lunes, 28 de marzo de 2011

"Un país que no tenga traductores es un país que vive asfixiado con sus propias verdades"

Un trabajo del colombiano Wilson Orozco, publicado en la revista Íkala, Vol. 5, Nº 9-10, aquí presentado en dos partes (continúa mañana).

La traducción en el siglo XIX en Colombia
(primera parte)

Si partimos del hecho de que la sensibilidad de una nación se crea a partir de la comunicación que tengan los participantes de la comunidad entre sí y hacia fuera de su misma comunidad, la importancia que tiene la traducción es innegable. De hecho, ésta es reconocida como esencial en la creación de la sensibilidad de cualquier sociedad por ejemplo por Jaime Garcia Maffla y Rubén Sierra Mejía en su Antología "Traductores de Poesía en Colombia"(1999:14). Sensibilidad que se crea en la mayoría de los casos a través de la comunicación que estos participantes tengan con otras realidades y otros modos de ver el mundo. Es tal la importancia de la traducción en el ámbito humanista que muchas corrientes literarias se pueden estancar o renovar gracias a su labor. La acción misma de la traducción es la creación de un texto que establece un puente de comunicación entre toda la humanidad no sólo en el ámbito geográfico sino también histórico. Piénsese por ejemplo en el hecho mismo de dar expresión ya a mediados del siglo XIX a las voces de Virgilio y de Horacio por parte de los más destacados intelectuales del siglo XIX en Colombia, entre ellos Miguel Antonio Caro. Las preguntas que seguramente tuvieron que responder fueron: ¿qué lenguaje se debía utilizar, qué estilo introducir, a cuáles giros recurrir? La importancia de sondear la traducción de una época determinada radica en que es la voz del Sujeto la que está en juego porque se trata no solamente de traducir palabras de una manera mecánica sino ante todo traducir culturas y en este caso particular, de traducir tiempos históricos. Al respecto afirma Amalia Rodríguez Monroy:

"La traducción, en tanto es mediadora responsable de la transmisión y circulación de todos esos saberes, tiene una doble función que toca no sólo a la reproducción de unos enunciados, sino además y sobre todo, a la restitución, en un medio cultural 'otro'-distinto-, de unas formas de enunciación que inscriben el 'verdadero' sentido del texto"

y más adelante continúa:

"lo cierto es que cualquiera que trabaje dentro de una cultura -no digamos quien se ocupa precisamente de las fronteras entre culturas - se encontrará con su peso, con su presencia y con sus incomodidades" (1999: 53-54).

Ser un traductor verdadero, ser digno de ese nombre, es aquel que sabe leer no solamente en otros idiomas distintos del materno sino también el que tiene la capacidad de leer su propia cultura, saber desentrañar los diferentes símbolos que se le presentan a diario, en definitiva es aquel que tiene los ojos y el corazón abiertos de tal manera que sea capaz de realizar él mismo La Obra. Sólo así puede llegar a ser un creador y no un mero reproductor mecánico de términos.

Un país que no tenga traductores es un país que vive asfixiado con sus propias verdades. Conviene señalar el hecho de que múltiples corrientes literarias se han creado a partir de traducciones que entran a vigorizar el medio literario. Para iniciar podemos señalar tan solo un ejemplo: la escena poética chilena de los años veinte recibió una oxigenación debido a las traducciones del novelista chileno Augusto D'Halmar de la obra en francés del lituano Milosz (Zeller, 2000:136). Por otra parte, Elsa Tabernig afirma que "la aparición de nuevos movimientos poéticos se debió en más de un caso a la silenciosa y abnegada labor de los traductores que han revelado ser eficaces mediadores de la cultura" (1984:16).

Lo que pretendo con este trabajo entonces, es desentrañar todo aquello que tenía que ver con la traducción en el siglo XIX por la importancia que éste tiene en la formación de nuestra presente sensibilidad. Además, por el rico ambiente que se dio gracias a la labor de múltiples escritores e intelectuales que con su actividad literaria y traductora insertaron al país dentro de la modernidad y de las corrientes literarias y de pensamiento del mundo. Además porque hacer este tipo de indagación resalta el hecho de que ya la nación a pesar de su juventud quiere crear su sensibilidad por medio de su propio discurso, dándole voz a las múltiples corrientes 'extranjeras'. Es rescatar nuestra propia creación y aventurarnos en una tarea tan dispendiosa y tan delicada, un poco con el orgullo y la impaciencia que implica que no traduzcan por nosotros y que a la vez no nos traduzcan.

Las preguntas que pretendo responder y desarrollar parcialmente con este trabajo son: ¿Qué tipo de material se traducía? ¿Qué autores se traducían con mayor asiduidad? ¿Quiénes ejercían esta labor? ¿Qué tipo de canon influía en lo que se traducía? ¿Existía algún tipo de coerciones a la hora de decidir qué se debía traducir? ¿De qué idiomas se traducía? ¿Por qué parece que el manejo de los idiomas era mucho mayor en este siglo? Y una pregunta que es de vital importancia para este trabajo: ¿se traducía más en el siglo XIX de lo que puede suceder hoy día?

Lo primero que se puede concluir en una lectura muy superficial del trabajo de la traducción en el siglo XIX es que tal tarea era desempeñada en un principio por los mismos escritores que aparecen en la escena literaria. Traducción y creación eran una y la misma cosa. Existía ante todo una cuestión de gusto a la hora de traducir y el caso de Silva es el mejor ejemplo de ello.

I.
Traducir es una cuestión de vocación, de ganas y una  extensión de la propia obra. Así lo señalan los ya reseñados Jaime García Maffla y Rubén Sierra Mejía:

"La traducción de poesía en Colombia ha sido fundamentalmente hecha por poetas, con el carácter de un interés individual, cosa que remite a la anécdota y gravitación de tal o cual poema traducido. Esto quiere decir que el traductor ha tenido desde un comienzo conciencia acerca de cómo traducir un determinado poema, para adaptarlo a sus personales recursos estilísticos. Es el contacto entre sensibilidades y mundos afines, así como la respuesta al carácter de una época y lugar que entra en diálogo con otros, distantes en el tiempo o el espacio" (1999: 14-15).

La profesión tal y como la conocemos hoy, aun no existía y es de suponer entonces que subyacía en esta labor el deseo de abrir a Colombia al mundo del pensamiento. No es probable que haya ahí una razón económica sino la pura pasión, el deseo de "compartir" y en muchos casos el de abrir a Colombia a la corriente del pensamiento mundial. Los mueve la pasión de hacer conocer aquellos escritores de los cuales beben para ensanchar el mundo de aquellos que los rodean. Beatriz Zeller dice al respecto:

"There is, I believe, an innate desire in those who trade in words to broaden our frame of reference, to find echoes beyond boundaries set by geographical and linguistic imperatives, a desire to go beyond their cultural borders or, as in the original Latin meaning of the verb "to translate", trans-ducere" (2000: 135).[1]

Estos primeros traductores se convierten prácticamente en los pioneros en la transmisión de las corrientes literarias en boga en Europa especialmente en Francia, el Reino Unido y en Estados Unidos. Ellos se convierten en los intermediarios entre una cultura en constante renovación y cambio en el ámbito del conocimiento y una sociedad que apenas despierta y se está formando. Más adelante la misma Beatriz Zeller afirma:

"Translation responds, in this regard, to a deep-seated creative need to explore new territory, while at the same time, it serves as a tool for transgression and exploration of "the beyond," that other territory whose demarcations are linguistic. In this manner, while writing performs the task of searching within oneself as well as within the cultural territory of one's own language, translation offers the double advantage of being an instrument for exploring the world outside, all the while bringing that same world in, making it exist only after it has undergone a substantial transformation. This transformation is at the root of the work of every translator"(2000: 136).[2]

Es por ello, para ir recapitulando, que aquellos libros y autores traducidos dependían como ya hemos dicho del gusto personal del traductor y por otra parte del idioma que manejaran los diferentes escritores, que para nuestro caso dependía de las naciones que en este entonces representaban lo dominante y el paradigma de nación. Francia, Inglaterra y Estados Unidos se convierten para bien o para mal en las referencias obligadas de la época. Si se quería estar al nivel de comunicación con ellos era obligatorio aprender sus idiomas. Ya el inglés en la época de Silva era materia obligada de estudio. Vemos como en muchos casos el aprendizaje de los idiomas responde a una cuestión del capital. Se aprenden los idiomas de las potencias[3]. Pero sorprende por otro lado la cantidad considerable de idiomas que algunos intelectuales manejaban y que no respondían necesariamente a cuestiones de dominio económico. Idiomas que giraban en torno a lo clásico y lo moderno, porque en definitiva "la gente culta hablaba y leía distintas lenguas" (García y Sierra, 1999: 14). Hablar diferentes idiomas era la condición sine qua non para desenvolverse en el mundo intelectual. Saber idiomas era una herramienta y un vehículo que les permitía la comunicación con el exterior. Su perfeccionamiento está en relación con sus constantes viajes al exterior:

"Es arte, más que ciencia y se ordena al fin práctico de manejar correctamente un idioma, sin que de aquí se siga que faltando el auxilio de dotes naturales estéticas y de buena escuela práctica constante, baste ella sola a alcanzar su objeto." (Caro y Cuervo, 1972: 16)

El escritor es consciente de que no puede caer en una actitud autista y que parte de su trasegar y de su labor tienen que ver con el enriquecimiento con lo Otro.

El escritor entonces que ya tenía un nombre ganado con su obra, seguía su senda creativa con la traducción de obras de escritores extranjeros. Servía de voz productora y reproductora de aquellos escritores que entraron por primera vez a nuestro país. El escritor y a la vez traductor era prueba de garantía de que aquello traducido era de calidad y aún no se vislumbraba la posibilidad de que la traducción fuera en sí misma una profesión independiente. 

Obviamente hay que situar la labor de la traducción desde bien iniciado el siglo XIX. El primer indicio del que se pueda tener es el de Nariño al traducir Los Derechos del Hombre y su consecuente juicio por dicha labor. Es que la traducción es una labor que se ha mirado con cierto recelo ya que inserta dentro del status quo aquello que muchas veces no conviene al sistema. Es la voz del Otro confrontada con nuestra verdad establecida. Pero para hacer un rastreo mucho más metodológico, hay que situar los primeros pasos para la creación de una sensibilidad literaria a través de la traducción con las obras de los latinos y los griegos.
Los principales traductores de los clásicos son los Caro y Rufino José Cuervo quien fue traductor de Ovidio y estudioso del árabe junto con Ezequiel Uricoechea (Suárez, 1935, 118). Además de Cuervo se puede decir que:

"si dejamos a un lado la Gramática Latina y Las Apuntaciones...observamos que en 1871 Cuervo podía argumentar lingüísticamente con el sanscrito, armenio, griego, latín, celta, gótico, islandés, sueco, danés y flamenco, letón, lituano y ruso. Y dentro de las lenguas románicas con el italiano, portugués y provenzal" (Martinez y Torres, 1954: 81).

Pero no solamente figuran como traductores de obras clásicas sino de obras recientes para la época. José Eusebio Caro padre de Miguel Antonio Caro viaja a Nueva York en el año de 1850 y en su viaje dice que se "entretuvo traduciendo muy despacio la novela de Kennilworth de Walter Scott". Entre sus traducciones también se encuentra "La Buena Vieja" de Pierre-Jean de Béranger.

Miguel Antonio Caro (grabado) es considerado como el traductor de todos los tiempos en Colombia. Entre sus traducciones se encuentran La Eneida, Las Geórgicas y Bucólicas de Virgilio. Traducciones que responden al amor por lo rústico y por la tierra tan en boga en cierto periodo del siglo XIX. Antes de abandonar el colegio de los jesuitas en 1861 ya había empezado a traducir en octavas reales el libro II de la Eneida. Trabajo de traducción que en muchas ocasiones hacía a la par con el mismo Cuervo ya que éste último corregía y anotaba sus traducciones (Caro Víctor E., VII). La labor de traducción de Miguel Antonio Caro no se limitó solamente a los clásicos ya que entre sus traducciones se encuentran las del escritor Sully Prudhomme cuya obra estuvo a punto de ser publicada una vez finalizada pero que tuvo que esperar diez años más para ser disfrutada por el público. En una carta a Cuervo de 1888 le informa que sus Traducciones Poéticas están listas y ya aparecen publicadas al año siguiente. Su dominio del latín se demuestra en un libro de Poesías Latinas que contiene además traducciones de escritores famosos de sus respectivas lenguas al latín. Entre estos escritores se encuentran Garcilaso de la Vega, Pedro Calderón de la Barca, Andrés Bello, poemas de su padre José Eusebio Caro, Belisario Peña, Luis Vargas Tejada, José Antonio Calcaño, Francisco Antonio Caro, etc. En otra versión del Instituto Caro y Cuervo se encuentra con el nombre de "Versiones Latinas" y posee al principio el paratexto: "Sur des penseurs nouveaux faisons des vers antiques"[4] de A. Chénier. La idea entonces es dar una versión diferente con un ambiente antiguo. La referencia obligada es lo clásico, de allí partimos y hacia allá tenemos que seguir mirando. Incluso los nombres de los mismos autores es cambiado al latín para dar mayor credibilidad a lo que se traduce: el nombre del mismo autor Miguel Antonio Caro queda en Michaelis Antonii Cari. Las versiones latinas siempre resultan ser más largas que el original por el colorido mismo del idioma antiguo. Un solo ejemplo: bicicleta queda con la referencia un poco poética de novisimi vehiculi laudes. Las traducciones no son solamente del castellano al latín sino de diferentes idiomas a éste. Encontramos entonces traducciones del italiano de Dante Alighieri, Michelangelo Buonarroti, Alessandro Manzoni; del francés con André Chénier, Paul Bourget, Sully Prudhomme; del inglés con Thomas Moore, John Howard Payne (uno de ellos es Home, Sweet Home que hace ineludible la conexión con su padre José Eusebio Caro al ser llamado el poeta del hogar y de la patria), Henry Wadsworth Longfellow, etc. Estos son apenas algunos autores de los muchísimos que aparecen en dicha obra. El tono de las traducciones da la sensación de que fueran hechas en momentos de distracción y por el puro placer ya que en algunas ocasiones el traductor se toma la libertad de hacer la interpretación de algunos títulos como por ejemplo traducir del italiano Canto secondo dell'inferno por la explicación en latín del descenso a los infiernos:

"...Caro, especialmente en tratándose de textos castellanos, procedió con cierta libertad en la recolección y preparación de los materiales de su florilegio...poniendo títulos de propia minerva a los fragmentos y a las composiciones que carecen de epígrafe original" (Rivas, 1951: XXVIII) y más adelante continua con que esta obra es una "colección muy personal de trozos poéticos" (Rivas: XXIX).

Otra característica de la obra es que tiene al final una sección de anotaciones y un apéndice donde se hace una pequeña reseña de algunos de los poemas traducidos.

La labor de Miguel Antonio Caro no se limitó solamente a la traducción sino que fue más allá, al escribir artículos sobre las traducciones de los otros. Solamente un traductor comprende lo silenciosa que puede llegar a ser esa labor y por eso comprende que debe hacer conocer esta labor por medio de la alabanza o de la crítica. Es así como escribe por ejemplo un artículo en el cual demuestra una traducción apócrifa de las Geórgicas atribuida a Fray Luis de León, artículo que salió en la Academia de la Lengua en España. En sus Estudios Virgilianos hace un compendio de todos los traductores de Virgilio a través de los siglos. Uno de sus últimos escritos fueron precisamente unas anotaciones a la traducción de un artículo publicado en The Spectator de Londres bajo el título sugestivo de Vergilli musa consolatrix (Caro Víctor E., XIV).

Su relación con Cuervo estuvo signada por la producción intelectual a todos los niveles. En palabras de Marco Fidel Suárez estuvieron "dedicados desde muy jóvenes al estudio de las lenguas y de la filosofía" y agrega que ambos han hecho "una gramática latina que, según el decir de un distinguido escritor, es la mejor que en la lengua castellana se ha escrito" (Suárez, 1958: 759). Además los unían sus muy variadas y extensas lecturas. Ambos se ayudaban en la consecución de  libros. De tal forma que en una de sus cartas le pide a Cuervo que le envíe "La "Legende d'Oedipe" de Constans, "Manuel de philologie classique", "La Revue critique d'Histoire et de Littérature", libros de Lamartine, etc. Además de las revistas y reseñas que recibe como The Saturday Review y la Revue Bibliographique y otros autores que el mismo Cuervo le sugiere que lea como son Benloew, Du Meril, G. Paris, además de ciertos estudios en italiano. 

Finalmente, con lo que tiene que ver con los Caro, existe una referencia que se puede encontrar en la correspondencia de José Eusebio Caro y es la de su hijo Diego Caro quien tradujo "Diego de Colmenares" sacada de "Pedazos de literatura alemana" en francés (Caro José Eusebio: 273). Es una referencia escasa pero que vale la pena reseñar. 

1 comentario:

  1. Apreciado Wilson, si puedes hacerme la relación canibalismo - antropofagía en Haroldo de Campos... estaría agradecido....Rafael

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