En muchas oportunidades (ver, en este blog, entradas del 3 de julio de 2015, 14 de julio de 2016, 4 de diciembre de 2017, 7 de junio de 2021) nos hemos referido a Cien Fuegos, la librería latinoamericana de París, creada en 2015 por el poeta, ensayista y traductor Miguel Ángel Petrecca. Y como todo llega, con la tercera mudanza, ese lugar único atrajo la atención de Flavia Tomaello, quien, el pasado 25 de agosto, publicó en la revista del diario La Nación, de Argentina, el siguiente artículo.
La última librería en español que queda en París fue creada por un argentino
Las fuertes oleadas
migratorias culturales acogidas por París a fines de los 60 y comienzo de los
70 expusieron a fuego máximo las ideas que ya bullían en una ciudad desbordada
de utopías. Hurgar en las letras francesas era una forma de quedar inmersos en
los debates que desbordaban las calles. Los latinoamericanos que migraron
deslumbrados por los rayos del pensamiento amaban sumergirse en esas diatribas,
para sacudir el polvo de las propias que llevaban en la única maleta de
expatriados.
El centro del huracán eran los cafés y las librerías. Pero la lectura en francés tenía su límite. La tristeza de ese foráneo se vestía como una capa de cualquier estación.
Un adelantado fue Antonio Soriano y Mor, de la vecina España. Cruzó la frontera en 1939 y luego de un paso breve por el campo de concentración de Bram, se dedicó a la agricultura. Para mediados de 1947, la cuñada de Luis Buñuel, Georgette Rucar, le envió una carta convocándole para hacerse cargo de una diminuta y antigua librería de París en el número 48 de rue Mazarine. Luego de algunos traslados, tres años después se instaló definitivamente en rue de Seine, esquina con rue Clément. Un fanático de los libros, pero no librero, fue el fundador, junto con su esposa, Dulcinea Doménech, de una tendencia que hizo carne entre los vecinos de la Torre Eiffel: una librería en español. La Librería Española fue por más de medio siglo un faro para la cultura española en París.
Muchas otras personalidades del mundo editorial que escapaban del franquismo colaboraron en la creación de un espacio de cobijo para las almas errantes de exiliados en castizo. Sus anaqueles exhibían todo aquello que Pirineos mediante se consideraba prohibido. La tentación por leer aquello que entre tapas no se podía se sumaba a la curiosidad de intelectuales locales que se sentían atraídos por develar las causas de la prohibición.
Es allí donde las élites culturales francesas, los emigrados desorientados y los viajeros inquietos descubrían lo que vociferaban las páginas que, por sobre todo, se leían en español y, en poco tiempo, las que llegaban con su particular forma de contar historias y el realismo mágico a cuestas. Curiosamente es rue de Seine, la misma de la librería de Soriano, la primera calle que se menciona en Rayuela, la biblia de Julio Cortázar. El mismo que fue primero profeta en París que en cualquier otro púlpito.
Para 2004, el éxito inmobiliario del Barrio Latino de París obligó a mudar el proyecto de Soriano a Montparnasse, en 7 de rue Littré.
Llegarían otras librerías que se convirtieron en el patio del fondo de los inmigrantes. Abarrotada de españoles durante el franquismo, Francia, y en particular París, se convirtieron en la salida de la jaula. Era la chimenea de ideas que burbujeaban sin poder emerger. Librería Española fue para muchos de ellos una embajada de la España republicana del otro lado de la frontera. Pero La Hispanoamericana, más cosmopolita, situada en rue Monsieur-le-Prince, colgó en 2007 un cartel bilingüe que indicaba: La librería está cerrada permanentemente. Adiós. Adiós.
El tiempo convirtió a estos espacios en el patio de atrás de la vida cotidiana. El sitio donde usar el argot de casa. Donde reconocer los tintes de una misma lengua pintada diferente. Un sitio mucho más que de libros.
Con el alma de Camilo
Cuando los afanes culturales migratorios se adormecieron, cuando las cabezas preclaras que transitaron los cafés abandonaron las mesas, las librerías en español comenzaron a cerrar sus puertas. De a poquito. Como candelas a las que se les mengua la cera, un día la llama titila una única vez final. No quedó ninguna, salvo, la patriada de un argentino que decidió inspirarse en Camilo Cien Fuegos para iniciar su propia revolución.
Miguel Ángel Petrecca nació en tierras porteñas en 1979. Llega del riñón de las Letras. Es poeta (a él pertenecen La voluntad, El gran furcio y El maldonado), editor de Gog y Magog en Buenos Aires (sello de poesía y ensayo que intenta subirse al mundo narrativo con la novela Quema, de Ariadna Castellarnau, que obtuvo el Premio de las Américas) y se puso al hombro la idea de llevar a París la diversidad de editoriales que hay en la Argentina, Chile, Uruguay y España.
Petrecca llegó a París en 2013. “Llevaba conmigo la idea de darle vida a una librería –cuenta–. Mi trabajo de editor en Argentina ya me había convencido de que la apuesta librera era una consecuencia natural”. Fundó Cien Fuegos en 2015. Durante sus primeros tres años, estuvo ubicada en el Décimo distrito de París, también conocido como Arrondissement de l’Entrepôt o Enclos Saint-Laurent.
Más tarde, Petrecca se llevó el proyecto al distrito XV. En 2019 abrió allí, en la orilla izquierda del Sena, en el sitio reconocido como Arrondissement de Vaugirard. Es este el sitio desde donde vigila a los transeúntes el edificio más alto de la ciudad: la Torre Montparnasse. “Finalmente, al menos por ahora –afirma el librero–, nos afincamos en el Distrito XX, en rue Saint Blaise, en la orilla derecha del Sena”.
Una de las estrellas de la zona en el cementerio de Pere Lachaise, un espacio que los locales utilizan como parque y donde descansan figuras como Guillaume Apollinaire, Honoré de Balzac, Georges Bizet, María Callas, Marcel Camus, Claude Chabrol, Colette, Frédéric Chopin, Molière, Édith Piaf, Oscar Wilde, Marcel Marceau y los argentinos Juan Bautista Alberdi y Juan José Saer.
“Vinimos a ocupar el vacío que dejaron las últimas librerías en castellano: las dos históricas librerías de rue Monsieur Le Prince y de rue de Seine, que cerraron por distintos motivos en la década del 2000, y la efímera, pero importante, librería de Alejandro de Núñez, el Salón del libro argentino –relata Petrecca–. Habría que sumar la librería El cóndor pasa, dirigida por el hijo de Antonio Berni, José Antonio Berni, que representa el último tramo de una historia mucho más larga de las librerías hispanas de París”.
Los anaqueles parecen otros
“La idea de Cien Fuegos es la de propiciar un espacio de encrucijadas, de dotar de contenido a lo que había quedado libre –explica–. No había ninguna idea fresca para ofrecer en París de literatura latinoamericana. Solo una intención árida de las editoriales independientes”.
Hay algo entre cursi y exótico en eso de hurgar en los estantes lejos de casa. La historia de las librerías en otras lenguas se inscribe en otra más amplia. Aún hoy, en París, hay alrededor de 40 librerías extranjeras, entre ellas muchas inglesas, dos italianas, dos rusas, una polaca, varias árabes, dos chinas, una japonesa, una brasileña, una griega y contando. Es que el viajero, el que se queda por un tiempo o el que migra, siente que se mete en la biblioteca de su casa en medio de una ciudad anhelada. “Los clientes de la librería son variados –sostiene el propietario–, pero en primer lugar, obviamente, provienen de la amplia comunidad latinoamericana y española. Luego, en segundo lugar, son franceses interesados en la literatura, la lengua o la cultura latinoamericana o española”.
La afición por la literatura en castellano “es una tradición en la ciudad –continúa–. Las plumas latinoamericanas fueron un boom en el pasado. Muchas entraron por París para dispararse en el continente. El exotismo aún continúa. La casta cultural de la ciudad es de libro bajo el brazo y la experiencia se contagia”.
Cien Fuegos combina el libro nuevo y el usado, un modelo que no es común en esta ciudad. “En lo que hace al libro usado, trabajamos efectivamente con una lógica de reciclaje, comprando y recibiendo donaciones. Aunque siento que nuestro catálogo está siempre en plena expansión, nuestra oferta es trabajar con los nuevos valores, pero también con los del boom latinoamericano y los títulos clásicos”. En la recorrida por los cantos se percibe una buena composición que matiza curaduría de calidad y buen gusto literario, con una cuota certera de búsquedas habituales. Aun así, lo que siempre cuenta, es la sorpresa: esa pieza que te salta a los ojos sin que te des cuenta ni hayas ido a buscarla.
Petrecca tiene un camino de exilios entrenados. Su primer destino fuera de la Argentina fue Pekín. Allí no solo la estada fue larga y el idioma terminó entrando en su cotidianeidad, sino que, entre otras cosas, tradujo una antología de narrativa china contemporánea llamada Después de Mao y El invisible, de Ge Fei. En estos meses, ha estado batallando con una nueva traducción, pero al revés: La gran salina, de Ricardo Zelarayán, al chino.
Luego de estos desafíos, uno de los temores de los libreros a él le pasa por al lado. “No le tengo miedo a la lectura electrónica –dice–, la verdad, no veo contradicción, yo mismo soy lector de libros en soporte físico y electrónico, son usos diferentes y perfectamente compatibles. El objeto libro, me parece, goza de buena salud”. Mientras descansan algunas obras de arte que funcionan como ilustración de la vidriera interior, el librero sueña con el espacio multicultural. “No creo que las librerías estén muriendo, más bien diría que mutan, se adaptan al contexto, se convierten a veces en espacio de resistencia, pero también de producción de imaginario. Mueren las librerías, pero la idea de la librería sigue vivita y coleando”.
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