viernes, 29 de junio de 2012

El SPET antes de las vacaciones

En el último encuentro del primer cuatrimestre, que tendrá lugar el miércoles 4 de julio a las 18:30 en el Salón de Conferencias del IES en Lenguas Vivas (Carlos Pellegrini 1515), el SPET invita a una charla con Márgara Averbach, autora del libro Traducir literatura: Una Escritura controlada., Manual de enseñanza de la traducción literaria (Córdoba, Comunicarte, 2011)
 
Márgara Averbach es doctora en letras por la UBA y traductora por el IESLV “Juan R. Fernández”. Enseña literatura de los Estados Unidos en la UBA y traducción literaria en el IESLV “Juan R. Fernández” y en el ENS en Lenguas Vivas “Sofía E. B. de Spangenberg”. Tradujo más de cincuenta novelas, poesía y ensayos del inglés. Se dedica al estudio de la literatura de las minorías étnicas estadounidenses.  Además, es crítica literaria y autora de libros de ficción para chicos, adolescentes y adultos. Ganó el Premio Regional Conosur de Traducción de la Unión Latina (2007) por la traducción de El negocio de la Ilustración, y el Premio ALIJA de traducción en literatura infantil (2010) por la traducción de Érase una vez una vieja que tragó una mosca gris.

Como lectura sugerida, dejamos una copia del capítulo 8 del libro (“La prosa sintácticamente compleja“, pp. 77-85) en la fotocopiadora del Lenguas Vivas (edificio nuevo, subsuelo) a partir del miércoles 27 de junio. Un ejemplar del libro estará disponible en la Biblioteca General del Lenguas Vivas.

jueves, 28 de junio de 2012

Damián Tabarovsky opina

El 6 de mayo pasado, el diario Perfil, de Buenos Aires, publicó la siguiente columna de Damián Tabarovsky a propósito del Programa Sur de subsidios a traducciones de autores argentinos, que lleva adelante la Cancillería argentina. Como suele ocurrir en estos casos, la de Tabarovsky es una opinión. A ella se podrían oponer otras opiniones. Por caso, él centra su crítica –atendible, por cierto– en la libertad que se les otorga a los editores extranjeros para publicar lo que publican y no lo que Tabarovsky cree que debería publicarse. Damián –cuyos puntos de vista tanto como escritor, traductor y editor son siempre interesantes– está en todo su derecho. Como podríamos también estar nosotros en el nuestro, advirtiendo que en su lista no hay ni poetas, ni dramaturgos, ni ensayistas, escritores todos quienes, además de los novelistas, forman parte de la literatura argentina, aunque muchas veces ni los narradores ni la crítica lo comprendan.

Quizás las críticas a este programa francamente notable, que pone al país en un lugar de excelencia entre los países que subsidian su literatura en el extranjero, deberían plantearse por otro lado. Por caso, en la constitución de la comisión que analiza los proyectos –donde no hay ningún traductor– y en el conocimiento que del mundo editorial extranjero tienen los que deciden a quiénes subsidiar para así maximizar recursos públicos a los que todos contribuimos. Por lo pronto, este es la columna de opinión en cuestión.

Traducciones en Sur

En una reciente encuesta, publicada en la revista digital de una pequeña editorial argentina, consultados sobre los efectos de la Feria de Frankfurt de 2010 –de la que Argentina fue invitada de honor– un grupo de editores extranjeros resaltaba al Programa Sur de apoyo a las traducciones, que lleva a cabo la Cancillería argentina, como de lo más importante –sino lo más importante– ocurrido en ese evento. Hace unas semanas, en el discurso inaugural de la Feria del Libro, Gustavo Canevaro, presidente de la Fundación El Libro, señaló algo en idéntico sentido. Y así podríamos encontrar decenas de opiniones similares entre los integrantes de la industria editorial y el mercado literario. Es que es verdad: el Programa Sur es uno de los actos de política cultural estatal más relevantes en años. Creado en 2009, con miras al Frankfurt 2010, otorga subsidios a editoriales extranjeras para traducir libros de autores argentinos. Desde sus comienzos aprobó subsidios a más de 400 obras traducidas de múltiples géneros, de autores contemporáneos y clásicos, a 34 idiomas y en cuarenta países, con un criterio plural, democrático y transparente más que auspicioso. Tomando como referencia los programas que países como Francia y Alemania llevan adelante desde hace años, e incluso al pionero subsidio que la local Fundación Typa otorgó para traducir a tres autores argentinos en 2008, el programa deja en manos de las editoriales extranjeras la libertad para elegir qué autores quiere traducir. Es decir, es pura responsabilidad de las editoriales extranjeras que muchos de nuestros peores escritores contemporáneos hayan recibido ese subsidio (¡algunos en más de un idioma!), y que grandes escritores como Matilde Sánchez o Daniel Guebel sean todavía casi desconocidos en otras lenguas. Ningún Programa Sur puede subsanar esa desdicha (por cierto, no son lo escritores quienes reciben el subsidio, sino la editorial extranjera para abonarle al traductor correspondiente). Pero dejando atrás el evidente mal gusto de muchas editoriales extranjeras, algunas otras buenas traducciones sí han encontrado cabida: Bizzio, Fogwill, Saer, Ronsino, entre muchos otros, han visto algunos de sus libros traducidos gracias al subsidio. Ocurre que, más allá del gusto de cada uno, lo que importa es la perspectiva industrial: el subsidio es un gran facilitador en la toma de decisiones editoriales, teniendo en cuenta la importancia que, en el precio de venta de un libro, tiene el costo de la traducción. Publicar libros de autores argentinos traducidos a lenguas extranjeras conlleva una serie de logros imbricados: tiene una evidente importancia cultural y literaria, también defiende un muy relevante eje político-lingüístico (se traduce del castellano argentino) e incluso una dimensión económica, menor quizás, pero también digna de mencionar (los autores cobran anticipos, las editoriales venden derechos de autor, etc.).

Y luego, Frankfurt 2010 pasó y, como suele ocurrir en este tipo de casos, comenzó la incertidumbre, las dudas y los rumores. ¿Continuaría el Programa Sur? ¿Existió sólo para Frankfurt? El reciente anuncio de la continuidad del programa, como política permanente de Estado, es una sabia decisión. Otorgando un subsidio de hasta US$ 3.200 por traducción, se esperan traducir unos 150 libros. Esperemos que, sólo en el género novela, ahora sí las editoriales extranjeras llenen el formulario con los nombres de Sánchez y Guebel, y también con los de Juan José Becerra, Oscar Taborda, Matías Serra Bradford o Ramiro Quintana, que hasta donde sé no están traducidos; o de otros, de los que ya debería haberse traducido sus obras completas, como Luis Chitarroni, Ricardo Zelarayán o Héctor Libertella. Pero eso, como sabemos, va más allá de los innegables méritos del Programa Sur.

miércoles, 27 de junio de 2012

El traductor como amante

El 22 de junio pasado Andrés Neuman publicó en la revista Ñ la columna que se reproduce a continuación. Si nos atenemos a la serie de comentarios y suspiros despertados entre las lectoras, resulta claró que causó sensación.

Traducirnos

Recuerdo, traduzco a mi amado Larkin: “La noche no ha dejado nada más que mostrar:/ ni la vela ni el vino que dejamos a medias,/ ni el placer de tocarse;/ solamente este signo de tu vida/ caminando por dentro de la mía”.

Amor y traducción se parecen en su gramática. Querer a alguien implica transformar sus palabras en las nuestras. Esforzarnos en entender a la otra persona e, inevitablemente, malinterpretarla. Construir un precario lenguaje en común. Para traducir un texto de manera satisfactoria hace falta desearlo. Codiciar su sentido. Cierta necesidad de poseer su voz. En ese diálogo que alterna rutina y fascinación, conocimiento previo y aprendizaje en marcha, ambas partes terminan modificadas.

El amante se mira en la persona amada buscando semejanzas en las diferencias. Cada pequeño hallazgo queda incorporado al vocabulario compartido. Aunque, por mucho que intente capturar el idioma del otro, lo que al final recibe es una lección acerca del idioma propio. Así de seductora y refractaria es su convivencia. Quien traduce se acerca a una presencia extraña en la cual, de alguna forma, se ha reconocido. El texto le presenta un misterio parcialmente indescifrable y, al mismo tiempo, una suerte de familiaridad esencial. Como si traductor y texto ya hubieran hablado antes de encontrarse.

Traductores y amantes desarrollan una susceptibilidad casi maníaca. Dudan de cada palabra, cada gesto, cada insinuación que surge enfrente. Sospechan celosamente de cuanto escuchan: ¿qué habrá querido decirme en realidad? Amando y traduciendo, la intención del otro se topa con el límite de mi experiencia. Yo me leo leyéndote. Te escucho en la medida en que sepas hablarme. Pero, si digo algo, es porque me has hablado. Dependo de tu palabra y tu palabra me necesita. Se salva en mis aciertos, sobrevive a mis errores. Para que esto funcione, tenemos que admitir los obstáculos: no vamos a poder leernos literalmente. Voy a manipularte con mi mejor voluntad. Lo que no se negocia es la emoción.

martes, 26 de junio de 2012

Otra traducción ripiosa de Anagrama y ya van…

Traductor del italiano él mismo, el poeta y narrador Guillermo Piro publicó la siguiente columna en el diario Perfil, de Buenos Aires, el 10 de junio pasado.

Reflexiones alrededor
de un título

Disculparán este balance histérico, pero no voy a hablar de un libro sino del título de un libro. Se sabe que las traducciones españolas se convirtieron para mí en una especie de obsesión, no ya porque sean malas sino porque resultan ser la expresión de una conciencia, un modo de ser, de trabajar y de entender el mundo que me perturba.

Se acaba de distribuir en la Argentina Vente conmigo, de Roberto Saviano, publicado en España  por la editorial Anagrama. A Saviano lo conocen: es el autor del best seller internacional Gomorra. Traducido por Francisco J. Ramos Mena, el título   de la edición castellana echa luz sobre algunas de esas obsesiones que me perturban. El título en el original es Vieni via con me. Los conocedores de música italiana habrán reconocido enseguida la estrofa de una bellísima canción de Paolo Conte,  "Via con me". E incluso aquellos que crean no conocerla, si la escuchan la reconocerán enseguida: fue la banda de sonido de muchas publicidades, desde algún utilitario de Fiat hasta de una marca de lavarropas, creo. Vieni via con me es, hasta donde sé, un programa de televisión presentado por el propio Saviano en Italia. El asunto es que la estrofa de la canción y del programa de televisión son fáciles de traducir hasta por alguien que empezó a estudiar italiano hace dos días: "Ven conmigo". O si quieren: "Vámonos". Y digo “ven conmigo” o “vámonos” porque estoy pensando en un lector hispano no reducible a los congéneres que viven en mi ciudad. Incluso elijo “ven conmigo” porque pienso en los que siendo argentinos viven más allá de la General Paz. Podría haber dicho también: “vení conmigo”, o “venite conmigo”. Incluso podía haber ido un poco más allá y jugarme con un “subite a mi moto”, o “subite a mi mountain bike”, pero ya me parece una exageración lingüística; “ven conmigo” está bien. Y está bien porque garantiza que provoque menos ruido en los posibles lectores hispanos diseminados por el mundo.

Llegado el caso de traducir el título de un libro que lleva el mismo que una canción de Paolo Conte, incluso me animaría a dejar el título en su idioma original. Si alguien pudiese ser lo suficientemente obtuso como para no comprender el sentido de esas cuatro palabras podría preguntárselo a un colectivero –si está leyendo mientras viaja en colectivo–, o al mozo de un bar, o a una señora cualquiera que pasea a su perro por la calle. Traducir vieni via con me  es tan innecesario como traducir volare. Pero supongamos que al editor español le pareció que era necesario traducir esas cuatro palabras, y pensemos en las opciones que debe de haber barajado antes de elegir la que eligió. “Ven conmigo” tiene que haber pasado por su mente, antes o después de “vente conmigo”.  “Vente conmigo” puede significar “acompáñame a casa Juan” o “ten un orgasmo conmigo”. Pero no creo que el editor haya pensado en eso, más bien tiendo a creer que a la hora de sopesar las dos posibilidades eligió la segunda porque tiene un sonido más español, importándole un bledo que el libro se distribuya incluso en el culo del mundo, es decir en la Argentina, y también en toda América latina.

Insisto en que aún no abrí el libro. Miento: acabo de abrirlo, y lo que vi fue una frase que literalmente decía: “Es lo contrario de las trolas que cuenta la liga cuando afirma que el sur es un lastre para el norte”. No sé qué querrá decir eso; lo que sí sé es que se me fueron las ganas de leerlo.

lunes, 25 de junio de 2012

Becas francesas del CNL para traductores

Según nos informa Isabelle Berneron, encargada del Bureau du Livre, del Servicio de cooperación y de acción cultural de la Embajada de Francia en Argentina, el último llamado para las becas para traductores del Centre National du Livre cierra el 13 de julio próximo, por lo que los postulantes deberían entregar la documentación que usualmente se requiere el 6 de julio a más tardar.

Recordamos que se trata de una residencia en Francia, de 1 a 3 meses, para la traducción de una obra de autor francés contratada por alguna editorial local. Tanto en ese caso como en el de obras libres de derechos, es necesaria la presentación de un contrato entre el traductor y la editorial en cuestión, que certifique que el trabajo acabará siendo publicado en la Argentina en el plazo que el contrato especifique.

El formulario que debe ser completado por los postulantes puede ser solicitado a isabelle.berneron@diplomatie.gouv.fr

domingo, 24 de junio de 2012

El texto perdido de Luis Chitarroni

Gracias a Luis Chitarroni, ofrecemos aquí el contenido de su charla, ofrecida en el Club de Traductores Literarios, el lunes 18 de junio pasado y perdida en el video de la misma.


El contenido de una nota al pie

El arranque confesional no es el más adecuado para unos apuntes acerca de la traducción que tienen la indefinición y el alcance de meras observaciones de lector, pero en términos de caída referidos a la gravedad retrospectiva, la debilidad del argumento solo puede encontrar habilitación en un relato en primera persona. Y bien, el yo que era en el duro tránsito de canjear la indefensión de la infancia por la angustia de la adolescencia, dio en leer  –en una casa de Adrogué en la que mis padres decidieron librarse transitoriamente de mí, a comienzos de la década del setenta, cerca de una madriguera de la que esperaba salir un hurón y de una enamorada del muro que yo esperaba fuera Ursula Andress o Raquel Welch –, Mediodía de espectros, traducción no del todo venturosa de The Ghosts’High Noon, de John Dickson Carr. Asegurar que, después de más de cuarenta años, no recuerdo un solo detalle de la trama es algo de lo que podría prescindir (en beneficio de la falta de curiosidad que la obviedad solicita), pero lo resalto en beneficio de mi único recuerdo sobreviviente (aparte del título y el autor): el contenido de una nota al pie. El contenido de la primera nota al pie en Mediodía de espectros consistía de esta cláusula única (tuve ocasión de corroborarlo): “Juego de palabras casi intraducible. Msrs. McCool dice Scotch como el whisky en lugar de scots (escoceses)”.

Esta deferencia del T. –tardé un tiempo en averiguar quién era el T., mi familia sustituta de Adrogué no era aficionada a la lectura–  dista de ser, puedo entender hoy, un servicio necesario. O tal vez sí, y estoy pecando de ufano, de suficiente. O tal vez el asterisco pertinente estaba mal ubicado. Debía preceder la oración aclaratoria en el texto  (“El escocés es el que viene en botellas”) y depositarse al final de la que conducía a la confusión (“lo tuvieron a mal traer, más de lo que queda bien a un caballero yanqui escocés”). Lo cierto es que hoy, que no me ahogo en ella embriagado por una sensación indescriptible, encuentro mi debut en el género (“degustación y coleccionismo de notas al pie”) no muy satisfactoria. Con otro agravante, ¿qué quiere decir “casi intraducible”? Que un acto de condescendencia entre las lenguas, mediación de san Gerónimo o del Espíritu Santo, ofreció de pronto el auxilio, el salvataje? ¿Y que ofrecer la explicación es el recurso capaz de recuperar aquello que de lo contrario quedaría “lost in translation”?

Había un comentario en Cahiers du cinema que decía más o menos: “Soy un hombre, piensa el adolescente que sale del prostíbulo; soy un realista, piensa el cineasta que con cámara que entra”. Bien, sin exagerar, yo salía de mi primera inmersión en una nota al pie con las dos convicciones.

El uso de la nota al pie, tan poco aconsejable hoy, dio material al extraordinario libro de Anthony Grafton acerca del desenfreno de malestar que conduce a la tragedia (¿o al frenesí?) Frenesí verdadero es el que uno siente –no experimenta, claro, démosle en esto la razón a Bioy– cuando lee las notas que Gibbon puso en The Decline and Fall of Roman Empire (Guedalla aseguraba que toda la vida sexual de Gibbon estaba en esas notas). Pero claro que el libro de Gibbon no es una traducción. Un proveedor tan imprudente como el detractor de Roma y el Vaticano en una traducción sería, creemos, penoso. Richard Burton, en su traducción de las Mil y una noches, no lo es; acumula hacendosamente en ellas datos etnográficos, antropológicos, burlas y veras, anécdotas hiperbólicas y otras apocrificidades, proezas eróticas, comprobaciones antropométricas, etc. Inaugura así una especie de estilo suplente –el Footnotebook, al que el siglo pasado ha rendido culto suficiente. Lo cierto es que el contenido de una nota al pie en una traducción, resulta un tema conflictivo,  difícil de resolver, sobre todo si se trata de lo “casi intraducible”. Aun el conocimiento resulta a veces estrábico, una tragedia íntima, adherida al relativismo cultural, aunque llame la atención que nos expliquen otra vez quién es Zarathustra o Zoroastro mientras pasan por alto o se niegan a contarnos quién es Sataspes.

En fin, uno de los infiernos circulares de la educación que convive con el de la cultura es el predominio de lo historiado y lo obvio, y el descuido fantástico de lo verdaderamente oculto. Tal vez no sea necesario saber que Walter Scott, como heredero del romanticismo escocés, tardaba más tiempo inventando los epígrafes arcaicos de los capítulos, que inventando las historias concernientes a Ivanhoe, y en la medida en que lo ignoramos la noción de moderno adquiere también un carácter “fantástico”. Precedencia y destreza son dos cuestiones que atañen al traductor, pero de las cuales no debe hacer alarde. En casos extremos, la modestia de algunos traductores resulta incluso angustiosa.  Así como no hay en la literatura argentina un repertorio de comentarios sobre la traducción comparable a la polémica Newman/Arnold (bueno sería), hay un elenco de traductores y una caravana de ejemplos capaz (aunque acaso no dispuesta) a reemplazarlo. De los famosos a los anónimos. Rodolfo Walsh dio a la nota al pie la relevancia genial que se merece en el cuento homónimo, y que es la que me consuela ahora, cuando me parece no haber llegado todavía a la personería del texto, a su cuerpo entero, el torso inalcanzable que la nota al pie se niega a acariciar. Pero tal vez no sea del todo frustrante ni inconveniente que nos detengamos aquí, sino todo lo contrario, la ocasión perfecta para dar oportunidad a una nota al pie.
     

viernes, 22 de junio de 2012

"Una comunicación cultural más ecuánime"

Otra interesante columna –con la que llegado el caso, vale la pena discutir– de David Paradela López, publicada hoy en El Trujamán.

Traducir a la letra: E de español

La Academia y el afán normativo le han hecho más mal que bien al español. La lengua cambia, se corrompe, deriva, y luchar contra eso es querer vaciar el océano a cucharadas. No sé si consciente de ello, o por otros motivos, la Academia lleva años fingiendo desentenderse de la palabra «norma» y apostando por la vía del «panhispanismo». Es cierto que, entretanto, sus arbitrariedades habían provocado una crisis de confianza en sus dictados (o recomendaciones o como quieran llamarlas), pero lo es también que muchos de los temores que nos infundió siguen vivos. Entre ellos el del regionalismo. Un ejemplo: el de la traducción de Il birraio di Preston de Andrea Camilleri al español y al catalán. En ella, Camilleri usa y abusa de las variedades dialectales italianas; la lengua, más que una característica de los personajes, es el personaje. La versión española está traducida casi por entero en lengua estándar, mientras que la catalana despliega un mosaico dialectal equiparable al del original. ¿Por qué damos por hecho que tal estrategia no tiene cabida en una traducción al español? Para quien esto escribe la cuestión es un misterio, aunque tal vez esté en lo cierto Pau Vidal (traductor de la novela de Camilleri al catalán) cuando dice que «las lenguas grandes son grandes justamente por esta razón, porque impiden el proliferar de variedades en el seno de la estándar». Tal vez sí, tal vez ha sido el imperialismo lingüístico lo que ha creado el espejismo de la unidad del castellano escrito. Espejismo porque, en traducción de literatura, esa unidad no puede y seguramente no debe existir: no puede porque nadie puede tener en la cabeza los usos y connotaciones de cuatrocientos millones de hablantes; no debe porque la literatura conoce registros que no deben someterse a la soga de la normalización, la formalidad, y la corrección. De aquí que, lógicamente, existan desajustes en el uso. Por ejemplo en el consabido ámbito de los coloquialismos y los insultos.

Desde hace tiempo asistimos a una vindicación de las variedades americanas y una queja respecto al uso del español peninsular como única «variedad no marcada» (si es que tal cosa puede existir). Si por panhispanismo debemos entender el fin de la subordinación de los usos americanos a los usos de la vieja metrópoli, bienvenido sea. Pero en tal caso, la única solución lógica es una comunicación cultural más ecuánime entre ambos lados del océano que resulte, en un plazo razonable, en una aceptación generalizada de los usos lingüísticos ajenos. No es probable que las dinámicas del mercado editorial lo permitan: el desequilibrio entre las traducciones españolas que llegan a América y las traducciones americanas que llegan a España es evidente. (Curiosa segregación, teniendo en cuenta que la generación de mis padres se formó leyendo traducciones argentinas y mexicanas). Intuyo que si la contaminación fuera en ambas direcciones, los lectores americanos se sulfurarían menos al encontrar coloquialismos (a menudo inevitables) en ciertas novelas traducidas en Madrid o en Barcelona; al mismo tiempo, sería una cura de humildad para los traductores de la madre patria. Esta mutua contaminación no es sino un paso más hacia el inevitable mestizaje de la lengua del traductor que, a otros propósitos y desde distintos puntos de vista, otros han reclamado ya. Para quienes hemos aprendido a leer literatura con Borges y Cortázar, con García Márquez y con Rulfo, no creo que supusiera ningún atentado contra el decoro.

jueves, 21 de junio de 2012

García de la Concha se despertó romántico: quiere que América haga suyo al Cervantes

Víctor García de la Concha, director del Instituto Cervantes
 reclamándoles a los latinoamericanos una pequeña prueba de amor

Aparentemente,  Víctor García de la Concha, el director del Instituto Cervantes, como Roberto Carlos en la canción, quiere tener un millón de amigos. O, más bien, unos cuantos millones más cuando, cuando de acá a unos treinta años, los Estados Unidos sea el país con mayor cantidad de hispanohablantes del mundo. Y como difícilmente los millones de mexicanos, portorriqueños, dominicanos y demás “hispanos” que componen esa enorme masa de hablantes a la que, con suerte, se le podrán vender diccionarios, gramáticas y otros enseres, se avenga a hablar como hidalgos manchegos, se propone “iberoamericanizar” la institución que preside. Para ayudarlo, proponemos modestamente desde aquí que el Cervantes, en razón de cada país, pase a llamarse, por ejemplo, Rulfo en México, Borges en la Argentina, Onetti en el Uruguay, Vallejo en Perú y Teillier o Lihn (porque Neruda ya nos tiene los huevos al plato) en Chile. Ahora bien, de producirse esa serie de cambios, valdría la pena que entre todos volviéramos a pensar de qué nos sirve a nosotros el Cervantes o, en todo caso, a quién le sirve el Cervantes, salvo que las ganancias que den los Estados Unidos y el Brasil se repartan equitativamente entre todos y nadie fije sus propios criterios por encima de los criterios ajenos.

Director del Cervantes desea que América Latina
lo "sienta como suyo"

Noticias EFE
Zaragoza, 18 jun (EFE).- El director del Instituto Cervantes y exdirector de la RAE, Víctor García de la Concha, expresa en una extensa entrevista su deseo de que América Latina "sienta como suyo el Instituto Cervantes" y "que no lo vea como una cosa de España".

García de la Concha afirma en una entrevista con la revista cultural turolense Turia, que como director de la RAE ya le habían "metido en la cabeza" a América, tanto Alonso Zamora, que dirigía la cátedra Amado Alonso en Buenos Aires, como el poeta Francisco Ayala.

Ayala "me decía repetidamente: 'esta casa no se da cuenta de lo que es América'", cuenta García de la Concha de su etapa de doce años al frente como director de la Real Academia Española.

Afirma que acabó siendo un "americanista convencido, capaz de volcar en ello todos" sus esfuerzos, cuando, recuerda, había tenido una formación netamente europea y guiado por un padre que creía en la unión de países europeos "mucho antes de que ésta se produjera".

García de la Concha rememora que hasta el rey, al día siguiente de ser elegido director de la RAE, le dijo: "No te voy a pedir más que una cosa: que te dediques a América, que visites todas las Academias".

El ahora director del Instituto Cervantes resalta, durante su etapa al frente de la RAE, la visita a Colombia con motivo de la aprobación de la nueva gramática por las 22 academias y la visita a una "aldea pequeñísima" boliviana donde escuchó un castellano "propio del siglo XVI, incontaminado", afirma.

Cumplida la misión en la RAE de abrirse a América, Víctor García de la Concha traslada esa política al Instituto Cervantes, aunque advierte que no es idea suya, ya que está "en la raíz" del Cervantes.

Ambas instituciones, dice, "han unido fuerzas" en América y "lo que falta ahora es que América sienta como suyo el Cervantes, que no lo vea como una cosa de España. Aunque se haya promovido desde aquí, es de todos los hispanohablantes".

Para García de la Concha "es muy importante seguir con la extensión de la enseñanza del idioma a Estados Unidos y Brasil".

"Eso -afirma- no puede hacerlo un Cervantes solamente español. Tiene que hacerlo un Cervantes iberoamericanizado".

Para entrar en la zona "wasp" anglosajona de Estados Unidos, afirma, hay que ir de la mano de universidades y "del brazo de México y del resto de países iberoamericanos, porque vamos a ir cerrando acuerdos hasta que estemos todos en el mismo cesto".

"Se trata de enriquecer al Cervantes para servir a la gran institución que es el español", sostiene

miércoles, 20 de junio de 2012

Francia y las alternativas de la edición regional

Como seguramente sepan los lectores de este blog, Francia, con una periodicidad por momentos conmovedora, organiza eventos destinados a promover en el mundo su literatura y su pensamiento.

Históricamente, nuestro país, como tantos otros, se ha visto beneficiado por las becas para traductores del Centre National du Livre y, más recientemente, por las de La Fabrique des Traducteurs (otorgada a menores de 35 años para una permanencia en el centro de traducción de Arles).

Otras iniciativas se llevan a cabo desde los mismos Servicios Culturales de las embajadas de Francia. Así, existen los programas Pablo Neruda (en Chile), Alfonso Reyes (en México) y Lautréamont (en Uruguay).

El programa Victoria Ocampo es el que le ha tocado a la Argentina. Empezó siendo para traductores y, poco a poco, por la codicia de los editores terminó funcionando como plan de "ayuda a la publicación", lo que incluye fundamentalmente darle plata a los editores tanto para la adquisición de derechos como para mitigar los gastos de la  publicación propiamente dicha, relegando a los traductores a tener que "compartir" lo que en principio les estaba asignado. Se ha visto así, a través del tiempo, como esos subsidios franceses se fueron licuando en manos de los editores, quienes terminaron pagándoles a los traductores tarifas mucho más bajas que las que el subsidio hubiera permitido porque, como es de dominio público, la traducción y los traductores, a la hora de repartir dinero, son lo que menos importa y los editores, como buenos pizzeros, cortan por la parte más fina. Quien desee abundar en el tema e informarse sobre quiénes recibieron ayudas en los últimos quince años puede hacerlo leyendo la entrada del 29 de agosto de 2011 (acá).

Pero aparentemente soplan otros vientos. O al menos así se pregona. Ahora una Francia aquejada por la crisis –que, por supuesto, no es la misma que en la española, la irlandesa o la griega, que ocurren en los márgenes de Europa– estimula la publicación regional; vale decir, la asociación entre editores de los distintos países de la región para maximizar los recursos y permitir, por ejemplo, la publicación de una misma traducción en varias editoriales latinoamericanas que decidan compartir derechos y, eventualmente, traductores. Esas tentativas de co-edición, que a la fecha ya cuentan con varios antecedentes –LOM de Chile y Trilce de Uruguay, LOM y Beatriz Viterbo de la Argentina, etc.– se han visto reforzado en los últimos tiempos por iniciativas como la llevada a cabo durante la segunda edición de la Semana del Libro Francés en Buenos Aires, que tuvo lugar del 11al 16 de junio pasados.

Las actividades contemplaron por un lado un ciclo de propuestas abiertas al público (como un circuito literario en librerías, talleres de escritura, cine "literario", suelta de libros y una tarde para chicos en la Casa de la Cultura), así como un encuentro profesional que este año estuvo dedicado a las Ciencias Humanas y Sociales. Los invitados franceses que vinieron a debatir con sus pares sudamericanos fueorn  Marc Abélès (Director Centro franco Argentino & EHESS), Jean-Baptiste Boyre (ediciones EHESS), Cyril Lemieux (Director l'EHESS), Sophie de Closets (ediciones Fayard), Stella Magliani Belkacem (ediciones La Fabrique), Bertrand Hirsch (ediciones presses de La Sorbonne),  Hugues Jallon  (ediciones du Seuil), Tiphaine Samoyault (Universidad PARIS 8 & ediciones du Seuil), Nicolas Vieillescazes (ediciones Les Prairies Ordinaires), Pascal Delisle (Consejero regional de cooperación de los Países Andinos), Jean Joinville Vacher (Consejero regional de cooperación del Cono-sur) y  Lucie Campos, Encargada de Ciencias Humanas y Sociales, Institut Français). Hubo también numerosos editores de la región, representando a Uruguay, Bolivia, Chile y Colombia, además de una delegación de profesionales argentinos.

Hasta acá, se trata de una iniciativa interesante que quizás valga la pena repetir. Con todo, hubo una mesa en particular en la que se discutió sobre la posibilidad de las ediciones regionales. Allí se produjo la intervención del director de una editorial argentina especializada en Ciencias Sociales y poseedora de un atractivo catálogo, quien señaló que los países traductores eran Argentina, México y España y que, por lo tanto, no valía la pena distraer recursos en facilitar ediciones similares en países con poco mercado y mínima tradición traductora porque ese trabajo lo podíamos hacer desde acá. Por increíble que parezca, otro director editorial argentino, también a cargo de un catálogo interesante, apoyó los dichos de su compatriota, generando la correspondiente indignación entre el resto de los editores latinoamericanos presentes.

Ante tamaña muestra de soberbia y mala educación, sostenidas por criterios de rentabilidad, bien cabría sugerirles a esos editores que si el libro no les da la ganancia esperada, no lo publiquen. Alguien se encargará de hacerlo en otra parte y quizás hasta pague a los traductores mejor que ellos.

Finalmente, la crítica que desde Latinoamérica se les suele hacer a los editores españoles también les corresponde en este caso a esos elegantes adalides de la edición local, que procedieron a ofender a algunos de sus colegas de los países de la región. Lo que se dice, dos humanistas.  

martes, 19 de junio de 2012

Luis Chitarroni en el Club de Traductores

Ayer, en la sede Paraná, del CCEBA, el escritor y editor Luis Chitarroni vino al Club de Traductores Literarios de Buenos Aires para hablar de "El templo de la traición". En la ocasión, ante una sala honrada por muy buenos traductores, el autor de Siluetas leyó un texto, pero luego habló sobre diversos aspectos del mundo editorial. Entre otros, del maltrato que reciben los traductores por parte de las editoriales, de los usos y costumbres locales y de todo lo que se esconde detrás de las notas al pie.

Por un problema técnico, los primeros 13.50  minutos del video de esta reunión carecen de audio. No obstante, la parte previa a las preguntas y respuestas puede leerse en la entrada correspondiente al domingo 24 de junio de este año. El resto de la intervención de Chitarroni puede verse acá y su continuación aquí .

Luis Chitarroni es novelista, ensayista y editor. Durante más de veinte años se desempeñó en ese puesto en la Editorial Sudaméricana y actualmente es director editorial de La Bestia Equilátera, sello por el cual fue designado por un jurado de colegas como "Editor del Año" en la última Feria del Libro de Buenos Aires. Entre otros títulos, publicó Siluetas, El Carapálida, Peripecias del no y Mil tazas de té.

lunes, 18 de junio de 2012

Joyce por Pablo Ingberg, comentado en España



El 11 de junio pasado, Juan Jesús Zaro* publicó un comentario en El Trujamán a propósito de la nueva traducción del Retrato del artista adolescente, de James Joyce, realizada por el traductor argentino Pablo Ingberg. Ofrecemos a continuación el texto de Zaro, felicitando a su autor por lo sensato de sus conclusiones.




Una nueva versión del Retrato de Joyce

Aprovecho una breve estancia en Madrid para dar una vuelta por la Casa del Libro de Gran Vía. Y me fijo, en los estantes de novedades, en una nueva traducción del Retrato del artista adolescente de Joyce. Está hecha por Pablo Ingberg, responsable también de la edición y las notas, y publicada por Losada. Pero, aunque se señala expresamente que se trata de un «libro de edición argentina», está impreso en España. Lo hojeo, decido llevármelo y empiezo a leerlo en el tren, de vuelta a casa.

Se trata de una edición prologada y profusamente anotada, respetuosa con la palabra y el espíritu de Joyce, que me sume en una lectura larga y placentera. Recuerdo haber leído alguna otra traducción realizada por Ingberg, de Shakespeare, que también me produjo una grata impresión. Pero, a diferencia de aquella, en esta afloran suaves matices léxicos y gramaticales del castellano argentino que, personalmente, celebro encontrar en una novela traducida por un traductor de esta nacionalidad. Y que confirman, una vez más, la imposibilidad de un castellano neutro al cien por cien, más aún en un texto de la complejidad de éste.

Ingberg, en su prólogo, justifica la permanencia del título Retrato del artista adolescente, a pesar de no corresponder exactamente al original, por tratarse de un título instalado en el universo hispanohablante desde la traducción de Alfonso Donado, famoso seudónimo de Dámaso Alonso, efectuada en 1926, que yo leí hace muchos años. No es lo único que las une: la mención, en el soberbio final de la novela, a «la conciencia increada de mi raza» (the uncreated conscience of my race) –una de las pocas frases que aún recuerdo de mi lectura universitaria– en traducción de Alonso, no cambia en esta nueva traducción. Y me alegra que Ingberg haya recurrido a las mismas palabras.

Busco en casa el Retrato en traducción de Alonso. Es una edición en rústica publicada por Santiago Rueda en Buenos Aires en 1973; en aquellos años, la única que se distribuía en España. Qué curiosos los paralelismos entre una y otra traducción: la de Rueda, hecha por un traductor español, impresa en Buenos Aires. Y esta, obra de un traductor argentino, impresa en Madrid. Parece algo normal, pero no ha sido fácil, ni antes ni ahora, encontrar traducciones argentinas en las librerías españolas.

Y pienso, tras recordar acontecimientos posteriores (la «corrección» a que fueron sometidas las traducciones argentinas publicadas en España en los sesenta y setenta, las quejas actuales por las traducciones españolas en Argentina…) si, pase lo que pase, la mejor opción no sería precisamente ésta: que todos pudiéramos elegir, y leer, como he podido hacer yo en esta ocasión, las traducciones de uno y otro lado con toda libertad, disfrutando del talento del traductor proceda de donde proceda. Quizá sea la edición digital la que, definitivamente, facilite la libre circulación de originales y traducciones y, con ella, la libertad de elegir. Si lo logra, bienvenida sea.




*Juan Jesús Zaro es Doctor en Filología Inglesa por la Universidad de Granada (1983) y M.A. en Enseñanza de Inglés como Lengua Extranjera, por la New York University (1985), es Catedrático en el Departamento de Traducción e Interpretación de la Universidad de Málaga. Ha impartido cursos y conferencias, entre otras, en las universidades de Oviedo, Santiago de Compostela, Pompeu Fabra, Pontificia de Salamanca, Autónoma de Madrid, Cádiz, Internacional de Andalucía, Málaga, Menéndez Pelayo, Salamanca, Sevilla, Pablo de Olavide, Vigo y La Plata (Argentina). Investigación: Director de la revista TRANS-Revista de Traductología, publicada por el departamento de Traducción e Interpretación de la Universidad de Málaga desde 1997 a 2003.

Investigador principal del grupo "Traducción y lenguajes especializados" (HUM-800), del Proyecto de Investigación "Archivo digitalizado y edición traductológica de textos traducidos literarios y ensayísticos" (HUM2004-00721) y del Proyecto de Investigación de Excelencia de la J. de A. "La traducción como actividad editorial en la Andalucía del siglo XIX: Catálogo y archivo digitalizado"(HUM-1511).

Director de diez tesis doctorales, así como de tesis de licenciatura, proyectos fin de carrera y trabajos Fin de Máster. 

Publicaciones (como investigador): 
Libros (como autor): Propuesta de análisis semiológico para una definición de la novela gótica (Universidad de Granada, 1984); Manual de Traducción/A Manual of Translation, en colaboración con Michael Truman; Madrid: SGEL, 1998) y Shakespeare y sus traductores (Berna: Peter Lang, 2008).

Libros (como editor): Retraducir: una nueva mirada -en colaboración con Francisco Ruiz Noguera- (Málaga: Miguel Gómez Ediciones, 2007); Traductores y traducciones de literatura y ensayo (1835-1919) (Granada: Comares, 2007); Diez estudios sobre la traducción en la España del siglo XIX (Granada: Atrio, 2008); La traducción como actividad editorial en la Andalucía del siglo XIX (Sevilla: Alfar Universidad, 2011).


Libros traducidos: : Estrategias de reflexión en la enseñanza de idiomas (Cambridge University Press, 1987); Historia de Nacimientos: La poesía de Emilio Prados (Centro Cultural de la Generación del 27, 1999; Oroonoko o el príncipe esclavo (Universidad de Málaga, 2000); Elementary Language Practice for Spanish Students (MacMillan-Heinemann, 2001); Historia de dos ciudades (Cátedra, 2000); El destino de la carne (Alba Editorial, 2001), El arrecife (Alba, 2003, Premio AEDEAN de traducción), Persuasión (Cátedra, 2004) y La justificación de Johann Gutenberg (Tropismos, 2005).


viernes, 15 de junio de 2012

La cita de junio del SPET

Griselda Mársico y Uwe Schoor nos envían la información sobre el próximo encuentro del SPET,, que tendrá lugar el miércoles 27 de junio a las 18:30 en el Salón de Conferencias del IES en Lenguas Vivas (Carlos Pellegrini 1515). La disertante, en la oportunidad, será Patricia Willson, quien se referirá a “Reescrituras cosmopolitas: la traducción en Martín Fierro y Proa

Patricia Willson, fundadora del SPET, es doctora en letras por la UBA y traductora por el IESLV. Es autora de La constelación del Sur. Traductores y traducciones en la literatura argentina del siglo XX (Siglo XXI Editores, 2004) y coeditora con Andrea Pagni y Gertrudis Payàs de Traductores y traducciones en la historia cultural de América Latina (UNAM, 2011). Ha traducido, entre otros autores, a Roland Barthes, Paul Ricœur, Gustave Flaubert, Jean-Paul Sartre, Richard Rorty, Mary Shelley, Mark Twain, H.P. Lovecraft, Jack London. Actualmente es profesora-investigadora en El Colegio de México.

Lecturas sugeridas:
Salas, Horacio, “Martín Fierro y Proa”, en Saúl Sosnowski (ed.), La cultura de un siglo. América Latina en sus revistas, Buenos Aires, Alianza, 1999, pp. 21-36.
Sarlo, Beatriz, “Vanguardia y criollismo: la aventura de Martín Fierro”, en C. Altamirano y B. Sarlo, Ensayos argentinos, Buenos Aires, CEAL, 1983, pp. 127-171.Sarlo, Beatriz, Una modernidad periférica. Buenos Aires 1920-1930, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988, pp.13-67.

Un ejemplar de cada texto se encuentra disponible en la fotocopiadora del Lenguas Vivas (edificio nuevo, subsuelo, al lado de la Biblioteca General).

jueves, 14 de junio de 2012

Otro de Badiou en castellano

La editorial Paídós acaba de publicar Elogio del amor, un diálogo reciente entre el filósofo francés Alain Badiou –frecuente visitante y, a la fecha, casi una institución argentina–  y el periodista Nicolas Truong, que, en su versión local –hay otra española–, acaba de traducir Ana Ojeda.
 
Según la sinopsis que ofrece uno de los sitios de Internet donde se vende, "hoy en día, la opinión general es que cada uno sigue solo su interés. El amor es la prueba palpable de que esto no es así." Desde los moralistas franceses hasta Levinas, pasando por Schopenhauer, los filósofos a menudo han maltratado el amor, cuando se interesaron por sus problemáticas, aunque más habitualmente lo obviaron como tema de sus reflexiones. No es el caso de Alain Badiou, quien nos muestra en este libro formidable que el amor es una dimensión esencial del ser humano que hay que defender de las amenazas que le plantea el paradigma de vida actual. Para este autor, el amor se encuentra amenazado por los partidarios del mercado liberal –para quienes todo es interés–, pero también por sus opositores, para quienes el amor es puro hedonismo. Vivimos en un mundo en el que el amor ¿riesgo cero¿ es un correlato en el espacio íntimo de la guerra "muerte cero". Esta es, entonces, la primera amenaza que el amor actual enfrenta: la "amenaza aseguradora". Por medio de un tranquilizador arreglo de antemano, se evita toda casualidad, todo encuentro y, finalmente, toda poesía existencial, en nombre de la categoría fundamental de la ausencia de riesgos. La segunda amenaza que se cierne sobre el amor es la que le niega toda importancia, afirmando que se trata de solo una variante de las distintas formas del goce. Este libro es un poderoso antídoto contra estas amenazas y un placer de leer, placer que nos reconducirá al amor y a su reinvención.

 
Alain Badiou  nació en Rabat, Marruecos, en 1937, hijo de un matemático y militante de la Resistencia francesa que llegó a ser alcalde de Toulouse y de una profesora de literatura. Estudió en la Ecole Normale Supérieure y enseñó filosofía en la Universidad de París VII durante tres décadas, entre 1969 y 1999. Protagonista del Mayo francés, se identificó con el maoísmo y actualmente es uno de los animadores de L'Organisation Politique, un grupo que se plantea una praxis múltiple, directa, transnacional y transclasista. Cuenta con una extensa obra filosófica, pero también se reconoce matemático, así como escritor de novelas y obras teatrales.
Nicolas Truong es periodista de Le Monde, consejero de redacción de Philosophie magazine y responsable del Théâtre des Idées, en el marco del Festival d'Avignon.

miércoles, 13 de junio de 2012

¡Calla, merluzo!

El diario La Nación, de Buenos Aires, el 10 de junio pasado publicó el siguiente artículo de la escritora y traductora Mori Ponsowy a propósito de ciertas traducciones españolas que publica la muy hispánica Anagrama. Se trata de un ejemplo perfecto del tipo de problema que suelen presentar ciertos textos que, traducidos, viajan mal de una parte del Atlántico a la otra. Si no, vean la reacción de Raymond Carver en la foto.

Es hora de que empecemos a exigir
   
 Raymond Carver fue uno de los escritores norteamericanos más importantes del siglo XX. Nacido en el seno de una familia de pocos recursos, empezó a escribir a los veinte años cuando se anotó en un seminario de escritura creativa dictado por John Gardner. Dedicó los siguientes diez años de su vida a escribir y a emborracharse, mientras se ganaba la vida cosechando rabanitos, barriendo pisos en los hospitales y serruchando madera. Su primer libro de cuentos le trajo fama casi instantáneamente, y los que le siguieron no hicieron sino acrecentarla. Su estilo preciso y despojado marcó toda una época. Su obra ha sido traducida a veintidós idiomas y ha recibido el reconocimiento de los lectores a lo largo y ancho del planeta.

Hace poco, preparando un curso sobre Carver, se me ocurrió revisar la traducción al castellano de los cuentos que íbamos a comentar. Aquellos de mis alumnos que sabían inglés iban a leerlos en su idioma original, mientras que los otros lo harían en una traducción publicada por la prestigiosa editorial Anagrama. Cuando empecé a leer el primer cuento en castellano no podía creer lo que veía. Es común que los lectores de América latina nos quejemos de que muchas de las traducciones que vienen de España estén plagadas de localismos que incomodan en la lectura. Leer a Carver y toparse con que un personaje del medio oeste norteamericano dice ¡hala!, ¡merluzo! o ¡jolines! es como para ponerse de mal humor. Pero lo que yo veía ahí era muchísimo peor que trastabillar con esas expresiones castizas. Lo que estaba viendo era, simple y llanamente, una violación al autor. El traductor había decidido modificar a Carver: cambiarle el estilo, poner adjetivos donde Carver no había puesto ninguno, exclamaciones donde Carver había elegido puntos, sonrisas donde Carver había preferido caras de póquer.

El estilo minimalista de Carver se caracteriza por una gran economía en el lenguaje: pocos adjetivos y adverbios, descripciones escuetas y escasas, una prosa precisa, despojada de ornamentos, presencia nula del autor y precisión y frialdad de cirujano. Pero por lo visto a ese traductor el minimalismo no le gusta y se le antojó hacerlo menos mínimo. Uno de los cuentos más famosos de Carver se llama “De qué hablamos cuando hablamos de amor”. Dos parejas (Mel y Terri, Nick y Laura) pasan la tarde en una cocina, tomando ginebra y hablando sobre el amor. El cuento es prácticamente puro diálogo, de principio a fin, y cada vez que uno de los personajes dice algo, Carver escribe: "Mel dijo" o "Laura dijo". Nunca describe de qué manera se expresó el personaje, qué gesto puso al hablar, sino que simplemente dice dijo una y otra vez. Y, bien, se ve que al traductor eso no le pareció correcto y decidió agregarle emociones a los personajes, aclarando de qué manera hablaba cada quien. Así, donde Carver escribió "dijo Terri", él tradujo "protestó Terri"; donde Carver escribió "dijo Mel", él tradujo "saltó Mel" y, así sucesivamente, inundando ese cuento despojado con miles de "sonrió Terri", "regañó Terri", "saltó Laura", "redondeó Mel", "corrigió Terri", "exclamó Mel".

Anonadada por semejante falta de escrúpulos por parte del traductor, busqué su nombre en Internet y me enteré de que también es el traductor de Truman Capote, Richard Ford, Ian McEwan y Graham Swift. Me quedé estupefacta. ¿Es que en la editorial nadie coteja las traducciones con el original? ¿Es que a los traductores no se les pide respetar el estilo original del autor? Seguí buscando en Internet y me topé con el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, en donde ese mismo traductor había participado en una discusión. Me bastó leer su comentario para entender cuál es su filosofía a la hora de traducir. Lo cito y les juro que uso sus palabras textuales: "Yo sí soy de Bilbao, y, por tanto, cuando pongo en boca palabras a personajes de autores norteamericanos e ingleses, les pongo las palabras que se me salen de los cojones."

La jerarquía de fidelidades establecida por cada traductor es su filosofía a la hora de trabajar. Hay quienes priorizan el significado literal de las palabras, su poder evocativo, o su música. Nunca se me ocurrió que habría quien priorizara sus cojones. ¡Qué poco respeto al autor! ¡Qué poco amor a la verdad! Es una lástima que ese señor sea traductor. Pero, con esa filosofía, menos mal que no fue cirujano, por ejemplo. O político. Aunque, pensándolo bien, siempre sobran políticos fieles a ese estilo. Uno los elige por lo que prometen. Y después hacen lo que se les antoja. Quizá las editoriales y, sobre todo, las naciones, deberían tener mecanismos de supervisión para evitar que pasen esas cosas. En democracia eso se llama separación de poderes y acceso a la información pública. Lectores y ciudadanos haríamos bien si empezamos a exigirlos.

martes, 12 de junio de 2012

Nueva edición argentina de texto clásico de Tzvetan Todorov

Waldhuter Editores anuncia la aparición de Los géneros del discurso, de Tzvetan Todorov, en una nueva traducción de Víctor Goldstein

Esta edición argentina vuelve a poner a disposición de los lectores de nuestro país uno de los libros más importantes de Tzevan Todorov. ante la divulgada opinión acerca de la inexistencia de los géneros literarios, en estas páginas todorov reordena y ajusta el a veces innominado corpus de la literatura.

La literatura ha desaparecido, incluso en sus recientes avatares: lenguaje o función poéticas. En cambio, vuelven los géneros, que sin embargo se creían bien enterrados (aunque esta resurrección también es una transformación). Ocurre que los géneros, que dependen de las propiedades esenciales del discurso, trascienden incluso la separación histórica y cultural entre lo que dice ser literatura y lo que no lo es.

Por lo tanto, sin remordimientos nos deslizamos de textos consagrados —los de Stendhal y Constant, de Baudelaire y Rimbaud, de Dostoievski y Novalis, de Poe, James y Conrad— a las adivinanzas, los hechizos, los chistes y los juegos de palabras. Así como recorremos con el mismo impulso la explicación minuciosa de los textos y la formulación de los problemas teóricos (a lo cual remiten aquí palabras como alteridad e interioridad, representación y presentación, simbolismo y figuración, génesis y estructura).

Después de la historia (Teorías del símbolo) y de la teoría (Symbolisme et Interprétation), Los géneros del discurso es el libro de la práctica, pero, como todos saben, la práctica transforma la teoría y hace la historia.

Tzvetan Todorov, nació en Sofía, Bulgaria en 1939. Estudió filología eslava en su ciudad natal y emigró a París en 1963, donde aprendió de grandes filólogos como Roland Barthes y Gérard Genette. Participó del círculo de estructuralistas franceses agrupados a la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Paris a mediados de 1960 y se doctoró en 1966. Si bien comenzó como representante del estructuralismo, se orientó progresivamente hacia el análisis cultural y la historia de las ideas. Es autor de numerosas obras sobre literatura, ciencias sociales y coeditor de la revista Poétique.

lunes, 11 de junio de 2012

La Fundéu supera su propia incompetencia

Imbatible en su estupidez y orgullosos, con el correspondiente cucurucho de helado en la frente, los cosos de la Fundèu (Fundación del Español Urgente) vuelven a la carga. Véase acá el instructivo para débiles mentales que sirve para pronunciar ¿fonológicamente? el nombre de los jugadores de la selección española de fútbol durante la Eurocopa. Pobres Xavi e Iniesta. No tiene desperdicio.

viernes, 8 de junio de 2012

¿Cuáles? ¿Por qué? ¿Bilingüe o monolingüe?

Nuestro ya conocido David Paradela López está publicando en El Trujamán una serie de artículos bajo la denominación común de “Traducir a la letra”, lo cual le permite hablar de diversos temas. En la ocasión, el 4 de junio pasado, habla sobre diccionarios.

Traducir a la letra: D de diccionario.

Se ha hablado ya de los diccionarios y del apego que el traductor les tiene —a veces con independencia de su verdadera utilidad—; aun así, osaremos abundar en el asunto, empezando, además, por los denostados bilingües. Alude Mario Muchnik (en su Léxico editorial, p. 69) a esos traductores que se enorgullecen de no usarlos. Quien esto firma ha conocido también varios de esos traductores y no puede por menos de compartir la perplejidad del editor y, ya de paso, confesar el uso y abuso por su parte del pérfido adminículo en todas sus variantes: convencionales, visuales, en papel, electrónicos… Confesión que hago tranquilamente porque soy consciente de que existen mil rincones de la propia lengua que desconozco y a cuyas palabras difícilmente llegaré mediante esa inspirada deducción, ese descenso del mundo de las ideas que exige la simple consulta del monolingüe. Puedo leer las definiciones que el Webster da para rosette y pensar en medallitas, insignias, distintivos, pero sin el bilingüe nunca habría llegado a «escarapela», que era lo suyo.

Por no hablar de las veces que nos han salvado el pellejo los «nuevos bilingües»: la web Linguee.com y sus equivalencias por segmentos (de la cual podríamos saltar a las colocaciones y al Redes, otro diccionario incomprendido), Wikipedia (con todas las cautelas que se quiera) y sus versiones en varias lenguas de una misma voz. O de los refraneros multilingües, o de los glosarios con equivalencias consolidadas a las que deben ceñirse quienes traducen para organismos internacionales. Confesémoslo: a veces el bilingüe sí trae le mot juste. En el peor de los casos, su uso no difiere tanto del de los diccionarios de sinónimos o de los nunca bien ponderados de Julio Casares y Fernando Corripio, y oponer su uso al del monolingüe nos retrotrae a discusiones tan absurdas como la de la preferencia por la traducción literal o la versión libre.

Al fin y al cabo, el monolingüe no es garantía de nada por el hecho ser tal. Sin ir más lejos, dudo que ningún traductor del español a otras lenguas recurra al DRAE para saber qué significa una palabra cualquiera. El DRAE es más bien esa señora Rotenmeyer a la que acudimos los hispanohablantes para pedir permiso antes de teclear, por ejemplo, country. Como nos dice que no, pero no hay otra manera de nombrar al estilo musical de Dolly Parton, tiramos millas, riéndonos por lo bajini pensando que algún día admitirán contri. (Para la particular visión de la realidad de la Academia, y mucho más, véanse los dos gruesos volúmenes del reciente El dardo en la Academia, coordinados por Silvia Senz y Montserrat Alberte). En el fondo, los traductores de inglés somos los más afortunados, porque podemos pasarnos las horas vagando con la mirada por el desmedido y apabullante Oxford, de cuyas opciones y herramientas —amén de apertura de miras— debiera tomar nota la lexicografía patria.

La cuestión de las nuevas fuentes de autoridad léxica y terminológica tiene para la traducción de libros consecuencias que van más allá de la elección de las palabras. En el citado librito de Muchnik se cuenta el caso del recientemente fallecido Jaime Salinas, que en una de las colecciones que dirigía prohibió que «se pusieran notas a pie de página para explicar términos que figuraran en el Larousse». Criterios como éste parecen liquidados en un tiempo en que la primera fuente de referencia es la Wikipedia. Pero no es este articulito el lugar para hablar de las notas y similares…

jueves, 7 de junio de 2012

Comunicación lacónica y sin ambigüedades, che

El 22 de mayo pasado, Joe Sharkey firmó un artículo en el New York Times a propósito de las consecuencias del mal manejo del inglés en la aviación internacional. El texto, traducido al castellano, pero sin mención del traductor, apareció el sábado 2 de junio en la edición en castellano de ese diario, incluida a modo de suplemento en el diario Clarín.

El idioma eleva los riesgos
de accidentes en la aviación

A veces simplemente son divertidos, como una grabación de 2006 de un intercambio entre un piloto de Air China y un controlador de tráfico aèreo en el Aeropuerto Kennedy, en Nueva York. El controlador se exaspera cada vez más por el desafortunado inglés del piloto, al grado en que uno puede percibir el enojo en su voz. Por otra parte, la lista de catástrofes de aviación alrededor del mundo que fueron ocasionadas principalmente por malentendidos del lenguaje entre aire y tierra es larga y trágica.

En 1997, por ejemplo, dos Boeing 747 chocaron en una pista en Tenerife, en las Islas Canarias. El desastre en el que 583 personas perdieron la vida, ocurrió en medio de una densa niebla. Pero lo que complicó la situación fueron los malentendidos de órdenes y contestaciones entre las aeronaves en la pista y los controladores de tráfico aéreo.

Las autoridades internacionales de aviación redactaron después requerimientos más rigurosos para el uso de frases en inglés estándares, claras y comunes en las operaciones aéreas.

A medida que crece la aviación global, aumentan las preocupaciones sobre el dominio del idioma inglés entre pilotos y controladores de tráfico aéreo. En octubre la Organización de Aviación Civil Internacional, una agencia de las Naciones Unidas que promueve la seguridad aérea y su desarrolo, emitió recomendaciones para mejorar la capacitación en el idioma inglés.

Un idioma tan rico en matices como el inglés presenta algunos retos en las operaciones aéreas, donde se supone que la comunicación debe ser lacónica y sin ambigüedades.

No obstante, la aviación está ahora inextricablemente vinculada al inglés, y la necesidad de mejores habilidades de comunicación en ese idioma resulta clara a medida que más países se vuelven importantes participantes en la aviación comercial.

Paul Musselman es el director ejecutivo de Carnegie Speech, una compañía de educación de idiomas que ofrece capacitación sobre cómo comunicarse más claramente en inglés a personas que no son hablantes nativos, pero que necesitan usar el inglés en el t rabajo. La empresa de Musselman ofrece clases en un programa llamado Sube al Nivel 4 para llevar a pilotos internacionales hasta el llamado estándar del Nivel 4 establecido para el inglés por la Organización de Aviación Civil Internacional.

Esto se define como un nivel en el que el vocabulario y la gramática son buenos, pero en el que también "la pronunciación, el acento, el ritmo y la entoncación" son adecuados para comunicarse clara y rápidamente en inglés. Carnegie Speech mantiene una sociedad con la escuela de aviación Pan Am International Flight Academy para ofrecer sus cursos de dominio del idioma a pilotos internacionales. "Estamos en el negocio de enseñarle a alguien cómo hablar inglés de manera que le puedan entender", dijo Musselman.

miércoles, 6 de junio de 2012

El castellano de contrabando


Daniel Samper Pizano es un narrador y periodista colombiano. El texto que sigue fue publicado en Ñ, el sábado 2 de junio pasado.



La polinización del lenguaje

La lengua española es nieta del latín y el romance, a los que debe la mayor parte de su léxico y su estructura. Pero a lo largo de la historia han participado en su desarrollo otros idiomas. Unas pocas palabras son de origen desconocido, como perro, al que el etimologista español Joan Corominas atribuye un poco convincente origen “de creación expresiva”, a partir de la manera como los pastores llaman a su perro: “brrr o prrr”.

Al vasco se deben algunos de los primeros términos (queso, izquierda), pues de las dos lenguas quedan registros escritos por la misma época (siglo X). Gracias a las parlas germanas de los invasores de la península Ibérica (siglo I a siglo V) tenemos palabras como jabón, burgo, guerra, robar, falda y yelmo. Siete siglos de presencia árabe (siglo VIII a siglo XV) dejaron en España cerca de 850 palabras y cientos de derivados: arroba, alubias, almohada, azucena, alfarero, babuchas, guarismo, albóndigas, alcalde, fulano.

Los galicismos o francesismos lloviznaron desde tiempos medievales, pero se convirtieron en diluvio a partir del XVIII y hasta comienzos del XX: favorito, galante, interesante, pillaje, merengue, parlamento, financiero, bolsa, garaje, hotel, jardín. La música, la poesía y la pintura fueron puentes para la entrada de vocablos italianos, principalmente del siglo XVI al XIX: soneto, pantalón, centinela, violín, esdrújula, piano, banca, escopeta, ópera, coronel.

Los siglos XX y XXI han marcado la penetración constante y creciente del inglés. Ello se debe en parte al abismo tecnológico entre los países de habla española y los anglosajones: el que inventa es el que nombra. Además, a la expansión por el mundo del modo de vida estadounidense, con sus hamburguesas, su rock, sus jeans, su Internet. También se debe, lamentablemente, al complejo de inferioridad del comercio y la publicidad, que en algunos países prefieren llamar shopping a las compras, home delivery a la entrega a domicilio, country a la urbanización cerrada, casting al elenco o prueba de actores, boarding pass al pasabordo, rating a la sintonía, top a lo más notable, tip a los consejos y wow! al viejo ¡carambas!

El español y sus semillas
Lo que pocas veces se dice es que en la polinización de los lenguajes el español también ha dejado su huella en jardines ajenos. Quizá no cientos, pero al menos decenas de palabras castellanas han volado a otros idiomas y se han aclimatado en ellas. Entre muchos otros, el francés adoptó platino (platine), cabotaje (cabotage) y rastracueros (rastracouère); el alemán, Demarkation y tomate; el italiano, carambola (carambolo), cigarro (sigaro) y albino. Pero el que mayor número de términos ha absorbido es el que mayor número de términos nos ha inoculado: el inglés.

Antes del siglo XIX la mayoría del léxico español que cuajó en otras lenguas provenía de América. Aquellos objetos, productos, animales que eran desconocidos en Europa se adaptaron al español y, ya incorporados a nuestra cultura, circularon por otros países con leves deformaciones: chocolate, alpaca, armadillo, cacique, hamaca. Según el ensayista Henry Hitchings (How English became English o Cómo el inglés llegó a ser el inglés), el libro Viajes, del escritor británico Richard Hakluyt (1553-1616) importó por primera vez a su lengua palabras como sombrero, que data del siglo XIII, y llama (el animal), así bautizada en quichua. De América llegaron también los reconocibles términos iguana, manatee, canoe, maize, papaya, cassave, yucca, cayman, coyote, condor, piranha, jaguar, tapioca, potato (de patata, nombre ibérico de la papa), hurricane, guava (guayaba), peyote, coca y mezcal.

Lengua madre
Llegó también, tomada del azteca, la palabra aguacate, que en inglés se convirtió en avocado. Originalmente, el término proviene de auacátl, que significa testículo, pues recuerda la forma de este varonil equipamiento, aunque bastante más grande, evidentemente. Lo curioso es que dos palabras más se remiten a los ovoides atributos masculinos. Turma, que es denominación de los Andes colombianos para las papas (Diccionario de bogotanismos, Luis Alberto Acuña), también se emplea para los testículos. Y orquídea deriva del griego orkhis, que significa lo mismo que turma y aucátul y se aplicó a la planta debido al parecido entre los bulbos de la orquídea y los de los caballeros griegos. Pero aún no se asombren por completo: volveremos a este tema cuando hablemos de las más recientes exportaciones léxicas a los Estados Unidos.

Tres siglos después de 1492, el vocabulario que hizo metástasis desde el español se originaba en la política y la guerra, como las palabras liberal, junta, armada, guerrilla, cañón, trabuco. Pasado el tiempo se incorporan a varios idiomas el sustantivo común quijote (quixote) y el adjetivo quijotesco (quixotic). En esa época emigra un encantador vocablo que disminuye el pecado a su mínima y más inofensiva condición. Con tal sentido se usa hasta el día de hoy en inglés el término peccadillo: “falta o pecado triviales” (Collins Dicctionary).

William Shakespeare emplea en su obra al menos tres palabras de cuna hispánica: hurricano (huracán, nativa del Caribe precolombino), ambuscado (emboscada) y barricado (lo mismo que barricada, cuyo abuelo léxico es barril).

Por los tiempos de Shakespeare, la presencia latinoamericana en Estados Unidos empezaba ya a propagar sus voces gastronómicas y musicales en el habla gringa. Los mexicanos tenían ranchos, eran machos, guardaban el ganado en el corral, organizaban rodeos, utilizaban ponchos, eran aficionados a los toreadores, comían tacos y tortillas, espantaban los mosquitos, manejaban el lasso, empuñaban el machete, luchaban contra los bandidos, echaban siesta, bailaban la rumba, cazaban buffalos (en realidad, bisontes), bebían tequila en el saloon, pedían chili con carne en la cafeteria, disfrutaban de ocasionales bonanzas, se confesaban ante los padres y tenían en su población negroes y mulattos.

Según el delicioso libro del escritor Bill Bryson Mother Tongue (Lengua madre), “los nuevos habitantes [de América del Norte] tomaron más de 500 palabras de los primeros colonos españoles”. Entre ellas, Bryson recuerda algunas que fueron españolismos y hoy son arcaísmos: bukaroo, traslación al inglés de vaquero (más tarde se impuso el cowboy, conocido incluso en español); bronco, que se aplica a un potro a medio domar; y hoosegow, que no se parece en su escritura pero sí en su pronunciación a la palabra juzgado, de la cual viene. Algunas solo figuran ya como denominación de modelos de automóviles, aunque las dos últimas sobreviven en los diccionarios.

“Invadiendo” el inglés
Hoy los historiadores reconocen, como lo hacen Robert Crum, William Cran y Robert MacNeil, que “en la actualidad, el inglés estadounidense ha tomado más préstamos del español –como enchilada, marijuana, plaza, stampede y tornado– que de cualquiera otra lengua, y la lista crece año tras año”.
Dice el dicho que “la lengua acompaña al imperio”, y cuando España era un imperio (siglo XV a XVII) su lengua recorrió muchos países europeos. Robert Clairborne cita en su historia de la lengua inglesa una frase que fue célebre en el siglo XV: “La guerra se libró con embargos de comercio y con desperados que atacaban las barricades con bravado”.

Embargo significa, de acuerdo con el Webster Dictionary, “orden del gobierno que prohíbe el movimiento de naves mercantes de los puertos” y procede del verbo español embargar, “obstaculizar, estorbar”. En cuanto a desperado, es una versión coja de desesperado y significa en inglés “criminal sin escrúpulos ni cautela”. Típico de los desperados es el bravado, cuyo sentido en inglés –porque en español la palabra no existe– es el de “exhibición de coraje pretenciosa y desafiante”.

En una reciente aparición de su columna “Yo soy como el picaflor”, el escritor español Ricardo Bada ofreció una lista de “palabras castellanas que se usan en inglés como si fueran anglas de toda la vida”.

Copio las que no aparecen mencionadas en otros lugares de esta nota: amigo, auto de fe, bolero, burrito, Celestina, El Cid, compañero, conga, Conquista, contras, cumbia, chacona, Che, chihuahua (la raza canina), chiquita, conjuan, donquijote, El Dorado, fiesta, filipino, flamenco, gaucho, gazpacho, gorila (guardaespaldas), Grande (persona de noble alcurnia), guanaco, hispano, indio, Inquisición, jerez, la ola, latino, mambo, mañana, maracas, mariachi, matador, mate, merengue, sanfermines, señor, tango, tapas, telenovela, vicuña, Zorro.

Otras palabras que los hispanohablantes habríamos señalado como castellanas figuran bajo el rótulo de italianismos: fresco, charlatan, maestro, ¡bravo! ¿Se deslizaron al inglés de Italia o de España? Chi lo sa.

Hemingway, cojones
Aunque quedó lejos aquel tiempo en que los términos políticos españoles saltaban fronteras, el más interesante aporte de nuestra lengua a la inglesa procede del mismo lugar que los aguacates, las turmas y las orquídeas, pero se aplica a la política estadounidense: cojones, que allí ha dado en pronunciarse cohonis.
Viajó directamente de las corridas de toros españolas a bordo de las obras de Ernest Hemingway y, según el diario madrileño El Mundo, fue pionero en su uso político John F. Kennedy. Este escribió en 1961 que “en el Departamento de Estado hay mucho cerebro y pocos cojones, y en el Departamento de Defensa muchos cojones y poco cerebro”. Después la han empleado el circunspecto semanario The Economist (“George W. Bush no tiene cojones”), señoras virtuosas, como la ex secretaria de Estado Madeleine Albright (“Esto no es cojones, es cobardía”, dijo a Castro cuando Cuba derribó dos avionetas de la oposición), el presidente Bill Clinton (que repitió y elogió la frase de Albright), y la reina de la derecha, Sarah Palin, que elogió al gobernador de Arizona –insigne perseguidor de inmigrantes– diciendo que “tiene los cojones que le faltan a nuestro presidente”.

Todos ellos saben perfectamente de qué glándulas estamos hablando, porque su uso acarreó oportunas bromas de los humoristas, críticas de las feministas, debates de los políticos y glosas de los urólogos.

Aceptemos, en general, que se trata de un elocuente y generoso regalo que hace el español al inglés. ¡Pero, qué lenguaje el de estas damas, cohonis!