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lunes, 11 de septiembre de 2023

“Trabajo en una arraigada incertidumbre”

El pasado 8 de septiembre, el diario La Capital, de Mar del Plata, publicó un artículo firmado por Carla Duimovich, a propósito de Corinna Gepner (foto), traductora francesa y autora de Traducir o perder pie, un nuevo libro sobre traducción literaria, esta vez vinculado a la propia vida de la autora.

Un ensayo de Corinna Gepner entrelaza la traducción con su propia historia

Sin duda, Traducir o perder pie (2022) es un gran libro, el primero como autora de Corinna Gepner. Ahonda en el arte de la traducción como parte de un tejido personal, vital, ancestral, que entrelaza la traducción literaria con su propia historia, la de su propio presente. Con simpleza poética, breve, apaña a las dificultades como parte del proceso de aceptación de la pérdida. El ensayo insiste tanto en la traducción como en la búsqueda misma de la identidad, de lo que se le dice la propia voz, de una subjetividad única y consciente al momento de acercamiento a la obra.

“¿Acaso podemos aprender a nadar sin querer renunciar a hacer pie?”, se pregunta Gepner en Traducir o perder pie, publicado en Argentina por EME, como parte de la colección Madriguera, en un edición bellísima con traducción de Elina Kohen. Un libro de cabecera, de oficio, para traductores, pero también para lectores y escritores de todo género.

Hay magia en lo que escribe Gepner, traductora de autores como Stefan Zweig, Klaus Mann, Erich Kästner, Michael Ende, Katharina Hagena, Vea Kaiser, Christian Kracht, entre otros.

Su vida como traductora la comparte con la docencia en la Escuela de Traducción Literaria de Asfored. Desde el 2016 hasta la llegada de la pandemia, fue presidenta de la Asociación de Traductores Literarios de Francia, año en el que ganó el Premio de Traducción Eugen Helmlé 2020. “Actualmente, integra el comité editorial de la colección Contrebande, en La Contre Allée, una de las editoriales francesas más interesantes del sector independiente”, figura en la página de autor de EME. Su primera traducción, como cuenta ella misma en su libro, fue sobre una obra de Kafka.

El libro está dedicado a sus abuelos y bisuabuelos, muy presentes a lo largo del ensayo, de quienes toma sus experiencias para encontrarlas y traducirlas a una historia más grande, familiar, colectiva. Consecuente a ello, sus páginas contienen fragmentos en alemán, en francés y (para nosotros) en español. “Trabajo en una arraigada incertidumbre”, escribe Gepner. Y dispara: ¿qué traduzco? ¿Por qué quiero traducir? Traduzco aquí, ahora, pero no traduzco solo el aquí y ahora. Traduzco también río arriba, dice. Corinna traduce la preguerra y la guerra; a Polonia, Francia y Berlín; a su abuelo materno, a su abuela materna, a la ausencia de los abuelos paternos, primero, y a su presencia, después. Una polifonía revuelta, un coro de acentos, aciertos, errores, violencias, vértigos, amores y, al fin, la distancia en relación al deseo del otro para traducir el propio.

“No estoy sola cuando traduzco. Traduzco a un otro, a otros, traduzco para otros. También traduzco, lo quiera o no, mi época, su historia lejana o inmediata, cierto estado de la lengua, un horizonte de lectura. Y con ello, me inscribo en mi mundo, en mi tiempo (…) vuelvo sobre el hecho de que es historia lo que traduzco, la de mi época, la de mi familia. Aquella anterioridad infunde mi lengua, le infunde afecto, afección, amor, nostalgia, tristeza, revuelta, quién sabe qué más”.

Frente a la pregunta “¿cuánto es aceptable perder cuando traducimos?”, no encontramos respuesta, no vemos a través del cristal, solo hay espejos. La autora narra su experiencia en relación con el momento del acercamiento a una obra y cómo elige la práctica de traducción sin haber tenido lectura previa del texto, sino acercándose al escritor desde la escritura misma, pensando mientras se hace: no tengo por maestro más que al propio texto. Es él el que me orienta, me desafía, me desorienta, me vuelve a encaminar, me engaña, me inspira. Es una cuestión de confianza. Confianza en sí y en el otro, en lo que resultará del encuentro.

Entregarse, que no es en absoluto una actitud pasiva. Eso sí, con decenas de diccionarios que utiliza como si fueran muletas, aclara. Es un oficio que propone reflexión, constante reaprendizaje, interrogación del deseo, deconstrucción, asimilación y, finalmente, creencia. Gepner dice que a veces la traducción funciona como canalizador de la angustia frente a la paradoja, frente a nuestras obsesiones, a nuestras pesadillas, traducir como si no supiéramos qué sigue, dice.

Este es un libro que aborda con inmensa sensibilidad un oficio invisibilizado a lo largo de la historia, que merece el lugar que le corresponde. Una obra bellísimamente traducida al español por Elina Kohen, que al leerla se siente asertiva, audaz, sólida, con un refinamiento por la lengua que le aporta a la obra de Gepner una versión a la altura.


(*) En relación a la historia de la traducción latinoamericana, recomiendo la edición de Revista Sur (pionera en este y tantos otros aspectos) en su número 338 -339 titulado “Problemas de la traducción”, dirigida por Victoria Ocampo, gran traductora argentina.

jueves, 6 de abril de 2017

Sobre la situación de los traductores en Francia

La siguiente nota de Nicole Vulser (que aquí se ofrece en traducción del Administrador) apareció el 23 de marzo pasado curiosamente en las páginas de economía del diario Le Monde. En la bajada se lee: “Incluso si el Salón del Libro de París, que dura hasta el 27 de marzo, les hizo un lugarcito, el sector de la traducción sigue siendo económicamente muy frágil”.

Si bien la nota habla de lo comparativamente bien pagos que están los traductores franceses, se sabe que los alemanes ganan más. También que lo que desde la distancia parece mucho es en realidad muy poco si se considera el salario mínimo francés. De hecho, en el mencionado Salón del Libro hubo una manifestación de protesta de los traductores franceses, cuyo ejemplo sería interesante se adoptara en el resto de las ferias del libro. De hecho, en abril, en Buenos Aires, tenemos una. ¿Quién sería capaz de organizar a los traductores literarios para algo así? ¿La AATI?

Los traductores, parientes pobres de la literatura

“¿Feliz como un traductor en Francia? Los menos desgraciados de Europa, por cierto. Siguiendo a Mme. De Staël, podrá decir que se siente desolada cuando se contempla y se consuela cuando se compara”. Así comenzaba el escritor Pierre Assouline su estado de situación sobre la condición de los traductores en Francia en 2011.

Esa comprobación sigue igual. Aun cuando el 18% de los libros publicados hoy en Francia son traducidos y cuando estos representan el 22% de los ingresos de los editores, los traductores siguen siendo todavía los olvidados de ese sector. Aun cuando lograron hacerse un lugar en el Salón del Libro, que tiene lugar en París hasta el lunes 27 de marzo.

Un pago por línea traducida
Al igual que Alexandre Dumas, Honoré de Balzac, Edgar Poe o Eugène Sue, a los traductores se les paga por lína. Más exactamente, 21 euros la página de 1500 caracteres, explica Corinna Gepner, presidente de la Association des traducteurs littérarires de France (ATLF). Es la remuneración mínima que se ofrece cuando el editor pide una ayuda para la traducción al Centre National du Libre (CNL).

Esa tarifa de base evoluciona según varios criterios: “La lengua, el género literario, la notoriedad del traductor, el editor o incluso el grado de urgencia del trabajo solicitado”, subraya Mme. Gepner. El alemán, el chino, algunos lenguas más raras están mejor remuneradas que el inglés, que presenta el 58%  de los títulos traducidos. En los libros románticos, la fantasy, los libros para adolescentes, un buen número de traductores trabajan por 12 a 13 euros la página, pero los pedidos se encadenan a un ritmo muy rápido. La poesía sigue fuera del sistema y está muy mal pagada, nadie llega a vivir de ella.

Por otra parte, algunos editores consideran que una nueva traducción puede llamar la atención y les ponen a las obras una faja roja para promocionar sus méritos. Como La montaña mágica, de Thomas Mann, redescubierta gracias a la traducción de Claire de Oliveira (Fayard), en octubre de 2016. Algunos editores van más allá y ponen el nombre del traductor en la tapa; tal es el caso de las editoriales Actes Sud, Carrière, Sabine Wespieser, P.O.L. o del Castor Astral… “El nombre y el trabajo del traductor ha recibido una creciente atención por parte de los lectores y de los blogueros”, asegura Mme Gepner.

Traductores que se volvieron imprescindibles
Algunos se han vuelto imprescindibles, como André Markowicz, Christophe Claro, Olivier Mannoni o también Liliane y Noël Dutrait, quienes se lanzaron, sin compromiso de editor alguno, al asalto de La montaña del alma, de Gao Xingjian, cinco años antes de que recibiera el Premio Nobel de Literatura… Los traductores del uzbeco, islandés, azerí no son legión. Otros se especializan por sectores (infantiles, historia, ciencia ficción, literatura, historia del arte).

Por Flaubert o por una novela de esas que se compran en las estaciones se paga casi lo mismo”, decía desolado el poeta y traductor ruso Ossip Mandelstam en 1929. A pesar de todo, un buen número de traductores sigue trabajando apasionadamente. Como Corinna Gepner, que traduce en este momento del alemán la versión original que se encontró de El ejército traicionado, de Heinrich Gerlasch. Ese oficial de la Wehrmacht, enviado al frente ruso, había sido hecho prisionero en Stalingrado hasta 1949. Durante esos años escribió su diario, confiscado por los soviéticos. Sobrevivió y volvió a Alemania, y gracias a la ayuda de un hipnotizador, pudo reconstruir partes enteras de su obra y la reescribió. Se publció en francés en 1959 en France-Emnpire. Sólo después de la muerte de Heinrich Gerlach, un unviersi8tario alemán halló el original de su obra en los archivos soviéticos. Una prueba para descubrir pronto allí, en Anne Carrière, las sutilezas de los efectos conjugados de la hipnosis y de la traducción.