Daniel Samper Pizano es un narrador y periodista colombiano. El texto que sigue fue publicado en Ñ, el sábado 2 de junio pasado.
La polinización del lenguaje
La lengua española es nieta del latín y el romance, a los que debe la mayor parte de su léxico y su estructura. Pero a lo largo de la historia han participado en su desarrollo otros idiomas. Unas pocas palabras son de origen desconocido, como perro, al que el etimologista español Joan Corominas atribuye un poco convincente origen “de creación expresiva”, a partir de la manera como los pastores llaman a su perro: “brrr o prrr”.
Al vasco se deben algunos de los primeros términos (queso, izquierda), pues de las dos lenguas quedan registros escritos por la misma época (siglo X). Gracias a las parlas germanas de los invasores de la península Ibérica (siglo I a siglo V) tenemos palabras como jabón, burgo, guerra, robar, falda y yelmo. Siete siglos de presencia árabe (siglo VIII a siglo XV) dejaron en España cerca de 850 palabras y cientos de derivados: arroba, alubias, almohada, azucena, alfarero, babuchas, guarismo, albóndigas, alcalde, fulano.
Los galicismos o francesismos lloviznaron desde tiempos medievales, pero se convirtieron en diluvio a partir del XVIII y hasta comienzos del XX: favorito, galante, interesante, pillaje, merengue, parlamento, financiero, bolsa, garaje, hotel, jardín. La música, la poesía y la pintura fueron puentes para la entrada de vocablos italianos, principalmente del siglo XVI al XIX: soneto, pantalón, centinela, violín, esdrújula, piano, banca, escopeta, ópera, coronel.
Los siglos XX y XXI han marcado la penetración constante y creciente del inglés. Ello se debe en parte al abismo tecnológico entre los países de habla española y los anglosajones: el que inventa es el que nombra. Además, a la expansión por el mundo del modo de vida estadounidense, con sus hamburguesas, su rock, sus jeans, su Internet. También se debe, lamentablemente, al complejo de inferioridad del comercio y la publicidad, que en algunos países prefieren llamar shopping a las compras, home delivery a la entrega a domicilio, country a la urbanización cerrada, casting al elenco o prueba de actores, boarding pass al pasabordo, rating a la sintonía, top a lo más notable, tip a los consejos y wow! al viejo ¡carambas!
El español y sus semillas
Lo que pocas veces se dice es que en la polinización de los lenguajes el español también ha dejado su huella en jardines ajenos. Quizá no cientos, pero al menos decenas de palabras castellanas han volado a otros idiomas y se han aclimatado en ellas. Entre muchos otros, el francés adoptó platino (platine), cabotaje (cabotage) y rastracueros (rastracouère); el alemán, Demarkation y tomate; el italiano, carambola (carambolo), cigarro (sigaro) y albino. Pero el que mayor número de términos ha absorbido es el que mayor número de términos nos ha inoculado: el inglés.
Antes del siglo XIX la mayoría del léxico español que cuajó en otras lenguas provenía de América. Aquellos objetos, productos, animales que eran desconocidos en Europa se adaptaron al español y, ya incorporados a nuestra cultura, circularon por otros países con leves deformaciones: chocolate, alpaca, armadillo, cacique, hamaca. Según el ensayista Henry Hitchings (How English became English o Cómo el inglés llegó a ser el inglés), el libro Viajes, del escritor británico Richard Hakluyt (1553-1616) importó por primera vez a su lengua palabras como sombrero, que data del siglo XIII, y llama (el animal), así bautizada en quichua. De América llegaron también los reconocibles términos iguana, manatee, canoe, maize, papaya, cassave, yucca, cayman, coyote, condor, piranha, jaguar, tapioca, potato (de patata, nombre ibérico de la papa), hurricane, guava (guayaba), peyote, coca y mezcal.
Lengua madre
Llegó también, tomada del azteca, la palabra aguacate, que en inglés se convirtió en avocado. Originalmente, el término proviene de auacátl, que significa testículo, pues recuerda la forma de este varonil equipamiento, aunque bastante más grande, evidentemente. Lo curioso es que dos palabras más se remiten a los ovoides atributos masculinos. Turma, que es denominación de los Andes colombianos para las papas (Diccionario de bogotanismos, Luis Alberto Acuña), también se emplea para los testículos. Y orquídea deriva del griego orkhis, que significa lo mismo que turma y aucátul y se aplicó a la planta debido al parecido entre los bulbos de la orquídea y los de los caballeros griegos. Pero aún no se asombren por completo: volveremos a este tema cuando hablemos de las más recientes exportaciones léxicas a los Estados Unidos.
Tres siglos después de 1492, el vocabulario que hizo metástasis desde el español se originaba en la política y la guerra, como las palabras liberal, junta, armada, guerrilla, cañón, trabuco. Pasado el tiempo se incorporan a varios idiomas el sustantivo común quijote (quixote) y el adjetivo quijotesco (quixotic). En esa época emigra un encantador vocablo que disminuye el pecado a su mínima y más inofensiva condición. Con tal sentido se usa hasta el día de hoy en inglés el término peccadillo: “falta o pecado triviales” (Collins Dicctionary).
William Shakespeare emplea en su obra al menos tres palabras de cuna hispánica: hurricano (huracán, nativa del Caribe precolombino), ambuscado (emboscada) y barricado (lo mismo que barricada, cuyo abuelo léxico es barril).
Por los tiempos de Shakespeare, la presencia latinoamericana en Estados Unidos empezaba ya a propagar sus voces gastronómicas y musicales en el habla gringa. Los mexicanos tenían ranchos, eran machos, guardaban el ganado en el corral, organizaban rodeos, utilizaban ponchos, eran aficionados a los toreadores, comían tacos y tortillas, espantaban los mosquitos, manejaban el lasso, empuñaban el machete, luchaban contra los bandidos, echaban siesta, bailaban la rumba, cazaban buffalos (en realidad, bisontes), bebían tequila en el saloon, pedían chili con carne en la cafeteria, disfrutaban de ocasionales bonanzas, se confesaban ante los padres y tenían en su población negroes y mulattos.
Según el delicioso libro del escritor Bill Bryson Mother Tongue (Lengua madre), “los nuevos habitantes [de América del Norte] tomaron más de 500 palabras de los primeros colonos españoles”. Entre ellas, Bryson recuerda algunas que fueron españolismos y hoy son arcaísmos: bukaroo, traslación al inglés de vaquero (más tarde se impuso el cowboy, conocido incluso en español); bronco, que se aplica a un potro a medio domar; y hoosegow, que no se parece en su escritura pero sí en su pronunciación a la palabra juzgado, de la cual viene. Algunas solo figuran ya como denominación de modelos de automóviles, aunque las dos últimas sobreviven en los diccionarios.
“Invadiendo” el inglés
Hoy los historiadores reconocen, como lo hacen Robert Crum, William Cran y Robert MacNeil, que “en la actualidad, el inglés estadounidense ha tomado más préstamos del español –como enchilada, marijuana, plaza, stampede y tornado– que de cualquiera otra lengua, y la lista crece año tras año”.
Dice el dicho que “la lengua acompaña al imperio”, y cuando España era un imperio (siglo XV a XVII) su lengua recorrió muchos países europeos. Robert Clairborne cita en su historia de la lengua inglesa una frase que fue célebre en el siglo XV: “La guerra se libró con embargos de comercio y con desperados que atacaban las barricades con bravado”.
Embargo significa, de acuerdo con el Webster Dictionary, “orden del gobierno que prohíbe el movimiento de naves mercantes de los puertos” y procede del verbo español embargar, “obstaculizar, estorbar”. En cuanto a desperado, es una versión coja de desesperado y significa en inglés “criminal sin escrúpulos ni cautela”. Típico de los desperados es el bravado, cuyo sentido en inglés –porque en español la palabra no existe– es el de “exhibición de coraje pretenciosa y desafiante”.
En una reciente aparición de su columna “Yo soy como el picaflor”, el escritor español Ricardo Bada ofreció una lista de “palabras castellanas que se usan en inglés como si fueran anglas de toda la vida”.
Copio las que no aparecen mencionadas en otros lugares de esta nota: amigo, auto de fe, bolero, burrito, Celestina, El Cid, compañero, conga, Conquista, contras, cumbia, chacona, Che, chihuahua (la raza canina), chiquita, conjuan, donquijote, El Dorado, fiesta, filipino, flamenco, gaucho, gazpacho, gorila (guardaespaldas), Grande (persona de noble alcurnia), guanaco, hispano, indio, Inquisición, jerez, la ola, latino, mambo, mañana, maracas, mariachi, matador, mate, merengue, sanfermines, señor, tango, tapas, telenovela, vicuña, Zorro.
Otras palabras que los hispanohablantes habríamos señalado como castellanas figuran bajo el rótulo de italianismos: fresco, charlatan, maestro, ¡bravo! ¿Se deslizaron al inglés de Italia o de España? Chi lo sa.
Hemingway, cojones
Aunque quedó lejos aquel tiempo en que los términos políticos españoles saltaban fronteras, el más interesante aporte de nuestra lengua a la inglesa procede del mismo lugar que los aguacates, las turmas y las orquídeas, pero se aplica a la política estadounidense: cojones, que allí ha dado en pronunciarse cohonis.
Viajó directamente de las corridas de toros españolas a bordo de las obras de Ernest Hemingway y, según el diario madrileño El Mundo, fue pionero en su uso político John F. Kennedy. Este escribió en 1961 que “en el Departamento de Estado hay mucho cerebro y pocos cojones, y en el Departamento de Defensa muchos cojones y poco cerebro”. Después la han empleado el circunspecto semanario The Economist (“George W. Bush no tiene cojones”), señoras virtuosas, como la ex secretaria de Estado Madeleine Albright (“Esto no es cojones, es cobardía”, dijo a Castro cuando Cuba derribó dos avionetas de la oposición), el presidente Bill Clinton (que repitió y elogió la frase de Albright), y la reina de la derecha, Sarah Palin, que elogió al gobernador de Arizona –insigne perseguidor de inmigrantes– diciendo que “tiene los cojones que le faltan a nuestro presidente”.
Todos ellos saben perfectamente de qué glándulas estamos hablando, porque su uso acarreó oportunas bromas de los humoristas, críticas de las feministas, debates de los políticos y glosas de los urólogos.
Aceptemos, en general, que se trata de un elocuente y generoso regalo que hace el español al inglés. ¡Pero, qué lenguaje el de estas damas, cohonis!