A lo largo de los años, este blog dio cuenta de la existencia del lenguaje inclusivo y de las polémicas que suscitó en muy diversos ámbitos. Si bien no tomó partido por una u otra posición, el Administrador desea dejar en claro que la prohibición por decreto no es la forma de zanjar la discusión. El modo en que el actual gobierno pretende erradicarlo por completo es un claro atentado contra la libertad de expresión, razón por la cual, un día después de haber publicado la noticia de la eliminación del lenguaje inclusivo en el ámbito castrense, se reproduce a continuación la nota publicada por Mariana Carbajal, en el diario Página 12 del día de hoy. En su volanta se lee: "Adorni anunció que se decidió prohibir “todo lo referido a la perspectiva de género” en el ámbito de la gestión pública".
jueves, 29 de febrero de 2024
¿Adorni pasará a llamarse Adorno?
A lo largo de los años, este blog dio cuenta de la existencia del lenguaje inclusivo y de las polémicas que suscitó en muy diversos ámbitos. Si bien no tomó partido por una u otra posición, el Administrador desea dejar en claro que la prohibición por decreto no es la forma de zanjar la discusión. El modo en que el actual gobierno pretende erradicarlo por completo es un claro atentado contra la libertad de expresión, razón por la cual, un día después de haber publicado la noticia de la eliminación del lenguaje inclusivo en el ámbito castrense, se reproduce a continuación la nota publicada por Mariana Carbajal, en el diario Página 12 del día de hoy. En su volanta se lee: "Adorni anunció que se decidió prohibir “todo lo referido a la perspectiva de género” en el ámbito de la gestión pública".
miércoles, 28 de febrero de 2024
Un pelotude a pruebe de bales
martes, 27 de febrero de 2024
Florida: un estado gobernado por trogloditas propensos a la quema de libros
lunes, 26 de febrero de 2024
Matías Battistón y sus versiones de "Por una cabeza..."
La cabeza del traductor (4)
Está
claro que incluso dentro de un mismo género literarioexisten muchos tipos de
traductores, pero la persona que quiere distinguirlos se encuentra con un
problema que no conocen, por ejemplo, los entomólogos. Sería muy práctico recurrira
una serie de datos externos —la longitud de sus pedipalpos, la cantidad de sus
alas, la forma de sus probóscides—, pero en el campo traductológicola
naturaleza no parece colaborar. Para bien o para mal, al menos por el momento,
el único modo más o menos útil de identificar a los tipos de traductores que
hay es ver cómo traducen.
Por supuesto, las maneras de traducir están influenciadas por la época, por la cultura, por la tradición a la cual el traductor se adapta o contra la cual se eriza. Se trata de cuestiones elementales, y que nos permiten establecer filiaciones de una manera muy lógica y clara. Sin embargo, uno también podría optar por hacer hincapié en cuestiones más caprichosas. Siempre se puede elegir un sesgo menos obvio. Por ejemplo, se me ocurre ahora que podría hacerse todo un estudio sobre los distintos modos en que diversos traductores abordan un mismo campo sensorial, o incluso un mismo órgano del cuerpo. Los ojos, digamos.
Pienso eso y se me ocurre un caso específico. En una escena patética de Anna Karenina, el conde Vronski comete una torpeza durante una carrera y su yegua, Frou-Frou, se termina partiendo la espalda. Antes de que la sacrifiquen, Vronski, que todavía no termina de entender lo que ha sucedido, sigue tratando de hacer que se levante, y la pobre yegua, como toda respuesta, le dedica una última mirada, cargada de sentido. Ahora bien, para sus clases de literatura rusa en Cornell University, Vladimir Nabokov usó un ejemplar de la traducción inglesa de Constance Garnett, donde se lee que, en esta escena, el caballo “miró a su amo con sus ojos elocuentes” (gazed at her master with her speaking eyes). Cotejándolo con el original, Nabokov anotó en un margen, lapidario: “Un caballo no puede mirar con los dos ojos, señora Garnett”.
Aunque nadie podría acusarme de saber ruso, deduzco de esto, y de las otras traducciones a otros idiomas que consulté, que en el original la yegua mira a Vronksi con un solo ojo. Garnett, entonces, victoriana de pura cepa, al traducirlocambia esa mirada, la personifica, la romantiza. Nabokov (un traductor ultraliteralista, pero también un escritor para quien la literatura misma consistía en gran parte en la observación vívida y fiel de los detalles que otros pasan por alto) detecta ese ojo adicional y se lo saca de un hondazo.
Algo parecido me sucede cuando cotejo la traducción que José Bianco hizo de Malone muere, la novela de Samuel Beckett. Es decir, encuentro otro caso donde un traductor da un giro ocular imprevisto. En el original francés de la novela, cuando el narrador comenta que pasó mucho tiempo encorvado mirándose el miembro, cruzando largas miradas con su propio pene, el texto dice que se miraron l’œil dans l’œil, literalmente “el ojo en el ojo”. En francés, lo común sería el plural, como en castellano: mirarse les yeux dans les yeux, mirarse a los ojos. En este caso, por supuesto, el plural es imposible para una de las partes involucradas, y Malone, que narra esto en primera persona, fuerza la sintaxis para reflejarlo. Sin embargo, aunque sea relativamente sencilla, a Bianco la escena parece llamarle la atención. Hasta diría que se la queda pensando. Algo, por así decirlo, no le cierra. Es por eso, supongo, que evita traducir la frase literalmente y opta por ampliarla, haciéndola más detallada, más compleja, a la vez más dispar y más equitativa. Así, en la p.65 de la edición de Sur, Malone y su órgano sexual pasan a mirarse “los ojos en el ojo, el ojo en los ojos”.
viernes, 23 de febrero de 2024
"Para el lector vernáculo siempre será mucho mejor la peor de las traducciones a su lengua"
La cabeza del traductor (3 bis)
1
Qué gran cosa es la polémica abierta, sosegada y generosa sobre un tema concreto y cercano, ésa en la que los polemistas descansamos en un saber modesto pero real, un saber leninista, si se me permite, fruto del constante cachascán entre teoría y práctica. Leo los textos de Jorge F. y Jorge A. y sé que todo lo que dicen es cierto y a la vez refutable, y lo sé porque además de conocerlos personalmente conozco su obra, su obra como autores-traductores, su obra práctica y su obra teórica, y eso me ahorra dos incomodidades: no tengo que leerlos con la sospecha de que me están embaucando y tercero (porque segundo ya para siempre será Francia), tampoco me obligan a una lectura ideológica, de esas que sólo admiten creer o no creer, cancelar o no cancelar. Dicho esto, creo que no hace falta mucha suspicacia para comprobar que nuestras cabezas traductoras son muy distintas y que, por ende, nuestras visiones y enfoques al respecto de los qués y los cómos de la traducción también lo son. De hecho, tan distintos somos que casi lo único que compartimos es una vivay cariñosa curiosidad por la cosa traducción, o sea, más una pregunta que una serie cualesquiera de respuestas.
2
A la apuesta de Jorge F. por partirle en dos la cabeza al traductor y ver qué tiene adentro yo añadiría sin dudarlo la necesidad de investigar el cuerpo entero o, por decirlo en términos retóricos, de tomar cabeza por sinécdoque de cuerpo y hacerle por tanto un chequeo completo, tanto sincrónico como diacrónico. Al traducir sudamos como perros, nos adormecemos, nos aceleramos, tenemos frío o sed, y esa realidad física discurre en paralelo a la del texto traducido, que nos obliga a buscar símiles creíbles en nuestra hemeroteca sensorial: no sólo qué se piensa en tal o cual situación sino sobre todo qué se siente, qué siente el cuerpo, cómo se permeó o impermeabilizó nuestro cuerpo –no disociado de nuestra metonímica cabeza– en tal o cual circunstancia. El cuerpo sin la cabeza traduciría como una gallina decapitada; la cabeza sin el cuerpo, como una IA. He ahí el lugar donde habita (por ahora y espero que durante mucho tiempo) nuestra gran ventaja: los traductores tenemos cuerpo, nuestras traducciones se encarnan, nos atraviesan la carne viva y arrastran restos de vida como camalotes en el ancho río, mientras que las inteligencias artificiales no pueden sino reemplazar esa descarnada carencia con puros artificios. El cuerpo de la IA es una tierra baldía. Luchemos por no ceder los nuestros, que es el repositorio de una experiencia única, traductores, y no lo separemos nunca de nuestras cabezas.
coda al 2
Donde digo diego, o sea, digo, el
traductor, digo la traductora o traductore o como se quiera. Cada vez somos más
mujeres las que ejercemos esta profesión y con toda seguridad los debates más
frecuentes o acalorados rondan en torno a la cuestión de género y, por
consiguiente, del cuerpo de quienes traducimos. No es casualidad que cada uno
aborde esta cuestión como le siente mejor al cuerpo y que abordemos o
despachemos el asunto acorde a nuestra propia percepción corporal. Nuestros
cuerpos están en el tiempo, esa es la clave, nos pican los mosquitos, nos revuelven
las revoluciones, nos afectan las pérdidas y nos atraviesan las modas, como
concluye Jorge A. que concluye Jorge F. Al traducir no estamos nadando en el
éter de la neutralidad, y el mundo no cesa de sacarnos de esa ensoñación y
devolvernos a la incomodidad de los cuerpos, algo que ningún artificio, por
inteligente que sea, experimentará jamás. Volviendo ahora a la cuestión del
número, y dándole la vuelta a la pregunta: ¿qué habrá cambiado en el modo de
traducir desde que cada vez somos más las mujeres que traducimos?
3
De la réplica de Jorge A. me quedo con una brillante observación que él convierte en paradoja o más bien en aporía: “...la conclusión es que la época dicta en gran parte el criterio de traducción. En ese sentido, hemos ido de la libre expresión del traductor –aunque estuviera enmascarado en letra pequeña en la página de los créditos y a veces ni siquiera fuese mencionado en la edición de sus traducciones– hacia la traducción que aspira a la mayor literalidad posible (digo esto yo, no Fondebrider, quede claro). Lo cual podría significar: de lo personal a la impersonalidad. Tarea, ya lo sé, imposible”. O sea, a la vez que luchamos denodadamente por salir del cono de sombra y reclamamos con ahínco nuestra parte (tanto moral como patrimonial, y totalmente merecida) de autoría, vamos derecho viejo a la invisibilidad física, no simbólica, es decir, la de la letra hecha carne, puesto que aspiramos a un ideal (imposible, nos recuerda Jorge A.) de literalidad, de fidelidad literal, de incorporeidad o, cuando menos, de disimulo fáctico, como si fuéramos doppelgängers anónimos que aspiramos, sin embargo, a tener un lugar en los créditos. Así, el traductor tendería a convertirse, según la moda actual, en un stuntman, un doble de riesgo, capaz de hacer acrobacias inverosímiles sin romper al mismo tiempo la ilusión de que quien las realiza es el actor protagónico, donde la acrobacia inverosímil consistiría en saltar al vacío entre una lengua y otra y no partirse la crisma y convertir la película en un video berreta de caídas desternillantes.
La pregunta, entonces, es:
¿queremos o no queremos ser autores visibles de una obra nueva derivada de otra
previa y ajena? Si peleamos por aparecer en portada, ¿no deberíamos aceptar que
hemos puesto el cuerpo, en este caso las sucias garras, en una obra que, antes
de nuestra escabechina, descansaba plácidamente en el vergel de su cultura de
origen? Dice Jorge A., con toda razón, que tender a la impersonalidad es
imposible; completo yo que no hay modo de hurtarle el cuerpo a una traducción y
que toda traducción lleva indicios de nuestra osadía, incluso cuando creamos
haber borrado con lavandina nuestras huellas dactilares (no escribiendo
“capullo, follón, flipar o cutre”, por ejemplo, cuando y donde no corresponde o
nuestro editor no nos lo demande). A modo de muestra, un botón, o toda una
mercería, por caso: incluso si Jorge F. deseara fervientemente pasar
desapercibido en sus traducciones y ser un neutro amanuense al uso, sigiloso y
desapercibido, su manera de poner el cuerpo en ellas lo delataría
indefectiblemente, pues no conozco a ningún otro traductor que sea capaz de
triplicar o más el volumen del texto original o el traducido, tanto da, con un cuerpo
de notas tan descomunal y exhaustivo. Si Jorge F. no firmara sus traducciones,
sus notas lo delatarían vilmente. Ya que estamos en el terreno de las imágenes
delictivas, Jorge F. sería como esos asesinos en serie que no pueden estarse
sin dejar pistas, en clave o no, de sus crímenes, en una suerte de juego de
ingenio entre él y sus eventuales captores, i.e., lectores.
4
Un último toque a la cuestión de la mejoración del original en las traducciones. No hace falta ser devoto de Foster para entender que en toda traducción se opera una pérdida: lo que en el original, en el idioma original, eran “virtudes” o “activos”, en la traducción posiblemente aparezcan como “defectos” o “debes”, sobre todo en áreas tan sensibles como la sonoridad, el ritmo, el color, las vibraciones o resonancias (¡otra vez el cuerpo!). A la vez, a lo que Foster no alude en su célebre eslógan es a la ganancia que implica cualquier traducción: lo que antes sólo podía leerse en una única lengua ahora puede leerse casi igualen todas las otras. La traducción quizás no te lleve al mismo puerto pero sin duda te acerca mucho. ¿Qué pasa entonces cuando esa traducción no sólo te lleva a puerto sino que encima te hace pasar la aduana e incluso comprar algo en el free-shop? No creo que Baudelaire o Cortázar participaran de la misma moda; entre uno y otro la práctica profesional de la traducción ya había cambiado mucho.
No sabría decir si Baudelaire
mejora a Poe o más bien lo lleva a su puerto. Y podría apostar que lo que movió
a Cortázar a “mejorar” a Poe no fue tanto una cuestión estética, ni siquiera
ética, sino de economía moderna:
respetar el ritmo perifrástico y a menudo exasperante de Poe le habría
llevado muchos meses más de los que disponía y, a diferencia de Baudelaire,
Cortázar vivía de esas traducciones, así que disfrazó con genio e ingenio sus
tijeretazos como decisiones literarias y cortó a Poe por lo sano. ¿Lo mejoró?
En cierto modo, si Baudelaire bodelerizó a Poe, Cortázar lo modernizó, lo metió
en el mercado editorial, lo puso en valor de venta. Pero ambos, tal como ahora
nosotros, entendían que estaban al servicio de Poe. Y me pregunto si las
apropiaciones de los clásicos, o las de los renacentistas, o las de los
barrocos, o las belles infidèles de los neoclásicos franceses o las
chinoiseries de los románticos no operaban bajo la misma divisa corsaria y
creían estar sirviendo, por encima de todo, a las fuentes originales. Hoy en
día la idea de apropiarse o mejorar el original es anatema, pero para el lector
vernáculo siempre será mucho mejor la peor de las traducciones a su lengua
(incluso aquellas en las que Tom Cruise es condenado a vivir en Vallecas) que el
más maravilloso de los originales en incomprensible lengua. Y si no les gusta,
vayan a cantarle a Babel.
jueves, 22 de febrero de 2024
Andrés Ehrenhaus no es incorpóreo
miércoles, 21 de febrero de 2024
Un escándalo bien francés (II)
(viene de ayer)
Lo que sigue es la segunda parte del artículo de María José Furió, publicado esta vez el 12 de febrero pasado, en la revista Vasos comunicantes, sobre el escándalo suscitado por la nueva traducción francesa de Mein Kampf, de Adolf Hitler, a cargo del traductor Olivier Mannoni.