La aparición de la Ortografía de la lengua española ya ha comenzado a generar todo tipo de reacciones en el mundo de la hispanoparlante. Abajo, una entrevista de Silvina Friera con Pedro Luis Barcia (foto, haciendo el gesto de "gestito de idea", de Carlitos Balá), el presidente de la Academia Argentina de Letras, publicada el 1 de abril pasado en Página 12. Allí se lee que ahora se busca simplificar, a lo cual tal vez valga la pena exclamar: "chocolate por la noticia". Así, los genios de esa academia de España se cargan acentos, muy modernamente le cambian el nombre a las consonantes y proceden a escribir "folclórico" por "folklórico" como si la "c" y la "k" no fueran homófonas (y de paso, ¿para cuándo la homologación de la "j" con la "g" en los casos donde esto sea posible, como proponía Sarmiento?). Se espera entonces que en cualquier momento "Atlántico" pase a escribirse "Alántico" y "Atlético", "Alético" por la manifiesta dificultad de muchos hablantes españoles para pronunciar el grupo "tl".
Habrá que volver a estudiar
Un tema aparentemente “de-sabrido” como la ortografía generó un revuelo para alquilar balcones cuando, el año pasado, en la Feria del Libro de Guadalajara, se anticiparon algunas propuestas de cambio que por entonces estaban en remojo. Hubo palomas proclives a asumir la elasticidad, pero también muchos halcones que pusieron el grito en el cielo por un puñado de reformas anunciadas sin consensuar, decodificadas como un atentado a la costumbre: que la “b” se la llame “be” a secas, que la vieja y endemoniada “v” corta sea bautizada como “uve” y que la “y” griega pase a cuarteles de invierno ante la más económica “ye”. Tal vez menores resquemores suscitó la supresión de la “ch” y la “ll”, que redujo el alfabeto a 27 letras. Hacía treinta años que estaba acordado que che y elle no son letras, sino dígrafos, que significa dos letras para un solo sonido. Si la oralidad fluye sin mayores controles –verba volant–, la escritura fija –scripta manent– cambia con sangre, sudor y alguna que otra lágrima.
La ortografía, compañera inseparable de la escritura y la lectura, es la piedra en el zapato de unos cuantos hispanohablantes. Cuando las reglas del juego de la lengua escrita se modifican, cunde la reacción. La esperada nueva edición de la Ortografía de la lengua española (publicada por Espasa Calpe), “el tratado más completo y logrado de su especie en las lenguas modernas”, se ha presentado en sociedad en la Academia Argentina de Letras (AAL). Pedro Luis Barcia, presidente de la AAL, dice que la vocación del tratado en cuestión es “la simplificación y la unidad, nunca logradas del todo por hábitos de países y regiones que obligan a la opcionalidad, que es el cáncer de una ortografía simplificada”. Un ejemplo de esa reticencia, agrega Barcia, es México, que alinea 120 millones de hablantes, “caudal que corresponde a tres o cuatro naciones hispanoamericanas juntas”.
“Escribir como se pronuncia; un signo para cada sonido y un sonido para cada signo”, lema de Quintiliano, es el “gran avance parcial” de esta Ortografía..., según plantea Barcia a Página/12. El libro no es una revisión o reedición; es una obra nueva –recién salida del horno de la Asociación de las Academias de la Lengua–, la más completa en su especie en lengua moderna, panhispánica, razonada y normativa, que revisa, actualiza, simplifica y avanza en la unificación. Sin embargo, la “h” muda continúa al pie del cañón, aunque algunos, por silenciosa y tímida, se la olviden. Entre los cambios más relevantes la “b” ahora es simplemente “be”; la “v corta” es “uve” para todos; la doble w habrá que acostumbrarse a llamarla “doble u”; a la “y” griega (ahora “ye”) y la “i” latina se las nombrará a secas, sin alusiones gentilicias. Las tildes, terror de muchos pibes, se eliminaron en el “solo” adverbial, en pronombres demostrativos como “este” y “esta” y en monosílabos con diptongo, “guion” y “truhan”. Entre las novedades, el prefijo “ex” se escribirá unido a la base léxica, por ejemplo “exmujer”. Además se modificó el uso de “q” a partir de la castellanización de algunas palabras: “quórum” deberá escribirse “cuórum”, y “Qatar” –el emirato árabe– será “Catar”. Basta con tipear la flamante nomenclatura del Estado árabe y del término jurídico que alude al número requerido de asistentes para iniciar una sesión para comprobar que en Wikipedia ya figuran ambos con “c”.
Barcia recuerda que la Real Academia Española (RAE) no usa el acento en “solo” en sus obras publicadas desde 1960. “Un miembro de la RAE critica como ‘novedad’ la supresión, medio siglo después”, ironiza el presidente de la AAL. Los distraídos –se sabe– abundan. Pero hay también motivos más arraigados que la mera distracción. Viene a cuento una sentencia de Nebrija, pionero en la redacción de una gramática (1492) y un diccionario (1495): “En aquello que es como ley consentida por todos es cosa dura hacer novedad”. Una genealogía a vuelo de pájaro podría encontrar el germen más inmediato del protagonismo de la representación de la escritura en el pedido de Gabriel García Márquez, vaya coincidencia también en México (Zacatecas), de jubilar la ortografía y “quitar la hache rupestre”. A partir de esta declaración, ese “patito feo” llamado ortografía comenzó a instalarse en la agenda de los medios de comunicación.
–¿Qué análisis puede hacer después del revuelo armado cuando se anunciaron algunos cambios que se estaban evaluando para la edición de esta Ortografía...?
–Todo revuelo es productivo para atraer la atención sobre el objeto de la discusión. Se puso sobre el tapete un tema tan aparentemente desabrido como la ortografía. Pero se advirtió de qué manera la reacción de los usuarios es fuerte cuando se le quieren cambiar las reglas que aprendieron con sudor y lágrimas. En rigor, la disputa fue previa a Guadalajara, cuando, en una conferencia de prensa en España, no quedó bien esclarecido que los cambios estaban propuestos y no aceptados y que sería en Guadalajara la votación final.
–En la presentación de la Ortografía... se afirma que cualquier obra académica se realiza bajo el signo de la “renovación y de la perfección”. ¿Por qué cuesta, entonces, renovar la ortografía? Da la impresión de que con otros diccionarios no hubo tanta polémica.
–De los tres códigos básicos de la lengua –sintáctico, léxico y ortográfico–, el último es el que exige mayor universalidad en los usos. La ortografía expone al usuario de manera más directa y brutal en su escrito que la sintaxis o el léxico. La mala ortografía es un factor de descalificación social. Por ella se pierden empleos. Tanto se machaca en el doloroso aprendizaje de la ortografía correcta en la enseñanza que la idea de cambiar algo en ella irrita, una vez aprendida.
–Nunca antes la ortografía estuvo en la agenda de los medios como el año pasado. ¿Cómo explicar las reacciones que se generaron ante los cambios?
–Los hábitos afirmados en la escritura propia son difíciles de erradicar. Hubo reacciones inútiles, como la relativa a los nombres de las letras, porque se dio una sabia solución: buscar la unidad en la denominación en el futuro (uve, ye), como tarea que comenzará desde el nivel inicial; y entretanto sigamos con las denominaciones que nos eran habituales (ve corta, y griega). Hubo reacciones infundadas. El nombre de “y griega” es un desajuste porque se basa en la forma y no en el sonido de la ípsilon griega; y no hay más. Un académico como Javier Marías se sobresaltó por la supresión de la tilde en los pronombres demostrativos, olvidándose de que están suprimidos en las obras de la RAE desde 1960.
–¿Qué sucederá con maestros y docentes? ¿Hay previsto algún plan para bajar esta Ortografía... a las aulas?
–La Academia y la editorial (Planeta) han conversado sobre la posibilidad de armar un cursillo con la exposición de los cambios, novedades y aportes de la Ortografía... El proceso de incorporación de los nuevos contenidos será lento...
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