La
autoridad en juego
Hacia
y por una ley de traducción autoral en Argentina
Entonces: una
traducción es una obra derivada; creándola, el traductor deviene su inseparable
autor. Un traductor autoral es, ergo, un autor de traducciones. Bien. Pero, más
allá de la declaración casi tauto de tan ontológica, ¿cómo se llega a traducir
un discurso de tal modo que funcione-en-el mundo? Es decir, ¿cómo se pasa de la
instancia imaginaria a la real? Da la impresión deque cualquiera y, al mismo
tiempo, no-cualquiera puede traducir. ¿Basta realmente con traducir lo que sea
y como sea para devenir traductor? ¿Dónde radica la autoridad, dónde la
garantía de calidad? ¿Son imprescindibles determinadas condiciones o destrezas
básicas? ¿Debería existir una instancia reguladora del acceso a la actividad
profesional? ¿Entraña un peligro para la profesión establecida el acceso
desregulado? ¿Tiene fin –es decir, lleva a algún lado– este panaché de preguntas?
Sí, lleva a un lado.
Lleva a este lado del espejo. Alicia (personalicemos este capítulo) parecería
estar haciéndose todas esas preguntas desde el otro lado; para responderlas,
deberá dejar de comer galletas y beber pócimas que la hagan tan pronto insignificante
como grande en exceso y regresar a este. Si bien los traductores hacemos esa
operación de ida y vuelta constantemente en nuestra práctica diaria, cuando
toca analizar realidades no textuales solemos quedarnos del lado imaginario,
que es el que buenamente nos asigna la sociedad.Si lo que se refleja en la
superficie idealmente lisa, llana y franqueable del espejo legal es el lado
imaginario, veremos las cosas en su forma inversa; por eso, antes de mirarnos
en el espejo, antes incluso de que exista
un espejo, mirémonos tal cual somos. ¿Cómo somos los traductores autorales? ¿De
qué estamos hechos? ¿Qué nos instituye y define? ¿Qué nos forma? ¿Qué nos
constriñe?
Dejemos por un rato
el jardín de los constructos teóricos, las dobles morales y los lirios ilusorios
y vayamos al duro grano. Traductor autoral es quien recibe de un editor (o usuario en nuestra propuesta de ley)el
encargo de traducir una obra escritaen una lengua determinada a otra distinta
en un plazo determinado y por una determinada cantidad, no siempre pactada
libremente, de dinero. A cambio de ese dinero, el traductor autoral (o Alicia, oTA
en adelante) no solo se compromete a entregar el texto de la traducción a
término sino también a permitir que el usuario la reproduzca, distribuya y ponga
a la venta. Ese acuerdo, quesuele disparar el hecho generador en la mayoría de
casos, establece las reglas concretas a este lado del espejo: el usuario, que
entiende perfectamente la doble vertiente creativa y comercial de las obras que
edita y vende, elige a quien realizará el encargo de traducción en virtud de
criterios propios entre los que nunca
resulta prioritaria –o indispensable siquiera– la formación (que incluso a
veces es contraproducente). El TA
deviene profesional en el acto de aceptar el encargo y realizarlo
conforme a lo acordado.
Lo acordado no
siempre es justo ni se ha acordado con la libertad ideal que sueñan las
abstracciones jurídicas. Aun así, es la instancia sinequanónica de la
profesionalidad del TA, el paso a la adultez de su proceso creativo. He ahí la
diferencia entre la traducción adulta y la traducción juvenil: mientras la una
negocia, sufre y saca rédito intelectual y físico de su puesta-en-el-mundo, la
otra se cobija y estanca en la tibieza endógena y patronizante del mundo académico,
que puede prolongar sus seudópodos seudoprotectores durante décadas. Toda la
autoridad simbólica que confiere el aparato universitario se vuelve imaginaria
ante la mera posibilidad de salir al mundo. El traductor pre o post titulado
contempla la realidad de la industria editorial tambiéndesde el lado anaeróbico del espejo, el lado donde nada se
oxida, donde todo es eterno y bruñido –pero también incorpóreo–mientras no haya
tránsito al lado real. De ese lado, nada es autoral del todo, nada es responsabilidad última de nadie. Al
abrir canales de comunicación, agujeros de gusano con la intemperie, el
traductor juvenil se curte sin remedio y esa curtiembre será su autoridad:la
capacidad para no hiperventilar o calcinarse en contacto con el aire es el
valor agregado que el mercado reconoce, que el lector aprecia, que la
literatura agradece. Y cuanto antes asuma esa autoridad emanada del ejercicio
del lado real, menos tardará en hacerla valer cada vez que negocie la cesión y el respeto de sus derechos con el
usuario.
Que es de lo que
estamos hablando.
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