipos de traducción), y en el seguimiento que procuro hacer a los
medios de comunicación argentinos desde
España.
Parto de la constatación de
que la Argentina
es hoy el cuarto país del mundo con el castellano como lengua oficial en número
de hispanohablantes, a muy poca distancia de España, que actualmente es el
tercero después de México y Colombia. Parto también de la evidencia de que la República Argentina
es un país con una tradición traductora que se remonta al final del siglo XIX (1) y que,
con momentos de esplendor y declive, se ha mantenido hasta la actualidad. Esta tradición
la diferencia en gran medida de México y, sobre todo, de Colombia, los otros
dos grandes países hispanohablantes, y por supuesto de la población
hispanohablante de los Estados Unidos de América, y sin embargo la acerca a
España de una manera muy concreta. Podría decirse, sin temor a equivocarnos mucho,
que España y Argentina son hoy los dos únicos países del hemisferio hispano que
poseen una industria traductora sólida, activa y arraigada en sus respectivas
sociedades.
Una industria de la
traducción en la que, en sucesivos períodos históricos, a uno y otro lado del
Atlántico, han participado conjuntamente traductores argentinos y españoles. Y
una industria, también, como veremos, cuya lengua de traducción ha sido puesta
en cuestión, con mayores o menores matices, en el otro país receptor, esto es,
la argentina en España y la española en Argentina.
Pero también estas dos
industrias de la traducción se han ido desarrollando de manera separada: las
dos han ocupado posiciones de supremacía en épocas concretas, al igual que posiciones
secundarias dentro del extenso universo hispanohablante. Hay que resaltar la
singularidad de este hecho, que no tiene parangón en ninguna de las lenguas
occidentales importantes que conocemos. En el caso del portugués, las dos
principales variedades, la brasileña y la peninsular, se «armonizaron» por
decreto en 2008, viéndose obligado Portugal, que fue el país que más perdió en
la unificación, a aceptar un 1,5% de palabras brasileñas. Y, hoy en día, cuando
el período de transición llegó a su fin aparentemente el portugués utiliza para
traducir un único código escrito, las cosas no parecen funcionar del todo bien.
La serie «Harry Potter», por ejemplo, ha tenido dos versiones, una brasileña y
una peninsular. En el caso del inglés, una lengua que traduce muy poco, no
existe rivalidad entre las pequeñas industrias traductoras del Reino Unido y de
los Estados Unidos, que parecen complementarse casi perfectamente.
Según mi experiencia, los
británicos suelen leer traducciones hechas en su país, mientras que los escasos
norteamericanos que leen traducciones, que son una minoría intelectual, no sólo
no ponen objeciones a leer inglés británico sino que valoran este hecho como un
atractivo adicional que las hace más interesantes. En el del francés, la supremacía
de la industria traductora de Francia sobre los demás países francófonos parece
asegurada para mucho tiempo. Es verdad que territorios francófonos como Québec
han reivindicado, a veces de manera exigente y combativa, un espacio propio en
el mundo de la traducción hacia el francés; lo cierto es que, en términos de
población y de influencia cultural, la traducción en Québec no puede, al menos
de momento,competir con la de la metrópoli.
Pero anticipemos aquí,
brevemente, (y volveremos a ello después) que, a diferencia de Francia o de
Reino Unido, España, por razones históricas, no goza como antigua potencia
colonial en los países hispanoamericanos del mismo prestigio cultural que estos
dos países europeos en Québec o Estados Unidos respectivamente.
Para ilustrar lo que está
sucediendo en estos momentos en el ámbito de la lengua castellana y de la
traducción en Argentina, voy a utilizar cuatro noticias recientes. Una, la
primera, es una novedad bibliográfica, mientras que las otras tienen un
carácter heterogéneo pero nos van a ayudar a percibir el estado de la cuestión.
La primera está relacionada con una nueva traducción de Shakespeare aparecida
recientemente en la
Argentina.
Durante muchos años, la
rica tradición traductora de Shakespeare en Latinoamérica, y en concreto en
algunos países como México, Chile, Uruguay, Costa Rica y, por supuesto,
Argentina, ha sido, y sigue siendo, prácticamente invisible en España. Estas
traducciones, o no eran distribuidas en las librerías españolas, o lo eran en
cantidades mínimas que pasaban prácticamente desapercibidas. En México destacan
por ejemplo las traducciones de la profesora María Enriqueta González Padilla,
publicadas por la
Universidad Nacional Autónoma. En Uruguay, país con una rica
y refinada tradición teatral, merece la pena destacar, entre otras, la
traducción de Twelfth Night (Noche de Reyes) del conocido intelectual y
profesor Emir Rodríguez Monegal, así como las muy notables, más recientes, de
Idea Vilariño, publicadas por Losada. En Chile, además de traducciones menos
conocidas, podemos citar Romeo y
Julieta de Pablo Neruda o Lear Rey & Mendigo de Nicanor Parra, sólo publicada en España
tras la concesión del premio Cervantes de 2011 al escritor chileno (2).
Otros intentos recientes y
loables de popularizar traducciones de Shakespeare realizadas desde
Latinoamérica, como la colección de la editorial panamericana Norma titulada
«Shakespeare por escritores», dirigida por el conocido traductor argentino
Marcelo Cohen, que ha publicado más de veinte obras, tampoco han sido
distribuidas en España, a pesar de encontrarse entre ellas traducciones tan
meritorias e interesantes como Hamlet
del español exiliado en México Tomás Segovia, Macbeth del chileno Armando Roa, Cimbelino del argentino César Aira o la selección de Sonetos traducidos por el colombiano
William Ospina, al lado de otras, a mi juicio menos conseguidas.
La originalidad de este
proyecto estriba en que pretende utilizar precisamente un castellano «neutro» o
«general», alejado de una excesiva literalidad y tan sólo salpicado de matices
dialectales correspondientes a los distintos países de la América hispana de los que
proceden los traductores. Un español «híbrido», «compromiso entre el español
clásico y formas clásicas del respectivo idioma local» (Pomeraniec 1999). Quizá
un ejemplo señero sea la traducción de Omar Pérez de As You Like it titulada Como les guste (1999). Esta traducción
incluye, además de la tercera persona del plural en el título, palabras
americanas como «nomás» (p. 103), «entremetido» (p. 83), «sabrosura» (p. 75),
«papaya» (p. 60 por «vaina de guisantes») o «guisaso» (palabra cubana por
«arbusto», p. 42). Estas palabras no dejan de constituir una anécdota en medio
de una notable traducción que no se aleja, por lo demás, de utilizar un
castellano perfectamente comprensible a este lado del Atlántico.
Volviendo a la Argentina , las primeras
traducciones de Shakespeare se remontan a finales del siglo xix. Como en el
caso de España, Shakespeare se populariza en el país en gran medida a través de
las óperas representadas por compañías italianas cuyos libretos se basan en
obras de Shakespeare. Son dignas de mención las traducciones de Mariano de
Vedía y Mitre (Sonetos y Venus y Adonis), Miguel Cané (Enrique IV), y Patricio Canto (Hamlet) y, mucho más recientemente, las
de los traductores Rolando Costa Picazo, publicadas por la editorial Colihue;
las de Pablo Ingberg, Cristina Piña y Delia Pasini, publicadas por Losada, y
las de Miguel Ángel Montezanti, al que volveré más adelante. Y es precisamente
en Argentina donde encontramos traducciones más «rupturistas» con respecto a la
norma escrita del castellano «peninsular» (3). La primera muestra escrita de
esta tendencia en la historia de las traducciones de Shakespeare en Argentina
parece ser, a falta de más datos, la de Hamlet
efectuada por el crítico y escritor Rafael Squirru en 1976, si bien es
muy posible que, en el marco general de las obras teatrales y de las traducciones
no publicadas y destinadas directamente a la escena, como lo era ésta, esta
ruptura venga produciéndose desde hace mucho más tiempo (4).
Reproducimos a continuación
el comienzo de la obra:
Bernardo: ¿Quién va?
Francisco: No, contestame a mí; alto y descubrite.
Bernardo: ¡Viva el Rey!
Francisco: ¿Bernardo?
Bernardo: Soy yo.
Francisco: Llegás muy puntualmente a tu hora.
Bernardo: Acaban de dar las doce; andá a dormir, Francisco.
Francisco: Muchas gracias por este relevo; hace un frío cruel y me siento
deprimido.
Bernardo: ¿Has tenido una guardia tranquila?
Francisco: Ni un ratón se ha movido.
Bernardo: Bien, buenas noches. Si te encontrás con Horacio y Marcelo, mis
compañeros
de guardia, deciles que se apuren.
Francisco: Me parece oírlos. ¡Alto! ¡Eh! ¿Quién va?
Esta traducción, que está
destinada a la escena y de hecho fue representada en su momento, emplea la
variedad oral del castellano empleada en Argentina y Uruguay y conocida como
«rioplatense», pero únicamente en el empleo del pronombre «vos» y de verbos
compatibles con él. Hago aquí un pequeño inciso para hablar de esta
característica.
Hasta bien entrada la
década de los 70, el voseo era considerado todavía una desviación de la
correcta dicción del castellano y, de hecho, la Academia Argentina
de Letras no recomendó su empleo de forma regular hasta 1982 (Ramírez Gelbes
2011:566). Américo Castro (1971: 122) señaló que el «voseo» surgió en la Argentina de la época
del tirano Rosas, época en la que «Buenos Aires fue dominado por la más baja canalla
y por asesinos de toda clase; se olvidaron las maneras finas y educadas y se arraigaron
formas plebeyas de hablar que duran hasta hoy («vos tenés», «vos sos», etc.)».
La irrupción y legitimación del voseo y de sus formas verbales en la lengua escrita
comenzó por la publicidad, donde hoy es la norma. Se trata, por tanto, de un fenómeno
relativamente reciente, que da idea de un aspecto quizá poco considerado en
España: la drástica separación entre lengua hablada y escrita que lleva
aplicando el castellano argentino, en mayor o menor grado, prácticamente desde
la independencia del país.
En la «Introducción» (p.
13), Squirru no hace la menor alusión a este hecho y sin embargo reconoce
explícitamente su deuda con la versión de Hamlet
del polígrafo español Luis Astrana Marín con las siguientes palabras:
Esta traducción ha utilizado como referencia permanente la de Luis Astrana
Marín, editadapor Aguilar, Madrid, 1949, en su novena edición. Si bien es
cierto que esta traducción resulta un tanto anacrónica y de un castellano que
mal se adapta al oído latinoamericano que yo he procurado servir, también es
cierto que en su literalidad resulta un valioso documento de referencia. Cuando
Astrana coincide con exactitud en un vocablo, no he buscado uno diferente para
ser distinto, sino que he aceptado su palabra y su giro.
Es difícil encontrar el
voseo en otras traducciones de obras teatrales publicadas en Argentina en
fechas cercanas al texto de Squirru, ni siquiera en las traducciones de «Norma»
hechas por traductores argentinos (como la de Cimbelino de César Aira).
Sin embargo, la
publicación, el año pasado, de una nueva traducción del traductor y profesor
argentino Miguel Ángel Montezanti de los Sonetos
de Shakespeare titulada Sólo vos sos vos
ha puesto de relieve de nuevo este asunto. Se trata de otra traducción al castellano «rioplatense»
en versos endecasílabos largamente anunciada, si bien, en esta ocasión, estamos
ante un texto cuyo fin principal es la lectura, y de ahí su novedad.
Montezanti es ya autor de
otra traducción de los Sonetos
publicada por la
Universidad Nacional de La Plata en 1987 y editada de nuevo en 2003 (Buenos
Aires: Longseller) realizada según «cánones más ortodoxos», según él mismo
refiere en el prólogo del libro recién publicado. Es decir, ajustada a la norma
literaria «peninsular», sin apartarse de la tradición que han seguido hasta
ahora la mayoría de los traductores argentinos de Shakespeare (por ejemplo,
Vedía y Mitre o Jofré en los Sonetos y los ya mencionados Cané, Ingberg o Costa
Picazo en las obras dramáticas).
No resulta frecuente que un
mismo traductor produzca dos versiones tan distintas de una misma obra. En
esta, a diferencia de la anterior, Montezanti recurre también al voseo y a las
conjugaciones verbales que implica su uso. Pero no es el único elemento de la
variedad rioplatense que se incluye ni, probablemente, el más importante: entre
otros procedimientos utilizados se encuentran el empleo deliberado de
monosílabos, pronombres pleonásticos, dativos éticos, diminutivos y un gran
número de términos y frases coloquiales. Reproduzco aquí, a título de ejemplo,
la traducción del Soneto 14:
No saco mi saber de las
estrellas
aunque un poquito sé de
astronomía:
no es anunciar la buena o
mala estrella
ni plagas ni mudanzas ni
sequías.
No me le atrevo a profecía
alguna
marcando a cada cual su
trueno o hielo
ni a los príncipes canto la
fortuna
por una asidua observación
del cielo.
Son tus ojos más bien los
que me apuntan
y veo en esos astros tal
constancia
que belleza y verdad
triunfarán juntas
si prestás atención a tu
abundancia
O bien te pronostico, y vos
fijáte,
tu muerte es de las dos fin
y remate.
Montezanti justifica
teóricamente su modo de proceder amparándose en el concepto de «parodia» o
«auto-parodia» que ha guiado algunas traducciones de los Sonetos a otras lenguas; por cierto, ninguna de ellas, que sepamos,
al castellano. Quizá sea una justificación innecesaria, válida exclusivamente
desde el punto de vista universitario y académico. He podido comprobar
personalmente la cálida acogida que el público argentino ha dispensado a esta
versión de los Sonetos (5). Es posible
que, desde España, consideremos esta traducción ante todo como un experimento,
audaz e inédito (no olvidemos aquí la tradicional renuencia del castellano
escrito, a ambos lados del Atlántico, a reproducir el castellano hablado), pero
lo cierto es que en Argentina adquiere otros matices que, desde este lado del
Atlántico, no podemos pasar por alto: allí se subraya el carácter híbrido,
cercano, entrañable y doblemente irreverente del texto, que cuestiona tanto la
supuesta intangibilidad de los versos de Shakespeare como la de la norma
escrita procedente de España. Con decisiones como la de Squirru o la de
Montezanti, el coloquial «voseo» se convierte así en elemento clave de una lengua
literaria «transculturada», siguiendo el conocido concepto del uruguayo Ángel Rama,
a la que Montezanti legitima al utilizarla en la traducción de una obra de un escritor
del prestigio de Shakespeare. Según Rama (1983: 42), esto ya había sucedido antes
en la literatura de creación. El factor lingüístico, junto con la estructuración
literaria y la cosmovisión constituirían los tres elementos que caracterizan a
la moderna novela sudamericana en castellano y la separan definitivamente del
modelo peninsular:
(Esta transculturación) es visible en uno de los mejores exponentes
del cosmopolitismo literario, en el Julio Cortázar que unifica el habla de todos los
personajes de Rayuela, sean argentinos
o extranjeros, mediante el uso de la lengua hablada de Buenos Aires.
La traducción de Montezanti
es, además, una «retraducción activa» (Pym 1998: 82), al haber surgido en
contraposición a otras traducciones del mismo texto contemporáneas o cercanas
en el tiempo, como las muy recientes de Christian Law Palacín o Andrés
Ehrenhaus, ambas publicadas en 2009, pero, sobre todo, a su anterior versión de
1987. El propio traductor ha calificado su nueva versión como «una señal de madurez» (6), frase que
podría parafrasearse diciendo que se trata de una muestra inédita de confianza en las
posibilidades de la variedad rioplatense. Es verdad que esta traducciónpodría compararse, evidentemente con muchos matices, a la que en 1978, Michel Garneau
hizo de Macbeth al quebequés,
ampliamente citada en la literatura de los estudios de traducción, con la
salvedad de que, en este caso, el recurso a la variedad lingüística local fue
uno de los elementos que utilizó el traductor canadiense para «tradaptar» la
obra e inscribirla en la agenda nacionalista de este territorio francófono.
NOTAS
(1) Con destacados nombres como Leopoldo Lugones o Baldomero Sanín Cano, además de los traductores de Shakespeare del siglo xix citados más adelante.
(2) En N. Parra, Obras completas. Barcelona: Círculo de lectores, 2011.
(3) Aunque no es una denominación afortunada, la utilizo aquí por ser aquella que, por lo general, se utiliza para designar a la variedad lingüística española del castellano en Argentina.
(4) Algunos traductores argentinos han expresado abiertamente su oposición a este modo de traducir. Por poner un ejemplo, Mirta Rosenberg y Daniel Samoilovich (2000: 12-13) dicen en el prólogo a su traducción de The History of Henry the Fourth (part 1): «La voluntad de no presentar un Shakespeare arcaizante, ni banalmente modernizado, ni naturalísticamente coloquial, ni artificioso cuando a menudo es asombrosamente directo, ni absurdamente virado a un lenguaje local rioplatense (…): todas esas exigencias sumadaspodrían paralizar a cualquier traductor.»
(5) Véase, por ejemplo, la reseña de Solo vos sos vos de Dolores Gil aparecida en Ñ. Revista de Cultura el 26/03/12: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/resenas/William-ShakespeareSolo-vos-sosvos_0_670733112.html.
(6) Ver
http://www.ustream.tv/recorded/15421623, minuto 12.