Los académicos se retiran luego de deliberar. Nótese la visible "marca España" |
El cándido
retrato de la periodista Marina Artusa,
aparecido en la revista Ñ del 25 de
abril, interesa por varias razones. En primer lugar, están casi todos los
malos de la película: Darío Villanueva,
que le pone garra, sin convencer a nadie, Juan Luis Cebrián, que nunca queda en claro de qué la juega, y el
plagiario con cara de pie plano Arturo Pérez
Reverte, que ahora escribe sobre sus colegas pasados, presentes y futuros y
se sigue paseando por las ferias del libro del mundo entero, como si a alguien
le interesara su presencia. Luego, se describen las cada vez más inútiles actividades de la RAE para unificar, siempre desde España, criterios tan risibles como racistas. Borges tiene razón: el diccionario que estos tipos producen es un cementerio de palabras. De su voluntad imperial ya hemos hablado y suena a chiste.
Los guardianes de las palabras
"Papeletas”,
dice el director de la
Real Academia Española (RAE), Darío Villanueva, y eso
significa que es el turno de debatir qué vocablos incorporar al diccionario y
cuáles jubilar.
Selfie es la
palabra que hoy nos desvela. Esa que Ellen DeGeneres, Meryl Streep, Julia
Roberts, Kevin Spacey, Brad Pitt y Angelina Jolie se sacaron en la ceremonia de
los Oscars 2014 y se convirtió en la más famosa del mundo. La misma que ya se
prohibió en el Museo del Louvre por temor a que los bastones que se utilizan para
el click dañen alguna obra de arte.
Pues entonces, que pase selfie
al frente.
Juan Luis Cebrián, uno de los cuarenta y seis miembros de la Real Academia
celosamente elegidos por postulaciones y votaciones secretas cuando la muerte
de un académico deja su sillón vacante, destaca que selfie fue nominada como
palabra internacional del año en 2013 por el Diccionario
de Oxford y por la Fundación del Español
Urgente (Fundéu) en 2014. Subraya que selfie no es una autofoto y postula una
definición: “Fotografía que uno toma de sí mismo, con frecuencia para compartir
en las redes sociales.” Se debatirá sobre su género –¿la selfie o el selfie?–,
su adjetivación –¿selfático o selfítico?–. Y se resolverá que, de ahora en más,
selfie es un vocablo nuestro.
Tal procedimiento es lo que esta casa donde reinan las
palabras viene haciendo desde 1713, cuando el marqués de Villena convocó a su palacio
en la Plaza de
las Descalzas de Madrid a ocho ilustrados para elaborar un diccionario del
español. Si Francia e Italia velaban por la integridad de sus lenguas, ¿por qué
no copiar la idea en España? El rey Felipe V, impulsor de la Biblioteca Nacional ,
estuvo de acuerdo y el primer diccionario nacido de la RAE vio la luz en 1726. Fue el Diccionario de Autoridades , así llamado porque las definiciones de las
palabras citaban ejemplos extraídos de las obras de grandes escritores. Entre
ese año y 1739 se publicaron seis tomos. A partir de 1780 se empezó a editar en
uno solo.
Desde hace unas semanas, la RAE ha cobrado una inusual popularidad cuando uno
de sus académicos, Arturo Pérez-Reverte, la eligió como escenografía de su
última novela, Hombres buenos. Allí, don Arturo, miembro de la RAE desde 2003, reúne a
académicos reales y de ficción, actuales y de siglos pasados, en torno al libro
más polémico de la
Ilustración : la Encyclopédie,
ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers. Tan prohibidos
como deseados, los veintiocho tomos de la Encyclopédie de Diderot y D’Alambert que cambiaron el
mundo llegaron a España en el siglo XVIII. Pérez-Reverte dice que los descubrió
por casualidad en la
Biblioteca Académica de la RAE y que el azar fue la excusa para imaginar la
travesía de dos académicos españoles consagrados a la noble misión de hacer
llegar esos ejemplares desde París.
Los verdaderos miembros, los que en el siglo XXI se ocupan de
que la RAE siga
cumpliendo el lema de “limpia, fija y da esplendor” a la lengua, hoy no están
en el salón de plenos –la sala donde se discuten las “papeletas”– como cada
jueves a las 19:30. No están sentados en óvalo en sillones con letras
mayúsculas y minúsculas grabadas en el respaldo, sino en una sesión extraordinaria
y abierta al público en Argamasilla de Alba, el probable lugar de La Mancha de cuyo nombre
Cervantes no quería acordarse. La
RAE se reunió allí el 26 de marzo –por segunda vez fuera de
su sede en el barrio de Los Jerónimos, en diagonal al Museo de El Prado– para
homenajear a Cervantes por los 400 años de la segunda parte del Quijote.
Rosa Arbolí es la directora de la biblioteca de la Real Academia
Española, donde 250 mil volúmenes se conservan, a una temperatura de 18,6
grados, en estantes de madera cerrados por un entretejido que les permite
respirar. “Es una biblioteca pública forjada a partir de las necesidades de sus
miembros. Los libros se ubican físicamente según van llegando a nuestra
biblioteca cuyo catálogo está online (www.rae.es) –la RAE tiene un promedio de ocho
millones de usuarios diarios en su sitio web–. Contamos con el manuscrito del Libro del buen amor , manuscritos de Lope de Vega, la primera
edición del Quijote. No todos los ejemplares valiosos están a la vista. Por
ejemplo las Etimologías de San Isidoro, del siglo XVI, valuadas en
ocho millones de euros, están en la caja fuerte.” “La Academia no es la policía
del lenguaje sino que recoge qué palabras usa la gente –dice Pérez-Reverte–.
Digamos que es una especie de organismo diplomático que mantiene la unidad del
español. Esa labor de fraternidad que nos hace seguir teniendo una lengua común
la logra la Real
Academia Española.” La
RAE se apoya en numerosas instituciones, entre ellas, la Fundación del Español
Urgente: “La Fundéu
no fija normas. Es la urgencia, que la lleva en el nombre, su principal
característica y desde ese principio de inmediatez, responde a las dudas y se
adelanta, incluso, a los problemas lingüísticos que la actualidad informativa
pueda generar”, aclara Joaquín Muller, director general de Fundéu.
María Sánchez Paraíso, la filóloga que acompaña las visitas
de los lunes por la mañana, cuenta que en el salón de los percheros del siglo
XIX, cada académico tiene su lugar según el orden en el que fue incorporado a la RAE. Muestra las
bibliotecas donadas por Dámaso Alonso, ex director y académico, y por Antonio
Rodríguez Moñino, bibliotecario y bibliófilo, y se detiene en la Biblioteca Académica ,
donde mora la Encyclopédie , para despedirse en el salón de actos,
sobre la alfombra roja en la que los miembros recién incorporados a la RAE leen sus discursos entre
dos vitraux: el de la poesía y el de
la elocuencia.
Según la 23ª edición del Diccionario
que la Real Academia
Española publicó en octubre del
año pasado –consensuado con 21 academias de América Latina y la de Filipinas–,
los 500 millones de hispanohablantes contamos con 5.000 palabras nuevas y hemos
dejado de usar unas 1.400. Se han incorporado 19.000 americanismos y se han
enmendado 140.000. Pero también en los últimos años, y como consecuencia de una
intensa actividad en cada uno de los Congresos Internacionales de la Lengua Española , la RAE ha publicado obras
significativas como el Diccionario
panhispánico de dudas o
la Nueva Gramática Española.
“Además de trabajar en los códigos de la lengua, es decir en ortografía,
gramática y diccionario, la función de la RAE es contribuir a la unidad del idioma”, dice
su director, Darío Villanueva.
–¿Qué riesgos corre nuestro idioma hoy?
–El
mayor peligro de la lengua española, que goza de una envidiable unidad en los
distintos países hispanohablantes, es el descuido en la enseñanza, en la etapa
escolar, y en los medios de comunicación. Estos son los dos grandes pilares en
los que ha de sustentarse el cuidado y la buena salud del idioma.
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