jueves, 30 de junio de 2022

En julio, en el SPET, la actividad de junio

Luego de una primera tentativa involuntariamente frustrada, el próximo encuentro del SPET, que tendrá lugar el martes 5 de julio a las 18:30 en el aula 400 del IES en Lenguas Vivas “Juan R. Fernández”, Carlos Pellegrini 1515 (edificio nuevo), tendrá como invitadas Mabel Bellucci y Mariana Smaldone, quienes expondrán sobre “Simone de Beauvoir en el Río de la Plata: difusión, traducción y resignificaciones de su obra desde los feminismos y las disidencias sexo-generizadas (1940-1980)”

Mabel Bellucci
: archivista, investigadora y activista feminista queer. Coeditora de la revista digital Moléculas Malucas. Archivos queer y memorias fuera del margen. Compiladora junto a Mariana Smaldone de El segundo sexo en el Río de La Plata. Es autora de Orgullo. Carlos Jáuregui, una biografía política (Final Abierto, segunda reedición, 2020), Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo (Capital Intelectual, cuarta reedición, 2020), Desde la Cuba revolucionaria. Feminismo y Marxismo en la obra de Isabel Larguía y John Dumoulin (Milena Caserola, Clacso, 2020).

Mariana Smaldone
: feminista. Profesora y Licenciada en Filosofía (FFyL, UBA). Especialista en Educación en Géneros y Sexualidades (FaHCE, UNLP). Docente del Departamento de Educación de la UNLu. Integrante del comité editorial de Descentrada, revista Interdisciplinaria de Feminismos y Género (CInIG/IdIHCS-UNLP). Compiladora junto a Mabel Bellucci de El segundo sexo en el Río de La Plata.


Lecturas sugeridas:

Bellucci, Mabel: “Simone de Beauvoir. Sus acciones públicas contra las guerras”, en blog Damiselas en Apuros. Buenos Aires. 30 de abril, 2022.

Disponible en:http://www.damiselasenapuros.com.ar/2022/04/simone-de-beauvoir-sus-acciones.html

Bellucci, Mabel: “Simone de Beauvoir revisitada desde el Río de La Plata. Las primeras veces de El segundo sexo”. Página 12. Buenos Aires. 19 de noviembre, 2021.

Disponible en:https://www.pagina12.com.ar/383004-las-primeras-veces-de-el-segundo-sexo

Smaldone, Mariana: “El rol, la praxis y las redes de las traductoras en la recepción de la obra de Simone de Beauvoir al Sur de América entre los años 1940 y 1980”, en Mutatis Mutandis, vol. 13 Nº 2: Mujeres y traducción en América Latina y el Caribe, (2020), pp. 255-279.

Disponible en:https://revistas.udea.edu.co/index.php/mutatismutandis/issue/view/3665
https://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.11875/pr.11875.pdf

Bellucci, Mabel y Smaldone, Mariana (compiladoras): El segundo sexo en el Río de la Plata. Buenos Aires, La Marea, 2021.


Artículos y notas periodísticas virtuales sobre El segundo sexo en el Río de la Plata. Buenos Aires, La Marea, 2021.

Disponibles en:https://www.editorialmarea.com.ar/catalogo/sociedad-2/el-segundo-sexo-en-el-rio-de-la-plata-161


Aviso

La sesión será presencial (les pedimos que confirmen la asistencia), pero también se la podrá seguir por meet.

Quienes quieran asistir virtualmente pueden enviarnos un mail con el asunto SPET 146 hasta el 21/06 a las 13.00. La dirección de mail será utilizada para hacerles llegar el código de acceso.

miércoles, 29 de junio de 2022

Si uno levanta la vista del propio ombligo, a veces se sorprende

Según estadísticas probablemente infladas, en España hay 46 millones de personas que hablan castellano (vale decir, el 9% de la población mundial de hablantes de esa lengua); 9 millones que hablan catalán, 3.221.000​​ que hablan gallego, 395.000 que hablan vasco; etc. Con estos datos, resulta por lo menos curiosa la apreciación de Judit Castaño, en su artículo del 12 de junio pasado, en el diario La Vanguardia, de Barcelona, cuando refiriéndose a las nuevas capacidades del traductor de Google pone en el rango de “dialectos o idiomas poco conocidos” al bhojpuri, de India y Nepal, con 50 millones de hablantes; al lingala, de varias naciones africanas, con 40 millones de hablantes; al maithili, de la India, con 34 millones de hablantes; al asamés, de la India, con 25 millones de hablantes; al luganda, de Ruanda y Uganda, con 20 millones de hablantes; al bambara, de Mali, con 14 millones de hablantes; al quechua, con 10 millones de hablantes, y al guaraní con 7 millones de hablantes, para citar sólo algunas de estas "nuevas lenguas mayoritarias". ¿Será la suya una versión eurocéntrica? El que título de la nota, ¿es total o parcialmente imbécil? ¿Será el artículo algún tipo de publicidad encubierta?

Google Translate ya habla quechua, guaraní y 22 lenguas más que no sabías ni que existían

¿Se puede viajar por el mundo sin hablar inglés u otro idioma? La respuesta es sí. Solo necesitas un dispositivo (móvil, tableta u ordenador) y conexión a Internet. Google Translate hace el resto. Y ahora no solo podrás comunicarte en inglés, francés o chino, entre otras muchas lenguas mayoritarias, también podrás hacerlo en aymara, guaraní, bhojpuri, twi o quechua: idiomas poco conocidos, pero muy utilizados en algunas regiones de África, Asia y América del Sur.

Google acaba de incorporar en su herramienta de traducción 24 idiomas más, por lo que ya son 133 las lenguas que habla Google Translate. De hecho, tal y como expone la compañía de Mountain View en su blog, a pesar de que son dialectos e idiomas poco conocidos por el público general, son hablados por más de 300 millones de personas en el mundo. Además, para hacerlo posible, se ha usado un sistema de aprendizaje automático llamado Zero-Shot.
 
Desde que se lanzó en 2006, hace dieciséis años, Google Translate se ha convertido en una herramienta imprescindible para viajar, en el trabajo o en nuestra vida personal. Cuantas parejas habrán iniciado una relación gracias al traductor de Google... Ya son 133 los idiomas que incluye, aunque le faltaba incorporar lenguas muy utilizadas en ciertos rincones del mundo, pero que en su mayoría han sido marginadas durante mucho tiempo. Como es el caso del aymara, guaraní o quechua, habladas por grupos indígenas o minoritarios en América del Sur.

Con estas incorporaciones, Google pone fin a una reclamación histórica de algunas comunidades indígenas que desde hacía años reclamaban al gigante tecnológico que incluyeran sus particulares lenguas y dialectos al traductor. Con ello, no solo se rompen barreras y se conectan comunidades de todo el mundo, también se contribuye a la supervivencia de culturas y sociedades enteras a menudo minoritarias e invisibles para el resto.

Los nuevos idiomas van desde el bhojpuri, hablado por hasta 50 millones de personas en el norte de la India, Nepal y Fiji, hasta el dhivehi con unos 300.000 hablantes en las Maldivas.

La comunidad que ha liderado esta iniciativa ha sido la quechua, o quichua. El quechua era la lengua franca del Imperio Inca, que se extendía desde lo que ahora es el sur de Colombia hasta el centro de Chile. Ahora, es utilizada por unos 10 millones de personas en Perú, Bolivia, Ecuador y países vecinos. Agregar el quechua a los idiomas reconocidos por Google ha sido una gran victoria para los activistas indígenas a favor de la conservación de su lengua. Luis Illaccanqui, un peruano que creó el sitio web Qichwa 2.0, que incluye diccionarios y recursos para aprender el idioma, ha destacado en declaraciones a Associated Press que este cambio ayudará a poner el quechua y el español "en el mismo estatus".

Illaccanqui, cuyo apellido en quechua significa 'tú eres el rayo', dijo que el traductor también ayudará a mantener vivo el idioma en una nueva generación de jóvenes y adolescentes, “que hablan quechua y español y que les fascinan redes sociales."

En su blog, Google advirtió que la calidad de las traducciones en los idiomas recién agregados “todavía está muy por detrás” del resto de lenguas, como el inglés, español y alemán. La compañía ha señalado que los modelos “cometerán errores y exhibirán sus propios sesgos”.

La incorporación de estos 24 nuevos idiomas ha sido también un hito técnico para Google Translate, ya que son los primeros que se agregan utilizando la traducción automática Zero-Shot, un modelo de aprendizaje automático que aprende a traducir a otro idioma sin ver un ejemplo antes.

Este modelo de machine learning sólo está siendo entrenado mediante texto monolingüe. La traducción no es perfecta, avisan desde la compañía, pero trabajarán para asegurar una traducción al nivel de la que existe actualmente para los idiomas más comunes.

martes, 28 de junio de 2022

Alberto Díaz: el retiro de un gran editor

Uno se acostumbra a saber que la gente está en su lugar, hasta que deja de estarlo. Es el caso de Alberto Díaz, editor ejemplar que transitó por Siglo XXI, Alianza, Seix Barral y Emecé, y que acaba de anunciar su retiro del mundo editorial. Así lo cuenta Daniel Gigena, en la nota publicada por La Nación, de Buenos Aires, el pasado 21 de junio.

Con medio siglo de oficio y tras 29 años en el Grupo Planeta se retira el editor Alberto Díaz

Figura clave de la edición en la Argentina, el historiador Alberto Díaz  (Buenos Aires, 1944) anunció su retiro del Grupo Planeta, donde se desempeñaba como asesor literario. En esa empresa llegó a ser director editorial. “Mi retiro es voluntario y me costó mucho tomar esta decisión, pero los años y el deseo de tener más tiempo libre para recobrar el placer de la lectura, de estar más cerca de mi familia y mis nietos, y de retomar algunos proyectos que se vieron abortados con mi exilio fueron las razones decisivas que determinaron mi decisión”, dijo a La Nación. Hasta 1976, Díaz trabajó en la sede local de Siglo XXI, donde un grupo de tareas de la Marina irrumpió para detenerlo junto a otros colegas a finales de marzode ese fatídico año.

Una vez en libertad, al recibir amenazas, decidió exiliarse con su familia en Colombia. En 1978 vivió en Ciudad de México, donde se hizo cargo de Alianza y formó parte de la “comunidad argenmex”. Fue amigo y colaborador del editor mexicano de origen argentino Arnaldo Orfila Reynal. “Quisiera resaltar lo más importante de sus enseñanzas, la coherencia entre vida privada y profesional y su inclaudicable fe en que los buenos libros hacen mejores seres humanos, ayudan a mejorar las sociedades y a combatir las injusticias”, dijo sobre uno de los fundadores de Siglo XXI. Al regresar al país en 1983, creó y dirigió la sede editorial de Emecé y estuvo a cargo de los sellos Seix Barral y Destino, los más “literarios” del grupo. Editó más de cuatro mil libros en cincuenta y dos años de trabajo. Hasta 1993 fue profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Entre otros destacados autores, Díaz fue editor de Julio Cortázar, Eduardo Galeano (del que publicó el best seller Las venas abiertas de América Latina), Antonio Di Benedetto, Ernesto Sabato, Ricardo Piglia, Mario Benedetti, María Elena Walsh, Tulio Halperin Donghi, Jorge Luis Borges (para Alianza, lanzó Los conjurados y los fascinantes prólogos de la colección Biblioteca Personal), Beatriz Sarlo (Díaz fue factótum de Escenas de la vida posmoderna), Juan Gelman, Juan José Saer –“uno de los autores que más quise y quiero”, destaca– y Andrés Rivera. “El editor es un personaje doble, que debe saber conciliar el arte y el dinero, el amor a la literatura y la búsqueda de beneficio –dijo en Optimistas seriales. Conversaciones con editores, de Leandro de Sagastizábal y Luis Quevedo–. Por más que se quiera mantener un equilibrio entre estas dos funciones, siempre va a prevalecer una de las dos que dejaran como marca, editores del polo comercial, o editores más volcados al polo cultural”.

“Una de las condiciones básicas para ser editor es querer a los libros –señala Díaz a este diario–. Eso es fundamental, amar a los libros, y luego, la relación con el autor, que no es una relación fácil”. Un proyecto que Díaz retomará ahora es unensayo sobre el delicado vínculo entre editores y autores. También avanzará en un análisis sobre la visión de Karl Marx sobre el libertador Simón Bolívar. “Es un proyecto pendiente que me había pedido tiempo atrás José Aricó –revela–. A Marx no le interesaba América Latina; lo consideraba un territorio hegeliano”.

“Se sentía un escritor argentino –dijo Díaz sobre el autor de Glosa y Nadie nada nunca en una entrevista con el historiador Felipe Pigna–. Ni latinoamericano, ni español, ni castellano. Y su preocupación cuando hablaba conmigo era saber si se seguían usando algunas palabras, como ‘cachirulo’. O me pedía que le revisara que no hubiera galicismos. Esa era su mayor preocupación: que no se le infiltraran galicismos. A veces me pedía que le enviara libros, pero no de literatura; me pedía libros de aves del plata o un libro sobre vinos, sobre detalles. Los de literatura ya los tenía leídos”. El escritor santafesino le dedicó su novela Las nubes.

“Está lejos de mi intención construir una imagen mítica de Alberto; sin embargo, a veces es necesario recordar que él es un destacadísimo editor tanto de ficción como de no ficción, que estuvo a cargo de varios sellos y en diferentes lugares de liderazgo y que, desde allí, supo acompañar a autores y autoras en su carrera literaria con su palabra de editor tanto como de amigo –afirmó el presidente corporativo del Área Cono Sur de Planeta, Gastón Etchegaray–. Transformó a esos autores y autoras en referentes y, sin duda, se transformó él en un referente para el mundo editorial”. Por su cortesía, experiencia y conocimiento del ámbito cultural, muchos consideran a Díaz miembro de una especie de editores paradigmáticos. Es padre de Laura y Carlos Díaz, actual director editorial de Siglo XXI, y está casado con la historiadora María Ester Rapalo.

“Fueron veintinueve años en Planeta, de los más ricos y reconfortantes años en mi larga trayectoria en este maravilloso oficio que comencé a transitar hace ya 52 años, incluyendo casi ocho años de exilio en Colombia y México, países en los que seguí vinculado como director a mi amado mundo de los libros –dijo Díaz en su despedida de uno de los grupos editoriales más importantes del país–. Como dice el tango, me toca hoy emprender la retirada, lo hago con tristeza, pero con la conciencia tranquila de que siempre traté de hacer las cosas lo mejor posible, y de que mi retirada coincide con el mejor momento de Planeta”. Y agregó que había cosechado “un montón de amigas y amigos entrañables”, a los que seguirá vinculado. “La amistad es lo único que no se pierde –sostuvo–. Planeta siempre será mi casa”.

lunes, 27 de junio de 2022

Una pregunta de muy difícil respuesta

El pasado 24 de junio, la narradora y traductora española María José Furió (foto), publicó el siguiente artículo en la revista Vasos Comunicantes, n° 61, órgano de ACE Traductores, de España. Lo reproducimos a continuación.

Qué tipo de crítica de la traducción queremos


Es una pregunta y una reflexión a la que llevo dándole vueltas hace algún tiempo y parece que ahora, cuando las opiniones y reseñas sobre libros ya no están restringidas a diarios y a revistas especializadas, es un buen momento para plantear algunos aspectos del asunto.

Ya conocemos las respuestas habituales a por qué los críticos suelen pasar por alto un comentario algo desarrollado al trabajo del traductor: que no tienen acceso al texto en el idioma original o que, de tenerlo, no conocen el idioma para dar una opinión fundamentada.

Vayamos a la parte agradable del asunto, cuando salta a la vista que el resultado es excelente sin necesidad de tener el original de la novela, el ensayo, los poemas, la pieza teatral, en un idioma que casualmente dominamos y podríamos cotejar, ahora que las bibliotecas están bien surtidas y podemos comprar online o acceder a bibliotecas que han digitalizado a los clásicos. No solo los traductores profesionales pueden darse cuenta de que ahí ha habido una buena mano (y unas neuronas con sus sinapsis en forma, y horas previas de lectura y un surtido de diccionarios de papel, online y vivientes). Un lector con cierto bagaje se da cuenta de que el traductor ha peleado por cada palabra, que no ha cedido a la pereza de quedarse con un verbo aproximado y que en lugar de, pongamos, «chancletear» ha escrito «trapalear». Lo que eso significa como señal de confianza en su propio trabajo y en el lector es una especie de contrato implícito que los buenos traductores –y las editoriales que optan por no corregirlo por otra solución más llana– defienden al entregar el libro traducido. Si nos ponemos estupendos, estupendamente capitalistas, diríamos que esa es su «marca»; si nos ponemos trascendentales, que ese es su legado, su contribución a una historia de la traducción, ya que decisiones de este tipo determinan las ocurrencias (apariciones) de una determinada palabra y facilitan así que sucesivos traductores tomen decisiones menos vacilantes.

Pasemos de inmediato a las traducciones malas malísimas, esas que ni conociendo el idioma original en «modo nativo», pongamos coreano, llegas a entender qué calamares ha dicho el personaje porque el subtitulado parece salido de las manos de un pulpo trabajando a full. Ya sé que el pulpo no tiene manos, pero la compañía que contrata a pulpos para que ocho manos aporreando un programa de traducción a tantos céntimos el minuto de video resulte en astronómicos beneficios está dispuesta a afirmar lo contrario. El problema de esa combinación de codicia y surrealismo es que los comentarios al subtitulado espantoso o a la traducción infumable de tal o cual libro adquieren, gracias a (por culpa de) las redes sociales, dimensiones virales, es decir incontrolables. Pese a las horas de diversión y jolgorio que procura leer los disparates que resultan de la mezcla de traducción automática y «posedición» humana, el problema que subyace es lo bastante serio como para que algunos de los atacados, los subtituladores, salgan a defenderse.

De hecho, ya en 2014 la revista especializada L’écran traduit publicaba un largo artículo con una propuesta más que sensata: Pour une critique grand public des traductions/adaptations audiovisuelles (A favor de una crítica de las traducciones/adaptaciones audiovisuales con destino al gran público), donde «gran público» es el elemento clave porque determina la jerga a utilizar en el comentario, así como la profundidad y desarrollo de la crítica que haría, o debería hacer, quien publique en prensa u otros soportes. La autora del artículo, Anne-Lise Weidmann, clama desde el título un «Criticadnos, pero criticadnos bien»; por eso empieza repasando los usos y costumbres en prensa –francesa– y programas culturales de radio de máxima audiencia, en relación al doblaje y al subtitulado y la evolución de su presencia y recepción: desde los comentarios no siempre negativos al doblaje en los primeros años 30 hasta su omisión olímpica, al considerar la traducción y cómo se plasma en pantalla un componente de la película que solo se menciona cuando fracasa: demasiado texto, errores de interpretación, erratas, incongruencias, falta de sincronización, dobladores inadecuados, etc.

En los primeros años del siglo XXI, la prensa se hace eco de que tal actor participa en el doblaje de tal película o pone la voz a tal personaje animado. Los actores talentosos, y dotados además para el marketing personal, saben cómo dar relieve a esa faceta: pensemos en Antonio Banderas dando voz al Gato con Botas o en Alexis Valdés a la cebra de Madagascar. Este tipo de proyectos tenía ya, por supuesto, un director de doblaje y del subtitulado se encargaba un traductor de trayectoria «contrastada», es decir curtido en títulos. El presupuesto para estos menesteres era decente o incluso alto y la publicidad empleada en informar de qué actor o actriz doblaba a tal o cual bicho era inversión que se recuperaría en taquilla y mercadeos paralelos.

Si algún lector de este artículo es subtitulador, seguramente sabrá mejor que yo en qué momento y de qué manera se fue al garete el negocio y cómo le afectó la llegada de las plataformas y los modos semiesclavistas de producción actuales. Como esta crisis ha ido a la par del aumento de tontería per cápita a nivel mundial, que se ha traducido en la convicción que tiene cada espectador, lector, usuario de cualquier artefacto o dispositivo de estar en condiciones, y en su derecho, de emitir una crítica sobre lo que le plazca y que valen lo mismo que la opinión/juicio del especialista, el artículo de Weidmann es útil para describir el estado de cosas actual y demostrar de qué manera un crítico especializado puede justificar su trabajo, desde complementando tal información –que el subtítulo de las poesías que el actor interpreta se extrajeron de tal versión autorizada que publicó la editorial X– hasta observar que hay detalles relevantes –los tres idiomas que se hablan en cierta película– que el subtitulado no tiene en cuenta.

Se trata de decidir de antemano –el coordinador de crítica o de suplemento podría hacerlo– los niveles mínimo y máximo de complejidad y especialización que se ofrecerán al lector y qué información es preferible reservar para una publicación especializada.

Hasta aquí estamos hablando del tipo de publicaciones donde el espacio reservado a la crítica de la traducción, y del subtitulado con sus detalles específicos, es escaso. También nos hemos referido a que la calidad del resultado es evidente, en sentido positivo o negativo. Hay otras variables peliagudas de las que se trata menos: cuando la traducción parece buena, da el pego para el gran público, llega incluso a vender miles de ejemplares, pero el especialista detecta errores de interpretación, atajos o supresiones y le parece que ¡puaf! o que «ejem, ejem». Hace ya años un amigo, empecinado lector en varios idiomas y catedrático de inglés retirado, me dejó intrigada al comentarme que la traducción del griego al castellano de cierto escritor famoso, que en esos momento leía con original y traducción a mano, omitía detalles del griego. En otro momento, un libro de enorme éxito se vio sometido a una pequeña pero áspera polémica porque un traductor del idioma original, minoritario aún, criticó con ferocidad la traducción, dio numerosos ejemplos de errores publicados, también de esos atajos que se utilizan más para sortear las dificultades de la expresión original que para evitar repeticiones o cacofonías, o para evitar sembrar de notas una obra literaria. Como se trataba de una discusión en la que podía protegerse con un seudónimo, apoyó su crítica no solo con ejemplos que demostraban su propia especialización, sino la de una crítica igualmente radical publicada en una revista a la que pocos lectores podían tener acceso. Hace poco también, leí una tesina en la que una estudiante muy joven contrastaba versiones traducidas –creo que al castellano y al catalán– de un clásico inglés adaptado al francés para niños. Lo curioso es que las dos primeras críticas las hacían dos especialistas en lenguas, el segundo en la misma del exitoso libro traducido, pero tenían carácter confidencial. Este podía aprovechar la repercusión de la discusión en redes para, quizá, conseguir que la editorial hiciese o pidiese una revisión. La tercera crítica es la más peliaguda porque el marco universitario parece avalar que lo que la estudiante afirma en su tesina es cierto, cuando está llena de afirmaciones «arriesgadas», no siempre argumentadas, en las que demuestra desconocer algo fundamental: el proceso de edición.

Y que alguien salga de la carrera de traducción ignorando que lo que se publica no es necesariamente lo que el traductor decidió es preocupante.

Dentro del mismo contexto universitario está el artículo que detonó la pregunta sobre la crítica de la traducción que queremos. En Palimpsestes, y dentro del dossier «Cuando los traductores toman la palabra: prólogos y paratextos traslativos», Maïca Sinconie le da un repaso a la actitud que adoptaba Marguerite Yourcenar en el prólogo a su traducción de Las olas, de Virginia Woolf. En otro artículo ya hablé de las versiones al francés que hizo de Baldwin y de Kavafis y de las reacciones que hasta el día de hoy provoca.

Como resumen del artículo (que traduzco), Sinconie escribe:

“En 1936, Marguerite Yourcenar traduce The Waves para las Éditions Stock. Por entonces realiza una visita a Virginia Woolf, un encuentro que nutre el prólogo de su traducción. Auténtico intento de integrar la obra woolfiana en la esfera yourcenariana, este paratexto construye la figura del traductor en majestad a la vez que oculta una realidad divisoria/polarizante –la pérdida de su madre al nacer, el temor a la fragmentación, el rechazo de la alteridad. Yourcenar procede con brío: se apropia del texto de origen en nombre de su visión de la literatura de acogida y desvía la atención del lector de la operación de traducción, en nombre de su concepción de la traducción, equiparable exclusivamente a la creación. El paratexto se convierte en el lugar donde se produce una transferencia narcisista que permite una forma de autorrepresentación, y su retrato lírico de Virginia Woolf impide la construcción especular de la relación del traductor con el autor, lo cual deja a Yourcenar plena libertad para crearse una posición dominante de coautora. De este modo impone su visión del mundo y de la literatura, así como una lectura intertextual de la novela. Este distanciamiento constituye además una estrategia defensiva contra sus tormentos personales. El paratexto le permite borrar el género femenino, acceder a un dominio imaginario del lenguaje, e inscribir la obra traducida tanto en la historia de la literatura como en el campo de la literatura francesa de su tiempo. Auténtico espacio de seducción, la suya es una postura desenvuelta y voraz que sitúa al traductor en una llamativa situación de poder.”

Sí, ¡caramba!, oyes. Este es el resumen de varias ideas críticas que desarrolla a lo largo de diez páginas. Se trata, entre otros objetivos, de denunciar la posición dominante de la traductora sobre el texto ajeno, aquí nada menos que de V. Woolf; de la actitud y el resultado de la traducción, y especialmente del prólogo, infiere una serie de síntomas que analiza dentro del marco psicoanalítico, a menudo extraño no solo para los lectores comunes, sino también para los especialistas en traducción o en otras teorías literarias. De Yourcenar nos dice Sinconie, apoyándose en otros artículos críticos con la escritora francesa, que utiliza a Woolf como imagen doble de sí misma, a la vez que atrae el mundo literario de la inglesa al propio, de forma que el lector en francés de esta edición de Woolf entra en el sistema simbólico y literario de Yourcenar antes que en el de la autora de Las olas, e incluso en lugar de en este.

Yourcenar efectúa sobre Woolf una suplantación a veces, otras una duplicación, viene a decir Sinconie. Las ideas son muy interesantes, más para un traductor-escritor, porque desde ellas nos adentramos en el género del misterio y escapamos, por un momento por lo menos, de nuestra más reciente y humillante caracterización, la del traductor proletarizado, explotado por corporaciones regidas por algoritmos –que no deja de ser otra imagen metafórica inspirada en la ciencia-ficción–. Aquí vale señalar que la crítica hacia Yourcenar es mucho más dura que la que se le hizo a Baudelaire sobre sus versiones de De Quincey y de E.A. Poe.

La cuestión sigue pendiente y al final lo que nos va a convencer es qué análisis de la traducción se lleva a cabo para determinar si la traducción es de verdad buena o mala o si, dando el pego, es eficaz. El método debe ser contrastivo, pero debemos introducir a otros elementos de la cadena: el corrector y el editor. Hace afirmaciones sobre terreno movedizo la universitaria que redactaba, y publicaba, su tesina sin saber que las traducciones pasan por un corrector –el cual no siempre conoce el idioma del que se traduce o no toma en cuenta las observaciones del traductor, otras sí y la mejora o simplemente la adapta al sistema editorial–, y a veces también por un editor, que toma decisiones de entrada que justificarían cambios de registro u omisiones como las que me señalaba el amigo que leía al novelista griego.

Esta lectura crítica contrastiva es la que practica Gema Andújar Moreno en «Traducción entregada versus traducción publicada: reflexiones sobre la normalización en traducción editorial a partir de un estudio de caso». Merece la pena la lectura, especialmente en contexto universitario, porque acota muy bien los diferentes espacios de intervención de los principales protagonistas de la cadena (traductor/corrector/editor) y nombra las prácticas editoriales sin dejar de distinguir entre «normalización editorial» y pérdida de capacidad de decisión del traductor cuando las editoriales de grandes grupos se saltan una de las cláusulas del contrato: enviar la traducción corregida para que su traductor dé o no el visto bueno.

De manera que, ¿podemos ya responder a qué tipo de crítica de la traducción queremos?

BIBLIOGRAFÍA:

Andújar Moreno, Gema (2016). «Traducción entregada frente a traducción publicada: reflexiones sobre la normalización en traducción editorial a partir de un estudio de caso.» Meta, 61(2), 396–420. https://doi.org/10.7202/1037765ar

Sinconie, Maïca (2018). «Préface de Marguerite Yourcenar à sa traduction, Les Vagues, de Virginia Woolf : le traducteur en majesté ? », en Dossier: Quand les traducteurs prennent la parole, Palimpsestes, 31, pp. 105-115

Weidmann, Lisse-Ann (2014). «Critiquez-nous ! Mais critiquez nous bien. Pour une critique gran public des traductions/adaptations audiovisuelles», en L’Écran traduit, 2014, núm. 3, pp. 49-72.

Sobre el doblaje de la película Madagascar, la ficha aparece en la página web El doblaje: https://www.eldoblaje.com/datos/FichaPelicula.asp?id=7822

viernes, 24 de junio de 2022

"Un mismo libro es susceptible de tener muchas traducciones distintas"

Foto de Carlos Diviesti
El pasado 17 de junio, en La Diaria, de Montevideo, salió la siguiente entrevista del novelista uruguayo Martín Betancor con el Admninistrador de este blog. Se reproduce a continuación.

El arte y el trabajo de traducir culturas

No constituye ninguna novedad afirmar que el poeta, ensayista y docente argentino Jorge Fondebrider (1956) es uno de los traductores más importantes de nuestra lengua, un incansable batallador no sólo en el trabajo interno de un texto literario sino por la propia visibilización y reconocimiento del oficio. Como cocreador del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires le llegan cada semana dos o tres contratos de traductores jóvenes, en procura de asesoramiento. Responsable de verter al castellano libros de autores como Jack London, Gustave Flaubert, Georges Perec y Claire Keegan, entre muchos otros, Fondebrider acaba de pasar tres años traduciendo Bouvard y Pécuchet, cuya versión con casi 1.600 notas verá la luz en la segunda mitad del año, de la mano de la editorial Eterna Cadencia. De la práctica y las particularidades del oficio, así como de su gusto y conocimiento de la literatura irlandesa, entre otros asuntos, giró la charla que mantuvimos en una fresca tardecita porteña.

 Tus primeras traducciones fueron canciones de The Beatles y Bob Dylan, cuando eras adolescente.

El origen está en la adolescencia, al querer entender lo que decían las canciones de los Beatles; de ahí pasé a Bob Dylan y de Dylan a la poesía norteamericana. Con el tiempo me fui interesando en otro tipo de cosas, pero mi base fue siempre la poesía, el género que más me interesa, que personalmente cultivo. En un determinado momento empecé a hacer eso de manera más profesional, vale decir, a cobrar las traducciones y a meterme en el mercado de la traducción, que es totalmente distinto al hecho de simplemente traducir.

Esa entrada en el mercado de la traducción siempre fue de la mando de tu condición de escritor. Son, en un punto, actividades paralelas pero al mismo tiempo ligadas entre sí…

–Dialogan siempre porque desde el principio, cuando vos traducís, si traducís libros buenos, aprendés a escribir. Y por otro lado, tenés que enfrentar montones de problemas que tienen que ver con cómo dirías en tu lengua algo que se dijo en otra y que no se puede traducir inmediatamente. O sea, lo primero y más importante: traducir no es traducir palabras; esa es una parte del trabajo; la otra parte es traducir culturas. Y cuando digo traducir culturas quiero decir que lo que de pronto forma parte de la rutina y la cotidianeidad de un determinado lugar, cuando lo transportás a otro lugar deja de ser esa cotidianeidad y se puede transformar en algo hasta cierto punto exótico. Entonces, ¿cómo hacer esa transformación sin crear un exotismo que el original no tiene? Luego hay otras cuestiones… Yo no siempre traduzco libros de esta época, traduzco libros de otras épocas, entonces tenés que pensar no solo en términos del espacio sino también del tiempo. El libro permanece inalterado en el original, pero se va trasformando a medida que vas traduciendo y que pasan los años y las traducciones. Con esto quiero decir que un mismo libro es susceptible de tener muchas traducciones distintas.

El oficio

Supongo que cuando realizaste la traducción de Madame Bovary (Eterna Cadencia) leíste una gran cantidad de traducciones previas… ¿Qué insumo representa para vos la traducción previa de un texto que te aprontás a traducir?

–No leí un montón; leí dos o tres. Si no me equivoco, mi traducción en castellano de Madame Bovary es la número 56, y ya van por las 80 y pico. Como insumo, la traducción previa puede representar mucho para mi trabajo, porque de repente alguien encontró soluciones buenas, que podés utilizar vos también, y a veces nada porque la traducción, como todo, está sujeta al talento de los traductores, pero también a modas. 

¿A qué te referís con modas?

Traduciendo a Conrad tuve un pequeño descubrimiento que me resultó muy curioso. La traducción más conocida, de las muchas que hay de Corazón de las tinieblas, es la de Sergio Pitol, que creo que tiene más de treinta ediciones entre España, México y algún otro país. Pitol, considerado uno de los mejores traductores históricos mexicanos, no traduce realmente. Lo que hace es interpretar qué significa cada cosa. Pitol te cuenta lo qué dice el libro, pero no respeta ni el estilo del autor ni las referencias particulares que pueda tener el libro. Para ponerte un ejemplo: traduciendo a Henry James, está hablando de una universidad, Epson, pero como piensa que a esa universidad no la conoce nadie, la cambia por Oxford. Así, mueve la trama del lugar donde transcurre la novela en el original. Hay traductores que son idiosincráticos, como por ejemplo Borges. Cuando leés su traducción de Las palmeras salvajes, de Faulkner, pone en el condado de Yoknapatawpha, en pleno Misisipi, a una tranquera con un carancho. ¿Por qué lo hace? Hay razones que tienen que ver con una idea de lo que debe ser la traducción y hay otro tipo de razones. Borges tradujo eso en un momento en que se estaba peleando con los españoles, en contra de las normas españolas, la Real Academia, etcétera, y es una forma de decir “Me chupa un huevo lo que digan los españoles. Yo traduzco como argentino, y en Argentina hay caranchos y hay tranqueras, y en esta realidad yo pongo el equivalente de un carancho y de una tranquera”. Si vos te ponés a pensar, todo el mundo cree que la traducción de Edgar Allan Poe hecha por Julio Cortázar es maravillosa. No lo es; es una versión corrigiéndole el estilo, porque Poe es totalmente tosco en inglés. No solo es tosco sino que usa muchas palabras sin saber qué significan, por el hecho de que quedan bien. Entonces Cortázar, para evitar el galimatías al que podían llevar ese tipo de cosas, le enmienda la plana. Lo que se lee son los argumentos de Poe con una traducción que hace Cortázar mejorando el original.

Está clarísimo que hay muchas variantes de la traducción, más allá de las modas.

–Fijate que tenés los tipos que te cuentan lo que dice un texto, los que te dejan una marca idiosincrática, los que corrigen al autor, los que buscan una traducción que recupere el estilo, de alguna manera historicista, para decirlo de algún modo. Así que como en casi todas las cosas, la traducción obedece a modas, a tendencias y a escuelas.

En tu caso particular, teniendo en cuenta que has traducido a autores tan diferentes como Flaubert, Perec, Conrad y Highsmith,  ¿cómo se podría definir tu modus operandi como traductor?

Mi sistema de trabajo tiene que ver con el texto. Cada texto te pide una traducción particular, además de pedirte una atención particular. Tomemos a Flaubert, por ejemplo. Flaubert es perfecto. Su estilo es maravilloso, es uno de los escritores más grandes de la historia, no hay con qué darle. Pero tiene sus mañas. A Flaubert no le gustan las cacofonías ni las repeticiones. A veces se tomaba quince días para escribir media carilla. ¿Quién son yo para liquidar una página suya en quince minutos? A Flaubert lo traduzco en voz alta para evitar las cacofonías, para ver cómo suena. Respeto la puntuación, que no es la puntuación del francés, sino que es la que se inventó Flaubert, razón por la cual hubo un momento en que se polemizó sobre si escribía bien o mal. O sea que le presto atención a todos los detalles y, al mismo tiempo, trato de recuperar para el lector determinados tipos de usos, que muchas traducciones modernas no mantienen. Yo no traduzco a Flaubert con un diccionario de francés moderno, sino con los diccionarios que él usaba en su época. De siglo en siglo desaparece un veinte por ciento del vocabulario y se incorpora otro veinte por ciento, muchas palabras desplazan su sentido. Así que lo que hace cien años significaba tal cosa, hoy en día ya no significa la misma cosa.

Hablemos un poco más del oficio. Andan circulando en el mercado varios libros de autoayuda publicados en España y traducidos por Teo Macero y Rudy Van Gelder, entre otros seudónimos detrás de los que te escondiste…

–Sí, las firmas son todas de productores de jazz. Soy yo, sí. Es muy simple. Yo vivo de dar clases y de traducir. Hubo una época muy dura, en 2001 y posteriores, que desde España, como buen supernumerario sudaca, me dieron trabajos de mierda. Las veces que publiqué algo bueno en España fue porque se lo propuse a algún amigo editor. Yo tenía un amigo que trabajaba en Ediciones B y que publicaba muchos libros de autoayuda. Un libro de autoayuda está escrito con los codos y se puede traducir sin diccionario. Son malísimos pero se venden, aparentemente. Esos y otro tipo de libros, que se conocen como ‘Regency novels’, que son novelas románticas, folletines, que transcurren durante la Inglaterra de la Regencia. Hice esos trabajos sin ningún tipo de escrúpulos, con la voluntad de que me pagaran lo máximo que pudieran, que no era tanto pero era más de lo que se pagaba en Argentina. Argentina, de todos los países de América latina, Uruguay incluido, es el que peor paga las traducciones.

Conrad en las tinieblas

¿Por qué volver a traducir la obra más conocida de Joseph Conrad?

Uno de los problemas que noté en Conrad, y por el que acepté el trabajo (Corazón de las tinieblas, Eterna Cadencia), es porque me dio la sensación de que, en líneas generales, no se prestaba atención a su estilo. Conrad está escribiendo en una lengua que no es su primera lengua, sino que es la tercera: la primera es el polaco, la segunda es el francés y la tercera es el inglés. Muchas de las cosas que Conrad escribe las escribe utilizando acepciones del diccionario que son un poco curiosas. Usa la segunda o la tercera acepción, no la primera. Y si vos al traducir usás la primera, forzás un sentido que no corresponde. También, muchas veces, Conrad hace cosas sutiles. Te doy un ejemplo: hay una escena en la que Marlow está calafateando un barco, ve venir a dos belgas que están hablando y se esconde para escuchar el diálogo. Si vos leés el texto en inglés, reproduce la sintaxis del francés. O sea que un lector inglés va a encontrar una anomalía, que tiene que ver con la indicación de que los tipos que están hablando no son ingleses sino de lengua francesa. ¿Cómo reponés eso en castellano?

¿Cómo se llega a resolver esos detalles?

–Los detalles de ese tipo te obligan a estudiar, básicamente lo que dijeron otros, sobre todo en las ediciones críticas o anotadas, que las hay muy buenas, y luego que prestes atención a algunos detalles de traducción. Por ejemplo, hay dos mujeres españolas que tradujeron Corazón de las tinieblas para Alianza, que salvo el léxico, que es español, estuvieron mucho más cerca que Pitol, haciendo una traducción que respeta más a Conrad. Así que cada texto te pide algo particular. Algunos te piden solamente oído, como por ejemplo Claire Keegan.

Leer a Irlanda

Un punto clave dentro de tu trayectoria como traductor fue la publicación, en 1999, de la antología Poesía irlandesa contemporánea (Libros de Tierra Firme), preparada junto a Gerardo Gambolini, y que fue la primera que se publicó en castellano. ¿Por qué Irlanda?

–Mi interés por Irlanda es algo que me viene de la adolescencia, porque en la poesía irlandesa encontré muchas de las respuestas que, a mi gusto, faltaban en la poesía argentina y en buena parte de la poesía hispanoamericana que había leído hasta entonces. Se trata de una poesía muy directa, que trata de asuntos muy comunes y que los utiliza para extrapolarlos y volverlos metafísicos. Al mismo tiempo, no mezquina la historia, los datos más inmediatos de la realidad ni los sentidos, de tal forma que vos leés a un poeta irlandés y sabés que es irlandés. Empecé a interesarme en esa poesía en un momento en el que la poesía argentina no te revelaba, grosso modo, que quien la había escrito era un poeta argentino, porque el efecto de la dictadura acá había sido lo suficientemente fuerte como para obligar a todo el mundo a velar el discurso. Hay gente que tiene un discurso velado por naturaleza y otra que fue obligada a velarlo. Yo encontré una salida a ese problema en los poetas irlandeses. Un primer viaje a Irlanda me reveló la existencia de un mundo distinto; un segundo viaje me puso ya en juego, porque conocí a muchos poetas irlandeses y a cada uno le pedí listas y empecé a cruzar las listas, y con quien hicimos la antología en aquel momento, a cuatro manos, fuimos leyendo y seleccionado poemas y poetas. Parte de la idea era demostrar hasta qué punto la poesía irlandesa no era un desprendimiento de la poesía inglesa sino una entidad distinta. Ese mismo ejercicio lo seguí haciendo después con la poesía de Gales y la de Escocia.

En una antigua entrevista te escuché decir que la literatura irlandesa, que es prácticamente el corazón de la literatura por mucho tiempo llamada inglesa, tiene menos del diez por ciento de sus autores traducidos al castellano. ¿A qué se debe?

–Hasta el día de hoy sigue siendo así. Irlanda tiene tres o cuatro editoriales; el resto de la literatura irlandesa se publica en Londres o en Estados Unidos. Tenemos que entender que los valores con que se maneja la literatura en inglés son distintos a los que se manejan el mundo hispanoamericano. Todos los escritores tienen agentes. Luego, como en todas las cosas, hay oportunidades o falta de oportunidades. Hay grandes escritores irlandeses que nunca fueron considerados. Pienso, por ejemplo, en Patrick Kavanagh, que es uno de los fundadores de la poesía irlandesa y que no figura en ninguna antología de lengua inglesa publicada en Gran Bretaña. Su recuperación es póstuma, prácticamente, mientras que autores mucho menos importantes fueron publicados desde un principio. Hay irlandeses que vivieron toda su vida en Gran Bretaña y que por su frecuentación del medio literario, o por tener un puesto en una universidad, se ven más que otros que nunca salieron de su pueblo en Irlanda. Pasa en todos lados. Te pasa a vos, que sos canario: seguramente, tus oportunidades frente a un montevideano son menores. Ahí tenés la respuesta. La otra cuestión tiene que ver con algo que dice Borges en El escritor argentino y la tradición, sobre que los irlandeses son como los judíos: están en todo el mundo y se mimetizan muy bien con el pueblo en el que se instalan. Si te doy una lista de autores ingleses que son irlandeses, no lo podés creer. Joyce dijo en un ensayo, y yo lo repito siempre, que los ingleses conforman un pueblo laborioso, que le dio a la humanidad el arma necesaria para descansar sus estómagos congestionados, inventando el inodoro. Los irlandeses, un pueblo dominado que tuvo que escribir en una lengua que no es la propia, le dio al mundo la literatura inglesa.

De esa forma te convertiste en una especie de apóstol de la literatura irlandesa en nuestro idioma.

¿Cómo decirte? Si yo veo algo que es bueno, que me parece que vale la pena, frente a tantas cosas que no valen la pena, tengo ganas de que haya más gente que se entusiasme por eso. Así como nunca, por ejemplo, voy a recomendarle a nadie a María Negroni, le voy a recomendar a todo el mundo a Claire Keegan.

Resoluciones

Llevás traducidos cuatro libros de Claire Keegan para Eterna Cadencia (Recorre los campos azules, Antártida, Tres luces y Pequeñas cosas como esas). ¿Por qué ese empecinamiento? ¿Cómo resulta el trabajo de traducirla?

–Es muy fácil de traducir porque es una escritora absolutamente fabulosa, que si la seguís al pie de la letra no la pifiás. Y cuando te dicen “Qué buena la traducción”, lo que hay que decir es que lo bueno es el original. Los problemas que te plantea tienen que ver con la historia de Irlanda. Como la literatura irlandesa es una de mis pequeñas especialidades, tengo resueltos muchos de los problemas que se me plantean. Por ejemplo, en la trama de su última novela Claire Keegan escribe sobre un carbonero, cuyas cinco hijas van a un colegio religioso, que ve una situación irregular en un convento y descubre una de las lavanderías de la Magdalena, las ‘Magdalene Laudries’, donde mandaban a las madres solteras. Hay toda una trama, una serie de determinaciones morales que tiene que hacer el personaje, etc. Yo sé desde antes, por mi frecuentación de la literatura e historia irlandesa, y por haber ido muchas veces al país, que Irlanda fue fundamentalmente un estado teocrático, que cuando se produjo su independencia carecía de instituciones y entonces delegó la educación y la salud en la única institución fuerte que había, que era la Iglesia, y que aprovechando esa circunstancia la Iglesia influyó sobre la Constitución irlandesa. Todos estos datos forman parte de un background que a mí me ayuda a entender una historia que, si fuera la de Laos o la de Pakistán, no podría descubrir.

Supongo que te llegarán ofrecimientos de muchas traducciones que no te interesan.

–A esta altura de mi vida me puedo dar el lujo de aceptar ciertas traducciones y rechazar otras, y de traducir fundamentalmente lo que me interesa o me pagan muy bien. Ese tipo de cuestiones obliga a una preparación del trabajo de muy diversas naturalezas. Ahora mismo estoy traduciendo una novela de J. P. Donleavy, que ya fue traducida previamente, Un hombre singular. Se trata de un escritor terrorífico, porque escribe frases enteras sin verbos, única y exclusivamente con gerundios, y vos tenés que suponer cuándo vas a usar un verbo o cuándo vas a hacer una secuencia temporal en la que necesitás un imperfecto o un indefinido, o si mantenés un infinitivo o un gerundio. Luego salta de una tercera persona omnisciente a una primera o segunda persona, sin ninguna justificación. Los primeros días de traducción significan pasearme por el libro para tratar de entender hacia dónde va ese estilo y que es lo que ese estilo, en última instancia, está intentando hacer, para después ver cómo lo reproduzco.

jueves, 23 de junio de 2022

Una charla sobre literatura con Adán Kovacksics

El el pasado 16 de junio, Ariana Harcwicz y Ariana Sáenz Espinosa publicaron en la revista Letras Libres un diálogo que mantuvieron con el traductor Adán Kovacsics. En la bajada de la nota se lee que se trata de “un referente en el ámbito de la traducción. Nacido en Chile y de ascendencia húngara, ha vertido al español la obra de Imre Kertész, Karl Kraus, y László Krasznahorkai, entre otros. Por esta labor recibió en 2009 la distinción Pro Cultura Hungarica del gobierno de Hungría, y en 2010 el Premio Nacional a la Obra de un Traductor del Ministerio de Cultura español. En esta plática, recorre la distancia entre el alemán de Kafka y un concierto de la Filarmónica de Leningrado”.

“La palabra víctima es una palabra de la cultura de masas”.

Hannah Arendt cuenta en un ensayo sobre Walter Benjamin que nada lo atraía en Estados Unidos. Solía decir que lo único que lo esperaba allá era que lo arrastraran de un lado a otro, exhibiéndolo como el “último europeo”.

Benjamin se suicidó en el pequeño municipio de Portbou, Comarca del Alto Ampurdán, no tan lejos de Vilanova i la Gertru. Ir a Vilanova, ciudad costera que nunca antes habíamos oído nombrar, no era solamente ir a conocer al escritor y traductor Adan Kovacsics, era ir al encuentro de Imre Kertész, de Kafka, de Klemperer, de Ingeborg Bachmann, por solo citar algunos de los escritores que como fantasmas imaginábamos reunidos bajo el sol y las palmeras de esa pequeña ciudad. También era convocar a Kovacsics como testigo y passeur del legado literario y filosófico de una Europa en destrucción.

El tren avanzaba desde Barcelona hacia Vilanova mientras conjeturábamos cómo sería el paisaje en el que se reescribe, se traduce, todo el horror acumulado en el siglo XX. Al bajar en la pequeña estación vimos un señor muy alto de sombrero negro, pañuelo atado al cuello, y tuvimos la impresión de ver al último europeo de pie en esa ciudad balnearia. Caminamos juntos mirando edificios para obreros construidos hace medio siglo, ventanas cerradas, túneles. Aquella ciudad balnearia apacible, con esa brisa de mar y niños jugando, era el paisaje elegido para traducir, para escribir las fosas comunes, los hornos crematorios, la desgracia de las torturas en las oficinas de la Gestapo y la Stasi. Ese paisaje era donde se producía la fuerza de la lengua. “El lenguaje es más que la sangre”, escribe Franz Rosenzweig, una frase que Klemperer retoma en el epígrafe de su diario.

Nos detuvimos en un hotel blanco con piedras celestes de estilo griego donde dejamos valijas con libros, las habitaciones de hoteles son tentadoras para el encierro de la escritura. Nos sentamos los tres, muy cerca del mar, a tomar café con leche rodeados de familias. Había algo anacrónico en la elección de Adán Kovacsics, traductor monumental y de una discreción absoluta, artista retirado del centro, aislado en la ciudad menos pensada para traducir las obras más desgarradoras de los siglos XIX y XX. En el camino de regreso lo imaginamos escuchando los últimos movimientos de Beethoven mientras afuera nadie, ni una sola persona allí recuerda la Hungría de 1942 o los suicidios con cianuro. Ahora que han vuelto los fantasmas de la guerra, la presencia de un solo hombre convirtió para nosotras Vilanova en un oasis.

ARIANA SAENZ ESPINOZA (ASE): Juan José del Solar vivía acá.
ADAN KOVACSICS (AK): En Sitges, era un gran traductor.

ASE: Es un refugio para los traductores que toman como “misión”, traducir todo ese legado espiritual occidental, ¿no?
AK: Yo traduzco a Canetti porque Juan José Del Solar empezó a traducir Canetti, yo traduzco a Kafka, porque él empezó a traducir a Kafka, después murió. Del Solar y yo decíamos que traducir a Kafka es como tocar Mozart al piano, porque si metes la pata, se nota mucho, mucho más que si estás tocando Liszt. A Liszt lo podés esconder, tapar, pero en Kafka cada palabra está rodeada de pureza.Aunque Kafka escribiera apuntes, cartas, relatos o novelas, todo lo que escribía salía de una misma fuente, absolutamente literaria y pura. Yo traduje todas las cartas de la primera parte, de 1900 a 1914, incluyendo gran parte de las cartas a Felice Bauer.

ASE: Había una especie de vampirismo en esa correspondencia con Felice, ¿no?
AK: El otro proceso de Canetti habla de eso, del vampirismo, de la necesidad de Kafka de hacerle escribir a ella. La había visto una sola vez en la casa de Max Brod y luego se estableció esa relación epistolar, lo que él necesitaba, lo que lo alimentaba era la correspondencia, las cartas, verla no le importaba un pepino. Con Milena fue diferente, era otra relación, había otro nivel intelectual, la torturaba menos. Fue más breve con Milena, más intenso, y en las cartas de su última amante, Dora Diamant, al parecer desaparecieron todas, fue todo hermoso con ella, lo acompañó hasta la muerte.

ASE: Uno de los traductores franceses de Kafka, Robert Kahn, fallecido en el 2020, dos o tres meses después de que se publicara la primera edición completa de los diarios de Kafka en su traducción, dijo que la traducción de Marthe Robert es muy hermosa pero que lo tradujo como si Kafka fuera francés, ignorando esa frase: “Soy el invitado de la lengua alemana”. Kahn quiso que se oyera en su traducción esa especie de..
AK: De distancia, ¿no? Eso que es lo extranjero, lo extraño en Kafka se manifiesta en esa llegada a un punto casi de neutralidad con el lenguaje. No hay casi ninguna contaminación local, sí hay elementos praguenses. Felice Bauer se reía de él porque esas fórmulas del alemán que él tenía eran de Praga, no del alemán del Reich, digamos. Pero habría que ver cómo hablaba Kafka, no hay grabaciones, por supuesto no podemos saberlo.

ARIANA HARWICZ (AH): Eso es algo que siempre me intrigó, cómo traducir a un autor sin saber cómo habla y al revés, cuánto puede ayudar escucharlo hablar, pensar.
AK: Una vez llamé por teléfono a un germanista praguense, le dije: oye, tengo que dar una conferencia, dime cómo hablaba Kafka, y entonces me dijo, tú escucha en internet a un escritor praguense que escribe en alemán, Johannes Urzidil, bueno, Kafka hablaba así. El alemán de Praga era un alemán muy especial porque era un grupo social muy cerrado, homogéneo, formado por burócratas del Imperio, comerciantes judíos, adláteres, universitarios, profesores y poca cosa más, era esa clase rodeada de checos. Era un alemán al mismo tiempo muy refinado pero sin mucha contaminación social, local, rural. En Kafka encuentras un lenguaje muy puro, muy neutro, y eso es lo extranjero en él.

AH: Me interesa mucho eso que decís porque hace un tiempo estaban tan de moda esas literaturas del auge de lo cosmopolita, del auge del internacionalismo, de la diversidad lingüística como operación principal de esas obras, en esa mezcla de jergas y técnicas. Hay escritores que legítimamente arman su lengua en esa operación, como Copi, pero muchos otros son productos de una demanda, de un interés político, del mercado, o lo hacen como una demostración, como pura destreza. En cambio, la tesis kafkiana no se trata de esa forma de extranjerismo.
AK: Claro, es todo lo contrario, su asimilación al alemán se manifiesta como algo pulcro, puro. En los apuntes de Canetti se ve con claridad de quiénes se nutría Kafka desde el punto de vista literario, lingüístico: de Kleist, por ejemplo, Grillparzer o Flaubert, de Robert Walser.

ASE: ¿Pero esa forma de pureza tenía un impulso místico, una visión del lenguaje elevada?
AK: Yo lo que he notado en él es que ningún lector alemán, sea de donde sea, del norte de Italia al norte de Alemania, se sentirá extraño en el lenguaje de Kafka. Lo que sentirán como extraño es otra cosa, es su frialdad, su violencia contenida, pero no es un tema con el lenguaje.

AH: “No es un tema con el lenguaje”. Cuando traducís a Kafka ya tomás en cuenta esa relación única que tiene Kafka con el alemán.
AK: Hay que traducir con mucha precisión, ahí no hay subterfugios posibles, eso de afrancesarlo por ejemplo,no te lo permite Kafka. Así como otros autores…
AH: Kertész por ejemplo.
AK: Claro, es todo lo contrario, su asimilación al alemán, muchos me lo han dicho, porque para ellos Kertész escribe un húngaro-alemán, y eso en él es muy consciente. Él no se nutría de autores húngaros, leía a Thomas Mann, a Camus, a Canetti, a Thomas Bernhard, que en un período es esencial para él. Textos como Kaddish por el hijo no nacido o La bandera inglesa, no se entienden sin el padrinazgo de Thomas Bernhard. Él lo dijo muchas veces, que le debe su repercusión al alemán.

AH: No al Kertész traductor, sino a sus traducciones al alemán.
AK: No hay un gran volumen de sus traducciones. Tradujo a Canetti, a Freud, a Joseph Roth, a Wittgenstein… Él trasciende como escritor, sus traducciones fueron publicadas destacando su importancia como escritor.
AH: El traductor como sombra del autor, en una misma persona.

ASE: ¿Quién leía a Wittgenstein en esos años en Hungría?
AK: La intelectualidad húngara era muy despierta, muy deseosa de conocer, imagínate un país que tiene una lengua tan rara, cómo está pendiente de cualquier cosa. ¡Conocían a Joyce antes que los irlandeses!

AH: Nosotras queríamos hablar de música.Rilke decía algo como que la música es el lenguaje por el que todas las lenguas acaban. Cuando traducís a Klemperer, Ingeborg Bachmann, a Kraus, a Zweig, ¿tomás en cuenta la relación musical?
AK: Depende a quién, cuando traduzco a Kertész sí. Para él la música es muy importante. Él no escribía, él componía sus obras, el tema de la composición es esencial en su obra literaria. Cuando él no llegaba a componer, se sentía muy frustrado. En La última posada él quería escribir una novela sobre la vejez al modo de los últimos cuartetos de Beethoven o al modo de los últimos cuadros de Turner, ¿y qué salió de todo eso? La última posada, que es un libro de la descomposición, pero no llegó a configurar su deseo.

AH: ¿Por qué crees que no pudo lograrlo, por qué no llegó?
AK: Por su enfermedad, por la dispersión a raíz del Premio Nobel. Él lo llamaba “una catástrofe de la felicidad”, Glückskatastrophe, deseaba volver a ese punto de anonimato que le permitió escribir Sin destino, Kaddish. Me decía: yo quiero volver a traducir, pero no porque quisiera volver a traducir. Lo que él quería era volver a ese punto en el que era un autor desconocido, volver a tener toda la libertad del mundo.

AH: En Kertész no había impostura, él de verdad quería volver a algo que es esencial, la condición marginal del escritor, aunque el Nobel también lo hubiera ayudado a legitimarse.
AK: Él deseaba la repercusión, eso le abrió las puertas al recibimiento en Francia, en Alemania, lo halagaba, él era muy abierto, lo llamaban por teléfono a toda hora, ¿te podemos hacer una entrevista? ¡Venga la entrevista! Pero se sentía mal porque mientras hacia las entrevistas, no escribía.

AH: Kertész decía: “El escritor hoy no llega al lenguaje, no encuentra hoy la formulación grandiosa de las grandes cosas”. Eso me interpela porque desata la pregunta sobre las condiciones en las que escribe el escritor contemporáneo. Kertész ya percibía la decadencia de hoy.
AK: Él percibía que se ha perdido la grandeza. Se ha perdido la búsqueda de las grandes preguntas del ser humano, eso que era lo que ocupaba siempre a la literatura, ahora se ha vuelto más pequeño, más particular. Eso es algo que Kertész veía, falta le grand style, del que hablaba Nietzsche, l’harmonie entre les forces. Kertész lo anhelaba, el vio eso en los 90. Por eso es importante su decisión, en la que yo insisto mucho y a veces no se me entiende, una decisión por la literatura, y no por la escritura memorialista. Por el arte, porque él estaba convencido de que solo allí se podía grabar y registrar lo ocurrido en los campos

AH: Pero esa no concesión en aquella época en Hungría fue una lucha.
AK: Era casi imposible lo que él pretendía, solo se podía “contar” lo ocurrido.

AH: Él dijo: “Mientras Hungría no quiera saber, no quiera asumir, y haga su autojustificación victimista, mientras no haya una conciencia húngara de las deportaciones, yo, autor del Holocausto, no puedo ser húngaro”. Esa posición política marca una ética. Hoy supuestamente las literaturas son políticas, hoy en plena politización de la escritura, la paradoja que veo es que no determinan una posición ética.
AK: Es que la politización de las literaturas hoy es precisamente lo limitante, porque se sitúan dentro de un espectro, de un rango. Kertész no se situaba dentro de ningún partido político, su eje está en la decisión por el arte y nunca dejar atrás la búsqueda del lenguaje de la experiencia, no dejarse avasallar por un lenguaje artificial, no dejarse avasallar por el lenguaje de la cultura de masas que habla del Holocausto, por ejemplo, aunque él use esa palabra, pero ese nombre sacro no refleja en absoluto lo que realmente ocurrió y él es consciente de ello.

ASE: Cuando decís que tomó el camino del arte es un poco proustiano, ¿él tenía elección? Era eso o liquidarse, volverse loco. Kertész opta por una ética invivible.
AK: Otros también se decidieron por la literatura, en el caso de Celan, de Jean Améry. Justo los suicidados. Kertész le dio muchas vueltas al suicidio.

ASE: En Liquidación dice: “El estado siempre financió la literatura para liquidarla”. Al final es lo que hizo el Estado con la sucesión de su obra.
AK: Eso es algo que me duele mucho, me duele no haber sido yo más decisivo en ese momento. Haber dicho: esto no es lo que se habló, era crear una especie de comité, de grupo que se ocupara del legado. Pero intervino una fundación en los últimos días de la vida de Magda [Ambrus, su viuda], le hicieron firmar un contrato y cedió todos los derechos a esa fundación. Ya no queda ningún hilo que una el legado de Kertész, conocedores de su obra, cercanos a él, con la institución.

AH: Hay algo como un trauma ético, un destino trágico finalmente, en que su obra esté en manos del oficialismo, del gobierno, del nacionalismo, todo lo que él y su escritura han combatido.
AK: Pero en sus últimos años de vida, al final, él se dejó llevar, y no hizo nada para evitarlo. Como cuando recibió el premio a la máxima condecoración de Hungría, no recuerdo su nombre, y ahí hubo bastante sufrimiento, hubo gente que se distanció de él, como su amigo el pianista András Schiff, que le escribió una carta en la que rechazaba que aceptara ese premio y cortaba la relación.

AH: Yo no sé si llamar a Kertész un autor anticontemporáneo por su lucha contra la victimización, esta lucha contra la tergiversación. Él había dicho algo como: “Si los personajes que escribimos son solo víctimas, son totalitarios porque se les sustrae la voluntad”.
AK: Él rechazaba la palabra víctima, la consideraba una palabra de la cultura de masas, que no reflejan con precisión lo que realmente ocurrió.
AH: Una distancia enorme con la utilización de la palabra victima hoy en la literatura.
AK: Hay que leer mil veces el final de Sin destino y de Kaddish, ahí está la radicalidad mayor, analiza y refleja y ayuda a la persona que se quiere ver a sí misma con radicalidad, sin concesiones. Yo creo que es un tipo de escritor que ve el final cuando escribe: si realmente hay composición, sabes a dónde vas. En Kaddish todo el in crescendo, desde el NO, como el comienzo de la Heroica, No, No, todo hay que mirarlo desde el punto de vista musical, y luego los dos clímax, dije a mi mujer, dije a mi mujer, No, todo eso es musical.

AH: Céline decía que el oficio del escritor se paga con la muerte. Es casi una labor carcelaria. Hay algo hoy en esta Europa que vivimos sin épica, de decadencia, sin grandiosidad, como un clima pretotalitario.
AK: Ese clima es el de Fiasco. Lo que va a pasar ya está allí.

ASE: Al final siempre es una relación con el tiempo. Proust, por ejemplo, elije la literatura antes que la vida, o la vida en la literatura. Kafka también tenía una visión profética respecto del tiempo, como se puede leer en una carta que le escribe a Milena de 1922. El ser humano, escribe, siente lo “fantasmagórico” en la humanidad y los seres humanos; para luchar contra esa especie de vampirismo, lo espectral, se mandan cartas. Pero el mensaje ya no llega al destinatario, llega vacío, no llega, la caída está consumada y el mundo está poblado de fantasmas que “beben los besos escritos hasta la última gota”. “Los fantasmas no morirán de hambre pero nosotros pereceremos”. Kafka ya había vislumbrado esa alineación del tiempo que estamos viviendo con la comunicación rápida, esa relación infectada que tenemos con el tiempo. En Sin Destino, Imre Kertész descompone minuto a minuto, quizás porque él también sentía que su tiempo estaba contado. Cada minuto era vivido como un indulto.
AK: Claro, exacto, lo más sencillo que te puedo decir de su obra es cómo vivir con la experiencia de Auschwitz a cuestas. Así de sencillo, y eso es “no vivir”. Él a veces, eso también lo dice en El espectador, y también en Kaddish, está agradecido por haber tenido esa experiencia tan grande que lo distingue, lo diferencia de otras personas
AH: Esa incongruencia es su singularidad.

ASE: ¿Y esa es la felicidad de la que habla al final de Sin destino?
AK: Bueno yo creo que ese es un tipo de felicidad. Ocurre que tú estás un año en ese lugar, en algún momento sientes felicidad, por algo, y eso hay que decirlo.

ASE: Sí pero Jean Améry, por ejemplo, en ese texto impresionante que es En las fronteras del espíritu, cuenta el sentimiento de euforia que vivió el día en que tuvo la ocasión o la “suerte” de poder comer sémola en Auschwitz. De repente sintió como una euforia muy intensa, pero rápidamente se empezó a dar cuenta de lo sospechoso, lo dudoso que tenía ese sentimiento de felicidad que al final se degradó.
AH: Jean Améry fue más lejos que Kertész. Desconfía incluso de ese minuto.
AK: Bueno en Améry está este otro factor, la pérdida de confianza en el mundo. Escribió un texto sobre la tortura. Allí dice que una vez que fue torturado pierde la confianza en el mundo, mientras que en Kertész esa confianza no estaba y estaba a la vez. A Kertész siempre lo vi como una persona de dos caras, pero no en el sentido abstracto como Dr. Jekyll y Mr Hyde, no, ¡yo lo veía! Estábamos aquí sentados, él se reía, y de pronto le veía la cara y se le había ensombrecido, pero se le había ensombrecido de verdad, porque tenía esa otra cara. Había confianza, alegría y vitalidad en él, y luego al mismo tiempo esa otra cara que era pura sombra.

AH: A mí lo que me impresiona es la frase que leíste hoy, que leímos en el tren. Bueno, obviamente que la tradujiste vos, Adán: “de Sócrates a Heidegger […], la cultura europea no vale nada sin la sombra del Holocausto, porque es esta sombra que mantiene con vida. ¿Qué? La Ley.” Ley con mayúscula. ¿Qué Ley?
AK: La ley ética. Quiere decir que, desde la experiencia del Holocausto y de su rescate en la literatura, en el ensayo, etc., en la conciencia de los pueblos donde hay un consenso en torno a que aquello fue un crimen, ese hecho constituye un eje para la Ley, para la ética, el Bien y el Mal, distinguir lo que es bueno de lo que es malo. Eso en los años 90 él lo veía así. Yo creo que al final ya no lo veía tanto. Yo noté que fue cambiando, porque veía que la tendencia del mundo iba a peor. Él tuvo esperanza y al final quizás ya no.

AH: Te uso de profeta ahora, o de oráculo. Yo lo que observo de Europa, soy judía, hace 15 años que vivo en Francia, pero también he ido a Varsovia, a Bucarest, es que esa consciencia de la que él habla, que se logró y se “reparó” entre comillas tardíamente en Francia, está disminuyendo, se está desmoronando, deshaciendo, si es que no cayó del todo. Y no solo por atentados antisemitas, decapitaciones o ataques, sino porque queda patente en el discurso, es sombrío.
AK: Yo creo que él intuía que esto podía pasar.
AH: Pero ¿cómo se puede escribir, no? Porque él decía que escribe con esa consciencia.
AS: Tenía cierto humor.

AK: Bueno, ya saben que él escribía comedias musicales, eso es impresionante. Pero él no quería saber nada con eso, cuando se lo mencioné alguna vez no quería saber nada. Pero eso es extraordinario, porque uno dice Sin destino, o Fiasco, pero están las comedias… porque incluso, yo tengo apuntado alguna cosa, algo escribiré al respecto. Es decir, cuando él empieza a pensar en Sin destino, uno de los primeros títulos es “Vacaciones en el campo de concentración”. Que algo de eso hay en Sin destino. Y para mí, ese es el título de una comedia musical. Ese título le vino porque él estaba escribiendo comedias musicales.

ASE: La escritora y sobreviviente húngara Edith Bruck trabajó en teatros y cabarets, como actriz y bailarina. Se las tuvo que arreglar como pudo con sus traumas.
AH: Sus traumas en el cabaret.
AK: Él llegó a decir que eso lo salvó del suicidio, el hecho de vivir en una dictadura. Bajo la dictadura comunista, las heridas de guerra o los traumas de los sobrevivientes no eran tomados en cuenta, los campos de exterminio no eran nombrados como tal, eran “campos donde se liquidó a antifascistas”, la versión oficial era esa, no se hablaba de la deportación de judíos. Todo ese mundo en el que él se formó y se constituyó como escritor lo salvó del suicidio. Y por eso los que estaban en Occidente, con Jean Améry, Primo Levi, Paul Celan, Zweig, Marai, etc., se suicidaron.

AH: Eso es cierto, se suicidaron casi todos. Él estaba ahí con el veneno, pero no lo hacía, no pasaba al acto. Y también Ingeborg Bachmann, es otra cosa.
AK: Ella no se suicidó. Yo lo que sé, de fuente bastante cercana porque soy muy amigo de una amiga de ella, que por cierto fue quien me dio a conocer a la obra de Kertész, Christine Koschel, que luego fue la que se encargó del legado de Ingeborg Bachmann, dice que la muerte de ella fue un accidente. Ella estaba muy medicamentada, porque tomaba todo tipo desustancias, y eso fue lo que precipitó la muerte. Prendió un cigarrillo y se quedó dormida, se incendió la cama.

AH: No sé por qué nunca aprendí piano, ¿vos aprendiste?
AK: Aprendí piano, pero después lo dejé, curiosamente cuando me fui a Viena. Qué paradoja, lo aprendí en Chile, pero cuando llegué a Viena estaba muy agobiado por todo el cambio, tener que aprender alemán, y entonces lo dejé. Y después tuve un tiempo en el que quería volver, iba a la Academia de música, pero al final preferí la lengua y la literatura

AH: Para sortear la gran censura estalinista, los escritores cruzaban la frontera con los manuscritos, se aprendían de memoria las obras. Pero otra cosa eran los pianistas, que tenían que sortear la censura, pero tocando. Estaba el terror también cuando tocaban, la mano suspendida sobre las notas, justo antes de empezar el concierto, imagino en las butacas del fondo a los agentes secretos.
AK: Pero por ejemplo Grigory Sokolov, de alguna manera, se formó en ese mundo. Yo escuché a Mravinsky con la Filarmónica de Leningrado cuando todavía se llamaba la Filarmónica de Leningrado, y Mravinsky era una cosa extraordinaria, una sonoridad, una seriedad. Eso también Kertész lo dice, lo que se ha perdido es la seriedad. Es algo que me llama siempre la atención, se ha terminado la seriedad… lo que no quiere decir que no haya humor, pero es otra cosa diferente.

ASE: Porque va en contra del divertimiento. Leyendo un ensayo del húngaro Lázló Földenyi, que tradujiste por cierto, sobre la relación entre arquitectura y totalitarismo, arquitectura y muerte, pensé en Jean Améry. En En las fronteras del espíritu decía que lo vivido era una experiencia estética también. En Auschwitz uno ya no contaba con una experiencia estética de la muerte. Percibía realmente hasta qué punto la estética es importante en las representaciones que acompañan cada etapa de la vida, y ahí era una experiencia brutal que arrasaba con todo lo que uno podía conocer antes, como un gran teatro. Y lo dice Kertész en Sin Destino: esos veinte minutos desde la bajada del tren, cuando todavía llegan con todo su bagaje cultural, se bajan del tren, pasan la selección y en veinte minutos ya tienen el traje puesto y ya forman parte de ese teatro. Los espacios de la muerte viviente: Kafka, De Chirico y los demás, el ensayo que tradujiste del húngaro Lázló Földenyi, habla de una relación con la arquitectura y esa pretensión que tienen las civilizaciones en querer crear ciudades ideales, y advierte que en ese ideal o en ese plano arquitectónico hay un componente mortífero. Hoy pasamos bastante tiempo con la cara hundida en el celular viviendo una experiencia estética donde la vida también se diluye. Cuando decíamos dentro del arte que hay una posibilidad de salvarse o de vivir o de ser, bueno es una forma de resistencia, en realidad.
AK: Es una forma de resistencia, así es. Y hasta qué punto quedas inerme si te sales de esa resistencia y quedas totalmente expuesto, vendido, cuando te sales de allí. Y a todos nos pasa, porque de pronto nos salimos, porque no estamos eternamente resguardados por el arte o por esa dedicación y en ese momento quedamos expuestos. Hay que ser conscientes.

ASE: Pero en la música es distinto, cuando uno va a un concierto está totalmente tomado. Por ejemplo Wagner, que vos decís que no lo soportabas, pero Imre Kertész sí lo soportaba.
AK: A Imre le gustaba, era muy wagneriano, iba a la ópera y sí le gustaba. En Wagner no sé lo que le gustaba, aunque me explicara trescientas veces, nunca llegué a entenderlo. Yo creo que era esa grandeza, esa opulencia, era cosa para mí ampulosa, pero al mismo tiempo era la conversión de todo en arte. La concepción de Kertész del arte tiene un poco de la concepción del siglo XIX.
ASE: Es El mundo de ayer del que habla Stefan Zweig.
AK: Sí, viene un poco de allí. Pero transformado por la experiencia de Auschwitz. Ya no podía ser lo mismo, eso es así. Todo lo que escribimos ya no puede ser lo mismo desde entonces.