Mercedes Mafla (Latacunga, 1966), profesora de literatura de
la Pontificia
Universidad Católica del Ecuador y ensayista, publicó en la
revista Alkmene. Literatura y traducción
el siguiente artículo, que se apoya en la reciente traducción de Boris
Pasternak realizada por Katerina Ignatova.
Boris Pasternak en Quito
Katerina
Ignatova nació en la
Unión Soviética y fue educada para patinar sobre hielo, hacer
gimnasia olímpica, y celebrar, religiosamente, el día del astronauta. Sin embargo, en sus planes
de estudios literarios, Boris Pasternak nunca constó. Pero su madre, al igual
que miles de rusos, veneraba al poeta y lo conocía de memoria. Incluso quienes
lo odiaban políticamente lo leían en secreto. La opinión de Pablo Neruda, a
propósito de Pasternak, puede ser un referente de las contradicciones que
suscitaba el poeta en muchos intelectuales que profesaban su entusiasmo por el
comunismo. Con su tono de papa maledicente de las letras latinoamericanas,
Neruda confiesa, como quien le perdona la vida a un condenado: “Pasternak fue
un gran poeta crepuscular, de la intimidad metafísica, y políticamente un
honesto reaccionario que en la transformación de su patria no vio más lejos que
un sacristán luminoso. De todas maneras, los poemas de Pasternak me fueron
muchas veces recitados de memoria por los más severos críticos de su estatismo
político”.
García
Márquez, por su parte, al visitar por segunda vez el país, se sorprende de la
enorme popularidad de la que goza el poeta entre los intelectuales soviéticos:
“No hubo una conversación con escritores y artistas en la que no se evocara el
nombre de Pasternak, siempre sin escondrijos y con la admiración más
entusiasta. Pero nadie podía decir en realidad qué era lo que había pasado
antes para que fuera repudiado, ni qué había pasado después para que dejara de
serlo”.
Desconcierta
el comentario del escritor latinoamericano. ¿Qué había pasado para que
Pasternak se ganase el odio de las autoridades soviéticas? Todos lo sabemos:
escribió El doctor Zhivago, su
poesía no podía considerarse, en las décadas anteriores, “soviética”, ganó el
Premio Nobel, que no aceptó porque le habría costado un destierro que el poeta,
sabía, no podría soportar, y mantuvo inquebrantable su libertad interior en un
mundo diseñado para la muerte del arte entendido como manifestación individual.
No era poco por aquellos años. Era, más bien, un asunto de vida o muerte.
Resulta hipócrita desentenderse de la persecución en contra de Pasternak;
pero García Márquez y sus amigos prefieren mirar a otra parte. Quizá les haya
convenido olvidar hechos tan oprobiosos como los cinco años que Olga Ivínskaya,
el gran amor del poeta, fue recluida (acontecimiento que Pasternak entendió
siempre como una represalia en su contra) o la resolución de la Unión de Escritores, luego
del escándalo suscitado en la
URSS por la publicación, en Italia, de El doctor Zhivago, y en la que se dice,
entre otras cosas: “Apartado desde hace tiempo de la vida y del pueblo, esteta
engreído y decadente, B. Pasternak en el presente se ha desenmascarado a sí
mismo como enemigo de lo más sagrado para cada uno de nosotros, hombres soviéticos,
de la Gran Revolución
Socialista de Octubre y de sus inmortales ideas”.
La
relación de la madre de Ekaterina con Pasternak era muy diferente: el poeta
vivía con ella como una presencia cotidiana y un guía sabio. Un consuelo ante
las desventuras, como suelen ser los grandes poetas. Esta hermandad le fue
transmitida a su hija. Ekaterina recuerda que las constantes despedidas entre
ellas estaban acompañadas con los versos de “Estación”, uno de los primeros
poemas de Pasternak (es imposible imaginar a Rusia sin trenes). Ekaterina
repite los dos primeros versos en ruso. Según su traducción éstos dirían:
“Estación, la caja fuerte / de mis despedidas,encuentros y despedidas.” Su
madre fue por años régisseur, es
decir, se encargaba de la puesta en escena de las obras teatrales que se
presentaban en muchos lugares de la enorme Unión Soviética. También fue crítica
teatral. Ekaterina la recuerda como alguien que reconocía la verdad estética.
Solía acompañarla a las variadas funciones y viajó en su infancia a lugares tan
remotos como Siberia. Ver el mar, como lo hizo tantas veces en la niñez y
juventud, para ella es invocar al Pasternak de “Olas” (Segundo nacimiento, 1931) y repetir interiormente unos versos que
ahora se ha esmerado en traducir:
Aquí estará todo: lo
vivido
y lo que es aún mi vida.
Mis anhelos y mis
convicciones
y lo que vi al
despertar.
Delante de mí: las
olas del mar.
Son muchas. Su
recuento es impensable
Son una multitud y
fluyen en tono menor.
La marea las hornea
como wafles.
En
este poemario, y especialmente en el poema “Olas”, formado de trece partes,
Pasternak, según Ignatova, transita desde la poesía compleja a la sencilla. Y
en ella se percibe la tensión íntima del poeta que lucha por creer en un
proyecto ideológico, que de a poco se va volviendo aterradoramente peligroso.
Quizá la tentativa de una poesía más clara sea la razón de las particulares
dificultades que encierra este largo poema en su traducción. Son las paradojas
del lenguaje. El proyecto de traducción le ha llevado años a Ekaterina
Ignatova, quien hizo en Ecuador su vida desde hace décadas y en donde se ha
dedicado a la enseñanza de literatura y lenguas. Es conocida la enorme
dificultad que implica traducir a Pasternak. Max Henríquez Ureña da pistas
sobre las razones: “suele valerse de la rima, lo mismo que de la aliteración,
para producir raros efectos de sonido […]y los que conocen el idioma ruso
señalan además en su poesía el empleo de formas de expresión arbitrarias que a
veces desarticulan la sintaxis […] la poesía de Pasternak propicia a las
elipsis violentas y a los retorcimientos de expresión”.
La selección antológica que prepara Ignatova es, desde
luego, subjetiva o emocional: treinta poemas amados y bien conocidos. La labor
está por concluirse y se sumará a un interés renovado en la poesía del gran
poeta ruso. El año anterior Visor publicó la última selección de
poemas de Pasternak titulada Días únicos. Antología poética, realizada por
José Mateo y Xénia Dyakonova.
Ekaterina
Ignatova publicó, años atrás, La
desconocida y otros poemas, Selección de poesía y prosa de Aleksandr Blok (Orogenia,
2009). Su traducción fue también el trabajo de años y el resultado de una
admiración que comparte con Pasternak. Quizá la traducción del aristocrático poeta del
simbolismo ruso haya sido una secreta y meticulosa preparación para emprender
su más ardua aventura: trasladar del basto y personalísimo ruso, al español, al
poeta tutelar, el asombroso Pasternak. Ella sugiere que la dificultad entre el
maestro (Blok) y el discípulo (Pasternak) es muy considerable. Blok es más
sencillo, afirma; Pasternak, arduo. Parecería extraño para un lector
extranjero, pues ambos tienden a lo diáfano; pero la secreta claridad de
Pasternak es exquisitamente elaborada (se me ha explicado, y lo presiento),
especialmente en su inasible musicalidad, imposible de trasladarse a otra lengua.
Alguien ha sugerido que para iniciarse en este misterio habría que escuchar a
Scriabin, amigo e inspirador de Pasternak. En efecto, he creído entrever
en la “fulgurante armonía del Prometeo” (en palabras del propio Pasternak, al
referirse a la obra sinfónica de su maestro) el aura misteriosa de la
naturaleza rusa y, al mismo tiempo, las sombras de lo humano en las ciudades
nacientes y amenazadas que también Pasternak enlazaría, jubilosa y
profundamente, en su poesía.
Pasternak
(diez años más joven) reconocía cuánto habían aprendido él y sus contemporáneos
de Blok. Apreciaba la importancia que éste le daba a la ciudad, la
trasfiguración de la prosa en su poesía, su “impetuosidad”; pero,
especialmente, su elaboración retórica del secreto. Así representa Pasternak,
en uno de sus libros autobiográficos, la simbiosis estilística entre el
espíritu de Blok y la circunstancia en la que ésta se escribió: “Adjetivos sin
sustantivos, predicados sin sujetos, un juego de escondite […] un proceder a
saltos. ¡Cómo se adaptaba este estilo al espíritu de la época, escondido,
secreto, clandestino, que apenas asomaba fuera de los sótanos, que se expresaba
con el lenguaje de los conspiradores, que tenía como protagonista a la ciudad
y, como acontecimiento, la calle!”.
Pero
no todos coincidían con Pasternak. En el Moscú de los albores del odio o la
revolución, Blok era ya presa escogida por los justicieros que se abrían camino
entre las trincheras de la Historia. Pasternak recuerda que una noche el
poeta debía realizar una serie de recitales poéticos. Maiakovski le advirtió
que un grupo contrario había preparado un “beneficio” para Blok, es decir “un
asalto, un verdadero escándalo”. Pasternak se propuso impedirlo, pero llegó
tarde. La turba de fanáticos (futuros censores y burócratas de la cultura)
habían acusado a Blok, en los peores términos, de infinidad de horrores y
especialmente de ser “anticuado y haber muerto interiormente” (¡Ay los
revolucionarios de todos los tiempos y su amor por“lo nuevo”!, ¡Como si hubiera
algo nuevo bajo el sol!). Blok, por su parte, aceptó calmadamente las
acusaciones y las corroboró. Meses después murió decepcionado del
bolcheviquismo, aunque sin todavía adivinar el horror que se avecinaba y que sí
alcanzó a Pasternak, a una pléyade de grandes artistas y a millones de rusos.
Pasternak, al igual que su amiga entrañable, la poeta Tsvetáyeva, le dedicó
algunos poemas a Blok. A continuación, el fragmento de uno de estos poemas de
Pasternak, traducido por Fernando Gutiérrez:
Pero cuando sobre una
gran capital
aparece con esa
herrumbre y púrpura el borde del cielo,
algo le sucederá al
gran Estado.
Se abatirá un huracán
sobre el país.
Blok veía en el cielo
estas señales.
El horizonte le
auguraba
una gran tormenta, mal
tiempo,
una tremenda
tempestad, un ciclón.
Blok esperaba esta
tempestad y sus sacudidas.
Sus rasgos encendidos,
con miedo y sed de
desenlace,
se han grabado en su
vida y sus versos.
Es probable que los escritores sigan diferenciándose entre sí
en el hecho de que unos creen en el lenguaje y otros desconfían de él. La
“simplificación” es borgiana y le sirve al maestro para diferenciar a los
clásicos de los románticos de todos los tiempos. Pasternak empieza, como suele
suceder (como le sucedió al propio Borges), siendo un desconfiado. A los veinte
y tres años publica El gemelo en las
nubes (era 1913). Años después calificará el título de pueril, hecho
“a imitación de las sabidurías cosmológicas que caracterizan los títulos de los
escritos simbolistas y los nombres de sus casas editoriales.” Había, para
entonces, abandonado su primer sueño, el de ser músico. Quiso serlo como
su madre, quien había sido una gran pianista, pero supo que no tenía el
suficiente oído. Más adelante desistirá también de la filosofía. Se sentía
tardío a la temprana edad en que publica su primer libro. No es de extrañar.
Pasternak proviene de una familia de artistas judíos. Su padre es un pintor
renombrado, cercano a Rilke y amigo y colaborador de Tolstoi (realizó, entre
otras, las ilustraciones de la novela Resurrección)
y, desde luego, cultor del trabajo entendido como una hazaña cotidiana, rasgo
que el hijo, convertido en poeta, emulará, incluso en los momentos de silencio
creativo que eran sustituidos por su trabajo (ampliamente alabado) como
traductor de los Sonetos, Hamlet, Romeo y Julieta, El Rey Lear,
entre otras obras de Shakespeare o del Fausto,
de Goethe.
Pasternak
confiesa que, en aquellos primeros años de poeta, “trataba de evitar la
teatralidad romántica”. Sin embargo, escribe sus primeros poemas bajo un gran
abedul que descansaba cerca del río. Lo hace a lo largo del verano. La imagen
es romántica, pero los versos aspiran a caminar a la par del presente que se
anuncia joven y prometedor. Pasternak hará un mea culpa años después, recordando la inevitable arrogancia:
“el sentido de la verdad, la modestia, y el reconocimiento, no estaban de moda
entre los jóvenes seguidores de las tendencias artísticas de izquierda, y eran
consideradas como una señal de sentimentalismo y debilidad. Lo frecuente era
arrugar la nariz, pavonearse, mostrarse insolente […] yo también seguía a los
demás”.
No
obstante la posterior autocrítica, Pasternak consiguió conmover a exigentes
lectores contemporáneos (“Los versos de ‘Éstación’: ‘Alargábase a veces el
horizonte en maniobras de lluvias traviesas’, gustaron a Bobrov”, cuenta) y se
convirtieron en himnos para muchos lectores futuros. Ekaterina Ignatova es fiel
a una costumbre que han asumido, desde el comienzo, sus antologías: empezar con
el poema “Febrero” cuyas dos primeras líneas, así como las dos líneas finales,
forman parte de una tradición popular entre los lectores rusos. La primavera
aparece como tópico del renacimiento, el temblor y la invocación. Transcribo la
traducción de Ignatova de las dos primeras líneas “tan citadas y tantas veces
interpretadas”: “Febrero. ¡Tomar la tinta y llorar! / Escribir de febrero
sollozando”. Y los versos finales: “Y mientras más casuales, más certeros / se
componen los versos a punta de sollozos”.
Quizá
en el fragmento siguiente del poema “Festines”, también del primer poemario,
puedan sentirse, en español, algunos rasgos más audibles de los experimentos
futuristas del primer Pasternak. También usamos la traducción de Ignatova:
Pisos barridos. Sobre
el mantel, ni una migaja.
Como beso infantil,
tranquilamente respira el verso.
Y la Cenicienta corre, en
los días de suerte, en las carretas,
y cuando ya está sin
un cuarto, tan sólo corre a pie.
Será gracias a sus primeros poemarios que Pasternak conoce a
Maiakovski, poeta destinado a convertirse, para alivio de Pasternak, en el gran
poeta del estalinismo. Pero antes de las traiciones y los suicidios, los dos
poetas comparten una mutua admiración, aunque atravesada por una reconocida
distancia. Quizá por aquello de que el uno estaba destinado a convertirse en un
clásico (Pasternak, desde luego) y el otro viviría y moriría como un romántico.
O para decirlo en palabras del propio Maiakovski, dirigiéndose a su colega y
futuro antagonista: “¡Qué le vamos a hacer! Ciertamente somos
distintos. Usted ama el rayo en el cielo y yo en la plancha eléctrica”.
Graciosa manera de resumir un viejo asunto: aquel de la devoción por la novedad
que ya mencionamos. Se habla de la tendencia (especialmente latinoamericana) a
vivir presos del concepto de vanguardia o, lo que se está haciendo aún peor:
asociar la idea de vanguardia a lo ideológico por sobre lo estético. La
supuesta novedad es la cifra a la que apela cuanta literatura se inclina ante
el fetiche de la moda y hace loas a un presente que, así como parece no existir
con estabilidad para la física, tampoco existe, sino como una fatalidad o como
máscara ineludible, para el arte que apuesta por la trascendencia. El rayo en
la plancha ahora resulta un divertido anacronismo. Es el destino de tanta
“poesía nueva”. César Vallejo, auténtico innovador de la poesía en español y
admirador sincero de Pasternak y de Maiakovski, tenía, ya en 1926, gran
claridad sobre el conflicto:
Poesía nueva ha dado en
llamarse a los versos cuyo léxico está formado de las palabras “cinema, motor,
caballos de fuerza, avión, radio, jazz band, telegrafía de hilos”, y en
general, de todas las voces de las ciencias e industrias contemporáneas, no
importa que el léxico corresponda o no a una sensibilidad auténticamente nueva […]
La poesía nueva a base de palabras o
metáforas nuevas se distingue por su pedantería de novedad y, en consecuencia,
por su complicación y barroquismo. La poesía nueva a base de sensibilidad nueva
es, al contrario, simple y humana y a primera vista se la tomaría por antigua,
o no atrae la atención sobre si es o no moderna.
Por alguna alquimia que la historia repite, poetas como
Maiakosvski terminan convirtiéndose en símbolos, en banderas de religiones y
promesas que no se cumplirán en este mundo imperfecto e infeliz. Pasternak se
aparta y más tarde confiesa, a propósito del poeta a quien admiró por sus
primeros poemas, pero al que: “No comprendía [por] su celo propagandístico, la
integración forzada de sí mismo y de sus compañeros en la conciencia social, la
manía asociativa y cooperativa, la sumisión a la voz de la actualidad”.
Pasternak romperá con Maiakovski porque su nombre seguía figurando en la
revista Lef, en la que había
declarado explícitamente que no quería escribir. Una pequeña trampa por la que
Maiakovski recibió, de su antiguo colega, una carta definitiva, y años más
tarde, un juicio implacable:
El último Maiakovski, a partir de Misterio
bufo, fue inaccesible para mí. No logro comprender esas pequeñas frases
temáticas de caligrafía toscamente rimadas, esa alambicada vacuidad, ese
revoltijo tan chato y artificioso de lugares comunes y perogrulladas expuestos
tan artificialmente. Éste, a mi entender, es un Maiakovski nulo, inexistente. Y
es extraño que se haya querido considerar revolucionario justamente a un
Maiakovski inexistente.
Pasternak
era valiente. Stalin había proclamado pocos años antes “dos frases célebres:
que la vida comenzaba a hacerse mejor, más alegre, y que Maiakovski había sido
y seguía siendo el mejor y más genial poeta de la época”. Pasternak, no
obstante, es compasivo con la muerte trágica de Maiakovski, aunque atribuye su
suicidio al orgullo. Le dedicará el poema “La muerte del poeta” (Segundo nacimiento, 1931). La lista de
muertes por mano propia es pavorosa en la Rusia de Stalin. Pasternak perderá a la querida y
admirada amiga Marina Tsvetáyeva, y a su amigo y también poeta Paolo Iashvili
cuyas muertes fueron para él, en sus palabras, “el mayor dolor de mi vida”.
La
debacle que conlleva la revolución rusa para el arte es incalculable.
Destruiría un espléndido renacimiento que no alcanzó a concretarse. No
obstante, en sus inicios hay en Pasternak, como en todos, una necesidad de
creer. En 1915 el poeta publica Por
encima de las barreras. Había vivido un año en los Urales. Ignatova ha
traducido uno de los más bellos poemas de aquella época: “Los Urales por vez
primera”. En él se siente la fuerza de la descomunal naturaleza, la inmensidad
de los bosques y las nieves y, a pesar de las dificultades insoslayables de la
lengua, se escucha la voz (siempre autobiográfica) de un hombre conmovido
religiosamente ante los misterios del mundo, un hombre que siente optimismo por
el destino de la Rusia
revolucionaria que se acerca:
Sin partera, en la
oscuridad, sin memoria,
sus manos tropezaban
contra la noche,
la roca de los Urales
bramaba y, cayendo muerta,
cegada por el dolor,
paría el amanecer.
Y quién sabe qué moles
y gigantes de bronce,
casualmente rozados,
se derribaban tronando.
Jadeaba el tren de
pasajeros. En alguna parte, espantados,
caían los fantasmas de
los pinos.
Casi
dos décadas después de aquella primera visita (en 1932), Pasternak regresó a
los Urales, invitado por el comité del lugar para apreciar las grandes obras
que se construían ahí. Todo había cambiado irremediablemente. Su hijo Yevgueni
Pasternak relata la experiencia del padre, quien confesó haberse sentido ante
las muestras de “la más vulgar de las estupideces humanas”, y añade:
Pasternak no pudo tomar contacto directo con
la realidad, aunque sí comprobó las monstruosas consecuencias de la
colectivización, el cinismo descarado de las autoridades. Todo ello puso a Pasternak
al borde de la postración. Pasternak mostró sin ambages su indignación a sus
anfitriones y regresó a Moscú antes de lo previsto. El enfurecido comité de
Sverdlovsk le exigió una compensación por los inútiles gastos que le había
ocasionado el poeta invitado.
En 1922 Pasternak había visto salir a su familia del país para
ya no regresar. Sólo él y su hermano Aleksandr permanecerán en Moscú. Es el año
en el que se publica el poemario Mi
hermana la vida (dedicado al poeta Lermontov) y es también el año de
su matrimonio con Yevguenia Vladímirovna Lurié. El Pasternak de este poemario
es del que Osip Mandelshtam dijo: “Leer los versos de Pasternak es limpiar la
garganta, / fortalecer la respiración, / renovar los pulmones: / versos como
estos pueden curar la tuberculosis”. Pasternak describió la experiencia de
escribirlo como un momento en el que “todo lo que fue nombrado y anotado, todo
lo querido y recordado se coloca por sí solo y hace su voluntad”. Marina
Tsvetáyeva dijo que de leerlo “nadie querrá siucidarse, y nadie querrá
fusilar”. “En ruso es un juego de palabras, ya que suicidarse y fusilar tienen
la misma raíz, con diferentes afijos”, me aclara Ekaterina Ignatova).
Pasternak
siguió escribiendo hasta el final, a pesar de interludios de doloroso silencio
y melancolía. En 1935 asiste al Congreso Internacional de Escritores
Antifascistas en París. Intenta ver a sus padres que se habían trasladado a
Londres, pero es imposible. Se halla profundamente deprimido. El insomnio lo
acosa. Ante los escritores pronuncia estas palabras que lo retratan de cuerpo
entero. En ellas se escucha el idealismo de su espíritu, su fe en el poder transformador
del arte y su apego a la libertad individual:
Yo comprendo que este congreso de escritores
tiene como meta organizarse para hacer resistencia al fascismo. Lo único que
podría decirles es ¡no se organicen! La organización del arte equivale a su
muerte. Lo único que importa es la independencia personal […] La poesía por siempre tendrá más altura que
los afamados Alpes y, al mismo tiempo, es ella la que está bajo nuestros pies,
en la hierba. La poesía es demasiado sencilla para ser tema de los debates en
las concentraciones; ella será siempre una función orgánica de la felicidad del
hombre con su divino lenguaje. Mientras más felicidad haya sobre la tierra, más
fácil será ser un artista.
A su regreso a la patria, le espera el “Gran terror”. En 1937
Stalin desoye los pedidos de Pasternak y envía a Mandelshtam a un campo de
concentración. Son años atroces, pero el movimiento no se detiene, como no lo
hace en el ritmo incesante de la poesía de Pasternak, enamorado de los otoños y
las primaveras. Como un niño bendecido, atraviesa un campo minado. ¿Quién le
perdona la vida? ¿Stalin, el Dios del cristianismo al que se acerca? Quizá su
misma poesía le permite seguir viviendo en el desierto espiritual que le rodea.
Él confiesa que se siente feliz de su obra recién a partir de lo que escribe en
los años 40. Son los años de la novela de
Zhivago y sus poemas, y de los poemarios En
los trenes de madrugada (1943) y Espacio
terrestre (1945), ambos recibidos muy mal por la crítica de su país. A
estas alturas, su fe en el paraíso diseñado por los demonios de Dostoievsky le
resulta lejana: “Ahora entiendo que detrás de todo lo que repugna, por su vacío
y su vulgaridad, no se esconde nada que lo ennoblezca o lo explique. Lo único
que existe es una mediocridad organizada y no hay que buscar nada más. Y si
antes yo no tenía miedo, a lo que me es ajeno, mucho menos ahora, que tengo las
cosas claras”.
En
1957 publica Cuando se desenfrena, su último poemario, junto a él
aparece Un intento de autobiografía. Nuevamente
Feltrinelli (el editor que hizo famoso a Pasternak al publicar El doctor Zhivago, hecho que le obligó a
salir del Partido Comunista Italiano) será quien difunda este libro del cual he
tomado numerosas referencias a propósito del pensamiento del poeta y sus
experiencias. En 1960, en Peredélkino (aldea de residencia de los escritores soviéticos)
muere Pasternak. El silencio de la prensa es total. Ni una palabra. En la
estación de Kiev, en Moscú, alguien cuelga en la pared un tímido anuncio
notificando su muerte. Así como en 1958 Pasternak fue expulsado “unánimemente”
de la Unión de
Escritores; en 1989 fue restablecido también “unánimemente”. “Nada de qué
extrañarse, ya que la literatura rusa está acostumbrada a las rehabilitaciones post morten”, sentencia Ekaterina, la
traductora.
En
uno de los poemas de Zhivago llamado “En Semana Santa”, Pasternak sigue, con
sus palabras, el vía crucis de su pueblo en la doliente procesión. Al finalizar
se asoma con serenidad y alborozo la luz de una madrugada purificadora. La Resurrección espera
ineludiblemente a los justos y a los poetas:
Sobre la multitud
de inválidos del atrio,
deja que se
derrame su nieve el mes de marzo,
como si un hombre
hubiese brotado en el espacio
y poseyera un
arca que hubiese destapado
y todo regalase,
hasta vaciarla.
Hasta el
amanecer se demoran los cantos
y, tras haber
llorado en abundancia,
llegan a los
solares que hay bajo el alumbrado,
de dentro de la
iglesia, en tono quedo y bajo,
los Salmos o la letra
consagrada.
Pero habrán de
callar, a medianoche, seres
y criaturas. En cuanto
salga el sol
y de la
primavera el eco reverbere,
será posible al fin
derrotar a la muerte
con el vigor de la Resurrección.
BIBLIOGRAFÍA
Ekaterina Ignatova,
”Pasternak en los espejos latinoamericanos”, (artículo inédito), 2011.
Boris Pasternak, La
infancia en Liuvers, El salvoconducto, Poesías
de Yuri Zhivago, Barcelona, 2000.
Boris Pasternak, “Estación”
en El gemelo en las nubes, 1913,
traducción inédita de Ekaterina Ignatova.
Boris Pasternak, “Olas”, Segundo nacimiento, 1931, traducción
inédita de Ekaterina Ignatova.
Max Henríquez Ureña, De Rimbaud a Pasternak y Quasimodo,
México, Tezontle, 1960.
Boris Pasternak, Vida y poesía, Barcelona, Editorial
Noguer, 1963.
Boris Pasternak, “Febrero” en El gemelo en las nubes, 1913, traducción
inédita de Ekaterina Ignatova.
Boris Pasternak, “Festines”
en El gemelo en las nubes, 1913,
traducción inédita de Ekaterina Ignatova.
César Vallejo, “Poesía
nueva”, Historia de la Literatura
Latinoamericana , Editorial Oveja Negra, Bogotá, 1984.
Boris Pasternak, “Los Urales
por vez primera” en Por encima de
las barreras, 1915, traducción inédita de Ekaterina Ignatova.
Osip Mandelstam, traducción
inédita de Ekaterina Ignatova.
Marina Tzvietaieva,
comentario traducido por Ekaterina Ignatova.
Traducción inédita de
Ekaterina Ignatova del discurso de Pasternak en París.
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