miércoles, 30 de diciembre de 2020

Mariana Windingland, traductora argentina de literatura noruega

Mariana Windingland nació en Pergamino, pero vive en el pueblo de Mendiolaza, situada en el departamento Colón, de la provincia de Córdoba, a 23 km de distancia de la capital provincial. Su padre topógrafo era noruego, pero, según ella admite, no le enseñó la lengua. Su madre fue bibliotecaria y le inculcó el amor a los libros. Según recuerda en una entrevista realizada por Stefanía Cañete para la revista La Unión, “Comencé con el inglés en plena pubertad, y en la adolescencia recibí una beca para estudiar en Suecia, y allí aprendí sueco y perfeccioné el inglés que había empezado a adquirir. Más tarde me vine a estudiar traducción de inglés a Córdoba, pero luego me fui a EE.UU. para dar clases de español. Luego estuve en Canadá un semestre y comencé mis estudios en francés. Volví a Buenos Aires y empecé a trabajar en el subtitulado, mi ingreso a este mundo de las lenguas y mi primer trabajo interesante. Mientras tanto tenía como sueño aprender noruego y tenerlo como meta profesional, asi que cambié mi vida por tercera o cuarta vez y me fui a Oslo, donde estuve radicada unos años”. 

Dada la singularidad de su trabajo, el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires la entrevistó con el objeto de dar a conocer su labor a los lectores de este blog y, asimismo, para enterarnos de las muchas tareas pendientes a propósito de una parte sustantiva de la literatura escandinava. 

–¿Por qué te hiciste traductora literaria? 
–Hace algunos años recibí una propuesta de traducción de EDUVIM, la editorial de la Universidad Nacional de Villa María. El director editorial descubre la obra de Arne Lygre en la feria de Frankfurt y supo que, a pesar de estar traducido a una quincena de lenguas, el dramaturgo era todavía inédito en español. Allá por 2013-2014 la editorial produjo una colección de teatro europeo contemporáneo en ediciones bilingües y cuyos traductores estaban radicados en Córdoba. Yo había regresado de Oslo hacía poco tiempo y trabajaba ya en el sector editorial donde me desempeñaba en inglés y español para una empresa radicada en el exterior. Después de dialogar con el editor y de leer ambas obras, acepté gustosa la oferta. En mis años en Oslo había trabajado como intérprete en un teatro oficial y en la corporación de radiodifusión estatal, y tenía algunos años de experiencia como subtituladora, lo que de alguna manera me dio la suficiente seguridad que necesitaba para encarar el proyecto de traducción de estas dos obras dramáticas contemporáneas. 

–¿Cuáles son los principales problemas de la traducción del noruego al castellano? 
–Creo que el mayor desafío lo representan los referentes culturales y los elementos intertextuales, aunque esto no es particular a este par de lenguas, sino que son las típicas dificultades que se pueden encontrar al traducir. Los términos referidos al clima y la naturaleza, que están muy presentes en la literatura noruega, frecuentemente no tienen traducción al español. En lo que refiere a la traducción de LIJ, el problema central es reflejar en cierto modo la sonoridad de la obra, teniendo en cuenta que un cuento o una poesía infantil se conciben para ser leídos en voz alta. En estos casos la musicalidad es muy difícil de trasladar a la lengua meta. 

–¿Cuánta es la literatura noruega traducida hasta el momento? ¿Cuáles son los autores que vos misma tradujiste? 
–Casi la totalidad de las traducciones se realizan en España. Según registros de NORLA (Norwegian Literature Abroad), la agencia de gobierno que difunde la literatura noruega en el exterior, en los últimos quince años se tradujeron unos doscientos títulos al español, de los cuales apenas un diez por ciento corresponde a América Latina. Entre los autores de más renombre traducidos a nuestra lengua están Anne Holt, Karl Ove Knausgård, Unni Lindell, Jo Nesbø, Jan Erik Vold, y Herbjørg Wassmo, solo por mencionar algunos. Gracias a una de las diversas líneas de subsidios a la traducción, he podido traducir y publicar a Arne Lygre, a Mari Kanstad-Johnsen y a Kari Tinnen. 

–¿Estás en contacto con otros traductores del noruego al castellano? ¿Quiénes son? 
–Estoy en contacto con escritores que manejan ambas lenguas y que suelen oficiar como mis consultores. 

–¿En qué medida las editoriales argentinas o extranjeras requieren tus servicios? 
–Hasta el momento he recibido una decena de propuestas de trabajo con editoriales argentinas. Creo que la presencia de NORLA en las ferias es crucial para dar a conocer tanto la literatura noruega como los programas de apoyo a la traducción existentes. Quizás la demanda es baja todavía porque hace apenas unas décadas se comenzó a traducir directamente del noruego al español. Antes de la creación de este organismo, casi todo lo que llegaba a nuestra lengua eran traducciones indirectas, con todo lo que eso implica. Un ejemplo de esto son las obras de Knut Hamsun, que derivaban del alemán, el inglés o el francés. A partir de los años 90, Kirsti Baggethun, la más prolífica traductora de este par de lenguas, comenzó a traducirlas directamente del noruego. 

–¿Cómo se paga la traducción del noruego al castellano respecto de lo que pagan las traducciones de otros idiomas europeos a nuestra lengua? 
–Se paga relativamente mejor que el resto de los idiomas europeos pero, como mencioné antes, la demanda es todavía escasa. 

–¿Qué te parece que, sin estar traducido hasta ahora, habría que traducir urgentemente? 
–Hilde Hagerup, Gunnhild Øyehaug, Ingvild Hedemann Rishøi… También me gustaría continuar traduciendo la obra dramática de Arne Lygre, así como las obras aún inéditas de Jon Fosse. Erlend Loe, Maia Lunde y Helene Uri tienen apenas un par de obras traducidas y son de los autores que creo deberían llegar al público hispano. 

martes, 29 de diciembre de 2020

No todo el mundo puede permitirse el precio

El pasado 27 de diciembre, Guillermo Piro dedicó su habitual columna del diario Perfil a reflexionar sobre los traductores, como puede leerse a continuación.

Traducción y libertad

 La traducción es una actividad esclavizante, ya se sabe. El traductor es alguien que a su modo, que siempre es un poco improbable, renuncia a cosas todo el tiempo: sobre todo renuncia a la satisfacción que experimenta cualquier otro que se dedica a una actividad parecida en su exterior, como escribir: nunca está conforme con lo que consigue, el resultado nunca lo satisface. Eso, que frustraría a cualquiera a los primeros pocos intentos, en el traductor cobra el aspecto de un síntoma con el que puede vivir todo el tiempo, sin quejarse.

Son cosas complicadas. El traductor está privado incluso del placer ejemplar del lector común, que consiste en avanzar en la lectura sin haber entendido un pasaje, una línea, una palabra. El traductor no puede, debe entenderlo absolutamente todo, hasta aquello que por definición no debería tener un sentido unívoco, como las metáforas. Él quiere entenderlo todo. De lo contrario se tara, o lo que para el traductor es lo mismo a una tara: se detiene, no puede avanzar más. O en realidad puede, pero volviendo una y otra vez sobre ese escollo que dejó flotando una, dos páginas atrás, y que es necesario aclarar prestamente.

Naturalmente no es la única actividad esclavizante, es algo que el traductor acepta desde el vamos, pero es probable que hasta el más esclavo esté más cerca de sentir de vez en cuando que lo que hace es perfecto, o prácticamente perfecto, como le gusta definirse a Vasco Rossi, un cantante italiano que lamentablemente goza de escasa fama entre nosotros y que siempre fue merecedor de algo de atención. En sus multitudinarios conciertos en vivo siempre hay alguien que suele extender una pancarta gigante con la escrita “Prácticamente perfecto”, título de una canción en una de cuyas estrofas dice “Canto para no enloquecer”, palabras que pueden aplicarse a mil y una actividades humanas, pero que pensando en la escritura en general y en la traducción en particular adquiere visos de verdad pertinentes, siempre a la cabeza en la escueta lista de expresiones sinónimas.

Y sin embargo el traductor goza, a pesar de todo eso, o de esas pocas cosas, de algo que lo vuelve en un sentido invencible (hablo del traductor profesional, por supuesto, no del que traduce un poema que le agrada y es capaz de traducir una vez por semana, sino del que debe traducir incluso lo que detesta, incluso lo que no sabe cómo traducir, incluso lo que no puede traducir): la traducción le otorga libertad.

Me explico. Ni el traductor más comprometido puede (hay excepciones) vivir solo de la traducción, de modo que ésta se convierte en una actividad subalterna, a la que dedica sus ratos libres, que son pocos pero intensos. Y sin embargo esa actividad que llamé subalterna, bajo cierta óptica se vuelve suprema: lo absorbe todo el tiempo, mientras mira una película tirado en la cama, mientras lee y encuentra de casualidad la palabra o la expresión que estaba buscando desde hace días. Puede no vivir de la traducción, pero vive para ella.

Esa es la razón por la que el traductor en su fuente principal de ingresos se mueve con aceitada agilidad, despreocupado, relajado; porque si éste llegara a escasear, o porque si directamente alguien decidiera prescindir de él para siempre, o temporalmente, él tal vez se deprimiría cinco o seis minutos, y luego se encaminaría a su casa a seguir traduciendo. Levantará los hombros, como hace la gente con la que hace falta talento para ponerla de mal humor, y volverá a encerrarse en sí mismo buscando soluciones a eso que no tiene solución. Le dicen traducir, pero también ser libre.

lunes, 28 de diciembre de 2020

Los mercaderes en caída libre

Carlos Daniel Aletto publicó en la página de la agencia argentina TELAM la siguiente nota referida a lo que ocurre con las librerías y las editoriales después del aislamiento provocado por la actual pandemia. En la bajada puede leerse: “Tras el parate obligado por la cuarentena, algunas medidas –como las restricciones a la importación y el acuerdo para que el 90% de los libros se impriman en el país permiten– llegar a diciembre con perspectivas promisorias para el sector. Las editoriales y librerías más chicas soportaron mejor el impacto”. Todo indica, como venimos diciendo en este blog, que en el futuro habrá cambios trascendentes en las formas de comercialización de los libros; entre otros, las grandes superficies dejarán de ser rentables y, aunque no se señala en el artículo, las distribuidoras sufrirán el impacto de ser intermediarias no deseadas en el circuito del libro.

Tras el aislamiento, llegó la reactivaión, 
pero las ventas no crecen

La cuarentena del 2020 arrancó con un panorama ominoso para la industria editorial: las imprentas bajaron sus persianas, las librerías tuvieron que generar alternativas de distribución y venta online, las editoriales debieron suspender su plan de publicaciones, y trabajadores del sector perdieron sus trabajos o parte de sus ingresos.

 Con el correr de los meses en situación de aislamiento, algunos eslabones del sistema acentuaron esta perspectiva funesta, mientras que otros lograron reorientar el negocio al ritmo de los cambios y hoy cierran sus balances bajo un cielo alentador.

El universo de los libros tiene sus complejidades, diversidades y distintas magnitudes ya que convive en paralelo con un mundo concreto y real que es el mercado, en definitiva una cadena comercial de escritores, editoriales, imprentas, distribuidoras, librerías y lectores, actores que con la crisis en el 2020 por un lado han sufrido un gran daño y por otro un reposicionamiento.

“Después de haber vivido el cierre total durante la cuarentena, las imprentas del país están pasando por un buen momento”, destaca el presidente de la Federación Argentina de la Industria Gráfica y Afines (FAIGA), Juan Carlos Sacco. Y en este contexto, la decisión del gobierno nacional de colocar nuevamente restricciones a la importación de libros fue una solución al problema que venían viviendo.

En esta dirección, han logrado firmar un acuerdo con la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP) en el cual se garantiza que el 90% de los libros se imprimirán en Argentina. Y además desde el Ministerio de Educación se empezó a destinar dinero para impresión de libros, lo que volvió a reactivar la actividad gráfica.

La falta de circulación de peatones en las calles, y en particular en los centros turísticos, generó una crisis en los comercios. Como muestra solo basta leer el reciente cierre de la tradicional Librería de las Luces que desde 1960 estaba en la Avenida de Mayo del microcentro porteño. Las librerías viven la misma situación que la de cualquier comercio que venía de cuatro años de crisis y estaba esperanzado con la reactivación, aunque las más afectadas son las de zonas céntricas o de gran circulación.

Por otro lado, las editoriales pensaban que entre febrero y marzo tenían una posibilidad de reactivación, que se iba a poder vender bien en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires que se realiza en La Rural y además tenían programadas actividades en las provincias. Hasta que llegó la pandemia.

Carlos Benítez, dueño de la librería y editorial Punto de Encuentro, se convirtió en unos de los voceros de los libreros y relata a Télam la situación que debieron atravesar este año y en el punto crítico en el que se encuentran las librerías del microcentro de la ciudad de Buenos Aires: “Hasta que no se vuelva a la normalidad no a va a funcionar, es un páramo, no hay gente circulando y por lo tanto nosotros no tenemos potenciales compradores y la verdad es que venimos muy golpeados”.

Los libreros resaltan que el gobierno nacional tomó la decisión de suspender el programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP). Si bien algunos de los locales no les cobraron alquiler, y en diciembre están pagando solo el 30%, aseguran que no alcanza porque están facturando entre el 10 y el 20% de la facturación del 2019. En marzo tendrían que empezar a pagar los alquileres normales y no ven mejoras para esa época, menos si se suspende la Feria del Libro 2021 como se rumorea.

También corre peligro de cierre la librería de Ávila, la más antigua de Buenos Aires. Miguel Ávila, el dueño del negocio ubicado en Alsina al 500 y presidente de la Cámara de Libreros y Editores Independientes (Caledin) describe el mismo panorama que sus colegas: sin turismo y sin empleados públicos ese lugar emblemático e histórico del libro no funciona.

También suma la pérdida del ATP: “Ahora el gobierno está dando préstamo con una tasa de interés para poder pagar los sueldos, yo he intentado mantener a todo el personal, todo en blanco son seis personas y se me hace muy difícil, sumado el alquiler, los gastos fijos. La AFIP tampoco te perdona, te tratan como si estuviéramos en una época en un país normal”, se lamenta el dueño de la famosa librería.

Ávila aprendió su oficio con los grandes libreros, en las grandes librerías de la época, cuando era el punto de reunión entre lectores, escritores y libreros “desde siempre el argentino, así como con el tango, la carne o el fútbol tiene una relación muy estrecha con el libro”, sostiene Ávila, quien no entiende porque “esto no se toma como una temática nacional”.

Las grandes editoriales debieron reducir su producción durante el año y en la apertura con el distanciamiento social pudieron volver a lanzar sus best sellers. Durante la pandemia el libro digital tomó un importante protagonismo. Así lo explicaba a Télam Juan Boido, el director editorial de Penguin Random House, quien señalaba que venían muy golpeados y que la pandemia fue otro duro golpe: “En la Argentina, la inmensa mayoría de los libros se venden en las librerías y dependen de ellas, durante la pandemia se vio un aumento en la venta de los formatos digitales, los cuales no son formatos instalados masivamente en el país, con lo cual es imposible que compense pronto la caída de los libros físicos”, explicó.

La contracara de la singular situación de este año la vivieron algunas editoriales independientes, las cuales se sintieron fortalecidas por la ausencia de los “grandes tanques” de novedades, y supieron buscar a tiempo alternativas de distribución y ventas on line durante la pandemia.

Víctor Malumián, de editorial Godot, explica que la cuarentena forzó a las editoriales a un proceso de digitalización, tanto a nivel catálogos como de comunicación en redes sociales, incluso a adaptarse a cuestiones más prácticas, como los sistemas de pagos. El editor resalta que “tanto las editoriales como las librerías, que generaron una comunidad online, las que alimentaron una conversación entre partes, son las que estuvieron mejor paradas para sobrellevar la pandemia”.

Una situación similar vivió el sello Chai. Su editor, Santiago La Rosa, sostiene que el año para su negocio fue positivo: “En un balance fue un buen año con muchísimos sobresaltos y me parece que la clave para atravesarlo estuvo en poder adaptarse a los distintos escenarios que se fueron planteando”.

Para Chai, al igual que para otras tantas editoriales independientes, fue un periodo que les permitió acercarse más estrechamente a los lectores. En este sentido, La Rosa manifiesta que durante los momentos más complejos de los primeros meses de la crisis y de la pandemia, las editoriales más grandes no sacaron novedades, no estuvieron en las librerías y “quedó un lugar vacante que nos permitió mucha más visibilidad y, sobre todo, tener un diálogo directo con los lectores, con los cuales nos escribimos por redes y tenemos una conversación bastante fluida”, dice.

Sin embargo, las editoriales independientes también tuvieron desafíos tanto a nivel de cobro de las ventas, como con los distintos aumentos del papel que alteraron mucho los cálculos y las formas de adaptarse.

El editor Pablo Campos, de Ediciones Lamás Médula, cuenta que las editoriales chicas y pequeñas tuvieron “más cintura y reacción a la pandemia, principalmente porque venimos de hace cuatro años en crisis y contamos con estructuras más pequeñas y flexibles” y además, como explica, con el cierre de las librerías al comienzo de la pandemia generaron un nexo directo con los lectores.

Sin embargo, una vez que la actividad librera retornó, las editoriales independientes tendieron alianzas con librerías bajo la consigna de que la salida es colectiva. En palabras de Cecilia Fanti, de Céspedes Libros en Colegiales: “Mi impresión de este año es que las editoriales independientes supieron comunicarse muy bien con las librerías. De las grandes, algunas lo hicieron muy bien y otras hicieron menos de lo que podrían haber hecho. Si la industria del libro cae en picada, quizás las librerías de barrio no somos el mejor ejemplo para dar cuenta de eso”

En días de balances, un tuit de la editorial Blatt & Ríos ilustra esa sinergia y los cambios que trajo el regreso a los comercios de cercanía: “Este fue el año de las librerías chicas. En la emergencia, resulta que eran un excelente canal de ventas y con gran capacidad de adaptación. También lo fue de las editoriales chicas: resulta que hacíamos muy buenos libros, muy bien editados”.

jueves, 24 de diciembre de 2020

Juan Arabia: "Una constante formación poética"

El poeta chileno Ernesto González Barnert trabaja en la Fundación Pablo Neruda. Para su página, recientemente entrevistó al poeta y traductor argentino Juan Arabia, director de la editorial y revista Buenos Aires Poetry. 


Juan Arabia, el traductor detrás del poeta 

En diciembre del presente año pude leer Cathay de Ezra Pound, traducido por Juan Arabia, en su sello Buenos Aires Poetry, 2020. Libro maravilloso en el que Pound traduce o reinterpreta a su vez la poesía de tradición Tang como puntal también de su propia curiosidad, mirada y búsqueda lírica, de echarse al hombro la poesía de su tiempo, indiscutidamente, más allá de lo anecdótico o biográfico, su diatriba fascista e internación en el manicomio que opaca su labor de difusor, traductor y de pope con sus cantos de las letras en el siglo XX. Ezra Pound, un poeta generoso, atento, trabajador, logra con Cathay que la poesía china sea una viga más en el mundo poético occidental e incluso aún podamosver su influjo detrás de nuestra poesía chileno-mapuche. 

Quise entrevistar a Juan en tanto traductor de éste libro crucial y de poetas como Rimbaud o del canon medieval o beats, con la habilidad y sentimiento que logra transmitir con maestría de un idioma a otro en poesía, con lo difícil que es. Un poeta generoso y abierto que ha abierto un canal latinoamericano y mundial, desde Buenos Aires Poetry Press. 

Para los que aún no se enteran, Juan Arabia (Buenos Aires, 1983), es poeta, traductor y crítico literario. Autor de numerosos libros de poesía, traducción y ensayos, entre sus títulos más recientes se encuentran: Il Nemico dei Thirties (Samuele Editore, Collana Scilla, 2017), Desalojo de la naturaleza (Buenos Aires Poetry, 2018), L´Océan Avare (Al Manar, Voix Vives de Méditerranée en Méditerranée, 2018) y Hacia Carcassonne (Pre-Textos, 2020). Egresado de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, ejerce la crítica literaria además en el Suplemento de Cultura del diario Perfil y en la revista Ñ del diario Clarín donde también ha sido un importante difusor de lo que pasa en Chile poéticamente, de sus poetas. 

Durante la presente pandemia puso a disposición casi todo su catálogo descargable, alcanzando las más de 100.000 descargas de libros de poesía de distintos autores y traducciones. Un acto mayor y elogioso que merece nuestro aplauso. 

–Más allá de tus propios escritos, en tanto traductor, ¿qué te interesa salir a buscar o encontrar? 
–En general salgo a buscar más insumos para mi formación. Todo lo que hago (sea en crítica literaria, traducción o poesía) se relaciona de una manera muy específica. Aunque eso incluye causalidades. No hubiera ido a Charleville sin conocer la obra de Rimbaud, pero sólo yendo a ese lugar volví con ánimos de traducirlo. Me parecía más sencillo, y a la vez necesario. Podría decir lo mismo con los trovadores occitanos, o con los clásicos chinos, o la reciente traducción de Cathay. Esto quiere decir que, a diferencia de muchos traductores, sólo trabajo con lo que me interesa, jamás haría un libro a pedido o porque pueda funcionar en el mercado. Por otro lado, puedo decir esto porque todas mis traducciones son y serán para Buenos Aires Poetry. 

–Qué idea motriz poética compartes con Pound, un Ezra que también se veía escrituralmente a sí mismo, a través del ejercicio de traductor? 
–Con Pound comparto, precisamente, esta búsqueda constante que nace con fines formativos. Pound traduce sólo aquello de lo que le interesa nutrirse, aquello que sirve (y por tanto falta) para su propio trabajo. 

–Rimbaud, otro de tus grandes proyectos, ¿qué importa que no olvidemos hoy de su ideario poético? 
–Yo creo que, y más allá de sus avances estéticos, lo que no hay que olvidar es el consecuente proyecto de Rimbaud, esto es: hacer de la obra de arte o de la poesía una forma de vida. Rimbaud miraba con muy malos ojos muchas cosas que persisten actualmente en el campo de la poesía. 

–Otro interesante trabajo tuyo ha sido profundizar en la poesía beat, más allá de los tótems Kerouac y Ginsberg. ¿Qué poetas de esa corriente hoy te son más afines, necesarios de leer? Sé que tú trabajo rescatando a las poetas es muy importante y seguido en tu web. 
–No todos los poetas que se incluyeron en esa edición me gustaban. Pero era parte del proyecto y del marco teórico (considerar a la generación beat como un proyecto emergente, cultural y social). Hay poetas que sí me gustan, sobre todo Kerouac, Ginsberg, Lamantia, Di Prima. Aunque son todos autores bastante disparejos, y en realidad muchos de ellos prevalecen por haber nacido “americanos”. Si sumamos a todos ellos, incluso a los que quedaron fuera de la etiqueta, no llegamos a un Pound o a un Eliot. 

–¿Un libro que sueñas traducir? 
–Siendo literal en mi respuesta, me gustaría traducir “La Chasse spirituelle”, un poema de Rimbaud que se perdió, y que según Verlaine era uno de los mejores de él. 

–¿Un libro que intentaste traducir, pero no has podido terminar? 
–Me pasó con algunos poemas de trovadores provenzales. Estoy intentando mejorar, así puedo dar en los próximos años un libro sobre los trovadores clus. 

–¿Cómo definirías tu propio trabajo conceptualmente de traductor? 
–Como el de una constante formación poética. 

–¿Qué le dice el poeta al traductor y viceversa? 
–Que se tomen más riesgos, riesgos poéticos (en tanto ritmo, pausa versal, música), sin traicionar el sentido original. 

–¿Qué libros estás pensando en agregar en traducción al catálogo de Buenos Aires Poetry? 
–Un libro sobre los trovadores occitanos de la escuela del “trobar clus”, una antología de Serge Gainsbourg, quizás algún libro de Diane Di Prima (aunque me está cansando un poco seguir dando prioridad a poetas norteamericanos). Con Pound pienso seguir, ya que murió sin status legal en los Estados Unidos. 

–¿Pusiste durante esta pandemia cientos de títulos descargables gratuitamente de tu catálogo? Cómo evalúas esa quijotada hoy? 
–Bueno, la gente recibió eso muy bien. En general uno tiende a olvidar que hace todo esto por un público distinto, al que no conoce. Y ese público no sólo estuvo muy agradecido, sino que descargó más de 100.000 archivos. Creo que muchos conocieron los libros de Buenos Aires Poetry gracias a todo esto. 

Por último, ¿cuál es el poema de los que has traducido, que más te emociona, te llega al corazón? 
–Rápidamente pienso en dos: “Larme” de Rimbaud y “Provincia Deserta” de Ezra Pound. 

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Clarice Lispector, en su centenario, desde México

El 9 de diciembre de este año, Juan Carlos Talavera publicó la siguiente nota en el diario mexicano Excelsior. Allí, junto con Rodolfo Mata, Regina Crespo y Paula Parisot, traductores y escritores de México, revisa la obra de la narradora brasileña Clarice Lispector, de quien se ha cumplido un siglo de su nacimiento. 



Recuperan algunos trazos sobre la literatura de Clarice Lispector 

“Escribir es una maldición, pero una maldición que salva”, afirmaba Clarice Lispector (1920-1977), la narradora brasileña cuya prosa es un laberinto de pasiones que induce a la aventura y al asombro, un hito de las letras brasileñas que jugó con el lenguaje, el misterio y que nadó a contracorriente y se convirtió en una de las más importantes narradoras del siglo XX. 

En entrevista con Excélsior escritores, investigadores y traductores como Rodolfo Mata, Regina Crespo y Paula Parisot recuperan algunos trazos sobre su literatura, en el marco del centenario de su nacimiento que hoy se recuerda, y arrojan algunas luces sobre su trabajo literario. 

Además, Crespo y Mata revelan que han traducido las crónicas periodísticas de Lispector para el Fondo de Cultura Económica (FCE) en un volumen que pronto circulará en librerías. 

Para Regina Crespo y Rodolfo Mata, el mejor camino para acercarse a la obra de Clarice Lispector (que se pronuncia “Clarice” con la “e” final y no “Clarís”, como con frecuencia escuchamos que lo hacen al ubicar su nombre en otra lengua) es leer sus cuentos ya clásicos como La felicidad clandestina, Lazos de familia, El búfalo, La legión extranjera, Amor, Una gallina y varios más que podríamos seguir enumerando. 

Después el lector podría seguir con sus novelas, empezando por Cerca del corazón salvaje para continuar con La hora de la estrella y finalmente llegar a La pasión según G.H., que es considerada su obra maestra”, explica Mata. 

Y complementa Crespo: “Si el lector se apasiona por esta última, puede continuar con Agua viva, que es una obra en prosa que resulta inclasificable, muy en su estilo de flujo constante entre la sensación, la conciencia del existir y el examen de sentimientos y emociones”. 

Pero “antes de entrar en las novelas, podemos recomendar al lector que se acerque a las crónicas, que recientemente hemos traducido para el Fondo de Cultura Económica. En ellas va a encontrar a Clarice como periodista, desenvolviéndose con una gracia sin igual, en este polifacético género, entre la reseña de eventos como exposiciones de pintura, reflexiones sobre la escritura y la traducción, recuerdos de su infancia en Recife, estampas de viaje, entrevistas como la que hace a Antonio Carlos Jobim, padre de la bossa nova; o retratos de amigos como Lúcio Cardoso y Chico Buarque, y anécdotas que oscilan en la frontera del cuento”, abunda. 

¿Cómo describirían esas crónicas? “Permite ver a Clarice desde muchos ángulos en el quehacer de la escritura como vocación, como medio de vida, ineludible pasión, herramienta de autoconocimiento, diálogo con el otro. Como dice Clarice, “escribir es una maldición, pero una maldición que salva”. Y no sólo la salva a ella y a quienes conciben la escritura de esa manera, sino a sus lectores. Cuenta Clarice en estas crónicas que el gran João Guimarães Rosa alguna vez le dijo que la leía “no para la literatura, sino para la vida”, explican Crespo y Mata. 

¿Qué destacar de su prosa?, se les pregunta a Mata y Crespo. “En principio está el tema de su escritura como una mirada femenina y no forzosamente feminista, lo cual da lugar a un amplio debate. Es una figura glamurosa, una mujer de gran belleza, que estando casada con un diplomático decide dejar todo para regresar a su país a vivir de la escritura. 

Con el tiempo, su trayectoria y su figura se volvió un mito, pero un mito con un fondo real, pues quien se adentra en su escritura, atraído inicialmente por esa superficie, acaba comprobando su valor en la sustancia de su escritura que, desde un principio, fue calificada de extraña pero fascinante; y, a diferencia de muchos escritores contemporáneos como Jorge Amado y Graciliano Ramos, Clarice no es una escritora de lo regional sino de lo universal.” 

¿Hay una dimensión poética en su escritura? “Clarice muestra constantemente una muy apurada y exigente conciencia del lenguaje. Sus libros eran liberados después de atravesar revisiones tras revisiones que eran llevadas a cabo transcribiendo versiones a máquina”. 

Por ejemplo, su novela La ciudad sitiada la pasó en limpio más de 20 veces. El tratamiento del lenguaje que lleva a cabo Clarice revela una lucha, un nado a contracorriente (es de ella la metáfora) para evitar el devaneo. Sus “infracciones” al curso normal del lenguaje tienen una razón de ser muy meditada. En una crónica dirigida al linotipista le pide que respete su puntuación, aunque la sienta rara ya que es la “respiración de su frase”. 

Por último, la escritora y artista brasileña Paula Parisot recuerda que a menudo Lispector afirmaba que sus libros debían ser leídos por personas que ya tenían el alma formada, porque podrían resultarles un tanto perturbadores. 

Y define así su universo literario: “Ella creó un universo tan propio y rico que algunas personas la definen como hermética, pero yo no pienso que lo sea, sino que su prosa es algo muy íntimo y propio de ella que podría venir de la historia de su vida. Digamos que ella se creó un universo propio, una habitación para sí misma”. 

Clarice es un icono para las letras brasileñas y es nuestra mayor escritora. Además, ella tenía una gran belleza, unos ojos de esfinge y pienso que ella creó un aura de misterio para sí misma, con una gran fascinación en el imaginario del lector brasileño. Ella tenía un gran magnetismo con su figura, su literatura y sus libros. Sé que en México es muy querida también y no hay duda de que no podría hablarse de literatura brasileña sin Clarice Lispector”, concluye.

martes, 22 de diciembre de 2020

Latinoamérica vuelve a perjudicar a España

El pasado 21 de diciembre, Magi Camps publicó el siguiente artículo en el diario La Vanguardia, de Barcelona, donde el presidente del Gremio de los Editores de Cataluña revisa la situación del libro español. Su puntos de vista contrastan con los de sus pares de Latinoamérica que, sin los subsidios españoles y con la exportación prácticamente cerrada, se las arreglan como puede.

El libro es el que mejor aguanta, en este año catastrófico para la cultura 

A pesar de los malos augurios que se cernían sobre el sector del libro, el año 2020 ha acabado siendo un año relativamente bueno, a pesar de la pandemia, quizá el sector cultural menos perjudicado. Así lo reconocía esta mañana el presidente del Gremi d'Editors de Catalunya, Patrici Tixis (foto), en la rueda de prensa previa a la 35a Nit de l'Edició. 

Como cada año por estas fechas, Tixis ha resumido el ejercicio del año, “que ha tenido una cara y una cruz, con una primera parte muy compleja, con casi un trimestre con las librerías cerradas y la anulación del día del Libro, Sant Jordi, una fecha clave que supone una alta facturación, con una media que se sitúa sobre el 17% del año”. 

El presidente del Gremi ha hablado de “una lucecita de esperanza”, en referencia al hecho de que “la gente quería leer libros”. Y en el segundo semestre, “el panorama ha cambiado radicalmente en positivo; en resumen, ha habido más cosas positivas que negativas”. 

Uno de estos aspectos positivos es que “han mejorado mucho los hábitos de lectura”, que indican además que “un 83% de los lectores afirman que la lectura les ha ayudado a pasar el confinamiento”. 

Tixis también ha querido resaltar que “ha sido el año de las librerías de proximidad”, como han demostrado los lectores con sus hábitos de consumo. Por ello el Gremi quiere que las librerías sean “establecimientos de primera necesidad”. “Las tiendas de alimentación alimentan nuestro cuerpo, las librerías alimentan nuestro espíritu”, ha resumido. 

Otro dato relevante es que “el confinamiento ha acelerado el comercio electrónico de las librerías”, y ha recordado la web que ha creado la Confederación Española de Librerías, donde confluye toda la oferta: Todostuslibros.com 

En cuanto al libro electrónico, el consumo ha aumentado un 30%, aunque sigue suponiendo, en el global de las ventas de libros, un 6% del total. 

Tixis ha querido resaltar la importancia que ha supuesto, para superar esta crisis, “la colaboración público-privada, que ha evitado que hubiera un alto cierre de empresas del sector; al contrario, se han abierto librerías”. Las ayudas “han aumentado un 40% respecto del 2019, sobre todo en bibliotecas y las ayudas generales de la Covid”. 

Donde el sector se ha visto más perjudicado ha sido en la exportación a América Latina, “países donde la situación es crítica, con un descenso del 50% de las ventas”. También en el libro de texto, con las escuelas parcialmente cerradas. 

Asimismo, ha aumentado considerablemente la piratería, aunque el Gremi aún no tiene datos concretos. Si el año pasado se dejaron de ingresar 200 millones de euros, Tixis presume que este año serán más. 

“Las webs están bastante controladas. Ahora nos preocupan las redes sociales, sobre todo las plataformas de mensajería. En el caso de Facebook y Telegram, estas empresas cierran los grupos que se dedican a pasarse libros pirateados, pero tenemos dificultades con WhatsApp”, ha apuntado el presidente del Gremi. “Son grupos que funcionan de 250 en 250 personas”. 

La ficción, la no ficción, el libro ilustrado y la literatura infantil y juvenil son las que han vendido más. Tixis considera que la ficción es la que tiene mejores resultados. “Si la campaña de Navidad funciona bien, podemos llegar a un 96-97% de la facturación del 2019”. 

Ello se debe, según el Gremi, además de a los mayores índices de lectura y al comercio electrónico, al hecho de que “ha habido una cosecha muy buena de títulos en los nueve meses que se han presentado novedades”. 

El 2021 augura un primer semestre complicado, pero el Gremi espera poder celebrar un Sant Jordi y un Comic Barcelona “casi normal”, y cree que en el segundo semestre todo se habrá normalizado. 

En cuanto a los retos de futuro, los objetivos son mantener estos índices de lectura mejorados; impulsar definitivamente el Pacto de Estado del Libro y la Lectura, que se resiste; la concreción del proyecto de la gran biblioteca de Barcelona, que concierne a las tres administraciones; y conseguir que se destine el 2% a la cultura.

lunes, 21 de diciembre de 2020

"Estamos a minutos de tener lista sobre la mesa la prepizza cultural globalizada"

En su habitual columna del diario Perfil, Rafael Spregelburd reflexiona sobre la globalización y sus efectos en la cultura. Lo hace con inteligencia, apoyándose en un texto del escritor japonés Yunichiro Tanizaki. 


Soberanía cultural

Alejo de los Reyes, el mejor guitarrista que conozco, postea una cita de Elogio de la sombra, de Yunichiro Tanizaki, quien ya en 1933 se preguntaba qué hubiera sucedido si la física y la química, en vez de ser universales, se hubiesen moldeado con los patrones culturales de cada pueblo. “Supongamos que el inventor de la estilográfica hubiera sido un japonés o un chino de otra época. No habría dotado a su punta de una plumilla metálica sino de un pincel. Y lo que habría intentado que bajara del depósito hasta las cerdas del pincel no sería tinta azul sino algún tipo de líquido parecido a la tinta china. Por lo tanto, como los papeles de tipo occidental no sirven para el uso del pincel, (…) se tendría que producir una cantidad industrial de papel análogo al papel japonés, una especie de hanshi mejorado, y si el papel, la tinta china y el pincel hubieran seguido este desarrollo, la pluma metálica y la tinta occidental nunca habrían conocido su auge actual, los partidarios de los caracteres latinos no habrían tenido ningún eco y los ideogramas o los kana habrían gozado de un unánime y poderoso favor. Pero esto no es todo: nuestro pensamiento y nuestra propia literatura no habrían imitado tan servilmente a Occidente y, ¿quién sabe?, probablemente nos habríamos encaminado hacia un mundo nuevo completamente original.” Tanizaki quiso mostrar que la forma de un instrumento insignificante puede tener repercusiones infinitas y encuentro esta idea poco menos que inquietante. Al no saber nada del Lejano Oriente (siempre he preferido dejar que el Japón cuajara como una cantera a la cual iban a parar criaturas fantásticas y atrocidades lingüísticas) me sorprende mucho constatar que ya en 1933 Oriente da por perdida su soberanía cultural, un término cada vez más en boga. De este lado de Greenwich solemos imaginar que el mundo se orientaliza; que el destino del capitalismo extraccionista yanqui sigue el camino de China postcomunista o que la explotación productiva autogestionada tienen al Japón de zanahoria, donde, según el mito, se protesta trabajando horas extra y no con huelgas. Será porque el excedente de mercancía es lo que más afecta al precio de la multinacional y no porque al nipón se le dé por trabajar de más. Como fuere: ellos creen que nosotros ganamos la batalla global, nosotros creemos que fueron ellos y que Suiza es un invento de Heidi dibujado en Japón pero que a su vez este triunfo se narra en inglés globalizado.

“Los propios principios de la física y de la química (…) habrían tenido aspectos muy diferentes a los que hoy en día se nos enseña en lo que respecta, por ejemplo, a la naturaleza y las propiedades de la luz, de la electricidad o del átomo. Y si hubiéramos inventado nosotros el fonógrafo o la radio es probable que hubieran sido concebidos para destacar las cualidades de nuestra voz y de nuestra música (…) caracterizada por cierta contención, por la importancia que concede al ambiente, de manera que grabada, y luego amplificada por los altavoces, pierde la mitad de su encanto. En el arte de la oratoria evitamos los gritos, cultivamos la elipsis y, sobre todo, damos una extrema importancia a las pausa (…). Por haber acogido esos aparatos hemos tenido que desnaturalizar nuestro arte”.

Hoy las grandes y pequeñas plataformas ofrecen películas (como las de Hayao Miyazaki) donde la lógica del bien y el mal explicada a los niños está muy lejos de la moral que conocemos y mucho más cerca –eso sí– de la naturaleza y el paisaje, que no son ni buenos ni malos, sino a lo sumo atroces y espontáneos. Los conflictos de Ponyo, Chihiro, Satsuki no se parecen a los de Pixar. No sólo el desarrollo tecnológico del mundo sería otro si voces japonesas, quechuas o maoríes susurraran lo suyo: habría otros relatos. Estamos a minutos de tener lista sobre la mesa la prepizza cultural globalizada y de darnos cuenta de que extrañaremos mucho las físicas, las químicas y las letras sepultadas bajo una norma que nadie parece haber elegido realmente. Es entropía dura: la cultura tiende también a un masacote gris, frío, estable y muerto.

¿Y qué fisicoquímica hubiera destilado la Argentina, si tal cosa comenzara a existir alguna vez?

viernes, 18 de diciembre de 2020

Dante Alighieri para terminar la semana


“El anuncio se da en el marco de los festejos que se vienen realizando en Italia pero también en la Argentina, para rendir homenaje al autor nacido en Florencia el 29 de mayo de 1265 y fallecido en Rávena el 14 de septiembre de 1321.” Eso dice la bajada de la noticia difundida el 16 de diciembre pasado por la agencia de noticias TELAM.

 Crearán en Florencia un museo dedicado a Dante y a la lengua italiana

 A propósito de los 700 años de la muerte de Dante Alighieri, la ciudad de Florencia anunció la creación en 2021 de un nuevo museo para dar a conocer la obra y vida del autor de "La Divina Comedia", así como también de la historia de la lengua italiana, indisociable del aporte que realizó el poeta al desarrollo del italiano, considerado uno de sus máximos defensores cuando el latín predominaba como lengua religiosa y literaria.

El anuncio de la creación del museo, con sede en lo que se conoce como el antiguo Monasterio Nuevo, dentro del céntrico complejo de Santa Maria Novella, se da en el marco de los festejos que se vienen realizando en Italia pero también en la Argentina para rendir homenaje al autor nacido en Florencia el 29 de mayo de 1265 y fallecido en Rávena el 14 de septiembre de 1321.

"Es la mejor manera de recordar a Dante", sostuvo el ministro de Cultura, Dario Franceschini, en la presentación junto al alcalde de la ciudad, Dario Nardella, en la que anunciaron que las obras para el museo comenzarán en 2021 y se extenderán por unos "500 o 600 días", según informó la agencia AFP.

El Estado va a aportar 4,5 millones de euros (5,4 millones de dólares) para la construcción del primer museo de la lengua italiana”, explicó el ministro, mientras que la ciudad contribuye cediendo una parte del visitado complejo de Santa Maria Novella.

Según adelantaron, hace tiempo un comité está trabajando en la creación del museo, así como en la remodelación del edificio, para proponer "un museo proyectado hacia el futuro, con nuevas tecnologías, apto tanto para niños como para académicos".

El museo también tendrá fines pedagógicos para la docencia, salas de exposiciones y otros atractivos para narrar el origen y la evolución del idioma italiano.

Además de la vida y obra de Dante, el guión curatorial incluirá a escritores como Boccaccio, Petrarca, Ariosto, Galilei, Machiavelli, Leopardi, Manzoni, D'Annunzio, importantes autores de la literatura universal.

jueves, 17 de diciembre de 2020

Frank Zappa tiene razón: la sustancia básica que sostiene al universo no es el hidrógeno, sino la estupidez

En teoría, el affaire Glück/Pre-Textos quedó atrás. Ahora que la autora estadounidense va a ser publicada por la editorial Visor, integrando un catálogo en el que brillan grandes autores como Elvira Sastre y Joaquín Sabina, todo parece haber vuelto a la normalidad. 

 Consecuencias que vale la pena considerar


En primer lugar, es prácticamente la primera vez que, más allá de la obtención de un premio, una poeta, por cuestiones de mercado, ocupa los titulares de los diarios, algo que, hasta ahora, sólo parecía suceder con los novelistas. 

Paradójicamente, la cobertura mundial –que incluyó artículos en todos los diarios de España y Latinoamérica, además de uno en The New York Times (publicado el 9 de diciembre pasado y firmado por Raphael Minder) y otros en medios de Alemania, Francia y Rusia, entre otros países europeos– ha puesto de manifiesto hasta qué punto géneros como la poesía, la literatura dramática y, en menor medida, el ensayo obedecen a leyes completamente distintas que las que rigen a la narrativa, más atenta a los designios mercado y, por ello, susceptibles de la consideración de los agentes literarios. Cabría entonces una segunda reflexión a propósito de en qué medida el mercado condiciona fundamentalmente a la novela y atenta contra sus posibilidades formales, cuestión que, suponemos, ya es tema de discusión. 

En otro orden, la tan criticada campaña a favor de los derechos morales de la editorial Pre-Textos ha servido para que se comience a hablar de diversos temas que, al menos hasta ahora, formaban parte de las verdades inamovibles del mundo de la edición. Y, en este sentido, resulta sin duda ejemplar el artículo publicado en este blog por Andrés Ehrenhaus el pasado 11 de diciembre, donde se ponen en cuestión seriamente los porcentajes que reparten las ventas de libros y en el que se propone una solución que permitiría un mayor consenso entre autores y editores. 

Por supuesto, no todas las voces fueron positivas. Asombra considerar hasta qué punto muchos lectores desprevenidos creyeron en los dichos de Andrew Wylie contra Pre-Textos, recogidos en un artículo publicado el diario El País, de Madrid, publicado el 22 de noviembre pasado y reproducido en este blog el 24 de noviembre. Atribuirles a las palabras de Wylie un carácter de “verdad revelada”, sólo porque las publica El País equivale a pensar que dios existe porque lo dije el cura de la parroquia. En  realidad, habría que pensar si arrojar una sombra de duda sobre lo sostenido por Pre-Textos no era apenas una táctica para embarrar la cancha y desprestigiar a Manuel Borrás y a sus socios, lo que permitiría justificar el cambio de editorial de Glück a favor del muy honorable Chus Visor, que sólo tiene palabras de elogio hacia Wylie, que, como todos sabemos, es un verdadero caballero. Sin embargo, eso no fue lo peor. En este sentido, destacan dos artículos que, por distintas razones, me llamaron la atención. 

El primero de ellos, publicado en El Cultural, el 7 de diciembre pasado, y firmado por el español Ignacio Echevarría, quien señala la supuesta ingenuidad de los firmantes de la carta abierta publicada por este blog y por la revista Buenos Aires Poetry (cfr. la segunda ampliación de firmantes en la entrada del 23 de noviembre de este año). 

Echevarría –quien hasta ser echado del diario El País, era parte integrante del establishment editorial español–, confiesa humildemente: “No pretendo dármelas de resabiado ni estar de vuelta de nada. Hace apenas un año tuve sentado a mi izquierda, a metro y medio de distancia, al ‘archivillano’ Andrew Wylie declarando obedientemente contra mí en el juicio a que dio lugar la demanda con que uno de sus clientes, la viuda de Bolaño, pretendió penalizar y suprimir algunos artículos míos. Pueden imaginarse, pues, la simpatía que siento por quien detenta en la actualidad una prepotencia que, nos guste o no, deriva en buena medida de un orden editorial en el que la palabra lealtad debe emplearse con tantas salvedades que su uso es poco menos que decorativo, y en el que sí, por supuesto, la literatura es un producto más del mercado, qué nos pensábamos, y sólo en contadas ocasiones es portadora de más valores humanos que los atribuibles a una buena prenda de vestir o a un champú que, además de brillo, proporciona vitalidad y soltura a tu cabello”. 

Si esta demostración de gracejo no bastara, Echevarría cuestiona luego el hecho de que las traducciones de Glück de Pre-Textos se deban a distintos traductores y no a un único traductor, sin considerar, por caso, que los dos primeros traductores de Glück para la editorial (Eduardo Chirinos y Mirta Rosenberg) murieron. Seguramente él sabrá cuáles son las causas de los otros cambios de traductor, pero se olvida de informárnoslas. 

Finalmente, contradiciendo la humildad del primer párrafo citado y con aire de volver cuando los otros van, añade: “Pienso que el mundo editorial mejoraría si se desprendiera de la capa idealizadora con que encubre y perpetúa sus miserias. Uno se siente tentado de hablar de hipocresía, pero no se trata de eso exactamente. Tiene que ver más con lo que, en determinados contextos, se entiende por ‘ignorancia intencionada’ o ‘ceguera intencional’. Algo con lo que todos convivimos y que a muchos les ayuda no sólo a sobrevivir e incluso a prosperar, sino a poder mirarse en el espejo y encontrarse, encima, guapos. A otros les ayuda simplemente a tolerar o padecer situaciones de explotación que de otro modo los abochornarían”. 

La columna, como muchas de las que escribe Echevarría, concluye con una de cal y otra de arena (que en este caso se parece mucho a la cal): “Por desagradables que sean las maneras empleadas por la agencia de Wylie, no cabe pensar que sus exigencias –incluida la destrucción de ejemplares– no estén amparadas por un marco contractual afortunadamente compartido por todo el mundo editorial para, entre otras cosas, proteger al autor, que suele ser la parte más débil del eventual acuerdo. Por grandes que sean el respeto y la adhesión que no puede menos que concitar un sello como Pre-Textos, conviene no olvidar que no es una fundación sino una empresa con fines de lucro que comercializa libros dentro de un mercado que se mide por índices y dinámicas que para nada, entérense, tienen en cuenta los ‘valores humanos’". 

A esta altura, uno bien podría pensar que todas estas afirmaciones están teñidas por el resentimiento. Echevarría, que tiene la suerte de no ser ingenuo, supone que todo en el mundo editorial está directamente ligado al mercado y, aun considerando que él se quedó afuera, guarda las maneras y la lucidez que le otorgaron sus años en el grupo Prisa –el mayor grupo de medios de comunicación de contenidos informativos, culturales y educativos en España e Hispanoamérica, con presencia en radio, televisión, prensa escrita y editoriales, en su momento– y su amistad con Jorge Herralde, que, como todos sabemos, es parte de la orden de los Carmelitas Descalzos. 

El segundo artículo al que quiero referirme apareció el 8 de diciembre pasado en la revista mexicana Letras Libres y fue firmado por el argentino Cristian Vázquez. Allí, luego de la presentación cronológica de los acontecimientos, se lee: “Entre los hechos más llamativos del caso está la velocidad con que mucha gente levantó sus lanzas en defensa de Pre-Textos sin conocer los detalles de la cuestión. El 16 de noviembre –tres días después de la columna de Trapiello en El Mundo, seis antes de la entrevista a Wylie en El País–, el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires y la revista Buenos Aires Poetry publicaron una carta abierta a Andrew Wylie y Louise Glück (en ese orden). La carta –firmada por más de 700 escritores, traductores, editores y periodistas de decenas de países– dice, entre otras cosas: ‘Queremos dejar sentado nuestro descontento por una práctica cada vez más frecuente que denigra la confianza, conspira contra la lealtad y condena a la literatura a ser un producto más del mercado, relativizando los valores humanos de los que se supone debería ser portadora’. Como declaración de intenciones es loable. Pero me da la impresión de que no tiene mucho que ver con el asunto en cuestión”. 

Vázquez nos explica de qué se trata “el asunto en cuestión”: “Algunos de los artículos que se han escrito sobre este tema aluden a la poca importancia que, supuestamente, una poeta estadounidense (y su agente) le dan a la difusión de su obra en el mundo hispanohablante. No creo que sea tan así. Si la llamada de la agencia Wylie a Visor se produjo al día siguiente del anuncio del Nobel, es porque les importa. Lo que sí creo es que la tensión centro-periferia a la que en realidad conviene prestar atención es otra. Al menos para nosotros: los lectores latinoamericanos. Más que discutir sobre la tensión entre el mundo angloparlante como centro y el de nuestro idioma como periferia, creo que la tensión entre España como centro y América Latina como periferia es la que debería imponerse. Me explico. En Argentina –donde se originó la carta abierta de apoyo para Pre-Textos y donde yo escribo este texto– los libros de poesía de industria local cuestan, más o menos, entre 700 y 1.000 pesos (unos 5-7 dólares). Los pocos ejemplares de los libros de Glück editados por Pre-Textos que se ofrecen ahora acá valen entre 3.000 y 5.000 (entre 20 y 33 dólares). Si un español viniera a Buenos Aires y quisiera comprar uno, se sorprendería al tener que pagarlo un 50 % más caro que en su país, cuando los ingresos promedio acá son entre tres y cuatro veces más bajos que allá. ¿A qué se debe todo esto? Las causas principales podemos buscarlas en la disparidad de las situaciones económicas, los costos de envío, el comportamiento abusivo de ciertos distribuidores. Lo cierto es que aquí en Argentina –y sospecho que lo mismo sucede en la mayor parte de Latinoamérica– esos libros son casi objetos de lujo, bienes suntuosos a los que solo una pequeña élite de lectores puede acceder. A los lectores latinoamericanos nos convendría que los libros de Louise Glück salieran por editoriales locales. O, en su defecto y desde una mirada puramente egoísta, que salieran por algún sello de Planeta o Penguin Random House, que imprimen sus libros acá y por lo tanto manejan precios más acordes a los bolsillos locales. Lo aclaro: me encantaría que los libros de Louise Glück fueran editados en cada país por editoriales locales; lamento la concentración del mercado y el poder abusivo de las multinacionales. Lo que señalo es la consecuencia de que los derechos de Glück no sean de Planeta o de Penguin Random House sino de Pre-Textos o de Visor: en un país como Argentina, no podrá acceder a sus libros casi nadie. La mayoría de los interesados deberán leer sus poemas en fotocopias, en PDF o en internet”. 

Lo primero que llama la atención acá es que Vázquez piense que el valor de los libros importados lo fijan las editoriales, cuando, en realidad, eso es patrimonio de las distribuidoras. Y me permito hacer aquí una digresión. Hace unos años, tuve que vender a una librería argentina el remanente de un libro de Georges Perec que había publicado una editorial chilena. La consigna del editor era que le señalase al librero que el libro no podía sobrepasar los 10 dólares, de los cuales el librero debía pagarle en firme el 50%; vale decir 5 dólares. Cuando el librero, concluida la compra, “entró” el libro en su computadora, descubrió que hacía unos años ya lo había tenido y que la distribuidora que se lo había traído le había facturado 30 dólares por ejemplar, con un descuento del 40%. La distribuidora, claro, aducía gastos de transporte e impuestos, pero, aun considerando esos ítems, no se alcanzaban los 30 dólares que el distribuidor exigía. El librero entonces me miró y me preguntó: “¿Estás seguro de lo que pretende el editor?”. Le dije que sí. Ambos, viendo cuál había sido la participación del distribuidor para contribuir a la cultura, nos sonreímos con un dejo de tristeza. 

Lo segundo que, además de llamar la atención, perturba es que Vázquez, piense que Planeta o Penguin Random House –que, de paso, son anunciantes en Letras Libres– serían una solución mejor para los lectores de poesía latinoamericanos. Bastaría con ver el porcentaje que ésta ocupa en los catálogos de sus respectivos sellos y considerar que, en reglas generales, la poesía que publican esos grupos no se publica localmente, sino que suele venir importada de España a precios incluso mayores que los que tienen en Latinoamérica los libros de Pre-Textos. Comentando todo esto con un editor amigo, la reflexión que él me hizo fue ésta: “Da miedo ver a los jóvenes hacer de sus verdugos unos dioses”.

Jorge Fondebrider

miércoles, 16 de diciembre de 2020

Lo que viene: opinan los mercaderes

El pasado 13 de diciembre, Gonzalo Santos publicó la siguiente nota en el diario Perfil, de Buenos Aires, donde se barajan algunas de las alternativas que adoptará el mundo del libro en los próximos tiempos. Según señala la bajada, “Con el e-commerce como respuesta y el print on demand como posibilidades tangibles, el futuro del mercado del libro empieza a perfilar algunas aristas que prometen cambiar las reglas de una industria zozobrante que, sin embargo, sigue dando la batalla. Opinan los especialistas”. 

Libros: El mundo que viene 

Hace unos meses, y sobre todo luego de que nos diéramos cuenta de que la cuarentena no iba a durar quince días, ni un mes o dos, en este suplemento nos preguntábamos cuáles, de todos los cambios tecnológicos que estábamos viendo, se iban a venir a instalar definitivamente en la industria del libro. Por entonces una de las discusiones era, por ejemplo, si el libro digital por fin le iba a tomar el relevo al viejo libro de papel, cuya muerte, por supuesto, fue anunciada una vez más, tanto por los apocalípticos como por los integrados de siempre. Como sabemos, eso no sucedió ni parece que vaya a suceder, por lo menos a corto plazo. Las ventas de e-books, que se dispararon al principio de la pandemia, de a poco vuelven a acercarse a sus números habituales. Los lectores no cambian hábitos tan profundos de un momento para el otro y los editores tampoco se arrojaron en masa a publicar libros en este formato; en todo caso, y como señalaron en su momento desde la CAL (Cámara Argentina del Libro), lo que sí hicieron fue digitalizar una parte de sus catálogos, y esto fue lo que en gran parte produjo esa disparada inicial. 

Por otro lado, y en cuanto al e-commerce, la venta online, las cosas no están tan claras. A medida que se va recuperando la “normalidad”, los números también están descendiendo; pero muchos señalan que puede que se estabilicen bastante por encima de los porcentajes históricos. 

En el caso de Cúspide, por ejemplo, su gerente, Joaquín Gil Paricio, dice que hoy en día en su cadena de librerías la venta online alcanza el 18% de las ventas totales y, si bien considera que ese número seguirá bajando, cree que finalmente se va a estabilizar por arriba del 4,5%, que es el porcentaje que había antes de la pandemia. Otros libreros independientes con los que dialogamos también señalan algo parecido. En términos generales advierten que el e-commerce llegó para quedarse y entienden que las librerías tienen que incorporarlo de un modo u otro. 

El problema es que en este paradigma de comercialización lo que se observa es, por un lado, un recrudecimiento de esa suerte de struggle for life darwiniana que suele haber entre quienes componen el ecosistema del libro; y por otro, el fortalecimiento de las grandes compañías de comercio electrónico, que pasaron a ocupar la centralidad. Amazon –empecemos por esto último– ha sido una de las empresas más favorecidas durante la pandemia. Mientras muchas librerías de todas partes del mundo han tenido que cerrar sus puertas –algunas de manera provisoria; otras, definitiva–, la compañía de Jeff Bezos aprovechó la oportunidad para robustecer una posición dominante que ya no parece estar a muchos bemoles del monopolio –de hecho, ya hasta la propia Justicia norteamericana la va a empezar a investigar por esta cuestión–, y en consecuencia el lugar que le queda a la competencia es cada vez más exiguo. 

Por eso, últimamente las voces de protesta se empiezan a oír cada vez más imperiosas. Semanas atrás en Francia, por ejemplo, algunos políticos y personalidades salieron a pedir “una Navidad sin Amazon”. En Estados Unidos, donde la compañía ya concentra más de la mitad de las ventas de libros, hace algunos meses los libreros se unieron para crear una plataforma que aspira a convertirse en una alternativa, y algo parecido pasó también en el Reino Unido y en España (acá en Argentina, donde no está Amazon pero sí Mercado Libre, también hay varios proyectos que van en esta dirección; luego nos detendremos en uno). 

Sin embargo, hay que decir que, de acuerdo a los números que van surgiendo, por ahora ninguna de estas opciones parece constituir un contrapeso más o menos significativo para detener al gigante, y esto augura un futuro desalentador en el que podrían darse algunos cambios importantes en lo que respecta al paradigma de publicación con el que se viene operando desde Gutenberg. En este sentido, el conocido agente literario Guillermo Schavelzon, con quien dialogamos, escribió hace algunas semanas un artículo a modo de ejercicio prospectivo donde plantea un escenario inquietante: afirma que, en poco tiempo, el modelo editorial basado en la “hiperproducción” (eso de imprimir mucho para, entre otras cosas, llenar de ejemplares las librerías; o de sacar muchos títulos al año para que, en conjunto, dejen un margen de ganancia más o menos razonable) podría estar agotándose, dado que “si la venta en librerías, que requiere imprimir muchos ejemplares, ya no es significativa, las editoriales dejarán de hacer esa gran inversión industrial, que luego hay que almacenar, movilizar de ida y vuelta, y destruir los sobrantes”, dice e imagina que, en todo caso, la inversión estará puesta en algoritmos “que analizan la información, que compran al por mayor a las redes sociales y a los buscadores, para conocer a fondo los hábitos, los gustos, las opciones de ocio y la capacidad de gasto de cada usuario”. En este esquema, los libros se irían comprando después de haberlos vendido, no antes –así opera Amazon– o se imprimirían en el momento, bajo el sistema de print on demand, que pasaría a ocupar un rol importante, como en cierto modo ya lo está empezando a ocupar en algunos lugares, aunque no todavía en Argentina, donde la compañía de Bezos, de acuerdo a Schavelzon, aún no se instaló sólo porque no quiso. “Para que estos negocios sean rentables, tiene que haber un gran mercado de consumo, una libertad total de comercio exterior, libre disponibiidad de divisas, y muy baja inflación. Eso es la base del negocio de Amazon, no lo que opino yo”, aclara, y cree que cuando exista un gran mercado de consumo el print on demand también pisará con fuerza en el país. 

Pero además hay otras opiniones. El director del Grupo Planeta, Ignacio Iraola, con quien también dialogamos, reconoce que en estos dos últimos años de crisis “horripilante” ellos han trabajado un poco con el print on demand, aunque no está de acuerdo en absoluto con la postura de Guillermo Schavelzon. “Es como siempre: todo es apocalíptico. Aparece el e-book, se va a morir el libro en papel; aparece tal cosa, se va a morir tal otra; aparece el print on demand, se va a morir el depósito. Es siempre el apocalipsis, que a veces me parece demasiado exagerado y medio tonto”, dice, y agrega que la industria “se va a ir acomodando a las cosas que surgen y en todo caso vamos a ir a una convivencia. El negocio está cambiando, pero no es que en ese cambio se está muriendo determinada manera de comercializar o de publicar. Lo que ocurre es que la industria se está aggiornando y se están generando nuevos recursos para que esto siga funcionando”. 

Por su parte, Carlos Gazzera, editor de Eduvim (la editorial universitaria de Villa María), considera, al igual que Schavelzon, que el print on demand podría ser una constante a mediano plazo, pero aclara que para eso tiene que haber una adecuación tecnológica. “Si no la hay, y si no hay un sinceramiento en el negocio, es difícil que se pueda poner esta herramienta en funcionamiento”, dice. “Las imprentas invierten en maquinarias y no en software, y hoy para hacer el print on demand necesitás un software que permita armar eficientemente la cola de producción del libro uno a uno. Además, tiene que haber una estructura de logística que sea eficiente para bajarle el costo al libro, y eso no lo están haciendo muchos. Se podría hacer para AMBA, pero después en otros lugares es muy difícil”. 

Grietas en el ecosistema del libro. Recién dijimos que el incipiente paradigma de comercialización del libro favorece a las compañías de e-commerce como Amazon; pero también señalamos que está produciendo un recrudecimiento de esa struggle for life que suele haber entre los diferentes actores de esta industria. Usualmente oímos hablar de “ecosistema del libro”; sin embargo, no son muchos los que se asumen como parte de ese ecosistema, con todo lo que eso implica. En general, suele haber casi siempre una desconfianza mutua. El distribuidor desconfía de las ventas que pasan las librerías, los editores se muestran recelosos con las ventas que les informa el distribuidor, los autores con las que les pasa el editor y, a menudo, en suma, queda la sensación o la sospecha de que alguien se está quedando con algo que no le corresponde. 

Esta falta de organicidad, de espíritu de conjunto, se acrecentó de manera considerable durante la pandemia a partir de varias prácticas que se fueron volviendo cada vez más frecuentes. Una de ellas es la del “puenteo” a las librerías por parte de las editoriales, que es algo que ya venía sucediendo, pero que este año empezó a darse de una forma más sistemática, sobre todo desde que se produjo la alianza de Planeta con Mercado Libre. A partir de entonces, el número de editoriales que comenzaron a vender sus libros a través de esta plataforma no ha dejado de crecer y esto, naturalmente, pone en peligro a las librerías, cuyo desafío a corto plazo es empezar a recuperar su lugar en la cadena, objetivo que tal vez no se logre, como nos dijo un librero en off, asumiendo un lugar nostálgico –quizá no sea demasiado útil el pathos de la pena, de la saudade, de la misericordia–, sino más bien tratando de introducirse en el nuevo paradigma desde ese plus de saberes que los gigantes del e-commerce no pueden ofrecer. A lo mejor a los algoritmos y los sesgos que promueven tal vez hay que empezar a oponerles una suerte de pericia libresca 2.0. 

Así lo considera también, y entre otros, Edio Bassi, de la librería Fedro: “No tenemos que reclamar estar en la cadena de ventas por el simple hecho de estar. Lo que tenemos que hacer es hacer valer nuestra función en esa cadena: ese es el reto que tenemos a corto plazo. De lo que se trata, entre otras cosas, es de sostener el contacto humano aun por los canales digitales”, dice. 

Pero este quiebre en la cadena de comercialización no es, desde luego, el único problema que tienen los libreros, ya que otra de las prácticas que empezaron a darse con más frecuencia durante la pandemia es la de no respetar la ley de precio fijo de los libros, ley que fue sancionada a principios de los años 2000, cuando el problema para los libreros independientes eran las grandes cadenas (con mayor poder para negociar con las editoriales) y no las grandes plataformas de venta online. 

En este sentido, Mónica Dinerstein, de la librería Tiempos Modernos, recuerda que por entonces esa ley ”permitió de alguna forma que las librerías nos mantuviéramos en la lucha”, y agrega que “hoy no se cumple como se debería cumplir, no tanto por parte de los libreros, que aceptamos el precio fijo, sino por parte de ciertos grupos no libreros que venden libros, o por algunas plataformas que ofrecen descuentos desconsiderados e incluso por algunas editoriales que, ante la desesperación de la situación actual, consideraron que hacer descuentos era la mejor forma de lograr más ventas”. 

Ahora bien, a pesar de que el panorama no luce muy alentador, hay que decir que en este último tiempo también se llevaron a cabo algunas acciones que permiten avizorar un futuro menos dramático, y sobre todo para los eslabones hoy más débiles del sector. Se creó, por ejemplo, la Red de Librerías Independientes, cuyo fin es “unirse por las mismas inquietudes relacionadas a las nuevas maneras de comercialización”, dice Dinerstein; y se logró también, en CABA, que se reconociera a las librerías como espacios culturales. 

Además, y de acuerdo a lo que pudimos indagar, sabemos que hay gente trabajando en distintos proyectos que tienen como objetivo construir un espacio alternativo al de Mercado Libre. Uno de los que parecen más sólidos es el que presentó al Ministerio de Cultura el editor de Alto Pogo, Marcos Almada, con quien dialogamos, junto a La Coop y con el apoyo, también, del Banco Credicoop. La idea, según cuenta, es trabajar con la difusión, promoción y comercialización del libro para, entre otras cosas, reducir los costos logísticos que implica vender un libro a un punto u otro del país. Vale recordar que hoy enviar un ejemplar desde Buenos Aires a Salta –o viceversa–, por ejemplo, puede llegar a costar más que el propio ejemplar, y esto atenta sobre todo contra los pequeños editores y, desde luego, también contra la “bibliodiversidad” que debería haber como horizonte de cualquier política cultural en torno al libro. 

Desde Perfil consultamos sobre este proyecto a Luis “Chino” Sanjurjo, director nacional de Industrias Culturales, quien nos dijo que la idea le parece interesante y que la están empezando a evaluar. La financiación parece razonable: más o menos un millón de pesos, suma que evidentemente no representa mucho en términos de presupuesto. Ojalá pronto haya novedades. 

La industria en números 

El último informe de la Cámara Argentina del Libro indica, como era de prever, que en 2020 el sector tuvo una caída considerable por quinto año consecutivo; aunque curiosamente no fue mucho mayor a la de los últimos años del gobierno de Cambiemos. Las nuevas publicaciones comenzaron a descender abruptamente a partir de abril, pero en los últimos meses se han ido recuperando un poco. En septiembre ya se registró incluso un aumento con respecto al mismo mes de 2019. 

Lo que sin duda más se resintió fue el número de ejemplares por tirada, que es tal vez la variable más sintomática de la salud de esta industria. Esto quiere decir que muchas editoriales siguieron publicando novedades, pero en tiradas mucho más reducidas. El informe en este sentido revela que, a septiembre de 2020, en el sector comercial se registran casi cuatro millones menos de ejemplares que en 2019 y se espera que el año termine con una baja de poco más de dos millones (en cuyo caso vale decir que la caída no sería tan pronunciada como la de 2018, cuando se imprimieron cuatro millones menos de ejemplares que el año anterior). 

Por otro lado, y en relación con las ventas, según una encuesta reciente –también de la CAL–, el 60% de las empresas editoriales señala que este año tuvo una caída de hasta el 50%, y el 20% de ellas manifiesta que todavía tiene cheques impagos de agosto. Respecto del futuro, las expectativas no son muy buenas: la mayoría (el 41%) cree que retomarán su actividad normal recién luego de un año; y hay un 8% que piensa que no va a poder recuperarse.